miércoles, 4 de diciembre de 2024

RECUERDOS

 

 Mi padre era de esos hombres del siglo pasado que tenía cada día organizado minuciosamente. Se levantaba temprano y salía a cumplir con sus tareas de bancos, oficinas y luego al regresar entraba al consultorio que estaba en el frente de la casa y se vestía como lo que era un odontólogo impecable.

Tenía los turnos escritos en un carnet y como sus clientes lo conocían y sabían que nunca los hacía esperar, llegaban a horario.

Cuando abría la puerta que separaba la sala de espera al espacio donde brillaba su equipo, comenzaba la danza. Había clientes valientes, otros miedosos y otros aterrorizados. Tengo que aceptar que en esa época el ruido del torno era horrible. Yo odiaba cuando papá nos hacía entrar para revisarnos. Temblaba.

Todo era normal durante la semana, pero cuando llegaba el domingo…mi padre se transformaba. Lo primero nos llevaba a misa de la mañana o a las diez o a las once, luego nos sentaba a comer los “tallarines” caseros que amasaba mamá con tuco de pollo casero también que religiosamente nos regalaba nuestra abuela paterna los sábados y luego sentado junto a la “radio” de madera lustrada con diales de baquelita, comenzaba el:” Partido”.

Había que hacer silencio. Nosotras tres hijas mujeres y mamá, a leer o a bordar cerca de él, en silencio. Yo, me abstraía y volaba con mis libros de cuentos de la colección “Robin Hood” y mi hermana mayor dibujaba con tinta china y plumín cucharita, en papel bellísimos trazos de flores y paisajes. Mi hermana del medio, era la más rebelde, recortaba de la revista “Para Ti” fotos de artistas de cine.

Papá se transformaba. Se paraba, se sentaba, bufaba, según fuera lo que relataba el locutor. El grito de Goooolllll solía asustarnos un poco. ¡Nunca lo escuché, eso sí, decir una mala palabra! Pero a veces cuando el partido era peliagudo y ganaba su equipo favorito, se paraba y abrazaba a mi mamá y nos daba un beso a nosotras, que no entendíamos nada.

Una vez, me llevó a la cancha. Era en el parque General San Martín; el club Gimnasia y Esgrima, y me sentó en un asiento que llevaba su nombre y apellido. Miró un partido de los chicos que recién empezaban a patear el balón. Yo me distraía y él, pobre, trataba que me interesara lo que pasaba. ¡Dios no le dio un hijo varón y yo ni entendía ni me gustaba ver a ese montón de muchachitos peleando detrás de una pelota! ¡Pobre papá!

Salió dándome la mano y eso me gustó tanto que le pedí que me llevara cuando quisiera. No pudo ser muy seguido, pues él, era un profesional muy requerido.

Pasó el tiempo y cuando justo apareció la Televisión en blanco y negro, se enfermó y al poco tiempo falleció.

Lo lloraron su amigos, sus clientes y nosotros quedamos desoladas y sin tener casi sin qué comer. Mamá hizo malabarismos para terminar de educarnos y criarnos y el sábado, aunque no nos gustara el fútbol, mamá se sentaba junto al aparato de televisión y miraba un partido en su nombre. ¡Nunca me voy a olvidar cuando llegó el televisor a color para el Mundial de 78!  Por primera vez, nos sentamos todas y lloramos la ausencia de papá, ¿Él estaría entre esa multitud ruidosa mirando un partido? ¡Vaya uno a saber!

 

MI VECINO

 

            Lo vi pasar con su patineta bajo el brazo. El pelo larguísimo le tapaba la espalda y la cara. ¿Cómo puede ver con ese cabello tan largo?  Siempre viste de negro. Lleva zapatos con altos tacos de goma y un sobretodo de cuero hasta los tobillos. Llueva o el sol derrita la vereda, siempre usa ropa larga y oscura. Un día de viento le vi bien la cara. Es tan pálido que parece un fantasma.

            No habla con nadie. Va y viene con su patineta y ese día vi que tenía unos extensores en las orejas con forma de garras de animales salvajes. Está todo tatuado en negro. Mamá le tiene miedo. Dice que debe ser “Satánico”. Yo creo que es un cobarde que se esconde de la realidad.

