martes, 24 de junio de 2025

UNA VIDA DE ACTOR

 

            Nació en un hogar muy pobre. Su madre, enferma de los nervios lo dejó abandonado junto al padre. Lo crió como pudo, buscando encontrar a su amada.

            De pequeño hizo tareas de adulto. Cocinó y ayudó en el pequeño negocio de su “Tata” con tristeza de niño viejo. Creció muy bello. Era un chico que atraía la vista de mujeres y hombres.

            Su padre nunca dejó de buscar a la mujer que en vida enterró su cariño junto al cuerpo de un hijo que murió de viruela. La búsqueda fue inútil. Envejeció siendo joven con el sueño prendido en la solapa como enorme escarapela de miedo. Él, acompañó al anciano, hasta que buscó huir para encontrar su futuro y abrazar los sueños. ¡Ser actor!

            Entró como un simple extra en una empresa de esas que buscan caras nuevas. Era hermoso e inteligente, las actrices peleaban por ser su compañero de rol.

            Cada mañana se presentaba a un nuevo estudio de televisión o cine para mostrarse como una pieza de vitrina. Él, sostenía que el día, ese día, iba a llegar. Y una tarde mientras comía un sándwich que le había comprado una amiga de academia, se sentó cerca en una mesa poco frecuentada, un hombre de gris. El sombrero, le cubría gran parte del rostro; lentes de carey, gruesos y oscuros le daban una ridícula mirada de cíclope. Ojos gigantes bajo el vidrio de espesor sorprendente. Encendió un cigarro y levantó la mano al mozo que le trajo una taza humeante de café con leche.

            Cuando ya su comida se estaba terminando y su hambre no se había acabado, el tipo se volvió y le clavó la vista. ¡Era un fantoche! Pero Aroldo, no sabía quién era y algo, le ingresó en el pecho. Lo conocía de algún lado. ¿Pero de dónde?

            El mozo se acercó sonriendo y le dejó junto al platillo, una tarjeta. ¡Era el famoso director de radio, televisión y cine Waldemar Furlong! Dejó la silla, que casi se estrella en el piso, pero que con rápido movimiento evitó que cayera. ¡Señor Furlong, usted…! Le hizo una seña de espanto. Murmuró un insulto y exclamó: “Lo veo mañana en mi despacho”.

            Ese día alquiló un traje formal y zapatos negros. Se acicaló para la entrevista y partió al suburbio donde estaba la famosa oficina. Era en una zona alejada del ruido. Caminó despacio tratando de detener su corazón que como un timbal, arreciaba en su interior con la paz que le era su mejor aliado. Una discreta puerta en un más escondido edificio tenía el número del cartoncillo que le entregara el mítico Furlong. Un murmullo de voces contuvo sus expectativas. Escuchó pasos y una figura femenina abrió una mirilla de mediano tamaño. Aroldo mostró la tarjeta y se abrió la puerta con cuidado. La joven, una muchacha sin ninguna gracia, abrió corriendo una serie de cerrojos que sonaron a hierros herrumbrados, lo invitó a ingresar.

            Subió por una estrecha escalera, cuando la joven se hizo a un lado, un espacio maravilloso lo dejó enmudecido. ¡Pocos muebles, muchos cuadros de pintores famosos y música que invadía el enorme ambiente! Le señaló un asiento y salió por una puerta lateral. A él, le temblaban las rodillas. Esperó un tiempo que le pareció larguísimo, pero mirando su reloj, fueron menos de veinte minutos. Apareció Furlong, parecía otra persona. Descalzo, con una camiseta de algodón azul, pantalón de denín y sin gafas. El cabello le caía sobre los hombros, parecía una mantilla plateada. Sonrió y le tendió la mano. El saludo breve y a la charla amena de un hombre de mundo que quería saber de ese muchacho hermoso.

            Luego de un verdadero interrogatorio, le entregó dos libros con guiones y lo despidió sin antes darle un pequeño golpe en la espalda. ¡Léelos y cuando termines, cuanto antes, regresa! Y apareció la muchacha, descalza y arreglada de tal forma que parecía otra persona. ¡Muy interesante y hasta bonita! -¡Mi hija, Abril, mi secretaria y ayudante! – y salió por la escalera corriendo con los libros apretados a su cuerpo, dejando atrás una esperanza.

            Esa noche no durmió, apenas un emparedado y una soda y leyó, con entusiasmo y fervor. Una novela de vidas intrincadas, con sabor a odios y amores heroicos. Ese fue el que le produjo mayor interés, al otro, lo dejó sobre la mesilla y se durmió. Soñó sin conocer cuál sería el papel que le tocaría interpretar.

            Al día siguiente siguió con el otro trabajo. Un policial, donde tres agentes de un país en guerra debían sacar a una familia entre bombas, atentados con misiles y cohetes. Se sintió agotado de solo pensar cuál sería su papel interpretaría, si el del chofer o el joven valeroso que conseguía el cometido esperado por la potencia enemiga. Llamó al celular de Furlong y éste, lo invitó a cenar la noche siguiente.

            Esta vez, fue vestido con su ropa. Y se sintió más cómodo. Lo esperó con un pastel de carne y batatas en salsa de vino Cabernet. Esa noche hablaron sobre cine. Y supo que desde ese día se llamaría Wilians Wolney y pasaba a ser el actor principal de las dos obras. Supo que lo había visto actuar en obritas de poca importancia en teatros a la “gorra” y comprendió, el maestro, que tenía sangre de “actor”.

            Comenzó a estudiar. Noche y día sin descanso, le permitió hacer dieta y gimnasia para el rol del policía; más tarde haría de amante de una mujer mayor dueña de una empresa que termina matando a su marido. ¡Unos papeles interesantes, ya que no se asemejaban en nada!

            El cine era diferente al teatro. Se hacían tomas irregulares, unas veces eran de noche y otras de mañana, en lugares preparados para una guerra irreal, con escombros y estallidos, y, a la tarde nadado en una piscina en una mansión con la actriz mayor. La joven Abril, era como una sombra. Siempre cerca pero lejana, su presencia era la de un fantasma de carne y huesos, que aparecía cunado su padre hacía una pequeña seña y rápidamente salía sin ser notada. Algunas noches, salía a tomar una cerveza, junto al balcón, con los auriculares y leyendo a la luz de una lámpara de luz muy fuerte.

            Llegó la noche del estreno. Las marquesinas brillaban con los nombres de los actores y actrices. Aroldo- Wilians era una potencia. Su rostro se dibujaba como un cuadro del setecientos. La alfombra roja y el flash de cien periodistas lo dejaron impactado. Furlong y Abril, junto a los otros actores y actrices, con ropas que deslumbraban. Pero todas las miradas eran para su bello rostro. ¡Era el dios pagano del Olimpo del cine!

            Las películas fueron un éxito. Cuando salió, mil manos querían tocarlo, acariciarlo y bocas se acercaban buscando besar al asombrado Wilians. Allí, supo que su vida había cambiado. Definitivamente. Ya no sería el anónimo desconocido. Aun así, saludaba afable y sonriente. La vida le devolvía una catarata de piedad por los años tristes y de enormes sacrificios.

            Pasó el tiempo filmando, asistiendo a los canales de televisión, posando para los fotógrafos como modelo y firmando autógrafos, con un nombre de “arlequín” prestado.

Se permitió todo, menos ser necio. Como ganó buen dinero, compró una propiedad austera pero segura y de calidad. Era “La Cara” del siglo. Pero la casa solitaria se fue quedando vacía. Tuvo dos perros que lo esperaban con amor, más, tuvo mucho miedo a enamorarse y pasar por lo que había sufrido su padre.

            Muchas bellas actrices lo buscaban para ser su pareja, él, se alejaba con el pretexto de un gran trabajo. En la noche, solía sentarse en la terraza con una cerveza y un libro, mientras leía un guión que le había mandado algún ansioso director de cine extranjero. Y una noche, se miró, reflejado en el cristal del ventanal y recordó la figura de Abril. Ella a esa hora, tal vez, estaba haciendo lo mismo. Entró y tomó el celular; ella le contestó. La invitó a cenar el día siguiente. Ella vino y nunca más se fue de su lado.

 

PAZ EN LA TIERRA

 


Suenan las trompetas y tambores

arde en el desierto un fuego abrasador

cunde en las calles una ola de esperanza

hoy, ha desplazado la vida una fragancia de amor.

Los jóvenes se arriman a los portales con versos y cánticos

las banderas de colores de arco iris se mezclan con pancartas seculares;

llevan en cada mano una flor silvestre arrancada de un jardín inhabitado,

 van dejando sus armas sobre la tierra alzando la mirada hacia el sol.

 

No se escuchan los truenos de armas que herrumbradas mueren

dejadas en los escombros del horror.

No corren por las calles pies desnudos de los niños sin ojos y con piel

quemadas por el fuego que otrora se esparcía

junto a los gritos desgarrados de dolor.

Hoy la Paz nos conmueve y se vislumbra tenue

leve amanecer de la conciencia

del amor.

LA LUJURIA

 

                     El comedor señorial esperaba el brillo de los comensales. Un encuentro de seres solo interesados en mostrar su poder. Su riqueza en oro y suerte. Cargando una enorme hipocresía, individualismo y soledad.

