sábado, 9 de mayo de 2020

PURA POESÍA


LA PINTURA ES POESÍA MUDA; LA POESÍA PINTURA CIEGA: LEONARDO DA VINCI

Los trigales perfilan la curva del silencio.
Holgazanean las espigas solariegas en calma.
Buscan las aves el horizonte de las almas añil,
revierten la soledad del camino al cielo plata.
Vertiginosas las vocingleras cataratas cantan,
van valle abajo en su perfecto viaje en busca del oropel
que maltrata las piedras sobre el suelo fértil,
a los arroyuelos que pintan las aguas mansas.
Los sauces se contornean coqueteando ensueños
atrapando el arrebol de la ribera inquieta, en brava caída,
en perfecta sorpresa de melancolía blanca.
Nace en el horizonte un carmín de sueño solar,
un tamiz de osadía perdido en la montaña. Nieva.
El corazón palpita en verdes y celosos naranjas
del pinar yacente en la balaustrada umbrosa,
moviendo el mundo con ritmo de hojarasca sutil,
con ritmo de amapolas que mecen mariposas de oro,
con ritmo desmesurado de panderos viejos, ruidosos.
Un colibrí amenaza llevarse cada flor en el pico,
robar la dulzura de la miel del panal oculto,
buscando en las ramas del rosal y peonías rojas.
Y el trigal sigue inquieto meneando su belleza dorada
coqueteando con las cigarras y tumultuosas langostas.
A lo lejos nace la poesía con pinceles de crines.
Cabalgan los alazanes con probidad de duendes,
Traen entre sus lomos la magia de violines.
Traen al poeta ebrio de amor y gozo.
Traen joyas preciosas.
Traen palabras que brillan con los trigales.


