lunes, 5 de junio de 2023

LA HERRERÍA


La discusión llegaba hasta el cobertizo de los trastos. La pobre Aurelia hacía los últimos esfuerzos para parir. Ya lo había hecho desde que su madre la casó con Emeterio, el herrero a los dieciséis años. Este era el noveno niño que llegaba al mundo y parecía fuerte, más fuerte que los dos anteriores.

Una resistencia más y apareció una niña. ¡Por suerte una fémina! Era la tercera mujer entre seis varones. La discusión aumentó. Se tiene que llamar como la abuela Narcisa…; no como la Asunta, la madrina de Emeterio…; no como la tía Julia.

El ir y venir limpiando todo no despejaba el ambiente húmedo y oloroso a menta y albahaca que ponían en el piso tosco de la habitación. Y alcanfor por la llegada de la niña. Entró Emeterio y al ver la creatura dice: -Igual a la Tía Eufemia… y a la pobre le quedó ese nombre.

La mirada triste de Aurelia se detiene en los mellizos. Tienen dos años y están hambrientos, nadie los ha mirado y son tan buenos que no tienen lágrimas para el hambre de amor y atención. Llama a Clara, la pequeña de diez años, su primera hija. Esta llega apresurada, está cocinando una gallina en la enorme olla de hierro en el fogón. Sacó unas brasas de la herrería. El joven ayudante, le ayudó.

La niña mira a los pequeños, que deambulan entre el camastro de la madre y la puerta del único lugar donde no hay tanto ruido.

La “mujercita” como ama de casa precoz, le acerca a su madre un tazón con caldo y carne desmenuzada, zanahorias y apio (cosechado al amanecer); y toma a sus hermanos y los lleva a la mesa primitiva donde desmenuza pana en caldo con patatas pisadas y les da de comer.

Lo hombres, Emeterio y Salvador, el ayudante con los tres hijos pequeños de la familia, van cerca de la fragua y la bigornia, trasuntando los encargos de clientes exigentes del pueblo.

Salvador es un ser que deja perplejo a los vecinos. Joven alto y desgarbado, pero de fueraza increíble con la masa. Callado pero despierto. Atento y creativo. Serio y bonachón. En el pueblo le dicen el “Rojo” o “Colorado”, es el tono que adquirió junto a la forja. Servidor imprescindible y estoico. Columna vertebral de la herrería.

De pronto, aparece Clara y llama al padre. ¡Mamá duerme desde esta mañana! No la podemos despertar. ¿Será normal? Esperen, déjenla descansar y si no despierta me avisan, hay que entregar cinco trabajos al comendador. Marcha la “madrecita” y ocupa el espacio obligado por la circunstancias. Las matronas y vecinas ya se fueron y ha caído un manto gris azuloso sobre la casucha. La luna invisible no ilumina y un viento chillón arremete por los huecos de puertas y ventanas. Clara tapa como puede cada orificio.

Esa noche, crispada por la falta de apoyo, Clara apenas duerme. Su madre no despierta. Un hálito sutil la muestra viva. Pero el sueño profundo confunde a la inocente. ¡Padre mamá no despierta!

Ha pasado un día y nada cambia. Emeterio se acerca y la llama, no contesta. Un dolor y angustia acomete su alma. ¿Dime niña, tu madre te dijo dónde hay billetes? Clara duda. Sí, su madre le indicó un secreto rincón tras los trastos de la cocina. Iré al pueblo a buscar un médico.

La niña prende del pecho adormecido de la madre a Eufemia. Mama, la leche brota suavemente de la copa rosácea de la durmiente. Luego la muchacha, saca de una lata unos billetes de los que cree son más valiosos y se los da a su padre. Éste la acaricia y por primera vez la alza, abraza y besa en la frente y ambas mejillas. Una lágrima asoma por sus ojos verdes. Y una sonrisa tibia aflora de sus labios. ¡Es la primera vez, que ella recuerde! Queda Salvador a cargo de los chicos en el taller, sigue cuidando a tus hermanos pequeños y a tu madre. Yo voy al pueblo. La jaca bien cuidada, brilla su pelaje marrón y ocre, las crines peinadas y chispeantes, se alejan por el camino a la ciudad cercana.

El médico, único en ese pequeño caserío, tiene una docena de pacientes que esperan en la sala y dos o tres en la vereda. Emeterio ingresa y habla con la ayudante; una matrona regordeta y amable que transmite su pedido al galeno. ¡En cuanto termine de solucionar  la salud de los que esperan, irá en su tílburi a la casa del herrero!

Llega la noche y a lo lejos se vislumbra el antiguo coche del médico. El caballo se detiene frente a la casa y Salvador toma las riendas y lo engancha en un aro forjado en la cerca de la veredita. Al ingresar siente un extraño perfume que ya ha olisqueado en otras habitaciones. Era un débil aroma a magnolias y damascos. No tenía parangón con la realidad de austera pobreza de ese hogar. ¿Adónde advirtió esa fragancia espectral?

Se acercó a Aurelia, dormida profundamente y entregada a un mundo fantástico y onírico desconocido para el médico y los hombres. Clara le entregó la única toalla de lino blanco que guardaba su madre para los bautismos.

