lunes, 27 de octubre de 2025

RÍO BERMELLÓN


                                   “Una vez que la esperanza entra en tu sangre, nunca la abandona.”Autor desconocido.

 

 

            El despertar de la selva es una fiesta de rumores y colores de arco iris. Los árboles se estremecen con la algarabía de insectos y pájaros. Pechitos colorados, blancos y naranja, revolotean en el remanso de la aguas del arroyo La Tuca.

            Una vez o dos al año, cuando comienza el invierno se despojan las plantas de alas y parloteo de cotorras parlanchinas. Cuando vienen las lluvias y crece el río se lleva los nidos de los ánades y patos silvestres. Es el tiempo en que los hombres juntan las cachas y huyen hasta el terraplén de la ruta.

            Se ven las lanchas de prefectura buscando algún rezagado o una anciana que no puede andar por los arrebatos del agua que trae todo tipo de arrastre: árboles, animales, trozos de ranchos… hasta se ha visto chapas del algún galpón derribado en su furia.

            En tiempo de bonanza, es una gloria. El pasto alto atrae al bichaje que engorda para la seca. El maíz, el arroz, la soja y el girasol, crece con la libertad de la abundancia.

            A veces en el camalotal, baja una yarará o una coral. Por eso hay trampas para no despistarse. Allá en medio de la tierra se eleva un rancho.

            Parece un tacurú en medio de la tierra apelmazada, del erial que rodea las paredes de caña y barro. Un ombú le da sombra como al descuido y levanta esa sombra que tanto anhela la calurosa faena de todos los días.

            Al amanecer un gallo se despierta y con el rocío se eleva una niebla dulce que moja despacito la piel de las vacas y ovejas. Con ellos se despiertan Simón y la Petrona. Los chicos aun duermen hasta que el sol calienta a un poco la mañana.

            Viene el tiempo de ubres y espumosa leche tibia. De agua en el tizne de una sufrida pava renegrida. Los niños se despiertan y la cháchara inocente envuelve la tabla de la mesa. El Simón de trote al cuartel del sur y la Petrona a la prisa. Ya viene el carretón para llevarlos al pueblo. La maestra espera y no hay que desperdiciar sus palabras y cuentos. A lo lejos, se escucha el griterío, vienen en remolino de distintos tamaños y voces a destajo. Van a la escuela.

            Más tarde recoge los huevos de los nidos, hay conejitos nuevos y una cabra ha parido. Limpia la tierra con la escoba húmeda y los pisos se quejan. Lava la ropa en el arroyo y son alas de palomas colgadas en los hilos. Es la vida de nuestros campesinos en la inmensa tierra que Dios nos ha dado. Son la esperanza de una vida mejor en nuestra patria. Son una alegría para el futuro.

            Cuando llega la noche y se enciende el cielo de un color violeta, una lámpara deja una luz diseminar paz y memoria para el descanso.

            Si el cielo en cierne descontrola esa serenidad… y desgarra en rayos y truenos su orden milenario, viene la ira y el Río Bermellón rompe el pacto de amor con sus hijos, mañana se iniciará una embestida bestial rompiendo todo.

            Simón y la Patrona, sacan la pala grande, hacen con las cenizas la Cruz Bendita y ahuyentan la tormenta como le enseñó el abuelo. Echan sal al aire y hojas de laurel. Se arrodillan y rezan como niños pequeños, oraciones antiguas de sus ancestros.

            La esperanza los guía. Los guía un sueño.

SILENCIO

 

Un silencio pérfido predispone al miedo. Se revuelve en la rústica cava pétrea un gelatinoso cuerpo deforme. La soledad atrapa incluso al observador inadvertido que fisgonea en la oscuridad de la fosa. Emerge lentamente el cuerpo fantasmal de una mujer. Su larga cabellera negra tiene mágicos fulgores estelares.  Puebla de formas bellas el lugar.  Comienza una danza espectral sin música. La joven se contornea bajo el influjo de una  rítmica melodía que nace entre las rocas de estalactitas de sales minerales. Una ninfa... de las cuevas ha vuelto a la vida. Se ha desplazado entre el vapor y yace, junto a un enorme cardón en el límite del desierto. ¡La piel aterciopelada de un tenue color ambarino de los nativos inventa un rito de amor!

                   La insatisfacción de mi virilidad adormecida me aprieta el lugar donde aun está el hueco de mi perdida costilla primigenia. Existo como un hombre perpetuo. ¡Entonces  miro la piel y escarbo en  búsqueda de reflejos de un espíritu, de un alma inmortal de esa mujer!  Me acerco y trato de tocar su rostro, anguloso y mórbido como fruta madura, donde unos profundos ojos negrísimos me insinúan una lucha de ancestros transgresores. Es astuta, lo sé. Mi mano se alarga.  Se desplaza la imagen en el intento. No existe. Se diluye como blasfemia en  la nada.  Tiemblo al repetir mi acción y trémulas mis manos atrapan sólo una red de sonidos brillantes, innecesarios, inventados en mi propia soledad. Entonces escapo y el calor del sol me hace regresar a una pequeña sombra. Estoy junto a un antiguo árbol que semeja una catedral de filigrana de madera perfumada. En él, anidan aves ruidosas. Rodeado de malezas y de espinas, mi cuerpo se desploma. Miro mi perfil, en el polvo del camino,  apenas dibujado entre los matorrales. He caído en una trampa. La sed y el hambre estrangulan mi cuerpo herido por la necia actitud de los "otros".

                        Me estiro tratando de aferrarme a una fruta que pende de la rama de un  aguaribay. Me retracto. No es una fruta real, sólo existe en mi imaginación. Un keú grita con sonido  estridente y migra hacia el sur. ¿O es hacia el norte? Ya no importa el rumbo sino que oriente mi flaqueza hacia un territorio fértil. Una vega llena de frutales o  de maíz jugoso.                  Hurgo en mi repertorio  de vegetales ansiados. Un fruto de cardón, dulzón y tibio..., una patata de agua, humilde, que me devuelva la serenidad. Tal vez muera acá en medio del desierto, en medio del reflejo obsceno,  incendio estelar,  ojo de fuego. El  sol asesino.

                          ¡El Sol, dios generador de los padres atávicos! ¡Los atapamas, los tonocotés, los omaguacas, los capayanes...! Se está extinguiendo un hijo del desierto.  Nos estamos extinguiendo. Nuestra raza y leyendas. ¿Dónde están los dioses ancestrales... y dónde ese nuevo Dios de los cristianos?

                          Me voy perdiendo en una nube espesa. Ahí veo una " suy-i con puri " * y es la callosa mano atezada de mi madre. Esas manos que en el mortero de algarrobo molía diariamente el seco grano amarillo de la catedral celestial, verde espada que remonta la tierra agostada del secano en  aras rituales. La madre nutricia era, en la puna y el yermo de Sanagasta y Yacampis. ¡Pero el agua de las palmas se pierde entre los dedos en el polvo y se transforma en piedras! Comienzo a transitar por un laberinto de luces y de estrellas lejanas. No volveré a tocar a mi madre. Está muerta, igual que casi toda la tribu. Un extraño mal los atacó y no pudo el " brujo"  ahuyentar el maligno.

            Un tiempo infinito transcurre para que " Sima - Hoy-ri " ** vuelva a la realidad. La saeta de fuego ya palidece y comienza a tenderse como una sábana violeta el atardecer sobre las tolas y chañares, sobre los churquis y las queñoas. Las cigarras, los bumbules trepanadores y los millones de insectos ruidosos empiezan su ronda nocturna en busca de agua y frescor. Así se inicia su peregrinar hacia la quebrada. El frío avanza como un enemigo ansiado, sabe que con su camiseta de lana de vicuña, ahorrará calor del día solar. Sus "ursutas”,  son fuertes y aguantan hasta las espinas gruesas de algunos cactus y añaguas. Se yergue con dificultad y continú

            ¡Debo atravesar este páramo y buscar a los blancos! Los hombres buenos me ayudarán.- piensa.  Pero el cuerpo cada vez más pesado y las piernas más dolientes, impiden el esfuerzo.

            De pronto un ruido estridente atraviesa el cerebro del hombre. Se despierta en otro espacio... fisgonea en busca de señales  claras. ¿Dónde estoy...?- se pregunta.  Tiene el cuerpo desnudo entre las sábanas enroscadas  sobre las piernas musculosas y ahora sabe que está en un lugar  conocido. ¡Este calor... intruso y grimoso!- masculla enojado.

                    Mira con desesperación el reloj electrónico y descubre que está muerto.- ¡Tenía que ser hoy, justo hoy que tengo la entrevista con los periodistas de casi todos los medios!  Trata de desmadejar las colchas y  ropas para liberarse y corre a la ducha- . Se ha cortado nuevamente la corriente eléctrica. El pequeño pueblo es así. Las celosías esconden el verdadero clima de ese día. No hay ni un resquicio de frescor, no hay refrigeración, ni ventilador, por falta de mucha previsión y total desgano, reconoce rezongando. Se desenlaza, los músculos doloridos protestan y le estalla la cabeza. Se yergue, trata de llegar hasta la pequeña bañera. Abre el viejísimo grifo y una desinflada cinta de agua que agoniza, se desparrama hasta desaparecer. ¡Tampoco hay agua! Tiene ganas de gritar. Vuelve el sueño  en flashes alternados. Tendrá  que apurarse. Toma una toalla y la empapa con agua colonia y refriega el cuerpo sudado. El pelo está pegoteado y la piel, como si le hubiesen untado  mermelada. Se restriega el cabello y el rostro. Tiene la barba crecida.  Parece que  miles de insectos lo hubiesen aguijoneado. ¡Qué asco! Una camisa blanca... ¿dónde está mi camisa blanca? Busca entre la ropa desperdigada entre sus papeles y  fotografías.- ¡Ah... gracias a Dios...!- Se calza un viejo pantalón de lona y la camisa que resplandece en la semipenumbra del cuartucho. Unas zapatillas serán la  solución a los pies que le  duelen...- ¿Por qué me duelen tanto los pies?- piensa. Se mira y sus pies están llenos de pequeñas heridas y cortes.- ¡No puede ser si yo no he ido a ningún lugar desde hace días!- Regresan las imágenes del sueño. Sobre una mesa hachuelada están los instrumentos musicales indígenas.  Algunas quenas y caramillos hechos en huesos de guanacos y llamas,  unos restos de alfarería nativa. Los descubrimientos transformarán su nombre y su prestigio... ¡Qué maravilloso yacimiento arqueológico de la raza perdida! Sale del dormitorio y se siente extraño. Son tantos los reporteros que lo agobian. Los luces de cámaras y  videos con sus   impertinencias... Siente  deseos de huir. Se siente atrapado.

