sábado, 5 de marzo de 2022

EL TRAPECISTA

 

            Anatol se escapó de su dacha una siesta de verano. Corrió por la vereda empedrada hasta la calle donde viera una enorme carpa desplegada en el descampado que dejara la guerra. Allí del mil colores una enorme construcción, para él, maravillosa, se abría a la curiosidad de la gente. Se escondió entre unos carromatos y esperó.

            Al atardecer, comenzó a llegar gente que se detenía en una casilla donde un pintoresco payaso abría una boca grande y por ahí, pasaban un papel y la gente dejaba un rublo.

            Se deslizó por debajo de una tela rústica y pesada. Entró como un invasor. Desprevenidos sus padres que regresaban del campo no advirtieron su ausencia. Comieron sopa de col, como todos los días e imaginaron que Anatol, andaría vagando por el campo buscando nidos y huevos. Él, estaba dentro del circo.

            Cada cosa que sucedía allí, lo dejaba extasiado. Abría los ojos y la boca sin emitir sonidos, escondido debajo de un banco de madera. Allí quedó quieto. Un atronador tambor llamó a silencio al escaso público. Una luz se elevó al centro de la carpa; ahí suspendido como un ave estaba un joven de figura atlética haciendo piruetas y movimientos elásticos que lo hacían volar por los aires.

            Anatol, vio que debajo había una red, pero no le puso mucha atención, ya que quería ver las volteretas y formas que creaba el muchacho. ¡Eso haré yo cuando crezca! Y soñó.

 

            Pasaron diez años y Anatol se fue. La gran ciudad lo recibió como recibe a los inocentes. Se lo tragó. Tenía apenas quince años y muchos sueños. Buscó trabajo en una fábrica y comenzó a indagar dónde había una escuela de trapecistas. Y en ese momento encontró una que estaba en un centro comunal del partido. Se inscribió y al comienzo fue duro el entrenamiento, pero más tenaz que hábil, logró llamar la atención de un profesor que lo tomó bajo su mano.

            Luchó para ser el mejor. Así llegó pasando de etapa en etapa hasta llegar a ser el mejor trapecista del instituto. Él, no sabía de política ni de poder, sólo de sacrificio y esmero.

            Una mañana lo visitó el comisario del partido y le propuso representar a su país en una olimpiada en Alemania. Pero el soñaba con ir al circo. No tuvo alternativa y por primera vez, viajó en avión, representó con excelencia la bandera de su país. Ganó una medalla de oro. Lo llenaron de honores cuando regresó a su país. Cuando un periodista le preguntó cuál era su sueño, él, dijo ser trapecista del circo. ¡Entonces, lo llevaron como el soñaba y realizó unas largas temporadas de país en país, de pueblo en pueblo.          Un día llegó a su pueblo. Buscó a sus padres…ya no vivían ahí. Cuando estaba en lo alto del trapecio; vio a su madre y a su padre que lo miraban asombrados sin reconocer a su hijo perdido. Se distrajo y cayó. ¡Gracias a Dios había una red debajo que contuvo su cuerpo! El grito fue enorme. Su madre lo había reconocido y corrió a abrazarlo entre los hilos de soga que sostuvieron su cuerpo. Un beso infinito lo envolvió y lágrimas de ternura cubrieron el cuerpo del trapecista más afamado del país. Anatol, no quiso seguir en el circo porque sus padres ya estaban muy ancianos y lo necesitaban.

 

jueves, 3 de marzo de 2022

¡Y TUVE QUE IR POR EL RÍO A URUGUAY!

 

Le tengo amor y terror al agua abierta, al mar y navegar. Pero a Uruguay podía viajar por tierra y cruzar el puente entre Argentina y Uruguay por Entre Ríos o ir en “Buque Bus” y cerré los ojos y allá fui. Es hermoso ese pedacito de tierra que supo ser parte de mi patria y que por razones históricas y políticas perdimos.