El Galeno tornó a levantar el cuerpo leve de la mujer y apoyando el oído al los pulmones escuchó curioso un sonido rítmico de la respiración, los latidos algo desordenados y un dejo de inercia impecable. ¡Emeterio, tu mujer duerme! Y creo dormirá un tiempo porque está tan agotada que no tiene fuerzas ni para abrir los labios. Le daré un tónico bebible y le darán sopa de ave todos los días donde se cocinen hierbas que anotaré en este papel. ¿Sabes leer? Entonces búscalas tú mismo en el bosque.

Ella despertará un día como si fuese ayer. A la pequeña, la amamantará mientras pueda, luego me avisas y te conseguiré una mamila de vidrio y les enseñaré cómo deben tratarla. No me pagues hoy. Sales de un momento muy difícil. Está bien dame dos billetes solamente. Ven niña. ¿Cómo era tu nombre? Ah, si, Clara. Será un honor ser tu maestro en estos menesteres.

El  tílburi se aleja en la noche nebulosa. Y los pájaros arrullan el sueño de Aurelia y el llanto de Emeterio. Alrededor del hogar esperan, cada uno de los habitantes, que al amanecer la mujer despierte. Cada cual piensa cosas diferentes, sólo la pequeña Eufemia duerme sin saber lo que sucede en ese caserón de la herrería.

    

UN REGRESO INESPERADO


El automóvil se desplazó con urgencia sobre el pavimento caliente. Desde la butaca se veía hacia el frente un lago brillante que devenía en gris concreto, a pesar del sueño irreal que se proyectaba adelante. Era la temperatura sofocante del verano. Todo se transformó en un fantasma que jugueteaba en el páramo, con el sol que caía a plomo. ¿Así sería el desierto? Imaginó ser abandonado en el yermo más seco del mundo. En Atacama. Recordó un programa de National Geographic Channel, que había visto hacía un año en televisión. Algo extraordinario ocurrió en aquella época. Llovió. Llovió sobre el desierto, abundante agua, y el Atacama en pocas horas, como un milagro esperado, se cubrió de flores y plantas que emergieron rotundas de la tierra arisca. También habían salido a la superficie sapos, ranas y lagartijas, que rápidamente se aparearon para perpetuar las especies; insectos que llenaron las inusitadas corolas para polemizar los vegetales despiertos por el breve tiempo húmedo. Mucho polen y rocío se esparció por el aire. Toda clase de animalitos se dedicarían a multiplicarse; a transformar, en pocas horas, ese desierto inhóspito en un paisaje inusitado. Su mente dejó de vagar por aquel recuerdo inútil, ya que él, regresaba a un lugar habitado Cerró los ojos y pensó que así encontraría su pueblo. Dormitó. El calor se mitigó cuando Daniel, mientras manejaba, elevó el cristal de la ventanilla y comenzó a funcionar el aire acondicionado. El chofer murmuró un ininteligible insulto. Su afición al tabaco lo torturaba desde siempre y ese viaje era una más de las torturas que debía soportar.

Rogó que lloviera como en aquel programa de su recuerdo. Una densa lluvia calmaría el disgusto de su compañero y su ansiedad.

            Si cambiara ese paisaje espantoso, el viaje no sería lo que era. Algo penoso. Se secó el sudor con un pañuelo de papel. Quería arribar. En realidad no. Prefería no volver a su pueblo. Recordó cuando salió de Casas Viejas. Casi huyó. Era sofocante el recuerdo de esa pequeña aldea donde quien respiraba, debía hacerlo al ritmo de las otras 789 personas que lo habitaban. Se había apasionado con un amor prohibido. Una mujer que no podía responder a su pasión. Era casada. Nadie debía sospechar que era el único horizonte de su locura. No podía exponerla y exponerse al oprobio. Muerte social. Huyó en un tren de un ferrocarril que ya no existía. Así huyó.

            De regreso ahora, el corazón escapaba por las venas que palpitaban como potros salvajes. El llamado urgente de tía Lourdes, no le permitió excusas. Allí iba muerto de angustia. Lleno de ira.

            Había triunfado en la selva de la gran ciudad. Su música logró penetrar en un público inestable y cambiante. Vendiendo cientos de discos y teniendo muchos contratos firmados. No podía desprenderse de ellos.

            Observó a la vera del camino un caserón que no recordaba. No existía cuando vivió allí. Era un desperdicio una casa estilo francés, con unos jardines, que se destacaban entre el enrejado, parecido a los de Versalles. Era un objeto exótico, que distraía el entorno. Innecesario. No, no estaba cuando huyó de Casas Viejas. La curiosidad lo hizo despertar. Se ubicó en el asiento atento al paisaje. Nada nuevo hubo desde allí en adelante, pero el aguijón de la duda lo espoleó. Al fin arribaron. La casa estaba igual. Descascarada la fachada, la puerta crujiente como siempre, roto el llamador de bronce y el jardín recordaba épocas de humedad y cuidado.

            Tía Lourdes, con paso cansado, los recibió con gesto adusto.

            -Mira tu padre murió ayer y lo cremamos esta mañana. Relató detalles como si fuese el final de un partido de fútbol, sin emoción.

