viernes, 31 de julio de 2020

LOS HERMANOS




De la mano sostenía el niño a la pequeña de la mano.
Cruzaban las vías del tren solos, de la mano.
Despeinados, sucios y descalzos. De la mano.
Tironeaba el mayor para apurar el paso y la mano
con la piel agrietada y oscura sostenía un trozo de muñeca
Él, la apuraba. No había un adulto cerca de los niños.
Solos iban, solos, de la mano. Con el hambre en la mirada
Sus piernas flacas y su panza abultada, con ojos fijos
en la gente indiferente que apenas los veía. Ni una mano.
La piedad caminaba descalza junto a ellos, sola y ciega.
Cerca, las barreras comenzaron a moverse y los niños
de la mano, corrieron apurados. El tren estremecía
sin piedad la tierra bajo los pies desnudos y brutal sonido.
Los hermanos buscaban la esperanza que ha huido de su vida.
Siempre, si pueden, irán tomados de la mano.


BRINDO



 Brindo por la palabra que embriaga mis sentidos
Las que arrebatan mis sombras y las llevan al espacio
Brindo por los poemas que como fuego me encienden
Un fuego que juega limpio entre las manos hambrientas
Esas poetas que viajan al extremo, al paraíso esperado
Fuerza de diálogos vivos atravesando la vida
Reto a la magia del viento desparramando belleza
Brindo por ojos lejanos, por labios que dicen poemas
Por pasos de duendes que engarzan, melodías azules
Cascabeles celestiales, arpegios que crepitan en las calles.
Brindo por los que sueñan, los que trafican palabras,
Los que construyen montañas con versos y mariposas.
Por toda la poesía que vuela entre nubes blancas. Brindo.


VOLAR EN GLOBO POR CAPADOCIA



Turquía era un viaje que me había inspirado mi amiga antes de fallecer. ¡No dejes de conocer Turquía, me dijo, es un país de ensueño! Vendí mi auto y allá fui. No me arrepiento.
Estambul, tiene el sabor de la gran ciudad de miles de años e historia. La Mezquita Azul, que estaba en plena restauración, donde encontraban antiquísimas pinturas cristianas anteriores al apogeo Otomano, Santa Sofía que es ahora otra mezquita, y que tiene menos minaretes que la anterior nombrada. ¡Gloriosas!
La zona donde están los hoteles es muy cosmopolita; según nos explicaron, el país se estaba preparando de mil maneras para entrar en el Mercado Común Europeo, para lo cual había abierto su mente todo lo posible a la vida de Europa.
Conocimos el famoso “Mercado de las Especias”, donde se mezclaban tiendas de comestibles: arroz, pistachos, dátiles y mil sazones con joyerías donde el oro abarrotaba las vidrieras. Ropa, Carne de corderos que yacían colgados en ganchos, verduras de mil tipos y pescados de mar, todo en secciones interminables. Yo, que soy amiga de regalar quería comprar todo. No era caro y les encanta regatear. Hablaban muchos idiomas, pero me manejaba bien con el italiano. El único inconveniente eran los chóferes de taxis. A pesar de ser musulmanes, y que su ley sagrada les impide robar, nos hicieron trampa con los billetes de liras turcas. Hasta que me atreví con uno y amagué llamar a la policía. ¡Nunca más nos pasó! Deben haberse pasado la voz: ¡Hay tres argentinas que se avivaron!
Finalmente pasamos a la zona asiática de Turquía. ¡Una maravilla! Contratamos un guía que era erudito en historia, hablaba perfecto español y era muy simpático. Así, en autobús comenzamos a conocer ciudades y pueblos que están en los libros de historia y hasta en la literatura universal. Conocimos Izmir (Esmirna), Troya con un enorme Caballo de Madera que nos remonta a la Guerra de Troya (queda a varios kilómetros del mar), Éfeso (eso relato aparte) y llegamos a la capital, Ankara.
Éfeso es un lugar mágico. Tiene hasta los antiguos baños públicos donde mientras hacían sus menesteres, hacían negocios, tenían charlas políticas y sociales, armaban casamientos y debatían problemas familiares, todos sentaditos entre hombres y mujeres. El agua corría debajo de los asientos de mármol y ellos campantes como en el living de su hogar.
Fue en Éfeso donde conocí la “Casa de la Virgen María y san Juan el Evangelista” que fue encontrada por una Beata Alemana. Es una pequeñita construcción de piedra, con una entrada y una salida, sin mucho espacio. Han pintado una imagen de tipo Cristiano Ortodoxo en las piedras y hay un mínimo altar para orar. Hincada rezando, sentí un empujón y caí de lado al suelo de pedregullo. ¡No tengo explicación, nadie me empujó, lo juro! Afuera hay una enorme piscina de piedras y una pared desde donde mana agua para lavarse y beber, imagino que es súper bendita. Se pueden prender velas blancas en un sector u la gente prende telas de color o blancas en un muro junto a una súplica o un agradecimiento. Me faltaban manos para sacra fotos que atesoro con amor.
Yo no quería salir de ahí, pero había que seguir, en los viajes el tiempo es oro y como decía mi madre: “Hija son dólares”.
Llegamos a Capadocia. ¡Dios, que locura! Es una ciudad milenaria excavada en las piedras donde habitaban seres humanos desde no se sabe cuánto. Luego se llenó de cristianos. Estaban reducidos a esconderse para no ser muertos por los “gentiles”. Con hornos, bodegas, lagares, iglesias, dormitorios, pasadizos que se cerraban con enormes piedras redondas como ruedas de roca para que no ingresaran los extraños. Pero estaban comunicados en cientos de pasajes internos con salidas de aire y entrada de agua a cisternas. El viento ha tallado algunas columnas que rematan en conos que semejan sombreros de enanitos de cuentos. Y el cielo…poblado de globos aerostáticos de mil colores que muestran desde el cielo ese mundo de enigmas y secretos. Místicos espacios destinados a hacernos meditar en la vida actual.
Me quedé con enorme deseo de viajar en esos globos. No pude hacerlo y me sentí mucho tiempo enojada conmigo misma por no atreverme. Verdaderamente una pena.
El regreso a Estambul, nos trajo a la ciudad pujante, llena de excelentes artesanos en cuero, las famosas alfombras y exquisitos platos de comida.
El palacio de los Emires Otomanos, son inmensos. Cientos de aposentos y cocinas y cuadras para animales. Lo más llamativo es el museo con las joyas de los emires. El trono de oro con incrustaciones de piedras preciosas, adornos para la cabeza recamados en oro y plata con esmeraldas de tamaños descomunales, sí, enormes. La daga del Sultan Suleiman El Magnífico, tiene tres esmeraldas y como cien diamantes, que debe pesar diez kilos. Sus anillos, prendedores y gargantillas son espectaculares. No me permitieron sacar fotografías. ¡Era lógico! Justo en uno de sus patios se desarrollaba una ceremonia oficial de militares turcos, todos vestidos de terciopelo rojo. La banda tocaba una música muy bella.
Luego fuimos a un monumento al Padre de la Patria del siglo pasado que hizo de Turquía un país  moderno. Mustafá Kemal Atartürk
Regresaría si pudiera.

