martes, 24 de junio de 2025

UNA VIDA DE ACTOR

 

            Nació en un hogar muy pobre. Su madre, enferma de los nervios lo dejó abandonado junto al padre. Lo crió como pudo, buscando encontrar a su amada.

            De pequeño hizo tareas de adulto. Cocinó y ayudó en el pequeño negocio de su “Tata” con tristeza de niño viejo. Creció muy bello. Era un chico que atraía la vista de mujeres y hombres.

            Su padre nunca dejó de buscar a la mujer que en vida enterró su cariño junto al cuerpo de un hijo que murió de viruela. La búsqueda fue inútil. Envejeció siendo joven con el sueño prendido en la solapa como enorme escarapela de miedo. Él, acompañó al anciano, hasta que buscó huir para encontrar su futuro y abrazar los sueños. ¡Ser actor!

            Entró como un simple extra en una empresa de esas que buscan caras nuevas. Era hermoso e inteligente, las actrices peleaban por ser su compañero de rol.

            Cada mañana se presentaba a un nuevo estudio de televisión o cine para mostrarse como una pieza de vitrina. Él, sostenía que el día, ese día, iba a llegar. Y una tarde mientras comía un sándwich que le había comprado una amiga de academia, se sentó cerca en una mesa poco frecuentada, un hombre de gris. El sombrero, le cubría gran parte del rostro; lentes de carey, gruesos y oscuros le daban una ridícula mirada de cíclope. Ojos gigantes bajo el vidrio de espesor sorprendente. Encendió un cigarro y levantó la mano al mozo que le trajo una taza humeante de café con leche.

            Cuando ya su comida se estaba terminando y su hambre no se había acabado, el tipo se volvió y le clavó la vista. ¡Era un fantoche! Pero Aroldo, no sabía quién era y algo, le ingresó en el pecho. Lo conocía de algún lado. ¿Pero de dónde?

            El mozo se acercó sonriendo y le dejó junto al platillo, una tarjeta. ¡Era el famoso director de radio, televisión y cine Waldemar Furlong! Dejó la silla, que casi se estrella en el piso, pero que con rápido movimiento evitó que cayera. ¡Señor Furlong, usted…! Le hizo una seña de espanto. Murmuró un insulto y exclamó: “Lo veo mañana en mi despacho”.

            Ese día alquiló un traje formal y zapatos negros. Se acicaló para la entrevista y partió al suburbio donde estaba la famosa oficina. Era en una zona alejada del ruido. Caminó despacio tratando de detener su corazón que como un timbal, arreciaba en su interior con la paz que le era su mejor aliado. Una discreta puerta en un más escondido edificio tenía el número del cartoncillo que le entregara el mítico Furlong. Un murmullo de voces contuvo sus expectativas. Escuchó pasos y una figura femenina abrió una mirilla de mediano tamaño. Aroldo mostró la tarjeta y se abrió la puerta con cuidado. La joven, una muchacha sin ninguna gracia, abrió corriendo una serie de cerrojos que sonaron a hierros herrumbrados, lo invitó a ingresar.

            Subió por una estrecha escalera, cuando la joven se hizo a un lado, un espacio maravilloso lo dejó enmudecido. ¡Pocos muebles, muchos cuadros de pintores famosos y música que invadía el enorme ambiente! Le señaló un asiento y salió por una puerta lateral. A él, le temblaban las rodillas. Esperó un tiempo que le pareció larguísimo, pero mirando su reloj, fueron menos de veinte minutos. Apareció Furlong, parecía otra persona. Descalzo, con una camiseta de algodón azul, pantalón de denín y sin gafas. El cabello le caía sobre los hombros, parecía una mantilla plateada. Sonrió y le tendió la mano. El saludo breve y a la charla amena de un hombre de mundo que quería saber de ese muchacho hermoso.