Es una cuna de artistas y refugio de nuestros expatriados. Hablamos el mismo idioma, somos parecidos, pero no somos iguales. ¡Qué pena! Son maravillosos.

Rodeado de mar, en una de sus playas un ingenioso artista hace surgir una mano, cuyos dedos son una súplica a Dios para defender esa tierra… y vaya que lo hace. Es un país con paz.

Junto a un grupo de amigos y colegas caímos como jauría hambrienta en un restaurante y los volvimos locos con tantos pedidos diversos; siempre sonrientes nos atendieron con diligencia. ¡Comí el “chivito o chivato” más rico de mi vida! Es un sándwich típico de la Costa Oriental.

Recorrimos la casa del artista Páez Vilaró en Casa Pueblo, donde se disfruta su amor por los colores Afro- Americanos. Maldonado se destaca por el blanco brillante de su original casa, pletórica de cerámicas pintadas a mano, de murales y figuras antropomorfas. Él, vivió allí y lamentablemente falleció en el dos mil catorce con noventa años. ¡Qué gran pérdida para los que amamos el arte!

¡Recorrimos la ciudad de Montevideo, donde se escondieron tantos políticos argentinos cuando salían para defenderse de las “mazorcas de Rosas”, luego de Yrigoyen, Perón y otros tantos! Refugio de honor y amor.

Sacamos fotos en la famosa “Carreta” un monumento al trabajo, me imagino. Pasamos por una vieja construcción para tauromaquia, creo que aun se hacen corridas de toros, no lo sé.

Nos desplazamos a Colonia y fue como ingresar al mundo mágico del siglo XIX. De una callecita empedrada salieron en grupos con tambores y tamboriles, silbatos y maracas; con ropas de época una “comparsa” de afro-americanos, como en la época colonial cantando canciones y bailando. Me sentí transportada a los tiempos cuando había ese horror llamado “esclavitud”. ¡Pero se los veía tan felices! Era como si llamaran a participar a sus antepasados, pero ya en Libertad. ¡Realmente se ha quedado en mi retina como un espacio hechizado! me enamoré de los colores de Uruguay y de su gente. Es tan cerca de mi patria que creo volveré.

 

UN PARAÍSO LLAMADO COLOMBIA


Como entusiasta por la poesía y la narrativa fui a encontrarme por primera vez con varias escritoras y escritores en Colombia. El primer viaje que hice al país de “Macondo”, tanto leer a García Márquez, una persona soñadora como yo, logró entrar en el país más cercano a lo fantástico: Colombia.

Llegué a Bogotá y desde el clima húmedo pero cálido, sin grandes altibajos hasta las avenidas que me trasladaron al lujoso hotel, me llenaron de placer.

Apenas me acomodé busqué un taxi y le pedí me llevara a hacer una recorrida hasta que pudiera presentarme al “Congreso de escritores”. Me trasladó hasta un cerro en donde se venera a la Virgen de “Monserrat”, un templo con escalinatas de piedra que me acercó hasta el famoso Cristo Negro, con una historia que me dejó pasmada por interesante y desconocida. Luego me llevó a un parque Botánico y fue delicioso ver ciento de ejemplares de orquídeas, plantas exóticas y bellas. (Siempre soñé tener orquídeas en mi jardín pero con el clima de mi zona es imposible). De regreso al hotel, encontré a un nutrido y alegre grupo de poetas y narradores de varios países de América. Hoy las considero mis amigas y amigos, con los que permanezco en contacto.

Pronto comenzó el congreso o encuentro. ¡Un lujo! Escuchar las diferentes voces poética, las anécdotas y la cultura de cada uno y de todas. Fue mi ingreso a un paraíso lleno de joyas humanas. Una de las escritoras mexicana, cada día  del tiempo que duró en encuentro, vistió preciosos trajes de diferentes regiones o culturas de México. A veces descalza con polleras bordadas a mano en piedras con paisajes o flores, aves o imágenes Mayas o Aztecas… una belleza rara.

El grupo era tan diverso que aprendí muchísimo sobre la cultura de Perú, Guatemala, Honduras, Ecuador y hasta de las diversas regiones de la misma Colombia.

