lunes, 5 de agosto de 2019

LA COFRADÍA DE LOS ANIMALES




La comadreja corrió por la orilla del arroyo Piráe y buscó al aguará guazú que se escondía del hombre para sobrevivir. No la veía por ningún lado hasta que se subió a una elevación del terreno. Avistó al oso hormiguero y le gritó la consigna. – ¡Reunión en el claro del monte ¡ - El sonido de su chillido se oyó en toda la zona. Emergieron cabezas de varios animales: el tatú carreta, el lobito de río, vizcachas de varios colores, algunos guasunchos o cervatillos, carpinchos curiosos y hasta una yacaniná ñata. Las aves volaron en todas direcciones para llevar el mensaje. El gato del monte necesitaba urgente una reunión en forma rápida. Los guacamayos ruidosos se elevaron en vuelos veloces entre los altos árboles de la selva. Todos tenían que venir nadie estaba excluido.
Así se reunieron para declarar que nadie tenía que salir de la selva para evitar al hombre. - Ellos, son malos y vienen a destruir nuestro mundo.- dijo el gato manchado, que veía como se estaba achicando la selva. –  Yo les aconsejo que merodeen sólo si no ven gente extraña, el hombre de la zona, sólo caza para comer. El otro, ese que viene de lejos, quema y tala los árboles y mata, por puro placer mata.- Y cada uno de ellos, salió a su madriguera para comentar con otros animales del bosque.
La noche cayó sobre la espesura y los ruidos de monos e insectos, atropellaban los matorrales con su sonido amigo. Todos cuidaban a todos, así se podría seguir viviendo en el bosque.

EN EL CIRCO DE SOLEIL



NOS PIDIERON SAQUEN FOTOS E INVITEN A QUE NOS VEAN. Y YO SOY OBEDIENTE

ANTIGUOS TELARES



            María de la Cruz se sentó en el piso de su rancho. El frío le ingresó por el cuerpo hasta los huesos. Un helado furor de pellejo suelto, de tendones rígidos por la artrosis de las manos y los brazos, de sangre lenta que calienta apenas su cuerpo de mujer laboriosa y maltratada.
            La voz de su hombre se introducía como viento helado por las hendijas de su piel y tristeza. Había completado unos trabajos que él, llevaría a la feria. Esa bendita feria donde su ex novio siempre se paraba en la esquina a observarla, luego llegaban los golpes e insultos de su marido. Cuando era una niña, de largas trenzas negras que su Abuela ataba con pompones de lana de colores, ella era una pequeña estrella juguetona y alegre que merodeaba por los corrales abrazando las ovejas recién nacidas, o las llamas recién paridas, o potrillos y camadas de perros que sin nombre entregaban en la feria a quien quisiera tenerlos.
            Un día llegó el Artemio. Era grande. Su mujer había muerto hacía un tiempo y su padre la entregó como se da una oveja. Y allá fue con su atadito de ropa y sandalias, con sus lágrimas y su miedo.
            Su cachorro la seguía, pero el hombre lo pateó y salió volando con quejidos lastimeros. Quedó quieto y sangrando. Su corazón de niña, se endureció de pronto. Ruca. Piedra. Hielo. Nunca más pudo reírse como lo hacía antes.
            Su madre se acercó una mañana y vio a su hija tejiendo en el piso de tierra apelmazada de la casucha. Una olla grande borboteaba en el fuego. Cocinaba y lloraba. Tejía y lloraba. Dormía y lloraba. Los viejos telares lloraban con ella.
            Pero llegó el Artemio y la trató de loca, de inútil, de sinvergüenza. Y la madre lloró como ella. No pudo regresar y el padre, alcohólico y enfermo, se reía, se rió hasta que un día cayó sobre el catre con un paro cardíaco.
            María de la Cruz se fue en silencio por la calle polvorienta. Llevaba entre sus manos ateridas y deformes una manta de alpaca para su madre anciana. Se abrazaron y sin una sola palabra supieron que jamás regresaría a la casa del Artemio. Todavía buscaban a quien le quiera dar una puñalada en la feria. Por maula y resentido. Ladrón de poca monta.
            Y una mañana de cálido verano, con la suave brisa escucharon el quejido de un sabueso. Era el Artemio que vino a morir en la puerta del rancho. Tenía unas costillas rotas y arrastraba un resto de tripa por la tierra.
            ¿Qué te pasó Artemio? Acercó el oído a la boca hedionda y escuchó: “Fue el maldito perro que te siguió toda la vida.” Y se dejó silenciar en un suspiro de odio. María de la Cruz, le cerró lentamente los párpados, lo cubrió con una manta blanca que terminaba de tejer y llamó a un compadre para que lo llevaran. Sola, ahora, seguiría tejiendo con colores de fiesta y alegría. Se terminaron los golpes y la furia. A sus pies, el animal tantas veces pateado

