En Los Hornillos, se hablaba del cierre de la única bodega
de la zona. ¿En qué trabajaría la gente simple con sus familias pobres? ¿Qué ha
sucedido con sus dueños?
Eran buenas personas venidas de un país lejano donde se
trabajaba mucho y se hablaba poco. No sabían el idioma del país y apenas podían
darle órdenes a los obreros y ayudantes. Pero siempre generosos y justos en el
pago en las cosechas y laboreo de las tierras. Esa tarde se avecinaba un suave
viento del norte que calentaba la zona. El invierno había sido crudo y poca
gente había venido de vacaciones a las playas aledañas.
En la colina, como gran atracción se veía el edificio de la
bodega y la casa de sus dueños. De una arquitectura italianizante, mezcla de
otras ideas de los constructores, se alejaba de una construcción maravillosa.
Era bastante sólida, pero de aspecto desordenado. Igual, la bodega era una
atracción para los que buscaban curiosidades y dicha bodega, sí, que las tenía.
Sus exquisitos vinos.
El joven Lucas, curioso y despistado, comenzó su fajina
diaria encomendada por el concejal de la municipalidad. Limpiar los alrededores
de las playas y zonas de turistas. Sacar cuanto trebejo descartaran los
viajeros y cuidar la limpieza de asientos y veredines.
Caminó por la playa hacia el sur. El sol estaba presente y
la suave brisa, le despejaba el largo cabello que cubría desenfadado el rostro.
Fue juntando algunas botellas, papeles y hasta pequeños guijarros que no
entendía porqué la gente dejaba debajo de los sillones de descanso. Su bolsa ya
estaba casi llena. Se sentó y bebió agua de una cantimplora que le entregaban
en la muni. Así le decían en Los Hornillos al municipio. Las olas estaban
alteradas, se sentían un pequeño fluir de agua salada en el rostro, pero eso
era una alegría para Lucas. Pasó Aníbal por la vereda y le hizo una mueca. ¡Lo
sufro, pensó el muchacho, es un idiota! Regresó con su bicicleta y le propuso
hacer una suerte de carrera por la zona. ¡Ni pienso, tengo mucha tarea por
hacer! Vete, yo seguiré con mi trabajo. Aníbal, malhumorado salió como un ave
despedida por la playa.
El mozalbete, siguió con su tarea. Ya había avanzado varios
metros, cuando entre la arena, vio un brillo singular. ¿Qué habrán tirado allí?
Caminó derecho hasta donde deslumbraba un pequeño pero interesante objeto.
Escarbó la arenisca y salió a la luz un anillo hermoso, cuya piedra parecía una
lenteja de mil colores. Él, nunca había visto algo así. Lo limpió de arena y se
lo guardó en un bolsillo envuelto en un pañuelo de aspecto dudoso. Con eso el
limpiaba sus manos y rostro sudados y sucios.
Regresó sobre sus pasos. ¿Qué haré con el anillo? Se lo
muestro al jefe y me lo quita diciendo que es de tal o cual. Si le digo a mi
padrastro, me lo quita y se lo juega en el bar de Zair. Se lo mostraré a mi
vieja. Ella si, sabe de estas cosas.
Llegó a su pequeña vivienda y encontró a su madre lavando en
un fuentón como si estuviera dejando pedacitos de pulmón. Jadeaba. ¡Madre, mire
lo que me encontré en la playa! ¿Qué es esto? No sé, pero luego que termine
iremos a la casa de la bodega, seguro doña Sara sabrá decirme de qué se
trata. Esperó mientras descolgaba un
botellón de limonada por su garganta. Ya fresco y cambiada de ropa su madre,
salieron rumbo al alto donde se mostraba airosa la casa de los dueños de la
bodega.
