miércoles, 12 de noviembre de 2025

SOLILOQUIO DE UN PERRO

 

            El ruido me volvió loco. Salí tan pronto pude. Corrí con la fuerza que mis patas me lo permitieron hasta que de pronto me di cuenta que estaba en un lugar desconocido, lejos de mi hogar. ¿Pero a quién se le puede ocurrir hacer semejantes estallidos en medio de la noche? Es cierto que el cielo se pobló de luces d colores, pero con el miedo que tuve no miré mucho. ¡Qué miedo! Me acurruqué debajo de unos ligustros y allí me quedé dormido.

            Un ser humano joven me vio y me levantó, me acarició y como yo temblaba, me dijo…Napoleón debes ser mi guardián. ¡Pero cómo si yo me llamo Tom! Quiero ir con mi dueño. Él, es bueno conmigo. ¡Eh, llévenme con mis niños queridos!

            Nada. Yo ahora soy Napoleón y convivo con una verdadera jauría de perros que tienen diverso carácter, poca educación y algunos son hasta sucios. La más vieja es una hembra; se llama Aída. Es casi ciega y no tiene dientes, cosa complicada para uno de nosotros. ¿Cómo roe los huesos? Es cómico verla comer. Es la única que puede entrar a la casa. Nos vive gruñendo por todo, en especial a uno que se llama Chaplin y es tuerto. Ese pobre tiene la pata trasera rota y se arrastra.

            Anoche me llevé un gran susto. De pronto apareció una rubia, de pelo largo y vestida de minifalda roja con brillo y se acercó para hacerme cosquillas en la panza, yo salté… ¿quién era esa? ¡Eh, tonto, soy yo Brian! Era mi rescatador, vestido así, todo como mujer…detrás venían otros dos u otras dos, una pelirroja y una morocha,  vestidas con ropas raras, con los labios pintados de rojo y muchos colorinches. Eran Jonathan y Omar. ¿Adónde van estos así, pensé? Tendré que averiguar.

            Me acerqué prudente a Fidel, era bastante viejo pero no me gruñó. ¿Che, porqué el Brian y los amigos se visten así? ¡Ay, loco, nada, son trans! ¿Qué? Son Transexuales. ¿Y eso qué carajo es? Se sienten minas. ¿Cómo? Nada, loco, es tan antiguo como el viento. ¡Ah, yo no sabía! Yo vivía con una familia muy rara, pero nunca así. Ellos se juntaban a rezar entre muchos y leían libros, que decían sagrados. Eran buenos mis dueños. Estos también, a mi me rescataron de una tarada que me ataba y me pegaba. Por eso un día pasó don Micheel y me agarró, me desató y me trajo. Él, es raro, pero bien piola. Gracias por darme una lección, Fidel.

            Me fui por el pasillo del fondo y me quedé pensando en mi destino. De dueños serios y religiosos, a amos “trans”; ¡qué cambio!

            De día todo era casi normal, para mí, que creía en lo “normal”. De noche se armaban unos raros encuentros de música ruidosa de la que yo sólo espiaba. No me gusta el ruido. Me da miedo. Una noche llegó una perra, hermosa, algo herida. Le decían Madona. Era linda. La bañaron y la perfumaron. Se armó un revuelo entre los machos. Yo la defendí y se quedó junto a mí. Era inseparable, pero yo no tenía ganas de complicarme la vida con hembras, ni con machos; por lo que tomé la medida de cuidarla sin darle mucha importancia.

            Un día de mucho calor, don Micheel sacó un auto rarísimo. Atrás llevaba un cajón de los que usan para los muertos. Él, vestido con un pantalón de baño a lunares celestes y rosados, cada uña de las manos y pies pintadas de colores y el pelo color verde, con una chaqueta de piloto de color naranja, se metió en el cajón y acostado se hizo llevar por el chofer a un “recital en un teatro”. No me animé a seguirlos, me podía perder. ¡Pero qué loco! Fidel se me acercó y me contó: ¡Nuestro amo, es un músico famoso, lo adoran multitudes! Tiene ganados discos de oro y platino. ¡Es un genio musical, medio desquiciado, pero es muy generoso! Nada. Hace cosas raras, por eso lo dejó la madre del Brian. ¡A la hija, la metió al río cuando era chiquita para ponerle el nombre y casi la ahoga…lo llevaron preso! Me jodés. ¿La bautizó en un río? ¡Está más loco que yo! No, estaba volado con marihuana. ¿Qué es eso? ¡Che, Napoleón, sos tonto! No, nunca supe de esas cosas. Es una hierba. Déjalo así, mejor ni te cuento.

