sábado, 9 de mayo de 2020

PIEDRAS Y CÁNTAROS PARTIDOS



Lo nombró por su nombre, lo condenó a la vida.

Sólo esperó con desdicha que cumpliera su destino.

Lo negó tres veces. Tres veces le preguntó su nombre.

¿Me amas Sefas? Te amo, tú lo sabes.

No te está permitido olvidar quién eres.

Desparramarán tu sangre en cántaros partidos.

Y las piedras serán de alabastro y pórfido ígneo.

Lo nombró por su nombre, como se nombra a un amigo.

Lo negó tres veces y aun, está arrepentido.

Muerte de cruz acepta, en manos de su enemigo.

Igual, irá calle abajo, con el madero encendido.

Su sangre será derramada como el agua de la vida.

lunes, 4 de mayo de 2020

ESTAR ACOMPAÑADO



                        Estar acompañado /no es estar con otro / sino en otro.”

Y estamos rasguñando el silencio con la lengua herida.

Atrapando recuerdos como escombro suelto

en calles de arenas movedizas      grillos ruidosos
que acompañan en el territorio calcinado de mis sienes
un llanto desplegado de arcilla          gota a gota
penetrando el hemisferio cordial de la memoria.

Estoy desnuda de asombro
el vértice señala una presencia en un espejo sin reflejos
escapando de la garganta o del vientre un agónico adiós.

Grítame suavemente que me esperas en la otra cara de la tierra
en la cumbre del solsticio de verano con un sonido de chicharras

envuélveme con tu piel vegetal sin espinas
yo ingresaré entonces en las vísceras calientes y estaré dentro de ti
penetrada en tu materia y atraparé la mejor careta
del carnaval de nuestra mentira     con mentiras.
Nos agitaremos con las cuerdas de una mandolina
Inventando un sueño trasnochado entre sábanas de lino.
Vamos    viajemos por el interior de esta ópera infinita sin grandes corifeos.                    

RÍO ESCARLATA




Plantaré un ceibo que arrulle al río en su violencia roja

El lago se teñirá de granate con las flores cuando el viento azote

Entonces no será espejo, ni lago, ni río. Una ciénaga.

Agitaré un pañuelo en la orilla para llorar  la ausencia

Luego agitaré los vientos y las aguas. Los peces huirán sedientos de sol

Cuando esté todo hecho, recordaré el rostro del amor.

Un amor que nunca pudo ser ni fue. Las flores flotarán río abajo

Ruborizando el agua en remolinos. Rojos y escarlatas y encarnados.

Fuego perenne en el silencio del agua que galonea el ceibo.

Estaré parada, sola y recogiendo latidos, uno a uno, latidos

Que reconfortarán el silencio de la orilla del río.

COMO YO TE IMAGINO


                        Sobre la montaña de sueños coralino
                        un ave migratoria te busca sorprendida.
                        Debajo de la niebla habrá un mar de espuma
                        donde un rayo de sol le mostrará el camino.
                       
                        Sobre la vieja ruta de añejas migraciones
                        estará esperando tu mágica figura.
                        Debajo de los cielos una mano extendida
                        recogerá las flores de tus tentaciones.

                        Sobre tu piel de niña de ojos sorprendidos
                        pintaré el retrato del amor futuro.
                        Debajo de tus sueños la imagen perdida
                        de un rostro nunca visto.
                        De una fugaz mirada, de una tenue sonrisa,
                        de una voz que te nombre como yo lo imagino...

EL VIEJO CAFÉ DE QUILMES


   

                               Es mejor poner el corazón, sin encontrar palabras, que encontrarlas...sin que el corazón participe.

