martes, 23 de diciembre de 2025

HISTORIA DE UN OLIVO

 

            Un día de pronto sentí una luz potente que atravesaba mi débil cuerpo. La tierra a mi rededor era fértil y húmeda. Algo extraño fue ver muchos como yo, en distancias cercanas. Supe por el comentarios de unas plantas de alcaparras que ese calor venía de una estrella llamada sol y que en ciertos momentos desaparecía y hacía frío y una nube dejaba su rocío en nuestro cuerpo, por entonces pequeño. Crecí y me fortifiqué. Di frutos que me arrancaban felices unos hombres rudos y musculosos que hablaban un extraño idioma. Con el tiempo aprendí a escucharlos y los entendía. Supe que vivíamos en una isla rodeados un mar azul brillante.

            Pasaron años, esos hombres se fueron yendo y mi cuerpo cada vez era más fuerte y me sacaban más frutos, aceitunas que a veces eran verdes o las dejaban madurar y eran negras. Ellas arrugadas como algunas partes de mi cuerpo. ¡Me cuidaban mucho!

            Pasaron muchos años. Y fueron sacando compañeros míos para hacer caminos y casas de piedra y cal, tan blanca que cegaba. Había otros seres diferentes. Yo seguía con una vida rutinaria, envejeciendo solo.

            Cerca de mi espacio, una mañana, en un extraño espacio con baranda de mármol la vi. Ella.

            Una mujer tan hermosa como las estrellas en las noches de calma. Vestía una hermosa ropa de tela suave y de color vino, ese que bebían los hombres en cántaros cuando me sacaban los frutos. Su larga cabellera parecía el ondular de las aguas del mar, pero eran de color oscuro y brillaban como el cielo nocturno con tormenta.

Me miró un breve instante y la vi como me sonreía. ¿Era un afortunado! Yo olivo viejo atrayendo la sonrisa de una bella mujer humana.

            Todos los días esperaba que saliera y me mirara. Yo hubiera querido tener voz y movimiento en mis ramas para abrazarla y decirle cuánto la amaba. ¡Qué inútil sueño el mío! Un día bajó hasta donde yo me mecía con el aire marino que en ráfagas sublimes me quise mostrar. Ella se acercó a mi tronco y me rodeó con sus brazos. Tomó un fruto y lo llevó a sus labios y saboreó mi jugo, mi entraña de oliva. Me volví loco de amor.

            Pasó un corto tiempo y una mañana que estaba cerca de mí, comenzó el mundo de mis raíces a moverse con furia. ¡Terremoto! Y caían las viviendas y se desplazaban los enormes trozos de la isla hacia el mar, donde comenzó a bullir un fuego enorme. Un volcán emergía del fondo marino. Era un caos. El agua hervía y la tierra se desplomaba por doquier y yo la vi, vino corriendo y se aferró a mi cuerpo. Su cabellera se enroscó en mis ramas y yo apreté mis raíces a lo que quedaba de suelo, gracias a mis años, tenía muy lejos mis raíces y pude sostenerme. ¡Y ella conmigo! Mi amada Briseida se confundió con el verde de mis hojas y pude salvarla. Cuando la tierra dejó de arrastrase hacia el loco mar y el fuego se calmó y el agua lentamente quedó fría, ella, mi adorada se sentó en mis ramas más fuertes y se quedó dormida.

            La isla había quedado desolada y pequeña. Ella, Briseida y yo, el olivo viejo que atrapaba entre sus ramas retorcidas a la más hermosa de las mujeres. Una barca de pescadores la sacaron de mi lado y a mi, me dejaron solo. ¡Solo, pero con el recuerdo triste de mi amor perdido! ¿Dónde estará ahora Briseida? ¿Se acordará de mi? Seguiré mi sueño de olivo centenario hasta un nuevo terremoto me arrastre al mar como una boya y me pierda en el olvido.

MARÍA INMACULADA

 


¿ME DEJAS UN LUGAR EN TU REGAZO?

 

MADRE DEL SALVADOR, VÍRGEN DULCÍSIMA

 

A NOSOTRAS LAS MADRES DE ESTE SIGLO

 

QUE ROMPEMOS LOS PECADOS CON LAGRIMAS DE SANGRE

 

QUE LAVAMOS LOS ROSTROS DE LOS HIJOS

 

CON LA PIEL ENSANGRENTADA DE DOLOR

 

POR LOS NIÑOS QUE MUEREN SIN TU GRACIA

 

POR LA TRISTE VERGÜENZA DEL CALVARIO

 

SUAVE Y BELLA ESPERANZA TU MIRADA

 

TU PRESENCIA QUE VUELVE COMO UN ÁNGEL

 

EN CADA MOMENTO QUE LA TIERRA TE CLAMA.