Recorrimos las enormes y modernas bibliotecas de Bogotá y sus alrededores. La casa de García Márquez, donde habitaba su hermana ya que él, tuvo que irse a vivir a México por amenazas de las “Guerrillas” que asolaban al país.

La riquísima comida colombiana, las frutas y verduras, llenaban las expectativas de conocer las costumbres del pueblo. Tomé el famoso “Tinto” que no es como en mi país un vino, sino el mejor café que he bebido después del que probé en Italia. Sentarnos en un albergue a orillas de un camino de cornisa a beber un Tinto, es toda una experiencia poética. Las famosas “pailas criollas”, un plato que tiene chorizos, maíz, aguacate, huevo frito… y verduras de estación…¡Una delicia!

Cuando nos reuníamos a escuchar a los poetas, sentíamos vibrar el corazón de la tierra de nuestros pueblos y conocí el alma de la tierra criolla. Como en Colombia hace muchos años que hay problemas de “guerrillas” nos cuidaban mucho, nos acompañaban policías que terminaron siendo amigos del grupo de escritores y al final, terminaron recitando poesías o contando historias populares de sus pueblitos. En los autobuses que nos trasladaba a diferentes universidades o bibliotecas, para los recitales o conferencias, se cantaba. Un bochorno para nosotros las argentinas, que en general, no conocíamos la letras de los “tangos” y que todos ellos, sabían como el Ave María. Colombia ama a Carlos Gardel, y por haber muerto él en Medellín, lo tienen como a un héroe nacional.

En general, los argentinos comunes, no hemos aprendido la letra de los tangos. Tal vez, porque en mi generación, era mal visto que una muchacha cantara y bailara tango, hoy es “Patrimonio Universal”, pero recién ahora se lo acepta entre nosotros como debe ser. La música típica de la metrópolis de mi país. Argentina es tan extensa en territorio, que tiene muchos tipos de música regional: zamba, cueca, chacarera y chamamé, entre otros.

Ellas y ellos, los poetas de América sabían las letras de los tangos y cantaban mejor que Tita Merelo o Libertad Lamarque, artistas de la década del cuarenta y famosas.

  Entre tangos, marineras, baladas, boleros y folclore colombiano, llegábamos energizadas a escuchar conferencias, ponencias lingüísticas y poesías a los claustros universitarios.

Cuando llegó el final, tuvimos un broche de oro: “En la casa de José Asunción Silva, poeta único y cultísimo, un día a pura poesía”. ¡Qué placer!

La despedida final, llena de abrazos y lágrimas. Intercambio de libros y poemas, recuerdos de fotos y discos para oír música de los países amigos. Y un Adiós, que nos comprometía a volver a vernos en el próximo encuentro en Panamá.

Me quedó tanta urgencia de conocer mejor Colombia, que tomé un paseo por la costa y viajé a Cartagena de Indias y Medellín. ¡Una experiencia maravillosa que guardo en lo más profundo de mi corazón! Declaro que Amo a ese país alegre, ruidoso, cálido y generoso que espera con bellezas y su música a todos para abrazarlos.

Te recomiendo no salir de Colombia sin comer una arepa de huevo con un trago de aguardiente o ron. ¡Es el espíritu de su pueblo!

UN GRITO ROJO

 

UN BESO VERTICAL PENETRA MI SOLEDAD DE AYER.

 

UN DIAPASÓN DE ESTRELLAS, ARREBATA MI CASTILLO DE SILENCIO.

 

CON TU GRITO ROJO ROMPISTE LA ROCA HELADA DE MI PENA

 

EN CALLES Y CAVERNAS, LIBERARÉ ANHELOS

 

DE BESOS CALIDOS Y SONRISAS TIERNAS.

 

MI VUELO VERTICAL SIGUE TU SOMBRA

 

EN EL RECUERDO CELESTE DE LA NOCHE

 

CAMINÉ APURADA EN LA HUIDA.

