martes, 23 de abril de 2024

LA SEÑORITA YOLANDA

 

            Yo era muy delgada, fea y tímida. Alumna mediocre, siempre traté de pasar inadvertida, aunque secretamente esperaba ansiosa que ella reparara en mis grandes ojos tristes.  Yo creía seriamente que era la chiquilina más fea y tonta de la escuela.

                        Ella, la señorita Yolanda, joven no tan linda como dulce y buena, era mi maestra. De figura muy delicada. Fina. Usaba su cabellera ondulada y recogida con un severo moño negro. Su guardapolvo de tela de lino blanco almidonado estaba bordado por sus propias manos en el cuello y el canesú. Era una damita dedicada a amarnos. ¡Qué imagen fresca! ¡ Qué estampa de serena juventud!

                       Mendoza vendimial con sus calles calurosas y sofocantes empujaban a una tarea de inicio escolar difícil. Los frondosos plátanos como toldo verde y las acequias de piedra bola donde cantaba el agua fría, no invitaban a la tarea escolar sino a juegos de verano.  No obstante todos tenían que cumplir con su trabajo. Yo también. El invierno hizo su entrada con nuevos sucesos.

           Mi país de entonces tenía algunos problemas. En Buenos Aires había muerto la joven esposa de nuestro presidente y todos debíamos llorar a aquella desdichada dama.

                        Recuerdo cuando llegamos a la escuela y en el lugar donde se veneraba a la Virgen del Carmen de Cuyo había un cuadro de esa bella señora rubia de pálidos colores, lleno de flores blancas, de velas y cintas negras.

            Algunas misteriosas noches en mi casa en que llegaban autos que entraban sigilosos y de ellos bajaban personas grises, oscuras que murmuraban apenas en las frías madrugadas. Cuando por las mañanas llegaba yo al comedor había nacido una enorme biblioteca con imágenes sagradas, estatuas de antigua data, vestimentas recamadas de sacerdotes, obispos y quién sabe cuántas cosas, que yo miraba con sorpresa, curiosidad y deseo de que alguien me explicara: ¿qué era todo eso? Papá  me habló severamente: -¡ Hija , de esto,  que tú ves en casa "NADIE" debe saber "NADA"!  Debes callar lo que hay guardado en nuestro hogar.-

            Por ahí, de nuestra Nana, escuché en murmullos que era la biblioteca del Obispado como explicación a mis dudas. Yo era feliz porque tenía un gran secreto.

            La señorita Yolanda siempre nos acariciaba y nos decía: -Niñas deben ser muy cuidadosas, sobrias y juiciosas. Yo pensaba que me lo decía a mí, que ella conocía nuestro secreto.

            Un día mamá y papá me prohibieron que usara el brazalete negro, que era obligatorio: - ¡Tú no tienes por qué llevar luto ya que nadie de tu familia ha muerto! No llevarás más flores blancas para "Ella". - Yo partí hacia la escuela sin el "famoso crespón". Cuando llegué, la señorita Yolanda me llamó aparte y me preguntó la causa de esa conducta. Yo con mi inocencia de nueve años, le repetí los dichos de mis padres. Ella se quedó callada y pensativa pero no me dijo nada. En la 2º hora entró un hombre robusto de piel morena y grandes bigotes, quien se sacó el sombrero y comenzó a observar a todas las niñas de la clase. Clavó sus grandes ojos negros en mí y con voz de trueno me dijo: -¿Vos cómo te llamás? Yo no me moví del pupitre temblaba como si tuviera mucho frío. Mi señorita se interpuso, se ubicó frente a él tapándome y le dijo con voz serena:- ¿Acaso estamos frente a la "gestapo"? Ya hemos leído y visto el horror que significó en Alemania marcar a la gente, no permitiré que nadie asuste a mis niñas. Por favor retírese. El hombre la miró en forma adusta y sin hablar salió. Yo seguía temblando. A los pocos minutos apareció la directora  muy alterada con otro señor y se la llevaron. Sólo cruzamos una mirada fugaz y creo que por primera vez reparó en la tristeza de mis ojos negros. Todas las alumnas la vimos entrar en un coche negro y partir, parecía una paloma herida, más pequeña de lo que era. Lloré, lloramos todas las alumnas del grado. Nos vinieron a consolar otras maestras. Al otro día vino un joven docente para supuestamente reemplazarla. Él, me volvió a poner en forma visible el famoso "crespón negro", sin mi consentimiento ni el de mis padres. Yo no atiné a contarlo en mi casa. ¡Tenía tanto miedo, que de noche rezaba de rodillas por la buena suerte de la señorita Yoli !

            Pasaron los meses y grandes cambios de gobierno se produjeron. Un grupo de sediciosos tomó el gobierno, yo no sabía entonces si eso era bueno o era malo. Ahora  sí lo sé, pero cuando hoy a los alumnos les hablo de "Democracia", siento que en el aula está presente la figura menuda de aquella joven maestra que se interpuso para defender las ideas de una familia. Mi familia.

            Ella sin hacer mucho ruido me había dado el regalo más importante de mi vida. Un ejemplo de justicia, de respeto y de abnegación. Yo nunca podré olvidar su heroica actitud.

                                              

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