viernes, 21 de marzo de 2025

MI AMIGO DANIEL

 


 

                               Hacer amigos, es el camino de la felicidad...

 

El recorrido del extenso camino le proporcionó cierto dolor de nuca. Era un leve malestar que ya venía sintiendo desde hacía varios días. A veces se mareaba. Pensó en Jimena que estaba muy cerca de dar a luz por primera vez. ¡No quiero asustarla! Tenía que recorrer varios pueblos con el nuevo motor que le habían entregado en la empresa. Todo un verdadero juego de comerciante.

En general, los habitantes de esos lejanos pueblos eran reacios a cambiar los tractores y máquinas agrícolas. ¡Eran muy conservadores! Recordó a su padre. La valiosa frase de siempre: ¡No hay como el primer coche que compré en 1930! Nunca quiso cambiarlo hasta que se quedó sin repuestos y lo encerró en un garaje tapado con una lona y así quedó por los años que vivió. Cuando se fue; tuve que llamar un mecánico amigo quien casi muere de amor cuando vio el auto enterito. ¡Te lo compro, ponele un precio! Dijo y yo lo iré asombrado. ¡Ese cachivache quiere comprar... y largué un... dame mil pesos y es tuyo! Y salió corriendo y regresó dos horas después con el dinero. Billete sobre billete.

Este dolor me está haciendo ver mal. Voy a tirarme a la banquina y descansaré un rato. Luego me quedé dormido. Desperté y ya estaba el cielo violeta con ciertos pincelazos rojos. Puse el coche en andas y salí presuroso para llegar al albergue del próximo pueblo. Allí, me instalé esa noche. Me duché y busqué dónde cenar, comí pollo asado con papa al horno y un flan casero. Bebía agua y fumé un único cigarrillo. Cuando regresaba comenzó el dolor.

Al día siguiente me levanté y sentí que no veía bien del ojo derecho y oía menos del oído del mismo lado. ¡Me asusté! Mañana vuelvo a casa y lo primero que hago es buscar un médico. Jimena sabrá con quién me hago ver. Gracias a mi labia, vendí tres motores nuevos y me pidieron un tiempo, dos o tres meses para que me compraran otros cinco, después de la cosecha. Regresé a la ciudad. Mi casa olía a pan recién horneado y a huevos escalfados. Jimena estaba muy panzona, pero hermosa. Le traía un hermoso manto de lana de oveja que le compré en el camino a una mujer.

Fui solo al médico. Me revisó y me pidió dos estudios. Al tercer día me dieron el resultado en un sobre cerrado y me aseguraron que no podía abrirlo porque el médico, era un doctor muy quisquilloso. No entiendo nada de medicina por lo que se lo llevé sin abrirlo. Jimena moría de curiosidad. ¡No, el se enojará y capaz que no me quiera atender más y dicen que es el mejor!

Entré al consultorio y me hizo sentar. Con sencillez abrió el sobre y leyó. Se puso otras gafas y volvió a leer. Me miró serio. Y dijo: ¡Amigo, tendré que operarlo en forma urgente! ¿A mí? Sí, a usted. Pero yo pensé en Jimena y el parto que ya faltaban una o dos semanas. Si no lo hago pronto, dijo, se quedará ciego y sordo. Tiene un enorme tumor en el cerebro del lado derecho que abarca una buena zona del izquierdo.

Me quedé mudo, no por el efecto del tumor sino por el miedo. ¿Por qué le tenemos tanto miedo a la enfermedad? ¿Y si espero a que nazca el niño? Pregunté.

Es su responsabilidad. Yo opino que tiene que ser urgente. ¿Puedo esperar hasta que nazca el bebé? Me miró asombrado... ¿Prefiere que su niño tenga un padre ciego y sordo? No, por supuesto pero... bien, hablaré con mi mejor amigo. Y ahí, apareció Daniel. Y me ayudó tanto que hoy puedo decir que es más que un hermano para nosotros. Me llevó a casa y habló con Jimena, le explicó lo que pasaba. El llanto de ella fue largo y desesperado. Pero como buena mujer, se armó y me armó con un puñado de afecto y esperanza.

En diez días, me operaron. Me sacaron un gran pedazo de carne que resultó sin células malignas. Daniel se hizo cargo de todo. Me llevaba a terapia, a Jime la llevó al centro de neonatología y luego fuimos juntos a la sala de partos... y nació una bebé divina. Jimena quiso que se llamara como su mamá y mi mamá. Dulce María y yo me sentí maravillado de ser padre. Oía su llanto y veía su piel rosada con cabello negro como el de mi perra. Daniel, me acompañó hasta que ya pude hacerme cargo de todo. Eso, es ser un amigo. Lástima que se tuvo que ir del país porque descubrieron que había hecho una estafa en la empresa. ¡Yo lo sigo llamando desde teléfonos públicos porque lo busca la Interpol. Y bueno, la vida tiene sus contratiempos. Daniel es mi amigo y él, logró que yo, Jimena y Dulce María seamos muy felices.

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