martes, 28 de septiembre de 2021

Y FUE UN VERGEL

 


Una línea divide oriente de occidente

El camino es una larga serpentina de cuerpos

que dilatan su paso por la vereda del un camino

que se consuela con gorjeos de pájaros y manos tendidas

 

Ya no queda un pasaje al interior del color y la alegría.

Una pena agiganta el deseo de reír con el sombrero nuevo.

 

Vuelan los sonidos de viejas canciones populares,

Quejas de viandantes sedientos enarbolando esperanzas

Recibiendo el agua como lluvia mágica del hermano-amigo.

Recibiendo una “arepa” con guiño de “compadre” en fiesta.

 

Ya dejaste tu casa y tu lacerado corazón en la tierra del amor.

Ya no volverás a ver las frondas con vestigios de flores.

Una enorme pena te desgarra el alma al dejar un “guachimán” allí

junto al vacío, al campo sin sembrar, al bar donde bebías,

en ese rincón donde diste el primer beso, nació tu enamorada,

tu amigo y hermano de la vida. ¿Dónde  tu Maracaibo no llora?

 

UNA MUÑECA PARA SUSI

 

            Pienso en mi infancia y recuerdo cuando veía a las compañeras cuyos padres estaban en muy buena posición económica y nosotros soñábamos con tener alguno de esos juguetes que tenían.

            La escuela, dicen, es niveladora social. Yo no lo creo. Había algunos chicos que llegaban en auto y otros caminaban cuadras y cuadras para llegar al edificio donde se cursaba la primaria.

            Mi papá era obrero en una chacra, mi mamá no sabía leer ni escribir y mi hermano, me llevaba de la mano por la banquina hasta el asfalto casi a la rastra, para entrar antes que sonara la campana. Nos colgaban del cuello las zapatillas. Antes de una cuadra nos lavábamos los pies en la acequia y nos calzábamos y así nos duraban más las zapatillas que de tan baratas, se desflecaban enseguida.

            Nacho, mi hermano era muy estudioso, traía una buena libreta y como papá apenas sabía firmar por las dudas nos daba una palmada en la cola por si acaso venía algo mal. ¡Que la Susi, te ayude cuando termine con el cuaderno! Y allá iba yo a recoger los huevos al gallinero, en pata, como para entrar con mis zapatillas. Estaba lleno el gallinero de caca de los bichos. Me picoteaban los pies y los tenía llenos de sangre, mamá me ponía un té de yuyos para sacarme el dolor, era amargo y de olor hediondo, pero me hacía bien porque enseguida se hacía una cascarita oscura.

            Me costaba mucho hacer las cuentas, Nacho me llevaba debajo de una higuera y con piedritas me hacía hacer las cuentas. Lo quería mucho al Nacho.

            Para cuando cumplí los nueve años, él ya salía de primaria y lo llamaron al papá y la directora le dijo que ella lo iba a inscribir en la secundaria del pueblo porque el alumno era ejemplar. ¡Pobre Nacho! Papá dijo NO. Él trabajará en la chacra y me ayudará y así termino la brillante carrera de mi hermano, plantando ajos con las manos llenas de ampollas y cosechando uva en vendimia para otros patrones.

            Un día la mamá me llevó al cementerio en micro. Cuando bajamos en una calle muy llena de negocios y autos, entró a comprar en una mercería unos hilos de coser y al salir, al ladito vi una muñeca.

            Era una muñeca hermosa, con vestido azul y cabello rubio. La boquita apenas abierta y las manitos sonrosadas. Me quedé dura, parada y sin respirar. Mamá me dio un tirón. ¡Vamos que cierran el cementerio! Y caminé mirando atrás. Me enamoré perdidamente de la muñeca.

            Regresamos tarde y papá y Nacho estaban preocupados, creyeron que nos habíamos perdido. Mi mamá llevaba en la mano bien apretado el monedero y un papel donde mi hermano le puso el número de los micros que teníamos que tomar.

            En la noche me levanté despacito y lo desperté a Nacho, para lo cual tuve que levantar la cortina que separaba nuestra cama de la de mis papás y la de él. Nuestra casa tenía una sola habitación separada con cortinas las camas de mis papás y las nuestras.

            Como un gato me acerqué a mi hermano: ¡Nacho! ¡Nachito, despertate!

            ¡Qué te pasa Susi? Y levantó la cabeza con dificultad, qué pasa. Hoy vi la muñeca más hermosa que nadie puede imaginarse. Estaba en la vidriera al lado de la mercería donde mamá compró. Tenés que ir a verla. ¡Hasta mañana Susi, tengo que ir a podar en lo de don Vásquez!

            Me deslicé y me acosté y soñé. Soñé que vestía y peinaba la muñeca. Soñé todos los días desde esa tarde. Y hablé hasta cansar a todos.

            Le pregunté a mi maestra cuánto podría costar esa muñeca. Ella me miró y sentí que muy adentro de ella sentía pena por mi pregunta. Debe ser cara, me dijo. Unos cuantos jornales de tu papá.

            Me fui callada a mirar como jugaban al elástico unas niñas de otro grado. ¿Cómo puedo hacer para ganar el jornal de mi papá? Cuando volví a casa, le pregunté a Nacho. Él se rió. Sos zonza vos. ¿Cómo vas a chanquear si no tenés edad ni para ir sola al centro?

            Me escondí en el gallinero y lloré y lloré hasta que me quedé dormida. Nacho me llevó en brazos a la cama y me dio un beso en la frente que recibí medio soñando.

            Una tarde Nacho desapareció. Mamá preocupada fue a los vecinos y preguntó si lo habían visto. Nadie dijo nada, si lo vieron subir al micro, pero no le contaron porque lo querían y papá le daría unos buenos azotes.

            Al anochecer lo vi. llegar por la calle de tierra con un bulto debajo del brazo. Parecía un linyera. Papá lo agarró apenas entró y le arrancó el fardito… ¡Era la muñeca!

            ¿Quién te ha dado esto? Yo la compré. ¡Mentira, la robaste! No, es para Susi…y yo junté plata. ¡Recién vino don Vásquez a decirme que era mi hijo el que había robado una muñeca en el negocio del centro! No te da vergüenza, que un hijo mío ande cuatrereando muñecas por ahí! ¿Dónde viste alguna vez que robara algo tu madre o yo? Papá perdone mi acción, pero dejé todo lo que gané haciendo changas y no alcanzaba. Vaya y devuelve la cosa esa. Y se viene conmigo a lo de don Vásquez a pedir disculpas al patrón. No, grité, yo quiero la muñeca. Y me cayó el rebenque de papá en la espalda. Por tu culpa tu hermano es un ladrón, vos también venís conmigo.

            No solo devolvimos la muñeca y pedimos perdón, sino que por muchos meses, mi hermano no pudo sentarse bien de los revenidazos que le dieron.

            Ahora con los años que tengo recuerdo la pesadilla que fue devolver la preciosa muñeca, pero mi hermano, siempre se ríe cuando cuenta que casi se va a la comisaría por robar una muñeca para Susi. 

              

LAS ZAPATILLAS DE BAILE

 

            La joven se miraba al espejo. Esperaba que la llamaran para entrar a bailar al plató. Estaba descompuesta; pero igual recordaba lo que pasó.

En la función anterior un público manifestó su desencanto por el retiro de la primera bailarina. Esa famosa joven que vomitaba y vomitaba antes de bailar. En realidad, nadie sabía que estaba embarazada; que la había violado el dueño del teatro entre los trebejos de tramoya y sólo el tramoyista los había espiado. ¡Nunca se atrevería a denunciarlo! Sabía que lo echaría inmediatamente. Un pacto de silencio empujaba a los empleados del odeón para evitar que cerraran el único lugar donde podían desempeñar su trabajo.

            La bella “Julieta y el hermoso Romeo con sus mayas viejas y ajadas, siguieron bailando hasta completar el ballet. Cuando cayó el telón, ingresó un policía con un médico tinto en sangre. En un callejón cercano al teatro habían encontrado el cuerpo del tramoyista, con la yugular cercenada. Un silencio profundo se hizo en los entretelones del teatro. Nadie se atrevió a pronunciar palabra.

            Se miraron unos a otros. El policía les obligó a sentarse en el suelo y comenzó a indagar mirando a los ojos de cada uno de los personajes del teatro. Un horror atravesaba el cuerpo de los frágiles muchachos. Sabían que se delatarían. Otros, realmente desconocían lo ocurrido con la primera bailarina hoy reemplazada por Jazmín Otero.