Cuando la ví a la chica la miré diferente. ¡Pobre! Bautizarla en medio de un río. Y nombrarla con un “Sirenita”, como si fuera un cuento infantil. Quisiera volver con mis dueños de antes. Pero no creo posible que los encuentre. Acá son raros pero me dan bien de comer y me siento cuidado.

Cuando don Micheel, llegó, se tiró por la ventana a la piscina. Yo pensé: este idiota se mató. ¡Salió nadando como un pez! ¡Qué extraños son los humanos! Gracias a la vida que nací perro.

Mañana, voy a intentar salir de casa para ver si me oriento y regreso a casa. ¡Pero me da pena Madona, está tan triste que no quiere comer si yo no estoy cerca! Es una chica buena, algo remilgada, siempre se esconde de los otros perros y es amiga de los gatos… ¡Increíble! Se deja bañar por una gata vieja que suele desayunar en la casa con Brian en la terraza. Mete sus patas en la taza con café y se lame sin pudor. Y el muy cochino de Brian, sigue bebiendo el café como si nada. ¡Un escándalo ver las costumbres de estos nuevos amos! Si me viera mi otra dueña, diría que están endemoniados. Son algo exagerados, son mugrientos, nada más.

Recién escuché una riña entre Fidel y Aída. Parece que alguien se robó la comida de la mesa de la sala donde están todos los instrumentos de música. Por las huellas era el Fidel. ¡Extraño que un buen perro robe comida siendo que acá sobra para todos! Me puse a espiar y descubrí que era una amiga de Sirenita, que trajo de la calle. Escuché la palabra “indigente” y me acordé que mi dueña anterior cocinaba para esos, los indigentes. ¿Conocería a mis amos? Tal vez me lleve a su casa. Me acerqué y descubrí que tenía en el bolsillo un reloj del amo. Le ladré fuerte. Me pateó. Se armó. Vino Aída, Fidel, Chaplín, Caruso, Tita, Tosca y Beethoven y ladraban como locos o gruñían a la piba. Brian se dio cuenta que pasaba algo y la agarró del pelo. Le sacó de un tirón la peluca. ¡Era un tipo! Me dio una patada y di como mil vueltas por el aire, lo mordieron todos los muchachos, hasta Aída sin dientes…!

Ahora soy el rey del grupo. Todos me tratan bien. El amo, se acercó y me puso sus flacos dedos en el lomo. Y se sentó al piano y me cantó una canción que hablaba de mí. ¡Qué suerte que tengo! Soy un perro muy suertudo. Madona me hace cariños y me lame la herida que me dejó la patada del ladrón. ¡Es divina Madona! Pero no se lo voy a decir. No quiero tener problemas con hembras.

¡Napoleón…, vení! Me está llamando el Brian, otra vez está vestido de “mina”, ¿qué quiere ahora? ¡Ay, me quiere poner un vestido de lentejuelas! Yo me voy. Soy un macho. Déjenme de cosas raras a mí.

 

 

A UN POETA

 


¿Dónde está esa carretilla que repartía la tierra?

Que se llenaba de flores y poemas.

Es obra solidaria quien ama su suelo añejo.

Una vez ya separada la poesía del hombre en un breviario de sueños,

desilusiones y penas, encuentra.

Usted me eligió compañera de sueños

yo lo acompañé con muy poca experiencia.

Caminamos juntos, codo a codo en las calles,

en la niebla de oficinas ignotas,

no hubo grandes alegrías, recontamos las tristezas.

