jueves, 16 de mayo de 2024

LA NEGRA

 


                                         La vieja y deslucida casona de adobones, entre los parrales encastrados  escondía un secreto. Nadie sabía cuándo ni cómo se había muerto la Negra. Un día habían llegado unos hombres con unos policías y envuelto en un mantel a cuadros verde y blanco se llevaron lo que todos presumían era su cuerpo. En el fogón carcomido y grasiento dejaron unos papeles dañineros con muchos sellos y se fueron cerrando las puertas con una cadena y un candado tapujero. Una hoja de papel escrita a máquina quedó pegoteada allí con un engrudo pastoso, en el medio de las puertas como sellando un pacto mudo de no entrometerse. El "choco", el gran amigo de los solitarios se quedó varios días allí aquerenciado sin comprender nada, como la gente de las otras fincas. Un día se fue y como todos se fue desdibujando la imagen de la muchacha retozonas y alegre. En esa poquedad de presencia humana comenzó a crecer chipica donde antes había lechuga, zapallo y zanahorias. Los parrales quedaron tan cargados de colgajos de uva seca, que de a poco se fueron cortando los sostenes alambrados y cayéndose en la tierra reseca y ocre quedó hecho un estropicio la otrora heredad abundosa. Y el silencio comenzó junto a las sombras a ponerle un color distinto al que fuera un vergel cultivado y frutal. Un viento zonda tiró abajo un almendruco con el que hacía el dulce más rico que existiera. Cayó un rayo en el nogal y el pequeño incendió provocó un susto pasajero. Nadie se atrevía a pasar la tranquera por miedo a los milicos y a la autoridá como decía don Carmelo... ¿quién sabe qué pueden hacerle a uno?

                        Llegó el otoño y las hojas de los álamos del carril y del ancho callejón cubrieron con su crujiente chisporroteo de ocres y aguaitadoras hojas costumbreras, el adormecido chacrerío del Algarrobal.

                        Un calorcito siestero hacía más suave los primeros fríos que alejaron a los cosecheros y acampujaron a los aporcadores y chimangotes que vuelteaban buscando changas. Los buenos podadores llegaban más tarde con tijeras y sus espaldas de cartón y barro. Sus manos artesanas no se movían de balde, ¡ellos sabían...! y una poda buena era una buena cosecha. La casa de la Negra, emponchada de soledad, fue refugio de garreros y mirones que aguaitaban para acercarse algún fogón con arrope, con humita y carbonada de la buena.

                        La casa de la finada estaba tan destartalada cuando se fueron, que parecía un amañado estropicio. Después se quedó quieta; parecía una catedral de yeso y sal, nostalgiada de cacareos de gallinas cluecas, de chillidos y gritos casi humanos del grasoso engorde para el carneo de julio y el resoplido mañero de la yegua " Pintada", que arrastraba los trebejos laboriosos de la finca. La casa estaba muda. Muda la faja amarillenta de la puerta que nunca se había abierto por miedo a la autoridad.

                         Y el frío que acercaba el invierno compañero de los muertos. Pasó el tiempo y nadie merodeó el caserón siniestro. ¡Pero...comenzó un rumor que se hizo sospechoso a mujeraje..." La difunta se ha devuelto a la casa abandonada...", "La Negra está aposentada pidiendo responso en el rancho ruinoso..."; y el comentario crecía como espuma olorosa de puchero, como el olor penetrante del dulce de alcayota en la paila de cobre que chispea al sarmiento, como la preñez ansiada de la viña en primavera...!

            ¡Y entonces...un día...!