            Un arrogante patrón caminaba furibundo entre el personal, con la mirada fija en cada uno, amenazante y sarcástico; no hablen… decía su actitud, que no pasó por alto al Inspector que ingresó tras el oficial de la policía inicialmente interrogante.

            Jazmín, muy descompuesta cayó desmayada. Mirko, la recogió e intentó sacarla del lugar, cosa que fue impedida por el nuevo inquisidor. ¡Esta joven debe saber algo! Y un murmullo se desbarrancó entre los presentes. ¿Ella también?

            El hombre de gabardina negra con oídos acostumbrados a los susurros, entendió que había un secreto conocido por todos. E indagó con fiereza a los presentes. Los fuertes gritos retumbaban como timbales en el teatro. ¿Qué está pasando aquí? Urge que hablen o los arrestaré a todos. El temblor de los artistas era clásico. No Estaban acostumbrados a enfrentar ese tipo de trato.

            Una voz cansina y trémula dijo: - Hay una posibilidad. Ayer nuestra querida Muriel, se desmayó y hubo que reemplazarla hoy porque está embarazada. Tal vez, el tramoyista tenía algo que ver… era un padre negado.- Y se hizo un silencio gélido.

            -¿Es posible que Muriel o como se llame esa muchacha, sea la asesina? – preguntó al patrón. ¡Si, claro es una mujer fuerte y odiosa! El grupo se rió a carcajadas. ¿Fuerte y odiosa? Si era débil y amorosa, jamás se negó a pesar de que fue maltratada por usted, dijo sin temores  el pianista.

            No pasó por alto el comentario. Bueno serán todos indagados y queda arrestado el señor, dijo mandando al policía a apresar al hombre. Jazmín despertó. Mirko la sostuvo y ella señalando al patrón dijo: Yo pude ver que violó a Muriel, usted es un malvado. ¡Asesino! Gritaron todos. E inesperadamente, éste sacó un pequeño revolver y detonó un tiro en la sien, cayendo sobre el plató. La sangre cubrió las zapatillas de bailes de los artistas. ¡Todas, ahora, eran zapatillas rojas tintas en sangre!

EL JOVEN DESCONOCIDO

 

               Al fin, todos la habían visto menos ella. Era la casa más antigua de Lago Hermoso. Tenía un parque de más de mil metros, que según decían fue hecho por un famoso paisajista inglés a principios del siglo veinte. Los mármoles eran italianos y la herrería española. Un estanque formado el arroyo que atravesaba un sector del jardín, estaba lleno de aves acuáticas y plantas con flores. Leticia caminó sorprendida por el alto pasadizo de árboles gigantes. Cada rincón de la casa le atraía por su color a tiempo desgastado. El musgo había marcado cada piedra, cada estatua, cada columna con una pátina inusual. Luego, entre el alto matorral, se sorprendió y gritó. Nadie le había hablado de ese extraño personaje que encontró frente a sí. El hombre, era un ser verdaderamente feo, desagradable. Por su rostro una enorme cicatriz atravesaba su mejilla izquierda y su párpado casi oculto tras una larga melena rojiza mostraba la falta de un ojo. Su paso casi imperceptible la había dejado paralizada. De los labios desdentados apenas salió un agudo chistido y con sus manos agudas mostró un mastín que ferozmente le hacía frente. Leticia, cerró los ojos y dio media vuelta para regresar a la casa. Un dedo afilado y mugriento se lo impidió. Su camisa entre esas manos horrorosas, parecía un mantillón de fiesta. Se detuvo y observó la figura. Apenas gesticulaba. ¿Era eso una sonrisa? Soltó el hombre a Leticia y le dio un ramillete de violetas y juncos en señal de amistad. Ella sonrió levemente. Ya sin tanto temor y le preguntó quién era. El infeliz, comprobó, no podía hablar.

               Él partió sin antes hacerle una inusitada reverencia. El dogo salió tras el hombre sin siquiera gruñir. Se perdió tras una alta pared de piedra cubierta de enredaderas y zarzamoras. Un griterío de pájaros y aves silvestres cubrieron el paso sobre los adoquines que tapizaban parte del camino. Al divisar la fachada de la casa suspiró. En la balaustrada vio la figura varonil de Ezequiel que esperaba que los ayudantes terminaran de acomodar los muebles. El camión que los había traído ya estaba casi vacío. La tarde se imponía con sus cálidos colores morados y sus ruidos. Verlo le tradujo el miedo en alegría. Se acercó casi corriendo en el último tramo. Las risas claras de Romina y Tatiana le ampararon las nostalgias de ese cambio de hogar. La pobreza había terminado y por fin la vida recobraba el orden natural. Recuperar la casa era el principio.

               Todos, esa noche se sentaron a comer sabiendo que nunca volverían a ser los mismos después de tanto sufrimiento. Que ya no regresarían ni el primo Jeremías ni Mario. Ellos serían una presencia en el recuerdo. La charla igual se hizo amena. Había mucho por hacer y decir sobre esa casa y Leticia contó el inesperado encuentro en el bosquecito de castaños.

               Ezequiel quedó perplejo. No conocía ni tenía noticias que por los alrededores vivieran hombre alguno; lo que lo llevó a tomar medidas de precaución con respecto a puertas y ventanales exteriores. No obstante nunca supieron que en forma permanente fueron observados por aquel desconocido.

               Transcurrido algunas semanas nadie volvió a hablar de ese episodio. Romina continuó su rutina con el piano. Su Chopin y Schubert mejoraban día a día. Tatiana iba y venía de la ciudad con sus telas adamascadas y terciopelos con los que fabricaba capas y ropa para damas que comenzaban a hacer vida social. Leticia consiguió que un posadero de la ciudad le comprara todos sus pasteles y dulces. Así la casa era una permanente fábrica de productos caseros. Había que recuperar lo perdido en la “quiebra” del abuelo. Ezequiel tenía el deber de trabajar los campos y hacer rendir los establos.

               De vez en cuando aparecían hombres pidiendo trabajo o acilo y ellos le proveían de algún apoyo pensando en sus parientes en “paro”. Una tarde de invierno cuando ya estaban junto a la chimenea, Ezequiel sintió ruidos en la leñera. Tomó su rifle y salió. Allí se enfrentó con un personaje atroz. Éste, al verlo, se quedó sorprendido. Lo encontró con unos leños entre sus brazos. El hombre parecía un mendigo. Tal vez era un forastero hambriento, pensó, y recordó que Leticia le había hablado de un encuentro semejante. Interrogó, pues, al hombre y éste tratando de zafarse, dejó caer la madera e intentó salir. No se lo permitió. Cuando quiso prenderlo del brazo para introducirlo en los cobertizos, el viejo mastín atacó. Salvó la mano gracias a la gruesa capa de fieltro. El menesteroso, tomó al animal con fuerza y evitó un accidente. Agradecido, Ezequiel lo invitó a pasar y el hombre entró por su voluntad a la cocina. La sorpresa de Tatiana y Romina no se hizo esperar. Cada una soltó una palabra de desagrado. El pobre infeliz se acurrucó junto al hogar, se despojó de un viejo abrigo sucio y calentó sus manos contrahechas en el calor. Al entrar allí la cocinera se persignó. Miró al muchacho y les comenzó a relatar su historia. Ese mozo, no tenía aun treinta años, había sido hijo del patrón con una muchacha de servicio. Lo había abandonado de pequeño. El muchacho, siempre se dedicó a cuidar animales y un funesto día cayó un rayo en su cabaña. Se produjo un incendio,  lo atrapó una viga, lo encontraron medio muerto. Se había quemado la cara y roto la mandíbula, perdió parte de la lengua..., en fin un desgraciado accidente. La mujer le proporcionó un cubo con agua caliente, se bañó  y Ezequiel le dio ropa de Jeremías que había quedado en el desván. Así descubrieron un muchacho joven, fuerte y con un enorme potencial para las innumerables tareas de la casa. A la mañana siguiente el muchacho había desaparecido.

               ¿Cómo harían para recuperar su confianza? Tal vez con el tiempo aceptara a todos en la casa y regresara.

 

 

LA YARARÁ


 

El rancho estaba casi destruido por la tormenta. Hacía una semana que el fuego había quemado todo el ñandubayzal. Un rayo traicionero, carcomió el pajonal y el bicherío se desbandó por la tierra. Luego vino la lluvia, que como torrente llenó la tierra roja en un guadal de sangre y cenizas.

Victorino Agüero se arremangó para evitar que sus animales escaparan del corral. Era su único bien. La tierra con su fruto que crecía como la misma vida y los animales, pocos, que había logrado tener.

Los monos chillaban entre los pocos árboles chamuscados que habían quedado en pie.