                         Risas apagadas, miradas que se entrecruzan con veladas invitaciones a practicar deportes sexuales.

                         De pronto el dueño de casa se incorpora con una palidez azulada. De su blanco e impecable pantalón de lino blanco, una leve cascada de sangre. Silencio. El hombre se toma los genitales y de entre sus dedos emerge un tenedor de plata. Brilla a la luz de las arañas de cristal. No se anima a arrancarlo.  Cae. Al mismo  instante se desmaya una joven modelo que estaba a la izquierda junto al bello anfitrión herido. Caen sillas y copas de vino manchando de bermellón el inmaculado mantel de encaje. Algunos tratan de ayudarlo. La mirada extraviada de la esposa se posa en la jovencita y el marido herido. De la silla a la derecha del sitio aparece un cuchillo afilado.¿Para qué sirvió? Una braga ínfima descansa en la alfombra. Su dueña se va despertando del desmayo. Ágil recoge su prenda y escapa por una puerta que enfrenta el jardín. Desaparece.

 

 

 

 

TOTA Y VICTORIO

 

Eran una pareja muy exquisita. Él, un dedicado médico que investigaba el cáncer, enfermedad que había irrumpido en el hermoso rostro de su amada Tota, esposa que era la mujer más bella de la facultad. Intentó cuanto tratamiento le compartían sus colegas del país y del exterior. Logró sacarle el tumor y matar, esas crueles células malignas, que desfigurarían a su querida esposa.

 Ella, era brillante, estudiosa y frágil, pero con un enorme sentido de la voluntad, logró superar esa marca que desfiguraba su mejilla izquierda. El radio, le había dejado un volcán de piel oscura en la cara. En los años de la escuela secundaria, había sido la reina de los estudiantes, por su rara belleza y gracejo. Sus amigos disimulaban la expresión de pena que les daba ver el rostro.

Supo que por los tratamientos jamás podría engendrar un niño y Victorio, jamás le hizo ningún reproche. Pero su soledad los llevó a tomar una decisión, tomar unas cátedras en una provincia a mil kilómetros de la capital. La universidad en dicho lugar era muy prestigiosa y no significaba bajar de nivel académico. Sólo, que estaban muy solos.

Se instalaron en una bella casa en un barrio de casas de buen gusto y buena fama. Sus vecinos eran discretos y amables. El hecho de tener su rostro tan marcado, hacía que los niños y algunas personas incultas la miraran demasiado. Comenzó a usar un sombrero con un velo que le tapaba parte de la cara. Cada vestido que le mandaba madame Turnó, traía el famoso velo. La mucama preparaba la ropa cada mañana para que su señora saliera en el coche a pasear por los amplios parques y paseos de la ciudad.

En la facultad, Victorio, conoció a varios colegas. Eran callados y algo sensibles. Lo consideraban un ser de otro planeta. Sabían que él, había estudiado muchísimo y les extrañaba que en lugar de quedarse en la gran capital, enseñando a los alumnos más adelantados, hubiera aceptado vivir en la provincia.

Pronto supieron la verdad y algunos, se retrotrajeron sin explicaciones excepto un par de colegas, interesados en hacerse amigo y ayudarlo.

Acá comienza otra etapa. La que viví yo, hija de uno de esos médicos. Una noche fueron invitados a mi hogar. Mamá se dedicó a preparar unos manjares que sabía iban a gustarles. Papá eligió vinos y un buen champagne francés. Nos vistieron como muñecas de vidriera. ¡Venía el gran profesor Victorio Traquei y su esposa¡ yo tenía once años y esperaba los chicos para invitarlos a jugar. No había hijos. Pero fue una noche inolvidable. Ni nos dimos cuenta que Tota tenía una enorme marca en la cara, era tan amorosa, graciosa y él, tan chistoso que nos moríamos de risa.

A partir de esa noche, ciertos domingos y feriados en su casa o en la nuestra había un almuerzo o cena y luego jugábamos a mil competencias de memoria y palabras, cartas y fichas… fue tan hermoso ese tiempo, que ha quedado en mi memoria grabado.

Un día vinieron a cenar y les contaron a papá que a él, lo necesitaban en la universidad en Boston. Y se fueron. Por un tiempo escribieron cartas que se fueron espaciando hasta que nunca más supimos de ellos. Seguro que la vida los llevó por caminos más interesantes que una familia de provincia.

ROSAMUNDA


 

"DE ROSTRO REGORDETE, CON SU CABELLERA CASTAÑA, QUE CAÍA EN CASCADA HASTA LA CINTURA, MIENTRAS JUGUETEABA CON EL PIANO" A.A.

 

Finita tanteaba con sus manos artríticas el mesón, buscando los anteojos que le trajera Guillermo. Se le había olvidado donde los puso y solo veía bultos, luces y sombras. Una pálida lamparita iluminaba tímidamente el ambiente. Extremando el cuidado se fue acercando al lugar donde guardaba la llave del secreter. Arrastraba en colgajos informes la piel, la ropa enorme, los pies deformes cubiertos por unas antiguas zapatillas de seda; tratando de no pisar los lentes que pudieron estar caídos. Tanteando llegó hasta el ropero de inmensa luna, opaca ahora por las cataratas que velaban sus ojos más grises aun.

Encontró la caja taraceada en nácar que le regaló su Tata cuando vino de la India. Era su gran héroe. Abrió la pequeña cerradura y al levantar la tapa un sonido mágico la transportó a su juventud, cuando la vida era fresca y chispeante. Rosamunda, sonaba como un latigazo de gasas, los recuerdos fueron multicolores. El perfume del polvo "COTY" que usaba su madre le penetró en los pulmones como la brisa asustada del tiempo. Su alma, se impregnó de nostalgia. Como marejadas de besos y caricias vinieron a Finita los mejores viejos recuerdos. La tía Arcelia con su arpa, esa que dormía entre telas de araña y polvo en el desván, ahora ocupaba un importante lugar en la zona de su memoria. Mazurcas y valses sonaban en su memoria.

El Doctor Benjamín Burgos, que con su cálido violín, la acompañaba en los valses y canciones, fue cambiando con el tiempo en tangos y milongas. ¡Eso cuando su madre y su padre dejando este terruño, para ingresar en espacios ignotos, antes imposible!

Luego, ya regresando al triste "Ahora" hurgó en el interior de la caja y contó cuánto le quedaba de sus monedas, las preciadas piezas de oro de su dote. ¡Quedaban sólo siete! Sintió pánico. La miseria que ya la había visitado intermitentemente en su vida, ahora se había incrustado en su corazón.

Se alejó tanteando las paredes y muebles y llegó al viejo sillón. Se tiró como saco vacío, crujieron sus huesos. El gato, Ringo, saltó a sus piernas doloridas. Ronroneaba. Era su único amor, su compañía. Se fue quedando dormida y soñó con la lejana juventud perdida. La despertó el sonido de un golpe en la puerta del caserón y se asustó. ¿Quién puede venir a buscarme? Sintió el carrillón del reloj que daban las doce, se incorporó y se asomó al ventanal, una joven rubia de cabellos castaños que caían en cascada hasta la cintura le sonreía. ¡Hola abuela Fini! Ábreme la puerta, vengo a verte, llegué hoy de Valencia.

¿Acaso tengo una nieta o una hija tan joven? Su mente trepó por los espacios vacíos buscando una figura, un nombre, una señal divina. Recordó a una nena de cinco o seis años con la que solía jugar a veces en vida de sus padres. Con desconfianza se acercó a la puerta. Entreabrió la hoja de madera y miró a la muchacha. Abuela Fini, te traigo una carta mamá. La dejó entrar con temor y la muchacha, abrió los cortinados. Una luz inusual ingresó en la habitación polvorienta. La besó en las mejillas flacas. Le acarició el níveo cabello, otrora castaño como el de ella. Le alcanzó los lentes y le entregó el sobre que tenía perfume a lavanda, el que le trajo a la memoria a su hija que se fue detrás de un próspero abogado español.

 

                                               Valencia, 25 de marzo de 2022.

"Mami, querida viejita, te mando a Delfina, mi hija para que te acompañe mientras dura su beca en la Academia de Arte, ganó el primer puesto de licenciatura en piano. Es muy buena y noble, como tú. Perdón por haberte dejado tanto tiempo sin noticias..., pero mi marido, resultó ser un hombre prepotente y grosero, me tuve que divorciar siendo apenas una madre joven y sola en un país extraño. Fueron buenos y por eso la pude educar y salir adelante. Mi ex marido murió hace cuatro meses y me ha dejado un verdadero enjambre de problemas a resolver. En cuanto termine de arreglar estas cosas, viajo, para nunca más dejarte sola. Te mando un enorme beso, tu hija Analía."

Fini, comenzó a llorar quedo. No podía creer que la vida le regalaba a esa altura de su existencia ese tesoro. Delfina se sentó en la butaca, abrió el piano y comenzó a ejecutar una melodía inolvidable: Rosamunda.

 

EL RESPLANDOR

  

 Mateo se despertó con el rudo sonido de los truenos. Caminó descalzo por la tierra húmeda de su rancho. El perro que gruñía con desagrado estaba enfrentado a la endeble puerta de madera. La tormenta dejaba todo en breve tiniebla. Una cascada de luces intermitentes iluminaban las hendijas de las paredes de barro y cañas.

