miércoles, 9 de junio de 2021

ABIGAIL

 

                     Soñar que estoy parada junto a las vibrantes olas del mar que azota                                                                                                                                                           las rocas junto a la playa.

 

            ¡No podrá caminar más!; sentenció el galeno. La rodeaban varios médicos en el nosocomio. El accidente fue terrible. Abigail caminaba distraída por la acera de la avenida en plena mañana de un domingo temprano. Se detuvo unos minutos para observar una mata de flores silvestres que crecían en una grieta entre las piedras. No escuchó el sonido de los neumáticos que rayaban el pavimento.

            El coche se estrelló sobre la vereda cerca de una bocacalle arrastrando a la muchacha. Se incrustó en un árbol y tumbó varios carteles y faroles. Ella despertó en la guardia de la clínica Santa Catalina. No recordaba nada. Siguió con la mirada activa por su alrededor y descubrió a su madre y a su hermana Angélica.

            Tenía cables por todos lados. No se podía mover y tampoco hablar. Una pequeña máscara le proporcionaba oxigeno. Las horas eran eternas. Esperaba cuando salía su madre y entraba su padre. ¡Lloraba como un niño chico! Su estrella de mar, como le decía estaba allí, inmóvil y en silencio.

            Cuando ingresaban los médicos escuchaba murmullos, nada coherente. Pasaron varios días hasta que logró comprender su estado. El día que entró Emanuel, su novio, lloró. No quería que la viera en ese estado. Hinchada, morada, llena de vendas y quién sabe qué otras “bellezas” vería. Él, se acercó y cerró los ojos. Una gruesa lágrima surcó su rostro y se perdió en la barba. Igual la besó con delicadeza.

            Muy pronto llegó una enfermera que lo sacó de la habitación. ¡No puede estar acá si no es familiar directo! Sentenció. Y él, como un chico obediente la saludó con la mano y se fue caminando hacia la puerta dando la espalda, cosa que produjo un ruido sonoro. Chocó con el vidrio y soltó un ¡AY! Que resonó en los pasillos.

            Abigail, por joven y sana en su vida desde niña, comenzó a mejorar. Su apariencia fue abandonando las vendas y machucones y dejando tubos de plástico hasta poder sentarse. ¡Le dolían las piernas!

            ¡Es imposible, son dolores reflejos! No tiene sentido. Su médula está dañada justo en las vértebras dorsales. Hará toda clase de ejercicios y tratamientos y dejemos en manos de… ¡Dios! Dijo Abigail.

            Cuatro meses después partió en silla de ruedas a su casa. Allí la esperaban sus amigas y su novio con globos de colores y flores. ¡Vio por su tablet el accidente! Una familia completa incrustada en un árbol. El que manejaba se quedó dormido, venían de una boda. ¡Un agudo dolor le produjo saber la historia!

             Ya repuesta y habiendo hecho toda clase de terapias, no podía caminar. El padre ese año, a pesar de los gastos, había contratado un viaje al mar. La costa del sur de Italia era el sueño de Abigail y él, se lo iba a cumplir. Con euforia partieron en avión a Roma y de allí en un tren que los llevó hacia el sur, fue una sucesión de imágenes maravillosas para todos, pero la muchacha, en su más íntimo pensamiento estaba triste.

            En las noches cuando todos dormían ella se acercaba como podía y miraba el mar, ese con el que ella había soñado tantas veces y ahora que estaba allí, lo sentía tan lejano. El rumor de las olas que azotaban las rocas, eran una música fascinante que nunca disfrutaría como ella creyó disfrutaría con Emanuel el día que se casaran.

            Hablando de Emanuel, cuando supo que ella no caminaría jamás, consiguió una beca bien lejos y le prometió volver algún día. ¡Eso, ella sabía no sucedería nunca jamás!

 

 

lunes, 7 de junio de 2021

DUBAI

 

Crisálida de oro la esperanza

Amuleto lúcido en su misterio de mitología

Excéntrico milagro de un tiempo de guardia

En las mazmorras pétreas del presente

El olvido se pierde en la tarde pionera de estrellas

Se mueven las quejas de los sueños y el ruido del agua

En la fuente perpetua del jardín de las rosas.