LA SOSPECHA




            Cuando Edison llegó al rancho “Albores Azules”, llovía a baldazos. La perspectiva visual era nula, las ruedas de la chata levantaban chorros de barro azuloso y pequeños guijarros que golpeaban los muros de la casa. Por la ventana, tras el visillo, un rostro sorprendido se asomó, para desaparecer rápido y apagar las luces. El silencio quebrado por el chubasco, penetraba el amplio patio.
            Dos enormes perros negros corrieron gruñendo, para que el intruso regresara por donde había llegado. Edison, se negaba. Descendió con dificultad, su pierna ortopédica, con humedad se ponía artrítica y su corazón galopaba por el esfuerzo. No regresaría a “Paradisso”. Un sonido agudo despejó el camino de los mastines. Ellos, agacharon la testuz y se mantuvieron en espera del mandato que solía provenir del interior de la casa.
            Golpeó con el puño la puerta. Nadie contestó. Un insulto grosero y un escupetazo, cayó en las piedras acuosas. Rodeó la casa y en la puerta trasera, donde se atisbaba una luz, llamó con un gruñido. ¡Soy Edison Duarte, carajo, abran! Los perros lo habían seguido atentos y dispuestos a luchar. Su pelaje negro y húmedo, los colmillos afilados y las orejas enhiestas, mostraban su estirpe guerrera.
            Se escuchó un paso cansino acompañado por un golpeteo de bastón. Era Úrsula.
Quien con un rostro desfigurado por la ira, luego de putearlo, le abrió la puerta y dejó el espacio mínimo para mostrarse y hablar. ¿No ves, imbécil, que diluvia?  ¿Qué te trae a esta casa? Mientras dijo eso, lanzó un salivazo marrón por el espacio entre dos dientes rotos, carcomidos por el tabaco. Cayó a los pies del hombre. No se movió. Esperó un instante y tras la vieja, apareció Lucila. El alboroto que se hizo, fue grande. La vieja enojada se hizo a un lado y el hombre ingresó, dejando una huella de agua y barro en el piso impecable de la cocina.
            El fuego de las hornallas, entibiaron el cuerpo aterido. Lucila, lo abrazó y el perfume de limón de su cabellera, le llenó el alma de sensaciones maravillosas. ¡Hacía mucho que no la veía! Desde que Virginia había muerto, no podía entrar en la casa.
            Se sentó en la banqueta junto a la puerta, cerca de los olores calientes de los fuegos. El apio, la cebolla y el aroma de la carne, le despertaron recuerdos que había soterrado hacía tiempo. La muchacha estaba hermosa. Había un rubor virginal en sus mejillas y estaba alta y delgada, pero vio en sus ojos una luz inescrutable y triste. Ojeras azuladas rodeaban sus largas pestañas y sus manos, de blancura increíble, estaban abrumadas de pequeñas grietas. Úrsula, se interpuso con su cuerpo enorme y dispuso que se tenía que ir. Pero Lucila, rogó que se quedara un rato. Él, consintió y le pidió hablar a solas, cosa que la mujer no permitió.
            ¡Pues bien, sepan, que he recibido un informe de alguacil del pueblo con una grave denuncia sobre la muerte de tu madre! Un grito se escabulló de la garganta de la anciana. ¡Salga de esta casa! No me iré hasta saber qué ha pasado acá. ¡Salga, maldito intruso! Soy el padre de Lucila y usted no es nadie para echarme.
            ¿Dime pequeña, qué siente tu corazón sobre lo que se habla en el pueblo? Todos los rincones de Branden Stone está murmurando sobre el tema. Yo, había salido de la vida de tu madre cuando eras muy pequeña, esta mujer, maldita, no se qué le metía en la cabeza la dulce Virginia. Dijo, el alguacil, que cuando la encontraron tenía puesto un vestido que yo le traje de la ciudad para un baile de la iglesia…y que se había cortado el cabello con la tijera de esquilar ovejas. Ella, señalando a Úrsula, no me dejó acercar y siempre dijo que era mi culpa, pero, dime preciosa; ¿cómo pudo ser mi culpa si no me podía acercar por la ira de esta bruja?
            No alcanzó a ver que tras él, venía un palo enorme que lo dejó inconciente. La sangre manaba por su cabeza. Lucila, con los ojos alucinados salió corriendo hacia su dormitorio, se escondió bajo la cama y se limpió las salpicaduras rojas y untuosas de la cara y el cuerpo. Sintió los rituales sonidos que hacía la anciana cada vez que tenía un cadáver cerca. El cuerpo arrastrado hasta el sótano y el cieno cubriendo el cuerpo aun palpitante de su padre.