                           - ¿Es verdad que ha encontrado una ciudad perdida de la región apatama?- le dispara como un dardo una joven hermosísima. Tiene la cabellera recogida y le caen hilillos de sudor por el cuello perdiéndose  en  unos  pechos opulentos. Se distrae.

                            - ¿Acaso podrá explicar con su hallazgo el principio de la civilización incaica?- pregunta con una risita estúpida  otro reportero.  ¡Es verdaderamente insufrible la algarabía! Nadie presta atención; sólo están allí para tener algo para cobrarle a los periódicos importantes. Los medios pagan muy bien una noticia de temas científicos que pocos leen realmente.

                           - Perdón aún no puedo darles muchas respuestas concretas. He descubierto, sí, un importante pueblo precolombino en el desierto de... ( lo interrumpen para poder sacar fotos con mejores imágenes).- ¡ Señores gracias por venir... pero les prometo un detallado informe muy pronto! ¡Tal vez nunca!-  vuelve a considerar. Están desilusionados, lo miran con cierto desprecio. Los periodistas salen murmurando algunos improperios, pero no los escucha. En realidad no le importa. Intenta regresar a la habitación. Hace un poco tiempo que retornó la electricidad y ya hay agua en los escuálidos grifos; pero alguien lo detiene. La mujer que le  hacía preguntas en el salón lo ha seguido por el  pasillo. La mira. Su cuerpo y rostro lo  dejan  perplejo. Es casual pero una ilusoria imagen del sueño lo  golpea. ¿La mujer es una  quimera o  un  fantasma?

                            - Mañana acometeré una empresa difícil, si le interesa el tema de mis descubrimientos puede venir. No será sencillo y tiene millones de inconvenientes. ¡Es su decisión, salimos con mis ayudantes a las cuatro de la mañana! ¡Adiós!- dice y la deja sin hablar.

EL HOMBRE DEL BASTÓN

 

Amanecía en “Las Compuertas”, campo si los había, pletórico de sembradíos. El trigo en paños se movía como la cabellera rubia de una doncella, los girasoles, abrazaban el sol con un esfuerzo supremo de convertirse en ese inmenso disco de fuego, alabando al demiurgo, el maíz estiraba sus verdes brazos hacia el infinito con sus penachos dorados que inseminaban los granos de los maíces.

El ladrido de los dogos, alteraban el suave sonido de las aves. Unas nubes rosadas se almacenaban sobre los eucaliptos al oeste. Entre la vegetación, sobresalía la casa. Antigua y dura. Las piedras con musgo empobrecían las viejas paredes despintadas y la cal sólo se enseñoreaba en las zonas altas. Los ventanales distraían la mirada de los que se atrevían a llegar hasta el portón de hierro en la entrada. Atadas con cadenas, se retorcían los postigotes rotos por las tormentas.

Un parterre de flores amarillas, apretaban sus pétalos dorados, confiando en la orilla de la escalera la entrada. La puerta, despintada había sido verde. Una aldaba de bronce, con la figura de un extraño duende o demonio, servía de anzuelo para llamar a los habitantes de ese caserón avejentado.

Celmira, se asomó, cuando los animales comenzaron a desgarrar sonidos agudos. Una sombra se deslizaba sobre los pastos duros del camino. Un sombrero negro, ocupaba el cuerpo de un alguien atrevido y ajeno. La capa soportaba el torso desgarbado del personaje y un bastón sobresalía a cada tranco que revoleaba para sacarse de encima los perrazos.

¿Quién vive? Gritó la mujer, secándose en el delantal las manos húmedas de miedo. Deténgase o disparo. Los animales dejaron de ladrar y zigzaguearon alrededor del cuerpo mustio y desgarbado. Ella, abrió la ventana con cuidado. Apenas asomó el rostro y el perfume del tabaco fino y a humedad del susodicho, le dio en la nariz.

Mi nombre es Plácido Villoria. Vengo desde el Cortijo de Andrada. Me envía don Lezica. Quiero hablar con usted o con su padre.

Celmira, sintió un escalofrío. ¿No sabía Lezica que su padre yacía en un lecho perdido, sin conocer a nadie, ni siquiera a ella? Cerró la ventana y pidió licencia para acomodarse un poco. En realidad, buscó el viejo revolver de Francisco y lo escondió bajo su delantal de cocina. Abrió lentamente la puerta. Lo miró de frente. Unos ojos negros se clavaron punzantes en su rostro. Hable conmigo, mi padre duerme y no lo voy a despertar por un desconocido. Hizo un ademán y la rodearon los mastines.

¿Puedo pasar?- dijo el desconocido. ¡De ninguna manera! Acá no entra nadie sin mi consentimiento o el de mi capataz. Francisco ha ido a comprar herraduras y un barril al pueblo. Regresará más tarde. ¿Qué necesita?

Disculpe mi atrevimiento, pero, don Lezica y su tío Andrada, me pidieron que viniera a por la cosecha del trigo. Quieren comprarla y yo se las voy a llevar al molino de Ahumada. Quieren que me diga un precio a pagar por todo el grano.

Celmira, se acomodó contra la pared, necesitaba aire. ¿Cuánto podría pedir por semejante cantidad de trigo? Se restregó las manos. El hombre clavó sus ojos de ascuas en los dedos deformados por el trabajo duro que veía en ellas. Lo voy a pensar. Esperaré que venga mi capataz y haré números con mi padre.

Plácido Villoria sonrió, le brilló un diente forrado en oro en una boca austera de otros dientes. Si quiere lo esperamos. O despierte a su padre y él, podrá decirme cuánto quiere. Sacudió el bastón sobre el lomo de un animal que se acercaba mucho. ¡Ey, no me muerdas tunante!

Sal de ahí, Ulises, el señor te tiene miedo. Y el animal bajó las orejas pero el brillo de los pelos marrones, erizados, reflejaba su astucia y atención. ¡Dije que no pasa nadie a esta casa!

A lo lejos una nube de polvo se acercaba. Era Francisco que regresaba antes de lo previsto. Llegó con los caballos sudados y sedientos. Al apearse, mostró el trabuco en su cintura. ¿Qué anda buscando el caballero? Doña Celmira, vaya adentro que yo me arreglo con este señor.

Ulises, se sentó entre ambos gruñendo. Celmira, ingresó, pero quedó con las orejas pegadas a la ranura de la puerta. Desconfiaba de ese hombre. Difícil que Lezica y Andrada, no supieran que su padre tenía demencia senil. Ellos, si bien hacía tiempo no venían por el campo, sabían por los obreros, que el dueño de Las Compuertas, ya no sabía ni que su hija era ella. Quien lo cuidaba, le daba de comer en la boca y lo afeitaba. Difícil era bañarlo. Y el médico venía una vez por mes a revisarlo, darle algún remedio o tizana para que no tosiera tanto. De golpe sintió un estampido.

Abrió la puerta y Ulises, saltó sobre el bandido. Le asió con sus colmillos la mano y evitó que detonara otro balazo a Francisco. Éste, yacía bajo un charco de sangre. Un calor agrio le atravesó el cuello a la mujer y un grito salió apenas de su garganta herida.

La empujó y con el bastón le hincó un afilado puntazo en el pecho. Ulises, cayó herido también, y se vinieron los demás animales y desgarraron al asesino.

La noche se desparramaba sobre la escena cuando llegó un desorientado Lezica, herido pero vivo. Él, no había logrado desatarse antes, para avisarles a sus vecinos que ese matrero les venía a robar.

Cuando abrió la puerta de la habitación del viejo, éste, lo miró y dijo: Lezica, ayude a mi Celmira y a Francisco. Algo malo ha pasado. Yo nunca he podido. Y se volvió a perder en su universo de olvidos.

LA MÉDICA

 

La guerra estaba en el otro confín de su lugar de confort pero su promesa había sido ir volando a la ayuda de los más necesitados. Su lema era donde hay una bala, una bomba o una metralla, ahí me necesitan y ahí estaré. Armó una mochila que le cubría parte de la espalda, y el maletín con el instrumental. Sacó el pasaporte y buscó el mapa con un recorrido que debía hacer por varios países para llegar a ese que seguro la estaba esperando.

¿Usted es Leticia Ramos?  Le preguntó un joven con cara de nada. ¿Por qué viaja? Soy Médico Sin Fronteras y necesito llegar lo más cerca posible al punto donde me esperan otros colegas. ¿Tiene VISA para entrar en este país? No necesitamos, creo que ya lo sabe. ¡A partir del año pasado se necesita un visado especial!

Leticia, siente que se le viene el mundo abajo. ¿Con quién puedo hablar? ¿Hay consulado de mi país en este? No, está en el país vecino, si quiere llamo a un personal especializado. ¡Por lo pronto le retengo los papeles y me tiene que dejar su maletín!

De ninguna manera, es material indispensable para salvar la vida a los habitantes de su país. Creo que lo necesitan. Bueno, entonces llame a esa persona que es especializado en estos trámites. A lo lejos se escucha el tableteo de metrallas y estampidos.

Mire, mientras usted me detiene, hay gente a la que yo puedo ayudar. Se acerca un hombre de cara adusta y feroz. ¿Quién la manda? Nadie, dice Leticia, soy Médico Sin Frontera. Vengo con lo poco que tengo, para ayudar a sus habitantes, civiles o no. Nunca nos han pedido VISA, sólo con nuestras credenciales he trabajado en muchos países. Páseme el pasaporte. El hombre lee: Sudán, Irak, Sierra Leona, Haití, Palestina… ha viajado mucho. ¿Cómo sé que no es una espía internacional? ¡Por Dios…! ¿Cree que podría entrar en tantos lugares peligrosos por el placer de hacer eso?

El hombre llama a una mujer soldado. Revise exhaustivamente a esta mujer. La hacen entrar en un habitáculo cerrado, con una persona que la mira con desdén y desconfianza. ¡Desnúdese! Leticia comienza la triste ceremonia de sacarse las prendas que usa. La revisa en forma descuidada y rústica. ¡Abra las piernas! Sin usar un guante le ingresa las manos en su intimidad femenina. Pase por acá, entra en una especie de radiógrafo, como a su mochila le hacen una suerte de revisión tecnológica. No tiene nada. ¡Vístase!