¡Es lo habitual en la tierra colorada! El trabajo de atrapar cerca de la orilla los sábalos y peces que se quedaban en el sedal, a veces se prendían bichos que daban asco por el tufo que producían al estar entreverados vivos y muertos.

Había amarrado bien la canoa, única forma de salir del bañado. Escampó y él, fue con mucho cuidado a ver su espinel. Trajo dos peces dorados, lindos animales. Coleteaban cuando los sacó del río, pero necesitaba comer y recuperarse de tantos días de sufrir frío y hambre. Sólo comió algo de galleta seca y enmohecida que le quedaba entre los bártulos que se habían salvado del fuego y de la tormenta. Apareció el perro medio torrado y flaco como la orilla de la tapera. El “Truco” fiel compañero siempre regresaba después de las desgracias que les mandaba ese cielo que podía ser gloria o tormento.

Se sentó en un tocón en la abertura del rancho, la vieja puerta se había volado con el viento. Prendió un cigarro forzudo y echó humo a su tristeza de campesino olvidado.

Cuando se dormitó, el Truco se echó a su lado expectante. Regresaban primero las aves, los guacamayos y las cotorras. Después se oía el grito de los simios que peleaban por un lugar en ese desquicio que había dejado el incendio. Pero olfateaba que cerca había una yarará. La bicha se enroscaba como una mentira alrededor de una estaca y se quedaba quieta, esperando dar el salto y engullir al perro o al hombre.

El animal, esperó paciente que se despertara su amo. Al abrir los ojos se vio de frente con la bicha que lo oteaba como presa. ¡No me vas a verduguear! ¡Carajo! Se irguió y con destreza le tiró un palo, la yarará se escapó entre los yuyales que parecían crecer a ritmo enloquecido después de la lluvia.

Victorino conoce la costumbre de los animales. Prendió una tea y se fue derechito al gallinero y allí no sólo la vio a la entrometida, sino que se encontró una boa que se movía contorneándose con uno de sus corderos en las tripas. ¡Hija y puta! Le dio con la azada en medio del lomo y saltó con fuerza sobre su cuerpo nervioso y opulento. La yarará se enroscó y se prendió de la boa que cortada en dos seguía envolviendo al cordero. Ya estaba muerto y la sangre mojaba el cuerpo de la ladrona.

Con el fuego, le zampó una buena quemazón a los bichos. Se retorcieron sobre sus huesos como enredaderas de verano. Los cubrió con latas de kerosene y les prendió fuego. El olor volvió loco a los monos que aullaban de terror. Truco arrastró  a su amo que parecía enloquecido, lo garroneó para que se alejara.

Entró en el rancho, rebuscó entre el catre para ver si no había otro animal inesperado, pero se hubiera dado cuenta el perro y ladraría. Se recostó y junto a él, su amigo. Soñó con la casa de su madre, allá en la villa. Soñó con una vida mejor, pero sabía que al despertar sólo lo esperaría otra vez su triste vida. Allí, se escondía de los controles de la policía, después que atravesó con el facón al Emeterio Maidana en una bailanta de Oberá. No sabía que una yarará se deslizaba debajo de la cumbrera del rancho para vengar la muerte de su casal. Su perro agotado estaba dormido.

 

RAMÓN GARRIDO

  

            El despertar después de una tormenta no es grato. El hombre encogido por el chubasco, sacó una mano por una ventana que piadosa había quedado entera. No llovía. Había un sin fin de charcos y árboles caídos sobre la tierra empapada. El techo roto en ciertos lugares, parecían la garganta gigante de un ofidio. Vio enroscada una yarará en una de las cabreadas del techo. El gato, se había asilado en un rincón lejos del animal que glotón la miraba haciéndose la distraída.

            Sobre el fogón una suave luz, mitigaba la soledad. El carbón no se había mojado y un manotón de aire avivó el fuego. Puso un cacharro para calentar agua. El mate. ¿Dónde diablos quedó el mate? Sacó un viejo trabuco y le dio un tiro a la bicha. Que cayó como plomo sobre el piso de tierra. Más tarde se ocuparía.

            Salió despacio al patio o lo que él, llamaba patio. Un trozo de tierra sin las plantas que trepaban y se deslizaban como lagartijas por doquier. Ese era su rincón. A lo lejos se escuchaban algunos truenos. Era el despertar del cielo a una nueva tormenta quién sabe donde. Pensó en su canoa. ¿Se la habría llevado el río! El espinel que colgaba de un árbol, estaría aun a la orilla cambiante de ese bravo torrente marrón rojizo de agua que bajaba del norte.

            Caminó chapaleando en el cieno. La bombacha húmeda salpicada de barro le anunciaba el desastre. Sin embargo allí dada vuelta en boya estaba su canoa. Unos guacamayos ruidosos se espantaron de los árboles que estaban junto a esa parte del río. Todo era nuevo. Otra yarará se escabulló entre los enormes pastizales

            Peces muertos colgaban del espinel. Anclada la mirada en la bravura de la corriente le pareció que había un “alguien que lo veía”. ¡El mismito demonio, debe ser! Y corrió hacia el rancho. El agua ya estaba hirviendo. Encontró el mate y la bombilla entre varios trebejos. Sacó un poco de yerba y cebó con unos granos de azúcar de caña de campo. Sacó una galleta, que parecía masa muerta por el agua y el frío. Armó un cigarro con la fina hoja de tabaco y miel. Encendió con un tizón y chupó con rabia.

            ¡Mierda de tormenta que se lleva la vida toda de las orillas! Sintió un rumor de cañas rotas y ramas en la parte de afuera del rancho. Espió con temor. Un chancho salvaje merodeaba. Atrás vio el brillo de las pupilas de un jaguar. Gritaron los monos que se hamacaban en la arboleda. Sacó el facón y el machete. Pero llegó tarde. Ganó el jaguar. Entre las frondas dejó el rastro de sangre caliente del puerco.

            Regresó a la tapera, eso dejó el temporal. Una tapera. Trabajó todo el día. Dejó listo cada hueco que había dejado el chubasco. Comió un poco de carne asada a la llama y se tiró en el camastro. El gato se acurrucó en su cuerpo y se quedó dormido.

            Ramón Garrido, despertó acalambrado. Otro amanecer de furia. Esta vez humana. Entró un varón con el rostro contraído de ira. Quiso pelear con él, no pudo. Cayó sobre el piso de tierra con una herida fiera en la espalda, provocada por una zarpa de bestia. Lo subió como pudo a su espalda y lo llevó a la canoa. La dio vuelta y echó el cuerpo. Salió río abajo en busca de ayuda. Cuando llegó al pequeño puerto de la aldea cercana, lo auxilió un compadre.

            Lo dejó ahí. Regresó a la casa en medio de la selva. Él, no podía abandonar su tierra. Era su heredad y su vida. Ramón Garrido era un hombre de palabra. El mundo de los pueblerinos no le iba a quitar el sueño.

 

 

 

VARIACIÓN TANGUERA

 


Paraíso que llena mi mundo de promesas.

Espero domeñando la ausencia de tu amor.

Pasos silenciados de alas cantarinas.

¿Dónde escondo el perfume de mis sueños?

La sombra que atropella mis ansias de ternura 

socorren a quien me altera el dolor  de la ausencia.

Eco misterioso de cascada de vidrio.

Pasto enamorado de mis plantas desnudas.

Asesinato exacto de la sonrisa.

Venas que desparraman mi génesis celosa de vientre azucarado.

Encuentro entre las páginas del almanaque tu cuerpo majestoso...

La esperanza galopa en tu macho perdido como padrillo ajeno.

Marcaré en la carne de mármol atrevido

tu presencia y tus pasos guiaran mi destino.

 

Camino a la casona de piedra desgarbada

 con la umbrosa soledad de la memoria.

Tu cuerpo plateado,  piel morena, me penetra lo indómito.

La nada.

Caen en cascadas las nubes que anudas en la  tarde.

La doncella dormida con los pies descalzos enlaza la belleza.

El hombre solo mira el callejón sombrío.

Hay un silencio mitigando el bandoneón lluvioso de nostalgia.

Me miraste a los ojos y un aletear de risa me propuso un mañana...

 llámame con tu risa que vendré cantando.

 

 

lunes, 20 de septiembre de 2021

UNA TORTUGA PARLANCHINA

 

Llegue a París con la esperanza de recorrer esos espacios que no pude caminar en otro viaje  anterior.