¿Pará, Zoilo, no ves que es tan sólo una tormenta! Que no pasará nada en este lugar que no pasara antes... aunque en el verano de tu llegada hubo una inundación del arroyo Los Hornillos, que rompió todo. Si comienza a soplar el viento desde el sur, ¡ahí, sonamos! Prendió un candil e iluminó las paredes y el techo. Todo estaba flojo y muy gastado.

Buscó leña seca del rincón. Dos ratas salieron corriendo y se treparon por uno de los sostenes del techo. ¡Estamos fritos, viene la inundación! Zoilo, vamos a tener que subir al entretecho el catre y el fuego... ¿Cómo? ¡No sé, pero si me quedo sin fuego nos morimos de frío! Un tremendo estruendo sacudió el chamizo. El costado que daba al sur, comenzó a estremecerse. ¡Vamos Zoilo! Tomó un costal con sus papeles, algo de dinero, una muda de ropa, queso y galletas. Atravesó un machete a su espalda y se calzó con lo mejor que tenía. Un par de botines viejos y una manta. Salió como pudo del albergue que lo había abrazado varios años. Subió al caballo y partió alejándose del lugar. Zoilo trotaba atrás con deleite y mojado por el chubasco. ¡Había olvidado el yesquero y decidió regresar! Llegó justo cuando se desplomaba la pared que daba al arroyo. Como pudo se acercó y cargó con dos o tres herramientas y el famoso yesquero de su tata Aurelio. Cabalgó toda la noche, cuando asomaba el día, los truenos y la lluvia continuaban. ¿Adónde iba? Si se acercaba al pueblo, enfrentaría a su enemigo el Melchor Zapata... bravo con el cuchillo y de mala junta.

Se desvió por el terraplén del ferrocarril y siguió un trecho largo hasta la fonda "Ocho soles" del gringo Fortunato Giordano. ¡Buen hombre, que siempre le había dado una mano! Ingresó, dejando en el palenque al tordillo junto a Zoilo que ya, seco, se lamía las patas heridas por las piedras y las malezas. El agua trae mucha resaca de variada naturaleza. 

Apenas ingresó, le pidió una grapa al dueño del boliche. ¡Amigo, he perdido todo, o casi todo, porque el agua se llevó parte de mi rancho! Mi caballo y mi perro son mi único valor. Tengo algunas monedas para pagarte si esta noche me dejas quedarme a dormir bajo techo. El buen hombre se acercó, lo palmeó y le dijo... No necesito tu dinero. Tienes un catre en este lugar y señaló una habitación pequeña cerca de la puerta.

Mateo, le agradeció. No podía llorar era un hombre de "fierro".  Pero le dio una mano fuerte y sentida. Abrazo de hombres de campo acostumbrados al dolor y a las pérdidas. De pronto ingresó Melchor Zapata. La mirada furibunda que desparramó por el boliche parecía el rayo más grande que había destronado el cielo. Se enfrentaron las miradas. Ambos eran hombres de ley.

Fortunato se adelantó y dijo: ¡Acá se respeta a los parroquianos! Un brillo destelló en el aire. Era el machete del bravucón. Mateo manoteó su cuchillo, pero de repente un resplandor abrió un fulgor inexplicable en el lugar. Temblaba el recinto y cayó el matrero como bolsa de estiércol al piso. Un ruido gutural salió de la garganta del hombre. Corrió Fortunato y luego Mateo, el varón había sido atravesado por una luz fulminante que entró por la ventana vieja y sin vidrio.

El raro resplandor bailoteó un rato por el espacio y salió como un ave brillante por la puerta que se acababa de abrir, Zoilo empujaba para entrar para proteger a su dueño.

Esa noche, sólo se oía el ruido de la tormenta a lo lejos.

martes, 17 de junio de 2025

ANA FRANK

 

            RASGUÑÓ LAS PAREDES DEL ALTILLO

            SURGIERON SÓLO ESTRELLAS AMARILLAS.        

 

RASGUÑÓ LA PIEL DE MARGO Y DE SU MADRE

 

SURGIERON BLANCAS VIOLETAS PERFUMADAS.

 

RASGUÑÓ LA PIEL DE “PETER” EN UN ABRAZO TIERNO

SURGIERON MARIPOSAS DE COLORES QUE ESCAPARON

 

RASGUÑÓ LAS TABLAS DEL VEHÍCULO

SURGIERON GOTAS DE SANGRE Y LAMENTOS…

 

RASGUÑÓ LAS PAREDES DEL HORNO CREMATORIO

SURGIERON LÁMINAS DE PLATA EN EL AIRE DE BERGEN BERGE

 

REGRESÓ SU PADRE AL TIEMPO DE LOS CAMPOS

SURGIÓ UN CUADERNO CON TU NOMBRE… ANA.

TARÁNTULA

 


Su niñez fue tan dura que sólo sobrevivió porque en algún lugar del planeta había un ángel que la protegió. Su padre... lo había visto una o dos veces desde que recordaba. A su madre la vio ciento de veces ebria, llorando bajo la mano dura de algún fulano que se acercaba con unas monedas para manosearla. En su memoria, estaba la voz gangosa de esa mujer que la miraba con asco, como todos.

Era fea. Nació llena de pelos por todo el sufrido cuerpo. Brazos, piernas, manos, frente, cuerpo... ojos saltones y ojeras azuladas que hacían huecos en sus mejillas enjutas. ¡Vivió con hambre! Su madre le daba de vez en cuando algo de pan, a veces vino o ginebra. Así, apaciguaba el hambre. Su debilidad le deformó la espalda y las piernas. No sabía hablar más que algunas palabras sueltas. Cundo salía a buscar alcohol para su madre, se escabullía de la mirada curiosa de la gente.

Los mirones de la cuadra, le pusieron de nombre "Tarántula" y se reían. Ella se desplazaba encorvada y sí, parecía una enorme araña peluda. Una noche, que salió le propinaron una paliza unos muchachones que le hicieron saltar los diente de adelante de la boca. Sus pequeños colmillos, era lo que le quedaba y ellos, le dieron más la forma de una araña.

Esa noche, no recuerda por qué, alguien se apiadó de su cuerpo y de su alma. Una vecina, la tomó a su cargo, la levantó y la llevó a la salita del hospital. Allí esas almas amorosas, la bañaron, la acicalaron y le vendaron las heridas. Guadalupe, la vecina, se quedó junto al lecho hasta que le dieron el alta médico. ¡Esta niña debe ir a acción social, dijo una doctora joven! Y Guadalupe, se hizo cargo como familiar y la llevó consigo a su vivienda.

Cuando llegaron al barrio vieron un camión de bomberos que apagaban el fuego en la casa de la nena. ¿Cómo te llamas? No sé, nunca me dicen mi nombre. Bueno... te llamaré Azucena. Y la pequeña, se quedó dormida acurrucada en un lecho que armó la buena mujer en su habitación. Era humilde pero podría cuidarla hasta que encontrara a la familia. Salió a la calle y se dirigió a los bomberos: - ¿Alguien me puede decir si vive la mujer?- La miraron asombrados, y el que se veía jefe, se acercó y le dijo:- No, encontramos un cadáver totalmente quemado en un costado de la puerta, la occisa, había tratado de salir, pero algo se lo impidió. ¿Usted quién es?  - ¡Sólo una vecina! La señora era alcohólica. Tal vez sin querer prendió fuego y bueno... perdió el control.- Y se quedó callada, no fuera que le quitaran a la niña.

Al día siguiente el olor del café con leche, despertó a la pequeña. Desde ese día, Guadalupe se hizo cargo de ella. La cuidó y le dio mucho cariño. A pesar de eso, en la zona, le decían "La Tarántula". Ella al final sonreía, mostrando sus pequeños colmillos que asustaban a los niños.

Fue creciendo y con ayuda de médicos especialistas mejoró su aspecto. Con una buena alimentación e higiene, sus vellos se fueron clareando y ya no tenía esa mirada asustadiza de antes. Guadalupe, llena de piedad, le enseñó algunas palabras, y la llevó de la mano a la escuela. ¡No tengo los documentos, es huérfana. ¿Se acuerdan de la casa que se incendió en la Villa? Bueno ella sobrevivió al fuego. ¿Podrán ponerla en un grado, creo que debe tener...? Los ojos expertos de la directora le dijo... debe tener siete u ocho años. Entonces a primer grado, desde el principio irá aprendiendo y se le dará todo el material humano y físico que precise.

Allí comenzó su aventura. Los rastros de la infancia hacían mella. Le costaba el doble usar los asientos duros del aula, escribir sobre el papel blanco y sin líneas. Pero todas las docentes le ayudaban, al conocer su historia. ¡Un día llegó un chico de la Villa y le gritó Tarántula, qué te han hecho que estás aquí y no envuelta en tu tela de araña! Y se escuchó la carcajada de los chicos. Una compañerita se acercó y le dio la mano. ¡No le hagas caso, son muy tontos! Pero, un dolor agudo le ingresó en el pecho.

No podía escapar de la burla de los insensatos. Mal educados por la calle y las malas compañías, solo atinaban a molestarla. ¡Tarántula! ¡Tarántula! Mordenos. Picanos, araña peluda... Volvió a su casa, salió al jardín lejos de las habitaciones, se envolvió en una cortina de encaje y se prendió fuego...