            -También murió Juvenal, ¿te acuerdas a quién me refiero? Fue un accidente inverosímil, que se vivió en este pueblo tan pequeño como una osadía del destino. Dejó dos familias rotas.

Se quedó en silencio, mitigado por alguna lágrima que se deslizó por la memoria de la anciana. También pensó en las vidas rotas, la del sobrino y la de la mujer.

            -La tuya y la de ella se descalabraron. Ahora vive en una maravillosa casa en las afueras. Dicen, que Juvenal, el difunto esposo, compró parte por parte, de la casa, en Francia. ¿No la vieron al pasar?

 Había soslayado el tema escabroso. Nombró a la única, como si todos conocían el pasado escondido.

- Ahora, dijo carraspeando, puedes ir a darle las condolencias Es la viuda más joven, hermosa, rica y codiciada de Casas Viejas. Corre antes que alguien se te adelante.

      Agitada, parloteó con Daniel un rato. Lourdes señalaba la calle por donde tuvo deseos de correr. Necesitaba que se quedara callada. Quiso gritar. Ese día o el anterior, su padre se había despedido de la vida. Como siempre sin dejar huella. Huyó como él, pero al otro mundo.

            Se instalaron con Daniel, amigo y chofer de confianza. Trataron de amoldarse a las rutinas de la tía solterona, que ya contaba setenta y ocho almanaques. Los siete gatos merodeaban por todos lados y tres perros, les ladraban ante el más mínimo movimiento, eran los únicos habitantes visibles de la casa.

            Se durmieron agotados. La noche fue una dolorosa danza de silencio que les dio un relámpago de paz. Al amanecer, con el bullicio de los pájaros, despertaron. Debía terminar con los trámites burocráticos. Era el único heredero y no podía dejar sola a su tía.        

             Salieron con la esperanza de acabar rápido y poder regresar a la capital. Atravesar las calles fue un suplicio. Le llegaban abrazos de dudosa condolencia, pedidos de autógrafos y amigos que no conocía, que le hacían mil invitaciones. Debía mostrarse triste y compungido. Hasta llegar a la oficina del municipio, la tortura se fue incrementando. Indudablemente era un personaje exitoso y todos querían tener contacto con él.

            Cuando ingresaron al pequeño recinto, el corazón le dio un salto. Allí con un jean y una remera negra escotada, estaba ella. El cabello suelto sobre la espalda cubría parte de su cintura. Estaba más delgada. La mujer se volvió para mirarlo y recorrió su piel, con la minuciosa libertad de una muchacha a la que le sobraba tiempo. Se acercó resuelta, y dándole un sonoro beso en la mejilla, se abrazó llorando sobre su pecho varonil. Nunca sabría si por Juvenal recién muerto, por la muerte de su padre o por el amor que habían vivido en secreto. Daniel, se evaporó. Los oficinistas salieron del lugar dejándolos solos.   Sin pudor Analía, le suplicó que la sacara del pueblo. Quería irse con él. Con asombro, Gastón, sintió que ya no la amaba y separándola de su pecho la contempló un instante y la alejó de sí, sin decir palabras.  Ella, llorando, salió y corrió por la calle perdiéndose a la mirada de los transeúntes. El, continuó llenando los papeles que se movían jugueteando sobre el escritorio con el aire de un viejo ventilador de techo que rezongaba desde temprano en la sala.

 

AZULES MIS MANOS

 


Azules.

Azules mis manos

Un camino azul sobre mi lecho.

Nostalgias y sueños.

Mi alma se pierde en un azul de incienso

Mi amor, que perdido, busca el reencuentro.

Mi memoria encuentra mil azules

Sueños y esperanzas

Añiles y dulces.

Dudas y distancia

Aguarda la esperanza que tiñe de rojo

Sin ver lo que toca.

Inquieta la tregua que me deja sola,

En el umbral de los recuerdos

Quedará enredado el añil sufrido,

El color perdido

La fiesta postergada por ausencias

De los que amasamos el pan de la alegría

O acaso olvidamos

Pisar las uvas del buen vino.

El azul envuelve los manteles

Que llenan las mesas de los que marcharon

Buscando un camino lejos de la patria.

Azules infinitos

Azules al viento

Azul de esperanza

Por los que han vuelto.

MUY MACHO PERO…

 

            Miró el trapo lleno de sangre que tenía en las manos y de un tirón le quería quitar el policía. Dio un salto hacia atrás y se alejó. Vomitó. ¡Nunca había pensado que le pasaría eso a él, el mejor maquinista del ferrocarril del sur de la provincia de Buenos Aires!

            Nació para ver pasar los trenes, su casa temblaba con el pasó de cada vagón, fuera de pasajeros o de carga. Amaba el olor del humo y de los aceites que derramaban las locomotoras. Iba pasando el tiempo y le suplicó a su madre que lo dejara ir  a la escuela Técnica de “Ferroviarios”. Estudió y salió con una medalla. No era muy inteligente, pero si tenía la testarudez de un toro. Orgullosos con su título se presentó en la oficina en Paternal donde le harían unas pruebas. Salió bien pero los acomodados le ganaron de mano.

            Se “conchabó” como aprendiz de un viejo polaco que armaba camiones y grúas, para el ejército. Aprendió de ese viejo agrio que escupía cada vez que hablaba en un idioma trágico de su tierra, un sin fin de estrategias con los metales. Sabía de todo y atento memorizó mucho de lo que el anciano sabía.