 

Ya no he de cabalgar con la garganta seca, húmeda en lágrimas

En la piel silvestre del ocaso. La espera será corta.

Se abrirá el capullo y volará gloriosa con alas de seda

Una enorme mariposa de azafrán y turquesa.

Mística la mirada puesta en el paraíso

El mármol blanco envolviendo la arena del desierto

Una flor azul- oro, como cielo soleado, caliente maravilla.

Una mujer de negro, un hombre de blanco. Arrebol en las luces

Entre las dunas de envolvente tierra, albero que se abanica

Para distraer el tiempo que vuela en la ciudad dorada.

 

BUENOS AIRES… TANGO


 

            HACE TIEMPO, BUENOS AIRES, YO ATRAVESÉ TUS CALLES  

            RECORRIÉNDOLAS EN BONDI, EL VERDE QUE AUN RECORRE

            POR LA AVENIDA LA PLATA Y LAS ESQUINAS DEL ALBA

            CUANDO SONABA EN LA RADIO UN TANGO MALEVO  Y TRISTE

            Y EL CHOFER LOS TARAREABA COMO PARTE DE SU ALMA

            APRENDÍ TU LUNFARDO ENTRE BOCINAS Y ESPERA

            CONOCÍ TUS EMPEDRADOS DANDO SALTOS EN LOS BACHES

            Y LAS PIEDRAS. CALLES ANTIGUAS Y NUEVAS.

            EN LA ESQUINA DE BOEDO, UN LINYERA,

            UN TIPO VENDIENDO DIARIOS, UNA MANGUERA EN LA ACERA,

            UNA MILONGA DE GARDEL, UN FULANO QUE SILBABA

            CAMINITO, GIRA-GIRA, SUR CON TODO LOS OLVIDOS.

            LA BOCA, PUENTE ALSINA, CABALLITO O MATADERO

            SON LOS RINCONES QUE ESCONDEN LA MÚSICA DE TU ESTIRPE

            QUE INSPIRAN AL MALEVAJE, CUCHILLEROS Y CAFISOS.

            UN ASTOR PIAZOLA Y SU “ADIÓS NONINO”, 

        “AMANECE EN   BUENOS AIRES”, 

          UN MARIANITO MORES CON “ADIÓS PAMPA MÍA”

            BIEN BOHEMIO COMO ERAN LOS MUCHACHOS CON GOMINA

            AHORA NO SE ESCUCHAN A DEMARE NI A FRESEDO

            PERO EL TANGO SIGUE VIVO… Y ES EL BAILE ARGENTINO

            QUE EL MUNDO COMIENZA A AMAR. MI BUENOS AIRES QUERIDO

            CUANDO YO TE VUELVA A VER, NO HABRÁ LLANTO NI  OLVIDO.

             

EL EXAMEN

 

EL EX

 

                     Esa mañana, tenía un examen extraordinario. Había estudiado horas sin mirar siquiera el reloj. Hasta Marcia me trajo en un plato unos emparedados que dejó en el escritorio. Los comí como autómata. Iba al corredor con las hojas de papel repitiendo las ideas. Usé un sistema nemotécnico con números y letras. Casi un escándalo. En teoría sabía que me jugaba el puesto y la beca. La señora que atendía en la biblioteca me había comentado la diferencia que hacían algunos profesores con los alumnos que se presentaban sin el vocabulario exacto. ¡AH, también con ropa formal! Ellos odiaban a esos personajes que pretendían ser “cancheros” y modernos, con ropas informales y descuidadas; por eso aturdí a Luisina, mi hermana pidiéndole su mejor traje. Ella es una exquisita para adaptar su atuendo a las circunstancias. Debo ducharme y prepararme. Mañana es el gran día.

                     Ingresé a la habitación y allí, calmada y apenas iluminada estaba Luisina.