            Luego de un verdadero interrogatorio, le entregó dos libros con guiones y lo despidió sin antes darle un pequeño golpe en la espalda. ¡Léelos y cuando termines, cuanto antes, regresa! Y apareció la muchacha, descalza y arreglada de tal forma que parecía otra persona. ¡Muy interesante y hasta bonita! -¡Mi hija, Abril, mi secretaria y ayudante! – y salió por la escalera corriendo con los libros apretados a su cuerpo, dejando atrás una esperanza.

            Esa noche no durmió, apenas un emparedado y una soda y leyó, con entusiasmo y fervor. Una novela de vidas intrincadas, con sabor a odios y amores heroicos. Ese fue el que le produjo mayor interés, al otro, lo dejó sobre la mesilla y se durmió. Soñó sin conocer cuál sería el papel que le tocaría interpretar.

            Al día siguiente siguió con el otro trabajo. Un policial, donde tres agentes de un país en guerra debían sacar a una familia entre bombas, atentados con misiles y cohetes. Se sintió agotado de solo pensar cuál sería su papel interpretaría, si el del chofer o el joven valeroso que conseguía el cometido esperado por la potencia enemiga. Llamó al celular de Furlong y éste, lo invitó a cenar la noche siguiente.

            Esta vez, fue vestido con su ropa. Y se sintió más cómodo. Lo esperó con un pastel de carne y batatas en salsa de vino Cabernet. Esa noche hablaron sobre cine. Y supo que desde ese día se llamaría Wilians Wolney y pasaba a ser el actor principal de las dos obras. Supo que lo había visto actuar en obritas de poca importancia en teatros a la “gorra” y comprendió, el maestro, que tenía sangre de “actor”.

            Comenzó a estudiar. Noche y día sin descanso, le permitió hacer dieta y gimnasia para el rol del policía; más tarde haría de amante de una mujer mayor dueña de una empresa que termina matando a su marido. ¡Unos papeles interesantes, ya que no se asemejaban en nada!

            El cine era diferente al teatro. Se hacían tomas irregulares, unas veces eran de noche y otras de mañana, en lugares preparados para una guerra irreal, con escombros y estallidos, y, a la tarde nadado en una piscina en una mansión con la actriz mayor. La joven Abril, era como una sombra. Siempre cerca pero lejana, su presencia era la de un fantasma de carne y huesos, que aparecía cunado su padre hacía una pequeña seña y rápidamente salía sin ser notada. Algunas noches, salía a tomar una cerveza, junto al balcón, con los auriculares y leyendo a la luz de una lámpara de luz muy fuerte.

            Llegó la noche del estreno. Las marquesinas brillaban con los nombres de los actores y actrices. Aroldo- Wilians era una potencia. Su rostro se dibujaba como un cuadro del setecientos. La alfombra roja y el flash de cien periodistas lo dejaron impactado. Furlong y Abril, junto a los otros actores y actrices, con ropas que deslumbraban. Pero todas las miradas eran para su bello rostro. ¡Era el dios pagano del Olimpo del cine!

            Las películas fueron un éxito. Cuando salió, mil manos querían tocarlo, acariciarlo y bocas se acercaban buscando besar al asombrado Wilians. Allí, supo que su vida había cambiado. Definitivamente. Ya no sería el anónimo desconocido. Aun así, saludaba afable y sonriente. La vida le devolvía una catarata de piedad por los años tristes y de enormes sacrificios.

            Pasó el tiempo filmando, asistiendo a los canales de televisión, posando para los fotógrafos como modelo y firmando autógrafos, con un nombre de “arlequín” prestado.

Se permitió todo, menos ser necio. Como ganó buen dinero, compró una propiedad austera pero segura y de calidad. Era “La Cara” del siglo. Pero la casa solitaria se fue quedando vacía. Tuvo dos perros que lo esperaban con amor, más, tuvo mucho miedo a enamorarse y pasar por lo que había sufrido su padre.