             Siempre puteaba por la guerra y se dormía sentado en un sillón desvencijado que según él, era traído de Polonia. Tenía más tierra y mugre que todo el vertedero de basura.

            El hombre escuchaba una música linda, pero extraña para el muchacho que amaba el tango. Igual, un día encontró en la mesa de la cocina una carta que lo llamaba del Ferrocarril Central para comenzar como maquinista.

            Un sueño cumplido. ¡No fue fácil! Tenía a un montón de tipos envidiosos y vagos que le hacían la vida imposible. Nunca los delató, hubiera sido peor. Había una pequeña mafia apadrinada por punteros políticos y del sindicato.

            Cumplió a rajatabla con su tarea, hasta lo premiaron dándole la locomotora más nueva y la más bella. La limpiaba como a una estatua de mármol o de acero. Brillaba cuando rauda pasaba por la ruta. Siempre atento a los cambios de luces, si veía un color naranja, aminoraba caso a diez kilómetros para evitar cualquier accidente. Si era roja, frenaba y los rieles y las ruedas chirriaban como una sinfonía de terror. Era verde volaba como los pájaros libres de la pampa.

            Ese día fue un horror. Bajadas las barreras y terminado de subir todo el público, comenzó a poner la máquina a andar, llevaba a los obreros y mucamas de media provincia, en la próxima barrera baja, una joven mujer corrió y se tiro bajo “su” tren. El grito y escándalo fue feroz. La gente gritaba y se tiraban para tratar de ayudar. Unos varitas y policías echaron a todos. A él, lo tomaron de atrás para quitarle el trapo que arrancó del cuerpo de la joven mujer. ¡No! Se deshizo de las duras manos que lo sostenían y le pusieron unas esposas de acero. No dejó el trapo sangrante. Lo arrastraron hasta un celular que irradiaba luces azules y rojas como la cabeza que rodó a sus pies, de la pobre mujer. Sacaron el cuerpo y lo llevaron fuera de su vista. Lloró. Lloró mucho, nunca pensó que le podía pasar algo así. Para eso no estaba preparado. Cuando abrió entre sus manos ese trapo sangrante, comprendió que era un delantal de cocina. Metió la mano en el bolsillo y encontró un sobre, arrugado y sucio. Lo abrió y había una hoja que con letra temblorosa decía: “Marcos, no soporto más tus golpes, tus insultos y tus llegadas borracho todos los días. Estoy embarazada y seguro que no quiero que mi hijo sea como vos” adiós y que Dios te perdone.

            Ese día Roberto González, dejó de ser maquinista de ferrocarril. El “polaco” y su madre fueron los únicos que lo fueron a ver en la cárcel de Caseros, hasta que demostraron que era un suicidio.

 

EL MILAGRO


                            “Recuerda la hora más oscura es la que precede a la aurora” Shakti Gawain

                                                                                                       

            Hilarión Domínguez era hijo de un maquinista de ferrocarril. Aquél, que ya no pasa más por las vías remotas del terruño. Su padre, Don Gervasio, pertenecía orgulloso a la “Fraternidad”, sindicato fuerte en los cuarenta. Él, heredó la tarea y era un apasionado de los rieles. Conocía cada locomotora como a su conciencia. Despertaba a las tres de la madrugada para acicalarse y luego de tomar unos mates silenciosos, preparaba una caja metálica con lo que podía llegar a necesitar. Su viaje era a un pueblo del secano “puntano” para dejar agua potable, leña y alguna mercadería que le encargaban algunos paisanos.

            Iba en el día y regresaba siempre a la hora exacta. Así era el ferrocarril en esa bendita época. Cuando pasaba por la antigua “Corocortas”, salían a saludarlo con las “chupallas” los pocos habitantes que andaban por ahí. Llegaba a esa hora incierta entre la noche y la madrugada, sin luna o con luna, siempre parecía un lugar oscuro. Él, no tenía temor, dos días de descanso y otro viaje, siempre igual. Rutinario pero hermoso. A veces veía correr las liebres por las vías calientes y aceitadas por el gasoil o el alquitrán del vagón de YPF. Otras, un zorro con hembra y crías, tal vez un “choique” y cientos de animalitos que pasaba bajo su mirada atenta. Su atención al trabajo era real. No podía darse el lujo de perder un convoy ni un tanque…, luego pegaba la vista al frente para reconocer algún paisano que le hacía señas con el pañuelo para saludarlo o gritarle un encargo.

            Fue un día nublado y que denunciaba lluvia, raro en esa época y lugar, pero a lo lejos, vio un punto negro entre las vías. Negro, muy negro. De cuarenta kilómetros por hora que era su movimiento fue bajando por las dudas a treinta, a veinte… pero allí se agrandaba la manchita. Tocó el silbato de la máquina. Retuvo la mano en el freno, pero el aceite y alquitrán no le dejaban parar el tren. Vio unos jornaleros que agitaban sombreros y mujeres apostadas en las hileras de alambres de los campos que se agarraban la cabeza.