¡MATA A TU PATRÓN, ADELAIDA!

 

 

            El país era un caos, los automóviles pasaban como balas por las calles y se oían balas en la noche. Es una asonada. No, es una revolución. No lo crean es una reivindicación social. Es la nueva política que viene.

            Y hasta el hartazgo en los medios radiales se oían a politólogos hablar. Los diarios ardían. El mundo estaba patas para arriba, señor. Yo había entrado a trabajar en esa casa como ayudante de un pediatra muy amable. Su mujer era una excelente ama de casa y tenía muchos niños; cinco para ser exacta.

            Nunca me faltaron al respeto, me hicieron sentir despreciada o me obligaron a hacer tareas superiores a mis posibilidades. Fíjese, señor, que me daban a elegir la presa de pollo o el mejor bife de la fuente. Me hacían servir primero a mí y luego doña Raquel, le servía a mi patrón y a los chicos. Al final ella se quedaba con lo que quedaba, generalmente lo más pequeño o lo que sobraba. ¡Nunca la oí renegar del trabajo que le daba coser la ropa de toda la familia! Muchas mañanas yo me levantaba y saliendo de mi habitación veía que ella no se había acostado terminando una camisa o una prenda para los niños.

            Mire señor, me pagaban antes que terminara el mes y siempre me daban algo más como una especie de propina o premio por alguna tarea especial que hubiera hecho: limpiar los bronces, cambiar cortinas y almidonarlas, hasta si servía un café sin que me lo pidieran como idea mía para que se sentara un rato el doctor a charlar con la esposa.

            La casa era grande, pero no demasiado. Era una casa como para varias personas, pero no brillaba el lujo o algún despropósito. Muchas veces él, el patrón atendía a un niño y no cobraba si veía que era gente de trabajo y pobre. ¡Hasta les daba los remedios, esas muestras gratis que le dan los laboratorios!

            Yo, lo digo sin vergüenza, me enamoré de esa familia. Eran buenos, muy religiosos y vivían como cualquier obrero, sólo que tenían escuela. ¡Si yo hubiera podido ir a estudiar no me hubiera sucedido todo aquello!

            Una noche sonó el timbre y fui a abrir la puerta, pensando en un niño enfermo que llegaba sin aviso. ¡No, era mi ex marido! Él, es un alto personaje en los sindicatos de madereros. Manda como “patrón de estancia”, así decía él, que se jactaba de ser mejor que los estancieros. Nunca conocí a uno. Vino y me sacó casi a la rastra. Entre después de darle un buen empujón y le avisé a uno de los chicos, el mayor, el Pipi, que salía un momento con un pariente. Que le avisara a su mamá. Salí y en la esquina había una chata con dos tipos armados hasta los dientes. Me metieron de “prepo” en la chata y salieron echando chispas. Llegamos al parque y allí me dieron un ultimátum…”Tenés que matar a tus patrones y a los pendejos”

            Se imaginan como temblaba. Yo sabía que son de los de la pesada del sindicato. No me la iban a perdonar. Temblaba como una lámina de metal, me castañeteaban los dientes y las rodillas bailaban una contra la otra. ¡Qué julepe! En una bolsa entré el arma con seis balas en la misma y otra caja más. Porque eran siete, sí, siete con el Pipi y la Clarita. Sole tenía tres años y Luchi cinco. El bebé no caminaba todavía pero ni se lo sentía de tan bueno.

            Esa noche no pude dormir, fui como seis veces al baño, tenía vómitos y colitis. ¡No es para menos! Yo, Adelaida Gauna tenía que matar a esa gente hermosa por orden de un atado de locos gremialistas. En la mañana la señora me preguntó ¿Cómo le fue anoche con su pariente? Y le tuve que mentir. Vino a avisarme que me tengo que ir señora. Mi abuela en San Juan está moribunda y no hay quien la cuide y pensaron que yo soy la mejor nieta para cuidarla, así que esta tarde cuando termine las tareas me voy.

            ¡Qué pena Adelaida! La queremos tanto, pero está bien usted se merece cuidar a su familia.

            Me temblaba el cuerpo. Hice todo lo que pude para no mostrar mi miedo y mi vergüenza. Me pagaron con un premio por mi trabajo y salí corriendo. Me subí en la Terminal De Micros el primer coche rumbo a Buenos Aires, ya que allá es tan grande que no me iba a encontrar. Por lo menos en un largo tiempo, plata tenía, ahorraba algo de mi sueldo todos los meses y más lo que me habían dado al salir.

            Viví escondida en un pueblito del sur de Buenos Aires cinco años. Trabajé de vendedora ambulante, vendí helados, cociné en una fonda, hasta cargué bolsas en una feria de verduras. Un día hubo una revolución y sacaron a los palos a muchos, especialmente a algunos políticos mafiosos. Yo escuchaba las radios de noche en la pensión. ¡Ah, me mudé cuatro veces a distintos pueblos y nunca di mi nombre ni mi documento! Les decía que me lo habían quitado en un trabajo unos patrones malos.

            Supe porque me atreví a llamar a una comadre, que mi ex marido estaba preso; había matado a unos mayoristas de madera. Y volví. Dejé pasar quince años… y fui a buscar al doctor y a su familia. ¡Los encontré! Estaban muy felices de verme. Cuando les conté mi historia, me abrazaron y me pidieron que almorzara con ellos.

            El Pipi, me contó de usted, que es su profe del secundario y que escribe historias verdaderas, por eso me atreví a relatarle mi verdadera vida. ¡Pensar que me querían obligar a matar a toda la familia de mis patrones, por no estar metidos en los chanchullos del gobierno! Adelaida Gauna, nunca hubiera hecho algo tan horroroso.

MARÍA, LA ESPOSA

 


            Reinaldo es un chico tan lindo que se paran en la calle frente a la carriola, para mirarlo. ¡Dicen: Parece un Jesús pequeñito! Y la madre se persigna por miedo al famoso pensamiento mágico del que hablan sus abuelas. ¡Lo van a “Ojear”! Cosa de comadres y vecinas sin trámites para hacer, excepto chismorrear.

            Rubio, de ojos celeste y piel muy blanca, como su mamá y su papá, sólo sonríe con dulzura y es tan, tan bueno que es un angelito que crece. ¡Y creció!

            En la escuela era el candidato perfecto para los actos escolares. Su memoria prodigiosa, le permitía recitar, hablar de lo que sus maestras le escribían y aun más, él mismo inventaba discursos preciosos a vistas y oídas de sus docentes. Cuando terminó la escuela primaria salió con el mejor promedio y medallas, fue abanderado y mejor compañero, porque realmente era generoso con todos los chicos.

            Su padre, un hombre sin cultura ni estudios, lo hizo dejar en primer año del colegio secundario y lo mandó a trabajar en una panadería. Allí, lo vieron tan inteligente y serio, que el dueño le enseñó a manejar sus vehículos y repartía todas las mañanas por la ciudad las mejores medialunas y panes de la ciudad. Pronto con su buena educación, logró la confianza de algunos hoteles de lujo y fue contratado para llevar a algunos “turistas” especiales por la ciudad en una “Buataré” de un patrón nuevo que se lo robó al panadero.

            Su padre lo obligaba a entregarle todo lo que ganaba y las jugosas propinas que recibía por su destacada atención a extranjeros. Nunca le dio un dinero para su bolsillo. ¡Eso lo transformó en un muchacho callado, tímido y triste!

            Le encantaba la música. Su madre en escondidas del padre, con sus ahorros domésticos compró una radio y aseguró haberla ganado en la “tómbola de la escuela”, para evitar la ira del su esposo.

            Éste era chofer profesional. Con el trabajo propio y del hijo, compró un automóvil hermoso. Era un Ford negro brillante, con asientos de cuero rojo, radio y todos los chiches de esa época: 1952.            

            Todos los viernes, sábados y domingos, participaba de transporte de novios a las bodas, cumpleaños de todo tipo: quince años, bodas de oro, de plata y mil actividades religiosas de todos los credos. De lunes a jueves el auto dormía en una cochera donde dormía debajo de unas mantas luego de ser lustrado y perfumado.

            Al poco tiempo compró otro de marca diferente; amplio y de color blanco, más delicado y lo usó para llevar turistas de hoteles famosos a personajes “importantes”. Paro ya tuvo que poner a su hijo en uno de los vehículos, porque casi todo el tiempo se superponían los acontecimientos sociales.

            Reinaldo era eficiente y carismático. Su silencio y escucha hacía que los clientes lo prefirieran a él, sobre la charlatanería y mal carácter del padre. Eso molestaba a su progenitor, pero como le entregaba todas las ganancias se callaban y no hacía sino ahorrar para tener mucho dinero en el banco.

            Reinaldo, se levantaba temprano, solía hacerle algún trabajo a su amigo el panadero, por lo que éste le daba un pequeño sueldo que él, juntaba sin decir nada. Así, un día se compró una motoneta Siambreta. Cuando el padre la vio le pegó con la fusta de un caballo de carrera que ya había probado su esposa en varias oportunidades y alguna vez su única hija. ¡Pero permitió que la conservara, siempre que sirviera para trabajar!