            Tengo doce años y a veces pienso que es un ídolo como los del rock y otras que es un payaso. Un día que pasó y me miró con unos ojos pintados como mujer, le saqué la lengua. ¡Qué infantil! Me puteó. Yo me quedé riendo hasta que lo vi desaparecer por la calle con su patineta veloz.

            En la farmacia de la otra cuadra, le contaron a mamá que es hijo de una profesora de la universidad, que la abandonó el marido y que no sabe qué hacer con su hijo. Mi mamá supo allí que se llama Benjamín y que no estudia. Que vive casi siempre en la noche y parece, parece que se droga. Nadie sabe bien. Mamá trató de defenderlo. ¡Es un pobre chico! Y se le rieron.

            Yo creo que es un pobre infeliz, no tiene otra cosa que su patineta y el disfraz de “Drácula” en pelo largo. Tengo que estudiar y después me voy a ir a jugar fútbol en la canchita de la escuela.

            Cuando regresé del partido, vi una ambulancia en la casa de mi vecino. Me acerqué a ver. Lo han atropellado a mi vecino y está gravísimo. Su mamá llora mucho.

            Mi madre se acercó a ofrecerle ayuda. Ella se abrazó y le agradeció. Pero dijo que los médicos le han diagnosticado que quedará “aparaplejo” o algo parecido. Yo encontré la patineta llena de sangre en la vereda de la esquina, rota y la recogí. Se la di a la madre y siguió llorando peor. Un policía me dijo: ¡Estos idiotas se hacen los vivos y terminan hechos puré! Vos pibe aprendé.

            Un señor que manejaba el camión que lo atropelló, dice que venía con la patineta tan rápido que se le cruzó y no lo pudo evitar. “Ese chico se quería matar”. “Ese chico se suicidó”. Yo no soy culpable. Igual se lo llevaron preso y mi vecino… bueno, mi vecino no podrá usar más la patineta.

VARIACIÓN TANGUERA


 

Paraíso que llena mi mundo de promesas.

Espero domeñando la ausencia de tu amor.

Pasos silenciados de alas cantarinas.

¿Dónde escondo el perfume de mis sueños?

La sombra que atropella mis ansias de ternura 

socorren a quien me altera el dolor  de la ausencia.

Eco misterioso de cascada de vidrio.

Pasto enamorado de mis plantas desnudas.

Asesinato exacto de la sonrisa.

Venas que desparraman mi génesis celosa de vientre azucarado.

Encuentro entre las páginas del almanaque tu cuerpo majestoso...

La esperanza galopa en tu macho perdido como padrillo ajeno.

Marcaré en la carne de mármol atrevido

tu presencia y tus pasos guiaran mi destino.

 

Camino a la casona de piedra desgarbada

 con la umbrosa soledad de la memoria.

Tu cuerpo plateado,  piel morena, me penetra lo indómito.

La nada.

Caen en cascadas las nubes que anudas en la  tarde.

La doncella dormida con los pies descalzos enlaza la belleza.

El hombre solo mira el callejón sombrío.

Hay un silencio mitigando el bandoneón lluvioso de nostalgia.

Me miraste a los ojos y un aletear de risa me propuso un mañana...

 llámame con tu risa que vendré cantando.

 

UNA TORTUGA PARLANCHINA

 

 

Llegue a París con la esperanza de recorrer esos espacios que no pude caminar en otro viaje  anterior.