Usted con su amor a la tierra.

yo con lo mío; soñando como niña en primavera.

Mis manos con pequeñas espinas,

sus manos, con un canasto de poemas, repleto.

 

Un día nos cruzamos, azar que nos dio la vida.

Éramos tan diferentes, como el sol y la luna en invierno.

Mujer, yo, austera y triste; llena de sueños.

Usted un creador, empecinado en dejar huellas,

empujando un carro, henchido de bellas promesas.

Hoy lo veo distante. ¿En qué espacio lo encuentro?

Tendrá la mirada inquieta, irá con una tristeza a cuestas.

Nada puedo ofrendarle en su inquietud de poeta.

Soy de ese mundo que no se anima a ir al ruedo.

Pero estamos mano a mano.

Se adelantó en el tiempo,

seguiré su huella.

Su palabra se hace susurro, en las tinieblas.

Voy aclamando, que hemos conocido la verdad de la belleza.

UN LADRÓN EN LA CASA

 

            Hacía un año, más o menos, que de la gran casa de los Flores Ancely, desaparecían valores. Un día desaparecía de la bodega un barril de oporto, otro mes un caballo de carrera que había ganado un Derby, otra oportunidad, los candelabros de plata heredados de sus antepasados. ¡Nadie sabía nada! No se podía descubrir al ladrón.

            El patrón, había muerto hacía dos años e Isaura, su viuda, desesperaba por descubrir al maldito.

            Una noche, don Guzmán, se preparó con el arma del patrón, que se guardaba en un lugar estratégico de la casa. Se escondió entre los matorrales de la entrada de la vivienda. El frío le penetraba los huesos, y tenía las manos duras de apretar el rifle. Rulito, el perro, agazapado junto a Guzmán, vigilaba.

            Pasó una berlina y apenas se detuvo unos segundos cerca del enorme roble que cubre parte importante de la fachada de la casa. Alguien saltó el murete y corrió por el jardín. El perro salió corriendo y moviendo la cola. ¡Esto no puede ser! Colmo de colmo. El hijo de doña Isaura, se había desplazado para pasar inadvertido por la ventana del ala sur, donde estaba el escritorio del difunto. ¿Qué querrá este mequetrefe?

            Como un sonámbulo se acercó para espiar los movimientos dentro del escritorio. Vio como el muchacho rebuscaba en los cajones del enorme mueble donde solía ubicarse para escribir sus memorias don Ovidio, el padre de ña’Isaura. Revolvía las pilas de papeles y carpetas con un escalofrío de impaciencia. Al acercarme y espiarlo por el ventanal, su figura temblequeaba y sudaba. Se cubría el rostro con un pañuelo de seda verde claro, que yo le había visto a don Ovidio. ¡Pero es el niño de la casa!

            Me achiqué. Rulito se apretó a mis piernas que tiritaban. ¿Cómo le digo a la patrona que su hijo preferido estaba buscando en el escritorio esos papeles o carpetas? Para qué. No me va a creer. Salió sigiloso por el ventanal y se las arregló para que no se abriera con el viento. ¡Un genio para despistar! Rulito gruñó, pero porque yo lo tenía de un bozal apretado. Quería salir a jugar con él, siempre de día cuando llegaba a almorzar con Isaura, su madre, parecía un ángel. Jugaban un rato y el animal fiel, lo adoraba.

            Saltó por el muro y desapareció en la oscuridad. Yo aproveché y me fui a mi dormitorio y vestido me tiré a dormir, mañana vería cómo enfrentar el perjuicio. Me saqué las botas y el cinto con el revolver, dejé el rifle junto a la cama por las dudas y dormí. Tranquilo por primera vez desde la muerte de don Justo. Ya sabía quien era el que sacaba las cosas de la casa.

            A la mañana, desperté con los ladridos de Antenor, el perro de la señora Isaura. Era un danés joven, que dormía junto al ama. Pegué un salto y me calcé. Salí de mi cuarto y la vi parada junto al antiguo desayunador. Su bata blanca perfilaba la silueta del ama. Rulito, se asomó en una postración de temor ante el danés. Me acerqué. ¡Seora Isaura, no escuchó ruidos anoche? ¿Ha pasado por el escritorio del difunto? Porque anoche, nos pareció ver una sombra por allí y de repente no había nadie. Me asusté porque Rulito no gruñó ni ladró. Si fuera un extraño le haría mucho ruido.

