lunes, 9 de enero de 2017

PARA CHARLES BAUDELAIRE



Caen magnolias sobre las sábanas marchitas
Suave y desganada una mano yace como grulla perdida
El poeta bebe un vino desflorado entre espinas
muy rojo y perfumado, entintado y promiscuo.
Un seno marmóreo atisba el lecho descubierto
con susurro de aves emplumadas de pétalos albos
hay peces de colores merodeando en la estancia
en penumbra con murmullos y suspiros.
Huyen unos ángeles al inquieto espacio azul.
Otra noche perdida en el infierno.
Late un armonio en melodía de encanto
Y el agua de la cascada
esparce el nombre de Venus
que prometida a la luna se convirtió
en esa Venus incestuosa de enero.
La sábana se arremolina en el lecho despierto.
Rueda la copa sobre la piel sudorosa, afiebrada
mientras el poeta besa el vientre de la luna.
Seda blanca y encaje atrapa una pierna desnuda
sedienta de lisonjas, cascabeles de vidrio,
caricias sin palabras del poeta silencioso en la noche.
Comunica plañidera la aurora un tiempo de relojes

que armoniza en el lecho cuajado de magnolias. 

POEMA XXVI

Mas
espero que comprendas
ese día llegó la primavera. Llegó poblando el campo
un pequeño unicornio. Era nuestro pequeño ángel.
Floreció un campanario en mi bodega trasegada de flores
con la extrema belleza del cristal
sus rizos conjuraron la estrategia de sueños
volvimos a creer en la voz que decía
en un poema de Shakespeare       que somos
“engendrados con materia de sueños”

dormité conmovida a la espera de un breve milagro
que se sigue proyectando en nuestra vida
Tú ¿lo sabes?


EL VIOLINISTA

   
            Ingresó por el portal de cristal y no podía ver su rostro. El sol desde atrás le esbozaba un contorno enorme. Oscuro y manifiesto su cuerpo de anciano corpulento. Así conocí a Aaron Goldman. Se desparramó en la silla del café con un chirrido de madera y niebla. Su pipa humeaba y no se sacó el sombrero como es la costumbre en el “”Florencia”, antiguo y promiscuo bar del barrio.
            Por atrás se escuchaba el ataque feroz a las bolas de billar y el murmullo de los parroquianos que taladraban las mesillas con sus dedos añosos. Todos tomaban una bebida caliente. Vino áspero, dulce y con canela, costumbre de otros tiempos que no pierden. La ropa desteñida, pantalones gastados y sucios, sacos con brillo que gritaban épocas de gloria. Aaron con su enorme barba blanca y los bigotes amarillos por el tabaco rubio de la pipa siempre encendida, parecía el patriarca de la Biblia. Me impresionaron las manos. Luego supe que había sido un gran músico en su país y que al subir al “Tren de la Muerte” sólo llevaba su violín. Se lo quitaron, pero eso, igual le salvó la vida. Sí, tenía que ser un músico de primera para tocar en el “campo”.
            Me miró y sus ojos celestes taladraron mi cuerpo, yo una mujer ingenua de veinticuatro años, no tenía idea de su historia. Quedó sólo él, de una enorme familia. Cuando subió al tren,- me dijo cuando habló conmigo- , besó a su madre y a su hermana, sabiendo que iba para no regresar. Pero lo salvó la música. Era flaco, hambriento y estúpido, me dijo; lloraba de noche porque tenía miedo. Un día el “capo” me señaló de entre los de la "orquestita" y me llevó a la oficina. Temblaba. Me comunicó que mi mamá había muerto de tuberculosis y mi hermana de tifus. ¿Sabes qué me preguntó? Si mi hermana era música como yo. ¡Claro dije, era pianista y ya tocaba en la orquesta de mi ciudad…! Qué pena, yo no la pude salvar, ella no llevaba el piano entre sus pertenencias y se rió a carcajadas. ¡Y no pude llorar! Luego vomité. Ahora ya estoy viejo. No recuerdo la cara de ese hombre… y tampoco la de mi mamá ni la de mi hermana.

            ¿Don Aaron cuándo tocará para nosotros? Qué inocente. Cuando regresó del “campo” en un tren ruso y llegó a un refugio, le hicieron trabajar con piedras y escombros hasta que sus dedos se deformaron. Nunca más pudo ni quiso tocar el violín. Su bella música que lo salvó de la muerte era un recuerdo doloroso en la memoria de su alma. Sin embargo cambia su rostro y se dulcifica cuando escucha que el “Gringuito Remo” tocar una pieza en su violín ordinario y rústico. Y el bar se llena del fantasma de aquel tiempo de los Campos de Riga.

COSA DE MANDINGA.