MIRADA DE AYER




Y yo camino descalza sobre la hierba,
Como sonámbula en una perenne caminata entre los tréboles húmedos...
Dejo mis pisadas como huellas de sangre
 En los pétalos del amanecer cuajados de rocío,
Como lágrimas de espuma y rayos de sol
Y dejo mis manos quietas
 Acariciándote en una despedida,
 Tras el cristal de tu mirada de ayer.


EL VIAJE A LA COSTA




Mio. Mi cuello dolorido, columna de cristal que se bate al viento de mi suerte. Es una cárcel de espinas incrustadas en la memoria de mi infancia ausente. El viaje se había programado para que la abuela cambiara de aire. Llenaron de baúles la volanta y con el anciano cochero comenzamos a rodear la costa.
El paisaje era hermoso. El viento nos sorprendía robándonos las cintas y sombreros. ¡Cómo reíamos! Nuestra querida Nana traía una cesta llena de croquetas con perfume exquisito, rebanadas de pan con jamón y huevos duros. Fruta en abundancia. Comíamos manzanas y nueces, jugábamos con nuestras manos mientras mamá intentaba concentrarse en un libro. Era una novela de Alejandro dumas. A los pies de la abuela, nuestra mascota dormía con un ronquido que nos llenaba de risa. En medio del viaje a Jofrey se le ocurrió ir al sanitario. ¿Adónde hay un sanitario por acá? Y más risas. El cochero se detuvo y bajó para ayudarlo mientras mamá nos distraía mostrando un libro con hermosas acuarelas.
Luego continuamos el paseo. Debíamos llegar al hospedaje del Rincón de Cornualles. Allí nos esperaban unos amigos de mis padres. La abuela dormitaba y nosotras reíamos entre dientes por los bucles que se desarmaban como remolinos de seda.
Ya cansadas nos adormecimos y el silencio sólo se oía el trotar de los caballos. Al llegar un par de perros labradores merodearon husmeando para reconocernos. Nos llevaron a unas pequeñas habitaciones con cortinas y colchas floreadas. Muy alegres. El aroma del hogar donde madera de pino crepitaba, nos regresó al hogar. ¡Era tan familiar!
Al día siguiente nos invitaron a navegar con el anciano pescador que cuidaba la casucha vecina a la casa donde nos alojamos. Era un hombre arrugado y seco. El mar había hecho estragos en su piel. Fuimos con él después del almuerzo.  
La tarde calurosa amenazaba una noche plagada de estrella. El viejo se sentó sobre la madera húmeda y caliente. Sacó una vieja pipa. Miró tras sus pupilas nubladas  por el tiempo y suspiró cansado. Terminaba un día y el mar calmo no llenó el vientre hambreando de su barca. Poca pesca. No había  ese viento que permitía que se alejaran de la costa.
Un olor penetrante de sol y pescado hería a los hombres silenciosos. El sol se escondía con esfuerzo tras la pequeña colina en occidente. Un pescador comenzó a canturrear un triste sonido. Otro tomó un sonido de belleza inexplicable.
El viejo se acomodó. Cerró los ojos y dejo vagar la mente en los recuerdos. Laberintos de historias aciduladas que  regresaban como pájaros... nosotras nos apresuramos a pedirle esos relatos. Fue un viaje maravilloso que nunca olvidaré.

MI DESTINO




No pensé que llegaría este momento.
El sol en el poniente se asombra por tu huída.
El mar, siempre el mar tranquilo te rodea
te envuelve como a un niño.
Te vas como un día sin tormenta.
No hay palabras, ni una despedida.
Gaviota misteriosa. Ola.
Cuando parta la nave hacia la aurora
Vendrán remolinos de manos plagadas de guijarros.
Fui una playa tibia.
Remolino.
Fui tu nido.
Llegaste desnudo de palabras. Solo.
Te amarré a mi red de amor.
Casi un trozo de mi piel,
Casi un retoño de mi piel frutada.
No tuve cómplice
ni permiso de ingresar a la aurora de tus sueños.
Ostra de fuego.
Saltamontes.
Labriego
de mirada triste que llenaste mil noches de sonrisas.
Perla oculta.
Si me voy como tú, hacia lo ignoto
castigaré las velas con mi viento de esperanza.
Más... no volveré por tu respuesta.
Sellaré mi arcón de recuerdos.
Historia fue.
Un parche de oro y jade tu celaje.
Perderé la llave que me abra
la puerta de la nave, arca de incienso.
No supiste esperarme a sotavento.
Si volviera a mi puerto tu mástil de esperanza,
me lanzaré en el viejo remolino de los días
vividos en tu oriente.
No volveré a soñar porque los hijos
son las marejadas de néctar que regala el barco de la vida.
Mi destino...
Una despedida.