            Hilarión pensó que había un “choco” dormido ahí, entre sus rieles. No, no alcanzaba a distinguir qué era eso. Su ayudante tomó el manijón de la máquina, del freno. Hilarión sudaba y miró al cielo, pidiendo a Dios y la Santita de los Caminos que lo ayudaran. Descendió del estribo y se quedó helado. Un niño ennegrecido por el alquitrán, el aceite y la tierra reptaba entre las vías. Seguro el tren le pasaría por encima.

            ¡Ruego a Dios nuestro Señor que salga y se aleje…! y vio con sorpresa que el niño se prendía del hongo metálico del cambio de riel y salía. Los lugareños estaban estáticos. A él, se le escapó un insulto.

¿Cómo puede ser que naides se atrevió a cruzar y sacarlo, tuvo que ser “Tata Dios” el que me hiciera el milagro?

            Vio una madre deshecha en llanto. Y un padre que alejaba cabizbajo; pero ahí supo que Dios lo había escuchado. Hizo una promesa… colocó en ese lugar una Cruz Blanca con una estatuilla del Sagrado Corazón y cuando pasaba le tocaba el silbato como saludo.

            Todavía cuando pasan los paisanos le saludan al crucifijo con respeto.

 

 

jueves, 1 de junio de 2023

UN TIEMPO PERDIDO


 

               Cae a plomo un sol interminable. Un sórdido infierno transforma el paraje desértico en un meandro ígneo. Se agiganta la figura de un ser fantasmagórico. ¡Será...! ¿Acaso un humano? ¿Tal vez un cíclope o un centauro inventado por los seres que intentan desaparecer del páramo elástico? Un derroche raro de la raza que habita desde los principios más ignotos el yermo. Paraíso nativo, allí despertando a la nueva creación. Una criatura se desdobla frenética como un extraño manto de seda. Ha sido concebida para desorientar incluso a los dioses. El reverberar del suelo difumina la figura.

                           Un silencio pérfido predispone al miedo. Se revuelve en la rústica cava pétrea un gelatinoso cuerpo deforme. La soledad atrapa incluso al observador inadvertido que fisgonea en la oscuridad de la fosa. Emerge lentamente el cuerpo fantasmal de una mujer. Su larga cabellera negra tiene mágicos fulgores estelares.  Puebla de formas bellas el lugar.                            Comienza una danza espectral sin música. La joven se contornea bajo el influjo de una rítmica melodía que nace entre las rocas de estalactitas de sales minerales. Una ninfa... de las cuevas ha vuelto a la vida. Se ha desplazado entre el vapor y yace, junto a un enorme cardón en el límite del desierto. ¡La piel aterciopelada de un tenue color ambarino de los nativos inventa un rito de amor!

                   La insatisfacción de mi virilidad adormecida me aprieta el lugar donde aun está el hueco de mi perdida costilla primigenia. Existo como un hombre perpetuo. ¡Entonces  miro la piel y escarbo en  búsqueda de reflejos de un espíritu, de un alma inmortal de esa mujer!  Me acerco y trato de tocar su rostro, anguloso y mórbido como fruta madura, donde unos profundos ojos negrísimos me insinúan una lucha de ancestros transgresores. Es astuta, lo sé. Mi mano se alarga.  Se desplaza la imagen en el intento. No existe. Se diluye como blasfemia en  la nada.  Tiemblo al repetir mi acción y trémulas mis manos atrapan sólo una red de sonidos brillantes, innecesarios, inventados en mi propia soledad. Entonces escapo y el calor del sol me hace regresar a una pequeña sombra. Estoy junto a un antiguo árbol que semeja una catedral de filigrana de madera perfumada. En él, anidan aves ruidosas. Rodeado de malezas y de espinas, mi cuerpo se desploma. Miro mi perfil, en el polvo del camino,  apenas dibujado entre los matorrales. He caído en una trampa. La sed y el hambre estrangulan mi cuerpo herido por la necia actitud de los "otros ".

                        Me estiro tratando de aferrarme a una fruta que pende de la rama de un  aguaribay. Me retracto. No es una fruta real, sólo existe en mi imaginación. Un keú grita con sonido  estridente y migra hacia el sur. ¿O es hacia el norte? Ya no importa el rumbo sino que oriente mi flaqueza hacia un territorio fértil. Una vega llena de frutales o  de maíz jugoso.                  Hurgo en mi repertorio  de vegetales ansiados. Un fruto de cardón, dulzón y tibio..., una patata de agua, humilde, que me devuelva la serenidad. Tal vez muera acá en medio del desierto, en medio del reflejo obsceno,  incendio estelar,  ojo de fuego. El  sol asesino.

                          ¡El Sol, dios generador de los padres atávicos! ¡Los atapamas, los tonocotés, los omaguacas, los capayanes...! Se está extinguiendo un hijo del desierto.  Nos estamos extinguiendo. Nuestra raza y leyendas. ¿Dónde están los dioses ancestrales... y dónde ese nuevo Dios de los cristianos?