UN PARAÍSO LLAMADO COLOMBIA



Como entusiasta por la poesía y la narrativa fui a encontrarme por primera vez con varias escritoras y escritores en Colombia. El primer viaje que hice al país de “Macondo”, tanto leer a García Márquez, una persona soñadora como yo, logró entrar en el país más cercano a lo fantástico: Colombia.
Llegué a Bogotá y desde el clima húmedo pero cálido, sin grandes altibajos hasta las avenidas que me trasladaron al lujoso hotel, me llenaron de placer.
Apenas me acomodé busqué un taxi y le pedí me llevara a hacer una recorrida hasta que pudiera presentarme al “Congreso de escritores”. Me trasladó hasta un cerro en donde se venera a la Virgen de “Monserrat”, un templo con escalinatas de piedra que me acercó hasta el famoso Cristo Negro, con una historia que me dejó pasmada por interesante y desconocida. Luego me llevó a un parque Botánico y fue delicioso ver ciento de ejemplares de orquídeas, plantas exóticas y bellas. (Siempre soñé tener orquídeas en mi jardín pero con el clima de mi zona es imposible). De regreso al hotel, encontré a un nutrido y alegre grupo de poetas y narradores de varios países de América. Hoy las considero mis amigas y amigos, con los que permanezco en contacto.
Pronto comenzó el congreso o encuentro. ¡Un lujo! Escuchar las diferentes voces poética, las anécdotas y la cultura de cada uno y de todas. Fue mi ingreso a un paraíso lleno de joyas humanas. Una de las escritoras mexicana, cada día  del tiempo que duró en encuentro, vistió preciosos trajes de diferentes regiones o culturas de México. A veces descalza con polleras bordadas a mano en piedras con paisajes o flores, aves o imágenes Mayas o Aztecas… una belleza rara.
El grupo era tan diverso que aprendí muchísimo sobre la cultura de Perú, Guatemala, Honduras, Ecuador y hasta de las diversas regiones de la misma Colombia.
Recorrimos las enormes y modernas bibliotecas de Bogotá y sus alrededores. La casa de García Márquez, donde habitaba su hermana ya que él, tuvo que irse a vivir a México por amenazas de las “Guerrillas” que asolaban al país.
La riquísima comida colombiana, las frutas y verduras, llenaban las expectativas de conocer las costumbres del pueblo. Tomé el famoso “Tinto” que no es como en mi país un vino, sino el mejor café que he bebido después del que probé en Italia. Sentarnos en un albergue a orillas de un camino de cornisa a beber un Tinto, es toda una experiencia poética. Las famosas “pailas criollas”, un plato que tiene chorizos, maíz, aguacate, huevo frito… y verduras de estación…¡Una delicia!
Cuando nos reuníamos a escuchar a los poetas, sentíamos vibrar el corazón de la tierra de nuestros pueblos y conocí el alma de la tierra criolla. Como en Colombia hace muchos años que hay problemas de “guerrillas” nos cuidaban mucho, nos acompañaban policías que terminaron siendo amigos del grupo de escritores y al final, terminaron recitando poesías o contando historias populares de sus pueblitos. En los autobuses que nos trasladaba a diferentes universidades o bibliotecas, para los recitales o conferencias, se cantaba. Un bochorno para nosotros las argentinas, que en general, no conocíamos la letras de los “tangos” y que todos ellos, sabían como el Ave María. Colombia ama a Carlos Gardel, y por haber muerto él en Medellín, lo tienen como a un héroe nacional.
En general, los argentinos comunes, no hemos aprendido la letra de los tangos. Tal vez, porque en mi generación, era mal visto que una muchacha cantara y bailara tango, hoy es “Patrimonio Universal”, pero recién ahora se lo acepta entre nosotros como debe ser. La música típica de la metrópolis de mi país. Argentina es tan extensa en territorio, que tiene muchos tipos de música regional: zamba, cueca, chacarera y chamamé, entre otros.
Ellas y ellos, los poetas de América sabían las letras de los tangos y cantaban mejor que Tita Merelo o Libertad Lamarque, artistas de la década del cuarenta y famosas.
  Entre tangos, marineras, baladas, boleros y folclore colombiano, llegábamos energizadas a escuchar conferencias, ponencias lingüísticas y poesías a los claustros universitarios.
Cuando llegó el final, tuvimos un broche de oro: “En la casa de José Asunción Silva, poeta único y cultísimo, un día a pura poesía”. ¡Qué placer!
La despedida final, llena de abrazos y lágrimas. Intercambio de libros y poemas, recuerdos de fotos y discos para oír música de los países amigos. Y un Adiós, que nos comprometía a volver a vernos en el próximo encuentro en Panamá.
Me quedó tanta urgencia de conocer mejor Colombia, que tomé un paseo por la costa y viajé a Cartagena de Indias y Medellín. ¡Una experiencia maravillosa que guardo en lo más profundo de mi corazón! Declaro que Amo a ese país alegre, ruidoso, cálido y generoso que espera con bellezas y su música a todos para abrazarlos.
Te recomiendo no salir de Colombia sin comer una arepa de huevo con un trago de aguardiente o ron. ¡Es el espíritu de su pueblo

miércoles, 29 de julio de 2020

INOCENCIA DEL AGUA




Atajo en el estanque las libélulas de arcoiris en la niebla
Subo por la escalera de agua de los suspiros; plata y oro.
Contagia el susurro de la brisa inestable los labios rojos,
De la luz en la tiniebla de la playa solitaria.

La cascada de fuego gotea su dulce crepitar de hielo,
De sombra, de hadas, con su magia de rosas negras,
Que caminan por las aguas umbrías de una ciénaga
Esa que se forma con sangre, greda y vino.
Y la copa de cristal con aristas de estrellas y humo
Perfilan la inocencia del agua que descarga su fluir en la roca.

EL ADIÓS




He pasado apretando los puños,
descalza entre la niebla,
solitaria en la tarde de papel y sonrisas.
Las cuerdas y mis voces en silencio arrebatan aplausos
de la historia que olvida en su camino
una calle empedrada de sueños.
Necesito abolir a la distancia el recuerdo de mi infancia,
las añejas calesitas despobladas de amigos,
allí donde cabalgaba mi inocencia adamascada y
los suspiros en la grupa de lágrimas dormidas.
Atrapando los ayeres perfumados de incienso
El pasto ensangrentado.
Los viejos candelabros de plata adormecidos
en el albo mantel.
La copa desgarrada en gritos de vino consagrado
al Dios de mi esperanza.
 El pan caliente.
El olivo.
Necesito callar los pétalos caídos
que susurran palabras de nostalgia
de esta niña mimada del silencio y la lluvia.
Un almendro sin flores, sin muñecas ni grillos...
Mis manos despojadas.
 A la distancia un sol anaranjado.
Una estrella de rostro almibarado
jugando a las canicas de bella porcelana.
Ya no juego, canto en la brisa, transporto caracolas.
Mi playa está desierta de gaviotas y de espuma.
Y el adiós el adiós sin rostro y sin palabras.