                     En la cama gemela duerme mi hermana Luisina. Cuando abra los ojos, la estaré mirando y no le gustará. Se enojará, me acusará, si cree que estoy al acecho tratando de entrar donde no debo. A su mundo personal, su ropa. Creí que me dejaría su traje sobre el pie de mi cama y no, allí no hay nada.

                     Bajaré a pedirle a mamá que me ayude. Y, oh sorpresa, ella me está planchando un traje nuevo que compraron para mí. Unas lágrimas de ternura corrieron por mis mejillas. El amor de mi familia es el mejor regalo que me pudo dar la vida. mi madre, que está sola desde que nació Luisina, ya que papá se fue y no sabemos nada de él, ha hecho un esfuerzo enorme junto a mi hermana para darme ese mimo.

                     Abracé a mamá y cuando llegué a mi lecho, vi que ella, Luisina, me espiaba con el rabillo del ojo. Me eché sobre su cuerpo que temblaba de risa y la llené de besos y me hizo cosquillas. Seguro que mi examen será el mejor de mi vida.

 

CARTAS


            Adoraba al tío Atilio. Moría y me pedía que llamara a Ricardo, amigo incondicional de la niñez. Bajé las escaleras con una velocidad increíble en mí.

            Con mano temblorosa entregó una llave de plata y murmuró un nombre... Elisa. Cerró los ojos y dos lágrimas casi desaparecieron en su piel arrugada y pálida.

            Me entregaron una pequeña caja de madera perfumada, con su tesoro. Salí corriendo, al llegar a una casona de la zona residencial de la ciudad. Fui recibida por una anciana muy elegante y fina. Tomó el cofre; las cartas cayeron como cascada en la alfombra. Comenzó a leer. Estaban escritas en fino papel de hilo con la hermosa letra de Atilio.

 

                                              

            Marzo de 1927

 

            Mí amada niña......

                           Hoy volví a verla. He pasado por décima vez delante de su casa. Usted no me mira. ¡Claro cómo va a fijarse en un pobre muchacho como yo!.... La amo tanto....Sueño con su cabello de color de trigo y el pálido y suave tono de su rostro. A veces la veo jugar con su hermana que no es ni la pálida sombra de su cálida belleza. Siento su clara risa juvenil y sueño con poder hablarle. Le envié un libro de poemas de amor y vi que lo leía sentada en los troncos del jardín mientras se hamacaba entre las flores. Todos los poemas son lo que yo quiero para nuestro mundo. Vuelvo a decirle que la amo.

                        Su enamorado.

                                   ...............................

 

 

            Adorada Eloisa.....

                          Su traje negro la hace más fina y frágil. ¿Cómo la cobijaría entre mis brazos, para que su pena se calme?  ¡Perder a un ser amado es una tortura, pero no poder hablar al objeto de adoración, una tragedia!... La amo tanto que...creo que voy a enloquecer. Ayer volví a pasar por su casa y vi con dolor, que lloraba junto a su árbol favorito. ¡Cómo hubiera entrado para que , apoyando su cabecita en mi pecho, encontrara un poco de consuelo a sus penas. Perder un ser tan querido, es como perder la luz del sol y todas las primaveras. Insisto la sigo amando, tanto...como puede un poeta amar a su inspiración!.Me imagino una larga conversación con el ser más bello de la tierra. Usted.

                                                                      

                        Quien la adora por siempre.

                                   ...............................

 

Amor de mi vida....

                           Quisiera decirle que las rosas, son mi regalo de cumpleaños, la vi salir vestida para su fiesta de gala en el Jokey Club, parecía una reina. ¿Cómo no ser yo un caballero y poder acercarme para decirle cuánto la amo?

                           Su cabello caía como una cascada de oro por sus hombros. Casi caí desmayado, cuando me miró y me sonrió.... yo estoy necio y creí que sonreía de puro feliz. ¡Estaba tan bella! Elisa amada niña, ya tiene dieciocho años. ¡Pronto no podré verla, seguro que alguno de esos jóvenes con los que bailó el vals, será quien la pueda amar. Yo la vi por las rejas desde la calle, todo el tiempo..., hasta que me sacó la policía.

                           La sigo amando..........