Sale con un rubor que acrecienta el color oscuro de su pelo y ojos. Pero sabe que no puede quejarse. El hombre especializado en eximir a los recién llegados y detectar extraños, le hace un nuevo interrogatorio. Leticia con paciencia, ya lo vivió en otros lugares, contesta seria a los reclamos. Llaman a otros dos personajes, que parecen superiores en jerarquía. Hablan entre ellos. La muchacha trata de interpretar lo que dicen, pero lo hacen en un dialecto que ella no conoce. La miran y vuelven las espaldas.  

   ¡Puede entrar en el país, pero la estaremos vigilando! Sale y una cachetada de humo y polvo de los derrumbes la dejan sin habla. En un lugar cercano, está un coche destartalado que tiene el Logo de Médicos Sin frontera. Se acerca un muchacho sonriente. ¡La esperábamos doctora! Venga, déme su maletín y su mochila. A lo lejos ve que un tipo vestido de paisano los sigue en una bicicleta. ¡Ese es un vigilante que la seguirá por donde vaya! No le tenga miedo, nosotros le damos muchas cosas: comida, cigarrillos, ropa y remedios que a veces revende en el mercado negro.

Cuando llegan al “hospital”, una suerte de galpón de chapas y carpas con paneles de tela gruesa;  y atestado de literas llenas de heridos, la hace retroceder unos instantes el olor a muerte. La sangre y el perfume de ciertos medicamentos, le devuelven el sentido. ¡Por algo vino, a dar sus conocimientos a esos pobres desheredados! La llevan a un cobertizo. Allí, cerca vuelve a divisar al hombrecillo de la bicicleta, le sonríe y este le devuelve la sonrisa. ¡Ya está, será su amigo, no su enemigo! Pero se cuidará igual, nunca se sabe. Se cambia y apronta para entrar hasta sus enfermitos.

Leticia Ramos, vuelve a escuchar en su corazón esas palabras que pronunció el día que le entregaron el título de médico y una medalla de oro por sus notas y logros. Acá estoy cumpliendo con el Juramento que hace siglos hacemos los médicos. Curar el cuerpo y el alma de nuestros semejantes. Al ingresar le entregan el cuerpo de un pequeño esquelético con ambas  piernas heridas. Así comienza la gran misión.

 

LETICIA

 

   Habían regresado de las Sierras del Águila Parda después de una enorme tormenta. La tierra había temblado y caían las piedras, ladera abajo. Irma y Segundo, dejaron en la base los caballos. Los esperaba un minibús, con dos médicas nuevas. Eran jóvenes recién salidas de las especialidades. Una, llamada Leticia, era gastroenteróloga y la otra, Jazmín era pediatra. Ambas, sin mucha experiencia pero llenas de deseos de servir en esa zona tan abandonada de la mano de Dios.

Irma y Segundo hacía cinco largos meses que no hacían ese regreso a la vida de pueblo. Ni soñaban quedarse en la ciudad. Apenas un recambio para ubicar un tiempo con sus familias entre reuniones en el hospital escuela y papeleo en la municipalidad.

El hombre tenía veinte años de servicio y pretendía un traslado para ver a sus hijos. La mujer, catorce sirviendo de enfermera, partera, sicóloga, juez de paz y maestra de las mujeres de aquella zona tan alejada. La gente salía a su paso, a medida que se acercaban al puesto de Los Arreboles. A caballo, en mulas o caminando, todos buscaban la ayuda de los profesionales. El minibús se detuvo bajo un enorme “aguaribay” y allí desplegaron un toldo. Bajaron una mesa plegable y se dispusieron a atender a los que hacían fila. Hombres agrestes, mujeres endurecidas por las duras tareas del campo, niños desnutridos o mustios, hasta habían traído sus animales enfermos.

Segundo, se hizo cargo de cortar pezuñas y aligerar heridas de cardones y alambres de púas. Irma, con las jóvenes, iban haciendo una tarea transformadora. Pesaban, tomaban la presión, limpiaban heridas de insectos infectadas, sacaban muelas rotas y flemones, inyectaban antibióticos… vacunaban, Leticia lloraba cuando descubría a niñas muy jóvenes embarazadas. Así fue que se propuso remplazar a Irma y a Segundo. Pero supo que sola no podría y buscó entre sus colegas otros que quisieran compartir su amor por esa gente.

De todos sus compañeros cinco se propusieron asistir. Tal vez no se quedarían en forma permanente como ella, pero sí, el tiempo necesario o que pudieran para socorrer a los que necesitaban su apoyo. Pronto se conoció su obra y algunos oportunistas trataron de hacer que se transformara en una O.N.G. para conseguir dinero extra. Todos se ofuscaron y salieron dando un portazo a los aprovechados. ¡Ahí, no cabía la avaricia!

Leticia sigue haciendo su tarea en aquellos lugares, la suelen ver a caballo o lomo de mula atravesando el valle o ríos helados para llegar hasta un puesto o un rancho. Siempre con una sonrisa y dispuesta a un abrazo fraterno.

 

EL PLACER QUE JUNTOS INVENTAMOS

 

 

            Nací así, casi ciega, de pelo blanco níveo y ojos rojos. Me dejaron a un lado, creyendo que sería un estorbo. Pero se equivocaron, soy mimada y amada como un ser único. Me bautizaron Serena. Y lo soy, me acomodo en el almohadón de seda azul, y duermo tranquila todo el día. Desde allí, escucho todo lo que hablan, como se pelean por dinero o comida. A veces me dan de comer y salen dejándome sola y yo aprovecho para merodear por toda la casa.

            Ayer Camila trajo un cachorro de color blanco como yo, tiene muchísimos rulos y es muy juguetón. Vive en brazos de Camila. Yo lo miro indiferente, pero no me gusta. No es un gato es perro. Le dicen “caniche” y lo llaman Goliat… ja, ja, ja. Es tan pequeño y nervioso que salta de un lado a otro, yo lo miro de soslayo. Me preocupa. En la noche de tormenta del jueves vino y se echó en mi almohadón tiritando. Me dio pena. Esa noche Camila peleó mucho con Enrique. Discutían y se arrojaban cosas, primero fueron trapos, después las zapatillas y finalmente cosas que se rompían al caer.

            Me dio miedo sentir tanto grito y palabras que no voy a repetir por educación, soy muy fina para decirlas. Parece que tenían diferencia con algo llamado dinero. Él, sacó las llaves del auto y dando un portazo salió en plena tormenta. Los rayos y truenos parecían fuegos artificiales. Pero Goliat temblaba pobrecito. Lo envolví con mi cola, tengo una cola hermosa, blanca, peluda y calentita. Se durmió, pero yo no pude. Camila lloraba mucho. A media noche escuché el motor del auto. Entró Enrique. Caminó descalzo por el comedor y el pasillo. Ella abrió la puerta y el le pegó. Hazte a un lado, ladrona. ¡Le dijo ladrona! A ella que es buenísima. Te sacaré todas las tarjetas, le gritó. Y ella se las tiró al piso. Y él, la recogió y las rompió con una tijera. Yo vigilaba para ver qué hacía con ese instrumento que odio. Lo usan para cortarme algunas veces el pelo de mi cuerpito.

            El se metió en la habitación de huéspedes y ella se encerró en el baño. Goliat se despertó y comenzó a ladrar. Enrique salió y nos tiró un zapato grande y pesado. ¡A ver si me dejan dormir! Eso era para nosotros. Yo ni un maullido. Goliat se quedó medio desmayado del zapatazo. Camila salió despacio y se llevó a Goliat a su lecho, yo me metí debajo de la mesa del comedor hecha un ovillo. Lástima que al ser tan blanca me pueden encontrar enseguida.

            La mañana fue tranquila. Pero Goliat, estaba muy enfermo, se ve que lo golpeó mucho el zapato. Se arrastra. Lo traje como a los cachorros, del pellejo del cuello y lo cuidé. Lo lavé con mi lengua áspera y suave, lo acerqué a la comida y lo asistí varios días. Enrique no vino unas cuantas noches. Dormían separados. Ella lloraba. Hablaba con su madre por el teléfono de la cocina. Finalmente, una noche llegó Enrique con un amigo.

            Camila se atrincheró en su habitación y yo con Goliat, comenzamos a jugar suavemente, con el placer de los amigos que es estar juntos. Con mimos y tranquilos. ¿Me pregunto si los humanos se odian, porqué no se van lejos unos de otros?

            Enrique, le sacó ropa, zapatos y dinero y se fue. Camila se quedó llorando, sola y nosotros fuimos y le comenzamos a tocar con nuestras patas y nuestro amor de animales. Ella se calmó y se quedó dormida. Mañana tal vez el se arrepienta y vuelva. ¡Pero mejor no! Goliat y yo, seremos su compañía. Es mucho más seguro.

EL TAXISTA


 

Renato necesitaba viajar con urgencia a la capital. Su antiguo departamento de Caballito, estaba inundado y caía agua en catarata sobre el piso de abajo. Los inquilinos huyeron con tal de no pagar el arreglo. Según los vecinos, la pelea había sido feroz y el sistema de caños y grifería suplió el desapego amoroso de la pareja. ¡Se dieron con un “caño”!

Del aeropuerto en taxi le demoró treinta minutos por lo concurrido de la avenida y calles que sortearon. Tras de sí, dejaron dos manifestaciones políticas que se habían apropiado de las salidas rápidas a la capital.

El chofer era un rudo solitario, que apenas murmuraba un insulto cuando se encontraba atrapado por gente con carteles y ruidos múltiples. ¡Y Renato no tenía ganas de hablar, venía del campo, de la tranquilidad de los sembradíos de trigo! El ruido lo enfurecía. Lo transformaba en otro ser humano. El chofer lo depositó en un hotel a diez cuadras del departamento. Era confortable, pero tenía que dejar sus pocas pertenencias y salir a resolver su catarata loca.

Hizo el “cheking” y subió a la alcoba. Se duchó, cambió su ropa y salió volando de l hotel. Buscó otro taxi y grande fue su sorpresa que éste, durante el trayecto concretó el préstamo de tres diferentes personas que le pedían dinero o cambio de divisas. ¡Era una “empresa trucha de cambio y préstamos con un porcentaje alto de interés” según pudo escuchar. Entre atención y atención a esos clientes, le explicó, que él y su esposa, hacían eso con un dinero que heredaron de un familiar y que les iba muy bien, llegaban a fin de mes y al año, obtenían buenas ganancias.