            No era esa ciudad impecable de la primera vez y me sorprendí cuando caminando por Saint Honoré me crucé con tantos personajes exóticos. Ver a Marroquíes o árabes no era para mí novedad; pero la cantidad de turistas del lejano oriente me descolocó. Luego de hospedarme en una buhardilla detrás de Sacre Cour, busqué a la portera, vieja conocida de Madame Pregnon. Esta amable mujer con quien me carteaba desde la desaparición de Manuela, mi prima, quien buscando su vocación, logró una beca en artes plásticas. La venerable portera, se llamaba Marguerit, y era muy charlatana y amable. La rodeaban cinco gatos, dos canarios, un pequeño perro y una tortuga. Su vida transcurría cuidando a los habitantes del edificio, que no tenía más de tres pisos, sin elevador. Conocía la vida de cada uno, incluso la mía. Cuando le pedí ayuda para encontrar a Manuela me miró intrigada y sacando de un bolsillo de su delantal primorosamente almidonado, la pequeña tortuga me dijo, que una muchacha Argentina, se la había confiado hasta que regresara a París. Su destino era un viaje por Chad y Mauritania, y seguro no le permitirían viajar con el quelonio. Yo miré al pequeño animal y me acordé que Manuela siempre hablaba de ella. Le pedí que me la dejara mientras realizaba mi estadía en París, y así con la mascota en la mochila recorrí: Gibenny, La Provenza e innumerables museos que me enloquecían, una tarde mientras paseaba la Rive Gauche, la pequeña tortuga me dijo: -Detente, Luisa, ves ese cuadro… lo pintó Manuela hace dos años.- Yo no podía creer que me estaba hablando y menos que supiera que era una pintura de Manuela.- Mira, tu querida prima hizo igual que yo. Salió detrás del amor, pero creo que no le debe haber ido muy bien-.

Su voz se acusaba angustiada.- Búscala en la embajada de Mauritania.- dijo y metió su cabeza como es la costumbre de las tortugas.

Tomé un taxi y llegué a dicha embajada. Me obligaron a cubrirme los brazos y el pelo. Me recibió un hombre que con ironía me decía que no podía darme ningún dato. Insistí y quién logró la respuesta fue la mascota. Fue tan grande la sorpresa del burócrata, cuando ella habló que de inmediato buscó en la P.C. allí aparecía que Manuela estaba en Egipto y regresaría en breve. Pero esta vez no regresaría sola, se había casado con Germen su enamorado.

            La tortuga se encogió y muerta de felicidad me dijo… vamos, terminemos de ver París y regresemos a Bs As., ya que en Pehuajó, allá me espera el mío y volvió a esconder la cabeza.

 

 

JARDÍN DE ANTAÑO


De repente cuando iba a buscar las clemátides y los rosales trepadores, sintió una discusión. Rodeó la terraza y se encontró con Abril, la joven hija de los dueños de casa. Estaba arrasando con el trabajo realizado. Por egoísmo o franqueza no les iba a permitir ese mamarracho.

                - Yo soy una artista. No soporto este jardín convencional. Quiero algo creativo...

     .- ¡Usted, oiga, se nota que es una vieja histérica...¿de dónde sacó el mal gusto?

                 - En primer lugar...”niñita” sepa decir buenos días. Yo no acostumbro hablar con gente mal educada. Respete el trabajo de los demás.

                  - Mal educada es usted. Vieja estúpida. Mis padres no le pagan para que haga   idioteces y cursilerías. La muchacha  aplastaba los macizos con los pies descalzos.

                          Juan y Carlos, - que era un chico especial-, callados, trataban de salvar algo de la furiosa muchacha.

                   - Realmente, señorita Abril, perdone - dijo el viejo jardinero,- Su mamá ya le indicó a la Sra. Victoria lo que quiere.

                  - Vos callate. Yo quiero que hagan un jardín que vimos con mamá en una película ayer.

                 - ¿Y cómo puedo saber qué te gusta?- Preguntó Victoria con buen humor, a pesar de sentirse... maltratada por una niña insoportable y soberbia. Se la malcriada dio media vuelta y se fue dejando a todos atónitos.

 

La llamada en el celular despertó un gran disgusto. Victoria tenía que levantarse temprano a pesar del resfrío que le había atrapado su buen humor. Se vistió rápido, Montó en la bicicleta y salió hacia la gran casa. A mitad de camino pasó por el vivero y dejó la  nota para que llevaran una camioneta con plantas. Especificó qué quería y luego de hacer uno de sus “graffiti” humorísticos partió. Por la ruta se cruzó con algunos conocidos que la saludaron. Cuando llegó al portón pensó que gente de influencia vivía como en torreones o prisiones. Ella amaba la libertad. Abrió el chofer con un aparato electrónico. Ingresó apurada. Comenzó a despegar con los dos ayudantes, las enredaderas avejentadas del frente de la casa. Arrancaron “plantines” marchitos, macizos helados, rosales secos. Don Juan y Carlitos, ya tenían una porción de la tierra saturada con abono natural. Llegó la gente con las plantas elegidas en el vivero. Con las nuevas plantas. Victoria dispuso poner la estatua que había permanecido semioculta junto a la escalera de mármol. La rodeó de violas azules y naranjas. La miosotis y las caléndulas formaron un bello cuadro morisco. El jardín quedó como un paraíso.

                                   

GITANO

 

Por el camino polvoriento el viejo carromato arrastraba una historia de violines y desprecios; las sartenes brillaban al costado con el ritmo feliz de la vida. Sentado en el pescante se bamboleaba el obeso gitano, mientras silbaba una melodía contagiosa y alegre.

         Vendedor de sueños y mentiras blancas traía con él un inmenso tesoro de historias de caminos y aldeas. Esas lejanas comarcas atravesadas de magia y belleza, le iban agregando fábulas inquietantes y fantásticas a sus relatos. También vendía un sin fin de objetos. Ropa, guitarras, violines, ollas y marmitas, joyas artificiales que daban ilusión a un sin fin de mujeres simples de los pequeños pueblos y remedios que fabricaba con hierbas y raíces.

Escondía su historia de huída de una tierra hostil y recuerdos amargos. Pero el sonido de su potente voz y las suaves melodías de su violín atraían  a los poblanos hacia su carromato. Allí se encontraban con mil atracciones para comprar, o vender aquellas que a los ojos del Gitano valía la pena obtener. Siempre podía usarse el trueque si lo beneficiaba.

         Al trashumante lo movía también un sueño. Debía encontrar a su hija que se había perdido en la guerra. 


HISTORIADOR

 

El viejo historiador quiso enjuagar el barro con que habían tratado de ensuciar la epopeya del más grande del héroe. Estaba enardecido. ¡Esos bastardos hablar así del mismísimo libertador de un territorio mítico y desprotegido de los derechos de independencia!

El Decano, lo llamó para que expresara su opinión. A él, que había recorrido el camino destajado por su ansiedad de conocer palmo a palmo los rincones que atravesó, despejando intrusos y enemigos. Tenía que limpiar el nombre y la obra de un gigante.

Los mediocres hablaban insensateces. Inventaban actividades sin sentido hechas a espalda de su gente, esa que lo acompañaba en sus campañas. Que sacrificaban vida, bienes y familia para acompañar al “Jefe”.

Lorenzo, su ayudante, comenzó a perseguir enemigos. Y ahora hablaban de traición, de abandono, negligencia, de ambiciones inexplicables.

¡Es increíble el trabajo de investigación realizado por el anciano maestro, cuyas investigaciones llenaban anaqueles de la gran biblioteca del Centro de Historia Universal y Nacional de la capital y de facultad. ¡Al fin limpió el barro de un héroe que no tenía pie de barro, sino estatura de un Gigante. Héroe y hombre.     

        

                                

CAMINO DE ESPERANZA

 

-Naides será dispreciado al convite, dijo el Rito, hay locro para alimentar a una tropilla entera...- La peonada se acercó esperando su comida. El Negro Eugenio, repartió escudillas y comenzó a repartir el brebaje. Sólo un hombrecito se hizo a un lado y se acomodó lejos del festín.

- Es don Tiburcio Peña, el hombre dice que no pudo trabajar todo el día y que no le corresponde comer junto a los otros.

- Déjese de joder hombre y métale a la cuchara, acá hay para tuitos.

En vano había buscado a su familia. Regresó. Se fue después de pelearse con su mujer y dejarla por años sola. Viajó por países lejanos, conoció el hambre y la sed, pero nunca cometió delitos. Era un hombre de ley.

Cuando llegó a su tierra, a su casa, encontró otra gente. “No sabían qué derrotero había tomado esa mujer con sus seis hijos. Le vendió la casa y se fue. Simplemente, sin pedirle la dirección u otro dato, se quedó a vivir en la que fuera la casa de ese señor gastado y ojeroso, de piel curtida y raramente vestido.