 

POR LAS MUJERES QUEMADAS, ULTRAJADAS Y VENDIDAS

 

POR LAS QUE NO TIENEN DERECHO A SUS HIJOS

 

POR LAS LAPIDADAS Y OLVIDADAS…

 

TE SUPLICAMOS

 

MADRE DEL SALVADOR   DIVINA MADRE

 

QUE LLORASTE EN EL CAMINO AL GÓLGOTA

 

AL PIE DEL MADERO ENSANGRENTADO

 

Y TU CORAZÓN ATRAVESADO POR ESPADAS

 

DE UN ODIO QUE NO CESA, DE LOS PECADOS INNOMBRABLES

 

DE UN RENCOR INFINITO QUE DESTROZA LA FÉ

 

MADRE- ESPERANZA DE TODOS LOS CRISTIANOS

 

MIRA NUESTRO DOLOR Y VUELCA TODO EL AMOR

 

DE TU HIJO AMADO. JESÚS, NUESTRO SALVADOR.

AMOR MÍSTICO

  

Desde la sombra, un pájaro de terciopelo salta un minuto en la cascada de luces. Es un ave que se detiene en el tiempo para besar una gota de rocío.

Lame con sus pies de seda la  alfombra de sonrisas. Toca el cuerpo tembloroso de una luciérnaga que tiembla detrás de la luz, se pierde es su mágica mariposa de espuma.

Una pompa de color de arco iris se estrella en su pecho de ámbar  y amapola.

Se detiene y en sus brazos  de tibia escarcha se apoya el pétalo misterioso de plumón de cisne.

Un silencio de rumorosos violines atrapa sus piernas puntiagudas. Solloza el timbal y una comparsa de nubes se abalanza hasta el centro mismo de la vida.

Queda ondeando un retazo de ternura con perfume a sueño. Son los Ángeles que se desplazan en la lluvia de pétalos plateados. La aurora boreal. Un llamado al amor y a la ternura. Queda quieta, detenida la mañana y un sol celeste asoma en su sonrisa cómplice, en la superficie dorada de un lago rumoroso de caricias.

Desde la sombra, un pájaro, tan solo uno, y un fauno  genial que desplaza  con picardía la boca de miel y lirios blancos para que el  colibrí libe besos de pequeñas llamaradas. Sueña el llamado de las hadas entre el follaje tembloroso donde anida el ave. Paraíso perdido y encontrado. Edén donde se esfuma el pecado. Cae una gota de lluvia sobre el nácar de una rosa. Y allí la luz brota como fuente mística de fuego y vino venturoso. Allí el beso de amor. Abrazo interminable de la vida... ella, está en éxtasis en su lecho de muerte. Espera.

Despertó en la sala de un hospital, apenas podía moverse. Los cables la atravesaban y un rítmico sonido de un monitor, le indicó que su corazón latía. Vio el rostro de su madre que con lágrimas le hablaba… “Despertaste hija es un milagro. Hace un mes que tuviste un accidente en la moto”.

Los médicos no podían creer que viviera y se dedicaron a resolver los daños colaterales. ¡Ahí, como rara vez, se había producido un Milagro de Amor!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MI FE

  

Ni una lágrima menos caerá en mi cintura.

Descubriré con rabia mi estupor en los párpados

Buscaré la Verdad, aun escondida en mi interior

La Vida que se oculta en mis venas abiertas

La Muerte que merodea en las esquinas de mi lecho

Esperando que un suspiro corte el hilo sagrado

La esperanza. La Luz infinita de mi ruego.

Sabré que persiste un mañana milagroso en la espera.

 

Vomitaré el desprecio de mi flaco temor a la noche sombría.

Seré hábil revoloteando en los valles de antaño

Donde espera el ángel deslumbrando a la muerte

A la triste mendiga que me busca en el ocaso gris

Arañando el perfil de mi rostro avejentado y ávido

Arañando los brazos que sostienen papeles escritos

Con mis versos estériles y las manos prietas de peonías.

Hay grietas en mi alma, penetrará la luz por sus holguras.

 

La Fe que espera en cada noche de velar en las sábanas

Con el corazón tibio y los labios húmedos de lágrimas.

Una coraza de flores y madrugadas escarlatas me cuidan

Una antorcha azul grana ilumina el camino allí frente a mí.

Una música de cítaras y arpas me acompañan sin fatiga

Un desfile de niñas plañideras me toman de la mano

Me llevan al espacio celeste de la suerte. Juegan.

 

No me aprieta la duda del real paraíso en espera.

Allí estará la Luz. La Verdad y la Vida verdadera.

lunes, 22 de diciembre de 2025

UN TANGO?

 

“El tango, ese reptil de lupanar” Leopoldo Lugones.