                                   ................................

 

Amor  

            Cuando la vi partir a Europa (lo supe, por el chofer de su padre), sentí que me arrancaban un tesoro. Tal vez no regrese jamás.... Disfrute de lo que le regala la vida. Mi niña adorada...Cuando camine por las viejas callejuelas de París  y vea las arcadas del Coliseo yo, desde acá iré besando ese viejo y conocido pavimento, que nunca pisaré o tal vez, sí, lo haga pero sólo será para buscarla entre la muchedumbre que ignora mi devoción por "ti...", te he nombrado por primera vez con la confianza que me dan los años de seguirte por todos lados donde tus cadenciosos pasos andan.¡Te amo más que nunca!

                                  

                                                                       Tu amigo y adorador de siempre.

                                               ..................................

            ¡Muchacha, corramos, quiero verlo!

            Llegamos a casa, subió con agilidad, entró. Lo tocó, él abrió los ojos.... ¡Cuánta dulzura!

- Amor mío, Atilio, ¿Por qué tardaste tanto en llamarme para decirme que me amabas? Yo también te amé toda la vida...y te esperé.

            Casi habíamos llegado tarde.

            

EL VIAJE... DESPERTÓ AL HOMBRE

     Recién he podido cumplir mi anhelo de besarla. Sus labios tan fríos como mi dolor mortal, se entregaron sin poner resistencia. Murió hace unos minutos y llegó a cumplirse mi deseo. Aún vibra en mi cuerpo el ardor de la pasión escondida. Todos me miran petrificados...el médico y sus ayudantes ven como acaricio su cuerpo y lo beso. Beso hasta el más íntimo rincón de su cuerpo amado. Su alma no lo dudo ya es mía.

           