Renato no sabía se reír o llorar. Su trabajo en la siembra, trilla y cosecha, significaba horas de salir de su lecho a las cuatro de la mañana con heladas o calor agobiante. ¡Este país da para todo!

Al llegar al departamento, luego de pagar una pequeña fortuna en el uso del taxi, se encontró con un par de personas que lo esperaban desesperados. Ya el agua llegaba al segundo piso. El conserje había cortado el agua de ese sector, pero igual fluía desde la central del edificio. Subió lo ocho pisos entre goteras, charcos y lagunas. Llegó a su antiguo departamento… ¡Un horror! Al abrir se encontró una pequeña pileta de natación donde flotaban papeles, ollas y muebles transformados en barcazas de seudo madera en forma de hojaldre. Un especialista lo siguió y comenzó a poner tapones en todos los caños quebrados y desde donde fluía agua fría o caliente.

¡Renato no entendía cómo no había un cortocircuito o el calefón que estaba encendido no había colapsado! Trabajaron varias horas. Quedaron extenuados y cuando todo comenzó a normalizarse, sonó su celular. Era el inquilino que preguntaba si podía ir a buscar algunas pertenencias. ¡Cara dura! Sólo por el daño tendría que hacerle un juicio enorme. Sin embargo Renato le dijo que en dos o tres días podía acercarse.

El conserje le dijo: ¡Yo lo ahorcaría! Hágale pagar todos los gastos de los demás damnificados. Y el buen dueño del departamento, dijo: ¡Es un muerto de hambre, no le voy a sacar un solo billete, es un inmaduro! Ya veré como resuelvo todo. Cerró la puerta, dejando todos los ventanales abiertos para que el aire secara la humedad. Pagó a cada vecino una suma de dinero y dejó avisado que regresaría en dos días. De todo ese lío sacó dos conclusiones: primero, trabajar lejos de la capital te asegura tranquilidad y segundo, hay gente tan amoral que sólo piensa en sacarle la paz a los demás.

¡Mirá que tener una casa de préstamos en un taxi y una de cambio de divisas extranjeras, es como crearte un banco en el taller de bicicletas de tu abuelo!

CANDELARIA

 


 

Odio, Candelaria sentía un odio inevitable, incontrolable. Era una espina clavada en su corazón de mulata. Su vergüenza la dejaba sin palabras cuando tenía que ocuparse de las niñas. Los Lastra eran ese tipo de familia antigua que recibían a las huérfanas para darles un techo, comida y algo de trabajo. Bueno, mucho, muchísimo trabajo. La mayor era una chica callada y triste, pero en su mirada había un desprecio visible hacia las servidoras. Se llamaba Sofía.

La segunda era parlanchina y juguetona, pero educada por una madre muy permisiva, era caprichosa y vivaz, se llamaba Belinda. Y todo el día molestaba con preguntas tontas a las pobres muchachas que ayudaban en la casa. Y la más pequeña, Suspiro, era dulce y sencilla, pero sus hermanas eran verdaderos gendarmes para que no se encariñara con el personal de la casa.

Candelaria, tenía un hermoso cabello ondulado que ataba en una enorme trenza que caía sobre su piel morena en la espalda. Siempre usaba la ropa que le dejaban las niñas, descalza, sus pies de piel gruesa se había acostumbrado a deslizarse sin que la escucharan por las habitaciones de la casa. Odiaba a las tres, porque le hablaban de fantasmas, de demonios que impedían que durmiera tranquila. Odiaba a la madre, porque nunca le permitía ir a ver a su única familia. Su abuela Hersilia, vieja de color que trabajó años en la casa del boticario del pueblo. Ya casi ciega, la habían dejado vivir en la parte trasera de la casa del boticario, un solterón agudo y lleno de melindres que asustaba a la gente con sus espejuelos de oro y su gran bigote cano.

Candelaria tenía que sufrir con las picardías de las muchachas de la casa. Los Lastra eran gente respetada y seca, pero siempre le recargaban de tareas los días que ella podía salir a ver a su anciana abuela.

Odiaba a don Plácido… el patrón, porque cuando nadie lo miraba perdía sus dedos de aguja entre los muslos dorados de la Candelaria. El hombre, la perseguía por los pasillos y corredores de la casa y le tocaba los senos pequeñitos, desde que se hizo una adolescente y cambió su cuerpo de nena en mujercita. ¿Por qué no le hacía eso a sus hijas? Hasta que un día lo vio. Tocaba a la Sofía. Le levantaba la pollerita del vestido amarillo y perdía sus garfios entre la piel nívea de la chica. Y otra vez lo vio con Belinda que la había sentado en sus piernas cuando se hamacaba en el patio bajo las glicinas y enredaderas. ¡No dijo nada! Solo miró y se dio cuenta que disfrutaba ver que el don Plácido era un rufián como el lechero, que manoseaba a la cocinera. Le dio pena por la Suspiro. Era la más buena. La madre o se hacía la tonta o era ciega.

Y ella se quedó callada hasta que una noche entró el patrón a su habitación en calzones y quiso agarrarla. El grito que pegó se escuchó hasta en el gallinero. Salió todo el mundo a ver qué pasaba y la vieron que de un mordiscón le había arrancado un pedazo de carne al hombre. La entrepierna sangraba y el no sabía si llorar o taparse.

Esa noche la patrona le dio con el cinturón una docena de guascazos. A ella, que era la ofendida. Las chicas la escupieron y se mofaron por no haberse callado. Se vistió como pudo, sacó un pequeño atado de ropa y salió despacito rumbo a lo del boticario. Amanecía. Esperó en el zaguán hasta que abrieran. Entró, ya era otro día.

Ese día, doña Hersilia y el boticario, la recogieron como a un perrito perdido. Cuando le preguntaron qué había pasado, no dijo nada. ¿Quién le iba a creer a la mulata que los Lastra eran así?

 

 

lunes, 20 de octubre de 2025

LA IRA

 

Dejó la escuela con una pila de amonestaciones. ¡Nadie le iba a decir a ella qué tenía que hacer! Estaba cansada que se burlaran de su aspecto. ¡Sí, era mestiza y como descendiente de africanos era obesa! Su cabeza daba para más, pero no podía con la rabia que le producía ver a esas estúpidas muchachas riéndose de sus nalgas. En su país de origen las mujeres eran así, de enormes nalgas donde se acumulaba desde la antigüedad la grasa para poder superar las hambrunas. ¿Qué sabían de eso estas cabezas huecas? Su abuela le contaba que debía caminar kilómetros para poder buscar agua o llevar sus cabras a pastar. Y ni hablar de las épocas de sequía en que viajaban por el barro seco y quebradizo de los ríos sin una gota de agua. Muchos morían en el intento de llagar a un pozo.  

Cuando se rieron la primera vez, lloró. Luego comenzó a ser hiriente con el idioma de sus abuelos y finalmente golpeaba a quienes osaran reírse de ella.

Lo último fue cuando el profesor de gimnasia se burló porque ella no podía hacer ciertos movimientos y sus grandes piernas rodaban por el suelo brillante de la pista de básquet. Y lo peor fue que vio una seña obscena y le propinó una trompada con tanta furia, que le rompió la mandíbula a la preciosa “Reina de la Primavera”, de la escuela.

Sabía que en su casa se armaría una guerra. La madre la correría con una escoba y la abuela la ayudaría a esconderse.

Siempre la abuela, en las noches frías le contaba las historias que vivió en su África lejana. De cómo las tribus se mataban entre sí, de cómo raptaban a las niñas y las vendían a los hombres blancos que las llevaban a los burdeles. De ella aprendió las canciones de dolor e ira, de amor y ensueño. De ella aprendió a cocinar y a preparar el lecho para abrigar a los pequeños.

Cuando vinieron a este continente, sólo traían la tristeza y la pena por sus árboles viejos que habían abrazado antes de partir. Pero sabían que de quedarse allí los matarían los vendedores de diamantes o de oro. La abuela también le enseñó a odiar.

Llegó a la casa y encontró a sus hermanos sentados en la escalerilla de la entrada. Algo pasaba adentro. Ingresó de puntillas y escuchó la canción de pena de su madre a los muertos. La vio. Estaba cubierta con una de las únicas telas hechas en la aldea a mano por las mujeres de entonces. Corrió y abrazó a la mujer que quieta y fría parecía de cera. Carbón apagado y silencioso.

Un grito, un alarido salió de su garganta áspera y doliente. La ira la llevó a tomar una botella y reventarla en el suelo junto al lecho donde dormía la abuela. Se echó a los pies y lloró dos días hasta que la llevaron a un campo santo. Ella no creía en un Dios bondadoso. Ella era un fuego encendido dispuesto a todo. ¡Y salió su rabia! Caminó hasta la escuela y le prendió fuego. Bailó una danza antigua mientras veía las altas llamas que quemaban el edificio donde había sufrido tanto.

Esa noche la buscó un auto policial. La encerraron en una celda donde cantó hasta la madrugada en el idioma de sus ancestros. Después de un corto juicio, la dejaron salir porque aun no había cumplido los trece años y la Juez comprendió el sufrimiento de la niña. 

 

 

           

 

 

 

 

 

 

 

LA ENVIDIA


                        Cuando llegó a la dirección que le diera Micaela, se recortó la figura escultural de Guillermina, que contra el enorme paredón del cementerio pareció un pájaro derrotado. Una lágrima de desencanto se desprendió de sus bellos ojos dejando un surco en el suave maquillaje sofisticado. Cerró los puños y con dolor comprendió el error, haber confiado.

Pecosa, de cabello castaño oscuro y ojos verdes, Guillermina era una nena de esas que en el barrio todos miraban. Tenía una sonrisa alegre y jugaba con destreza. Su padre tenía un negocio de comestibles. Su madre era una mujer simple. Adoraban a esa hija que había llegado casi cuando las esperanzas de amor se pierden.

                        Un día cruzó el farmacéutico y tomándola de la mano la invitó a jugar con su pequeña. Fue un encuentro feliz. Se hicieron inseparables. Micaela era hábil en el piano, con los patines, declamando y era muy hermosa. Juntas hacían las tareas escolares, aprendieron a jugar tenis, hacían gimnasia y disfrutaban de todo lo que el mundo de los adolescentes les llenaba la vida. Comenzaron a salir de compras y a bailar las matinés con los chicos de la escuela. Se enamoraban y dejaban de “amar” con el mismo ritmo de todas las muchachas de su edad.