            Avaro y rústico, un día le dijo a su esposa: “Prepare una buena cantidad de ravioles caseros con un tuco de mejillones” ¿Para cuándo, preguntó Susana? ¡Para este domingo, que va a venir una familia amiga mía!

            Ese día la mujer y la hija trabajaron mucho. Lustraron los cubiertos de alpaca, heredados de la madre de Susana, la vajilla más fina inglesa, regalo de boda de los tíos de ella, las copas de cristal regalo de un amigo de los padres de Susi, y el mantel finamente bordado por Clarita, la hija que en las monjas donde había estudiado la escuela primaria, le habían enseñado a hacer delicias con hilos y telas. (Nunca le permitió seguir en secundaria y la puso con trece años a trabajar en la farmacia de la esquina)

            A las doce en punto llegaron. Don José Rosales, Josefina López de Rosales y su hija María. ¡Entraron pisando fuerte! Eran rústicos, vulgares y poco sociables. ¡Pero, como dijo Lucio, el dueño de casa… eran los futuros suegros! Sí, era para hacer una transacción social y comercial con los hijos. Reinaldo debía casarse con María, la hija de esos españoles, que tenían una hermosa casa y una muy jugosa cuenta en el mismo banco de Lucio, donde se conocieron.

            La chica menos agraciada del mundo se plantó frente a Reinaldo y le sonrió como un espantapájaros de paja. ¡Éste que había transportados muchachas hermosas, alegres y finas, sintió que su corazón se estrellaba contra un muro! Allí, se murió su espíritu alegre y juvenil

            Nunca jamás podría opinar sin ser golpeado ferozmente por su padre. ¡Era otra época! Finalmente organizaron la boda. La joven mujer se presentó en la iglesia vestida de blanco, sin una pequeña muestra de maquillaje, ni con un peinado especial para un día tan especial; y él, con un traje usado de su padre, de color oscuro, camisa impecable blanca y corbata, parecía un muñeco de fiesta.

            Reinaldo, era alto, rubio, de ojos de un celeste profundo, su bigote fino y su cabello bien peinado lo hacía distinguir entre los clientes que usaban los autos de su padre. En general, gente de mucho dinero y prestigio. ¡Por su educación y buenos modales, era muy apreciado y siempre llamado por jueces, altos gerentes de empresas y sus familias!

            De tarde con su motoneta llevaba correspondencia a empresas. Un día encontró un portafolio con cincuenta mil dólares, cuando llegó a casa de su padre, le interrogó cómo hacer para reintegrar al dueño ese dinero. El padre, avaro pero recto le dijo: ¡Pon un aviso en el diario avisando que tienes el portafolio y da el teléfono del bar del club, para que se comuniquen contigo! Pide una seña sobre los papeles que hay dentro del portafolio, así no te engañarán los carroñeros. El muchacho hizo lo que le aconsejó su padre.

            Pasados tres días apareció el verdadero propietario del dinero. Se encontraron en el club y el hombre cumplió con las consignas. Le regaló cien dólares y se fue. El dueño del bar del club relató a un amigo el hecho y al día siguiente supo que vendría un reportero del diario para hablar con él. La fama se hizo presente por un tiempo. Él, fue un héroe por varios meses. Mientras tanto su vida conyugal era un desastre. La muchacha, que cada día se vestía con ropa muy usada y no se arreglaba, le rogó no salir del lado de su madre y padre. Vivían en una casa con dos cocinas, dos baños, pero las alcobas pegadas cabecera de la cama de padres y de la pareja, por lo que siempre había un pretexto para no tener vida común con María. Reinaldo supo que no tendría un hijo el día que ella y sus padres le plantearon: ¡Mire, un niño significa mucho gasto, trabajo extra en la casa, y María tiene un problema de hormonas que ya sabe…no puede engendrar! La vida se desplomó de pronto. Lo habían engañado y nunca le comunicaron, antes de la boda, que ella era una mujer estéril. ¡Además evitaba el contacto con su marido de todas las formas inimaginables!

            Pasaron los años, los padres fueron dejando este mundo y partían al cementerio. Reinaldo era un enamorado de la lectura y de la música. Soñaba con tener una mujer que lo acompañara al teatro o al club, cosa que nunca logró. Una mañana cuando Reinaldo cumplió cincuenta y seis años, le dio un A.C.V. vivió unos meses y dejó este mundo. Lo lloraron sus clientes, sus conocidos de club y nosotros sus parientes que lo apreciábamos mucho. María no lloró ni en la despedida en el Campo Santo.

            Al año, fuimos con Juan Carlos y Florencia, mis hermanos a saludarla. ¡OH, sorpresa…vestida con la ropa de su “padre”, el cabello cortado como un soldado prusiano, y borceguíes! Era un hombre de la época de la segunda guerra mundial. Nos atendió con una sonrisa irónica y nos invitó a conocer su oficina. Allí descubrimos que era amante de la tecnología y de las más “interesantes” novedades sobre climatología del mundo. Tenía aparatos muy modernos para detectar todo tipo de factores ambientales de la atmósfera y sus tormentas. ¡Aun nos preguntamos si en realidad era un hombre en el cuerpo de una mujer! ¡O una mujer ocultándose en la figura de un hombre! ¡Eso sí, vivía encerrada como un monje dentro del caserón que escondía una historia de novela! Su verdadero yo.

           

           

 

 

UNOS PANES SOBRE LA MESA


FULBIO

Si caminaba un trecho más, encontraría la cornisa de piedras que rodeaba el límite del redil. Sus pies doloridos y mal equipados arrastraban con pena su menester como labriego. La casa grande parecía dormir a esa hora. Los perros no se acercaron para torearlo por pereza y decencia. No hacía frío, pero un vientecillo áspero tremolaba en la fértil parcela de trigo que comenzaba a dorarse en su madurez.

Seguido por su caballo, llegó al pesebre perfumado a pasto fresco. Lo dejó envuelto en una manta decolorada de lana rústica. Cerca de la puerta se lavó con agua fresca de la fuente que manaba descontrolada hacia la vega. Su brazo sostenía el rifle y del hombro colgaban dos liebres que cazara para la cena. Ingresó en la cocina. El perfume a romero y cebollas invadió su alegría. Hogar. Él, era un simple labriego asalariado pero sentía pertenecer.

Nació allí, en la casa, como un duende inevitable de los dueños; se paseó por las habitaciones siendo niño, pero llegando a la adolescencia ya fue ubicado en la zona de servicio. Amaba a esa gente. Eran su familia. El dueño, un astuto comerciante, postrado en una silla de ruedas por efecto de la guerra. La señora, una dama dulce y misteriosa que caminaba como un pajarillo sobre las alfombras, siempre lista para sus hijos que llegaban como gazapos a la mesa, hambrientos y ruidosos.

Nunca le pegaron, ni lo maltrataron. Tal vez, porque era muy parecido al mayor de los niños de la casa. Su madre, era la doncella de la señora. La cuidaba y parecían amigas.

Un día uno de los muchachos se burló de su madre y el señor, encolerizado le dio un azote con la fusta del caballo que montaba cuando recorría el campo. El chico lloró a mandíbula loca, sus gritos se escuchaban desde el gallinero donde Fulbio, se escondió. No quería ser la causa de los golpes. ¡Pero su mamá se metió en la cocina y lloró mucho! No entendía el motivo.

Al día siguiente tuvo que llevar la comida a la habitación del muchacho y este le gritó que lo odiaba. ¿Por qué sería? El chico le descargó su enojo contándole que su padre era el mismo que el de él. ¿Cómo? Sí, mi padre es tu padre, pero tú, eres hijo de la doncella y no de mamá. Salió corriendo. Se escondió en el establo. Lo vino a buscar la cocinera. Debía irse al monasterio por una orden del señor. Eso fue lo que hizo. Partió.

Al tiempo, lo fueron a buscar, tenía que trabajar en el campo. Ya los muchachos habían crecido y no había quien cuidara de la vega. Aró, sembró y cuidó a cada animal de la casa. Ya tenía como veinte años. No le permitieron ser cura, como le proponían en la abadía sus maestros. Manso, volvió y siguió siendo el labrador de la tierra.

Su madre, ya anciana, le explicó, que su futuro era mantener el bienestar de la familia. Eso la incluía a ella. Supo que cada año, sembraría, cosecharía para tener granos, porque tenía que transformar el trigo en pan para los habitantes de la casa. Su casa. Su familia y su vida.

 

ELLAS EN SU CASA

            La niebla lame sus sandalias viejas, heredadas y algo rotas. Ella era tan fuerte como una palmera en el desierto. Rústica y firme. Llena de fuerza y ternura como un nido azotado por el viento. Pero no ahora. Ahora, cuando tendrá que hacer malabarismos para poder alimentar a sus cuatro hijas.

            Antes, cuando Abu Yasir la sacó de su pueblo, allá en las montañas, un sin fin de premios creyó que le depararía la vida. Sabía guisar, asar bien en el horno el cordero y hacer pasta de garbanzos y queso de cabra. Su madre, le enseñó a tejer en un telar familiar. Supo hacer alfombras para vender y ayudar en las compras de su familia. Su hermosa casa de barro y caña, se transformó de pronto en un verdadero refugio, una oquedad segura a su soledad de mujer.