            El vehículo se desliza por el camino polvoriento, infierno de hoyos inescrupulosos que infectan la huella. Saltan los amortiguadores y protestan con desenfreno con cada pozo y yo miro con desesperación a mi  “padrino” que maniobra como si no quisiera evitar ninguno para aliviar los golpes de mis piernas y traste. Hace unos días me pidió prestado a mamá para que lo acompañe en este viaje de aventuras por la Patagonia. Yo siento que hará que viva una maravilla de vacaciones. Ella no estaba en mi mente. ¡Su secretaria! Tiene un culo y unas piernas que no me dejan mucho espacio en el asiento. Me ha empujado tantas veces que ya me siento del tamaño de un pez, largo y finito...la odio. Es difícil entender ¿cómo mi padrino tiene que acarrear con semejante estúpida? Permanentemente se limpia con un pañuelo la cara para sacarse el polvo que ya ha penetrado por todas las rendijas de la parte de atrás y por todos lados. Casi no la miro y ella me espía de reojo para hacerle morisquetas a Lucio, que así le llaman a mi padrino. Él me invita a pasar un rato a la parte trasera y ella se pone jocosa y me hace unas burlas que me dan más aversión. En realidad tengo un hambre terrible, mamá nos preparó empanadas y tortillas y el perfume de las papas calientes y aceitosas, me hacer hipar el diente. Al detenernos bajo un árbol de perfil extraño, torcido y retorcido por los vientos del sur, siento que mis pobres huesos de trece años, que pronto voy a cumplir, necesitan urgente moverse. Salto con euforia y corro tras unos “michay” secos que se desparraman por la arenosa planicie por donde discurre el camino. ¿Me pregunto si el suelo en la luna será como acá? Salgo a estirarme y la muy torpe se agacha y me pregunta si voy a ir a mear... ¡Qué meterete! Soy grande y no le tengo que decir a ella. Además es una desvergonzada. Decir eso delante de su jefe. Ella me dice que mire para el oeste que va a expansionarse y se pierde entre los matorrales. Yo la espío y le alcanzo a ver como se baja los calzones y su culo rosado se agazapa en el falso retrete que ha encontrado. ¡Mamá...si que tiene desvergüenza...! Lucio se hace el distraído pero yo lo descubro mirándola por el espejuelo del automóvil y él se pone desconcertado y ríe con una risa muy estúpida. Los hombres, dice el tío Albino, deben mirar a las hembras, es cosa de machos y es normal. Y yo no me arrepiento de mirar, para lo que hay que ver últimamente en mi barrio y en la escuela. Siento que me mira perturbado pero a mí no me hace un respingo. Ahora se sienta atrás junto a mí y después de lavarse con agua de un bidón, las manos, me pasa pedazos de emparedados de jamón serrano y tortillas que me como en un santiamén, llena la barriga me entrego a mi juego favorito, jugar con “dado mágico”, y comienzo a pensar en los monstruos que vamos a cazar con Lucio y ella. ¡Tiene un nombre tan feo...Alana! ¿A quién se le ocurre llamarse Alana? Pero así le dice mi padrino con voz de...galán de cine. Ella trata de no demostrar nada pero yo le noto que pierde el seso por él. Pero él tiene su mujer y sus cuatro hijos en Pueblo de los Álamos, y según entiendo son una familia "modelo" dice mamá cuando se pelea con papá. Él ni la mira...o eso creo. El traqueteo del coche entre los hoyos del camino me ha dado ganas de echarme una siesta de esas que suelo tomar en casa de mis abuelos en Río de las Águilas, debajo de los cerezos y durazneros atrapando abejorros y cigarras, para el insectario de biología. Un sueño blando y profundo me hace despegarme de la realidad. Sueño sin pudor con los tiempos de juegos en la vega de Antonio, en el solar de los abuelos, los padres de mi madre. Allí juntábamos lombrices y moscas y nos íbamos a pescar al arroyo de Los Toritos, bandadas de cotorras y teros nos alertaban de cualquier peligro. También soñé con ellos, mis primos del campo, con quienes componíamos un corrillo de ruidosos y alegres muchachos, con los que viví momentos de ensueño. Me despierta un terrible golpe que hizo que atronara la carrocería del coche. Me enderecé y vi, que habíamos quedado semi volcados sobre la parte derecha del mismo. Un terrible pozo rompió el eje y Lucio se agarraba la cabeza...Miré hacia todos lados y no se veía ni un solo ser vivo. Habíamos aventajado a varios camiones en el medio día, pero yo que dormía, no sabía si en el tiempo de mi sueño habíamos cruzado a alguien más.  Escuché varias palabrotas no reproducibles, en boca del padrino. Luego un silencio pesado me urgió a descender y tratar de hacer algo. Era casi el crepúsculo y un paño de añil serpenteaba por los matorrales. Un choique cruzó corriendo y detrás una bandada de polluelos, los charitos, lo siguieron. Ya estábamos en la desértica Patagonia, donde no vive casi nadie y sólo de vez en cuando aparecen camiones del ejército y algún que otro transporte con fardos de lana. La desolación de Alana me perturbó, lloraba y su cuerpo se sacudía rítmicamente. Mi padrino vino a ayudarla a salir de esa incómoda ubicación, para ello se tuvo que tomar del cuello de él y así saltar hasta el camino. Yo sentí una curiosa sorpresa ver como se demoraba en brazos del `patrón´, pensé en la pobre mujer que se había quedado cuidando los niños. Luego, me ofrecí para ir en busca de ayuda...pero no me permitieron diciendo que aún era chico y el padrino partió caminando por esa abrumadora ruta Nº 40, hacia lo desconocido. Sólo llevaba una cantimplora con agua y yo me imaginé muriendo de sed en ese desierto terroso y dañino. Ella, ya no lloraba y se sentó junto a un quetrihué algo carcomido por ratones y viento, que solitario llenaba de serena seguridad entre las dunas ariscas a quien pedía un refugio. Cuando alzó la mirada me sonrió y me hizo una caricia negociadora. Yo bajé la guardia, tengo que reconocer mi miedo a lo desconocido, me acerqué y juntos comenzamos a comer la comida algo agria que nos esperaba entre los bártulos, como le decía papá, que traía Lucio y de las valijas con la mercadería que como segundo motivo lo movían. El verdadero trabajo que lo aventuraba por esa inmensidad desolada, era instalar en un pueblito del sur la oficina de correos, ya que él era quien daba el visto bueno al lugar y a los hombres o mujeres que se harían cargo de la estafeta postal de nueva creación. El ferrocarril se encargaba de mover la correspondencia una vez que estaba todo listo y él aprovechaba a llevar muestrarios de joyas, telas, ropa y un sin fin de chucherías con lo que agregaba buen dinero a su sueldo.