            No era esa ciudad impecable de la primera vez y me sorprendí cuando caminando por Saint Honoré me crucé con tantos personajes exóticos. Ver a Marroquíes o árabes no era para mí novedad; pero la cantidad de turistas del lejano oriente me descolocó. Luego de hospedarme en una buhardilla detrás de Sacre Cour, busqué a la portera, vieja conocida de Madame Pregnon. Esta amable mujer con quien me carteaba desde la desaparición de Manuela, mi prima, quien buscando su vocación, logró una beca en artes plásticas. La venerable portera, se llamaba Marguerit, y era muy charlatana y amable. La rodeaban cinco gatos, dos canarios, un pequeño perro y una tortuga. Su vida transcurría cuidando a los habitantes del edificio, que no tenía más de tres pisos, sin elevador. Conocía la vida de cada uno, incluso la mía. Cuando le pedí ayuda para encontrar a Manuela me miró intrigada y sacando de un bolsillo de su delantal primorosamente almidonado, la pequeña tortuga me dijo, que una muchacha Argentina, se la había confiado hasta que regresara a París. Su destino era un viaje por Chad y Mauritania, y seguro no le permitirían viajar con el quelonio. Yo miré al pequeño animal y me acordé que Manuela siempre hablaba de ella. Le pedí que me la dejara mientras realizaba mi estadía en París, y así con la mascota en la mochila recorrí: Gibenny, La Provenza e innumerables museos que me enloquecían, una tarde mientras paseaba la Rive Gauche, la pequeña tortuga me dijo: -Detente, Luisa, ves ese cuadro… lo pintó Manuela hace dos años.- Yo no podía creer que me estaba hablando y menos que supiera que era una pintura de Manuela.- Mira, tu querida prima hizo igual que yo. Salió detrás del amor, pero creo que no le debe haber ido muy bien-.

Su voz se acusaba angustiada.- Búscala en la embajada de Mauritania.- dijo y metió su cabeza como es la costumbre de las tortugas.

Tomé un taxi y llegué a dicha embajada. Me obligaron a cubrirme los brazos y el pelo. Me recibió un hombre que con ironía me decía que no podía darme ningún dato. Insistí y quién logró la respuesta fue la mascota. Fue tan grande la sorpresa del burócrata, cuando ella habló que de inmediato buscó en la P.C. allí aparecía que Manuela estaba en Egipto y regresaría en breve. Pero esta vez no regresaría sola, se había casado con Germen su enamorado.

            La tortuga se encogió y muerta de felicidad me dijo… vamos, terminemos de ver París y regresemos a Bs As., ya que en Pehuajó, allá me espera el mío y volvió a esconder la cabeza.

 

EL PEQUEÑO ELEFANTE

 

El río está todo lodoso y siempre las aguas turbias.

Había crecido con cada temporal que traída el monzón. Las casuchas de bambú, eran juguetes del viento que arrastraba trozos de selva en sus zonas aledañas. Los elefantes, algunas veces, se acercaban a su lodo negrusco para chapalear en él. La matriarca los alejaba barritando.

Ella conocía esa trampa siniestra. Los campesinos birmanos cuidaban con esmero que las bestias no cayeran en sus aguas cenagosas.

Esos años el viento y las lluvias se habían hecho esperar demasiado. Las orillas tenían el lodo resquebrajado y apenas húmedo. Los hombres no hacían otra cosa que mirar las nubes esquivas. El calor sofocante invitaba a los paquidermos a inclinarse sobre el barro. Un pequeño elefante, se alejó de la manada. Atrevido comenzó a trotar hacia la parte más oscura del río. Las orejas de la matriarca, se elevaron y un bramido elemental surcó la selva.

Un campesino corrió tratando de enlazar con una fuerte cuerda al pequeño que se iba hundiendo. Una estampida de la manada intentó ingresar en el lodo. Atascado, el animalito, fue tironeado por sus pares y el hombre.

La cuerda cortó el rabo del infante. Su barrite dolorosa acompañando de los bramidos de los otros animales despertó al monzón que tiño de sangre el agua.

La lluvia violenta con su furia, lavó al animal que tiritaba entre las patas gigantes de las hembras.

A ninguno debías molestarnos aquella mutilación. El pequeño fue salvado de una muerte segura.       

 

LA ALDEA

 

La pequeña población donde Maida nació, es un rincón lleno de gente simple y le gusta de la charla larga que se produce al ocaso en el mesón “El Disparate”. Allí se concentra todo el parroquiano que regresa de sus tareas diarias en el campo o en las oficinas estatales.

Su padre un tonelero que hábil con las herramientas provee a varios pueblos de los alrededores. Su madre, Gimena, una mujer que se siente feliz con su trabajo hogareño. Tiene cuatro hermanas y dos hermanos que la miman y la cuidan mientras hacen sus tareas de escuela. El pastor alemán se llama Lemus y no saben quien le dio el nombre, pero los sigue como su fidelidad le dicta.