            La doña, me miró asombrada. ¡Será un fantasma! ¡Acaso tenía el porte de mi querido Justo? ¿Cómo sería el tamaño? ¡Quién se atrevería en la noche a husmear sino el único dueño de su escritorio! Una lágrima corrió por la mejilla de la mujer que temblaba. Mi amado esposo… ¿Qué podría estar necesitando?

            ¡Guzmán, llame al cura don Gabriel del Sagrado Corazón y pídale que venga! Y Guzmán salió con pasos cansinos, sabiendo que no era ningún fantasma, que era el Niño… al acercarse al templo, entró a la casa parroquial y pidió asistencia. El anciano sacristán llamó al padre Gabriel, que estaba enroscado con un penitente que porfiaba con sus errores. Lo despidió, con mandas de regresar a la tarde y se enfrentó a su nuevo sayón. ¿Cuál es tu problema hijo mío? ¿Acaso la viuda tiene alguna necesidad de Dios… que yo pueda resolver?

            Don Gabriel, tengo que hablar primero con usted y luego, llevarlo con mi señora Isaura. Y se despachó, con la historia. El cura, no sabía si reír o sermonearlo. ¿Cómo iban a creer en fantasmas? Lo bendijo, sacó la estola, se la puso, tomó un crucifijo de regular tamaño y siguió al hombre. Cuando entró en la casa de la viuda, salió toda la servidumbre sorprendida. Nunca venía desde el suceso del patrón, un sacerdote a la casa. Isaura, lo invitó a entrar a la biblioteca y estudio  para que hiciera sus rezos y ¡Oh, sorpresa! Todo estaba revuelto y en la alfombra, sillones y mesillas, carpetas y papeles. Pero lo más complicado que la caja fuerte había sido violada y faltaban algunos dineros y joyas de los dueños de casa.

            El hombre de Dios, se hizo la señal de la cruz y dejando salir un estruendoso suspiro, volteó y dijo: ¡Acá no ha entrado un fantasma, sino un ladrón! ¿Para eso me han sacado de la casa? La señora se largó a llorar y comenzó a relatar todos los elementos que se habían desaparecido de la casona. ¡Y bien, hay que llamar a la policía! Dejemos que ellos hagan su tarea y no los hombres y menos yo, un cura. Los bendijo y salió apurado, seguido por Guzmán, que sabía la verdad. ¡Padre, gracias!

            Cuando llegó el inspector el niño estaba sentado sosteniendo la mano lánguida de su madre. ¿Quién podría pensar que él, era el merodeador? Las preguntas iban dirigidas a la viuda, luego a Guzmán, al muchacho ni lo miraban. De pronto entró un ayudante con una boina azul. Esto estaba entre los arbustos del jardín cerca del árbol que da a la ventana donde robaron.

            Eso es de mi hijo, mi amado muchacho la debe haber perdido. Sí, pudo ser Rulito, que la llevó hasta allí o el danés, que juegan siempre con mi hijo. Pero los ojos del inspector y su ayudante se clavaron en el joven. ¿Yo lo he visto en ciertos lugares de la calle… de Los Remolinos, y en el bar de “los Griegos” y en un garito de san Cristóbal? ¿No tiene usted algún problema de dinero, Joven?

            El rostro arrebolado de Arturo se transformó en un volcán a punto de estallar. ¡Bueno, he estado por ahí, si, pero no tengo ningún problema! Y se paró adelantándose a los pasos del ayudante que se acercaba insidioso a su lado. Una mano firme lo paró en seco. Vamos a charlar un rato con usted a solas, salgan todos de aquí, incluso usted señora Isaura. Guzmán, reía por dentro, su rostro impávido, no demostraba lo risueño del momento, pero recordaba las tareas extra que tuvo por culpa del mequetrefe. Todos salieron y dejaron la sala desierta, quedando los policías y Arturo.