             Una mañana Abu Yasir salió al mercado con su moto y antes de asistir al templo, dejó un pedido de verduras y carne en el negocio de Turuk, que le proporcionara su vecino Omar para hacerse de unas monedas. Depositó la moto allí y siguió entre los transeúntes que se dirigían a la mezquita a orar. Ingresó luego de lavarse y dejar sus sandalias en el sector opuesto al que le correspondía. Ese que estaba destinado a los obreros, extrañamente parecía lleno de bolsas con calzado.

            Vio entrar al Imán y cuando todos comenzaron a rezar, un estallido fatal, arrebató la vida a decenas de hombres. Simplemente quedaron allí, como trozos de carne destripada y sanguinolenta. Había muchos heridos. Llegó un coche policial y nuevamente un estallido impidió que se socorriera a los ahí caídos. Esa noche, Sima esperó en vano. Su vecino golpeó la pequeña puerta y le dijo que la moto de Abu Yasir estaba en el negocio. Ella se cubría con respeto y el hombre de espaldas, le dijo: -Mujer Abu Yasir estaba en la mezquita, donde esta mañana pusieron bombas los “hombres de negro”. De su garganta sólo salió un quejido. ¡Su esposo muerto! Ella viuda en un mundo hostil y cruel, para las mujeres solas. Sus cuatro hijas serían como pájaros muertos.

            ¿Cómo llegar hasta su pueblo en la montaña? No tenía un hombre que la pudiera acompañar y sin un varón no podía moverse en la calle. Menos aun siendo viuda. En la oscuridad de media noche se acercó Turuk. Golpeó la puerta y esperó. Ella asustada se colocó la burka más enlutada y tras una pequeña ventana lo atendió. Señora Sima, le dejo el dinero que no pudo recoger su difunto marido; y la moto. Véndala y ayúdese con eso. Llame a su padre. Ella entre sollozos le dijo: ¡Está muerto, en mi familia que está muy lejos, en la montaña, no hay hombres! Mi madre es sola y vive con un tío muy anciano. Tienen solo un asno y no saben salir del lugar. Llévese la moto y le mandaré a uno de mis niños a recoger lo que pueda darme por su venta.

            Esa noche decidió vestir a su hija de diez años de varón para poder mandarla a la calle en su lugar. Sabía que su prima Suraya había sido varón unos años cuando su madre en la aldea quedó viuda. Se quedó despierta sobre su alfombra cuando ya amanecía. Lamiya, la despertó. Habían venido unos policías a buscarla. Se colocó la burka y se cubrió las manos y los pies antes de asomarse. Un recio preventor de la mezquita quiso ingresar a la modesta vivienda. Ella, no se lo permitió. ¡Aun no ha llegado mi hijo! El hombre sonrió. Sabía que no había un hombre en esa casa, pero supo que debía cumplir con la ley de Alá, el Misericordioso.

            Abu Yasir, su marido será llevado al campo cerca de la “madrasa” y así podrán ir luego a ver su tumba. Cerró ella, la ventanilla de la puerta y dando la espalda al preventor, asintió. Iremos en cuanto pueda salir con mi hijo. Una carcajada pedante y ríspida salió de la garganta del hombre. ¿Usted tiene un hijo? No, tengo una “Bashar posch” en mi hogar. ¡Ah, entonces esperaremos que se presente en la central de policía a firmar unos papeles! ¿Su hijo se llama?... Desde hoy Nihad Mohamed. Hasta ayer se llamaba Lamiya. ¡Ya verá usted lo inteligente que es mi hijo! Buenas noches.

            Desde el altavoz de la mezquita ya sonaba la voz del Imán para la oración del anochecer. El preventor subió al coche policial y huyó del lugar. ¡Puah, puras mujeres y dice que tendrá que transformar a una hija en varón! Desgracia que no tiene un pariente masculino en la ciudad.

            Se sentó en la alfombra a llorar y llamó a Lamiya. Hija desde hoy serás varón. Ven, te cortaré el cabello y te pondré una ropa que achicaré para ti. Era de tu padre. Pasaré la noche entre lágrimas y costura, pero mañana habrá un hombre en esta casa. Debes aprender a comportarte como tu prima Suraya. La niña salió sollozando y se durmió recordando lo fea que se veía su prima Suraya, cuando era hombre. ¡Yo seré un “Bashar posch” y tendré que jugar al fútbol con los varones de la escuela y se reirán de mí!

            La mañana las encontró transformadas en otros seres. Más tristes y llorosas; más pobres y más firmes en sus decisiones. Nihad Mohamed, era un niño de diez años, con sus sandalias raspadas con tijeras, su pelo al ras y con una vestimenta tan fea que le bailaba en el flaco cuerpo de pequeño asustado. Su madre cubierta con tres velos y la burka, caminó tres pasos detrás de su “hijo”. Todo el camino, la miraron extrañados, ya que sabían de su tragedia. El cuerpo de Abu Yasir, estaba aun sobre un trozo de cartón en un oscuro garaje policial junto a restos de seres inescrutables, pedazos humanos recogidos sin piedad entre los escombros. El niño, se tomó de una argolla para sujetarse y devolver la poca comida de la mañana. ¡Nunca olvidaría ese día! Firmó unos papeles que le presentaron con su nuevo nombre y la madre apoyó la yema del dedo entintado. Le ordenaron salir y regresar a su casa. Se ocuparían ellos de los trámites que faltaban. Como un remolino de pájaros negros los dolientes buscaban los despojos de los hombres. La mujer salió detrás del “Hijo” y caminó en silencio. Al llegar a la vivienda, el olor de cazuela de pollo sorprendió a ambos. Su vecina le había dejado una olla con comida. Comieron en silencio.

            Desde ese día, Nihad Mohamed tendría que vivir como el varón de la casa, hasta que creciera y su cuerpo se desarrollara como antes. Por lo que su madre les dijo: Desde hoy cada una de ustedes irá aprendiendo a ser un “hombre”. Y ella permanecería encerrada dentro de esa jaula inhumana en la que vivían.

 

VOCABULARIO:

Burka: velo de tela que cubre desde la cabeza a los pies en zonas de Afganistán y países aledaños. Puede ser de color añil.

Preventor: especie de policía religioso, que controla a la sociedad islámica.  

Bashar posch: se dice de la necesidad de transformar niñas en varones en la sociedad ultra islámica, para remplazar a un Varón. La mujer no puede salir a la calle, ni a comprar alimentos, sola, sin un acompañante masculino de la familia: padre, esposo, hijo, abuelo o tío.

Madrasa: escuela coránica, donde acuden las niñas para aprender a leer y recitar las zuras del Corán.

           

LA TRISTEZA DE UNA MUJER SOLITARIA QUE ESPERA...


            Cerró la cortina, dejó sobre la mesa una taza de té de limón que ya fría sólo le traía más tristeza. Había esperado horas a su querido primo Reinaldo. Él sí, podía traer buenas noticias del campo. Las nubes pasaban como pájaros muertos sobre los edificios y nada podía cambiar su ansiedad. Ese día había llamado desde Concordia sosteniendo que traía buenas noticias. ¿Dónde estaban? Ya era casi la media tarde y el sol se escondía entre los altos muros del complejo edilicio de la nueva ciudad.

            Encendió el televisor y se distrajo con un programa de preguntas y respuestas. Era muy simpático ver lo poco que sabían los participantes. Ella contestaba antes que los ingenuos que creían saber. De joven se pasó la vida leyendo libros y manuales. Su padre llegó a encargar algunos a la capital.

            Cuando llegaban las cajas con libros las compañeras del instituto donde estudiaba le hacían chanzas. ¡Así jamás te casarás! Y se reían a carcajadas. ¡Y fue así como ellas dictaminaron! No se casó. En realidad nunca logró que un muchacho la invitara a salir a bailar o al club a cenar o al cine. Pero todos la miraban con admiración porque era como una enciclopedia ambulante.

            ¡Malditos conocimientos! ¿De qué le servían ahora cuando hasta le llegó un telegrama con una felicitación por su jubilación? Estaba sola. Triste. Es verdad que varias de las mujeres que se habían casado, estaban divorciadas y solas como ella, odiando al mundo y a los hombres. La mayoría manteniendo como podían sus casas y si había hijos, a los pequeños. Otras arrastrando a sus parejas enfermas y suegras postradas. Ella sola y tranquila.

            Miró por el ventanal hacia el camino. Vio un auto nuevo que veloz venía desde la zona de Concordia. Suspiró. Fue a la cocina y calentó agua para hacer unos mates. Apagó el televisor. Se sentó a esperar y escuchó el chirrido de los neumáticos y luego el portero que temblaba con su ruido. ¡Adelante!

            Reinaldo no venía solo. Tras de sí, una rubia despampanante sonreía con ojos color arena y botox en los labios. La abrazó su primo y le mostró a su esposa, la cuarta o quinta de la lista infinita de mujeres que le hubo presentado en la vida. ¡Acá tienes tu cheque! Vendimos todo el trigo y parte de la avena a unos gringos. Como ves, estoy muy apurado. Le prometí a Yiyi, que la llevaría a la capital a un recital de Rock y las entradas son carísimas. Ella aleteó unas hermosas pestañas postizas y le dio un pringoso beso en la mejilla. Salió tras Reinaldo corriendo. El agua hervía en la hornalla.