                        El primer concierto de Micaela fue un éxito y su figura de niña frágil le atrajo un puñado de cargosos admiradores almibarados, que ella despendía con una chispa de superioridad. Guillermina la admiraba. Veía sus pequeñas manos jugar en el teclado y soñaba con tener la misma habilidad, pero no estaba dotada para la música. Se terminó su adolescencia con sólo dos diferencias: Guillermina había crecido y estaba altísima, su figura se destacaba por la perfección de sus medidas y Micaela quedó con su cuerpo casi infantil, sin curvas y de estatura normal. Los chicos del barrio le hacían toda clase de burlas pero ellas no hacían caso a los torpes compañeros. Las largas piernas torneadas, la cintura fina, los senos graciosos y la belleza atigrada de la primer muchacha era un suplicio inconfesado para la otra. Nada hacía parecer que Micaela sufriera. Pero la madre, que observaba, se preguntaba cuándo comenzarían los problemas.

                        Ingresar a la universidad les dio un respiro. Se trasladaron a la capital, alquilaron un pequeño departamento y cada una comenzó la carrera elegida. Micaela además continuó sus clases de piano en el conservatorio nacional con maestros de prestigio internacional. Mientras estudiaban no tenían tiempo para arreglarse, sí para sentirse acompañadas en ese mundo insólito de la gran ciudad. En sus ratos libres, Guillermina completaba sus clases de idiomas extranjeros e hizo un curso de modelo a sugerencia de otras compañeras de la facultad. Cada día estaba más hermosa.

                        Ambas recibieron su título con honores. Eran ganadoras en todo...pero, Micaela veía celosa, cómo su amiga atraía la mirada de los hombres que a ella le interesaban.

                        Regresaron esas vacaciones a su pueblo que las recibió con ardor y sorpresa. Eran un orgullo para todos. Así fue que el día que se llamó a un casting de animadoras para el canal de TV. de la pequeña ciudad, Micaela le dio a su amiga del alma, una dirección equivocada y ella apareció en el programa mostrando todas sus habilidades. Es lógico saber cómo murió esa amistad.

 

                                                          

LOS ACANTILADOS

 

La buaturé seguía por la angosta carretera de cornisa. Dentro viajaban los oficiales de la GESTAPO. Sus uniformes impecables, dominaban el espacio y las manos lechosas de los jóvenes militares, contrastaban con el rubor de sus mejillas. Eran casi niños. Ya habían muerto en batalla los viejos combatientes de muchas contiendas. Heber, había salido de sus últimas cátedras de física en su ciudad: Berlín. Su madre había llorado varios días y en las noches caminaba como un sonámbulo dentro de su habitación. Él, creía en las palabras del Führer y se entregó maravillado a su trabajo. Otto, era rústico y desconfiado. Miraba con resignación esa tarea que no le gustaba. Añoraba su granja, sus tropillas de caballos y yeguas, que largaba en los alrededores del río. Frank, era muy religioso. No hablaba y leía obstinado su Biblia.

El camino se fue estrechando y comenzaron las rocas multicolores y los precipicios, el chofer era un regordete anciano, que dejó su familia obligado. No quería entrar en esa vida. Su ropa era estrecha, le dolían los pies, con las botas viejas y muy usadas que le habían proporcionado. Además, fumaba unos extraños cigarros de un olor a muertos espantoso. Frank, le dio suavemente la orden que dejara de hacer eso. Fumar. Él, se le rió en la cara. Mire Niño, yo hago lo que quiero. Ya no tengo edad para disparates. No supieron cómo actuar, era falta de experiencia y no sabían lo osados e inescrupulosos que eran otros oficiales de la GESTAPO.

Al llegar a la orilla de mar, pero sobre una carretera que bordeaba cerros y viejas montañas, el auto se detuvo. ¡Debemos bajarnos señores! Los neumáticos no resisten el peso.

Otto, sacó su luguer y puso punto final al chofer. El viejo despatarrado, quedó sobre un costado. Heber se alejó, estaba fuera de si. Nunca pensó que ese muchacho, haría algo tan desopilante. ¿Mataste a un servidor de la causa? No obtuvo respuesta. Sólo escuchó la voz de Frank diciendo: Ahora el coche rodará con menos peso.

Esa locura lo sobrepasó. Heber comenzó a discutir sin pensar la reacción de sus compañeros. En el camino, entre los vientos fuertes y el movimiento de los pinos, se oyó un balazo. El cuerpo inerte de Heber, cayó por el acantilado y quedó extendido en la orilla del mar. Las olas cubrirían su cuerpo y con lo que ocurría en la zona, pensarían que había sido algún enemigo del régimen.

El coche siguió su derrotero, ellos tenían que ir a cumplir con la consigna final. Matar al Führer.

LA MAESTRA

 

Cuando logró cambiar de escuela, Adela, sintió como un soplo de aire fresco. La institución en la que había trabajado le había dejado un sabor amargo en el alma.

Cuando ingresó le llamó la atención el ruido de la calle, era muy citadino. Pasaban por esa calle muchos transportes de carga y autobuses. Pero la recibieron con sencillez y seriedad. Sin grandes muestras de afecto pero con el compromiso de una institución diferente. La recibió una colega que con su ropa deportiva le insinuó ser la profesora de gimnasia. La acercó a una sala donde varios colegas trabajaban con cuadernos y carpetas. Todos elevaron la vista y en algunos se dibujó una sonrisa y en otros una mueca indiferente como si dijeran: ¡Otra novata que llega a resolver dramas!

No sabían que donde ella había trabajado anteriormente había vivido verdaderas aventuras humanas y algunas muy dolorosas. La asignaron a sexto año. Áreas de Legua y Ciencias Sociales; sus favoritas. Sonó el timbre y como resortes todos salieron hacia las aulas. Adela fue acompañada por la secretaria, una mujer de cabello blanco, muy menuda y con el rostro marcado por una cicatriz que le daba un aspecto de soledad y dolor. Me llamo Clementina, pero me dicen Chichí. Mira Adela en tu aula hay una alumna que padece una psicosis persecutoria y día por medio viene un psiquiatra de la superioridad a hacerle un tratamiento para ayudarla. ¡En verdad te compadezco! Esa niña ha hecho renunciar a variaos colegas.

Yo, me sonreí para mis adentros; conocía bien los tratamientos que daban en las escuelas públicas. Conocía bien a los chicos con problemas y solía adelantarme a los sucesos. ¡Gracias Chichí, por decirme este secretito de la institución!... Se reía. Es voz "pópuli" en la escuela, los chicos se apartan de ella y pasa muchas horas, encerrada en la biblioteca. Ya verás. Abrió la puerta de un aula algo espaciosa, con muchos pupitres y dos enormes pizarrones. Un armario que tenía puesto un candado. Me entregó la llave y me dijo: "Ten cuidado, allí están los papeles de valor para tu trabajo, los estudios y encuestas familiares y otras cosas que puedas guardar personales". Salió y me encontré con el grupo de chicos que me miraban con una sonrisa extraña. En un rincón, una niña en el piso, envuelta en una especie de colcha, parecía un animalito enfermo. Gruñía. Se mordía y gesticulaba rarezas. Yo saludé, como si no la hubiera visto. Les conté como me llamaba, ella, gritaba más fuerte; les animé con unas preguntas sobre lo que ya sabían y me paseé por los pupitres con total indiferencia. Sonó un timbre que llamaba al recreo y salieron corriendo, yo me apresuré y cerré la puerta con llave, la niña había quedado dentro. Cuando regresamos, estaba sentada en un pupitre. Seria y sin hacer berrinches.

Con el paso de los días, lo fui interesando con lecturas y cuentos. Los chicos entretenidos y "ella", comenzó a escucharme con interés. Entonces, aproveché y la invité a contar una historia... Fue tan original, que la aplaudieron todos sus compañeros. ¡Hermosa historia, querida Soledad! Te felicito y en su cuaderno en el que no había una sola tarea escrita, apareció mi felicitación con letra grande y clara. Firmada y con una excelente nota de diez. Lentamente la niña se fue incorporando como una más. Terminando el año era una de las mejores alumnas y su carpeta era preciosa. Había cambiado el ciento por ciento. Sus padres me agradecieron y yo sentí una gran alegría, había logrado sacar adelante a un niño más del mundo de los abandonados.

Habían pasado muchos años. Diez desde la última vez que la vi. Una tarde cuando salía de la escuela, la vi parada junto a un auto. Llevaba una planta llena de flores en las manos. Se acercó y me dio un sonoro beso en la mejilla. ¡Señora, usted salvo mi vida! Le traigo estas flores y mi título de escribana. Todo se lo debo a usted, seño Adela mi heroína... y salió despacio hasta el coche y se fue con lágrimas en los ojos, yo no podía contener las mías.

UN DESEO

 

“Dime , oh Dios , si mis ojos realmente , la fiel verdad de la belleza miran, o si es que la belleza está en mi mente y mis ojos la ven doquier que giran”  Miguel Ángel.

 

Deseo tener

en las manos pétalos de seda

besos tibios con sabor a niebla

pasto azul de espuma       de trigales

que se recuestan en sueños volando a un confín de oro

dunas escarpadas con aljibes secos. Deseo

palabras sin néctar de duraznos violetas

mariposas pobladas de sangre de planetas

brillante noche en riesgo de una guerra perpetua

sin otro hogar que un silbo del viento en la distancia

ojos prendidos a pájaros de hielo

nácar que atraviesa un jardín de tormentas

donde la diosa del amor moviliza una gema de fuego

en la mirada de los hombres

con ráfagas doradas de belleza y

en el cuerpo ejercitando la promesa de un amor

apasionado que procrea lirios

animales domésticos

un éxtasis de vino sempiterno y

en el lecho de pétalos de rosas y jazmines

lágrimas de jade que se quiebran

voces infantiles que reclaman

una música átona

o un nombre enamorado.

Hoy soy tu parte escondida   permanente

que delira sonrisas de piel húmeda

de besos clandestinos soñando primavera

olvido transitorio de lápidas sin dueño

ayer    fui un cántaro de lava  gozando la belleza.