                          Me voy perdiendo en una nube espesa. Ahí veo una " suy-i con puri " * y es la callosa mano atezada de mi madre. Esas manos que en el mortero de algarrobo molía diariamente el seco grano amarillo de la catedral celestial, verde espada que remonta la tierra agostada del secano en  aras rituales. La madre nutricia era, en la puna y el yermo de Sanagasta y Yacampis. ¡Pero el agua de las palmas se pierde entre los dedos en el polvo y se transforma en piedras! Comienzo a transitar por un laberinto de luces y de estrellas lejanas. No volveré a tocar a mi madre. Está muerta, igual que casi toda la tribu. Un extraño mal los atacó y no pudo el " brujo"  ahuyentar el maligno.

            Un tiempo infinito transcurre para que " Sima - Hoy-ri " ** vuelva a la realidad. La saeta de fuego ya palidece y comienza a tenderse como una sábana violeta el atardecer sobre las tolas y chañares, sobre los churquis y las queñoas. Las cigarras, los bumbules trepanadores y los millones de insectos ruidosos empiezan su ronda nocturna en busca de agua y frescor. Así se inicia su peregrinar hacia la quebrada. El frío avanza como un enemigo ansiado, sabe que con su camiseta de lana de vicuña, ahorrará calor del día solar. Sus "ursutas”,  son fuertes y aguantan hasta las espinas gruesas de algunos cactus y añaguas. Se yergue con dificultad y continúa.

                           - ¡Debo atravesar este páramo y buscar a los blancos! Los hombres buenos me ayudarán.- piensa.  Pero el cuerpo cada vez más pesado y las piernas más dolientes, impiden el esfuerzo.

                            De pronto un ruido estridente atraviesa el cerebro del hombre. Se despierta en otro espacio... fisgonea en busca de señales  claras. ¿Dónde estoy...?- se pregunta.  Tiene el cuerpo desnudo entre las sábanas enroscadas  sobre las piernas musculosas y ahora sabe que está en un lugar  conocido. ¡Este calor... intruso y grimoso!- masculla enojado.

                    Mira con desesperación el reloj electrónico y descubre que está muerto.- ¡ Tenía que ser hoy, justo hoy que tengo la entrevista con los periodistas de casi todos los medios!  Trata de desmadejar las colchas y  ropas para liberarse y corre a la ducha- . Se ha cortado nuevamente la corriente eléctrica. El pequeño pueblo es así. Las celosías esconden el verdadero clima de ese día. No hay ni un resquicio de frescor, no hay refrigeración, ni ventilador, por falta de mucha previsión y total desgano, reconoce rezongando. Se desenlaza, los músculos doloridos protestan y le estalla la cabeza. Se yergue, trata de llegar hasta la pequeña bañera. Abre el viejísimo grifo y una desinflada cinta de agua que agoniza, se desparrama hasta desaparecer. ¡Tampoco hay agua! Tiene ganas de gritar. Vuelve el sueño  en flashes alternados. Tendrá  que apurarse. Toma una toalla y la empapa con agua colonia y refriega el cuerpo sudado. El pelo está pegoteado y la piel, como si le hubieran untado  mermelada. Se restriega el cabello y el rostro. Tiene la barba crecida.  Parece que  miles de insectos lo hubiesen aguijoneado. ¡ Qué asco! Una camisa blanca... ¿ dónde está su camisa blanca? Busca entre la ropa desperdigada entre sus papeles y  fotografías.- ¡ Ah... gracias a Dios...!- Se calza un viejo pantalón de lona y la camisa que resplandece en la semipenumbra del cuartucho. Unas zapatillas serán la  solución a los pies que le  duelen...- ¿ Por qué me duelen tanto los pies?- piensa. Se mira y sus pies están llenos de pequeñas heridas y cortaduras.- ¡ No puede ser si yo no he ido a ningún lugar desde hace días!- Regresan las imágenes del sueño. Sobre una mesa hachuelada están los instrumentos musicales indígenas.  Algunas quenas y caramillos hechos en huesos de guanacos y llamas,  unos restos de alfarería nativa. Los descubrimientos transformarán su nombre y su prestigio... ¡ Qué maravilloso yacimiento arqueológico de la raza perdida! Sale del dormitorio y se siente extraño. Son tantos los reporteros que lo agobian. Los luces de cámaras y  videos con sus   impertinencias... Siente  deseos de huir. Se siente atrapado.

                           - ¿ Es verdad que ha encontrado una ciudad perdida de la región apatama?- le dispara como un dardo una joven hermosísima. Tiene la cabellera recogida y le caen hilillos de sudor por el cuello perdiéndose  en  unos  pechos opulentos. Se distrae.

                            - ¿ Acaso podrá explicar con su hallazgo el principio de la civilización incaica?- pregunta con una risita estúpida  otro reportero.  ¡ Es verdaderamente insufrible la algarabía! Nadie presta atención; sólo están allí para tener algo para cobrarle a los periódicos importantes. Los medios pagan muy bien una noticia de temas científicos que pocos leen realmente.

                           - Perdón aún no puedo darles muchas respuestas concretas. He descubierto, sí, un importante pueblo precolombino en el desierto de... ( lo interrumpen para poder sacar fotos con mejores imágenes).- ¡ Señores gracias por venir... pero les prometo un detallado informe muy pronto! ¡ Tal vez nunca!.-  vuelve a considerar. Están desilusionados, lo miran con cierto desprecio. Los periodistas salen murmurando algunos improperios, pero no los escucha. En realidad no le importa. Intenta regresar a la habitación. Hace un poco tiempo que retornó la electricidad y ya hay agua en los escuálidos grifos; pero alguien lo detiene. La mujer que le  hacía preguntas en el salón lo ha seguido por el  pasillo. La mira. Su cuerpo y rostro lo  dejan  perplejo. Es casual pero una ilusoria imagen del sueño lo  golpea. ¿ La mujer es una  quimera o  un  fantasma?

