EL TEATRO COLÓN DE BUENOS AIRES ES UNA JOYA PARA EL ARTE QUE TIENE LA TRADICIÓN Y LOS PRECIOSOS FANTASMAS DE GRANDES CANTANTES DE ÓPERA, DE BAILARINES Y MÚSICOS DE TODO EL MUNDO. ENTRAR EN ESE LUGAR ES TRANSPORTARSE AL MUNDO DE LA MÁS INCREÍBLE BELLEZA. ES MAJESTUOSO Y VIBRANTE.
miércoles, 31 de julio de 2019
EL TEATRO COLÓN, BUENOS AIRES
UNA PEQUEÑA HISTORIA
Observé un largo tiempo, insegura
por dejarla sola. Estaba bañada en sudor. Ardía de fiebre y deliraba. Cerca de
nuestra casa había caído un rayo con la fuerte tormenta que arreciaba en el
campo. A varias leguas a la redonda no se oía sino el ruido de los rayos y el
brillo mañoso de las nubes que chocaban enojadas con la tierra.
Tal vez, lejos de casa había otro
tipo de guerra, una real, con bombas y obuses, minas y bayonetas caladas. Pero
acá en la estancia, la guerra la peleábamos con la salud de Elinor. Entré en la
habitación y el fuerte perfume que despedía el extraño emplasto que le había
colocado en el pecho la vieja “Palmita”, que nos ha criado desde que éramos
pequeñas ya que mamá se dedica a ayudar a papá y al abuelo con la cría de
animales; fue como un golpe rudo en mi pobre nariz. La lluvia parecía que
deseaba desenterrar árboles y casas. El galpón cimbraba o roncaba, según la
furia del viento. A lo lejos se podía ver el bosquecito de paltas y guayabas,
que era arrancado de cuajo y volaba por el aire en remolino para estrellarse
contra las paredes enormes de silo.
Elinor jadeaba. Su pecho silbaba
como el fuelle del viejo armonio de la iglesia anglicana del sur. Ni mamá ni el
abuelo podrían regresar del pueblo donde estarían refugiados. Habían ido a
depositar cierto dinero de la venta del trigo que gracias a Dios se pudo
cosechar antes de esta tormenta.
Se sintió un olor extraño que venía
por los pocos espacios que quedaban libres entre los grandes ventanales que el
viejo Isidro con su muchacho, el “Cabezón” habían tapado firmemente con placas
de madera. Me acerqué a una hendija para espiar y vi que un rayo estaba
quemando el enorme árbol de encina que adornaba la entrada de la casa. Ese era
el olor. Un terror me asomó en la cara y la buena “Palmita” me dijo sin
dificultad: ¡Mi niña ni que vieras a la “marimanta” justo aquí!
No creo que un fantasma como la
marimanta me asustaría tanto Palma, hay un incendio cerquita de casa. Espero
que cese con la lluvia.
El susto no nos lo va a quitar nada.
Le tengo terror al fuego y ustedes lo saben, desde aquella vez que me acerqué
tanto a la chimenea que se me prendió la falda de seda celeste. Elinor me miró
con unos ojos abiertos que me produjo espanto. ¿Mi árbol preferido se está
quemando? No te preocupes, le dije, tu frente está más caliente que tu árbol.
Se quedó callada y mustia. Palma le puso paños fríos en las sienes y le mojó la
ropa de cama. Eso le bajó el calor corporal. Sentimos el aldabón de la puerta e
Isidro salió para abrir. El viento que entró llenó la casa de un olor fuerte a
leña verde quemada.
¡Tranquilas dijo papá ya ha amainado
la tormenta! El árbol se secará y pondremos uno nuevo, pero un poco más lejos
de casa. ¡Por precaución! ¿Cómo está Elinor? Todos nos miramos… ella parada
junto a Palma, se abanicaba tratando de sofocar el enorme calor que sentía. Mamá
nos dijo: ¡Chicas esto, como la tormenta también pasará! Y abrazamos al abuelo
que solo señalaba su botella de scotch y con seriedad comenzó a rellenar la
vieja pipa con olor a chocolate.
EL INFIERNO TAN TEMIDO
Te juro Victorio que tuve el sueño
tan pacífico, sereno, que se prolongó a lo largo de toda la noche. El verano se
está acabando y nunca imaginé que viviría para contarte lo que he vivido en mis
casi cincuenta años.
Cuando era chico me decían que iba a
ser monaguillo. Sí, yo, monaguillo. Mirá que cuando la conocí a la Perla mi madre se quedó boquiabierta.
Con esas “pechugas” de actriz de cine porno, y esa largas piernas torneadas por
el baile. Bueno, adiós monaguillo. Me metí hasta el tuétano.
Íbamos a las milongas y probé de
todo. De “Todo” con eso creo que me entendés. Un día, maldita sea mi suerte se
me cruzó la “Ñata” otra flor de mina que rompía la tierra y le aflojé al
calzoncillo. La perla me dejó con un ojo negro y un puntazo en el pecho.
Me curé en el “Fiorito”. Salí medio
golpeado pero seguí de farra. El “Chantecler”, “El Folies” eran como mi casa.
Salía con el sol y me iba al correo donde ponía un sello tras otro en cartas
que iban quién sabe a donde. Salía con el ocaso y derechito al casino, si
ganaba, esa noche champagne si perdía caña. Las minas me dominaron siempre.
¡A veces me pregunto si por ahí no
hay pibes que lleven mi nombre! ¿Pobres pibes! Yo iba a ser monaguillo… del
demonio, tal vez.
Comencé a perder el pelo, la calva
era una cancha de básquet. Brillaba con la luna. El sol, me desconocía. Y
llegaron los cuarenta y los pasé sin verlos. Las minas me dejaron y miré a las
más chicas. Me llevaron en “cana” era un degenerado, dijo un juez y adentro.