            Apagó el fuego, cebó unos mates y se sentó a ver una película que pasaba por cuarta o quinta vez en la T.V. ¡Ella era una mujer solitaria y sin problemas!

EN LA TRASTIENDA

  

            El mercadillo estaba repleto de vendedores y transito de comerciantes que a viva voz intentaban atraer  compradores. Los vegetales brillantes y las aves colgaban como flores vivas de colores de los tenderetes. El perfume fuerte, mezcla de mil especies, merodeaba por entre las alfombras y vestidos de mujeres y niños.

            De un pequeño portal, salía una música fuerte que aturdía y rompía los oídos de los caminantes. Azedinne se cubrió el rostro y tras el velo buscó con desesperación a ese hermoso joven que le había ofertado un collar de turquesas en la feria del mes pasado.

            Su padre no le había permitido regresar y le dio varias monedas a su hermano Abdhul para que la acompañara a la Medina. Éste por dinero era capaz de ir hasta a la tienda de ropa del centro más caro de la ciudad. El minarete comenzó a llamar a la oración y todo quedó quieto. Los hombres de rodillas con la frente al piso, rezaban las azuras del Corán y las mujeres de bruces como verdaderas esclavas del Venerado. La mayoría sabía de memoria el libro sagrado, pero por ser mujeres no podían rezar a viva voz como los hombres.

            Un extranjero, las miraba asombrado. Azedinne le escuchó decir que parecían flores negras gigantes postradas en las piedras. Pronto todo se volvió a mover, los hombres caminaron a las tiendas, los ancianos a sentarse en los portales rezando con su rosario de cuentas infinitas y las mujeres como pájaros oscuros comprando con la ayuda de sus hermanos o hijos varones.

            Ella, caminó despacio observando con sus ojos que transparentaban dulzura. Ojos negros de azabache luminoso, se llenaron de tristeza cuando lo vio. Estaba en la  trastienda de un negocio tomado de la mano con una joven extranjera. Su corazón se desmembró. Salió corriendo y su velo voló por el aire. Un susurro de temor y el manotazo del hermano la pusieron en alerta rápido. El muchacho salió tras ella, la alcanzó y le pasó el velo. Mientras la miraba con una forma amorosa y bella. ¿Qué hacía esa extranjera en la tienda?

             Abdhul la sentó en una silla y le ayudó a componerse, para eso era un “hombre” de trece años. Mientras le prometía que averiguaría sobre el joven vendedor. ¡Claro que por un billete!

            Durante los días de la semana,  Abdhul, se entretuvo en la Medina haciendo preguntas sobre el joyero. ¿Es casado? ¿La tienda es de él? ¿Y la extranjera? Toda clase de interrogantes que los mayores comenzaron a preocuparse porque no era bueno que un muchacho averiguara tanto. Todos comentaban sobre su hermana, que había cometido el pecado de hacer volar su velo. Él, avergonzado daba mil explicaciones.

            Su madre comenzó a sospechar. Le quería sonsacar el tan interesante apuro que había adquirido de ir al mercadillo de la Medina. Pero él, serio, solo contestaba que andaba buscando un ajedrez especial. ¡Que Alá, lo perdone! Mentía descaradamente.

            Un amigo del padre apareció por la casa de los chicos. Venía como “casamentero” a preguntar por Azedinne. Y el padre, inocente le pidió una visita de los padres del muchacho.

            Arreglaron la boda. Y dicen que ha quedado en la historia del mercadillo el vuelo del velo de Azedinne al que le han agregado mil fantasías de amor.

DELFOR, EL ORGANISTA

 


                        El día es muy corto para ser egoísta, una vida no alcanza para destruir a una mujer.

 

            ¡María Luisa, baja ya de esa escalera y ponte a limpiar la ropa de tu hermano! ¡María Luisa, sal del baño y apúrate que tienes que cepillar los botines de tu hermano! Y los papeles del escritorio y los libros que dejaba mi hermano por cualquier lugar y yo, la mayor de todos me tenía que hacer cargo de arreglar los líos que él inventaba. ¡Por eso lo hice!

Una mañana me levanté con ganas de salir al parque... para qué le dije a mi madre. ¡Estás loca! Hoy tenemos que hacer humitas para toda la familia. Vienen los abuelos y las tías de San Silvestre y los primos de Los Moros. Vamos a sacar las cortinas para lavarlas. Y palmetear las alfombras. Muévete hija, que se pasan las horas. Y ahí se quedó otro de mis sueños.

Otra vez, eso hace como dos años, decidí salir a la parroquia del barrio de mis tías. ¡Se armó un trastorno horrible! Delfor tenía que dar un concierto de órgano en la de la ciudad. Yo le tuve que armar las partituras, la ropa y hasta arreglarle el cabello. Así me fui quedando con las ganas de hacer mil cosas. No pude, Delfor me necesitaba cada vez más. Tal vez eso me llevó a hacerlo.

Cuando cumplí los quince años, recuerdo como si fuera hoy, mamá me hizo cumplir una tarea que dejaba bien claro que no me haría ni un pastel, ni un regalo. ¡María Luisa, es normal cumplir años! Y tuve que llevar el traje de Delfor a la tintorería en el tranvía a muchas cuadras de casa. Esperé que lo limpiaran y volver. Llegué a casa, era de noche y además, me retó por llegar tarde a la cena. Ví llegar un automóvil que venía a buscar a mi hermano. Salió con el traje limpio y zapatos nuevos, y apenas me dijo adiós. Luego se volvió y me preguntó si quería ir con él. ¡Tenía que dar un concierto en una catedral en la ciudad! Ni se acordó que era mi cumpleaños.

A veces lloré. Otras, me sentaba en el umbral de la puerta, y veía a las chicas pasar cuando iban al cine o a la plaza. Era costumbre dar la "vuelta del perro", es decir las chicas venían hacia el lado de la vereda y los chicos del lado de la calle en orden contrario. Se miraban las caras y se decían cosas... ¡Nunca pude ir!

Mamá enfermó. Según papá, tenía tisis. ¿Creo que era tuberculosis? Y ¿a quién le tocó remplazarla en todo? Pues para eso, dijo papá, María Luisa es experta en cocina, lavado, planchado y hacer mandados. Y dejé de soñar. Dejé de vivir. Cambiaba las sábanas del lecho de mamá y le daba la comida en la boca, pasó a ser un niño o mi hija. Pero Delfor, seguía yendo a dar conciertos en ciudades y pueblos, en teatros e iglesias.

Una mañana cerró los ojos para siempre mi madre. Papá lloraba en mis brazos, Delfor, sollozaba como un bebé y yo tuve que hacer todos los trámites que se hacen en esas circunstancias. Ya tenía veinte años y era una mujer hecha y derecha, como decían los parientes y vecinos... ¡María Luisa es una mujer extraordinaria! Y entonces un día mi papá no quiso comer más. Se tomaba una botella de ginebra por día hasta que se le paró el corazón. Y ese día, ese mismo día, Delfor trajo a una joven hermosa. La presentó a todo el mundo como su enamorada.

Se llama Olga. Nos casamos en dos meses. Espero que la sepas respetar y querer. Así, me dijo a los pies del cuerpo de papá. Y me quedé paralizada. Esa noche soñé con una idea. Y así fue que unos meses después lo hice.

- Mire, inspector, no me tembló la mano cuando me pidió que le lavara la ropa a la Olga. Que cocinara humitas y pastel de champiñones para Olga, que le pusiera tinte dorado en el cabello a Olga. Olga para acá y Olga para allá. Agarré el cuchillo de la cocina y se lo clavé en medio del órgano que estaba ejecutando mi hermano en ese momento. Y queriendo o sin querer, le atravesé las manos sobre el teclado. Y a Olga, le saqué la sonrisa de un tajo en la boca cuando me gritó hija de puta... ahora puede llevarme donde quiera o deba, ya no podrá tocar más un concierto mi querido hermano Delfor.

 

martes, 10 de junio de 2025

EL REGALO DE ABRIL

 

            Llegó una tarde corriendo por el pasillo de la casa. Estaba eufórico, había hecho tres goles con sus zapatillas nuevas. Los otros chicos lo habían rodeado alabando su buen juego en la cancha de la plaza. Bueno, de lo que quedaba de la plaza. Comenzaba el frío y el sol ya no alentaba a salir en las tardes y los ruidos de las metrallas tampoco. La ciudad de Alepo estaba cerca y la guerra se avecinaba, por eso su abuelo le había comprado zapatillas nuevas por si tenían que huir. Esa noche sintieron las orugas de los tanques, los gritos y no pudieron encender luces ni siquiera para orar.

            Un pequeño atado de ropa y su libro de rezos era todo lo que se podía llevar. El abuelo le acariciaba la cabeza y le abrigaba el cuerpo que ya mostraba un poco desnutrido por falta de alimentos. ¡Así es la discordia que amenazaba su país! Su padre se había ido con los del ejército regular y no sabían nada de él. Su madre lloraba, pero se las ingeniaba para hacerles la vida agradable. El techo estaba roto y caían algunas cañas hacia el suelo, pero aun había ese hermoso perfume a hogar.