                        La siesta recalentaba lindo los sesos y los chicos jugaban a la payana junto al zanjón aquella tarde de verano; un coche pasó levantando mucho polvo y dejando cegatones a los "culillos", que chapaleaban en el agua marrón como si aprovecharan un mar sereno y limpio que nunca conocerían ; entre tirada y tirada, los carozos de durazno, de damasco y de ciruela, frotados, lustrosos y mágicos volaban entre los dedos ágiles y febriles, eran mejor que las piedras...y la "vieja" no protestaría por romper los bolsillos de los desgastados pantaloncitos, con las piedras. El automóvil disminuyó la velocidad y se detuvo enfrente de la casona destartalada. Unos hombres bajaron del auto y merodearon con interés delante del derruido portal. Sacaron algunas fotos. Los chicos curiosos se acercaron al brillante "fordcito" y con las manos mugrientas y el aliento húmedo comenzaron a lustrar los cromados. Como fieras los comenzaron a echar y los mocosos ni lerdos ni perezosos, los apedrearon con todo lo que encontraron a mano. Volaron insultos a piedras, amenazas a cascotes, gritos y una lluvia de carozos de lustrado lujo infantil. Esos se fueron rápido decían a coro y atropellando las palabras los chiquilines. ¿Quiénes serían esos puebleros curiosos?

                        Los eternos rastreadores de ambiciosos milagros para robar la pobre gente indefensa, ya miraban los posibles manoseos de los creyeros.

 

                                   Pasó un tiempo y todo quedó en la simple anécdota. Para "Patrón Santiago" con un frío de nieve maliciosa y necesaria, la Arminda y la Felipa que iban a la procesión por el callejón de la alameda abajo, vieron que la ventana de la que fuera la sala de la "difunta" estaba abierta, se miraron sorprendidas y se santiguaron. Con unas montoneras olorosas de cementerio otoñal y vejez en la mano, llegaron hasta la parada del colectivo, tenían que llegar al centro, no fuera que el "santito" se fuera a enojar y se moviera la tierra como un tembladeral ya bastante conocido. Cuando subieron y se apretujaron entre sudores, toses y charlas ajenas dentro del micro, las viejas las miraron con mal humor y los hombres con desprecio, "chupa cirios", pensaron muchos, "santas mujeres" pensaron otros y ellas sólo pensaban en la ventana de "la Negra". La iglesia de "San Nicolás" estaba una preciosura de candiles y sotanas, resplandecían las lámparas doradas y un olor penetrante de incienso malograba el de cuerpos, ahogos y sebo, perfumes baratos, transpiración y miserias escondidas. ¡Rezos, muchos rezos, palabrería inútil para algunos funcionarios que acudían por orden del comité o de un superior "mojigato"!. ¡Ellas no, ellas creían en el Santo...y pensaban en la Negra!                       

                        De regreso era tarde, ya el sol había comenzado a patinar de colores rojizos y morados hasta las mismas aguas turbias y se apresaron una junto a la otra buscando calor, cobijo y bravura...de mujeres simples. Los pies desacostumbrados a los zapatos parecían aguijoneados por millones de alfileres, tenían los pies hinchados como sapos y les dolía la riñonada de caminar sobre el baldoserío de la Alameda. Querían llegar pronto y acomodarse en sus humildes camas para descansar de tanto trajín callejero, ajeno a sus vidas sencillas. Cuando atravesaron la calle y enfrentaron el callejón oscuro frente al portón del caserón semiderruido, asombradas vieron con fijeza que una frágil luz amarillenta se filtraba por los postigones casi abiertos. Corrieron a los tropezones. ¿La "Perichona", el "Ánima de la Difunta" o el mismo "Mandinga"? ¡El terror cubrió los rostros y aprisionó el alma sumisa de las mujeres! .Se separaron y entraron casi mudas a sus hogares. Los rosarios de cuentas bendecidas una y mil veces, parecían agua fresca del manantial montañero, como pasaban entre los dedos sudorosos y agarrotados por el miedo y las duras faenas de la tierra.

