Brenda estaba embarazada. Los padres pusieron el grito en el cielo. ¿Qué vas a hacer ahora? Y tener al que viene. Lo dijo como si supiera lo que la vida traía con cada niño.
Su padre era obrero en la fábrica de ventanas de aluminio. Para llegar al trabajo se levantaba a las cuatro de la mañana, tomaba un colectivo, se bajaba en la plaza de Los Montes, allí subía al tren y llegaba como a las siete de la mañana al trabajo. Esperaba tomando un café parado en la esquina del “Viejo Vito” un cafetero que los ayudaba con precios humildes y hasta les fiaba si no habían cobrado.
La madre trabajaba en un hospital regional. Era la que
recogía las sábanas y trapos de los quirófanos y camas. Las juntaba en una
carretilla que pesaba como una piedra grande y la acercaba a la boca desde
donde caían a un camión que la llenarse salía rumbo a un lavadero cercano.
También trabajaba hasta la noche. Llegaban casi juntos a las nueve de la noche.
En verano y primavera era más pasable; en invierno era horrible. Y
¿Quién es el padre? No te lo pienso decir, papá. ¡Lo voy a matar! O a vos. Si serás estúpida. Decinos quién te engordará la panza… y ella como una mula cerró la boca y no quiso hablar más.
La vecina imaginó que era un tipo casado que solía traerla en un coche de la escuela. Pero no se animó a decir nada. Había mal clima en esa casa.
Pensaron en cosas y cosas, que no lo tuviera, que lo diera. Y ella firme que lo voy a tener. Y pasaban los días y los meses y en pleno invierno el padre le pidió a don Jorge, el carnicero de la esquina, si los podía llevar al hospital donde trabajaba su mujer, allá fueron con un silencio que rompía los faroles de la calle empedrada.
Esperaron un buen rato en una sala hasta que llegó una médica joven y se la llevó. Adentro sólo se escuchaban ruidos de metal y risas. Salió una enfermera con un bultito. ¡Su nieta! Don Zósimo! Y allí había un ser rosado, peludo con nariz aplastada y manitos nacaradas. La tomó y suspirando dijo: ¡Parece un pájaro asustado!
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