                            - Mañana acometeré una empresa difícil, si le interesa el tema de mis descubrimientos puede venir. No será sencillo y tiene millones de inconvenientes. ¡Es su decisión, salimos con mis ayudantes a las cuatro de la mañana! ¡ Adiós!- dice y la deja sin hablar.

                            Cierra la puerta y pone una barrera infranqueable a un ser seráfico. Se retrotrae  a los apuntes y al grabador con la música de los viejos habitantes que aún conservan instrumentos y cánticos rituales. Está  ingresando en ese ámbito ambiguo entre la realidad y lo ficticio. Se siente  un “nexo” entre lo actual y lo perdido.

                            El desierto entrega un frío impensable. Son las horas tiernas del amanecer. Una bandada de parinas chicas, con sus patas de rojo fuego, corta con sus chillidos el cielo de un denso color índigo. A lo lejos, sólo al extremo del desierto se va formando una arista convexa de color naranja que resplandece y lentamente rebasa el horizonte entre los cardones, los algarrobos y los churquis. Han florecido algunos cactus atrapando a los dragomanes alados, los pequeños murciélagos ciegos. Ellos repartirán entre sus pelos, los genes, para que no se pierdan sus plantas " origen". Un perfume a flores atrapa la sensibilidad de los observadores. Junto al científico, casi tocándolo siente el brazo firme y la mano dominante de la invitada. La había olvidado. Sobria en trastos y silenciosa se mueve. Sube al jeep y se sienta esperando al grupo que levanta los aparatos de investigación. La extraña mujer, se acurruca para no incomodar y él, la espía con el rabillo del ojo. Despierta la alterada formalidad del científico.  Nada cambia la organización, pero algo lo impulsa a compartir con ella ese premio fantástico.

                            El otro vehículo, ya pronto y repleto, comienza una lenta marcha por la huella. El sol se está transformando en un semicírculo de fuego que destella vapores dorados y plateados. La helada petrifica las hojas carnosas de añaguas, están convertidas en esculturas de hielo vegetal. Ya se han muerto. El aire gélido hace que el aliento parezca humo. No hablan y maneja sin mirar a esa compañera de aventura. ¡Inesperada e infrecuente!

                           Avizoran una planicie entre lomas de cordones montañosos de poca altura. Siguen buscando la salina y el desfiladero que los llevará al lugar escondido por muchos siglos. Unos matamicos andinos revolotean sobre nuestras cabezas, deseándonos como a presas esperadas. El grupo de estudiantes y ayudantes ha quedado levemente rezagado. Cruza un zorro con un chinchillón entre sus fauces y corre a su madriguera. Observa el rostro de la mujer; ésta, llora por la pequeña presa. - ¡Es el necesario precio que se cobra la vida, para su subsistencia!- le expresa sorprendido el muchacho. Se tranquiliza la mujer. Están ingresando en ese espacio tutelar de los ancestros apatamas. Dejan el móvil y tomando unos bártulos la obliga a participar activamente del trabajo. El sol ya está sobre sus cabezas.

                            Los ayudantes comienzan a repartirse los cuadros para extraer la arena y piedras de los artefactos. El científico, penetra por la región  intransitable del matorral. Camina con sumo cuidado para no despertar los adormecidos elementos de valor del pucará. Advertido penetra en una gruta de roca indemne con petroglifos y pinturas rupestres. Detrás   siente que se deslizan pies humanos. Se vuelve y como en un "negativo" fotográfico se transluce una apariencia corpórea. No reconoce el contorno ni la forma ilusoria. Un sopor le sobreviene. Siente el ronroneo y rodar de unas finas piedrecillas que alfombran el suelo. Hay un sensible rumor de agua y el goteo de insignificantes cascadas en los desniveles de las largas galerías. Con su lámpara trata de iluminar hacia la izquierda y una figura de belleza sin igual resplandece a su vista. Parece una máscara de cristales y oro. Es tan antigua como la milenaria visión de sus fantasías. ¿Acaso son realmente palpables o están impresas en su yo imaginario y no existen?

                            Llama a gritos y sólo le contesta la voz apagada de su inadvertida escolta. No conoce  su nombre. La mira enfrentándola y le pregunta con la mirada inquieta -¿Si ha escuchado algo?-  Sonríe la periodista y le señala una cripta. Su voz, alentadora, suena transparente y lúcida. - ¡Llámeme Quillén, ese es mi nombre! - contesta con atractivo mohín  femenino. Él sigue alumbrando con una linterna las paredes gradualmente artesonadas con símbolos pretéritos. Una suave llovizna los envuelve. Se acercan los cuerpos, se cruza un gélido aire azufrado.