Maida es una niña tímida y suave, diferente a sus hermanos que ruidosos, van y vienen por el pequeño hogar y la huerta que rodea la casa. Con ellos vive el abuelo. Un anciano callado y sabio que sabe de plantas, cosechas, siembra y animales de granja.

De vez en cuando se sienta en la mesa del bar y toma una cerveza y charla con los parroquianos. Lemus siempre a sus pies esperando un bocado que deja caer sin disimulo. Algunas veces el saca el violín y ejecuta antiguas melodías de su infancia y juventud. Sus dedos algo agarrotados por la artritis y el paso de los años logran un bello sonido a pesar de eso.

Pero los años pasan y Maida crece con una enorme necesidad espiritual que la acercan a los enfermos, niños solos y ancianos que sienten que esa niña les lleva un arco iris de paz y ternura. Los padres la observan y murmuran preocupados que no es de este mundo real, sino de uno más lírico. Excelente alumna y buena con el violín que heredó del abuelo, canta en la iglesia con el beneplácito del cura. Ella cree que tiene un llamado especial de Dios para hacer de su vida un camino religioso.

Ingresó en un convento. Su vida allí fue un mundo de paz y oración. No perdió la alegría pero al paso del tiempo comenzó a sentir una pequeña comezón en el corazón. ¿Qué sería su vejez? Sus hermanos con hijos y familias alegres y ruidosas, la visitaban una vez al año y ella disfrutaba al llegar y sufría al irse los amores de los sobrinos.

Un día preparó su pequeño bolso y pidiendo permiso a la superiora se retiró del convento.

Pasó un par de meses y conoció a Daniel, un ferretero que ya mayor estaba solo y le ofreció matrimonio. La duda era grande, pero pudo más la ternura de ese bondadoso compañero que le mostró otra cara del la vida. Así ya mayores, una mañana alguien dejó en su portal un niño de apenas meses y ambos llenos de alegría lo recibieron con los corazones abiertos. Con el paso de los años, el muchacho se puso rebelde y una noche, discutieron con él porque llegó bebido. Al día siguiente encontraron a la pareja con un cuchillo en el pecho bajo un charco de sangre. Aun busca la policía al desgraciado hijo que no respondió al amor.

UNA MUÑECA PARA SUSI

 


 

            Pienso en mi infancia y recuerdo cuando veía a las compañeras cuyos padres estaban en muy buena posición económica y nosotros soñábamos con tener alguno de esos juguetes que tenían.

            La escuela, dicen, es niveladora social. Yo no lo creo. Había algunos chicos que llegaban en auto y otros caminaban cuadras y cuadras para llegar al edificio donde se cursaba la primaria.

            Mi papá era obrero en una chacra, mi mamá no sabía leer ni escribir y mi hermano, me llevaba de la mano por la banquina hasta el asfalto casi a la rastra, para entrar antes que sonara la campana. Nos colgaban del cuello las zapatillas. Antes de una cuadra nos lavábamos los pies en la acequia y nos calzábamos y así nos duraban más las zapatillas que de tan baratas, se desflecaban enseguida.

            Nacho, mi hermano era muy estudioso, traía una buena libreta y como papá apenas sabía firmar por las dudas nos daba una palmada en la cola por si acaso venía algo mal. ¡Que la Susi, te ayude cuando termine con el cuaderno! Y allá iba yo a recoger los huevos al gallinero, en pata, como para entrar con mis zapatillas. Estaba lleno el gallinero de caca de los bichos. Me picoteaban los pies y los tenía llenos de sangre, mamá me ponía un té de yuyos para sacarme el dolor, era amargo y de olor hediondo, pero me hacía bien porque enseguida se hacía una cascarita oscura.

            Me costaba mucho hacer las cuentas, Nacho me llevaba debajo de una higuera y con piedritas me hacía hacer las cuentas. Lo quería mucho al Nacho.