            Rachid abrazó sus pocas pertenencias y se acercó al anciano. Su madre alzó a Mussi, la pequeña de seis años y salieron despacio por la parte de atrás de la casa. Llevaban muy pocas cosas. Las pocas joyas de la boda de Maymuna las escondió entre sus ropas que ya no tenían ese color negro noche de antaño. El velo le ocultaba el rostro y sus bellos ojos no se veían. Pero una mirada enrojecida abrazaba los párpados. El abuelo iba adelante como indicando por donde debían pasar. El niño se acordó de su pelota y quiso regresar pero una mano fuerte se lo impidió. Era de su tía Alifa. Allí también estaban sus primos. ¡Qué mala suerte, eran estúpidos y siempre discutían por todo! Pero estaban pálidos y callados. Terror. Eso los mantenía callados y serios.

            Un estruendo y prácticamente desapareció la casa. El fuego como mordedura de serpiente había consumido las paredes de barro y caña. Estaba desatada la contienda en el pueblo.

            Caminaron entre escombros en silencio. Las manos apretadas por los mayores y el aire irrespirable. Les dolía la garganta por el polvo y el humo que envolvía todo.

            Al amanecer se escondieron en una granja abandonada. Habían caminado un siglo para los niños agotados. El miedo acorralaba. A lo lejos se veían columnas de humos. Al regresar la oscuridad, caminaron nuevamente hacia el oeste, tenían que llegar a Turquía. Aunque ya el anciano estaba muy débil y los niños llorisqueaban.

            Maymuna, les repartió unos trozos de pita con queso de cabra, un trago de agua que se iba acabando fue lo que los animó un poco. Vieron que otras familias también escapaban por el campo. Algunos trataban de llevar sus ovejas o cabras. Pero se hacía muy difícil. Ellos iban ligeros de trastos. Los dejaban atrás muy pronto.

            Fueron días largos y dolorosos. Dejaron al abuelo que siguiera con su fuerza debilitada. Acompasaron el paso a su paso lento. Una mañana avistaron una colina donde se veía la frontera, la libertad estaba cerca. Sin embargo en silencio observaron a los mayores que miraban con mucha desconfianza la muralla de piedra que separaba su tierra con Turquía. Allí seguro habían puesto trampas.

            Esperó el abuelo las sombras y se fue acercando lentamente entre las hierbas y los matorrales. Vio a unos hombres que colgaban de un poste, otros estaban en la tierra sembrados como semillas sangrientas. Se detuvo y esperó. Unas mujeres que se acercaron al paredón lograron trepar y desaparecieron. Con su bastón les hizo una seña. Avanzaron y llegaron junto a la pared de piedra. Primero emergió el anciano, ya estaba jugado, si le herían era su destino. Luego subió a los niños uno a uno y finalmente las dos mujeres. Unos soldados que no hablaban su idioma les recibieron los pequeños bultos. Y les hablaron serios sobre algo que no entendían. Maymuna entregó dos cadenas de oro por los niños y un brazalete por ella y el anciano. Su cuñada hizo algo parecido. Los soldados las subieron a un camión y despacharon hacia el valle donde estaban los refugiados. Allí fueron acogidos por unas mujeres que no llevaban chador y se cubrían el cabello con pañuelos. Sonó la hora de oración y todos se tendieron para rezar. ¡Alá, misericordioso los había llevado a un buen lugar!

            Esa fue la primera noche que durmieron bien. A la mañana, a Rachid le indicaron que tenía que seguir al maestro. Llevó su Corán y entró en una carpa acondicionada para los muchachos. Las niñas estaban separadas.

            Pasaron días y meses. En abril, una bella señora le regaló un lindo gatito. Le pidió que lo cuidara y así la ayudaba con su tarea diaria. Cuando llegó a la carpa su madre lo regañó. ¿Cómo harás con la comida? El niño no había pensado en eso. ¡Mamá este animalito será un buen musulmán y comerá lo que consiga! La persona que se atrevió a darte este animal, no pensó en nuestras necesidades. Rachid, suspiró y regresó a buscar a la dama. Era una médica que sabía que los niños necesitan tener una mascota cuando pierden tantas cosas lindas en la niñez. Le prometió que le daría una ración para el felino, y lo acarició con ternura. Era una bella doctora extranjera. Rachid, corrió feliz por el pasillo entre las carpas del refugio con su gato que ronroneaba con gusto entre sus delgados brazos infantiles.

UN MÚSICO LLAMADO VALERIO

 


 

                               SEÑOR MINISTRO TENDRÉ EL HONOR DE INTERPRETAR PARA USTED LA SINFONIOTA: EL AIRE ENTRE LOS ÁLAMOS.

 

 

            El artículo del periódico solicitaba un músico con experiencia en piano. No explicaba para qué tipo de tarea era el llamado. Daban una dirección en plena ciudad y en una calle poco concurrida. Zona de bancos y empresas navieras.

            Hacía dos semanas que el había terminado sus giras de conciertos por pueblos del interior. No que ría volver a esa vorágine de ir de hotel en hotel de teatros buenos a lugares húmedos y destartalados. ¡Odiaba ser profesor! Los padres mandaban a los hijos creyendo que iban a ser famosos y lo único que conseguía eran peleas, discusiones y malos ratos.

            Preparó un currículo y vistiendo su mejor atuendo se presentó en la dirección que daba el diario. Una fila variopinta de personas, esperaban ser recibidas. Hombres y mujeres. Pero no eran más de diez. Algunas las había cruzado en algún concierto y a otras ni sabía quienes eran. Se tapó la cara con el sombrero lo mismo que un gángster intenta pasar desapercibido. ¡Un poco de pudor le quedaba, después de todo había trabajado en algunos teatros importantes!

            Detrás s e acomodó una joven pelirroja que masticaba un chicle de globo que estallaba en sus oídos como bombitas pequeñas de plástico. No se volvió a mirarla. ¡Debe ser un desastre de poca educación! Se apoyó contra la pared y se puso a repasar una composición que tenía impresa desde hacía varios días y que no había abierto para estudiar. Ella, la joven, comenzó a cantar una balada picaresca y algunos se voltearon y rieron a coro.

            ¿Perdón usted no es el pianista Valerio Antucchi? Él, intentó esconderse. Pero ella insistió. ¡Sí, es usted! Seguro será contratado. El barco zarpará pasado mañana y estará dando la vuelta en un mes y medio. Yo vengo para servir las mesas de primera. Lo vi. en mi pueblo. Me gustó mucho su concierto, mi mamá allí, como nos ve, sabía tocar bien el piano, pero se casó con mi papá; entre nosotros, un desastre de hombre y... adiós piano y adiós vida, para ella y nosotros los siete hijos hicimos lo que pudimos.

            Se abrió una puerta de madera pesada y apareció un hombre de cuerpo atlético, muy tostado por el sol y de voz fuerte. Los que vienen por trabajo de cocina pasen al piso tres, los que vienen como camareros de habitación al piso dos y los músicos al quinto. Todo el grupo ingresó y al quinto solo le tocó a él. ¡Buena señal, tendría una buena posibilidad!

            En la oficina donde ingresó, en medio de una hermosa "pecera" de acrílico ostentosa se veía un crucero en maqueta muy detallada. ¡Esta será su casa! Y como él, era el único pianista que se había presentado quedó contratado. Viajaría por mar y océanos con su música.

            Le entregaron un contrato abierto al que podía renunciar si no quería seguir en la faena. Pero no era un mal presagio. Conocería lugares y gente maravillosa. Con un cheque por una jugosa cantidad de moneda extranjera, tuvo que ir a comprar un atuendo variado y exquisito. Y a las últimas horas del día siguiente subió en la rada por una planchada al enorme crucero. Lo acompañó un joven que le hablaba en inglés. Pronto supo que hasta el comandante del mismo, era extranjero. Pero una vez dentro, en un camarote digno de un jeque se instaló.

            Sintió el ingreso de la gente y el bullicio de las sirenas y altavoces de mando. Y comenzó el suave movimiento del enorme buque. Tenía tres pisos sobre el agua y varios bajo el agua. Además, una zona más elevada donde viajaban los que tenían el mando.

            Cuando le avisaron que debía bajar al tercer piso a cenar, lo hizo bien vestido. ¡Era el pianista del barco! Cenó austero. No podía interpretar su música atiborrado de comida. Y le indicaron el lugar donde estaba el piano de cola.

            Así, noche tras noche paseó por un sin fin de temas de música del mundo. Mientras la gente comía, bebía y charlaba. Indiferentes a su música. Hasta que una noche se acercó un personaje pintoresco. Un hombre de unos setenta años, calvo y con gafas muy gruesas. El bigote afrancesado en sus mejillas redondas. Le dio la mano... regordeta y suave con uñas muy cuidadas. ¡Señor, Valerio Antucchi,! ¿Qué desea que interprete para usted? ¡Soy el ministro de cultura de la isla Feroe, y le entregó una cartulina con su nombre y varios títulos! Me gustaría que interprete " LA SINFONIOTA: EL AIRE ENTRE LOS ÁLAMOS." Y allí descubrió que no conocía esa pieza musical.

            Él, sin desanimarse, le dijo: Mejor hagamos disfrutar a las damas con la "Abanera" de la ópera Carmen. ¿No le parece?