                                   
Un trueno hirió el algarrobal. Nada estaba en sombra, pura luz, nomás. El caballo flaco se había espantado y corría desbocado por el terreno lleno de cascotes del puesto de los chilenos. Otro relámpago y un trueno que mostraba el enojo del Tata.
En el camino estaba tirado el cuerpo desinflado del “gringo”. Era un gusto verle las crinas rubias al viento. Comenzó a llover, que es un decir de aquel diluvio. El agua nos entraba por todos los agujeros. Mi ponchillo de lana era como cartón con tanta agua. Nadie sabe que pasó después, entraron a moverse los animales en el potrero del norte. Relincho va y rebuzno viene, el caserío quedó en un infierno de ruido. Las gringas del puesto parecían poseídas. Lloraban y de hinojos oraban al Tata Dios con miedo.
De pronto se abrió la puerta del rancho y penetró un chijete con la camisa del mozo llenita de sangre. Detrás llegó el caballo desmontado y con las riendas caídas. El pingo tenía los estribos rotos. Babeaba y mostraba serias sobaduras. Me quedé parado y ahí le até con la manea de cuero que llevo en la cintura.
El Ruperto entró después. Mirada de gato de monte, su cuchillo como colgado en el cinto. Mojadura en todo y barro. Lo que distraía era la mirada del hombre. Parecía un aparecido. Para mí tenía todavía el “gualicho” de la Chicha, la negra del puesto “El Pastal”. Es taimada y maestra en “mal de ojo”.
Acontece en el pueblo que la tal Chicha donde mete el ojo mete el “gualicho”. Trata con “Mandinga”, Ruperto fue el primero. Le entró una locura después que lo mordió un perro, el mismo que acarreaba el moro en el triquitraque, ese que vende chucherías por los caminos y como no es cristiano debe tener tratos también con el Lucifer, que mal le nombran. Al Ruperto se le cuajó la sonrisa desde entonces y ahora, anda como alma en pena.
Bueno, pucha que me fui lejos, es cierto que cuando llegó pegó un grito y mostró la sangre. Era del rubio, que no volvió por  la tormenta y el golpe. Golpe de cuchillo. El  muy desalmado, con la mirada perdida y mojado hasta el braguero irrumpió entre nosotros. Para mí que él había destripado al rubio.
Pero no, después de un relámpago vimos la figura del mismo infierno. El maldito, con sonrisa de desalmado y mostrando los dientes se paró junto a la rubia y le clavó aquel cuchillo. Todo por el amor de una de las hembras del lupanar. Muy requerida en ardores por todos los desdichados.
Muy rencoroso y perdido también es Edesio que  parece embrujado. Le juro doña, que hasta que no destripen a la Chicha no va terminar esto. Si viera como se fue el perro por el campo a los revolcones lleno de baba. Así quedó todo quieto. Me da ojeriza decirle que todos se han quedado muertos mirando el firmamento. Ruperto medio loco, las rubias por terror se han armado el bagayo y huyen para la ciudad. El Edesio estirado como el mismo tablado donde bailaba la rubia que quedó boquiabierta y sin sonrisa pintarrajeada de colorado como era su costumbre. ¿No me va a decir que acá no hubo brujería de la buena?, digo. El mismísimo demonio con la Chicha estuvo en este entripado de fiesta. Me voy para pueblo a buscar a los milicos. No vaya a haber un revoltijo y terminemos en la frontera, todos. Bueno, pucha que fiero el asunto. Me voy al poblado.


                                                           

RECUERDOS DE MÉXICO

EN TAXCO, UNA VISTA DEL ALTAR DE LA IGLESIA PRINCIPAL DEL PUEBLO. MUY ANTIGUA Y BELLA.


LA VIRGEN DE GUADALUPE EN LA IGLESIA ERIGIDA POR UN PUEBLO MUY DEVOTO.

EN LA PLAZA DE TAXCO UN CIUDAD QUE GUARDA TODO EL SABOR DE LA ÉPOCA COLONIAL.LAS FLORES Y LOS BALCONES TIENEN LA MAGIA DE UN MÉXICO POÉTICO.

XXXIX

En la larga esfera de la tarde
el estrépito de un sol incandescente
me dibujó una sonrisa
inaugurando sequías
continué en silencio
una tarde de invierno
junto a la acequia
pero necesaria mi alma
contempló mi rostro desangrado
en espera de sueños confiscados al exilio
comprendí que no era mi materia
debí soñar despierta
abandoné a esa amiga antigua, mi utopía       
en un desierto de extraños y
pensamientos añejos.
Tú, muy lejos gritabas mi nombre,
sin respuesta mi cuerpo y  la garganta.
Gritabas mi nombre en mil idiomas extraños
mi cuerpo era un arpegio de silencio.

Era un erial secreto con un fantasma de aguas cristalinas.

POEMA A GABRIELA MISTRAL

“Y el amor como el espino nos traspasó de fragancia”
                                               Dios lo quiere. Gabriela Mistral

Lucila con tus rodillas rotas y la mano desolada
Cuando una gruta profunda de besos llene tu alma
Se pintarán de gotas de azahares tus miradas
Y la tierra en sus entrañas murmurará una palabra
No te duermas mi Lucila que con misterios te apañas
Y transformada en Gabriela soñarás sueños de algas.

Las nubes esconderán tus penas y tus risas en el pecho
Resonaran en campanas con temblores de bronce
Que galoparán en el valle, allí donde te quedaste, amor
Que nadie lo extrañe. Tu nombre hermosa doncella
Quedó grabado en la arena y la espuma no lo borra
Quedará hasta que el mundo se acabe.