Alana me observó y comenzó a acicalarse, su blusa fue desabrochada y pude ver su corpiño blanco con puntillas...pero lo que me produjo una rara sensación entre mis piernas, fue la redondez y blancura de sus senos. Apenas pude mirar porque ella se cubrió rápidamente. Yo advertí que mi sexo estaba diferente; era la primera vez que la veía de ese modo. Mi rostro era una brasa ardiendo y creo que ella lo advirtió por eso se irguió y caminó por la orilla de los matorrales de colapiche y coirones, como buscando poner distancia y decoro. No supe que decir y me dediqué a limpiar el automóvil, levantando un polvaredal que la hizo estornudar hasta que me suplicó que dejara de hacerlo. Así vimos a la distancia un camión con sus luces exangües que se aproximaba por el camino. La bocina algo sorda y resfriada, nos advirtió que llegaba ayuda y en efecto con el vehículo trajeron un cable y nos arrastraron con seguridad entre los baches hacia un lugar desconocido.

            La casona estaba construida en un campo donde criaban ganado lanar y caballos de tiro. El hombre era un rústico labrador y su mujer una tímida campesina de origen extranjero, por su modo parco de monologar descifré inglesa o algo así, y apenas hablaban español. Muy arrebolada y alerta, la mujer de edad imprecisa, arregló una habitación para que pasáramos la noche. Yo me sentía feliz dormiría en una cama de verdad después de varios días. Lucas me tomó del hombro y me arrastró hacia la zona donde había quedado el auto, con particular fuerza. Allí me explicó que debía ser prudente y que no podía decir que Alana no era su mujer, que yo pasaba como hijo y que debía dormir en otro lado. Mi silencio sería muy bien retribuido y así nos ayudarían...creyendo que éramos una familia en problemas. Una gran furia me penetró por todo el cuerpo, transido de sorpresa y exaltación comenzó una sensación de malvada desesperación. Pero me quedé en un mutismo porfiado, y me acerqué a la mesa tendida para comer sin mirar siquiera a esa granuja que había encendido una extraña pasión en mi cuerpo adolescente. Con el pasar del tiempo comprendí que los celos me habían despertado instintos malsanos, pero propios de mi edad. Comimos y yo en silencio imaginé un millón de formas de venganza, mientras ellos dialogaban apenas. El cansancio y las ganas de estar juntos hacían que apuraran el alimento y la bebida. Cuando todo terminó me encaminaron a un rincón donde habían improvisado un catre y allí debí dormir esa ingrata noche. Me venció el sueño y entre el sopor pude escuchar las suave risa de Alana que no dudé, estaba en brazos de mi joven desenfrenado y sobón padrino. Esa noche crecí y comencé mi adultez. Esa noche supe lo que significaba la infidelidad y el dolor de lo inconfesable. ¡Casi me sentí incestuoso!

            Por la mañana muy temprano me despertaron las voces y el ruido de martillos y herramientas que reparaban el  eje y al mediar la mañana ya reparado el coche partimos. Ella apareció con un vestido de algodón floreado, su juventud realzada por un pañuelo en el cabello suelto hasta la cintura y sus mejillas sonrosadas y frescas con un toque de bienestar y dicha en el brillo de los ojos color miel. Mi impresión fue total, ya que parecía una chiquilina de casi mi edad. Un dolor me arredró y sentí ganas de salir a matar a mi padrino. Lo odié y subí al automóvil asumiendo que haría algo para desquitarme.