Se alejó sin decir nada, no tenía derecho a reprochar nada. Su huída era suficiente, incluso, para que la Irma se buscara a otro que la ayudara con todo: casa, hijos, comida. Todo. Se fue de la ciudad y buscó trabajo en changas. Pero tenía un dolor terrible en los huesos. El mar, su tarea bruta en canteras y minas, había hecho estragos en sus huesos.

     Cuando podía hacía todo el día, sino se consolaba con media jornada. El tema era dormir en un lugar seguro y limpio. Ya conocía él, lugares lúgubres y peligrosos. Recordó en Marruecos cuando lo asaltaron unos nubios. Si n o lo ayuda un moro, estaría muerto. Y cuando llegó a Cádiz. El bote era un infierno de africanos en destierro. El hedor maldecía su nariz criolla. Pudo reconstruir su vida con muy poco y regresó con la esperanza de encontrar los hijos. Pero el tiempo es cruel, como fue él con los muchachos.

     -Tiburcio Peña, ¿no tiene un hijo dotor en la estancia “El Resplandor”?- ¿Rito, cómo se llama el dotor de la casa de Los Hornillos, ese que curó al cura cuando el año pasado se cayó del pingo mañero!!!?

     El corazón del viejo dio un brinco. Sudaba gris agriado por la duda. No podía soñar con encontrar a su familia. No lo merecía. Era un cobarde. Pero se quedó callado, mientras los trabajadores hablaban. –Se llama Tiburcio Peña, igual que usté. –

     La mirada intrigada de la peonada se posó en el viejo. ¡No puede ser, dijo el Rito, mírese la pinta, parece un pobre diablo!

     -Ni me lo diga, tienen razón, no valgo nada. Disculpe, ¿Cómo es el muchacho? Diga.

     Es alto como el Saverio, robusto y tiene una mirada despierta. Se casó con la niña Eugenia, la hija del dueño del Resplandor. Tiene como cuatro cachorros, dos hembritas y dos machitos. Yo lo conozco bastante por mi mujer, que lleva su enfermedad a cuesta la pobre. Él, la ayuda mucho. Es bueno y se sacrifica por toditos los paisanos del valle.

     El silencio lo envuelve, lo miran con sonrisas hirientes, ese tipo no tiene un hijo médico. Es nadie.  

     Come en silencio y terminado el convite se aleja saludando a la gente. ¡Buenas…, adiós a todos, sigo mi camino! Pero en el fondo el corazón palpita. ¿Tendrá el valor de encontrar un hijo?

     “El Resplandor”, no queda lejos, a seis leguas, más o menos. Irá como por descuido, acercándose sin apuro y sin mostrase. Rito y los hombres quedan opinando. Nadie sabe qué puede pasar. ¿Será hijo del viejo?

miércoles, 15 de septiembre de 2021

KAMIKASE

                                                                               “El tiempo se pierde en la arena sin dejar huellas del dolor                                                                                                        de ser maltratada  como mujer” la autora.

 

            Cerró el último cuaderno. Desde muy joven escribía un diario donde dejaba las huellas de penas y sonrisas. Con la tijerilla afilada de cortar los hilos de bordar abrió sencillamente sus venas azulosas. Las manos flacas y angustiadas borbotearon en rojo desparramo suave y melancólico su vida. Puso su pulgar como sello bermejo al final de la postrera despedida. Griselda.

            Quedó sentada repasando el tiempo. Tiempo desde la infancia inconciente de desdichas que galopaban arremetiendo el futuro sin descaro. Se vio niña acunando muñecas con rostros de porcelana apenas coloreadas. Se vio adolescente con la cabellera al viento conjugando candor con sueños imposibles. Se vio mujer amedrentada por un enamorado que la despojó de su dignidad haciéndole sentirse Nada.

            Soñó un bondadoso pasado de embarazos con niños que abrazó con ternura creyendo recuperar su perdida felicidad y todo fue inútil, falló en su tarea de algún modo.

            Envejeció sin tregua. Su perfil de seducción se fue desfigurando en una mueca doliente y huyó a su interior con brío. Caracol de dura coraza de piedra y cemento que adquirió con miedo y adormeció su alma. Huyó en un tren imaginario. Recorrió millas de silencio y traspasó vías de rumores que mitigaron su corazón en sangre viva y de sus llagas exangües; el humo de la máquina de la locomotora, sombreó para disimular sus ojos exaltado de lágrimas, oscureciendo las marcas de ojeras cárdenas. Un tren inexistente que la llevó en el tiempo y calmó heridas.

            Ahora, tenía que esperar. Su cuerpo iba lentamente perdiendo el suave tono de la piel para quedar como el alba de las rosas blancas que movía la brisa en la pared sombría. Las otrora manos hacedoras de estrellas y milagros caían sobre su flanco dándose el respiro de un ronroneo de burbujas de color bermejo.

            El sol se iba escondiendo. El silencio de siempre siguió siendo silencio. La tristeza de siempre se apuró a besarla en la boca seca y sedienta de ternura. Nadie la rescataría de su adiós. Era un “kamikase” de la historia de su vida. Nació siendo mal acontecida y siguió perpetuando su desdicha como mujer maltratada sin consuelo.

            Cayó la tijerilla reflejando la luz de una estrella que asomaba en la ventana. Cayó el cuaderno con su huella y quedó esperando el tren que, imaginariamente, la llevaría al mundo de los vivos. Ese mundo en que creyó encontraría un amor verdadero y bello.

            En el silencio de la muerte… se oyó el silbido de un tren que se acercaba en un chirriar de hierros y misterio.                                                                      

                                                        

 

 

 

 

 

CARLOS SE CANSÓ DE IR SIEMPRE AL CENTRO

             Hace frío y no quiero moverme. Con cinco grados bajo cero, no quiero ni siquiera levantarme. Abro un ojo. Y veo el reloj de la pared frente a mí. Siento un temblor que me penetra y sube desde los pies hasta el cráneo. Odio, odié y odiaré siempre al invierno. Lo detesté desde chico, cuando a mamá se le ocurrió que debía ir a la escuela en la mañana. Protesté, me tiré al suelo y me revolqué por el lodo del jardín, con el mejor berrinche que pude inventar. Esos derretían el corazón del abuelo. Nada sucedió. Me inscribieron en ese horrible colegio en el turno mañana.

             Adiós al chocolate con vainillas al calor de las mantas escocesas de la abuela, adiós a los arrumacos de mi perra “Colita” y a las pantuflas por el salón donde leía el diario la familia. La única que protestó, fue Renata, mi niñera. Ella debía despertarme y lograr que me vistiera, me lavara los dientes y me peinara con “Glostora”. Así pasó el tiempo. Me fui acostumbrando. Pero al llegar el verano, más o menos uno se sentía mejor. No nevaba ni helaba el cuello bajo el capote de lana. ¡Pero en invierno! Se me corrían las lágrimas sin pena y los mocos se escabullían hasta el pecho y allí se congelaban. Debía parecer esos matungos de pueblo, que reparten la leche y de los belfos se les cae la baba. Así, eran nuestros inviernos. ¡Un horror inolvidable! Ahí se enganchó el odio al frío y al invierno.

  Miro el reloj. Mi ojo se desarma bizqueando hacia la puerta. A mis años, tengo noventa, soy el más antiguo del geriátrico y no me ayudan. Entra Fermín con su bata verde y en la mano, el manto con que me cubren. Es de lana cachemir que trajo mi nieta Margarita. Me van a preguntar lo mismo de siempre: ¿Carlos quiere dar una vuelta por el centro? Y yo bizqueo más. Grito. ¡No quiero! Nunca más me lo digan. Odio el invierno, odio el frío, odio el centro. Odio estar acá. Pero no oyen. Hace un tiempo que hablo en silencio. Tuve un ataque cerebral. Ahora le dicen A.C.V., pero yo entiendo. Soy el mismo Carlos que compraba hacienda y vendía cereales en Rosario. El mismo que buscaba las mujeres regordetas para pellizcarles las colas sonrosadas y abrazaba su yegüa “Dulcinea” y cabalgaba por el campo en primavera. El mismo que se echaba a nadar en el viejo río que atraviesa la estancia de mis antepasados. Me escapaba en tren a Rosario o Córdoba, o iba a los bailes en el ferrocarril San Martín sin pagar pasando de vagón en vagón. ¡Era tan picaflor y loco!”