 

Y UN CHOQUE INVERNAL CON TUS MANOS ROJIZAS

 

RODEARON MIS PALABRAS DE PLATA

 

ENTONCES, LOS PECES LIBERARON

 

SORPRESAS CON DESTELLOS DE LUNA.

 

LILA

                        “Cae lentamente al estanque, donde los nenúfares le hacen bromas a las libélulas que copulan para continuar con la vida”               Anónimo.

 

        La pequeña Lila va dejando esa edad, cuando no se ha vivido sino una niñez tranquila y festiva. Al cumplir los once años, su amada Edelmira, madre del corazón, comenzó a tener esa tos pertinaz y dolorosa, que la derrochaba sobre blancas sábanas y almohadones orlados de puntillas. Comía poco y dormía mucho. Su piel se transformó en un frágil alabastro suave, a veces ambarino, a veces por las fiebres y calenturas de un encendido color encarnado. Una fina pedrería de sudor, refrescaba su arrebol. Cual rocío matutino cada prenda que cubría su escuálido cuerpo humedecido, el satén y las sabanillas. El ralo cabello otrora dorado, era una mata selvática que desparramaba sombría, desdibujada y pajiza.

        Lila la veía como se iba deshaciendo día a día. Casi como una hoja transparente de seda, o de esas que se colocan entre las hojas de los libros y semejan un encaje ocre, simulando ser hoja, simulando ser un tul de finísima estructura. La amaba. Espiaba cada momento sus convulsiones que comenzaron a ser cada minuto más cercanas y terminaban con unas gotas de sangre. Los ojos hundidos y condecorados por medialunas violáceas.

        Su padre, Alcides Morelos, la había traído cuando Lila apenas daba unos pequeños pasos para caminar, y ella, le dio la mano y el amor de una madre inexistente. Nació del amor de ellos, un muchachito de cabello negro, ojos oscuros y rebelde. Creció jovial y dislocado. Reía y rompía cada regla, cada voto, cada reflexión que quisieron inculcarle, en la casa era infrecuente verlo sentado a la mesa, dormir a las horas apropiadas y en la escuela duró tan poco que apenas aprendió algunas letras y números del ábaco.

        Siempre el padre observaba a ese muchacho díscolo y mal aprendido, con desconfianza. Y sí, un día se escapó llevándose una jaca brava. Tenía apenas doce años. Lo trajo un juez, con un moretón en la mejilla y un brazo fracturado. Sin caballo y sin zapatos. El padre, pagó la deuda de los destrozos que había hecho en el pueblo y lo encerró una semana en la alcoba. Lila le llevaba en escondidas algunas confituras y limonada fresca.

        Salió más tranquilo, pero… lleno de ganas de vengarse. Edelmira murió. Su esposo, lloró sobre el cuerpo triste y el corazón vacío. Lila lloró a su lado y juntos la llevaron bajo el jacarandá que ella amaba.

        Cuando el muchacho cumplió quince años, su padre fue a buscar un cargamento del puerto y se quedó dos meses, esperando el barco. Cuando regresó encontró a Lila con el rostro sombrío. Callada y triste. Creyó que extrañaba a Edelmira. Pronto supo que la muchacha estaba embarazada. Su hermano, la empujó por la escalera y el niño murió sin nacer.

        Pasó un tiempo en que el padre trató de saber quién era el padre de aquel vástago. La niña callaba. Cada momento más taciturna y esquiva. Su hermanastro la miraba con dureza y presagio de golpizas. Ella cumplió quince años y el muchacho catorce. Lila le rogó a su padre que la dejara marchar de la casa a un convento. No era posible que la aceptaran si sabían del embarazo y pérdida. Se transformó en un fantasma en vida. Cada noche, encerrada en su alcoba, espiaba por una hendija cuando su hermano pasaba rondando por los pasillos como gato silenciero.