            Lucio me miraba por el rabillo del ojo y tarareaba una canción que me parecía fúnebre y para ofenderlo le endosé un enrevesado discurso sobre lo hórrido de su canto. Se reía y yo más enojado quise pegarle y esquivando mi puño me comenzó a decir que entre Alana y él sólo había mucha confianza y respeto... así que cuando llegáramos a Petriel, yo dormiría con él y ella en otra habitación sola y que nada había sucedido en aquella casa y que tenía horror a mi mala impresión. Nada me conformaba ya que yo había descubierto el sinsabor del deseo carnal mirando los senos dorados y mórbidos de la ahora frágil compañera de aventura. Pensé en la tortura que pudo haber significado para ella la engañosa muestra de un amor mentiroso e insensato, impuesto por su patrón por la fuerza. Ella seguro que había sido forzada y embaucada por Lucio, obligada por la necesidad de mantener un trabajo... Al atardecer cuando ya llegábamos a Petriel, ella juntó fuerza y me habló de su amor incondicional por mi padrino y sentí que seguramente no regresaría nunca a mi hogar. Antes moriría de amor.

            Petriel era un pueblito de pocas casas y gente sencilla. Su arquitectura me hacía acordar a Río de las Avispas. Casas chatas de una sola planta y con enormes patios sin árboles ya que el viento impedía su desarrollo. Algunas lengas torcidas, maitenes y teniús, asomaban entre los cercos de adobe de unas pocas viviendas. En la plaza estaba levantado un pequeño templete para una estatua que no llegó nunca de la capital y los muchachos del lugar se subían remedando a figuras imaginarias sobre su estructura de cemento y concreto. Eran muy divertidos y pronto me dediqué a acercarme a ese grupito de holgazanes para enfrascarme en charlas de "citadino" versus "pueblerinos", pero ellos eran chicos despiertos y sin vericuetos en su simplicidad que me dejaron sin argumentos para agrandarme frente al  grupo. Así también aprendí a ser más noble y consolidé amistades que aún guardo.

            Mi padrino buscó un sitio para instalar el correo y encontró una viuda seria y responsable como oficinista, le ayudaría un muchachito de casi veinte años y la inauguración se hizo con la presencia de todo el pueblo, incluyendo al cura párroco, la maestra y el policía...que hacía como doce años que no ponía preso a nadie. Así llegó el momento de regresar. Junto a nuestros "bagayos", amontonamos regalos que nos habían hecho. ¡Eran muy generosos!

            Regresamos y volví a sentir un fuego abrasador en mis muslos, sexo y corazón cada vez que Alana iba al baño entre los amancays o los topa-topa, y yo desvergonzadamente espiaba sus muslos rosados y pródigos de juventud. No quería que llegáramos nunca. Aceptaba sus chanzas, me hacía el pícaro y me daba de comer en la boca y le mordía los dedos suavemente... ¡Ella se reía sin comprender! Le tocaba tiernamente las piernas cuando se dormía y gozaba pensando que con el tiempo sería mía. Al fin terminó el viaje y yo regresé a mi casa donde conté algunas de nuestras aventuras, sólo yo sabía cuánto dolor me causaba conocer la verdadera conducta extraviada de mi padrino. Supe que Alana se había marchado a su pueblo en el litoral. Le pedí a Lucio su dirección y me la dio diciendo que no fuera chismoso...él nunca sabría el desesperado apasionamiento que en mí despertaba; la amaba. Escribí ciento de cartas. Nunca me contestó. Cuando ingresé a la facultad, recibí una tarjeta de ella. Estaba en la capital enferma y quería verme. Su mal era incurable.

            La encontré casi inconciente en una clínica de muy poca categoría de los suburbios. Se abrazó llorando y me pidió que trajera a su "amor". Con una furia inexpresada lo busqué y lo arrastré a su lecho. Él, indiferente, la trató sin mayores ternuras. Desmayada en su final me pidió que no la dejara sola y esperé su desenlace, con iracundo desconsuelo. Aún amaba a esa mujer que apenas me superaba en edad y que había desentrañado mis más intensos ardores juveniles. En el sombrío recinto donde espiró, pude cumplir el mayor de los anhelos...besar su boca deseada. Partí sollozando y supe que había vivido un amor extraordinario.