Pablo se quedó sentado en la misma silla del mismo café de siempre. Su corazón estaba quieto. Un rumor envolvía el lugar, los parroquianos lo miraban con displicencia. ¿Todos sabían? O a él le parecía que cada uno de esos hombres y mujeres conocían los profundos horrores por los que había pasado. Lucrecia. Pensó en la lejana imagen de esa mujer que pasó por su vida con el fuego incontrolable de la pasión prohibida. ¿Adónde  estaría hoy? Será una mujer anodina, gris y amargada como está Tatiana, llena d rencor y encerrada por los miedos a la vida.
Tal vez, si la viera pasar cerca no la reconocería. Recordó el color de su piel, el perfume de lavanda de su ropa interior, las uñas esmaltadas color ciruela, sus tacones. La había amado. En la oficina disimulaban su frenesí amatorio. El jefe los observaba y con sus pequeños lentes de fisgón, parecía un búho nocturno al acecho. La codiciaba. Pero era mía, entonces era mía.
Un maldito día lo trasladaron a otra sucursal. A los pocos días la fue a buscar y la vio del brazo del jefe. Salió en un coche nuevo, brillante como el zorro blanco que envolvía su cuello. ¡Se vendió! La rabia le hizo cometer aquella locura. Lo pagó bien. Siete años adentro entre rejas. Después, lo natural. Buscar un trabajo digno en otra parte.
Se fue de la zona y se conchavó en un almacén enorme de los suburbios. Allí conoció a Tatiana. Era tímida y callada. Una fémina sin instrucción ni clase, pero le tenía la covacha y la ropa bien. Le dio tres hijos, rubios como ella, insulsos como ella y necios como él.
Ahora, que ella estaba al borde de la muerte, con una enfermedad sin cura, se daba cuenta que nunca la quiso, pero la respetaba. La cuidaba. Y los muchachos, que habían partido de la casa, ya tenían su vida lejos y mejor que la de ellos.
Terminó el cigarrillo y el café. Dejó dos billetes junto al azucarero. Cerró el periódico y lo dejó junto a otros en un revistero. Tomó el sombrero y se lo caló hasta las cejas. Luego apretando la gabardina miró a los comensales y se fue derechito a la calle. Bajaron, todos, la mirada. ¡Ahí, estaba su foto! En la portada a todo color.
“Una vez más, el “Chacal” de Quilmes, degolló a su mujer”. La pobre, estaba desahuciada por la ciencia y él, haciendo gala de su experiencia, le cortó la garganta.
Caminó calle arriba, llegó al distrito 66 y se entregó. Pablo Rinocenti, se había condolido de su mujer enferma y del sufrimiento que padecía. No tenía dinero para pagar sus drogas y solo, no tuvo el corazón para dejarla seguir padeciendo…total, ya conocía la oscuridad de la celda cuando mató al fulano que le arrebató a su amor. 

LAURENCIO




Laurencio quedó aterido en el áspero piso de la celda. Los ojos cubiertos por un trapo roñoso. El olor penetrante a gasoil, no impedía que lo marearan otros perfumes: orines antiguos y mierda. Su ropa era un guiñapo de fibras mezcladas con sangre y vómito. ¡Su vómito, producto de los golpes y el miedo!
Escuchó el deslizar de un cerrojo que carraspeaba de espanto. Entró un personaje anónimo. Hasta el momento no había hablado con nadie. Éste, habló.
-¿Laurencio Sottille? No podía pronunciar un sí. Su mandíbula temblaba y realizó un esfuerzo para asentir con la cabeza.
Apenas audible su voz, suplicó saber dónde y porqué estaba allí.
-tu padre tiene lo que nosotros queremos. Mucha guita.-
Sintió un frío letal apoyado en un trozo de piel helada. Tiritaba. La humedad oscura de la mazmorra, indicaba que sería su tumba.
-hemos pedido una cantidad justa por tu puta vida, pendejo.
Llorando en silencio y forcejeando con unas ligaduras de plástico que le oprimían las muñecas y los pies. Le había robado el “Rolex” y las zapatillas italianas. ¿Su padre… tan ocupado en los negocios lo ayudaría? Pensó en su madre. Estaría desesperada. Su nana también, su noviecita ayer les había mencionado a unos amigos que conoció en un “Boliche” de moda. ¿No habrá hablado demasiado?
El tipo salió. Se oyó una discusión y unos gritos. De pronto se abrió la puerta y una cachetada de “Chanel Nº 5, le revolvió el estómago. Logró, con dificultad y mucha pericia arrancarse lo que le impedía ver. Allí, parada estaba la secretaria de su padre. Comprendió que era la amante del viejo. Supo que ya no tenía chance de seguir vivo.





MARIMAR




Llegó la sombra que envolvió apacible el lecho del río, en la primavera cumplió  con la promesa de un amor efímero.