LLEGANDO A TAIWÁN




Fue un viaje mágico. Al pisar tierra y enfrentar ese mundo de gente arremolinada con sus bártulos, ver cada rostro con sus ojos llenos de luz, me sentí que entraba en un el territorio irreal de otro planeta. No veía en ningún rincón un occidental y pensé que estaba irremediablemente en otro mundo. Entendí lo que es ser analfabeto. Cada cartel, cada señal, me era ajena. No entendía qué decían esos signos que ordenaban la vida de los humanos. ¡Gracias a Dios iba rodeada de mis amigos que sí, eran taiwaneses y me ayudaban!
Estaba invitada a la boda de uno de mis alumnos que había alfabetizado en castellano en Argentina. Viajé con toda esa hermosa y generosa familia de 35 personas. Apenas pasamos aduana subimos a una trafic para ir a Taichung, nuestro destino. Cansada y sorprendida, miraba un verdadero enjambre de autopistas que se enrulaban en distintas direcciones y en distintas alturas una sobre otra como los edificios de departamentos de las grandes ciudades.
Desde la ventanilla miraba sorprendida en las casa luces rojas. En mi ignorancia pensé: “¿Cuántos Hoteles Alojamiento o Burdeles?” Cosa que no congeniaba con el estilo de vida de los “budistas” y siendo tan estrictos con la educación de las tradiciones. ¡Me equivocaba! Supe al llegar a la casa de los mayores, que eran los “altares familiares” que se entronizan en cada vivienda a los Antepasados.
Esa noche caí redonda al lecho. Habían alquilado una cama occidental, para mí, ya que ellos duermen en edredones en el piso de la vivienda. A la mañana siguiente sentía la sangre como si hirviera. Era el haber dado vuelta alrededor del mundo hacia oriente. Me esperaban en la casa de al lado. Las viviendas tienen cuarenta metros cuadrados. Y son muy pequeñas. Poseen un baño mínimo, pero con una profunda bañera con agua caliente que disfruté. No tienen cocina al estilo occidental, ya que el ama de casa se sienta en un pequeño escabel, corta las verduras en un recipiente y por orden del gobierno no pueden acumular desperdicios por cuestiones ecológicas. Ya no hay espacio para la contaminación. Es una isla de alrededor de seiscientos kilómetros cuadrados con una montaña en el medio y agua alrededor con más de cuarenta y cinco millones de habitantes. ¡Hasta los perros están en jaulas apiladas una sobre otra en las (ínfimas callejuelas) como en propiedad horizontal!
El desayuno excelente. El cariño indescriptible. ¡Pero me tenía que adaptar a su tradiciones! Por lo que la primera tarea fue asistir a saludar a los ancianos de la familia. En la casa de la “Abuela” caí como un extraplanetario. Me acercaron a la dama que ocupaba un sitio importante. Allí, yo, ignorante recibí un “rosario de cuentas budista” y que tomé afectuosa y le “plantifiqué un beso en la mejilla a la abuela”. ¡OH, el ¡Ay! ruidoso de toda la familia me paralizó! ¿Qué hice? Ella sonrió y dijo algo en taiwanés. (No se preocupe… he visto en televisión que los occidentales se dan besos). ¡Era la primera vez que alguien en su vida le había dado un Beso!!! Ni siquiera el esposo, ni los hijos, ni los nietos. ¡Ni sus padres! Y yo, mendocina ignorante le dí el primer beso de su vida. No sabía dónde esconderme. Pasado ese momento, me subieron a un auto y por tortuosas callejuelas me llevaron a un sitio donde según me explicaron tenía que honrar a el “Abuelo” que había fallecido hacía poco tiempo. Llegamos a un parque de no más de una manzana. Allí había una especie de tumba redonda frente a un atrio donde a los costados había dos estatuas de cerámica de colores vivos, que representaban a un hombre y a una mujer. Vestían trajes tradicionales. Me entregaron tres varillas de incienso color rojo con letras doradas, me indicaron que pidiera autorización a las figuras de cerámica para acercarme a la tumba. Así lo hice. Explicando quién era yo, y luego comenzó mi ceremonia de bendición y honra al “Abuelo”. Lástima que no tenían una filmadora, sería genial para una película ver una mujer occidental, haciendo reverencias con el fuego sagrado de las varillas. Luego el resto de la familia hizo sus bendiciones. Yo como católica me sentí muy emocionada, Dios, pensé está aquí junto a mí.
Cuando regresamos a la casa, me sentí muy feliz. Pero…debía ir a la casa de otro familiar a cenar por mi condición de docente de los futuros esposos. Allá fui, con un regalo: Un disco de Tangos, porque la dueña de casa amaba el tango Argentino. Conocía todas las letras de memoria: Gardel, Tita Merello, Discépolo, Del Carril…en fin yo ni se la mitad y tampoco lo aprendí a bailar, cosa que siempre lamento. Esa noche me recibieron como una reina. Catorce platos diferentes era el menú. ¡La esposa del hijo mayor, cocinaba sin participar de la cena! Yo no lo podía creer.
Antes de la boda, me llevaron a conocer el Instituto donde habían estudiado mis alumnos. Era un colegio Jesuita. El director, un norteamericano, sacerdote, hacía diez años que vivía en Taiwán y a través de mi italiano, ya que no hablo inglés y mínimo mandarín, le pedí la comunión. ¡Nunca lloré tanto como en ese momento! Tan lejos de mi patria, rodeada de budistas y tomado la Santa Hostia, era un regalo que me deparó la vida.
Luego de la ceremonia donde se prometieron Kuo Wei y Pey Ti, me invitaron a conocer el sur; tomamos el tren a Caushung, y atravesamos los campos de arroz de esa hermosa isla. Isla que fue nombrada en la antigüedad como “Formosa” por jesuitas portugueses…y realmente es hermosa. Pasé veintinueve días increíbles.
Siempre me sorprendo reconocer que no conozco zonas de mi país y recorrí de norte a sur y de este a oeste aquella maravillosa y pujante isla: Taiwán.