            Pasaron unos largos minutos y salió el ayudante con el joven esposado. ¡Acá está el enigmático ladrón! Su hijo, doña Isaura, lleno de deudas de juego, de putas y de alcohol, ha estado sacando de a poco su herencia. Y de gracias a Dios, que no lo mataron por sus atrasos en pagos, con gente de mala vida. Esos tienen sus métodos y no son bondadosos con los morosos. Ellos matan.

            El silencio cubrió nuevamente la casa de los Flores Ancely, como cuando murió su dueño. Ahora el duelo era por el Niño Arturo, que no regresaría hasta no devolver con trabajo social y en el penal, el daño que había hecho a su familia.

LA BERRACA

 


            Le tocó nacer en medio del cafetal, junto a un espino. El sol carcomía la tierra. Los fluidos maternales ayudaron a humedecer el frágil cuerpo. Adiela, la ayudó a envolver la niña en un fino cuadrado de algodón tejido por la abuela al telar.

            El suave llanto, despertó el sopor de los hombres que en plena cosecha detuvieron un instante la tarea y escupieron la tierra, para desalentar a las “Marías Mulatas” que fisgoneaban robando cafetos maduros.

            Adela la dejó bajo un “totumo” que almacenaba sombra. Un rato y vino, don Gaetano con el potro sudoroso, apurando a la parturienta. Le tiró un frasco con “fique”, para darle fuerza. Si no se alza, el patrón la va a golpear. Y no tendrá leche. ¡Pobre hembra!

            Un obrero “berriondo” se acercó enojado, machete en mano. Se paró y lo miró fijo. El viejo, azuzó al caballo y siguió entre las hileras de los cafetos. La cosecha era buena y él, no quería problemas. Igual la mulata siempre era la primera en sacar los mejores frutos y cocinar para los hombres.

            Pasó la cosecha y Adiela y Laurencia, partieron con la niña en el carromato para el pueblo Paisa. En la pequeña ermita le dio el monje rubio las aguas bautismales. La llamó Rocío y era tan buena que apenas se movía en los brazos de la madre.

            Llegaron al cobertizo de la casa donde una anciana patrona le daba albergue. A cambio, ambas mujeres la cuidaban día y noche. Espantaban alimañas y tristezas de la vieja. Viuda y sin hijos, se enamoró de Rocío. Le rogaba a la Laurencia, que la dejara a su lado en una hermosa canasta cubierta de paños de seda y lino. Un hermoso tul, hacía de mosquitero. Y pedía que cortaran flores para rodear a la niña que dormía tranquila como un ángel del cielo.

            Así iba creciendo, sonriente y desdentada. Alegre, la mujer, le fue dando encajes y puntillas para que le hicieran la ropa de domingo. No permitió que fuera al cafetal, esa cosecha. Pero vino el otro patrón a buscarla. Un látigo, desgarró la piel morena y sangró su pena. Doña Simona, enojada se empeñó en que la niña no fuera. A golpe se llevaron a Laurencia. Adiela, ya por vieja, ya por astuta, se quedó junto a ambas. Y cuidó con esmero la casa y a sus “niñas”.

            Al regresar Laurencia, llegó enferma. Una tos infernal, le carcomía el cuerpo. No podía dormir. El calor agobiante la dejaba extenuada y sudorosa. ¡Es tisis! Dijo el médico que hizo traer la dama.

            Cuando Rocío cumplió cinco años, se murió la madre. Y quedó como dueña de la alegría de la anciana Simona. Quien llamó al notario y le exigió, que pusiera el cafetal y los maizales a nombre de la niña.

            Los años pasaron y se fueron durmiendo las mujeres de la casa. Rocío, con quince años, era dueña del campo y de la casa. Era la Ama.