            ¡Bueno abuelo Carlos, a ventilarse un poco! Dice el idiota de Fermín y me alza en sus enormes brazos y me sienta en ese armatoste de silla, fría y triste. Se me corre una lágrima en mi ojo. Él, me seca la lágrima con pudor de hijo y murmura al oído de una médica joven y bonita: “¡Parece que Carlos se cansa de ir al centro! Lástima que no puede hablar. Y me llevan igual y odio el frío.

  

EL VIOLINISTA

             Ingresó por el portal de cristal y no podía ver su rostro. El sol desde atrás le esbozaba un contorno enorme. Oscuro y manifiesto su cuerpo de anciano corpulento. Así conocí a Aaron Goldman. Se desparramó en la silla del café con un chirrido de madera y niebla. Su pipa humeaba y no se sacó el sombrero como es la costumbre en el “”Florencia”, antiguo y promiscuo bar del barrio.

            Por atrás se escuchaba el ataque feroz a las bolas de billar y el murmullo de los parroquianos que taladraban las mesillas con sus dedos añosos. Todos tomaban una bebida caliente. Vino áspero, dulce y con canela, costumbre de otros tiempos que no pierden. La ropa desteñida, pantalones gastados y sucios, sacos con brillo que gritaban épocas de gloria. Aaron con su enorme barba blanca y los bigotes amarillos por el tabaco rubio de la pipa siempre encendida, parecía el patriarca de la Biblia. Me impresionaron las manos. Luego supe que había sido un gran músico en su país y que al subir al “Tren de la Muerte” sólo llevaba su violín. Se lo quitaron, pero eso, igual le salvó la vida. Sí, tenía que ser un músico de primera para tocar en el “campo”.

            Me miró y sus ojos celestes taladraron mi cuerpo, yo una mujer ingenua de veinticuatro años, no tenía idea de su historia. Quedó sólo él, de una enorme familia. Cuando subió al tren, me dijo cuando habló conmigo, besó a su madre y a su hermana, sabiendo que iba para no regresar. Pero lo salvó la música. Era flaco, hambriento y estúpido, me dijo; lloraba de noche porque tenía miedo. Un día el “capo” me señaló de entre los de la orquestita y me llevó a la oficina. Temblaba. Me comunicó que mi mamá había muerto de tuberculosis y mi hermana de tifus. ¿Sabes qué me preguntó? Si mi hermana era música como yo. ¡Claro dije, era pianista y ya tocaba en la orquesta de mi ciudad…! Qué pena, yo no la pude salvar, ella no llevaba el piano entre sus pertenencias y se rió a carcajadas. ¡Y no pude llorar! Luego vomité. Ahora ya estoy viejo. No recuerdo la cara de ese hombre… y tampoco la de mi mamá ni la de mi hermana.

            ¿Don Aaron cuándo tocará para nosotros? Qué inocente. Cuando regresó del “campo” en un tren ruso y llegó a un refugio, le hicieron trabajar con piedras y escombros hasta que sus dedos se deformaron. Nunca más pudo ni quiso tocar el violín. Su bella música que lo salvó de la muerte era un recuerdo doloroso en la memoria de su alma. Sin embargo cambia su rostro y se dulcifica cuando escucha que el “Gringuito Remo” tocar una pieza en su violín ordinario y rústico. Y el bar se llena del fantasma de aquel tiempo de los Campos de Riga.

 

 

 

 

HERMANAS

 

            Cuando el ferrocarril, dejó a la joven embarazada en el andén, el abuelo la estaba esperando con una pobre calesa vieja. Escondida por su preñez, Lisia no dijo nada. Al mes, un mal parto le quitó la vida. El anciano no quiso llamar un médico y la pobre mujer que ayudó en la parición, no logró sacarla adelante. Las niñas quedaron sin madre y con un padre desconocido.

            Adela y Marina nacieron sanas. Hermanas mellizas, no gemelas. Una morena, la otra pelirroja. Una dulce de carácter y la otra obsesiva e insidiosa.

            Crecieron discutiendo cada pequeña participación escolar o familiar. Se hicieron mujeres y al verlas así, nadie se acercaba buscando amistad o amor. Sólo las unía el amor de su abuelo, anciano sereno pero extremadamente avaro. Ellas perdieron a sus padres siendo pequeñas y las cuidó, pero con muchas carencias. Eso hizo que fueran perdiendo el brillo de la juventud y olvidaran la risa. Cada una tenía una tarea para realizar. El anciano, envejecía y siempre en la noche, se escondía en su pequeño taller de relojería. Era pulcro y meticuloso con ese arte de armar relojes manualmente. Sus pequeñas herramientas parecían de juguete.

            Una mañana, luego de otra discusión muy fuerte, no escucharon la queja del viejo. Vieron luz bajo la puerta del taller. Asustadas, no se dieron ánimo para entrar. Se empujaban con palabras de aliento y promesas.

            Llamaron a un vecino que la rompió y encontró al hombre helado y sin el color de los vivos. Lloraron un para de días. Lo llevaron junto a su abuela y a sus padres.

            Un tiempo de serenidad, sin discusiones, unió a las mellizas, pero… cuando comenzaron el aseo del taller, algo les atrajo el espíritu inquieto. La mesita que servía de escritorio y espacio donde tenía sus elementos de trabajo, pesaba demasiado.

            Buscaron en sendos cajones, rebuscaron debajo de la tapa, pero sorpresivamente, Adela descubrió que en las anchas patas del mismo, había un sin fin de monedas. Eran de oro.

            Marina vociferó, quería todo para sobrevivir a esa mala vida que les obligó el relojero. ¡Su abuelo era tan avaro como ella! La pelea fue terrible. Empujó a su hermana y ésta, cayó sobre un borde de metal golpeándose tan fuerte que murió casi al instante.

            La amargada muchacha, cosió en la capa invernal de su abuelo, cada una de las monedas de oro y decidió huir. Iba por el camino arrastrando el borde, así se fueron cayendo los círculos dorados como  si una lluvia se deslizara por la calle. A medida que caminaba y caminaba, una larga alfombra de oro se pegaba en el barro bajo la lluvia.

            Dicen que cada año, para la época de marzo, aparece la capa de harapos dejando una estela de monedas de oro, que el pueblo entero, espera para recoger. 

 

9 CARTAS

 

 

            Adoraba al tío Atilio. Moría y me pedía que llamara a Ricardo, amigo incondicional de la niñez. Bajé las escaleras con una velocidad increíble en mí.

            Con mano temblorosa entregó una llave de plata y murmuró un nombre... Elisa. Cerró los ojos y dos lágrimas casi desaparecieron en su piel arrugada y pálida.

            Me entregaron una pequeña caja de madera perfumada, con su tesoro. Salí corriendo, al llegar a una casona de la zona residencial de la ciudad. Fui recibida por una anciana muy elegante y fina. Tomó el cofre; las cartas cayeron como cascada en la alfombra. Comenzó a leer. Estaban escritas en fino papel de hilo con la hermosa letra de Atilio.

 

                                              

            Marzo de 1927

 

            Mí amada niña......

                           Hoy volví a verla. He pasado por décima vez delante de su casa. Usted no me mira. ¡Claro cómo va a fijarse en un pobre muchacho como yo!.... La amo tanto....Sueño con su cabello de color de trigo y el pálido y suave tono de su rostro. A veces la veo jugar con su hermana que no es ni la pálida sombra de su cálida belleza. Siento su clara risa juvenil y sueño con poder hablarle. Le envié un libro de poemas de amor y vi que lo leía sentada en los troncos del jardín mientras se hamacaba entre las flores. Todos los poemas son lo que yo quiero para nuestro mundo. Vuelvo a decirle que la amo.

                        Su enamorado.

                                   ...............................

 

 

            Adorada Eloisa.....

                          Su traje negro la hace más fina y frágil. ¿Cómo la cobijaría entre mis brazos, para que su pena se calme?  ¡Perder a un ser amado es una tortura, pero no poder hablar al objeto de adoración, una tragedia!... La amo tanto que...creo que voy a enloquecer. Ayer volví a pasar por su casa y vi con dolor, que lloraba junto a su árbol favorito. ¡Cómo hubiera entrado para que , apoyando su cabecita en mi pecho, encontrara un poco de consuelo a sus penas. Perder un ser tan querido, es como perder la luz del sol y todas las primaveras. Insisto la sigo amando, tanto...como puede un poeta amar a su inspiración!.Me imagino una larga conversación con el ser más bello de la tierra. Usted.

                                                                      

                        Quien la adora por siempre.

                                   ...............................

 

Amor de mi vida....