            Muchas bellas actrices lo buscaban para ser su pareja, él, se alejaba con el pretexto de un gran trabajo. En la noche, solía sentarse en la terraza con una cerveza y un libro, mientras leía un guión que le había mandado algún ansioso director de cine extranjero. Y una noche, se miró, reflejado en el cristal del ventanal y recordó la figura de Abril. Ella a esa hora, tal vez, estaba haciendo lo mismo. Entró y tomó el celular; ella le contestó. La invitó a cenar el día siguiente. Ella vino y nunca más se fue de su lado.

 

PAZ EN LA TIERRA

 


Suenan las trompetas y tambores

arde en el desierto un fuego abrasador

cunde en las calles una ola de esperanza

hoy, ha desplazado la vida una fragancia de amor.

Los jóvenes se arriman a los portales con versos y cánticos

las banderas de colores de arco iris se mezclan con pancartas seculares;

llevan en cada mano una flor silvestre arrancada de un jardín inhabitado,

 van dejando sus armas sobre la tierra alzando la mirada hacia el sol.

 

No se escuchan los truenos de armas que herrumbradas mueren

dejadas en los escombros del horror.

No corren por las calles pies desnudos de los niños sin ojos y con piel

quemadas por el fuego que otrora se esparcía

junto a los gritos desgarrados de dolor.

Hoy la Paz nos conmueve y se vislumbra tenue

leve amanecer de la conciencia

del amor.

LA LUJURIA

 

                     El comedor señorial esperaba el brillo de los comensales. Un encuentro de seres solo interesados en mostrar su poder. Su riqueza en oro y suerte. Cargando una enorme hipocresía, individualismo y soledad.

                         Risas apagadas, miradas que se entrecruzan con veladas invitaciones a practicar deportes sexuales.

                         De pronto el dueño de casa se incorpora con una palidez azulada. De su blanco e impecable pantalón de lino blanco, una leve cascada de sangre. Silencio. El hombre se toma los genitales y de entre sus dedos emerge un tenedor de plata. Brilla a la luz de las arañas de cristal. No se anima a arrancarlo.  Cae. Al mismo  instante se desmaya una joven modelo que estaba a la izquierda junto al bello anfitrión herido. Caen sillas y copas de vino manchando de bermellón el inmaculado mantel de encaje. Algunos tratan de ayudarlo. La mirada extraviada de la esposa se posa en la jovencita y el marido herido. De la silla a la derecha del sitio aparece un cuchillo afilado.¿Para qué sirvió? Una braga ínfima descansa en la alfombra. Su dueña se va despertando del desmayo. Ágil recoge su prenda y escapa por una puerta que enfrenta el jardín. Desaparece.

 

 

 

 

TOTA Y VICTORIO

 

Eran una pareja muy exquisita. Él, un dedicado médico que investigaba el cáncer, enfermedad que había irrumpido en el hermoso rostro de su amada Tota, esposa que era la mujer más bella de la facultad. Intentó cuanto tratamiento le compartían sus colegas del país y del exterior. Logró sacarle el tumor y matar, esas crueles células malignas, que desfigurarían a su querida esposa.

 Ella, era brillante, estudiosa y frágil, pero con un enorme sentido de la voluntad, logró superar esa marca que desfiguraba su mejilla izquierda. El radio, le había dejado un volcán de piel oscura en la cara. En los años de la escuela secundaria, había sido la reina de los estudiantes, por su rara belleza y gracejo. Sus amigos disimulaban la expresión de pena que les daba ver el rostro.

Supo que por los tratamientos jamás podría engendrar un niño y Victorio, jamás le hizo ningún reproche. Pero su soledad los llevó a tomar una decisión, tomar unas cátedras en una provincia a mil kilómetros de la capital. La universidad en dicho lugar era muy prestigiosa y no significaba bajar de nivel académico. Sólo, que estaban muy solos.