UN TERREMOTO EN CHILE



Mi cumpleaños es en el mes de febrero. Para festejarme, me invitaron a ir al norte de Chile una semana. Adoro la comida chilena y sus playas del norte, donde se puede ingresar un poco al mar, ya que no hay agua tan fría. El hotel muy bonito, con amables personas que nos atendían de maravilla.
Siempre solemos ir a Santiago y a Viña del Mar, que queda en la Quinta Región, pero allí las playas son pequeñas y el agua muy fría. De todos modos, me gusta subir  a Valparaíso y andar por las calles del puerto y llegarme a la casa del poeta Pablo Neruda, La Chascona. Allí hay objetos que usaba en vida y como buen escritor, coleccionista de objetos varios.
El olor de las Caletas con los pescadores que venden los frutos de mar recién recogidos, el perfume de los mariscos que fríen en simpáticas pailas de cobre, los rumores del mar y gritos de la gente, me fascina.
Siempre usando las famosas “liebres” pequeños autobuses que atraviesan toda la costa, te permite recorrer ese paisaje típico de los puertos. ¡Pero nosotros estábamos en el norte, en una ciudad llamada “La Serena”. Allí caminábamos con mi hermana, por la orilla del mar, observando los diversos pájaros: pelícanos, albatros y ciertas palomas. En las playas no hay tumbonas, ni parasoles como en otras playas que conozco, la arena, es gris o marrón oscura a raíz de los frecuentes sismos que ha sufrido el territorio chileno.
Sin embargo, el mar es muy amable, poco salino y el aire fresco mengua el calor del sol del medio día. El desayuno era excelente con las variadas frutas que hay de primerísima calidad en Chile; que exportan por todo el mundo, cosa que he comprobado en otros viajes. Cenábamos en el hotel, generalmente las ricas paltas rellenas con camarones frescos y perfumados a mar… ¡Una delicia para el paladar!  Luego chupe de “jaiva” o albacora a la plancha, con abundantes verduras asadas. Y frutas varias de postre. Así, entre ricas comidas, paseos y playa pasaron siete días. ¡Mañana nos volvemos a Argentina, déme  la cuenta, por favor, le dije al conserje! Don Rosmando sonrió y se lamentó. ¡Lástima que ya las damas nos dejan! Muy amable su comentario, como siempre.
Esa noche nos hicieron una cena especial: entrada ”Jardín de mariscos”, segundo plato unas empanadas de salmón, seguimos con “machas a la parmesana” y finamente un flan de “chirimoya” que nos dejó fascinadas, rociado todo con un buen vino chileno blanco bien helado. Nos regalaron una pequeña paila de cobre lo la banderita azul, rojo y blanca del país y nos retiramos a terminar de armar nuestro breve equipaje.
Luego de revisar cajones y estantes, miramos un rato televisión y nos dispusimos a dormir. Nuestro avión salía hacia Mendoza, a las trece, por lo que debíamos estar en el aeropuerto a las diez.
Ya dormíamos profundamente cuando un sismo muy fuerte me despertó. Todo crujía y se movía con mucha fuerza. Acostumbrada a los sismos en mi tierra, ese me hizo asustar, ya que era muy, muy fuerte. me asomé a la ventana y el agua en la piscina se elevaba hasta casi medio metro de la orilla y regresaba a su lugar con chasquidos insólitos. Mi hermana dormía bajo la medicina que toma por su salud, pero despertó y a mi pedido comenzamos rezar. Invocamos a cuanto santo y Vírgen conocemos. Fue mermando. Nosotros sabemos que suele haber “réplicas”; es decir se suceden temblores más suaves en cortos tiempos, como un acomodamiento de las capas tectónicas. ¡Era muy fuerte!
Al rato escuché voces en los pasillos del hotel. Me asomé. No había luz eléctrica, como es lógico. En casos así es aconsejable cortar electricidad y gas, para evitar incendios. Pero medio dormida, les pedí un poco de “silencio” porque nos teníamos que levantar temprano para ir al aeropuerto. Me pidieron disculpas. Yo me acosté y me dormí como si no hubiera pasado nada. ¡Deben haber pensado que estaba loca o drogada!
A la mañana siguiente nos levantamos y llegamos al desayunador, donde una trémula asistente nos miró con extrañeza. ¿Anoche no sintieron el Terremoto? ¡Sí, claro tembló, dijimos a coro! ¡No, señora, ha sido un terremoto grado 9,8 destruyó la Quinta Región!
Nos sirvió un desayuno magro, disculpándose porque no tenía ni gas, ni electricidad.
Cuando salimos con nuestras valijas, y quisimos llamar un taxi, don Rosmando nos dijo que creía que estaba cerrado el aeropuerto. Igual, con la esmerada atención llamó por su celular un taxi. Éste llegó al hotel y nos miraba como a dos extraterrestres. ¿Las damas no tienen miedo?
Ingenuas… yo le contesté, estamos acostumbradas a los sismos. ¡Pero esto ha sido grado 10 en ciertas zonas! Era el 27 de febrero. Por favor, llévenos al aeródromo. Y el buen hombre nos subió a su vehículo y nos llevó. Las calles rotas, casas con trozos caídos y grandes grietas, postes de luz en tierra… allí advertimos que había sido devastador. El aeropuerto Cerrado. La pista rota. No se podía salir por ahí.
El caballero, no puedo decir otra cosa, nos llevó a la terminal de ómnibus y consiguió dos pasajes en un bus de tipo doméstico, no como para atravesar la cordillera. Era el último par de tiketes que había. Subimos rezando para poder regresar a Mendoza, Argentina. Mi celular…muerto. No conseguíamos comunicarnos con la familia. En todos los lugares los teléfonos y medios de comunicación desactivados por razones de seguridad. Antes de subir preguntamos si podíamos hablar con un carabinero (policía de Chile, muy profesional) No, dama están todos desplegados por el terremoto en las zonas de mayor desastre. Me hice la Señal de la Cruz, ¿Cómo pude ser tan idiota? No tenía forma de avisar que estábamos bien, vivas y en viaje.
El autobús, era de cuarta. Pero nos llevó trepando por encima de los escombros, en algunos lugares se detenía y un tractor lo hacía pasar por enormes puentes de metal, que el ejército había desplegado. Las cuentas de mi rosario, brillaban y sacaban chispas. ¡Por fin supe lo que había pasado y sentí, no miedo, horror!
Cuando llegamos a la madrugada a “Libertadores” la frontera con nuestra patria, los comentarios eran de los muertos y de la catástrofe que dejábamos atrás. Ya en territorio argentino, sonó mi celular. Cuando lo atendí era mi nuera que lloraba. ¿Están vivas? Sí, y ya en tierra de nuestra patria. Tranquilos. Llegaremos a la terminal de buses alrededor del medio día. Hicimos aduana y nos miraban coma extraterrestres. Creo que no abrieron las valijas y bolsos por la sorpresa de ese cachivache que nos traía de Chile. Yo ahora lo veo como el mejor de los autobuses que usé en mi vida.
Cuando estacionó el coche en la terminal, toda la familia parecía ver a unos fantasmas. ¡Qué ignorante puede ser uno! Y tan soberbia que no se da cuenta que la naturaleza puede jugarnos una apuesta con la muerte. Cuando mostraban los noticiosos los lugares de Chile, yo comencé a llorar. Puentes carreteros derrumbados, casas que habían caído al mar desde las costas, autos arrojados en grietas enormes… ¡Dios, Gracias por ese taxista y ese valiente chofer que nos trajo!
Pero, ahora medito siempre, que somos una pequeña gota de agua en un océano que puede ser calmo o borrascoso. Que debemos estar preparados para sobreponernos a cosas similares, pero que yo, especialmente, debo ser más serena en mis actos y respetar con prudencia a mis congéneres. ¡Jamás debí creer que lo superaba todo! Gracias a esa buena gente chilena que nos ayudó sin pedir nada cuando tal vez ellos habían sufrido pérdidas importantes. Chile es muy bello, y seguí yendo cuando pude, sin dejar de estar alerta a los sismos.