 

UNA CONSPIRACIÓN

 

Cada vez que cierra la puerta, encierra sus ansiedades. Quiere beberse el futuro de un trago. Sus 29 años, su figura casi transparente por largas horas de trabajo sin descanso, le dan la imagen exacta que en los magazines de moda muestran como lo “máximo”. Sufre. Se casó creyendo que se había cumplido la promesa de su madre:- Serás una reina, porque eres la más linda” – y no fue así. Se multiplicó el trabajo. La oficina con horarios interminables y la casa. El departamento es pequeño, pero eso no es todo. Está a ropa que hay  que lavar, las compras y cocinar, planchar... no termina nunca con las tres camisas que se cambia a diario su “ amado príncipe azul”; hasta tiene que recordar poner el rollo de papel higiénico en el baño, si no nadie lo hace. Él debe pensar que mágicamente el rollo se acomoda en el pequeño palito del baño. También no debe olvidarse de los cumpleaños de madres, padres, hermanos, cuñadas, etc, etc. Y la tintorería, el seguro del auto, la cuota del cable de T.V., del club, nada es como se lo pintaron de soltera. Está agobiada. El orgullo la fue domesticando frente a la realidad de esta vida. Ahora sí, él, la adora. Pero no comprende, nada es fácil. Reconoce cuán escasa fue la ayuda que le proporcionó a su madre. Ahora entiende cuando se levantaba en la madrugada y encontraba a su mamá planchando o lavando ropa fina, a mano. Encima la retaba. ¡Y su madre nunca se había quejado! Recordó cuántas veces le llamó la atención porque no asistía a la peluquería para arreglarse el cabello y ella, su querida gordita, le contestaba que ya iría cuando tuviera un tiempito. Ella se quejaba cuando no le hacía la dieta. Dieta. Vivía a dieta y la pobre trataba de hacerle la innumerable variedad de platos de verdura que piden las dietas. ¡ Qué trabajo dan las verduras! Pensó llamarla, pero eran las tres de la mañana y estaría durmiendo. Mejor la llamo mañana desde la oficina. La vida es tan difícil, es como subir una escalera interminable, cada escalón es un desafío que deberé enfrentar. Piensa que ya no se maquilla, sólo lo hace un poquito para las reuniones con las “chicas” las esposas de los compañeros de su marido. Ellas están siempre impecables. Con la ropa de moda, calzadas como reinas y el cabello magnífico. ¿Cómo hacen? Yo ya uso ropa de “señora”, parezco de 40 años y apenas tengo 29 y me faltan meses para los 30. ¡ No voy a festejar más mi cumpleaños!, piensa, Pero sabe que vendrán sus amigas de la facultad y del colegio secundario y sus cuñadas y cuanta bruja suelta ande por la ciudad, para ver cuántas arrugas tiene o canas o qué se yo! Él, le regala la vida diciéndole que es su nena, que nadie es tan linda y joven, pero se mira en el espejo y descubre ojeras.

            Llega el verano, cuando se quiere probar los pantalones blancos y la maya, no le quedan. “Son las malditas pastillas”, se dice, pero cómo voy a dejarlas de tomar si no hemos pagado aun el plan para el departamento propio. Mira por el placard y se sorprende revisando el traje de él. En un bolsillo interno, encuentra un teléfono escrito con una letra que no conoce y sin duda es de una mujer.

            Lo lleva hasta el living y marca el número. Atiende una voz aflautada: - “ La doctora Miranda no ha llegado aun, ¿quién le llama?- expresa apurada la jovencita. – Soy una clienta nueva... ¿ me puede decir a qué se dedica la doctora?- le dice inquieta. - Ay, como usted sabe ella es contadora y su título la habilita para hacer todo tipo de contratos comerciales. Ahora está en un congreso en Londres, donde se doctoró en economía en educación- cuenta orgullosa la idiota.

 Un sudor agrio le atraviesa el pecho. ¿Esa bruja será una rival? Su marido para qué quiere tener contacto con una contadora de esa categoría. Él, nada tiene que hacer con la educación. Tal vez lo está educando en amoríos inconfesables. Llora y corta la comunicación sin dar tiempo a la otra mujer a despedirse. Corre al espejo. Se observa y comprende lo frágil que es. Llama a su amiga Katy y le comenta lo sucedido. En veinte minutos, la vieja compañera de facultad, está sentada en la cocina tomando un café y tratando de calmarla. La invita a ir a su estilista. Allí se hace color, mechitas de luz, se hace un corte juvenil y la maquillan. Luego, la lleva a una conocida que trae ropa de la capital y de Miami y le propone probarse todo. Se compra ropa nueva, llamativa y alegre. Salen de allí y al regresar a la casa,  encuentra a Darío con dos hombres jóvenes que ella no conoce. Los observa nerviosa. ¿Quiénes serán esos dos tipos? Tal vez son gay y Darío puede estar tramando dejarla por un hombre. Recuerda una novela que vio en parte en las vacaciones de invierno. Tiembla.

Él la observa y le sonríe, aprovecha cuando va  ala cocina para decirle un piropo. La encuentra irresistible con ese corte y los reflejos. Ni hablar del modelo que usa, Darío siente que ha recuperado a su diosa.

miércoles, 15 de octubre de 2025

LA CASA DE LA ESQUINA

 

 

EL ENCUENTRO CON LA PANDILLA.

 

            Al fin papá consiguió ese trabajo nuevo donde quería  desarrollar una nueva vida. Vivimos desde hace veintitrés días en un nuevo barrio de calles tranquilas, con arbolados antiguos que ocultan con raras sombras el frente de las casas.

            Lo primero que me llamó la atención fue una reja alta, negra, cubierta de hiedra que retorcida como serpientes venenosas, esconden una casa vieja y maltrecha. Digo maltrecha porque está deshabitada, con las ventanas rotas, las tejas caídas por las gallerías y yuyos altos que crecen por todos lados. En la cuadra viven otras familias que tienen chicos, algunos de mi edad. Pronto nos hicimos amigos. La pandilla, que ha creado una cofradía, una sociedad secreta, sólo para varones, con votos de silencio y ayudas mutuas. Al principio no me aceptaron pero yo demostré valentía y pasé todas las pruebas...no les puedo contar cómo fueron ya que los iniciados  no pueden romper con los compromisos, sino debemos cumplir con el peor de los castigos: ¡ Pasar la noche en la casa de la esquina! Los muchachos le tienen terror, pero no lo dicen para que nadie los tenga por unos cobardes. Así comencé a escuchar de sus bocas y de otros vecinos, unas historias espeluznantes.

            Resulta que Rolo, hace unos días le regaló sus figuritas a una pituquita de la otra manzana. Rompió la promesa número 2 que dice: “no tener ningún contacto con esos extraños seres llamados mujeres”. Las chicas son entrometidas y chismosas, además de tontas.

            Bueno sigo, a Rolo le dieron la máxima pena...; La casa abandonada de noche” Y después que sus padres se durmieron, salimos todos a la hora exacta en que los brujos salen para viajar sobre los techos de las casas y entran por chimeneas y ventanas, aunque estén cerradas. Él, se demoró todo lo que pudo, pero el Valerio, Leandro y Renzo, lo apuraron y así lo acompañamos hasta la puerta de reja que se abre apenas con un ruido que despierta hasta a los fantasmas. Le dieron un empujón y desapareció en la tremenda oscuridad. Ellos salieron corriendo hasta el farol de la esquina contraria.

Entonces...¡pronto él, comenzó escuchar ruidos extraños! Una luz temblequeante que aparecía y desaparecía desde una vela que se movía entre largos pasillos, entre las enormes habitaciones ocupadas sólo por muebles rotos y telas de araña que envuelven cada objeto. También comenzó a escuchar una voz rumorosa que lo llamaba. Parecía que una persona hablaba y pedía ayuda: -¡ Rolo...Rolo...ven, acércate, necesito que me ayudes a salir de aquí!-

            La mujer, porque era una mujer, vestida con un largo camisón hecho jirones, con puntillas y cintas rotas, que le colgaban del pálido cuerpo flaco. Medio verdoso. Despeinada, con el pelo larguísimo y enredado, que le caía sobre la cara, escondiendo sus ojos hundidos y transparentes. Tenían una mirada triste. Alargaba las manos con dedos afilados de uñas larguísimas como las garras de un animal en acecho para tocarlo a Rolo. Él trató de hablar pero parecía de yeso. El pobre tiritaba, tartamudeaba, trató de gritar pero la voz no le salía de los labios. Yo imagino que en su lugar hubiera salido corriendo, me escaparía como un perro galgo, como el de mi abuelo.

Dice que ella se detuvo un momento frente a la ventana donde la luna llena iluminó la habitación. Rolo vio que la figura penetró por la pared de la chimenea y desapareció justo cuando el reloj de la municipalidad sonó la campanada de la una de la madrugada. Como él no salía y ya había cumplido el castigo, Leandro dijo que lo fuésemos a buscar. Lo encontramos como muerto, y no podía hablar. Lo sacamos entre todos casi a la rastra.

Al día siguiente en la escuela quiso contar, pero se había puesto “tartamudo”.

Nunca más haremos algo así, pero seguro que “el fantasma” sigue viviendo adentro.

 

ROLO COMIENZA A HACER COSAS RARAS...

LA LARGA CAMINATA POR UN LUGAR DESCONOCIDO.

Después del suceso que vivimos esa noche , los padres se reunieron preocupados para pedir a las autoridades municipales que clausuraran la casa de la esquina. Rolo seguía tartamudo y el médico de la familia lo envió a un especialista que lo ayudó bastante, sin curarlo del todo. Cuando llegó el camión municipal con varios “tipos ruidosos” nos reunimos todos los chicos de la cofradía en la vereda. Además aparecieron varias mujeres del barrio a curiosear y eso, dijo, Leandro traería mala suerte. Pero cuando limpiaron de maleza y suciedades varias, cortaron la hiedra de las rejas, a plena luz del día la casa parecía un gato peludo al que han metido en agua. Nada podía asustar en ese caserón deshabitado. Así fue que, ya limpia, clausuradas las ventanas, cerradas las celosías y las puertas, sólo parecía una triste casa sin gente. Nada anormal en vista.

Mamá me recomendó ciento de veces que no entrara...-¿ Ever no te quiero ver ni asomar en esa casa llena de fantasmas!- y yo sin decir ni mu, pero no tengo intenciones de meterme en líos...pero...quién se atreve a decirle a Leandro, el jefe, que no. Pasaría a ser el cobarde... Asentí con la cabeza sin pronunciar palabras, así no rompía con mis votos.