Se instalaron en una bella casa en un barrio de casas de buen gusto y buena fama. Sus vecinos eran discretos y amables. El hecho de tener su rostro tan marcado, hacía que los niños y algunas personas incultas la miraran demasiado. Comenzó a usar un sombrero con un velo que le tapaba parte de la cara. Cada vestido que le mandaba madame Turnó, traía el famoso velo. La mucama preparaba la ropa cada mañana para que su señora saliera en el coche a pasear por los amplios parques y paseos de la ciudad.

En la facultad, Victorio, conoció a varios colegas. Eran callados y algo sensibles. Lo consideraban un ser de otro planeta. Sabían que él, había estudiado muchísimo y les extrañaba que en lugar de quedarse en la gran capital, enseñando a los alumnos más adelantados, hubiera aceptado vivir en la provincia.

Pronto supieron la verdad y algunos, se retrotrajeron sin explicaciones excepto un par de colegas, interesados en hacerse amigo y ayudarlo.

Acá comienza otra etapa. La que viví yo, hija de uno de esos médicos. Una noche fueron invitados a mi hogar. Mamá se dedicó a preparar unos manjares que sabía iban a gustarles. Papá eligió vinos y un buen champagne francés. Nos vistieron como muñecas de vidriera. ¡Venía el gran profesor Victorio Traquei y su esposa¡ yo tenía once años y esperaba los chicos para invitarlos a jugar. No había hijos. Pero fue una noche inolvidable. Ni nos dimos cuenta que Tota tenía una enorme marca en la cara, era tan amorosa, graciosa y él, tan chistoso que nos moríamos de risa.

A partir de esa noche, ciertos domingos y feriados en su casa o en la nuestra había un almuerzo o cena y luego jugábamos a mil competencias de memoria y palabras, cartas y fichas… fue tan hermoso ese tiempo, que ha quedado en mi memoria grabado.

Un día vinieron a cenar y les contaron a papá que a él, lo necesitaban en la universidad en Boston. Y se fueron. Por un tiempo escribieron cartas que se fueron espaciando hasta que nunca más supimos de ellos. Seguro que la vida los llevó por caminos más interesantes que una familia de provincia.

ROSAMUNDA


 

"DE ROSTRO REGORDETE, CON SU CABELLERA CASTAÑA, QUE CAÍA EN CASCADA HASTA LA CINTURA, MIENTRAS JUGUETEABA CON EL PIANO" A.A.

 

Finita tanteaba con sus manos artríticas el mesón, buscando los anteojos que le trajera Guillermo. Se le había olvidado donde los puso y solo veía bultos, luces y sombras. Una pálida lamparita iluminaba tímidamente el ambiente. Extremando el cuidado se fue acercando al lugar donde guardaba la llave del secreter. Arrastraba en colgajos informes la piel, la ropa enorme, los pies deformes cubiertos por unas antiguas zapatillas de seda; tratando de no pisar los lentes que pudieron estar caídos. Tanteando llegó hasta el ropero de inmensa luna, opaca ahora por las cataratas que velaban sus ojos más grises aun.

Encontró la caja taraceada en nácar que le regaló su Tata cuando vino de la India. Era su gran héroe. Abrió la pequeña cerradura y al levantar la tapa un sonido mágico la transportó a su juventud, cuando la vida era fresca y chispeante. Rosamunda, sonaba como un latigazo de gasas, los recuerdos fueron multicolores. El perfume del polvo "COTY" que usaba su madre le penetró en los pulmones como la brisa asustada del tiempo. Su alma, se impregnó de nostalgia. Como marejadas de besos y caricias vinieron a Finita los mejores viejos recuerdos. La tía Arcelia con su arpa, esa que dormía entre telas de araña y polvo en el desván, ahora ocupaba un importante lugar en la zona de su memoria. Mazurcas y valses sonaban en su memoria.

El Doctor Benjamín Burgos, que con su cálido violín, la acompañaba en los valses y canciones, fue cambiando con el tiempo en tangos y milongas. ¡Eso cuando su madre y su padre dejando este terruño, para ingresar en espacios ignotos, antes imposible!