        El padre necesitó marchar nuevamente al puerto y cuando regresó, ella nuevamente estaba encinta. La duda ya no era duda, claramente era el muchacho el causante de ese destrato. Golpeada y arrastrando su pudor adormecido, llegó a término. Nació una hermosa niña. El muchacho, en la noche, la tomó cuando Lila dormía y la llevó al río y allí la arrojó sin el menor dolor.

        Los gritos despertaron la casa. ¿Dónde está la niña? ¿Adónde y quién me la ha quitado? La risa descontrolada del muchacho dejó a todos boquiabiertos. Un malvado demonio vengativo. Un truhán. Un asesino.

        Con quince años había sido capaz de abusar de su hermanastra y matar su hijo. El padre tomó la escopeta y sin pensarlo mucho, lo corrió por el campo y lo acribilló cayendo, este, sobre el trigo dorado que ya maduro, quedaba mojado por la sangre de quien fuera de su propia sangre.

        Dicen los lugareños que al día siguiente Lila flotaba en el estanque junto a las libélulas y flores de pétalos blancos.   

 

 

ESPIANDO

 

Bien no recuerdo cómo nací. Era la mano hábil de un anciano artesano que me fue dando forma. Agregó adornos y doró mis hermosas rosas y guedejas. Me tapaba con un paño gris. Pero yo oía cada palabra de los que ingresaban al taller.

Una noche entró una tal Betiana. Hablaba con alguien, pero no alcanzaba a escuchar esos murmullos suaves. Me pareció que suspiraban y reían bien quedo. Fue un rato entre la medianoche y el amanecer.

Al otro día mi hacedor, se sorprendió con el desorden y salió diciendo palabras cuyo tenor, no quiero repetir. ¡Soy muy delicado para reproducir esas palabras! Escuché algunas discusiones y regresó tan malhumorado que sacó un trozo de madera perfumada y comenzó a crear otra pieza. No podía ver porque estaba tapado con el lienzo.

Entró la tal Betiana, supe que era la hija de mi creador. Y lloraba como una catarata de lluvia en la ventana, donde solía apoyar la frente mi querido amigo. Ella le hablaba de amor, de pasiones controladas y de promesas. Él, se reía. ¡Ese mequetrefe, te va a abandonar apenas sepa que quieres casarte de verdad! Y salió llorando y prometiendo mil cosas que ni pude oír bien porque se alejaba. ¿Qué incómodo es estar siempre quieto en un lugar? Me perdía muchas cosas interesantes.

Apareció una señora, de esas que se sienten dueñas del mundo y me compró para su recámara. Y dejé esa casa querida.

Me ubicaron en una posición interesante, frente a la alcoba. Era una habitación amplia, entre moderna y rebuscada. La mujer era casada con un caballero que se asomó y se miró un largo rato en mi brillo. Se peinó de dos o tres maneras, se atusó el bigote. Grande y algo canoso. Arregló su camisa y se puso algo que salía como lluvia de un precioso frasco de vidrio tallado. Después de un tiempo nos hicimos amigos.

El hombre viajaba mucho. Era un ser inteligente y hablaba con seguridad. En la primera noche me ruboricé bastante. Vi cómo se despojaban de sus ropas y se paseaban por la habitación desnudos y jugaban. Ella, la muy seria señora, resultó ser poco seria en esa oportunidad. Se paraba frente a mí y lo invitaba a hacer lo mismo. Él, la abrazaba y llevaba a las sombras sobre el lecho, yo cerraba mi mente y esa noche habló el perfumero conmigo.

¡No te asustes amigo! Es lo natural, son amantes. ¿Qué? Si él, no es su marido. Ella tiene un esposo anciano, débil y que ronca como una tormenta de verano. Éste se llama Livio, y es el contador de la fábrica del marido. ¡Y yo creía que viajaba mucho! Era que escapaba de la presencia del verdadero dueño del hogar.

Cuando el sol se reflejó en mí, se despidieron apurados. Antes de salir metió sus manos en un cofre que estaba escondido detrás del espaldar de la cama y se llevó un montón de billetes. Ella no lo vio.