            Un día vino un hombre con papeles desde Bogotá a querer hacerse valer como dueño y amo. Rocío, como buena “berraca” lo sacó a fustazos. Su “Chirrinche”, galopaba frenético entre los mulatos y obreros, para que trabajaran. Un día se apareció un anciano que se plantó y le dijo: ¡Patrona, soy su padre! No haga lo que le hicieron a la pobre Laurencia. Parir entre los totumas y cafetales, mejor, baje y reparta agua, debajo de los guayacanes… y Rocío lloró. Por ella y por su madre. Por Adiela y Simona. Por todas las mujeres que sufren en la tierra.

            Buscó al hombre que dijo ser su padre, más nunca lo encontró.

“Berraca”: mujer de mucho carácter, fuerte.

“Berriondo”: hombre fuerte.

“Fique”: licor o aguardiente.

EL EUNUCO

 

            El disipado eunuco se ufanaba por merecer una mirada bondadosa de la diosa.

“Minouca” era una semidiosa de un Olimpo creado en un siglo disparatado. No había en los anales nada concreto sobre esa semidiosa, excepto que apareció su hermosa estatua de mármol en los baños y hubo quien inventara su historia. No le creían sus compañeros que en los baños de la isla, había una fuente en la que podía entrar con su gruesa barriga deforme y salir luego de los festines de la “mujer” con su vientre plano y sin esa espantosa blancura que se aferraba a su piel como araña cristalina.

             Manatiel había sido vendido a una caravana, a unos traficantes de humanos en el desierto. Otros eunucos se reían a pesar de sus dolorosas vidas, rotas y deformadas por la práctica innoble de los esclavistas.

            Había unos de piel tan oscura como la noche sin luna, otros de ralo pelo rojo y ojos glaucos, estaban los que tenían cabellos blancos como la nieve y ojos rojos como sangre; todos movían las manos de dedos regordetes como brazos del pulpo del Mediterráneo.

            La única posibilidad de regresar a la vida anterior, era la muerte.

            Tal vez, al renacer, serían hombres enteros. Lo despertaba, las campanillas y cencerros que sus amos le ajustaban en los tobillos al venderlos. Pero todos sabían que no tenían futuro.

EL TEJEDOR

     

      La alegría era su identidad. Cada día bajaba al mercadillo con una sonrisa contagiosa y opulenta. Nada le impedía tener es humor de niño grande.

      Se levantaba con el sol naciente y se sentaba en una terraza pequeña que sobresalía en el frente de la vieja casa. Las piedras imitaban los colores del arcoiris y del sol que comenzaba morado y terminaba plateado, pasando como sus tejidos por los amarillos, naranjas y rojos. Era feliz. Cantaba esas antiguas canciones de su pueblo y despertaba a los pájaros que revoloteaban buscando las migajas de pan que le dejaba caer como una lluvia de sueños.

      En la aldea lo miraban extrañados. ¿Qué hace tan feliz al “gitanillo”? ¿Estará enamorado? ¿Será que ha ganado la Loto? ¡Algo esconde!

      Sus tejidos eran de una belleza tan extraordinaria, que de otras aldeas y ciudades venían a la feria a comprar sus telas. Su madre ya anciana teñía los hilos con una vieja receta de su abuela. Era su secreto. Tonino, la conocía y rogaba que su madrecita no faltara nunca.

      Un día en el mercado, vio a la joven más linda que jamás creyera su Dios le hubiera mostrado al mundo. Era una moza pequeña de estatura, cuerpo perfecto y suave en el andar. Reía cunado su ama le decía al oído alguna palabra o algún mozalbete le tiraba un piropo o le diera una flor. Él, tomó un clavel y se plantó delante. – ¡Tome usted ángel de Dios, que si pudiera le daría la mejor tela por mí tejida! Los ojos pardos, doraron el rostro de Tonino que quedó enamorado al instante.

      -Sal de acá, muchacho, -dijo el ama- que esta niña es la flor más apreciada de mi pueblo. Vete.

      Quedó el tejedor asombrado ante tanta hermosura. La siguió con la vista mientras se iba calle arriba hacia la ermita. Hasta allí la siguió, dejando sus preciosos tejidos sobre la mesa. Un vecino pícaro le escondió las telas. Y cuando regresó, estaba tan embobado que sólo optó por reír con la chanza de su amigo.