LA ABUELA, EL ALZHEIMER





            La  tierra ha perdido conmigo, un puñado de arcilla, porque la ceniza de mi memoria se mezclará en el alba con la tempestad del olvido. Mi cuerpo será polvo mezclado con las flores.
            Cuando no ando en las nubes ando como perdida y el hada de mis sueños juega con mi sombra entre los árboles quietos. Y el ángel de mi nombre bailotea conmigo.
            Hoy no me hables, quiero estar  contigo. Tu presencia se escapa entre celajes de silencio y un misterioso nombre hace eco en la tarde y no encuentro tus ojos para besar tus parpados de terciopelo y nácar.
            Cuando me llaman mía no soy de nadie. Tengo alas de humo que cortan cadenas invisibles, echo a volar inquieta a la profundidad  de mi corazón sediento de perfume. Libre como un  pequeño pompón de seda.
            La cumbre de mis sentidos, son como alfombras mágicas, vuelan y vuelan por espacios celestes. Cuando comienza mi día siento nacer nuevamente y al pasar el día, con sus horas inclinando su manto de olvidos. No recuerdo sino lo viejo, lo que pasé cuando era niña. Me miro al espejo y desconozco esa mujer que está allí frente a mí, con canas y arrugas en el rostro.
            Me busco en la frente, con un pensamiento de ayer, de cuando vino mi hijo y me trajo sus besos y un chocolate que endulzó el tiempo, ese que se escapa en mi recuerdo y vuelvo a ser la niña que creía en los cuentos que me relataba mi hermana, esa que se fue una tarde y llegó en triste con las cuencas vacías. Y arrecia el misterio del ahora. ¿Acaso soy una figura de escaparate cerrado, abandonado a su suerte? Sin caminar en las huellas del camino, de los senderos tachonados de piedras y azucenas, de los cielos que se escapan con nubes ambarinas del sol del poniente entre los picos de nuestra cordillera. Donde estoy ahora. ¿Qué es esta mansión de aullidos que nadie escucha y yo oigo con frenético dolor de auroras insomnes, de lechos húmedos y orines insalubres?
            Igual, una mano me peina el diminuto silencio, me baña con tibieza de algodones floridos, me alimenta con pequeños guiñapos de pastas saludables, y el odio que chorrea de la garganta seca de mi sabor a niebla. Así, vuelvo a ingresar a mi nada. Los recuerdos me siguen jugando en las cornisas. Bailotean los pañuelos dorados de adioses de cuentos, y otros, los negros que escondo en las grietas de mis viejas heridas.
            ¿Dónde están mis peonías, mis bellos tulipanes, mi padre y mis amigas? ¿En que estrecho colmenar se han quedado dormidas?  Recuerdo mi niñez. El patio de la escuela donde nunca fui elegida a izar la bandera. Mis dibujos, mi canto de “Aurora” en la mañana. ¡No recuerdo el rostro de mis hijos! Las fechas de las bodas. Ni a sus hijos.
            Soy un ave que vuela sobre un manto de escombros. Una casa vacía, un jardín sin rosales, un pájaro sin canto que despierte en el alba. Mis manos son dos garras de uñas afiladas que arrancan la piel de los recuerdos. Tengo algunas visiones. Escucho voces. A veces pido, quiero oír a Haendel o a Beethoven. Ya no puedo tejer, ni enhebrar los hilos de colores y pierdo la esperanza de dejar la belleza en un costado de mi frente.
            Las veo rodear mi soledad y me acompañan. Son ajenas a mí, son peregrinas que quieren hacerme volver en la memoria. ¿Te acuerdas de nosotras, abuela? Y las miro, sonrisa desdentada que duele por inerte. No las reconozco. Son vestales, cariátides de mármol; son personas amables que me traen dulces y nostalgias de otra gente. Abro los ojos grandes para verlas mejor. Soy la loba que agranda su garganta para engullir la prole en la nieve de mi noche. La oscuridad me desalienta. Las invito a jugar a la rayuela o a la casa de muñecas que guardo en mi axila izquierda. Se ríen con mi fábula de Esopo repetida en latín y luego se van con sus pañuelos al aire. Con sus manos llenas de no me olvides. ¡Tiene Alzheimer, dicen! Y empiezo a revolver mi corazón de carne que mana una sangre clara sin el color del amor, ni del destino para la caridad de antaño. Sólo veo rostros que me acunan en sus sonrisas de madres sustitutas. Soy ajena a la suerte de quienes buscan quererme, sin respuestas de mi infancia perpetua.
            Me canso, me encojo en el sillón de terciopelo que trajo un hermoso muchacho, que dijo ser mi nieto. ¡Qué lindo, que maravilla la suavidad del verde terciopelo! Me duermo. Tal vez, luego despierte y divague como siempre por las habitaciones de la casa abandonada en mí sueño. Me duermo. Sueño. Duermo. Muero.