VIAJANDO POR EL MURO




El hombre de barba, se apretaba la chaqueta y el manto, con esfuerzo, para evitar el frío de un amanecer gélido. Sobre el breve espacio de huella por donde transitaba, sólo se oía el sufrido fregar de las hojas de cereales que congeladas, se movían al ritmo del viento.
No era aun, tiempo de cosecha. Las espigas estaban apenas a mitad de camino de madurar. En el recodo se sorprendió al ver una figura agazapada. Un hombre, con el extraño atuendo de los campesinos del otro lado del río. ¿Qué hacía allí?
Un sórdido mal humor lo embargó. ¡Un espía! No, un ladrón. Mil ideas pasaron rápido por su imaginación. Apresuró el paso y el extraño se irguió con las manos entintas en sangre. Se detuvo. ¿Qué quieres? Le dijo sin mostrar el terror que sentía. Acaso me vas a matar o quieres que te mate… pero, vio que junto al maltrecho, una mujer había parido un niño y aun, latía en su cordón la sangre tibia de la madre. ¡Ayúdame! Le pidió el desconocido. Me iba de prisa a buscar una anciana comadrona y el parto se adelantó. Mi esposa y mi niño tienen frío y no tengo nada con qué cubrirlos. Ayúdame.
Caminó y junto a ellos, se quitó el manto y cubrió a ambos, madre e hijo. El forastero lloraba y sus lágrimas iban dejando un surco sobre la piel marchita del rostro. Acomodó a la pobre parturienta con paja que arrancó de debajo de un árbol. Tomó algunas ramas y prendió un insignificante pero amoroso fuego. El resplandor compitió con un sol pálido que asomaba entre los campos.
Ven, le dijo al padre, te diré  dónde puedes buscar ayuda. Ves ese monte, tras él, hay una casa vieja y allí encontrarás una buena gente que te dará un espacio para tu desdicha.
No puedo dejarlos solos. Ella no tiene fuerza, el bebé, es muy débil y yo no puedo cargar a ambos. Ve tú y trae a alguien. Mi nombre es Marcus. Vivía en la otra orilla del río hasta que murió el dueño del campo y el hijo nos echó así, con lo que tenemos puesto. Trabajé desde niño con su padre, pero para él, el tiempo no existe. ¿Cómo te nombran por acá?
Durry Stone. Soy el herrero de la aldea. ¡Y buen susto me has proporcionado! Buscaré ayuda. Aunque voy de prisa. Quédate acá junto a ellos y sigue buscando madera para darles calor o morirán de frío. La sobria camisa de algodón y la chaqueta no le daban mucho abrigo, pero se separó del grupo y caminó por la cornisa del camino para atravesar hasta la casucha de Mary Snow, su vecina. Allí seguro encontraría a Peter para que le prestara una capa y con una angarilla asistieran a los desdichados del camino.
Golpeó y el sonido amable de Peter le devolvió el aliento. Pronto el buen hombre le envolvió los hombros con su manto de pura lana escocesa y buscando a Mary, salieron hacia el campo.
El olor del humo que producía la madera húmeda, dirigió los pasos del grupo. Al acercarse, vieron con alegría cómo la mujer amamantaba al pequeño. La cobijaron en la parihuela y dejando a Durry Stone que continuara su viaje, regresaron al hogar de Peter y Mary.
El sol ya comenzaba a desbordar en tibieza y el olor de una sopa de gallina y cebollas, calentó el alma del grupo. Marcus, preguntó si había alguna tarea que pudiera hacer. Salió y hachó leña para el fogón, limpió la porqueriza y juntó algunas manzanas del suelo. Al atardecer vieron que una figura caminaba por el muro de la cabaña, el perro, el mustio ¡Jak! mojado y trotando traía al caballo con la cuerda en las fauces. Era el flaco jamelgo de Marcus que había roto la cuerda que lo ataba al corral y cruzando el río, había buscado a su viejo amo.
Al anochecer vieron llegar a Durry con una hogaza de pan, queso y carne asada. Sentados tomaron una cerveza junto a la mesa del campesino. Llegaron a un buen arreglo, Marcus ayudaría por un tiempo a Peter con las faenas del campo y mientras tanto buscarían un lugar y trabajo en la aldea para el pequeño grupo.
Pasó un tiempo y la breve familia fue al caserío, donde el barbero contrató a Marcus para los trabajos pesados y así, regresaron los tiempos de paz y de cosecha.


EL CRACK




Al Carloncho le “le sonaba “como un bombo en la cabeza, que tenia que ser un creas en futbol. De chiquito se iba a la canchita del colegio de los chicos grandes, se metía por una rotura que tenía el alambrado y practicaba solo. No sabía que lo miraban desde adentro. Cundo llegaba a la casa todo transpirado y sucio, su mamá al principio sacaba la chancleta y dale que dale en la cola. Después bajo los brazos ¡Era de madera ese hijo! ¡Pero acertó que algún día podía llegar a la primera!
A los doce años lo probaron en el club y asombrados, lo aceptaron. Cambió su vida. La madre necesitó cambiar la comida y hacer una dieta especial. Toda la familia estaba revolucionada, un día lo llevaron a la capital. ¡Lástima! ¡Tenía apenas quince años y estaba en el banco en espera para remplazar a los titulares!
Un día llegó. Sintió: ¡Cambia el 8 por el 11! ¡López el 8; desgarrado se retira del estadio en ambulancia! Vamos pibe, demostrá que por tus venas hay sangre de crack. Gritaba el director técnico y la gente parecía hormigas a las que le han revuelto el hormiguero.
El sol se escondió, una nube maligna agredió con una brutal tormenta. Diluviaba y cayó granizo. Carloncho solo veía la pelota. Corrió, gambeteó, voló, hizo mil piruetas y metió un gol, que le dio el triunfo al equipo. Nunca se va a olvidar de ese comento. El griterío, los aplausos y el ruido de mil cornetas eso era la fama, el abrazo de sus compañeros que lo revolcaban por el pasto mojado. De repente el numero 5 del otro equipo se le tiró encima. Todo se oscureció. Una negra noche sin luna se le metió en el cuerpo.
Dicen que ahora en una especie de silla mecánica, mira los partidos y con la cabeza, que es lo único que mueve, dirige los partidos.
En club le hacen muchos homenajes. ¿Pero a él, de qué le sirven, si no puede jugar nunca más? 