                           Quisiera decirle que las rosas, son mi regalo de cumpleaños, la vi salir vestida para su fiesta de gala en el Jokey Club, parecía una reina. ¿Cómo no ser yo un caballero y poder acercarme para decirle cuánto la amo?

                           Su cabello caía como una cascada de oro por sus hombros. Casi caí desmayado, cuando me miró y me sonrió.... yo estoy necio y creí que sonreía de puro feliz. ¡Estaba tan bella! Elisa amada niña, ya tiene dieciocho años. ¡Pronto no podré verla, seguro que alguno de esos jóvenes con los que bailó el vals, será quien la pueda amar. Yo la vi por las rejas desde la calle, todo el tiempo..., hasta que me sacó la policía.

                           La sigo amando..........

                                   ................................

 

Amor  

            Cuando la vi partir a Europa (lo supe, por el chofer de su padre), sentí que me arrancaban un tesoro. Tal vez no regrese jamás.... Disfrute de lo que le regala la vida. Mi niña adorada...Cuando camine por las viejas callejuelas de París  y vea las arcadas del Coliseo yo, desde acá iré besando ese viejo y conocido pavimento, que nunca pisaré o tal vez, sí, lo haga pero sólo será para buscarla entre la muchedumbre que ignora mi devoción por "ti...", te he nombrado por primera vez con la confianza que me dan los años de seguirte por todos lados donde tus cadenciosos pasos andan.¡Te amo más que nunca!

                                  

                                                                       Tu amigo y adorador de siempre.

                                               ..................................

            ¡Muchacha, corramos, quiero verlo!

            Llegamos a casa, subió con agilidad, entró. Lo tocó, él abrió los ojos.... ¡Cuánta dulzura!

- Amor mío, Atilio, ¿Por qué tardaste tanto en llamarme para decirme que me amabas? Yo también te amé toda la vida...y te esperé.

            Casi habíamos llegado tarde.

                                                            

 

 

EL VIAJE... DESPERTÓ AL HOMBRE

 

     Recién he podido cumplir mi anhelo de besarla. Sus labios tan fríos como mi dolor mortal, se entregaron sin poner resistencia. Murió hace unos minutos y llegó a cumplirse mi deseo. Aún vibra en mi cuerpo el ardor de la pasión escondida. Todos me miran petrificados...el médico y sus ayudantes ven como acaricio su cuerpo y lo beso. Beso hasta el más íntimo rincón de su cuerpo amado. Su alma no lo dudo ya es mía.

           

            El vehículo se desliza por el camino polvoriento, infierno de hoyos inescrupulosos que infectan la huella. Saltan los amortiguadores y protestan con desenfreno con cada pozo y yo miro con desesperación a mi  “padrino” que maniobra como si no quisiera evitar ninguno para aliviar los golpes de mis piernas y traste. Hace unos días me pidió prestado a mamá para que lo acompañe en este viaje de aventuras por la Patagonia. Yo siento que hará que viva una maravilla de vacaciones. Ella no estaba en mi mente. ¡Su secretaria! Tiene un culo y unas piernas que no me dejan mucho espacio en el asiento. Me ha empujado tantas veces que ya me siento del tamaño de un pez, largo y finito...la odio. Es difícil entender ¿cómo mi padrino tiene que acarrear con semejante estúpida? Permanentemente se limpia con un pañuelo la cara para sacarse el polvo que ya ha penetrado por todas las rendijas de la parte de atrás y por todos lados. Casi no la miro y ella me espía de reojo para hacerle morisquetas a Lucio, que así le llaman a mi padrino. Él me invita a pasar un rato a la parte trasera y ella se pone jocosa y me hace unas burlas que me dan más aversión. En realidad tengo un hambre terrible, mamá nos preparó empanadas y tortillas y el perfume de las papas calientes y aceitosas, me hacer hipar el diente. Al detenernos bajo un árbol de perfil extraño, torcido y retorcido por los vientos del sur, siento que mis pobres huesos de trece años, que pronto voy a cumplir, necesitan urgente moverse. Salto con euforia y corro tras unos “michay” secos que se desparraman por la arenosa planicie por donde discurre el camino. ¿Me pregunto si el suelo en la luna será como acá? Salgo a estirarme y la muy torpe se agacha y me pregunta si voy a ir a mear... ¡Qué meterete! Soy grande y no le tengo que decir a ella. Además es una desvergonzada. Decir eso delante de su jefe. Ella me dice que mire para el oeste que va a expansionarse y se pierde entre los matorrales. Yo la espío y le alcanzo a ver como se baja los calzones y su culo rosado se agazapa en el falso retrete que ha encontrado. ¡Mamá...si que tiene desvergüenza...! Lucio se hace el distraído pero yo lo descubro mirándola por el espejuelo del automóvil y él se pone desconcertado y ríe con una risa muy estúpida. Los hombres, dice el tío Albino, deben mirar a las hembras, es cosa de machos y es normal. Y yo no me arrepiento de mirar, para lo que hay que ver últimamente en mi barrio y en la escuela. Siento que me mira perturbado pero a mí no me hace un respingo. Ahora se sienta atrás junto a mí y después de lavarse con agua de un bidón, las manos, me pasa pedazos de emparedados de jamón serrano y tortillas que me como en un santiamén, llena la barriga me entrego a mi juego favorito, jugar con “dado mágico”, y comienzo a pensar en los monstruos que vamos a cazar con Lucio y ella. ¡Tiene un nombre tan feo...Alana! ¿A quién se le ocurre llamarse Alana? Pero así le dice mi padrino con voz de...galán de cine. Ella trata de no demostrar nada pero yo le noto que pierde el seso por él. Pero él tiene su mujer y sus cuatro hijos en Pueblo de los Álamos, y según entiendo son una familia "modelo" dice mamá cuando se pelea con papá. Él ni la mira...o eso creo. El traqueteo del coche entre los hoyos del camino me ha dado ganas de echarme una siesta de esas que suelo tomar en casa de mis abuelos en Río de las Águilas, debajo de los cerezos y durazneros atrapando abejorros y cigarras, para el insectario de biología. Un sueño blando y profundo me hace despegarme de la realidad. Sueño sin pudor con los tiempos de juegos en la vega de Antonio, en el solar de los abuelos, los padres de mi madre. Allí juntábamos lombrices y moscas y nos íbamos a pescar al arroyo de Los Toritos, bandadas de cotorras y teros nos alertaban de cualquier peligro. También soñé con ellos, mis primos del campo, con quienes componíamos un corrillo de ruidosos y alegres muchachos, con los que viví momentos de ensueño. Me despierta un terrible golpe que hizo que atronara la carrocería del coche. Me enderecé y vi, que habíamos quedado semi volcados sobre la parte derecha del mismo. Un terrible pozo rompió el eje y Lucio se agarraba la cabeza...Miré hacia todos lados y no se veía ni un solo ser vivo. Habíamos aventajado a varios camiones en el medio día, pero yo que dormía, no sabía si en el tiempo de mi sueño habíamos cruzado a alguien más.  Escuché varias palabrotas no reproducibles, en boca del padrino. Luego un silencio pesado me urgió a descender y tratar de hacer algo. Era casi el crepúsculo y un paño de añil serpenteaba por los matorrales. Un choique cruzó corriendo y detrás una bandada de polluelos, los charitos, lo siguieron. Ya estábamos en la desértica Patagonia, donde no vive casi nadie y sólo de vez en cuando aparecen camiones del ejército y algún que otro transporte con fardos de lana. La desolación de Alana me perturbó, lloraba y su cuerpo se sacudía rítmicamente. Mi padrino vino a ayudarla a salir de esa incómoda ubicación, para ello se tuvo que tomar del cuello de él y así saltar hasta el camino. Yo sentí una curiosa sorpresa ver como se demoraba en brazos del `patrón´, pensé en la pobre mujer que se había quedado cuidando los niños. Luego, me ofrecí para ir en busca de ayuda...pero no me permitieron diciendo que aún era chico y el padrino partió caminando por esa abrumadora ruta Nº 40, hacia lo desconocido. Sólo llevaba una cantimplora con agua y yo me imaginé muriendo de sed en ese desierto terroso y dañino. Ella, ya no lloraba y se sentó junto a un quetrihué algo carcomido por ratones y viento, que solitario llenaba de serena seguridad entre las dunas ariscas a quien pedía un refugio. Cuando alzó la mirada me sonrió y me hizo una caricia negociadora. Yo bajé la guardia, tengo que reconocer mi miedo a lo desconocido, me acerqué y juntos comenzamos a comer la comida algo agria que nos esperaba entre los bártulos, como le decía papá, que traía Lucio y de las valijas con la mercadería que como segundo motivo lo movían. El verdadero trabajo que lo aventuraba por esa inmensidad desolada, era instalar en un pueblito del sur la oficina de correos, ya que él era quien daba el visto bueno al lugar y a los hombres o mujeres que se harían cargo de la estafeta postal de nueva creación. El ferrocarril se encargaba de mover la correspondencia una vez que estaba todo listo y él aprovechaba a llevar muestrarios de joyas, telas, ropa y un sin fin de chucherías con lo que agregaba buen dinero a su sueldo.