 

                                   Violento el puño del “Tuerto” cayó en el muslo moreno. Un grito de animal convulso se apagó en el cubículo que retenía el olor a tintura de yodo y el perfume de polvo “Coty”, que usaban las pupilas. Mayela, miró con acostumbrado odio. Flechas envenenadas los ojos negros traspasaron el rostro odiado. Era un mastín celoso. Agresivo, y ella, lo odió desde el principio, sin tregua. El tuerto, cuyo nombre verdadero, nadie conocía la volvió a golpear. Un rugido silencioso se atragantó en la garganta de la muchacha. Agazapada, animal atrapado desde niña, sólo sabe que debe estar en un clavarse en esa espiral pastosa. La ponzoña le sube de las tripas. Se estrangula en el pecho, donde sus tetas se detienen gozosas entre su pelo negro y rizado que se desliza como anguila en su cuerpo. El hombre antes de golpearla, le arrancó el vestido. Quedó en cuero... brillante piel morena, mientras iban soltándose lentos moretones como arácnidos. El sudor aclaraba la sangre que el enorme anillo de oro le incrustó en la espalda como sello de esclava moderna. Entró Yamira, se quedó quieta con las manos apretadas sobre su pobreza de desprotegida recién empujada al prostíbulo. Miró aterrada al Tuerto y trató de salir, pero el puño mineral atrapó el género floreado y se quedó allí aun más desnuda que su cuerpo. Era un dóndolo que temblaba mudo. Aterrada. Su cabellera perfumada iluminó en dorado sus pequeños senos núbiles. Adolescente aun, la había traído del norte su abuela. Era mestiza. La odiaba. Su padre, decían, era un señorito inglés, que llegó a los aserraderos. Rubia, de ojos increíblemente celestes, conmovían los suaves rasgos de su cara infantil. Su abuela la odiaba tanto que la entregó por pocos pesos al rufián sin prejuicio ni pena. Se largó del puerto apenas se gastó la plata que le dieran en chucherías. Quedó ella, mercancía fresca a merced de los codiciosos que frecuentaban el lupanar.

¡Pagaron mucho por su primera vez y fue Mayela la encargada de asistirla luego! Desgarrada, sangrando, deliró tres días en un catre a la sombra. La fiebre no le baja, murmuran las rameras, y, la señora llama al boticario, cliente antiguo, para encontrar ayuda.  Cuando llega en su buaturé se hace el silencio. La presencia del hombre, acompañado por otro, que viste traje de lino blanco, es algo desusado, por lo serio. La Señora, lo acompañó asustada hasta una habitación de atrás. Olía a alcanfor y a lavandina. Allí, yacía  Yamira, desmayada de dolor. Murmuran los facultativos. -¡ La chica tiene...años? – diga- No voy a denunciarla, diga la verdad.- y saca la mujer un paquetito donde envuelto en un pañuelo hay unos papeles. Se los pasa. Todas hacen un silencio mortal. –¡ Doce años, se lo decía, amigo, es una locura!- y un sofocado grito escapa de la garganta de algunas pupilas. Nadie se anima a hablar. El “Tuerto” se esconde entre los trebejos de su guarida infecta. Hay que llevarla al hospital, urgente. No puedo hacer nada aquí. Yo no puedo dársela por la “cana” si me agarran con una menor...- murmullos desde todos los rincones. Mayela  atrapa a la matrona con su fuerza y coraje de mestiza. La increpa y alza a la pequeña. Atraviesa el largo corredor hasta la calle y camina hacia donde el automóvil espera. Los galenos le dan instrucciones y parten con la niña. El “Tuerto” se acerca y las invita por primera vez con una ginebra de la buena. Tiene un miedo atroz. Comienzan a llegar los primeros clientes y las chicas dan vuelta a la manija de la vitrola para darse ánimo. Ahora habrá que esperar unos días. Suspiran y suben la escalera, cada una a su cubículo de suerte. Mañana ... tal vez mañana.

EL HOMBRE SOÑABA QUE SOÑABA


 

