Los ladridos se oían a la distancia. ¡Claro con cinco mastines que aullaban, era imposible no escucharles! Un automóvil salió raudamente por el enorme portón de rejas, que se cerró automáticamente tras él. Nadie puede decir quién lo manejaba. El sol desdibujaba en los cristales la figura del chofer.
Pasado unos momentos, ni largos ni cortos, una patrulla llegó y trató de ingresar sin poder hacerlo. El sargento descendió y saltó por encima de los viejos hierros enmohecidos. Caminó despacio por el breve trecho del ingreso a la casona y con un arma en mano, fue dejando sus huellas en la grava. Los perros le saltaron con sus musculosas fauces, y sacando uno de los bastones del hall los dejó quietos y acobardados.
El charco de sangre había invadido uno de los pisos más bellos que había visto el sargento Tulio Aberro. Un cuerpo yacía allí. Aun se podía oler el perfume ferroso de la sangre. Sacó el radio y pidió asistentes. ¡Esto es verdaderamente un asesinato! ¿Quién querría matarse en el día de los enamorados? ¡Bueno, motivos he escuchado por miles!
Los mastines se habían echado en un rincón y jadeaban. El sol despeñaba sus fulgores sobre los cristales de los anchos ventanales. No tocó nada porque el lugar estaba repleto de objetos rotos y el desorden implicaba una enorme riña.
Escuchó el motor de la camioneta de la comisaría, distante, los rasguños de los neumáticos de la ambulancia y el motor grave de una camioneta donde venían los de investigaciones. Los perros se volvieron con furia contra los que fueron ingresando. Pero al mostrarles el bastón con las patas casi arrastrándose, volvieron a su rincón.
Habían pasado dos horas. La sangre ya no era de color rojo brillante, se estaba coloreando bermellón oscuro. Y el jefe con guantes de látex, comenzó a revisar al occiso
Era un masculino de alrededor de cuarenta años, de contextura fuerte, y tenía un gran golpe en el cráneo. Su ropa era simple, vestido como si estuviera por hacer algún tipo de trabajo artesanal. El poco cabello que tenía sangre, era de color entre cano y rubio. En la mano brillaba una sortija de oro y en la muñeca un reloj valioso.
¡No ha sido una tentativa de robo! Esto es un asesinato hecho con mucha ira. Por favor Aberro, ayúdeme a darlo vuelta para ver si tiene otras marcas o heridas. El sargento con esfuerzo lo volteó. De frente le pareció conocido. ¡Creyó haberlo visto por la zona hacía unos días!
La especialista en dactiloscopia y ADN, tomó con sumo cuidado pequeños rastros del cuerpo y de algunos de los tristes objetos dispersos en el lugar. Un jardinero entró desorientado y los perros los rodearon sin agredirlo. Casi cae desmayado, cuando vio a su patrón en ese lugar y con el cráneo destrozado.
Mi patrón es un buen hombre. Mi nombre es Gabino Estrada y trabajo hace siete años en esta casa. ¿Qué ha pasado? ¡Mi querido señor Octavio, quién pudo ser tan cruel?
¡Lo lamento, pero usted tendrá que acompañarnos! Y se acercó al joven que con sus ropas de trabajo iba dejando un rastro de tierra por el piso. Aseguró a los animales en un canil y luego siguió al sargento. Sus guantes de trabajo estaban sucios de barro y con un fuerte olor a desinfectante que había desparramado en los árboles y plantas. ¡Todo era muy confuso! En el vehículo de la policía, acercó su tarjeta de identidad a los que lo habían detenido. Por momentos sintió más dolor y pena que miedo, pero su cabeza daba vueltas pensando ¿Quién podía haber hecho ese desastre en la casa y con su patrón?
Una larga charla con varios oficiales y lo despidieron, dándole la orden de no salir del predio ni de la zona. ¿Adónde iba a ir él? Su casa estaba en un espacio detrás de la leñera de la casona.
Pronto hubo periodistas alrededor de la verja y él, tenía que contestar miles de preguntas que no conocía. Hasta había llegado un camión de un canal de televisión. Todos especulaban con esa muerte. Pero nadie sabía nada. Luego que intervino la gente de criminalística el juez de turno ordenó que fuera llevado al monumental mausoleo de los antepasados del hombre.
La búsqueda de familiares fue imposible. No había pistas en la región y los documentos que se encontraron no señalaban descendientes. Los amigos y vecinos, lamentaban haber perdido a un buen hombre y excelente profesional. ¡Como arquitecto, era el mejor!
El día de la ceremonia a la que concurrieron muchos conocidos y curiosos, vieron llegar un auto negro cuyos vidrios estaban oscurecidos y de donde bajó una figura de belleza única, vestida de luto, con gafas negras y una rosa roja en la mano, se acercó al lugar, dejó la flor y se retiró rápidamente. Tulio Aberro, le clavó los ojos y dio la orden, que la siguieran. Ella astuta, desapareció entre las calles arboladas del cementerio, pero... Gabino Estrada descubrió que era la mujer que hacía la limpieza y que por primera vez se presentaba como una dama de luto.
Descubrieron que había hecho traspasar los bienes del dueño de la mansión y de los bancos a su nombre, pero tras de sí, había una historia de muchos hechos donde se la vio de luto en otros lugares del país. ¿Era una Viuda Negra?
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