Luego, ya regresando al triste "Ahora" hurgó en el interior de la caja y contó cuánto le quedaba de sus monedas, las preciadas piezas de oro de su dote. ¡Quedaban sólo siete! Sintió pánico. La miseria que ya la había visitado intermitentemente en su vida, ahora se había incrustado en su corazón.

Se alejó tanteando las paredes y muebles y llegó al viejo sillón. Se tiró como saco vacío, crujieron sus huesos. El gato, Ringo, saltó a sus piernas doloridas. Ronroneaba. Era su único amor, su compañía. Se fue quedando dormida y soñó con la lejana juventud perdida. La despertó el sonido de un golpe en la puerta del caserón y se asustó. ¿Quién puede venir a buscarme? Sintió el carrillón del reloj que daban las doce, se incorporó y se asomó al ventanal, una joven rubia de cabellos castaños que caían en cascada hasta la cintura le sonreía. ¡Hola abuela Fini! Ábreme la puerta, vengo a verte, llegué hoy de Valencia.

¿Acaso tengo una nieta o una hija tan joven? Su mente trepó por los espacios vacíos buscando una figura, un nombre, una señal divina. Recordó a una nena de cinco o seis años con la que solía jugar a veces en vida de sus padres. Con desconfianza se acercó a la puerta. Entreabrió la hoja de madera y miró a la muchacha. Abuela Fini, te traigo una carta mamá. La dejó entrar con temor y la muchacha, abrió los cortinados. Una luz inusual ingresó en la habitación polvorienta. La besó en las mejillas flacas. Le acarició el níveo cabello, otrora castaño como el de ella. Le alcanzó los lentes y le entregó el sobre que tenía perfume a lavanda, el que le trajo a la memoria a su hija que se fue detrás de un próspero abogado español.

 

                                               Valencia, 25 de marzo de 2022.

"Mami, querida viejita, te mando a Delfina, mi hija para que te acompañe mientras dura su beca en la Academia de Arte, ganó el primer puesto de licenciatura en piano. Es muy buena y noble, como tú. Perdón por haberte dejado tanto tiempo sin noticias..., pero mi marido, resultó ser un hombre prepotente y grosero, me tuve que divorciar siendo apenas una madre joven y sola en un país extraño. Fueron buenos y por eso la pude educar y salir adelante. Mi ex marido murió hace cuatro meses y me ha dejado un verdadero enjambre de problemas a resolver. En cuanto termine de arreglar estas cosas, viajo, para nunca más dejarte sola. Te mando un enorme beso, tu hija Analía."

Fini, comenzó a llorar quedo. No podía creer que la vida le regalaba a esa altura de su existencia ese tesoro. Delfina se sentó en la butaca, abrió el piano y comenzó a ejecutar una melodía inolvidable: Rosamunda.

 

EL RESPLANDOR

  

 Mateo se despertó con el rudo sonido de los truenos. Caminó descalzo por la tierra húmeda de su rancho. El perro que gruñía con desagrado estaba enfrentado a la endeble puerta de madera. La tormenta dejaba todo en breve tiniebla. Una cascada de luces intermitentes iluminaban las hendijas de las paredes de barro y cañas.

¿Pará, Zoilo, no ves que es tan sólo una tormenta! Que no pasará nada en este lugar que no pasara antes... aunque en el verano de tu llegada hubo una inundación del arroyo Los Hornillos, que rompió todo. Si comienza a soplar el viento desde el sur, ¡ahí, sonamos! Prendió un candil e iluminó las paredes y el techo. Todo estaba flojo y muy gastado.