Llegaron con unas fuertes ráfagas que hacían volar el
delantal de la buena mujer y el cabello de Lucas. Golpearon y al rato, abrió
una anciana. ¿Qué necesita? Ver a doña Sara. ¿Para? Eso déjemelo a mí, yo
hablaré sólo con ella. Está descansando. ¡No importa, usted la llama y yo le
digo por lo que vengo! La anticuada aya, dejó entre abierta la puerta y ambos
intentaron descubrir los adornos y muebles de la casa más rica del pueblo. Así,
curioseando los encontró la señora. Adela, ¿qué la trae por acá? Perdone
señora, pero mi hijo ha encontrado en la playa un anillo y queremos saber si es
de algún valor. Sacó Lucas la alhaja y se la mostró. La mujer pegó un respiro y
se sostuvo en el marco de la puerta. ¡Vaya anillo que encontraste muchacho!
Debe ser el brillante más grande que ví en mi vida. ¡Y he visto muchos, antes
en mi país!
Vengan, entren. Llamaré a mi esposo. Salió la dama por un
pasillo y abrió la puerta de un escritorio, donde estaba el hombre de la casa.
Demetrio venga por favor. Tengo algo que mostrarle. Frente a Lucas y su madre,
el robusto caballero se acercó y abrió la mano para ver el objeto que brillaba
en las del chico.
¡Dios mío, dijo y se apoyó en el respaldo de un sillón!
Tartamudeaba, se secaba el rostro con un pañuelo de lino, se desprendió el
cuello de la camisa y terminó sentándose en la punta de una silla. ¡Es un
anillo que... bueno, tiene mucho valor! La señora Sara, lo miró sorprendida.
¿Cómo sabes tú el valor de la joya? Es que, es que... no podía hablar; las
palabras se le enredaban en la garganta. Creo que lo ví en la vidriera del
joyero del pueblo vecino. Tendré que ir hasta allá para preguntar de quién
puede ser.
Todos lo miraban asombrados ya que siempre el bodeguero era
tranquilo y muy callado. ¡Iré contigo y con Adela! No, imposible. ¿Porqué te
ofuscas tanto Demetrio? El hombre se descompuso y hubo que llamar a la
servidumbre para que ayudaran a llevarlo a su dormitorio. Lucas los siguió pero
no entendía qué le había pasado.
¡Mañana, bien temprano venga Adela, cuando él descanse,
iremos a Maximiliano Bustos, el otro pueblo y así el joyero nos dirá! Un
ayudante los acompañó hasta el vestíbulo y salieron sin antes dejarle el anillo
en custodia a la señora de la casa.
Cuando llegó al dormitorio, don Demetrio lloraba. ¡Qué te
pasa hombre? Nada, mañana lo sabrás, déjame dormir. Salió la mujer asombrada.
Nunca había visto tan afectado a su marido. Al rato, sintió que hablaba por
teléfono con alguien, un susurro que apenas se oía. Carolina, mi amor... apareció
el anillo que te di en nuestro aniversario. Lo encontró un muchacho en la
playa. ¿Cómo lo perdiste? ¿Cómo? ¿Lo tiraste a propósito? Y yo que estoy en
gran apuro con la bodega... Sara entró y le dio tremenda bofetada en pleno
rostro. ¿Conque tienes una amante? El teléfono cayó y se sintió la voz de una
mujer del otro lado: ¿Crees que me importa tu estúpida bodega? Yo, amo a tu
hijo y él, quiere casarse conmigo. Es joven y soltero y tú, eres un anciano.
Sara se sentó y enfrentando a su marido le dijo: ¡Creo que
tendremos que hablar con nuestro hijo! Esa canalla te ha sacado dinero y se lo
sacará a él si no le dices la verdad. Mañana, lejos de ir al joyero, le irás a
dar un dinero a Adela y a Lucas y luego a buscar a nuestro muchacho, que anda
con una zorra.
Demetrio, se quedó callado. El hombre desvastado, hundió su
rostro en la almohada y sollozando se acurrucó sobre sí mismo. Adiós a su
tranquila y bella vida. Sara nunca lo perdonaría y sabía que su hijo tampoco.
Al día siguiente sacó el auto, fue a la vivienda de Adela y le dejó un fajo de
dinero. Luego salió a toda carrera por el camino y se despeñó en los
acantilados lejos de la playa. Nunca estaría cerca del cielo, su pecado se lo
impediría.