EL FAMOSO ACTOR




                                 ¡Sano está, Betssy, aún vivo, aunque con permanente tratamiento psicológico! Luego el regreso al infierno. Ella se fue al campo con los chicos le solía llegar con estrellitas de televisión, modelos y hasta campeones internacionales. Le traía como siempre dinero a caudales y joyas...en fin los autos eran modernos y ágiles.
                                  Partía, dejando la  rara sensación de un tornado donde los rayos de sol atravesados de oro...y fulgor marcaban de olor a perfumes francés que atrapaban el perfume nauseabundo al hashid o el opio. Hace unos  días la golpeó la noticia que vino a su tranquilidad como el volcán ardiente del horror.”El playboy, había matado con su Ferrari una familia de cinco personas”. La policía cuando llegó sorprendió al hombre con una despampanante travesti, totalmente dormidos por la dosis...
                                 ¡Ahora lloras y gimes como un animal acorralado entre el lujo, la lujuria y la caída, que será aún más dolorosa!
                                  “Recuerda que Dios no ha muerto”, como tu sueles decir a viva voz cuando en medio del glamour de tu fama, de los flashes, de fotógrafos y paparazzi, la lluvia  de billetes que trae y lleva el uso y tráfico de drogas, vociferas como llamando a los dioses...y al destino. Pensó.
                                   Cerró la puerta  del automóvil y se quedó llorando. ¡Al final lo habían condenado! No bastó todo lo que les habían pagado a los abogados penalistas. Un enjambre hambriento de flashes y micrófonos; seis cuervos los había rodeado como una gelatina ácida y pringosa. ¡Culpable! ¿El más notable de los medios para lograr la representación de los famosos? El, con su aplomo de modelo de pasarela, que atraía como luz a las, mariposas del yetset, esas muchachas (cada vez más jóvenes) que con cuerpo de vestales y caras de muñecas de porcelana, se abrazaban a su fama y su dinero. Ahora preso en la  cárcel... ¿Con los presos comunes? No lo soportará, pensó y se tocó los anillos de esmeraldas y brillantes que le habían regalado cuándo les nació la    primera  hija. Recordó a esa pequeña... había nacido discapacitada y a las pocas horas había muerto. El médico sentenció... “Es por el uso de cocaína, efedrina y heroína, que la bebé  nació sin cerebro...” Lloró mucho, pero adoraba a ese hombre que la  llenaba  de joyas, pieles, fiestas y viajes a lugares de ensueño. Es cierto pensó secándose unas lágrimas de plomo derretido que le caían heladas por la cara agrietada por la  angustia, muchas veces tuvo que huir de los golpes cuando él, estaba ido. Luego vino un descanso. Fue cuando lo denunciaron por primera vez, había violado a una menor y el no recordaba nada. El juez ordenó su internación. Vinieron algunos años hermosos. Nacieron los dos hijos sanos.
                                         El coche se deslizaba por la gran avenida. Iría a buscar al hombre con más poder del país, que sería quien los ayudaría en este momento. Sí, seguro que la recibiría como siempre en el salón azul-dorado. Seguro que tomaría el teléfono y con dos o tres palabras al juez, quedaría internado en una clínica por demás conocida; sí, seguro que los medios suavizarían la agria historia... con suerte y el dinero, siempre habían comprado tanta gente.
                                           Ya se acercaba el automóvil a la gran casa..., le llamó la atención el poco movimiento y el silencio. Paró el chofer y se les acercó un hombre de vigilancia. Lentamente bajó el vidrio de la ventanilla. El uniformado se acercó luego de hablar por radio.
                                           ¡Lo siento señora, el presidente, no la puede recibir... y ruega que no lo importune!
                                            ¡Arranque, vamos... miró hacia el cielo y vio un sol, anaranjado y rojo sangre! Y vio un sol, que se ocultaba ostentosamente entre las nubes... ¡Dios se ha despertado, pensó!
                                          ¡Ahora tendrá que ocurrir un milagro... cerró la ventanilla, también los ojos y comenzó a rezar!