Buscó leña seca del rincón. Dos ratas salieron corriendo y se treparon por uno de los sostenes del techo. ¡Estamos fritos, viene la inundación! Zoilo, vamos a tener que subir al entretecho el catre y el fuego... ¿Cómo? ¡No sé, pero si me quedo sin fuego nos morimos de frío! Un tremendo estruendo sacudió el chamizo. El costado que daba al sur, comenzó a estremecerse. ¡Vamos Zoilo! Tomó un costal con sus papeles, algo de dinero, una muda de ropa, queso y galletas. Atravesó un machete a su espalda y se calzó con lo mejor que tenía. Un par de botines viejos y una manta. Salió como pudo del albergue que lo había abrazado varios años. Subió al caballo y partió alejándose del lugar. Zoilo trotaba atrás con deleite y mojado por el chubasco. ¡Había olvidado el yesquero y decidió regresar! Llegó justo cuando se desplomaba la pared que daba al arroyo. Como pudo se acercó y cargó con dos o tres herramientas y el famoso yesquero de su tata Aurelio. Cabalgó toda la noche, cuando asomaba el día, los truenos y la lluvia continuaban. ¿Adónde iba? Si se acercaba al pueblo, enfrentaría a su enemigo el Melchor Zapata... bravo con el cuchillo y de mala junta.

Se desvió por el terraplén del ferrocarril y siguió un trecho largo hasta la fonda "Ocho soles" del gringo Fortunato Giordano. ¡Buen hombre, que siempre le había dado una mano! Ingresó, dejando en el palenque al tordillo junto a Zoilo que ya, seco, se lamía las patas heridas por las piedras y las malezas. El agua trae mucha resaca de variada naturaleza. 

Apenas ingresó, le pidió una grapa al dueño del boliche. ¡Amigo, he perdido todo, o casi todo, porque el agua se llevó parte de mi rancho! Mi caballo y mi perro son mi único valor. Tengo algunas monedas para pagarte si esta noche me dejas quedarme a dormir bajo techo. El buen hombre se acercó, lo palmeó y le dijo... No necesito tu dinero. Tienes un catre en este lugar y señaló una habitación pequeña cerca de la puerta.

Mateo, le agradeció. No podía llorar era un hombre de "fierro".  Pero le dio una mano fuerte y sentida. Abrazo de hombres de campo acostumbrados al dolor y a las pérdidas. De pronto ingresó Melchor Zapata. La mirada furibunda que desparramó por el boliche parecía el rayo más grande que había destronado el cielo. Se enfrentaron las miradas. Ambos eran hombres de ley.

Fortunato se adelantó y dijo: ¡Acá se respeta a los parroquianos! Un brillo destelló en el aire. Era el machete del bravucón. Mateo manoteó su cuchillo, pero de repente un resplandor abrió un fulgor inexplicable en el lugar. Temblaba el recinto y cayó el matrero como bolsa de estiércol al piso. Un ruido gutural salió de la garganta del hombre. Corrió Fortunato y luego Mateo, el varón había sido atravesado por una luz fulminante que entró por la ventana vieja y sin vidrio.

El raro resplandor bailoteó un rato por el espacio y salió como un ave brillante por la puerta que se acababa de abrir, Zoilo empujaba para entrar para proteger a su dueño.

Esa noche, sólo se oía el ruido de la tormenta a lo lejos.

martes, 17 de junio de 2025

ANA FRANK

 

            RASGUÑÓ LAS PAREDES DEL ALTILLO

            SURGIERON SÓLO ESTRELLAS AMARILLAS.        

 

RASGUÑÓ LA PIEL DE MARGO Y DE SU MADRE

 

SURGIERON BLANCAS VIOLETAS PERFUMADAS.

 

RASGUÑÓ LA PIEL DE “PETER” EN UN ABRAZO TIERNO

SURGIERON MARIPOSAS DE COLORES QUE ESCAPARON

 

RASGUÑÓ LAS TABLAS DEL VEHÍCULO

SURGIERON GOTAS DE SANGRE Y LAMENTOS…

 

RASGUÑÓ LAS PAREDES DEL HORNO CREMATORIO

SURGIERON LÁMINAS DE PLATA EN EL AIRE DE BERGEN BERGE

 

REGRESÓ SU PADRE AL TIEMPO DE LOS CAMPOS

SURGIÓ UN CUADERNO CON TU NOMBRE… ANA.