Desde pequeña estuvo como ausente. Era delgada, y frágil de salud, pero con una alegría indescriptible. ¡Era la alegría del hogar!.se dormía cantando y luego de leer un libro que conocía de memoria, ya que era el único que tenían en su hogar; se dormía como un pájaro al anochecer.
Sus siete hermanos la molestaban con su simple sonrisa permanente. ¡Es muy tonta, madre! ¡Es una niña medio perdida en la luna! Y mil chismes sobre su pequeña figura. Crecencia era la mano hábil que ayudaba a su madre en todo. Se afanaba en la batea lavando las camisas de su padre y hermanos. Aplastaba sobre la mesa de madera de laurel con fuerza la masa para las tartas y panes.
De pequeña aprendió a tejer y coser. Sus zurcidos eran invisibles. Sus bordados parecían pinturas. Pero llegó un día que comenzó una gripe traída de no se sabe dónde que apretó las gargantas y pulmones de niños y grandes. Uno a uno, fueron llevados de la casa en carros hasta el único hospital que había a varios kilómetros de la granja.
Primero se fue Abigail, luego Pastora, siguió su madre, después el padre. Quedaban Felipe y Bernardo, que la fueron dejando sola en la casa solitaria. Ya no cantaba ni reía. Sacó fuerzas de su debilidad. Empapó pañuelos y delantales, dejó de leer el libro... total, lo conocía de memoria.
Recordaba las tareas como se las enseñó su madre: en mayo encluecan las gallinas, ponlas bajo el fogón al tibio calor de las cenizas, en julio comienza a recortar los pequeños retoños de frutos para que no se caigan por poco espacio, merma el agua de los castaños... y ella como un soldado, cumplía con las tareas. Llegaba agotada a la cama, allí lloraba hasta quedar dormida.
Se hizo una mujer vigorosa, grande y solitaria. No sabía de bailes ni de paseos. Un día, Crecencia, recibió la visita de un forastero que le ofreció comprar la chacra con animales y plantas. Le ofreció un buen precio y ella ya cansada aceptó. Y se fue a una ciudad lejos de su zona. Compró un departamento en un segundo piso frente a una plaza del pueblo. Desde allí, veía pasar la gente que iba a su trabajo o las salas de cine. Un día se animó, compró un boleto y entró a ver un filme. Se quedó extasiada: ¡Lo que el viento se llevó!. Lloró toda la película y prometió nunca más volver... ya que había sufrido mucho para seguir viendo sufrir a otros. ¡Extrañaba su granja!
Mi nombre es Rosalba,
soy vecina de una señora mayor que veo poco. Ella cunado sale me mira y sonríe
como si fuera un niño. Está tan sola y tan gastada como las losas del parque
viejo. Camina con un bastón de ébano que tiene un pequeño pomo de plata gastada
como ella. Pero, siempre se detiene en los restaurantes y lee los menús que
invitan al convite .sus gafas relumbran con el sol o se opacan con la lluvia.
Sigue siempre de largo hasta próximo restaurante y lee. Sigue. Le y sigue de
largo. A veces regresa con un pequeño atado de acelgas o zanahorias y un trozo
de queso. Otras, trae un pastelillo barato de carne porcina o pollo. Cada día
más delgada y débil. Pero es tan amable. Pregunta por Porfirio mi gato
callejero. Le cuento alguna anécdota de los desastres que hace y sonríe con su
boca desdentada.
Hace varios días que
no la veo. No ha salido de su departamento. Me acerco y golpeo. Nadie contesta.
Bueno habrá salido a ver a su familia, me digo para reconfortarme. Pero pasa un
día y otro y llamo a un sereno que cuida la manzana. ¿No ha visto a Crecencia
la dama del segundo piso 8? ¡Y el hombre sube el hombro como diciendo y yo qué
sé! Llamemos a la policía. Acepto. Viene un patrullero. Golpean fuerte, y con
un gran puñetazo rompen la puerta.
¡Crecencia duerme en
su lecho desde hace muchos días! ¡Su sonrisa desdentada y sutil, nos dice que
ya está un paraíso entre nubes de ensueño rodeada de su enorme familia que hace
mucho la espera!
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