Escuché un automóvil que hacía ruido dentro de la casa. ¡Había llegado el marido! Ella, la muy pícara, lo recibió como una muchachita amorosa. ¡Qué vergüenza!

Cuando entró la mucama, me miró con cara de enojada. ¡Encima, tengo que limpiar todas estas porquerías! Dijo. ¡Eh, cuidado, yo no soy una porquería, soy un espejo de prestigio y belleza! Pero no me escuchaba. El botelloncito de cristal, casi muere en manos de la criada. Pero se salvó porque se lo escondió en un delantal que llevaba sobre su ropa. Justo entró la señora y la pescó robando. ¿Saben qué hizo? Le dio una cachetada que le dejó marcados los dedos en la mejilla. Cuando se asomó a mí, vi un hilito de sangre que salía de sus labios. ¡Pero qué locura!

No se fue. La mucama no se fue. Hubo una disputa terrible en la alcoba. Don Fermín, el esposo, adujo que era la ahijada de su suegra y que no la podían echar. Ella gritaba que le quería robar y él, que era por su culpa. Mi dueña, Celmira, rompía cosas. Y su marido se impuso con dos golpes, que la verdad no sé quién los ligó. Me lo imagino.

Don Fermín pegó un portazo y se fue. La casa quedó muda. El candelabro de adorno, lloraba, los paisajes marinos de la pared, también. ¡Esto va a terminar mal! Dijo el taburete donde se sentaba a leer Celmira. Cuando sepa Livio lo que pasa… me parece que se arma, dijo la lámpara de la mesilla de luz. En la oscuridad, se oían susurros de personas que hablaban por un aparato, que según me explicó, el cepillo de plata, se llamaba teléfono.

Livio hablaba con Celmira. Esperé sin decir ni un ¡Ay! La noche entraba por el ventanal con bruma y ruidos callejeros. El ladrido de un perro. Una moto que pasaba, un grupo de borrachos que vociferaban palabrotas… era una noche horrible.

De pronto entraron ellos. Celmira y Livio, abrazados y besándose descaradamente. No voy a contar lo que reflejaba mi luna plateada, por pudor. Se abrió la puerta y entró la mucama con un enorme cuchillo de cocina y se los clavó en el pecho a ella y en la espalda a él. La sangre se disparaba como agua de una laguna de ardiente rubí encendido. Limpió con las sábanas el cuchillo, acomodó todo sin mirarme y salió tranquila por la puerta. Antes vi que revolvía la ropa que estaba tirada sobre el sillón y sacaba dinero y joyas. ¡Ladrona!

En la mañana, la casa era un loquero. Gente entraba y salía. ¿Quién habrá hecho esta calamidad? La mucama lloraba sobre el cuerpo frío de Celmira. Fermín lloraba en el taburete y se mecía los pocos cabellos canos. ¡Y yo, no podía contar nada!

Cuando los hombres se distrajeron buscando con lupa huellas y algo de qué agarrarse para hacer un racconto, la mucama se echó al bolsillo a mis amigos. El botellón de perfume y el hermoso cepillo de plata. Me volvieron a tapar con un lienzo y ahora la habitación está a oscuras. A veces hablo con la lámpara, pero llora y los paisajes marinos salieron del habitáculo apenas s e marchó don Fermín. ¡Qué pena, no poder moverse! Es entretenido espiar a los seres humanos.  

LA SOSPECHA

 

            Cuando Edison llegó al rancho “Albores Azules”, llovía a baldazos. La perspectiva visual era nula, las ruedas de la chata levantaban chorros de barro azuloso y pequeños guijarros que golpeaban los muros de la casa. Por la ventana, tras el visillo, un rostro sorprendido se asomó, para desaparecer rápido y apagar las luces. El silencio quebrado por el chubasco, penetraba el amplio patio.

            Dos enormes perros negros corrieron gruñendo, para que el intruso regresara por donde había llegado. Edison, se negaba. Descendió con dificultad, su pierna ortopédica, con humedad se ponía artrítica y su corazón galopaba por el esfuerzo. No regresaría a “Paradisso”. Un sonido agudo despejó el camino de los mastines. Ellos, agacharon la testuz y se mantuvieron en espera del mandato que solía provenir del interior de la casa.