A las siete después de tomar la media tarde, vino Rolo a buscarme. Me pidió que le prestara mi “ discman” y fuimos en “bici” a dar vueltas por el barrio. Nos cruzamos con varias vecinas y chicas de la escuela que nos rodearon ( en realidad lo rodearon a Rolo) y comenzaron  a preguntarle por la extraña mujer fantasma que él había visto. No se cómo se las arregló, pero casi sin tartamudearles contó: - Yo estaba allí en la  noche, cuando comencé a caminar por las habitaciones llenas de telas de arañas que se me pegaban al cuerpo, a la cara, a las manos...de pronto, vi en la oscuridad una figura humana. De los ojos huecos, salía una luz que parecía dos brasas encendidas de carbón. Allí,- dijo mientras su voz se iba quebrando- me quedó pegado un vapor gelatinoso que despedía por el agujero de la boca dentada. Era un aliento asqueroso y sucio que me envolvió la cara. Comencé a ahogarme.- ahí se quedó pensando y temblaba, juro que se estremecía- salté hacia atrás. Desprendió “eso” y salieron volando unos murciélagos tibios que chillaban. Se perdieron en la oscuridad...- a esa altura del relato la mitad de la chicas se abrazaba y gemía de miedo- Yo, seguí- dijo Rolo- caminando hacia la puerta principal...pero una mano descarnada y con huesos grisáceos, se prendieron de mis hombros...sentí que me levantaban por el aire me sacudían contra las viejas cortinas roñosas que echaban polvo...tierra acumulada por años y años...y luego volé hacia un hueco que se abría en la pared.  Estábamos solos ya no quedaba nadie escuchando, sólo yo que paralizado escuchaba hechizado de terror.

-Seguí, Rolo, seguí, yo te acompaño. No tengo miedo mentí. Así el pobre se sacaba eso de encima.

De ese lugar sólo recuerdo la oscuridad..., no sentía sino un viento helado que me congelaba hasta llenarme de escarcha el pelo. Mi ropa no era suficiente, sabés, tenía la sangre congelada. Caminé a tientas palpando con las manos hacia delante. Toqué algo tibio, húmedo y suave. Con un aullido que escuché salía de mi garganta, se asustó un pequeño animal peludo que escapó por la tierra mojada. Mis ojos se estaban acostumbrando a la oscuridad y pude mirar bien...¿ me pregunté dónde estaba? Y, ¡ay!, era un jardín debajo de la tierra, cavado debajo de donde nosotros caminamos. – un escalofrío me cortó el habla- allí crecían extrañas plantas con flores de color negro, las ramas se movían tratando de envolverme y unas enormes mariposas que brillaban en la oscuridad revoloteaban sobre mí... raíces deformes colgaban de la tierra sobre mi cabeza, que como si fuera una bóveda pesada, cubría el pasadizo del jardín subterráneo”- se quedó callado y pálido, temblando, me tocó un hombro y yo pegué un grito. Salió con su bici como si alguien lo persiguiera y yo me quedé allí mirando la casa con desconfianza. ¿Sería cierto lo que me contó? Por las dudas regresé a casa y no dije nada, me puse los auriculares y escuché un disco de mi músico favorito, pero esa noche no pude dormir.

 

DE CÓMO ME ENTERO POR RENZO QUE PARTE ERA MENTIRA.

CUANDO ME ANIMÉ A CONTAR...

Me  vestí con desgano, pero tenía clases de jockey y me esperaba el entrenador del colegio. Mamá me preguntó qué me pasaba y yo la evité. ¡Cómo le iba a contar! Así llegué al club. Allí Leandro, Renzo , Valerio y Rolo me miraron y se echaron a reír. Yo los miraba boquiabierto, se agarraban la barriga y lloraban de risa. El desconcierto mío era total y comprendí que era una broma, lo de ayer. Se arrastraba en el pasto de la cancha, apretándose la panza... yo, juro, lo quise matar. Me enojé tanto que no lo hablé toda la tarde y me volvía casa sin saludarlo. Dos días después, mamá me llamó y me dijo que Rolo estaba internado en el hospital de niños. Me sentí muy mal y aún enojado le pedí a mi papá que me llevara a verlo. Antes nos juntamos en la placita con los chicos de la pandilla y allí me contaron que sólo lo de la cueva y el jardín bajo tierra era mentira...lo demás era verdad. Renzo se puso serio por primera vez y nos dijo que los padres de Rolo estaban muy asustados. Que no podía dormir y que de noche y de día veía y escuchaba cosas raras. Cuando entre en la sala donde estaba acostado, parecía un chico a la mitad del que era antes. El pelo rojo que siempre le brillaba estaba ceniciento y su cara era como más chiquitita. No se le veían las pecas de la fiebre que lo penetraba y deliraba. Los padres y los abuelos lloraban. Varios médicos hablaban en murmullo sin decir nada y nos miraban con ojos de:- ¡ Lo que hicieron fue malísimo...demonio de chicos!- quedamos sin palabras. Un señor de barba, que era un famoso siquiatra se sentó con nosotros y nos estuvo hablando sobre las consecuencias de los actos y las enfermedades que acarrean ciertas acciones. No entendimos nada pero vimos que estaba muy enojado con nosotros. Por un mes no me dejaron salir, ni ver tele, ni ir al club. Mamá tenía razón. Pero no pensamos que fuera para tanto.

Pronto volvimos a vida normal. Íbamos a la escuela, al club donde el abuelo nos reúne para contarnos cuentos o para jugar ajedrez...en fin lo normal. Los domingos fútbol y campo, pero algo era distinto. Rolo ya no era el mismo y cuando nos juntábamos en la plaza, parecía ausente. Ni miraba las figuritas de Valerio, que tiene una colección extraordinaria de todo los jugadores de básquet del mundo y que a él, le deliraban, ni pasaba como antes por la vereda de la pituquita del otro barrio, ni siquiera hablaba. Según Leandro tiene depresión. Yo le digo que está chiflado, que esa es una enfermedad de gente grande y sin ganas. Él me dice que habló con su tía que es sicóloga y que le contó que ahora por los problemas del mundo hay muchos jóvenes que la padecen. En fin terminamos todos tristes. La verdad que nos mandamos un gran lío.

Mi papá me mira con una seriedad que me asusta, a pesar que nunca nos reta, siempre nos habla, lo veo muy pensativo y cuando llego me pregunta cómo está Rolo.

Yo le cuento y él se queda mirando hacia la casa de la esquina. Esa maldita construcción vieja nos ha traído un montón de problemas. El abuelo Ever, nos contó que allí vivía una familia de varias personas y que un día la señora joven apareció muerta en forma muy misteriosa. Además antes parece que vivió otra gente que también tuvo una historia de tragedias...en fin a mi cada día me gusta menos vivir a tan poca distancia de todo estos misterios.

 

COMIENZAN LOS PROBLEMAS GRAVES.

UN MONTÓN DE FANTASMAS HACEN CONTACTO.

Nadie se anima a pasar por la vereda de la casa. Todos tenemos mucho miedo. Además han aparecido las ventanas sin las maderas que puso la municipalidad, y , las puertas están abiertas. Según los chicos, de noche deben entrar vagos para tomar vino o para dormir y esa explicación no convence a nadie. ¿Quién puede ser tan valiente? Si la mujer fantasma debe seguir allí.

Rolo dice que es imposible que salga y tartamudeando dijo:- Ella sólo aparece de noche- y como si nada se fue a mirar tele. Al volver a mirarlo vimos que de la chaqueta le sobresalía algo parecido a una cola. Nos quedamos callados y realmente asustados. Además caminaba con un ritmo extraño como si alguien lo empujara, pero él, estaba tranquilo y se fue por el pasillo del cole, dobló la esquina y no lo vimos más.

Con los chicos nos fuimos al centro de jubilados a buscar a mi abuelo Ever, que nos acompaña a jugar al metegol y como el bar donde está hay grandes, él se queda a jugar con nosotros. ¡Es re piola! El bar está pasando un pastizal detrás del puente de hierro del viejo ferrocarril y se juntan allí un montón de personajes re interesantes. Mi abuelo, se pone siempre contento cuando lo vamos a buscar y el dice que tiene veinte años en el corazón pero que no le alcanza para un partido de fútbol con nosotros...¡por la artritis y el corazón! Pero tiene alma de pibe y siempre nos pregunta si es cierto que pertenece a la pandilla. Era normal que le contáramos los sucesos después de aquel día y se puso un poco serio, lo llamó a  su amigo Celedonio  que sabe unas historias de terror bárbaras y después de contarle dijo:- ¡ Muchachos hay tienen una auténtica historia de fantasmas para recordar toda su vida! – se miró las manos y tocándole el hombro al abuelo sostuvo- Yo, cuando era muy pequeño, conocí a la familia que vivía en esa casa, la hija del ujier Joaquín Valledor y su hermosa esposa doña Nicolasa. La muchacha era hermosa pero la casaron con un viejo soldado de cómo treinta años mayor que ella. La muchacha lloró muchos días y se encerró en la buhardilla para no tener que ver al vejete que era su marido. Él, un día partió para Europa a una de las tantas guerras que hubo y no venía, no venía; entonces...apareció un joven músico que andaba de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, tocando un instrumento antiguo parecido a una mandolina, y cuando la joven lo vio se enamoró...cosa de las mujeres...- acá tengo que agregar que Celedonio tiene más de noventa  y dos años - Quisieron escapar pero ni el padre, ni la madre lo permitieron y dicen...que debe haber regresado el marido, porque apareció atravesada por una espada en su lecho- yo caí en cuenta que lo que le sobresalía a Rolo del saco, era una espada...oxidada y larga- Me parece que la madre se enloqueció de pena y después el padre, murió de viejo, pero dicen que ciertas noches de tormenta aparecen el soldado, la muchacha y que se escucha una canción cantada por una voz muy varonil, desde las sombras. – nos quedamos un rato callados y recordé parte de la historia que me contó Rolo en la plaza. Las cosas no eran pura coincidencia. Don Celedonio,- pregunté -¿ usted sabe mucho de fantasmas? Porque Rolo ha cambiado mucho desde el día de la prueba. -dije. El anciano, me miró con sus ojitos astutos y me dijo:-Es cuestión de creer o no creer. Yo he visto varios casos. ¡ Claro que no es cuestión de reírse, los muertos se pueden enojar! – Nos recorrió un escalofrío y nos dispusimos a jugar pero en general quedamos pensativos. El abuelo nos compró helado a todos y eso nos tranquilizó y predispuso al juego. Leandro hizo tablas y salimos con buen ánimo. Una vez que dejó a cada chico en su casa el abuelo me trajo a la nuestra y después de cenar viendo que se venía una tormenta, papá sacó el auto y lo llevó a su departamento, que queda a diez cuadras. Me fui a la  pieza las nubes cubrieron rápidamente el cielo, parecía que habían corrido un toldo de plomo el barrio. Un viento frío comenzó a soplar desde el sur moviendo frenético las copas de los árboles. Los truenos y relámpagos comenzaron una danza furibunda y no me pude dormir. Me coloqué el discman para no despertar a nadie y me senté en el descansillo de la ventana y me quedé contemplando la furia del cielo. Desde donde estaba se veían los techos de todas las casas. Algo despertó mi curiosidad. De pronto vi pasar a Rolo hacia la casa de la esquina. Iba con una enorme gabardina oscura. ¡Sí, era él! ¿ A dónde se dirigía sino a la casa maldita? No se si me había quedado dormido y estaba soñando. No, es él, no cabe duda va hacia la puerta principal. Un rayo iluminó el cielo y pude ver como entraba en el jardín. Miré y vi de repente una luz amarillenta que iba y venía de ventana en ventana. Luego subió al mirador. Un escalofrío me recorrió la espalda. Tenía todo los pelos de punta. ¡Qué miedo! Yo debo haber parecido un alfiletero lleno de aceritos. La luz aparecía y desaparecía intermitente. Pasaba de un lugar a otro y la figura de Rolo se recortaba agigantada por las luces de los relámpagos. El ruido de la tormenta despertó a papá. Cuando vio luz en mi cuarto apareció con un vaso de leche tibia con cocoa. Yo le señalé la luz en silencio. Tenía que compartirlo con él. Mi papá quedó perplejo y me tranquilizó diciendo que “siempre hay una explicación para ese tipo de cosa”. Lo inexplicable en la noche de día se hace fácil. Yo lo tranquilicé, pero no pude dormir hasta el amanecer que soñé con un sin fin de monstruos.