                            Las manos de la pareja, tiemblan y cae la lámpara en una grieta. Han quedado a oscuras. Tiemblan y el hombre toma entre los brazos el cuerpo trémulo de la ninfa anhelada en  su claro deseo carnal. Acaricia el rostro y besa  la boca atrevida. El cabello le cae en una catarata de seda entre las manos. Detrás de esos cuerpos se oye un murmullo lejano que atrapa  la atención del hombre.

                            -¿De dónde proviene?- Trata de reponerse y captura con dificultad la luz caída. - Debemos continuar... allá hay un peculiar espaldón de minerales raros.- la urge hacia un camino cuyo trecho recto los obliga a saltar un río subterráneo y un barandal de estalactitas húmedas.

                            - ¡Ilumíname ese sector, Quillén... por favor! Mira... ahí hay una espectral forma casi humana. - quería obligarla a participar. Justo a esa mujer a quién nunca pensó que compartiría el hecho más importante de su carrera.  -¡Nunca lo consideró! – se dice. ¡Observa, es una momia y está casi intacta..!. - lo sorprenden sus palabras y siente una urgente invitación de la muchacha que está excitada y febril.

                             - ¡Magnífica! ¡Es perfecta..., me maravilla su belleza! Además, mira tiene todo el ajuar intacto. Observa las sandalias de hechura arcaica... y su camiseta de lana de vicuña roja y su manta de alpaca y las plumas de colores desvaídos por la humedad y el tiempo... - señala conmovido.

                              - Tiene un collar de piedras azules y rosadas... ¿será "rodocrocita" y "lapislázuli” o “turquesas?” ¡Mira su largo cabello trenzado con agujas de hueso. Usa brazaletes  con láminas de oro y extraños dibujos!-  le comenta sin mirarla- ¿ Crees que pudo ser una princesa apatama?

                               - Tal vez debemos regresar y buscar ayuda para transportarla. Ven volvamos. La insta con apuro.

                               - ¿Sabes volver acaso por esos pasajes misteriosos? - Quillén ríe con carcajadas agudas. Mira al hombre consternado que tiene frente a sí y su rostro de piel suave y tersa se va convirtiendo en una mueca donde la boca se desdibuja y sólo se ven los dientes apretados en el hueco de su calavera. Su traje se deteriora rápidamente y va transformándose en un atuendo apatano de confección muy primitiva. Ya no tiene ojos y en las cuencas oscuras brillan como dos esferas de azabache pulido, de antracita combustible e ígnea. Y son esos ojos los que lo petrifican. El horror queda como una máscara calcárea en la fisonomía del hombre.

                          El sol cae en rayos de fuego sobre el rostro del hombre que desesperadamente busca incorporarse en el desierto apatano. Sus pies heridos y sangrantes parecen de lava. Sólo se escucha el griterío de pájaros carroñeros que esperan una presa. ¿Acaso todo ha sido un espejismo? ¿Su imaginación pudo crear tártaro semejante? A lo lejos un murmullo atrae su debilitada conciencia.

                          Es un grupo de gente que se acerca. Trata de atraerlos con gritos, pero nadie acude, nadie responde. Todo ha sucedido en su afiebrada mente o ya forma parte del mundo espectral de los nativos desaparecidos. Una joven aldeana aborigen se acerca y lo mira. Sus ojos son de azabache pulido y sus trenzas están apretadas con lanas de colores. Canta. Un susurro de erkes, flautas y cajas, en un dulce yaraví, invade el páramo. Le acerca rústica la mano de piel curtida y lo ayuda a erguirse. Un misachico frailero, apretado de flores de papel de colores, con un "Santo de palo”, vestido en paño de vicuña morado, se enfrentan al mustio cuerpo deforme del científico. ¡De pronto, en el erial...un pájaro de alas descomunales echa a volar hacia el disco de fuego, padre de los "Incas" y de todos sus descendientes; tribus que se han ido diezmando en la pobreza y el tiempo.

                             Un ave inexistente en los libros de los sabios.

Lengua Apatama:

* Suy-i con puri: mano con agua.

** Sima - Hoy- ri: Hombre de la tierra.

 

AFUERA HACE MUCHO FRÍO

 

.                                                      

 

                                                        Hacia fierros, hasta sus músculos parecían bronce o piedra. Sabía que era súper “macho”, un metro ochenta y seis, con su cuerpo bien formado. Rostro armónico, cabello oscuro, ojos verdes. Estaba seguro que si lo hubieran invitado para ser modelo lograría ser famoso,  pero él era muy hombre para ese tipo de cosas. Sus compañeras de oficina le hacían todo tipo de invitaciones. Incluso las casadas. ¡Que minas locas!  Él era el que conquistaba.

                                                        Un día que cambió de horario en el gimnasio, conoció a  Regina, una mujer poco agraciada pero de un espíritu maravilloso y pasó lo inusitado: se enamoró. Ella era solitaria, inteligente y alegre.

                                                                   La vida comenzó a ser un privilegio: viajes, cenas en lugares mágicos, paseos a lugares novedosos. Pero un día pasó lo inesperado. Apareció el ex marido de Regina que sacó un arma y desrajó un balazo en el rostro bellísimo del muchacho.

                                                                   Ella lo amó hasta hacer que el hombre se transformara en un niño, el amor estrechó su vida hasta ahogar la esperanza.