Pasaré cinco años. ¡Es un infierno! ¿Victorio, alguna vez viviste en el
infierno?
Yo sí, es muy jodido. Aquí, sos
menos que mierda. Los pungas con los narcos, los canas con la “merca” que le sacan
a los tipos. El que no te usa te casca. ¿Y cómo? Sos, total basura. Victorio no
te acerques al gordo de la camiseta negra con la calavera, ese es una mina.
Bueno, eso se cree él. ¡Un asco! Y este otro, el “Jeringa”, bueno, ese anda
armado siempre con chuza y no respires cerca porque te atraviesa la nuca.
¡Victorio! ¿Qué te pasa, hermano,
soy el monaguillo? Victorio… Victorio. No te mueras. Anoche tuve un sueño
pacífico, sereno que se prolongó a lo largo de la noche. Y ahora vos te vas a
morir en mis brazos. Amigo no te mueras en este infierno tan temido. Ya vienen.
Adiós Victorio. ¡Todo por robarte a tu piba!
NARDOS EN MI LECHO
El fuego verde de tu mar me incendia
es un sol en mi región celestial,
Amanece erguido el oleaje amarillo
tiene sombras de perturbada ausencia
y duele la lluvia que anega los árboles dormidos.
y ya no hay vino caliente ni sobra el fuego
ni
es el hielo esa chispas de cristal que duerme.
El cielo tiene peones cansados con hachas en
las manos que cortan los suspiros
y cuelgan una pancarta de nostalgias con mi nombre.
La soledad calienta en el verano mas...
aunque griten las piedras en eco de lamentos
el sol regresará a enamorarse de los nidos.
Entonces un incendio azul elevará el misterio de la risa.
y tal vez mañana florezcan los nardos en mi lecho.
¿QUIÉN PODÍA EXTRAÑAR EL BESO DE LA LUNA?
Y fue en la noche
que cayó una lágrima sedienta de
simpleza
cuando un murmullo de acequia
adormecía
el suelo y
la canción trataba de soltarse.
Nadie escuchó la caída desde el
sueño.
¿Quién podía extrañar el beso de
la luna?
Si en cada estribo de sus besos
queda una astilla que se arquea
hacia lo
infinito del silencio.
Una lágrima
cayó sobre el corazón alterado
de tristeza
y allí
creció con un dolor plateado
con pétalos de ámbar
fue
un dolor nuevo, noble, saturado
de perfume a violetas
cargado de prestigio
solidario con estrellas
dormidas.
Un dolor
que se agitó sorprendido
con los sueños aciagos y
mañana
tal vez mañana, frutecerán las
manos
dejará que crezca un mundo de
arlequines
arropados saltarines de colores
vistosos
carcajadas de niño, esperanza.
Ahora cierra la noche una
guiñada fresca entre las nubes.
Ahí te escondes
con cada párpado cerrado de la
luna.
lunes, 15 de julio de 2019
VARIACIÓN TANGUERA
Paraíso que llena mi
mundo de promesas.
Espero domeñando la
ausencia de tu amor.
Pasos silenciados de
alas cantarinas.
¿Dónde escondo el
perfume de mis sueños?
La sombra que atropella
mis ansias de ternura
socorren a quien me
altera el dolor de la ausencia.
Eco misterioso de
cascada de vidrio.
Pasto enamorado de mis
plantas desnudas.
Asesinato exacto de la sonrisa.
Venas que desparraman mi
génesis celosa de vientre azucarado.
Encuentro entre las
páginas del almanaque tu cuerpo majestoso...
La esperanza galopa en
tu macho perdido como padrillo ajeno.
Marcaré en la carne de
mármol atrevido
tu presencia y tus pasos
guiaran mi destino.
Camino a la casona de
piedra desgarbada
con la umbrosa soledad de la memoria.
Tu cuerpo plateado, piel morena, me penetra lo indómito.
La nada.
Caen en cascadas las
nubes que anudas en la tarde.
La doncella dormida con
los pies descalzos enlaza la belleza.
El hombre solo mira el
callejón sombrío.
Hay un silencio
mitigando el bandoneón lluvioso de nostalgia.
Me miraste a los ojos y
un aletear de risa me propuso un mañana...
llámame con tu risa que vendré cantando.
LA MUCHACHA DE OTOÑO
¿Quién te trajo a mí? Me pregunté
hoy caminando por la calle trajinada de
gente Cuando asomaste por la inmensa ventana de mi vida como la máscara angelical de un torbellino; llamaste a mi
corazón y un aleteo febril de estrellas ingresó a mi mundo de doméstica
tranquilidad.
Conocí cada una de tus inquietudes de muchacha
llena de voracidad por tragarse el mundo, la vida y conocer el país de las
palabras. Caminaste como un ciervo en sus praderas. Comiste hasta la última
gota de néctar de las flores, los frutos fueron los que llenaron el brocal de
tus palabras. Cada vez que nos sentamos
a practicar quedó una sombra de estrellas entre las frases que bailaban su
danza esperanzada.
Algo sucedió y se cayó una gota de
sol. Un reflejo de luna. Una mirada se prendió de la
telaraña del otoño... y se quedaron
colgadas las palabras entre las ramas como fantasmas guerreros.
Ahora envejece el silencio de tanto
escuchar las palabras... eco de suspiros por tu huída reciente.
Tu duende juega con mi insomnio cada
noche cuando te repienso amiga. Un rosal con tu nombre sonríe en octubre. Y el
otoño será un recuerdo imborrable en mi vida.
Te amé y me amaste. Ya no estás y tu
huída dejó mi corazón maltrecho. Eras un hálito de verano en mi vejez. Adiós. Te
duermo en mi memoria.
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