EL ACCIDENTE




Cuando se fue a la  madrugada  dijo que “que me  amaría  siempre. Se fue. Habíamos peleado porque yo no tenía trabajo todavía. Esa mañana me contestaron de un banco que me harían una entrevista, pero no me creyó. Ella vino a los dos días. Era de noche y estaba muy nerviosa. Se encerró en el baño del fondo. Allí  se quedaba hora mirándose al espejo y yo la espiaba, porque la adoro. Siempre pensé que sería definitivamente mía. Construiría un castillo mágico lleno de sorpresas. ¡Me encantaba pensar en ella como una de esas modelos de la televisión!
El barrio para ella era una tumba. Odiaba a las vecinas chismosas y charlatanas que nos espiaban. Jamás saludó a nadie hasta ese día en que al muchachito de enfrente a casa lo atropelló un tipo y huyó. ¡El muy cobarde!  Las ambulancias rugían con sus sirenas insistentes.  Una terrible tragedia había ocurrido en ese espacio tranquilo. Destruyendo la paz, en el tranquilo barrio obrero. La policía, llegó rápido y acordonó el sitio... los periodistas de siempre parecían aves de rapiña buscando mostrar algo, sí, algo, porque ni el maldito que atropelló ni el chico estaban ahí. Y las pocas vecinas, esas que siempre se paraban a chusmear, se escondieron como ratas. Extrajeron los dichos de una nena de ocho años, que se sentía actriz de cine, se ponía en pose y exclamaba haber estado presente y decía como era el auto y quién sabe qué pavadas más. También los abuelos que la criaban hablaban con soltura. De todos modos era claro que nadie había visto la placa del auto ni el color del vehículo. Heridos hay, como una docena en la ciudad por la misma causa. Pero mi enamorada se acercó a la madre y trató de abrazarla. Era la primera vez que la veía en esa forma amable y tierna. La investigación los llevaba a una calle sin salida hasta que de pronto en un rincón encuentran un trozo de plástico muy nuevo y de color cobalto que no se fabrica en el país. Con eso  se podría lograr acertar en la búsqueda del agresor.
Así supe a los días que el chico había sobrevivido, pero con una marca indeleble por los golpes y que mí adorada, en realidad no se quería ir y sería mi compañera para siempre.

TE PIDO ME RESCATES LOS RECUERDOS




Estoy en el umbral de la vida. He perdido mi historia, no viene a mi memoria ni quién soy, ni qué hacía, ni si tenía sueños. Esto de ser una persona sin recuerdos, es muy malo.
Me muevo por el embaldosado de la casa como un duende. ¿Es nuestra casa? A veces veo caras y creo reconocer a alguien, para luego dejarla pasar por mi lado sin pestañar
Como si acá en el rellano de la escalera, se hamacara un silbido herrumbrado de cobre, un viejo saxofón, un chelo derribado. Siento ruidos y sonidos agradables o torpes, pero no reconozco la música que solía cantar junto al piano.
¿Yo era pianista? Repaso en mi mundo con ahínco pero no encuentro nada.
Hay una mujer que viene y me trae perfumes, cremas y alguna prenda; dice que me quiere y yo la miro, pero no se quién es. No me acuerdo. Me dice mami y se sonríe cuando le digo que no la conozco. ¡Es una linda mujer!
Ayer o antes o recién, me miré las manos. Parecían de otra persona. Uñas cortas, limpias y suaves. En esta casa no hay espejos. No se porqué. Tal vez para que no nos reconozcamos, para que seamos otras, o alguna que se fue y se perdió en la calle.
Hay un reloj de péndulo detenido a las cinco y veinte. Nunca se mueve. Es como si estuviéramos detenidas en el tiempo. Tampoco hay hombres, sólo mujeres viejas.
Cuando llegues a buscarme, a liberarme de este encierro, tráeme la memoria. Uno a uno los recuerdos que he perdido. ¡Ah, por favor, no te olvides de decirme mi nombre!