Desayuné rápido y me fui al colegio. Allí estaban los chicos,...¡ con unas caras! Algo andaba mal. ¡ Claro, yo imaginé que tenía que ver con lo de esa noche!

Por la galería apareció Rolo...con esa gabardina que era tres tallas más grande. Algo abultada su espalda y sus brazos. Y por atrás le sobresalía algo extraño. Era la famosa espada que se arrastraba en los mosaicos y rechinaba haciendo que nuestros dientes sufrieran. Parado frente a nosotros nos dio la sensación que sus ojos eran de súplica. Unas ojeras violetas subrayaban los ojitos, que de no dormir, era pequeñitos. Estaba aterrado sin dudas y no podía hablar. Desde ese día quedó mudo. Nos miraba como pidiendo socorro. Algo terrible le pasaba y no nos podía explicar.

La espalda tenía movimientos extraños. De entre su manga apareció una cadavérica mano pálida, que sobresalía, tratando de tocarnos...estiraba unos dedos descarnados y azulados...De repente, se cayó esa mano, y como por arte de magia desapareció. Un grito desgarrador salió de la boca de Rolo y salió corriendo. Nosotros gritamos también y mientras nuestro pobre amigo desaparecía por la galería; un profesor, el director y la profe de inglés aparecieron corriendo. ¡Algo muy malo estaba pasando y tenía que ver con la casa de la esquina! 

 

      LOS PROBLEMAS SE AGRAVAN.

      LOS FANTASMAS SE ADUEÑAN DE ROLO.       

Me levanté temblando. Maldije, sí, maldije a la pandilla que me trajo todos los problemas. Yo era un chico tranquilo, juguetón y alegra. Me encantaba jugar a las figutitas,  al boleybol y al fútbol, pero desde ese maldito día mi vida es un infierno. Cada día me despierto con más miedo. Ayer, sin ir más lejos, en la computadora muy sentado el viejo soldado afilando la espada, que de oxidada ya no tiene filo...y antesdeayer...la mujer sentada en la alfombra mirando contentísima el álbum de las estampillas. Ni hablar de cuando al guitarrista o qué se yo que toca, se pone a dar recitales entre las sombras. ¡ No me dejan en paz! Si salgo al baño, me siguen y me espían, si voy a la escuela, ella, corre con el impermeable de mi abuela y se abraza por dentro a mi espalda y sale conmigo, pero el soldado, que está re loco, se agrega y no puedo, casi, caminar. Voy a perder el año y seguro que mi mamá me “mata” siempre salí entre los primeros...y ahora tengo varios regulares. Hace dos días que aparece otra señora...una tal Nicolasa que parece que adora a la tonta, que se pega a mí, para todo.

Hoy si no me equivoco, los chicos en la escuela se quedaron fritos. Yo no les puedo hablar porque ellos, los fantasmas, me tapan la boca o qué se yo, la cuestión que no puedo decir palabra. Lo único que falta que ese médico que me ve, diga que estoy loco y me encierren. Quisiera explicar que me llevan a la casa de la esquina todas las noches, que no me dejan dormir, que me usan los libros, los juguetes, hasta he visto que intentan usar la computadora...gracias a Dios, que de tecnología no saben nada, los muy ignorantes. Ya en mi cuarto tengo instalado a cuatro fantasmas, y son tan pesados, a pesar que por ahí son transparentes...Cuando quieren asustar a alguien para alejarlo, sacan partes de sus viejos cuerpos y lo muestran. Hay días que me han ayudado a hacer la tarea. El soldado sabe mucha matemática y la chica, dibuja bárbaro. La tal Nicolasa, me tiende la cama y ordena. Mi mamá cree que por lo que me pasó estoy más ordenado...pero son ellos los que juntan las cosas. Si no arreglan, no entran en mi cuarto y por eso son educados y tienen todo bien. Ni decirle al sicólogo que ellos conviven conmigo...eso sería mi ruina. Mañana, que tengo prueba de historia, me llevo al soldado que sabe un montón. Y si la profe de música se pone pesada, me llevo al otro, al de las serenatas. 

Por ahí me traigo a la pandilla y les doy un buen susto a este montón de extraños. Según me contó Luchito, Don Celedonio y su  abuelo Ever, me aconsejan buscar la forma de echarlos. He descubierto que si nombro a Dios o a Jesús empiezan a temblar y se van por un rato. ¡ Esa sería una forma! Pero regresan y a veces traen a otros.

Me voy a la placita, los chicos están reunidos y yo quiero jugar. ¡Eh, amigos...Dios...Jesús...Alá...Dios, Dios...Dios...! Se fueron por un rato.

 

ENCONTRANDO LA FORMA.

LOS CHICOS ACUERDA UNA ESTRATEGIA.

 

Juntos podemos hacer algo. Dale Rolo te vamos a ayudar. Mi abuelo dice que los molestes dejando entrar la luz, o poniendo música fuerte o qué se yo. Todos opinan todos saben que tiene que existir una forma de ayudarlo. La verdad que piensan que así no se puede seguir viviendo, ya no tienen ganas de jugar y les falta el  mejor defensa de la cancha.

Toman una decisión difícil...ir a la habitación de Rolo.

Al entrar, la pandilla no ve nada diferente...¡claro, con el pulgar el chico les señala hacia el techo y, ¡oh!, sorpresa, como si fuera una araña cuelga el cuerpo translúcido del músico que hace malabarismo para que no se le caiga la mandolina! Señala hacia la cortina que es grande y oscura y medio escondida se ve una muchacha transparente está acomodando sus cintas y puntillas para que no se noten...debajo de la cama...una señora gorda parece una burbuja a punto de explotar...! ya están todos allí. También el soldado.

Leandro comienza a tirar pelotitas de golf hacia el techo...malhumorado el músico se mueve de una punta a la otra, parece una araña nerviosa. Todos toman pelotitas y una lluvia al revés lo acorrala y sale como si fuera una lagartija de la habitación y se pierde por una hendija de la persiana.

Divertidos comienzan a pinchar a “Nicolasa” que estornuda y hace ruidos extraños que les da mucha risa...la anciana, resopla y hace muecas que no los asusta. Muestra sus largas uñas descarnadas y trata d rasguñarlos, pero se le caen, una a una a la alfombra y desaparecen. Salta y enredándose en unos cables del equipo de música se despedaza. Llorando se va por el ventilete del baño.

Los chicos ya saben qué hacer le ponen la gabardina a Rolo y salen. De inmediato ingresan a su espalda el soldado y la muchacha. A la mujer, la sacan con un pinchazo de alfiler, sale aullando y se esconde en el placard. El soldado sigue firmemente aferrado a la espalda de nuestro amigo. La calle a esa hora está tranquila. Los vecinos que los ve, no imaginan todo lo que les sucede. Tiene un secreto de amigos. Eso los une para siempre. En la calle buscan un bache grande, caminan tres cuadras y lo encuentran. Tiene agua sucia, podrida y barro, que le servirá para lo que piensan hacer. Se detienen estratégicamente junto al bache...Rolo se pone a decir: Dios...Jesús y se sacude fuerte...cae el soldado en el hueco y embarrado, sucio y maloliente, parece un alma en pena...que lo es en realidad. Llora el pobre fantasma y los chicos muertos de risa, salen corriendo. Rota la mandolina, con su cuerpo dolorido y su dignidad de  fantasma herida, se eleva por entre los árboles y se pierde en el jardín de la casa abandonada.

Cuando vuelven encuentran a la muchacha, que llora quejosa diciendo:-¡ No es justo que me hagan ésto!  Soy una dama en desgracia, pobre de mí, pequeña Aldonza, sin un amor, ni siquiera mi músico enamorado...!- llamarse Aldonza...¡pobre mujer...si le tocaron todas! Nos sentamos rodeándola. Comenzamos a elevar el sonido del compact disk de rock pesado y apretándose los huecos de los oídos se fue achicando hasta transformarse en una mosca y voló, voló hasta desaparecer. Cuando llegó la madre de Rolo estábamos tranquilos charlando. Nos miró sorprendidas y vio una luz nueva en los ojos del hijo.

Nos fuimos contentos al club y allí el abuelo Ever y Don Celedonio dijeron :- bueno muchachos...lograron entrarlos a su lugar, los espantaron..., tendrán una hermosa historia para relatarle a sus nietos...y ellos descansarán después de esta aventura.-

-Sí, dijo Renzo- hasta que algún chico, medio tonto,  vuelva a querer hacer pagar una prenda... “una noche de tormenta en la casa abandonada de la esquina...”. una sonora carcajada salió de todas nuestras gargantas.