            Dicen que no hay paisaje más bello que la pradera a la llegada de la primavera. Nuestra visión se demora en los pastizales que rodean el río, especialmente ese olor a tierra húmeda y a setas, el brillo de los juncos que se mueven con un ritmo de góndola veneciana. ¡Y el color! Color de ámbar y oliváceo con fulgor esmeralda, el rojo de las vallas que picotean las aves buscando candorosas alimento para sus pichones. ¡Ay, Marimar! Qué tiempo hermoso es la primavera. Lástima que te fuiste tan lejos.
            Esa mañana apareciste en la sala, con el vestido de los domingos, peinando tu largo cabello en trenzas que enroscabas en la cabeza; tus ojos enrojecidos por la noche en vela, llorando. ¿Qué había pasado en tu corazón de mujer joven y enamorada? Él, se había ido prometiendo regreso. Y esperaste días, meses y años, no muchos hasta que llegó aquella carta con sello de un remoto país de África, donde un sacerdote que misionaba por esos países, te relataba la dura y larga enfermedad que había soportado tu amado Julián. Y tomaste la decisión de ir y embarcarte para una aventura ignota.
            Llevabas poco de lo que creías te serviría para sobrevivir. Luego, después de ese enorme y estrafalario periplo, llegaban tus fotos con unos atuendos que nada tenían que ver con los preciosos vestidos que usabas en casa. Tu cabello rapado, tus manos llenas de ampollas y llagas de trabajar en lugares horribles. Allí no había agua, ni confort en las llamadas casas. Parecían taperas o chamizos de barro y paja como en las láminas que coleccionaba el abuelo Mauricio.
            Albergabas unas sonrisas asombrosas. Nos preguntábamos por qué, si era una zona de espanto. De lluvias torrenciales o sequías mortales. ¿Qué encontraste allí Marimar? ¿Hallaste al amor perdido? ¿O sentiste que tu vida cobraba un sentido diferente?
            El día de Gracia, cuando llegó tu misiva con unas fotos y te vimos con ese hermoso nativo abrazada, nos quedamos en silencio. En la mesa, el mantel estaba un poco menos blanco que nuestros rostros. Pero elegiste explicar que era algo somero, que allí no había compromisos como en nuestra tierra y te creímos. Porque siempre fuiste tan directa, tan tú y tus verdades.
            Tu madre, comenzó a declinar con penas incomprensibles para algunos, no para mi. Yo entendía que ella no soportaba el cambio entre Julio y ese Munbhata.
            Era como si hubieras regresado al pasado neolítico. Pero mirando bien, era un hombre fuerte que tenía una mirada sana y dulce. ¡Sus manos! Eran como dos rocas esculpidas a cincel y su pecho, cubierto de tatuajes entintados con dibujos raros, me llevaron a buscar las láminas del abuelo. Las encontré en un arcón en el desván.
            Mi ansiedad me hizo pasar por alto tantas cosas bellas. Esa jungla dispar y los insectos y bestias que sólo se ven en los zoológicos de Londres. Luego, llegó la noticia que regresabas. ¡La fiesta que prepararon tus hermanos era para los periódicos de sociales! Llegaste sola. ¡Tan cambiada! Eras otra Marimar, diferente en todo.
            Habías decidido entrar en un convento de misioneras. Y luego de abrazar a todos por muchas horas y algunos días, volviste a aparecer en la sala, con los ojos enrojecidos por el llanto. Con una túnica blanca y el cabello cubierto. Una alforja con dos o tres prendas útiles, tal vez, en esa nueva vida que emprendías. Me invitaste a caminar cerca del río, una primavera incipiente acomodaba nidos entre los almendros florecidos. Me narraste lo efímero que fueron tus dos amores. Hablaste de Julían y de ese desconocido Munbhata que te había amado hasta el delirio. Ambos presa de la malaria y tú, me dijiste que contrajeron lepra. Y la inestimable patrona de larga túnica negra y maligna había hecho un trabajo ejemplar. ¡OH, muerte! Nunca inevitable con los que aman.
            Ahora, como misionera, recorres los caminos cuidando a gente débil y sencilla. Tus manos, siguen creando un mundo aceptable. Le regalas justicia y amor. Cuidas sus cuerpos deshilachados y grises. Y yo, acá,  sigo buscando en cada amanecer los colores del alba, rosados, carmesíes, violetas y morados.  Los perfumes deliciosos de los duraznos maduros y las flores, miro el sol de plata insistente en calentar la tierra o la luna naranja que anuncia tormentas. ¿Te extraño Marimar! Nunca me atreví a decirte…Cuánto te amo. Alfredo.