            Para cuando cumplí los nueve años, él ya salía de primaria y lo llamaron al papá y la directora le dijo que ella lo iba a inscribir en la secundaria del pueblo porque el alumno era ejemplar. ¡Pobre Nacho! Papá dijo NO. Él trabajará en la chacra y me ayudará y así termino la brillante carrera de mi hermano, plantando ajos con las manos llenas de ampollas y cosechando uva en vendimia para otros patrones.

            Un día la mamá me llevó al cementerio en micro. Cuando bajamos en una calle muy llena de negocios y autos, entró a comprar en una mercería unos hilos de coser y al salir, al ladito vi una muñeca.

            Era una muñeca hermosa, con vestido azul y cabello rubio. La boquita apenas abierta y las manitos sonrosadas. Me quedé dura, parada y sin respirar. Mamá me dio un tirón. ¡Vamos que cierran el cementerio! Y caminé mirando atrás. Me enamoré perdidamente de la muñeca.

            Regresamos tarde y papá y Nacho estaban preocupados, creyeron que nos habíamos perdido. Mi mamá llevaba en la mano bien apretado el monedero y un papel donde mi hermano le puso el número de los micros que teníamos que tomar.

            En la noche me levanté despacito y lo desperté a Nacho, para lo cual tuve que levantar la cortina que separaba nuestra cama de la de mis papás y la de él. Nuestra casa tenía una sola habitación separada con cortinas las camas de mis papás y las nuestras.

            Como un gato me acerqué a mi hermano: ¡Nacho! ¡Nachito, despertate!

            ¡Qué te pasa Susi? Y levantó la cabeza con dificultad, qué pasa. Hoy vi la muñeca más hermosa que nadie puede imaginarse. Estaba en la vidriera al lado de la mercería donde mamá compró. Tenés que ir a verla. ¡Hasta mañana Susi, tengo que ir a podar en lo de don Vásquez!

            Me deslicé y me acosté y soñé. Soñé que vestía y peinaba la muñeca. Soñé todos los días desde esa tarde. Y hablé hasta cansar a todos.

            Le pregunté a mi maestra cuánto podría costar esa muñeca. Ella me miró y sentí que muy adentro de ella sentía pena por mi pregunta. Debe ser cara, me dijo. Unos cuantos jornales de tu papá.

            Me fui callada a mirar como jugaban al elástico unas niñas de otro grado. ¿Cómo puedo hacer para ganar el jornal de mi papá? Cuando volví a casa, le pregunté a Nacho. Él se rió. Sos zonza vos. ¿Cómo vas a chanquear si no tenés edad ni para ir sola al centro?

            Me escondí en el gallinero y lloré y lloré hasta que me quedé dormida. Nacho me llevó en brazos a la cama y me dio un beso en la frente que recibí medio soñando.

            Una tarde Nacho desapareció. Mamá preocupada fue a los vecinos y preguntó si lo habían visto. Nadie dijo nada, si lo vieron subir al micro, pero no le contaron porque lo querían y papá le daría unos buenos azotes.

            Al anochecer lo vi. llegar por la calle de tierra con un bulto debajo del brazo. Parecía un linyera. Papá lo agarró apenas entró y le arrancó el fardito… ¡Era la muñeca!

            ¿Quién te ha dado esto? Yo la compré. ¡Mentira, la robaste! No, es para Susi…y yo junté plata. ¡Recién vino don Vásquez a decirme que era mi hijo el que había robado una muñeca en el negocio del centro! No te da vergüenza, que un hijo mío ande cuatrereando muñecas por ahí! ¿Dónde viste alguna vez que robara algo tu madre o yo? Papá perdone mi acción, pero dejé todo lo que gané haciendo changas y no alcanzaba. Vaya y devuelve la cosa esa. Y se viene conmigo a lo de don Vásquez a pedir disculpas al patrón. No, grité, yo quiero la muñeca. Y me cayó el rebenque de papá en la espalda. Por tu culpa tu hermano es un ladrón, vos también venís conmigo.

            No solo devolvimos la muñeca y pedimos perdón, sino que por muchos meses, mi hermano no pudo sentarse bien de los revenidazos que le dieron.

            Ahora con los años que tengo recuerdo la pesadilla que fue devolver la preciosa muñeca, pero mi hermano, siempre se ríe cuando cuenta que casi se va a la comisaría por robar una muñeca para Susi.