lunes, 6 de septiembre de 2021

CONSIGUIENDO UNA HERENCIA INESPERADA

 

                        Gervacio caminó un trecho entre calles deshabitadas. El tren lo dejó como a veinte cuadras. Miró y releyó el diario que había encontrado en un banco de la estación. El anuncio decía que se necesitaba un acompañante masculino para atender a señor mayor. Una dirección clara y hacia allí se dirigió.

                        Casi una cuadra antes, le sorprendió que la calle se desdibujara entre matorrales crecidos entre la arboleda. La necesidad lo inclinó a continuar. Esa semana debía abandonar la pensión y unos pocos ahorros habían volado como águilas venturosas. Buscó entre el ligustro la numeración y encontró los números finales. Todo estaba destartalado. Viejo. Un olor a muerte, hongos y moho, cubría hasta las rejas que antaño fueron magníficas.

                        Golpeó una aldaba y esperó. No apareció nadie. Cuando ya estaba por abandonar el pórtico sintió un ruido. Alguien se acercaba. Era un golpeteo rítmico. Se entreabrió la puerta y apareció un anciano que se deslizaba en un andador metálico. ¡ Ese es el ruido! Pensó Gervacio y haciendo un saludo tímido, comenzó a solicitar el empleo que había leído. El hombre lo miró asombrado. – “Ese anuncio es del año 1985, señor, no comprendo cómo usted lo encontró hoy. Pero pase, lo necesitamos”- Le dio la espalda y comenzó a caminar por un corredor de mármoles y marquetería. A medida que se adentraba en el salón, se podía escuchar el ronquido áspero de un hombre que de atrás se veía sentado frente a una chimenea pobremente encendida. Afuera no hace frío, pensó Gervacio, pero imaginó que esos seres sentían todo el frío de la edad. Seguro entre ambos sumaban casi doscientos años.

                        Cuando logró pararse frente al anciano, notó que dormía. Esperó hasta que el otro vejete, lo samarreó. Abrió unos ojillos cegatones, y lo escrutó suspicaz.- ¿Cómo te llamas? ¿Cuándo llegaste?- Cascada la voz y sombría la mirada, fue deslizando por el maltrecho cuerpo del aspirante novato. -No sirve. Está más débil que tú y yo. – dijo, buscando volver a su letargo febril. El otro viejo, desesperado, comenzó a gemir. La voz entrecortada sugirió que debían probar, que él ya no podía más, que lo dejara ir a un geriátrico para viejos moribundos. La mirada estrábica iba y venía del andador al viejo del sillón y de él, al aspirante. – “Está bien que se quede, enséñale tus tareas y luego puedes ir  a tu mausoleo público”.- El anciano lentamente pero con la velocidad que le permitía su inteligencia, buscó un pequeño bolso y saludando al amo, se deslizó con un maletón hasta la puerta y desapareció.

                        Gervacio comprendió que estaba solo con el desconocido. Comenzó por inspeccionar detrás de cada puerta y armario que se cruzó frente a él. Encontró un sin fin de libros, viejas cartas y papeles, ropa pasada de moda, pero limpia y cuidada. Imaginó que debería acomodar ese espacio y a ese geronte que seguía solitario, roncaba en el sillón. Subió por las escaleras y de pronto se encontró en una habitación de proporciones opulentas. Bellos muebles y cortinados, cubiertos de polvo, escondían en su olor a viejo, el tiempo que nadie dormía en cada aposento. Abrió con dificultad las celosías. El sol opaco, con nubes grises, fue el toldo que impidió el reflejo del espejo. La habitación era soberbia. Sacudió entre estornudos y atchíses y, luego, escuchó el grito agudo del anciano que lo llamaba.

                        Pronto estuvo a su lado y el viejo pedía comida. Salió en busca de algo para darle y luego de husmear por las alacenas casi moribundas, encontró restos de un pollo rancio y pegajoso, al que lavó con el chorro de agua de los grifos y sirvió debajo de unas débiles hojas de lechuga. En su ceguera el geronte comió y le pidió que lo llevara a dormir. Cuando lo hizo, en brazos, el hombre no podía creer que su lecho, lo esperaba para amparar el sueño. La noche manteaba la cama con ese vegete ruidoso. El cuidador comenzó a investigar cada rincón de la vivienda para conocer el terreno. Así, encontró trastos y mugre. Archivos de un valor relativo. Sólo quería saber con qué contaba para proveer al patrón y mantenerse. Encontró una habitación aceptable y allí aterrizó su sueño. Clareaba cuando el sofoco del hombre lo despertó. Corrió a medio vestir y acercándose, escuchó el tintinear de monedas. – “Tome buen hombre vaya a comprar comida”.-  Sin mediar palabra indicó la salida, antes le pidió que lo asicalara. Luego en brazos descendió al viejo sillón donde lo encontrara el día anterior. Regresó presto con leche, pan, carne, embutidos y frutas de estación. Preparó un buen desayuno y se sentó junto al viejo para saber qué quería. La lista de tareas era casi interminable.

                        Lentamente fue creando una rutina. El anciano no manifestaba reconocer que él, era otro diferente al del andador.- “¡Dinero tiene!”- Luego de limpiar y reordenar los papeles, descubrió que estaba junto a un anciano rico y medio loco. Supo pronto que no sólo debía manejar el vetusto cuerpo, sino las aciendas decrépitas que les daba de comer. Se puso al día con los libros de cuentas de estancias y viviendas en alquiler, que en número de cincuenta, poseía. Gervacio, comprendió que si era hábil, pronto podría disponer de más dinero del que jamás soñó.

                        Pasado varios meses, comenzó a recibir a los inquilinos que solicitaban hablar para pedir eximisiones de pagos e intereses. Él, en su papel de custodio, no sólo les exigía el pago total, sino que requería nuevos contratos con valores reales. Muchos dejaron las propiedades, otros aceptaron y su vida fue cambiando.

                        Una tarde de invierno escuchó un extraño ronquido, que se despeñaba de la garganta del viejo. Corrió y sostuvo su mano laxa. Había dado el último suspiro. ¿Qué podía hacer? El cuerpo estaba casi momificado por la vejez y dejadez en que lo había mantenido el otro criado. Descubrió que lo había saqueado sin pudor, llevándose platería y cuadros de valor. No sabía dónde buscarlo. Se tomó todo el tiempo buscando entre los papeles un hijo o descendiente del anciano, pero no lo encontró. Así, pensó esperar hasta que vinieran por él. Pasó el tiempo. En el sillón, el señor, iba tomando un color ceniciento y oscuro. Recordó unas láminas de los faraones y momias egipcias de algunos libros de la biblioteca. No tenía frente a sí, a un cadaver, era un espectro que lo acompañaba platicando con cada suceso que acontecía. Así pasaron los meses y años. Él, era hasta ahí, el único heredero. La vida se deslizaba sin problemas hasta que un día sintió una punzada en el pecho. Cuando al tiempo abrió la policía la casa, encontraron a los dos hombres momificados y cubiertos de polvo y telas de araña.  

1 comentario:

  1. me encanta cada cuento tuyo. tengo la esperanza de seguir disfrutando todas las noches,se ota tu calidad humana. DIOS te dé cada dia más talento y muchos premios a tu creacion.

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