Alana me observó y comenzó a acicalarse, su blusa fue desabrochada y pude ver su corpiño blanco con puntillas...pero lo que me produjo una rara sensación entre mis piernas, fue la redondez y blancura de sus senos. Apenas pude mirar porque ella se cubrió rápidamente. Yo advertí que mi sexo estaba diferente; era la primera vez que la veía de ese modo. Mi rostro era una brasa ardiendo y creo que ella lo advirtió por eso se irguió y caminó por la orilla de los matorrales de colapiche y coirones, como buscando poner distancia y decoro. No supe que decir y me dediqué a limpiar el automóvil, levantando un polvaredal que la hizo estornudar hasta que me suplicó que dejara de hacerlo. Así vimos a la distancia un camión con sus luces exangües que se aproximaba por el camino. La bocina algo sorda y resfriada, nos advirtió que llegaba ayuda y en efecto con el vehículo trajeron un cable y nos arrastraron con seguridad entre los baches hacia un lugar desconocido.

            La casona estaba construida en un campo donde criaban ganado lanar y caballos de tiro. El hombre era un rústico labrador y su mujer una tímida campesina de origen extranjero, por su modo parco de monologar descifré inglesa o algo así, y apenas hablaban español. Muy arrebolada y alerta, la mujer de edad imprecisa, arregló una habitación para que pasáramos la noche. Yo me sentía feliz dormiría en una cama de verdad después de varios días. Lucas me tomó del hombro y me arrastró hacia la zona donde había quedado el auto, con particular fuerza. Allí me explicó que debía ser prudente y que no podía decir que Alana no era su mujer, que yo pasaba como hijo y que debía dormir en otro lado. Mi silencio sería muy bien retribuido y así nos ayudarían...creyendo que éramos una familia en problemas. Una gran furia me penetró por todo el cuerpo, transido de sorpresa y exaltación comenzó una sensación de malvada desesperación. Pero me quedé en un mutismo porfiado, y me acerqué a la mesa tendida para comer sin mirar siquiera a esa granuja que había encendido una extraña pasión en mi cuerpo adolescente. Con el pasar del tiempo comprendí que los celos me habían despertado instintos malsanos, pero propios de mi edad. Comimos y yo en silencio imaginé un millón de formas de venganza, mientras ellos dialogaban apenas. El cansancio y las ganas de estar juntos hacían que apuraran el alimento y la bebida. Cuando todo terminó me encaminaron a un rincón donde habían improvisado un catre y allí debí dormir esa ingrata noche. Me venció el sueño y entre el sopor pude escuchar las suave risa de Alana que no dudé, estaba en brazos de mi joven desenfrenado y sobón padrino. Esa noche crecí y comencé mi adultez. Esa noche supe lo que significaba la infidelidad y el dolor de lo inconfesable. ¡Casi me sentí incestuoso!

            Por la mañana muy temprano me despertaron las voces y el ruido de martillos y herramientas que reparaban el  eje y al mediar la mañana ya reparado el coche partimos. Ella apareció con un vestido de algodón floreado, su juventud realzada por un pañuelo en el cabello suelto hasta la cintura y sus mejillas sonrosadas y frescas con un toque de bienestar y dicha en el brillo de los ojos color miel. Mi impresión fue total, ya que parecía una chiquilina de casi mi edad. Un dolor me arredró y sentí ganas de salir a matar a mi padrino. Lo odié y subí al automóvil asumiendo que haría algo para desquitarme.

            Lucio me miraba por el rabillo del ojo y tarareaba una canción que me parecía fúnebre y para ofenderlo le endosé un enrevesado discurso sobre lo hórrido de su canto. Se reía y yo más enojado quise pegarle y esquivando mi puño me comenzó a decir que entre Alana y él sólo había mucha confianza y respeto... así que cuando llegáramos a Petriel, yo dormiría con él y ella en otra habitación sola y que nada había sucedido en aquella casa y que tenía horror a mi mala impresión. Nada me conformaba ya que yo había descubierto el sinsabor del deseo carnal mirando los senos dorados y mórbidos de la ahora frágil compañera de aventura. Pensé en la tortura que pudo haber significado para ella la engañosa muestra de un amor mentiroso e insensato, impuesto por su patrón por la fuerza. Ella seguro que había sido forzada y embaucada por Lucio, obligada por la necesidad de mantener un trabajo... Al atardecer cuando ya llegábamos a Petriel, ella juntó fuerza y me habló de su amor incondicional por mi padrino y sentí que seguramente no regresaría nunca a mi hogar. Antes moriría de amor.

            Petriel era un pueblito de pocas casas y gente sencilla. Su arquitectura me hacía acordar a Río de las Avispas. Casas chatas de una sola planta y con enormes patios sin árboles ya que el viento impedía su desarrollo. Algunas lengas torcidas, maitenes y teniús, asomaban entre los cercos de adobe de unas pocas viviendas. En la plaza estaba levantado un pequeño templete para una estatua que no llegó nunca de la capital y los muchachos del lugar se subían remedando a figuras imaginarias sobre su estructura de cemento y concreto. Eran muy divertidos y pronto me dediqué a acercarme a ese grupito de holgazanes para enfrascarme en charlas de "citadino" versus "pueblerinos", pero ellos eran chicos despiertos y sin vericuetos en su simplicidad que me dejaron sin argumentos para agrandarme frente al  grupo. Así también aprendí a ser más noble y consolidé amistades que aún guardo.

            Mi padrino buscó un sitio para instalar el correo y encontró una viuda seria y responsable como oficinista, le ayudaría un muchachito de casi veinte años y la inauguración se hizo con la presencia de todo el pueblo, incluyendo al cura párroco, la maestra y el policía...que hacía como doce años que no ponía preso a nadie. Así llegó el momento de regresar. Junto a nuestros "bagayos", amontonamos regalos que nos habían hecho. ¡Eran muy generosos!

            Regresamos y volví a sentir un fuego abrasador en mis muslos, sexo y corazón cada vez que Alana iba al baño entre los amancays o los topa-topa, y yo desvergonzadamente espiaba sus muslos rosados y pródigos de juventud. No quería que llegáramos nunca. Aceptaba sus chanzas, me hacía el pícaro y me daba de comer en la boca y le mordía los dedos suavemente... ¡Ella se reía sin comprender! Le tocaba tiernamente las piernas cuando se dormía y gozaba pensando que con el tiempo sería mía. Al fin terminó el viaje y yo regresé a mi casa donde conté algunas de nuestras aventuras, sólo yo sabía cuánto dolor me causaba conocer la verdadera conducta extraviada de mi padrino. Supe que Alana se había marchado a su pueblo en el litoral. Le pedí a Lucio su dirección y me la dio diciendo que no fuera chismoso...él nunca sabría el desesperado apasionamiento que en mí despertaba; la amaba. Escribí ciento de cartas. Nunca me contestó. Cuando ingresé a la facultad, recibí una tarjeta de ella. Estaba en la capital enferma y quería verme. Su mal era incurable.

            La encontré casi inconciente en una clínica de muy poca categoría de los suburbios. Se abrazó llorando y me pidió que trajera a su "amor". Con una furia inexpresada lo busqué y lo arrastré a su lecho. Él, indiferente, la trató sin mayores ternuras. Desmayada en su final me pidió que no la dejara sola y esperé su desenlace, con iracundo desconsuelo. Aún amaba a esa mujer que apenas me superaba en edad y que había desentrañado mis más intensos ardores juveniles. En el sombrío recinto donde espiró, pude cumplir el mayor de los anhelos...besar su boca deseada. Partí sollozando y supe que había vivido un amor extraordinario.

            Hoy que lucho con mis votos sacerdotales. De las manos del mismo Cardenal Primado tomé los Óleos Santos y profesé mi verdadera pasión por la vida. Ella, Alana, quedará en mi profundidad como la llave de amor con mis pequeñitos hermanos en el  pecado, los mismos que arden dentro de este cuerpo mío. Sólo conociendo el amor y viviendo una pasión arrasadora, como la que me consume el alma, puedo ser un hombre de Dios... íntegro.