UN SUEÑO CUMPLIDO



 
            Me llevaron a un pueblito de la costa. Era un verdadero paraíso. El océano con sus azules y verdes, transformaban la costa en una verdadera belleza inolvidable.
            Soñé que estaba parada junto a las vibrantes olas del mar que azotaban las rocas junto a la playa. Pensé en cuántas veces había querido ver ese mismo paisaje en mis ensoñaciones. Pero ese era un pequeño momento antes de dar mi exposición sobre literatura.
            Así me dejé llevar hasta un salón hermoso, con butacones de terciopelo azulado, lámparas llenas de lágrimas de cristal que brillaban con la luz. Allí me presentó un caballero al que poco comprendí por hablar en un idioma del lugar, luego una hermosa joven, de ojos negros y cabellera bellísima, tradujo al hombre.
            Frente a mí se apiñaban un grupo de estudiantes de letras.
            No me amilané, me dije: para eso estás aquí, para eso viajaste tanto… pero me temblaban las piernas. ¡Era muy estremecedor!
Fueron aminorando la brillantez de las luces y quedé envuelta en una suave azul- celeste que me permitió hablar con desenvoltura. Al finalizar mi exposición, la joven comenzó a traducir y yo me puse a observar los rostros inteligentes de los participantes.
            Luego comenzaron a preguntarme con curiosidad. ¿De dónde viene? ¿Desde cuando escribe así? ¿Por qué? Y un sin fin de consultas que me hicieron sentir algo nerviosa. Pero yo sabía que al salir de allí, pediría ir a caminar a la orilla del mar y mi corazón volvería una y otra vez a gozar tanta belleza.
            Me dieron un sabroso té de hierbas dulzonas y suaves. Unas ricas confituras de miel con almendras y nueces. Luego de un aplauso cerrado y unánime me acompañaron al hall central donde una joven mostraba sus hermosas pinturas marinas. Todos hablaban con amabilidad y cuidando no hacer demasiado ruido. Por sobre la charla se oía el chasquido de las bravas olas en las rocas en la orilla del mar. Le pedí a Aziza me acompañara a caminar un rato por ese pasaje entre burgambillas y gaviotas y se me cumplió el sueño de pasear en el mismo paraíso en la tierra.
            Hoy quiero escribir poemas a esas aguas de colores cambiantes con la luz y las sombras de las nubes y el sol que entretejían un tapiz de belleza.



MI VECINO



 
            Lo vi pasar con su patineta bajo el brazo. El pelo larguísimo le tapaba la espalda y la cara. ¿Cómo puede ver con ese cabello tan largo?  Siempre viste de negro. Lleva zapatos con altos tacos de goma y un sobretodo de cuero hasta los tobillos. Llueva o el sol derrita la vereda, siempre usa ropa larga y oscura. Un día de viento le vi bien la cara. Es tan pálido que parece un fantasma.
            No habla con nadie. Va y viene con su patineta y ese día vi que tenía unos extensores en las orejas con forma de garras de animales salvajes. Está todo tatuado en negro. Mamá le tiene miedo. Dice que debe ser “Satánico”. Yo creo que es un cobarde que se esconde de la realidad.
            Tengo doce años y a veces pienso que es un ídolo como los del rock y otras que es un payaso. Un día que pasó y me miró con unos ojos pintados como mujer, le saqué la lengua. ¡Qué infantil! Me puteó. Yo me quedé riendo hasta que lo vi desaparecer por la calle con su patineta veloz.
            En la farmacia de la otra cuadra, le contaron a mamá que es hijo de una profesora de la universidad, que la abandonó el marido y que no sabe qué hacer con su hijo. Mi mamá supo allí que se llama Benjamín y que no estudia. Que vive casi siempre en la noche y parece, parece que se droga. Nadie sabe bien. Mamá trató de defenderlo. ¡Es un pobre chico! Y se le rieron.
            Yo creo que es un pobre infeliz, no tiene otra cosa que su patineta y el disfraz de “Drácula” en pelo largo. Tengo que estudiar y después me voy a ir a jugar fútbol en la canchita de la escuela.
            Cuando regresé del partido, vi una ambulancia en la casa de mi vecino. Me acerqué a ver. Lo han atropellado a mi vecino y está gravísimo. Su mamá llora mucho.
            Mi madre se acercó a ofrecerle ayuda. Ella se abrazó y le agradeció. Pero dijo que los médicos le han diagnosticado que quedará “aparaplejo” o algo parecido. Yo encontré la patineta llena de sangre en la vereda de la esquina, rota y la recogí. Se la di a la madre y siguió llorando peor. Un policía me dijo: ¡Estos idiotas se hacen los vivos y terminan hechos puré! Vos pibe aprendé.
            Un señor que manejaba el camión que lo atropelló, dice que venía con la patineta tan rápido que se le cruzó y no lo pudo evitar. “Ese chico se quería matar”. “Ese chico se suicidó”. Yo no soy culpable. Igual se lo llevaron preso y mi vecino… bueno, mi vecino no podrá usar más la patineta.