Hacer amigos, es el camino de la felicidad...
El
recorrido del extenso camino le proporcionó cierto dolor de nuca. Era un leve
malestar que ya venía sintiendo desde hacía varios días. A veces se mareaba.
Pensó en Jimena que estaba muy cerca de dar a luz por primera vez. ¡No quiero
asustarla! Tenía que recorrer varios pueblos con el nuevo motor que le habían
entregado en la empresa. Todo un verdadero juego de comerciante.
En general,
los habitantes de esos lejanos pueblos eran reacios a cambiar los tractores y
máquinas agrícolas. ¡Eran muy conservadores! Recordó a su padre. La valiosa
frase de siempre: ¡No hay como el primer coche que compré en 1930! Nunca quiso
cambiarlo hasta que se quedó sin repuestos y lo encerró en un garaje tapado con
una lona y así quedó por los años que vivió. Cuando se fue; tuve que llamar un
mecánico amigo quien casi muere de amor cuando vio el auto enterito. ¡Te lo
compro, ponele un precio! Dijo y yo lo iré asombrado. ¡Ese cachivache quiere
comprar... y largué un... dame mil pesos y es tuyo! Y salió corriendo y regresó
dos horas después con el dinero. Billete sobre billete.
Este dolor
me está haciendo ver mal. Voy a tirarme a la banquina y descansaré un rato.
Luego me quedé dormido. Desperté y ya estaba el cielo violeta con ciertos
pincelazos rojos. Puse el coche en andas y salí presuroso para llegar al
albergue del próximo pueblo. Allí, me instalé esa noche. Me duché y busqué
dónde cenar, comí pollo asado con papa al horno y un flan casero. Bebía agua y
fumé un único cigarrillo. Cuando regresaba comenzó el dolor.
Al día
siguiente me levanté y sentí que no veía bien del ojo derecho y oía menos del
oído del mismo lado. ¡Me asusté! Mañana vuelvo a casa y lo primero que hago es
buscar un médico. Jimena sabrá con quién me hago ver. Gracias a mi labia, vendí
tres motores nuevos y me pidieron un tiempo, dos o tres meses para que me
compraran otros cinco, después de la cosecha. Regresé a la ciudad. Mi casa olía
a pan recién horneado y a huevos escalfados. Jimena estaba muy panzona, pero
hermosa. Le traía un hermoso manto de lana de oveja que le compré en el camino
a una mujer.
Fui solo al
médico. Me revisó y me pidió dos estudios. Al tercer día me dieron el resultado
en un sobre cerrado y me aseguraron que no podía abrirlo porque el médico, era
un doctor muy quisquilloso. No entiendo nada de medicina por lo que se lo llevé
sin abrirlo. Jimena moría de curiosidad. ¡No, el se enojará y capaz que no me
quiera atender más y dicen que es el mejor!
Entré al
consultorio y me hizo sentar. Con sencillez abrió el sobre y leyó. Se puso
otras gafas y volvió a leer. Me miró serio. Y dijo: ¡Amigo, tendré que operarlo
en forma urgente! ¿A mí? Sí, a usted. Pero yo pensé en Jimena y el parto que ya
faltaban una o dos semanas. Si no lo hago pronto, dijo, se quedará ciego y
sordo. Tiene un enorme tumor en el cerebro del lado derecho que abarca una
buena zona del izquierdo.
Me quedé
mudo, no por el efecto del tumor sino por el miedo. ¿Por qué le tenemos tanto
miedo a la enfermedad? ¿Y si espero a que nazca el niño? Pregunté.
Es su
responsabilidad. Yo opino que tiene que ser urgente. ¿Puedo esperar hasta que
nazca el bebé? Me miró asombrado... ¿Prefiere que su niño tenga un padre ciego
y sordo? No, por supuesto pero... bien, hablaré con mi mejor amigo. Y ahí,
apareció Daniel. Y me ayudó tanto que hoy puedo decir que es más que un hermano
para nosotros. Me llevó a casa y habló con Jimena, le explicó lo que pasaba. El
llanto de ella fue largo y desesperado. Pero como buena mujer, se armó y me armó
con un puñado de afecto y esperanza.
En diez
días, me operaron. Me sacaron un gran pedazo de carne que resultó sin células
malignas. Daniel se hizo cargo de todo. Me llevaba a terapia, a Jime la llevó
al centro de neonatología y luego fuimos juntos a la sala de partos... y nació
una bebé divina. Jimena quiso que se llamara como su mamá y mi mamá. Dulce
María y yo me sentí maravillado de ser padre. Oía su llanto y veía su piel
rosada con cabello negro como el de mi perra. Daniel, me acompañó hasta que ya pude
hacerme cargo de todo. Eso, es ser un amigo. Lástima que se tuvo que ir del
país porque descubrieron que había hecho una estafa en la empresa. ¡Yo lo sigo
llamando desde teléfonos públicos porque lo busca
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