UNICORNIO DE SEDA


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                              Caminaba sola por la calle solitaria soñaba con su infancia y sus recuerdos. Armaba y desarmaba  guirnaldas amarillas con sus recuerdos. Cerró los ojos de impecable color tristeza. Entre su pecho y su pulso latía un suspiro de hojas secas y crujientes. Cada pisada quedaba sobre la tierra enjoyada en ocres, dorados y rojos su cuerpo se iba  transformando, transmutaba en un retroceder de tiempo incontenible. Su cabello gris se alargaba en una sinfonía de ondas castañas y sedosas mientras se alisaba las trenzas y los ojos perdían lentamente el color ceniciento que cobraban luz y vida. Volvió a ser niña. Pequeña Eunice con su vestido lacio, holgado, largo... y su perfume a jazmines desolados. Eunice  recobrando la sonrisa y la melodía de las rondas.
                                Tras los álamos robustos que rondaban entre hojas de amarillos y rojos, vio la figura frágil del hada del jardín de primavera. Tan sutil con su túnica de gasa y su corona de flores silvestres. Sonreía y la miraba con sus ojos de esmeralda.
                               La tomó del lazo de su delantal de organza y le colocó una coronita de flores multicolores que emergían de las manos... de la nada. Todo olía a perfume de jazmines, a frescias, a violetas y voló un pájaro de cristal, miles lo siguieron, perdiéndose en el humo gris, que con el viento se transformaba en plumas rojas. Eunice se reía, rodeó el tronco del roble y del abeto y allí, justo, justo allí enfrentó al unicornio de color azafrán y plata. Los ojos de gata, dorados la miraron un minuto, tan sólo un instante y recobró la risa. Era muy raro el unicornio. El que ella tenía cuando niña era de  porcelana. Se lo dio su abuela antes de embarcar e irse. No la vio más. Su hermoso unicornio era de terciopelo tibio. Suave y alegre en  una mirada triste. No hablaba. Los tomó a los dos... al hada del jardín y al unicornio y se sentó en la alfombra de plumas y hojarasca. La rodeó una tenue melodía de celestas y agua. Jugó acariciándolos y a las antiguas rondas infantiles. Ya cansada se detuvo en medio del jardín de la antigua casona y se durmió.  Se perdió en la noche de los sueños eternos donde estaba su abuela hacía tiempo.


MINICUENTO FANTÁSTICO


Estaba tan distraída, que sintió la voz, metió la mano en el cajón de la mesa de luz y recuperó a su esposo que dejó olvidado el día de su cumpleaños. Sólo le dijo: ¡Hola! Te estaba esperando. ¿Qué te demoró tanto? No recuerdo dijo y salió del dormitorio sin mirar para atrás. ¿Qué tengo que hacer ahora? ¡Ah, sí, cocinar para los chicos!


UN MINUTO Y...


Entró en forma clandestina en la casa. Un arrebato de silencio lo envolvía. Franco caminó tratando de no pisar las maderas rotas del piso. El viejo seguro que dormía. A esa hora, Nemesia sin duda le servía una sopa fuerte de huesos y verduras y sentado en el sillón se dormía hasta la madrugada, en que entraba un rayo de luz por la ventana. Todo revuelto y sucio. El olor a moho penetraba la nariz del más sencillo. Abrió el ropero donde el anciano guardaba la pistola. Envuelta en un paño apolillado estaba como un pájaro muerto. Salió tal como entrara. Parecía un fantasma.
Esa mañana, encontraron al viejo dormido, muerto y con una sonrisa dibujada en el rostro desdentado. Nunca se enteró que Franco había ido a marcar con una anémona roja, la frente de su amante en el motel.


DESPUÉS, LA ESPERA.



Después... todo fue distinto.
Allí donde estaban tus manos de arenas carmesíes.
Nadie besó mi boca poblada de palabras nacaradas,
Ni llenó mi vasija con pétalos azules.
Tus pasos resonaron con ritmo de tormenta
Y apreté mi silencio entre los brazos firmes.
Carcelera de ayeres que ostentaban tristezas.
Un espasmo de nubes me envolvió recelosa.
¡Sólo quedaron salvos mis ojos sorprendidos!
Con mirada de ensueño y arpegios
De mar embravecido.
Adormeció mi espera un vino agridulce,
Un pan triguero,
Aceite y una lámpara quieta.
De tu cuerpo de piedra y alabastro,
cayó entre mis escombros la nube milenaria
Con lágrimas de ensueño, de paloma y de estrella.
Por eso me detengo.
Quiero reconstruirme.
Seré una esfera nívea y el futuro me espera.



POEMAS PARA "ISLA NEGRA" CHILE


A CHARLES BAUDELAIRE

Hombre con hambre de piel de hembras.
Amapolas con sabor a fiebre. Delirio.
Sueños abstractos. Ajenjo y risas histéricas.
Poeta maldito, genio inalcanzable
Creador de fantasmas y rimas de enorme belleza.
Locas. Putas. Mujeres y bohemia.

Un universo de gracia y amor de ramera conquistada
con belleza y odio. Sífilis y dolor.
Arrancó la muerte a las lápidas de mármol,
una pasión relatada bajo la lluvia de París
que envuelve al Hombre de infancia dolorosa y triste.
Caen lágrimas de Rilke y Joyce sobre el papel en blanco.

Rudo al caminar con las manos marcadas de opio,
una botella rueda en su camino de alcoba
con mujeres, prostitutas, hembras y hachís mortal.
En la noche se pierde en sombras de Montmartre.
No regresa. Olvido y mucha historia.
Un mar de olvido y placer su obra de poeta.
Charles Baudelaire no ha muerto. Vive.

