jueves, 16 de mayo de 2024

EL RESTAURADOR

 

 

                "Date tiempo para trabajar; es el precio del éxito para mirar a tu alrededor".

 

Si no te apuras, perderás el tren. Ya la manecilla del reloj ha corrido mucho desde que te despertaste. Ayer mismo dijiste que hoy sin falta irías a la ciudad a llevar ese maravilloso cofre de la abuela. ¿Te acuerdas de ella? Era un personaje inolvidable. Alta y enjuta, parecía que se doblaría sobre la frágil cintura pero todos sabíamos que no.

Su cabello se fue convirtiendo en un arcoiris del castaño al blanco como un encaje antiguo. Su ropa era tan cuidada como su forma de hablar o de sentarse frente a la ventana a mirar la puesta de sol en el jardín. ¡Y llamaba a Pablo para que recortara una rama o un tallo de flor que envejecía en el macetón azul! Siempre atenta a los cambios de clima o a los días lluviosos que le agradaban aunque luego se quejaba por los dolores en las manos.

Vamos, apúrate, se irá el tren de las cinco y no podrás llegar a la tienda de Beltrán Gelada. Él, sabes bien cuan estricto es con su tiempo. Abre a las ocho en punto y cierra a las veinte y treinta en punto. Dicen sus vecinos, que jamás se detuvo o llegó a destiempo. Toma el paraguas, veo nubes oscuras en el horizonte y puede que llueva nuevamente. Espero que no se vuelva a inundar el camino de la sierra. Los pobres campesinos se quedan atascados con sus carros en el lodo y los animales sufren. ¡No me gusta ver sufrir a los animales ni a los humanos!

Toma el abrigo grueso. Ponte una chalina por si hay viento, veo cada vez más oscuro el horizonte hacia el sur. Mi querido Roque, si no te pagan bien no aceptes vender el cofre por unas pocas monedas. Tiene historia y está hecho con tanto amor como perfección. Tu abuelo era un excelente orfebre y ebanista. Aun recuerdo su espalda sobre la mesa de trabajo. Era un delicado artista con las maderas que le acercaba Pablo. ¡Ese muchacho, qué desperdicio de hombre! Pudo ser un gran jornalero en campos grandes, pero siempre quiso estar cerca de tu abuelo y de tu padre. Hasta que llegó la guerra y lo hirieron sin ton ni son. Su pobre pierna nunca quedó bien.

Te acompaño hasta la verja. Allí viene el coche que te llevará al ferrocarril, la estación debe estar llena de gente, luego me cuentas. Mira todo, así me puedes relatar lo novedoso o lo ya conocido. Ven, te beso en la frente y te deseo suerte.

La madre, se quedó mirando el coche que se alejaba con su amado Roque. Ya ha cumplido quince años desde que se fue quedando junto a mí. Pero necesita hacer otra vida, más interesante que cuidar de la casa y el campo de su padre. ¡Ah, la guerra! Qué terrible racha de hombres que quedaron por el camino minado de armas enemigas.

Cuando regresa a la sala, se detiene en el espejo de la entrada. Su figura se refleja como si mirara a una extraña. He perdido mucho peso. Mi piel está muy descuidada y ni hablar de mi cabello. ¡Pensar que un día me dieron una corona de flores por ser la joven más atractiva de la feria de primavera del pueblo! Recuerdo el vestido de muselina celeste cielo que me hizo mamá para esa fiesta patronal. ¡San Francisco de Sales! Bueno, poco sabemos quién era y de dónde venía para ser patrono de nuestra aldea. Buscaré entre los papeles y libros de mamá, algo debe tener que me abra el ánimo. Saber es necesario para no quedar en la oscuridad y la ignorancia... eso decía mi esposo. Y tenía razón.

La fiesta fue hermosa. ¡Estaban todos los jóvenes de los alrededores con sus trajes vistosos y algunos hasta con trajes tradicionales de sus antepasados! Las mujeres habían hecho sus platos favoritos que vendían en porciones a los hombres que traían a sus familias desde lejos. De esos campos gloriosos de cebada o trigo, de frutales o de hortalizas. Era una feria, una fiesta. Unos vecinos tocaban acordeón y flautas, otros guitarras y redoblantes, el párroco, bendecía a los conocidos e interrogaba a cada nuevo habitante que asistía por primera vez.

Cuando llegaron los cochinillos asados, la gente bebía con ansias la cerveza o la limonada.

De pronto... alguien llamó a la puerta. María Cruz, se encamisa sorprendida al llamado. Frente a ella un caballero de buen porte y serio, se presenta: Señora soy Adolfo Lagrange, el nuevo profesor de arte de la escuela del lugar y me han dicho que probablemente tenga usted herramientas para trabajar en madera y metales, que fueron de su padre y de su esposo.

María Cruz, se siente más que sorprendida. No sabe qué hacer. Ese caballero es un desconocido y Roque no está y Pablo tampoco. ¡Perdone usted si no le ofrezco ingresar en casa, pero por la hora y sola...no, lo siento. Pase.

El hombre hace un ademán de interponer su brazo para no entrar, pero se desdice, ingresa y con los pies de gruesas botas va dejando un taconeo en los pisos. - El viejo párroco, me habló de su familia y por eso me atreví a venir. ¿Puede mostrarme alguno de los trabajos de su padre? Yo, aparte de enseñar talla y cincelar metales, pinto.

-¿Porqué vino a este lugar, se le puede preguntar? - dice María Cruz.

- Sí, por supuesto. En la gran ciudad ha llegado después de la guerra gente que sabe más que yo. Restauré varias capillas, el teatrino de La Romana, dos o tres negocios que estaban muy asolados, sucios y viejos... pero no por antiguos desechables. Y llegué en busca de alumnos para que aprendan este oficio. Ser restaurador tiene sus vueltas, hay que saber de historia y de dueños. La gente deja huellas en los objetos. Deja su alma. ¿No lo cree?

- ¿Conoció a Beltrán Gelada? Él, ha restaurado muchas piezas valiosas después de la contienda. Fíjese usted justo hoy mi hijos Roque, llevó a ese caballero un antiguo cofre que era de mi madre, hecho por mi padre en cedro y con nácar y corales un camafeo incrustado que se había desprendido...

- ¡Qué pena, llegué tarde!- tomó el sombrero que había dejado sobre el sillón y amagó a partir.- cuando regrese su hijo, le ruego me avise al hotel Del Valle azul, para que vea cómo lo ha restaurado el hombre. Se incorpora y comienza a desandar el pasillo hacia la calle.

- No lo dude. Así será señor... Lagrange, dijo, ¿verdad?- y abriendo la puerta cancel, se deslizan hasta la puerta donde intespectivamente está parado Roque.  - ¿Hijo qué pasó? ¡Tan pronto regresaste! Te presento al profesor de arte del colegio, vino para ver las obras de tu abuelo.

Roque observa al caballero y le tiende la mano. Ya me han hablado de usted. Gelada me dijo que regresara, que ya había aquí alguien que podía hacer el trabajo que le llevaba y que ya no tiene tiempo para pequeñas cosas, tanto trabajo tiene...

- Vuelvo mañana. Sí, no quiero ser inoportuno. Buenas tardes. Bajo una lluvia sonora, caminó por la vereda bajo las techumbres de casa amortajadas de tiempo. Su silueta se fue desdibujando bajo la bruma que marcaban las ráfagas de viento y agua. El tiempo diría si Roque aprendería ese viejo y bello saber de orfebrería.

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