      Soñó con la niña y la buscó por todos los rincones cercanos a su aldea. Y, una mañana, pasado un tiempo, la vio llegar del brazo de un caballero mustio y sombrío. Levantó la vista justo cuando la joven muchacha le señalaba un hermoso tejido de color cereza. El hombre sacó su bolsa y pasándole una moneda de plata le dijo:- ¡Tómala hija, es tuya!- con ella puedes hacerte un vestido. Tonino, tomó una faja de un verde brillante y le agregó como regalo. La dulce sonrisa dejó al muchacho mudo. Torpe, como cabra de campo, no le habló y la bella siguió su camino.

      La alegría del tejedor del valle de Las Vertientes crece en la espera del regreso de la mozuela que el adora en escondidas. No sabe que la niña pronto ingresará a un convento de Carmelitas Descalzas.

      Un día vinieron unas religiosas y le encargaron tejidos blancos como la espuma del mar y nieve de las montañas. Metros y metros tejió. Nunca supo que eran para hacer el hábito de las jóvenes novicias. Cuando las vio pasar en procesión hacia el convento no reconoció a su amada. Y sigue esperando con una canción de amor mientras teje y teje cada mañana.

 

domingo, 9 de noviembre de 2025

DE FÚTBOL

 

Un callejón sin salida es un excelente lugar para pegar la vuelta.

 

Si no fuera tan optimista te juro que saldría corriendo. La Bocha está loca. Ahora me sale con que está embarazada y quiere tener el chico. ¿De dónde voy a sacar plata para el médico? Y¿  para los pañales y la ropa y la leche? Ella dice que está loca de amor por mí y por ese hijo que hicimos juntos el día que fuimos al baile de la escuela nocturna. Te acordás Pepe que tomamos varios Fernet con Cola... bueno a raíz de todo eso nos fuimos para la Paternal y en la casa de mi tío Beltrán, nos quedamos como dos días y dos noches. Cuando volvimos, casi me matan en la casa. A ella le dieron flor de paliza y a mí, el patrón me sacó la mitad del sueldo. Pero ella estaba feliz y yo muerto. Loco, que joda. Era muy linda la Bocha. Pero esto que me trae ahora es terrible. Yo no sé qué voy a hacer, loco, yo papá. La vieja me sale a recibir con cara de “ te voy a despanzurrar” y el viejo se caga de risa, sí, claro se quiere sacar a la Bocha de encima. A veces me dice :- ¿Y joven qué piensa hacer? Y los lompas se me aprietan tanto que quedo hablando finiiiito.

                               La Bocha terminó la primaria y empezó la secundaria con buenas notas. A mi me echaron de la escuela por revoltoso en octavo, pero mi patrón que es un capo me enseña a arreglar heladeras y lavarropas, y se gana bien. No para vivir en Pilar, pero podría alquilar una pieza en las afueras de San Miguel, cerca de las vías donde viven el Cachi y la Peluda, viste... pero y si ¿me pierdo el laburo?. Además ella es de River, está chapita, de ese equipo de maricas. Yo “bostero” hasta morir. Ah, si nace machito lo inscribo apenas nace como socio del “grande” y le pongo la camiseta azul-oro con las letras bien grandes. ¡Todos van a saber que es mi hijo!

                        Tengo miedo. La Bocha se podría haber cuidado. Esas son cosas de mujeres. Ella me dice que me ama y que si no quiero al chico, se mata con chico y todo. Está del coco. Y yo le miro como crece la panza y me imagino ir caminando por la calle con el nene en los hombros y gritando “Viva Boca” y me deja un gusto dulce en la bocaza que Dios me ha dado.

                        Che, ¿cuánto cuesta casarse? Y ¿sin guita me darán la posibilidad de alquilar una piecita? Vos que sos tan bien informado, ¿dónde podré comprar una cama con colchón y una cunita? De verdad loco, me caso y punto. Después el pibe seguro que cuando sea grande va a ser como Maradona. No, un genio no, ¡de Boca!