EN EL NILO, EGIPTO



La llegada a Egipto fue tormentosa. El avión tenía una falla en el tren de aterrizaje y dio decenas de vueltas sobre el desierto para gastar el combustible. La gente en general, no entendía qué pasaba y desgraciadamente por razones obvias yo me daba cuenta (mi marido pertenece a la aviación) y era interesante ver el desierto. Supe luego que Sahara en árabe quiere decir desierto, que gracioso, decimos desierto de Sahara y es repetir lo mismo.
Bueno, luego de aterrizar nos dicen que a las tres de la mañana nos pasaban a buscar al hotel para subir al paquebote que nos llevaría río arriba por el Nilo. Yo, me quedé pasmada, ya que odio levantarme temprano. Pregunté por qué a esa hora y el guía me miro con un gesto sarcástico… ¡Por el calor! Y, sí, cuando estábamos en el vaporcito, a eso de las diez, hacían 43 grados… allí comprendí lo que era el calor.
Los hombres usan ropa blanca de algodón y turbante del mismo color, sandalias y las pobres mujeres, todas de negro con guantes y cubiertas hasta los tobillos y las muñecas, sólo se les ve los ojos y las manos.
La cabina era buena, pequeña, pero bien organizada. Con una cama amplia pero separada por las sábanas (famosas por su calidad) para que cada persona no tocara el cuerpo del compañero o compañera de viaje. Un hermoso balcón desde donde me podía sentar a observar a las mujeres lavando en el río Nilo en las orillas, rodeadas de chiquillos ruidosos y alegres que chapaleaban en el agua que corría hacia el mar Mediterráneo. A la hora de almorzar, ya había subido el termómetro a los 50 grados. Sólo el aire que movía el río hacía sentir un cierto alivio.
Una cosa que me maravilló ver al amanecer la salida del sol. Era un disco rojo que por la arena que es sempiterna en esa tierra, se veía velada como cubierta por una suave mantilla opalescente.  A esa hora era un látigo de fuego. El famoso Amón Ra de los antiguos era un castigo para nuestros cuerpos acostumbrados al clima del sur de América.
Mi amiga, quien había aceptado hacer el viaje junto a mí, compañera de colegio y de la vida, salía de un divorcio doloroso, dejando a sus dos hijas esperanzadas en un futuro mejor para su madre. Yo, siempre había soñado ir a Egipto, para lo que había leído cuanto libro y texto hablara de la antigua civilización de los faraones. Debo reconocer que me llevé una gran decepción. ¡Nada era como lo pintaban los libros!
Mi familia, esperaba que pudiera encontrar esa magia de las cosas del pasado. No fue así. El barco atravesó el Nilo desde cerca del Cairo, hasta la frontera con Sudán. En la ruta fuimos conociendo los monumentos que están diseminados a las orillas. Todos mal cuidados, sucios, llenos de gente que se agolpaba en ellos sin permitir ver los extraordinarios trabajos de piedras con jeroglíficos que se desgranan con la arena de los vientos y que nuestro guía, un hombre que hablaba trece idiomas y nos cobraba muchos euros por día, no nos explicaba por ser devoto musulmán. Según nos decía, era pecado para él, entrar a los viejos templos con dioses paganos. Conclusión que salimos del viaje con muy pocas experiencias arqueológicas admiradas. ¡Un raro espécimen que corría para poder orar según escuchaba el sonido en los altavoces de mezquitas que pueblan todo el territorio!
En el vapor, nos habían ubicado en una pequeñísima mesa detrás de dos columnas y éramos las últimas en ser servidas. ¡Nos llamó la atención! ¿Qué pasaba? Éramos dos mujeres solas y dudaban de nuestra sexualidad. Joder, tuvimos que quejarnos. Al llegar al Cairo, en un hotel maravilloso, con piscinas y músicos haciendo arte internacional, nos teníamos que ubicar separadas de los árabes.
Ni soñar usar bañador y entrar en el agua, a pesar del calor. Por ser mujeres nos estaba prohibido. Entre los recuerdos que queríamos comprarnos, eran réplicas algunos cartuchos o imágenes de joyas de la época antigua, de plata u oro con turquesas o lapislázuli o coral; nos llevaron a una joyería. En ese lugar vi una de las únicas mujeres, que le habían permitido trabajar su familia. Usaba una “chilaba y velo color rosado”; no lo podíamos creer. Hablaba un buen italiano, por lo que pudimos saber que había estudiado y sabía leer y escribir. Ella nos comentó, que el ochenta por ciento de las mujeres son analfabetas y sólo aprenden el Corán de memoria. Y los hombres aprenden si son de cierta clase social. La policía en su mayoría es analfabeta. El tránsito en el Cairo era un caos, no hay semáforos y a veces convergen por el mismo carril de frente en dirección opuesta, tal que se atascan los vehículos.
Cuando regresamos a la capital, siempre veíamos enormes fotos de su presidente, Mubarak, quien al poco tiempo fue depuesto por una revuelta de religiosos. Y llegó el sueño mío de toda la vida entrar al Museo Nacional. El guía corriendo nos acercó a la sala donde está el famoso “Faraón Tu Tan Kamon”. Una experiencia increíble. Su máscara es una maravilla. El sarcófago de oro es algo inexplicable. ¿Cómo pudieron hace más de cinco mil años trabajar esa obra de orfebrería tan preciosa? Vimos algunas joyas y trajes, un carruaje y de pronto…nuestro guía llegó corriendo y nos sacó del lugar. Nos llevó a ver la estatua del único faraón que era monoteísta, cuya figura es muy diferente a otras y nos alejó del museo. Mi enojo aun persiste. Siempre me gusta estar horas en los museos que visito y allí no nos dejaron, por ser de otra religión y ser mujeres.
Entonces, le sugerimos, que queríamos ir a la Biblioteca de Alejandría que es un monumento hecho por las Naciones Unidas y es Patrimonio de la Humanidad. Queda a trecientos y tantos kilómetros de El Cairo, y allí tuvimos otra experiencia hermosa. Contratado el automóvil, el chofer nos puso en la zona trasera cubiertas las ventanillas con cortinas negras. No veíamos nada a los costados. Una música que aturdía y no nos hablaban, ni el chofer ni el guía al que le habíamos pagado una pequeña fortuna. Mi amiga con el calor, comenzó a descomponerse y le debimos obligar, luego de una discusión que fue de antología, que sacara las cortinas y pusiera el aire acondicionado. Lo hizo luego de amenazarnos con el infierno, siguió la ruta con la música enloquecida y la velocidad de una carrera de fórmula uno. Creíamos que moriríamos en el intento. Pero a Dios gracias llegamos ilesas a la Biblioteca que es una maravilla. ¡OH, sorpresa, allí vimos algunas muchachas que estaban estudiando!
El día que salimos de Egipto rumbo a Roma, sentí que mi corazón estaba roto. Ni vagar por las pirámides, ni ver los magníficos estantes de la biblioteca, ni el agua limpia del Nilo en su zona cerca de Sudán, me devolvían el sueño de conocer el Egipto soñado.
Después de esa experiencia, ya en mi ciudad, escuchando los noticiosos de Televisión supe que habían derribado el gobierno y se instalaba una corriente islámica de mayor ideología y que el pueblo estaba muy feliz. Hablaban algunos opinólogos que había mucha corrupción. ¡Pero en qué lugar del mundo no la hay! Desgraciadamente, ese magnífico pueblo vive de antiguos esplendores, que no cuidan y la ignorancia los hace sumir en una pobreza enorme. ¡Cómo lo siento! Pensar que fueron tan importantes en la historia de hombre y cuna de grandes matemáticos y de ignotos arquitectos e ingenieros.
Ver en las rutas familias andando en asnos, con parvas de heno y la mujer envuelta en sus ropas negras con cincuenta grados de calor y los niños detrás, desnutridos y descalzos… mejor miro los programas de History Chanel y conozco lo que no pude ver en la tierra de los faraones.