            Golpeó con el puño la puerta. Nadie contestó. Un insulto grosero y un escupetazo, cayó en las piedras acuosas. Rodeó la casa y en la puerta trasera, donde se atisbaba una luz, llamó con un gruñido. ¡Soy Edison Duarte, carajo, abran! Los perros lo habían seguido atentos y dispuestos a luchar. Su pelaje negro y húmedo, los colmillos afilados y las orejas enhiestas, mostraban su estirpe guerrera.

            Se escuchó un paso cansino acompañado por un golpeteo de bastón. Era Úrsula.

Quien con un rostro desfigurado por la ira, luego de putearlo, le abrió la puerta y dejó el espacio mínimo para mostrarse y hablar. ¿No ves, imbécil, que diluvia?  ¿Qué te trae a esta casa? Mientras dijo eso, lanzó un salivazo marrón por el espacio entre dos dientes rotos, carcomidos por el tabaco. Cayó a los pies del hombre. No se movió. Esperó un instante y tras la vieja, apareció Lucila. El alboroto que se hizo, fue grande. La vieja enojada se hizo a un lado y el hombre ingresó, dejando una huella de agua y barro en el piso impecable de la cocina.

            El fuego de las hornallas, entibiaron el cuerpo aterido. Lucila, lo abrazó y el perfume de limón de su cabellera, le llenó el alma de sensaciones maravillosas. ¡Hacía mucho que no la veía! Desde que Virginia había muerto, no podía entrar en la casa.

            Se sentó en la banqueta junto a la puerta, cerca de los olores calientes de los fuegos. El apio, la cebolla y el aroma de la carne, le despertaron recuerdos que había soterrado hacía tiempo. La muchacha estaba hermosa. Había un rubor virginal en sus mejillas y estaba alta y delgada, pero vio en sus ojos una luz inescrutable y triste. Ojeras azuladas rodeaban sus largas pestañas y sus manos, de blancura increíble, estaban abrumadas de pequeñas grietas. Úrsula, se interpuso con su cuerpo enorme y dispuso que se tenía que ir. Pero Lucila, rogó que se quedara un rato. Él, consintió y le pidió hablar a solas, cosa que la mujer no permitió.

            ¡Pues bien, sepan, que he recibido un informe de alguacil del pueblo con una grave denuncia sobre la muerte de tu madre! Un grito se escabulló de la garganta de la anciana. ¡Salga de esta casa! No me iré hasta saber qué ha pasado acá. ¡Salga, maldito intruso! Soy el padre de Lucila y usted no es nadie para echarme.

            ¿Dime pequeña, qué siente tu corazón sobre lo que se habla en el pueblo? Todos los rincones de Branden Stone está murmurando sobre el tema. Yo, había salido de la vida de tu madre cuando eras muy pequeña, esta mujer, maldita, no se qué le metía en la cabeza la dulce Virginia. Dijo, el alguacil, que cuando la encontraron tenía puesto un vestido que yo le traje de la ciudad para un baile de la iglesia…y que se había cortado el cabello con la tijera de esquilar ovejas. Ella, señalando a Úrsula, no me dejó acercar y siempre dijo que era mi culpa, pero, dime preciosa; ¿cómo pudo ser mi culpa si no me podía acercar por la ira de esta bruja?

            No alcanzó a ver que tras él, venía un palo enorme que lo dejó inconciente. La sangre manaba por su cabeza. Lucila, con los ojos alucinados salió corriendo hacia su dormitorio, se escondió bajo la cama y se limpió las salpicaduras rojas y untuosas de la cara y el cuerpo. Sintió los rituales sonidos que hacía la anciana cada vez que tenía un cadáver cerca. El cuerpo arrastrado hasta el sótano y el cieno cubriendo el cuerpo aun palpitante de su padre.