            Hoy que lucho con mis votos sacerdotales. De las manos del mismo Cardenal Primado tomé los Óleos Santos y profesé mi verdadera pasión por la vida. Ella, Alana, quedará en mi profundidad como la llave de amor con mis pequeñitos hermanos en el  pecado, los mismos que arden dentro de este cuerpo mío. Sólo conociendo el amor y viviendo una pasión arrasadora, como la que me consume el alma, puedo ser un hombre de Dios... íntegro.   

 

 

EL MILAGRO

                             “Recuerda la hora más oscura es la que precede a la aurora” Shakti Gawain

                                                                                                       

            Hilarión Domínguez era hijo de un maquinista de ferrocarril. Aquél, que ya no pasa más por las vías remotas del terruño. Su padre, Don Gervasio, pertenecía orgulloso a la “Fraternidad”, sindicato fuerte en los cuarenta. Él, heredó la tarea y era un apasionado de los rieles. Conocía cada locomotora como a su conciencia. Despertaba a las tres de la madrugada para acicalarse y luego de tomar unos mates silenciosos, preparaba una caja metálica con lo que podía llegar a necesitar. Su viaje era a un pueblo del secano “puntano” para dejar agua potable, leña y alguna mercadería que le encargaban algunos paisanos.

            Iba en el día y regresaba siempre a la hora exacta. Así era el ferrocarril en esa bendita época. Cuando pasaba por la antigua “Corocortas”, salían a saludarlo con las “chupallas” los pocos habitantes que andaban por ahí. Llegaba a esa hora incierta entre la noche y la madrugada, sin luna o con luna, siempre parecía un lugar oscuro. Él, no tenía temor, dos días de descanso y otro viaje, siempre igual. Rutinario pero hermoso. A veces veía correr las liebres por las vías calientes y aceitadas por el gasoil o el alquitrán del vagón de YPF. Otras, un zorro con hembra y crías, tal vez un “choique” y cientos de animalitos que pasaba bajo su mirada atenta. Su atención al trabajo era real. No podía darse el lujo de perder un convoy ni un tanque…, luego pegaba la vista al frente para reconocer algún paisano que le hacía señas con el pañuelo para saludarlo o gritarle un encargo.

            Fue un día nublado y que denunciaba lluvia, raro en esa época y lugar, pero a lo lejos, vio un punto negro entre las vías. Negro, muy negro. De cuarenta kilómetros por hora que era su movimiento fue bajando por las dudas a treinta, a veinte… pero allí se agrandaba la manchita. Tocó el silbato de la máquina. Retuvo la mano en el freno, pero el aceite y alquitrán no le dejaban parar el tren. Vio unos jornaleros que agitaban sombreros y mujeres apostadas en las hileras de alambres de los campos que se agarraban la cabeza.

            Hilarión pensó que había un “choco” dormido ahí, entre sus rieles. No, no alcanzaba a distinguir qué era eso. Su ayudante tomó el manijón de la máquina, del freno. Hilarión sudaba y miró al cielo, pidiendo a Dios y la Santita de los Caminos que lo ayudaran. Descendió del estribo y se quedó helado. Un niño ennegrecido por el alquitrán, el aceite y la tierra reptaba entre las vías. Seguro el tren le pasaría por encima.

            ¡Ruego a Dios nuestro Señor que salga y se aleje…! y vio con sorpresa que el niño se prendía del hongo metálico del cambio de riel y salía. Los lugareños estaban estáticos. A él, se le escapó un insulto.

¿Cómo puede ser que naides se atrevió a cruzar y sacarlo, tuvo que ser “Tata Dios” el que me hiciera el milagro?

            Vio una madre deshecha en llanto. Y un padre que alejaba cabizbajo; pero ahí supo que Dios lo había escuchado. Hizo una promesa… colocó en ese lugar una Cruz Blanca con una estatuilla del Sagrado Corazón y cuando pasaba le tocaba el silbato como saludo.

            Todavía cuando pasan los paisanos le saludan al crucifijo con respeto.