                        Y entonces caminaba el hombre sobre las plateadas crestas de las olas, semejante a un delfín sombreado sobre una selva virgen azulada. Caminaba arrastrando una enorme red de hilos giratorios donde atrapaba mariposas. Saltó un guijarro de granate desde la mano que sostenía un grito metálico, agitando la espuma fracturada de estrellas. Apareció una nave con el ancla elevada, esgrimiendo enganchado el cuerpo pálido de la mujer sirena. Voz de océano inventando en un desierto de extraña ingeniería, las voces, los corifeos estáticos que enhebran cánticos de amor pagano que se oían en las marejadas. Él, seguía caminando, sordo su oído a los clamores de la profundidad del mar donde habita la pasión cautiva. Soñó con tentar al demonio, para que le entregara el cuerpo casto de la mujer sirena que ondulaba la cola en el agua profunda entre las rocas. Vio una luz penetrando en su pupila. Dejó que llegara hasta la boca el rayo y salió de sus labios un pez de color ámbar como un haz de escamas nacaradas. Surcaron el silencio los sonidos sibilantes de delfín dormido. Abrazaron los senos fríos de la mujer sirena. Quería despertar. La luna se desplazaba sobre el vientre asexuado por la culpa ancestral de los orígenes latentes. Quería despertar porque estaba soñando que soñaba un tortuoso, agotador y desvariado sueño de espera, de quimeras vacías. Sus cuencas también vacías miraban el espacio desprovisto de planetas. Quería despertar de ese sueño que atrapaba su cuerpo contra el rústico suelo. Volcán árido. Gris estepa sin cielo. Desierto promiscuo de ternura. Comprendió que no despertaría aun...no bebería los besos de pasión...no había nacido y en el nido tibio de su placenta revivió otras vidas anteriores. Esperaría el duro alumbramiento, saldría al abrazo de esa vagina fenomenal de su madre parturienta. Pero sabía que apenas diera el primer vagido, olvidaría ese mundo maravilloso de otro tiempo.

 

OJO POR OJO

  

                               Vivo de una sonrisa, que usted no supo cuándo me donó. Renato Leduc

 

     No es lindo estar prisionera en un lugar húmedo y oscuro. Aun no se porqué estoy acá. No puedo dormir ni descansar con el ruido de las rejas que hacen otras prisioneras. Mi historia comenzó hace muchos años. Yo nací en un pueblo pequeño, de la zona costera, acostumbraba a esperar la pequeña barca de mi padre que con mis tíos y primos mayores salían muy de madrugada a pescar a la mar.

Es cierto que no siempre regresaban con buena carga. El pescado estaba raleando en ciertas partes y a veces la marea roja, impedía que se recogiera algunas especies. Otras, el agua revoltosa y rústica impedía alzar las redes.

Lindo era ver la llegada de varios botes, que llenos de presas se podían vender en la rada. Desde que una tormenta rompió el casco, papá, cambió el carácter. ¡Era duro como las rocas que acordonaban la playa!

Mi madre había muerto hacía como dos años y eso le endureció más el humor. Nunca lo ví llorar. Y nunca supe de una caricia o beso de mi padre. Fui creciendo como la hermana mayor y asistiendo a toda la familia en la faena diaria. ¡No me gustaba esperarlos con los guisos de arroz y pescado que sobraba de la venta diaria! El silencio nos enroscaba en la madrea húmeda del mesón donde las cazuelas se mezclaban con los trozos de pan que aprendí a hacer junto a mi tío Alfio.

Me gustaba ver en la noche, desde la ventana las luces de los botes que estaban desperdigados por el mar. Parecían luciérnagas en la oscuridad y cuando la luna llena se enamoraba del las aguas, competían con el lucimiento de luces.

¡Pero ahora estoy aquí, encerrada por lo que me pasó una noche de verano en el puerto! Yo había ido como siempre a esperar casi al amanecer el bote con mi familia y me senté en una enorme ancla que dejaron perdida los marineros antiguos.  Coménzó a soplar un viento fuerte y helado. De las sombras apareció un enorme pescador que me tomó por la cintura y arrancándome la ropa, me desgració. Parecía una guerra entre el mal y el bien. ¡Yo siempre llevo una cuchilla afilada en las bragas! Se la clavé en el corazón al maldito. Y cayó boqueando como pescado sin agua sobre el cemento frío de la rada. Me quedé allí, sentada esperando a mi padre. Cuando llegaron, el silencio me envolvió y me caí desmayada junto al desgraciado muerto.

Mi padre tomó el cuchillo y se lo clavó en los ojos y le cortó el pene y los testículos. ¡No tuvo que hacerte eso! Dijo. Y ahora estamos ambos en la cárcel. Pero el está lejos y ya no puede pescar y yo no puedo cocinar para los pescadores. ¡Dicen que extrañan mis guisos! Yo los extraño a ellos y a los botes y las luces a lo lejos en la mar.

El tío Alfio viene y me trae comida fresca de su pesca, me acaricia y me besa la frente y su sonrisa me ayuda a seguir soñando con una vida normal. Siempre me dice: - Francisca, ya pasarán los tiempos y regresarás a casa y te podrás casar y tener tu familia.

Pero yo no le creo. Acá es muy dura la vida y hay muchas venganzas y odio a los carceleros que me dicen palabras muy feas y otras mujeres que han hecho peores faenas que yo. ¡Cuánto extraño a mi papá! Cuando cumpla los veinte, seguro que seré vieja y nadie me va a ayudar.