miércoles, 12 de noviembre de 2025

EL EUNUCO

 

            El disipado eunuco se ufanaba por merecer una mirada bondadosa de la diosa.

“Minouca” era una semidiosa de un Olimpo creado en un siglo disparatado. No había en los anales nada concreto sobre esa semidiosa, excepto que apareció su hermosa estatua de mármol en los baños y hubo quien inventara su historia. No le creían sus compañeros que en los baños de la isla, había una fuente en la que podía entrar con su gruesa barriga deforme y salir luego de los festines de la “mujer” con su vientre plano y sin esa espantosa blancura que se aferraba a su piel como araña cristalina.

             Manatiel había sido vendido a una caravana, a unos traficantes de humanos en el desierto. Otros eunucos se reían a pesar de sus dolorosas vidas, rotas y deformadas por la práctica innoble de los esclavistas.

            Había unos de piel tan oscura como la noche sin luna, otros de ralo pelo rojo y ojos glaucos, estaban los que tenían cabellos blancos como la nieve y ojos rojos como sangre; todos movían las manos de dedos regordetes como brazos del pulpo del Mediterráneo.

            La única posibilidad de regresar a la vida anterior, era la muerte.

            Tal vez, al renacer, serían hombres enteros. Lo despertaba, las campanillas y cencerros que sus amos le ajustaban en los tobillos al venderlos. Pero todos sabían que no tenían futuro.

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