                                   A la medianoche una lechucita comenzó con su silbido característico frente a las ventanas de ambas mujeres. Mensaje de ánima. ¡La difunta quiere algo!, ¡Misa, seguro! El amanecer las encontró con el mate dulce y unas sopaipillas grasientas y camotes asados al rescoldo, desgranando avemarías y padrenuestros. Don Carmelo llegó como a las ocho para podar el parral de la Arminda y después del primer "amargo" comenzó la extraña cháchara comadrera.                                                     

            - ¡Buenas compadre!- ¿cómo le anda?- dijo estirando la mano.

            - Con achaques de viejo comadre, los mesmos de siempre y ¿qué me cuenta? -y se sentó en un banco de totora en la orilla del fogón secándose la frente con un pañuelo de color incierto.            

            - ¡La Negra, Carmelo; la Negra nos quiere decir algo...cosa de preguntarle no más!- dijo con un gesto de santiguarse- Mire, hay que llamar al compadre Sacarías que es de "Ver" en las tripas de las aves. Es hombre "santo" tiene los "dones y es curandero"; seguro que él podrá limpiar la casa. Y le pasó un mate.

            _ Doña Arminda... ¿cómo va a pensar que después de tanto tiempo, un dijunto va a presentarse y a mandinguear a los amigos?-dijo el viejo atragantándose con la comida- ¿Acaso no sería un atropello de la despojada?

            -Yo de la Negra no quiero hablar. Me malicio que el ánima desatendida y en pena, anda entre los frutales y el higueral del callejón -dijo acercando un diligente mate con sopaipilla crujiente de grasa pella.

            - No estará en sosiego en todavía - dijo chupando ansioso el mate dulzón que rechifló entre sus labios.

            - ¡Válgame Dios compadre..., válgame Dios, que dende hace casi un año las ánimas peregrinan por el callejón de los Sosa. ¿No vio las luces malas a la oración, si un caso?- secándose la frente con el mugroso delantal señaló la puerta y se persignó.

            - ¿Luces malas?- dijo haciéndo "Cruz-diablo" con las manos callosas y labriegas.

            - ¡Mismo digo, mismo dicen los que saben!, compadre...- el calor le daba un tono rubicundo a la cara morena.

            - ¡Tal vez la Perichona o la "Difunta Correa!  Esas sí son de mentas y de apariciones costumbrosas, comadre.

            - Yo le repito la mujer nos necesita.- y juntando varias velas y unas estampas de santos se encaminó hacia la casa en cuestión, dejando al hombre con el baqueteo. Al llegar a la puerta sintió un tirón que casi la empuja a la acequia, y señalando a la ventana comenzó con los rezos mientras tartamudeaba del susto. De pronto una figura levemente luminosa se recortó en los restos de vidrios mugrientos. Arminda salió corriendo sin volverse a mirar. A la hora del Ángelus y cuando ya la tarde se entrometía impiadosa, entre humo de olivo bendito de Domingo de Ramos, de la Semana Santa pasada, que crepitaba en el brasero y unas gotas de agua bendita, se prometió ir a ver de nuevo, pero esta vez buscaría compañía de gente amiga, no fuera que le pasara algo...y así una procesión de cinco vecinas comenzaron la extraña caminata. Nada más llegar y verse de frente con "la muerta", vestida con un hábito de carmelita descalza.

                        Cuando medio espantadas, se atrevieron a hablarle, desapareció entre los ruinosos adobes, dejando un enorme perfume de nardos. La Arminda envalentonada entró en la casa. Sobre el antiguo mesón encontró una carta, amarilla y sucia de tierra pero donde se podía leer aún :" mañana me voy a vivir con el Benito Suárez, no vuelvo más...y me lleva con él para casorearme...y en el piso caído como al descuido el diario "Los Andes" que aún anunciaba un trágico accidente : ESTA MADRUGADA MURIÓ EL GRAN CANTOR  BENITO SUÁREZ, dejará una esposa y cinco niños huérfanos de padre.

            Sobre la mesa un frasco de veneno vacío era el mudo mensaje de la Negra.¡ Pucha si necesitaba Misas la difunta!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario