miércoles, 17 de abril de 2024

NATALIO

 


Al final comenzó a caminar por la orilla de la carretera sin rumbo fijo. Deseaba cumplir un sueño. Si se alejaba de ese mundo pequeño que lo apretaba a la tierra árida y polvorienta que rodaba la vieja casona, solo lograría terminar como todos los muchachos que vivían en los alrededores. Viejo a los treinta años y con dolores en todo el cuerpo por estar siempre resolviendo tareas duras y pesadas. Ya comenzaba a salir el sol. A lo lejos, se veía un camino menos descuidado. Tal vez, por allí pasaría algún camión o autobús que lo acercara al pueblo.

Él, había soñado de chico con ser otra cosa, no un simple trabajador del campo a destajo. Soñaba con ser un deportista y dar de sí, todo. Todo su cuerpo y su alma era como un ave migratoria que buscaba el camino al futuro. Tenía quince años y le quedaba poco tiempo para cumplir sus ilusiones. Su calzado le regalaba dolor a los pies cansados, tenía unos viejos botines que le regalaron en la escuelita de Villa Isondú. El maestro, al ver que caminaba en "patas", se conmovió y le regaló las botas que cuando llegaron a sus manos, fue como si del cielo se desprendieran guijarros de oro puro. ¡Eran hermosos! De color rojo y azul y tenían suela gruesa y suave, que le daban alas a sus pies cansados. Creció y se fueron ensuciando y gastando como su sueño infantil. Pero ahora, caminaba para encontrar la salida de la tristeza.

Su padre enfermo, yacía en una extraña locura donde su infierno personal, no le permitía ni tan siquiera, reconocer a los muchachos, los hijos. Su madre… una mujer que fue perdiendo hasta las ganas de desplazarse por la tierra y los ladrillos que servían de piso en la casa. La casa se iba deshaciendo de a poco. Era como su madre y su padre. Ellos, se iban desfigurando, para transformarse en fantasmas vivientes.

Anteayer su madre, se aferró al respaldo del lecho del viejo y se desplomó. Un grito gutural salió de su triste garganta seca. Las hermanas de Natalio, la lavaron, le pusieron el único vestido decente que tenía y llamaron a don Miguel, el patrón que se encargó de llevarla al camposanto. Y así descubrió la puerta a su desesperación, se iba en busca de otra vida. No quería esa. Los otros, se harían cargo de su padre y de la tierra. Él, voló como ave solitaria.

Una chata del campo de don Arturo, un vecino, lo recogió en el camino y lo llevó al pueblo. Allí subió al autobús y se fue a la gran ciudad. Cuando descendió, sus ojos se opacaron al ver la miseria humana que lo rodeaba. No se asustó, pero se previno, sacó con cuatro palabrotas a los que le pedían dinero, ropa y un sin fin de cosas. Él, llevaba anotado el lugar donde su patrón le había aconsejado. Era un asilo de la Cruz Roja, "gente buena y de confianza", le había dicho. Te lo mereces, Natalio, pero cuídate.

Tomó un micro pequeño, que lo dejó casi en la puerta. Era un edificio antiguo, pero impecable. Se detuvo un instante, respiro profundo y tocó la puerta que crujió cuando la abrieron. Un hombrecillo calvo, con gafas gruesas y desdentado, leo recibió con una amplia sonrisa. Ingresó al mundo nuevo, al que lo llevaría a lo que hoy es su hermosa vida; vida que le permitió ayudar a su padre y hermanos.

De esa casona, lo acompañaron al Club, allí lo esperaban porque don Miguel, había hablado con el presidente de la institución sobre lo que Natalio era: "Ese muchacho, es un diamante en bruto". Y sí, comenzaron por hacerle estudios médicos, le cambiaron la dieta, le dieron rutinas de gimnasio y aprendió ciento de estrategias deportivas. Ya pasado los dos años con diecisiete años, era un diamante semi pulido, le faltaba poco para ser el "crac" que estaba escrito en su destino.

Su vida cambió tanto que estaba irreconocible, pero siempre humilde y soñador. Natalio, comenzó a pasar de ser un pajarillo de campo a un águila dorada… su cuerpo y alma se habían conjugado con esa estrella que solamente tienen algunos privilegiados.

Su sueño se cumplía justo cuando una noche su hermana Remedios, le avisó que su padre había partido al otro mundo, a ese desconocido de la muerte. No pudo llorar, pero salió al campo de juego con la esperanza de demostrar que cuando se quiere lograr algo, esto con trabajo y esfuerzo, se le entrega en la mano.

Hoy Natalio es un líder y el mundo lo ama.  

 

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