EL VIAJE EN TREN




Antes de los noventa, en mi tierra había trenes. El enorme territorio de mi país los necesita. Pero un iluminado los vendió, los desguazaron y hoy sólo se puede atravesar la patria con autobuses o camiones, autos y aviones.
Mi último viaje por tren fue de antología. Tenía que cruzar en forma horizontal los mil cien kilómetros que me separaban de mi madre. Pensé en buscar el vagón más confortable en primera clase. Los había visto en otros países y las butacas eran de terciopelo, con asientos individuales y servicio de camareros y camareras.
Me acerqué con tiempo antes de viajar, a la estación y en la oficina donde vendían los tickets. Un robusto empleado, moreno y peinado con gomina, bigotes enormes y mirada miope, me atendió muy serio.
Necesito un boleto de ida y vuelta a Mendoza, en primera clase. Me miró en forma suspicaz. No tengo. Dijo con una sonrisa irónica. ¿Viene con alguna recomendación del gremio? No. ¿Qué gremio? ¡Del sindicato de Ferroviarios! No, soy docente, maestra de grado y necesito ir a ver a mi madre. Estamos en vacaciones de invierno y por eso…
¡No señorita, no, si no trae un papel del sindicato ya no tengo lugar! Le vendo uno común, para dos pasajeros sentados. Es lo mismo.
Acepté. No podía dejar de viajar. Tenía necesidad de ver a mi familia en Mendoza y mi esposo, cuidaría una semana la casa y los chicos. Pagué lo estipulado. Un cuarto de mi sueldo de maestra.
Hice una pequeña maleta y mi cartera, como todas las de mujer, llevaba de todo. El dinero por las dudas en una pequeña bolsa que se apretaba en mi corpiño. Llegó la hora y mi esposo me llevó al terraplén desde donde partía en tren. Al pasar por el vagón de lujo, observamos que estaba vacío. Nadie lo había utilizado. Seguimos hasta el que me correspondía. Un joven guardia, con un uniforme arrugado, algo sucio y una sonrisa divertida, me tomó el ticket y lo perforó diciéndome que subiera rápido, que los asientos mejores ya estaban ocupados. Un beso ligero de los niños y de mi esposo, con un sinfín de consejos, me subí rápidamente al coche.
Los asientos estaban puestos de frente, de cuatro personas que se mirarían todo el viaje. Eran de “cuerina” marrón, casi todos rotos, rajados y desprolijos. El suelo sucio con barro y algún que otro trozo de papel.
Me acomodé en el único que quedaba libre al lado de la ventanilla a medio bajar. Ya que no abren, es por seguridad. Una familia de inmigrantes bolivianos, eran como doce o trece se paró cuando entró el guarda y se tuvieron que ir a otro vagón de más atrás. Me quedé sola. Un señor anciano estaba sentado en el primer asiento y dormía. Pasó el inspector y me pidió el boleto que mostré con una sonrisa. Me pidió algo de dinero y me dijo que me fuera al medio del coche, señalándome el único asiento sano. Le pasé un billete y me cambié. Estaba más cómoda, el vidrio limpio y la ventanuca cerrada.
Ya habíamos alcanzado un ritmo de velocidad regular, y el tren bailaba sobre los rieles  con una armonía aceptable. Al atravesar algunos barrios el tren bajaba el movimiento. Hasta que en una estación llena de soldados, se detuvo. (Poco tiempo después se derogó el Servicio Militar Obligatorio por ley) subieron ruidosos muchachos veinteañero. Con risotadas y palabrotas. Iban a cargo de un suboficial joven que vino rápido y se sentó junto a mí.
Se presentó amablemente y se disculpó por la tropa. Volvían a vacacionar con sus familias. El humor mío y el de ellos por momentos fue un horror. Me miraban como a una rareza humana. ¡Yo, leyendo un libro de poesía! Uno amagó encender un cigarrillo y el joven jefe le ordenó que mirara y acatara los carteles de: “Prohibido Fumar”.
Media hora más tarde, el convoy se detuvo en un descampado. Allí, para mi horrorosa sorpresa, ascendieron un grupo de prostitutas cargadas de garrafas de vino y botellas de variado tipo de alcohol. Ruidosas, desprejuiciadas y mal habladas, cuando me vieron se quedaron mudas. ¡Me dijeron bruja, maldita! y, ¡Ándate de aquí! Yo les quitaba el trabajo. Los soldados se reían a mandíbulas batientes y el joven que acompañaba a los jóvenes no podía ser escuchado por los gritos y risotadas de todos.
Me acurruqué en mi rincón, siempre con mi libro de poesía de poetas contemporáneos; pero reconozco que no me podía concentrar. El olor de los cuerpos enervados por el vino y la euforia, la mugre y el traqueteo del tren me hizo descomponer. El joven jefe, me pidió que lo acompañara al buffet, antes de cruzar al otro vagón, se volvió y algo dijo, que todos aceptaron con un grito de júbilo. Yo, temblaba. ¿Qué experiencia!
En el vagón comedor, me dieron la mejor mesa. Se debe haber corrido por todo el personal mi situación. Yo tendría unos cuarenta y ocho años y parecía una señora de un cuadro de Fader o de Victorica. Me faltaba el camafeo y el “yabot” para ser de otro siglo.
Traté de beber un café. El vehículo se bamboleaba de derecha a izquierda en el trecho rápido que arremetía el ferrocarril. El mozo, cuya chaqueta parecía un mapa antiguo de la Hispania, me trajo en un platillo de porcelana un pocillo de tamaño mediano de cerámica con un jugo parecido a algo llamado “café”, en otro platillo, azúcar morena y dos pequeños sobres de diferentes marcas de edulcorantes dietéticos. La cucharita era de plástico la rechacé y apareció una de metal, algo torcida y cascada. La taza con plato y todo, se movilizaba de una punta de la mesa a la otra, perdiendo el líquido oscuro en su vaivén. ¡Era una danza espectacular! Saqué el pocillo del plato, con una mano lo sujeté mientras con la otra traté de agregar el azúcar. Ésta cayó en derredor de lo que quedaba del pseudo café. Traté de revolverlo, todo con una mano, la otra aferrada al recipiente para que no cayera al suelo. ¡El empleado me miraba con risueños aleteos de párpados! Parecía un pajarito emboscado. Logré beber el resto. Y vino corriendo a sacarme la vajilla. Me tendió la mano. Quería una propina. ¡Muy de argentinos! Le dejé unas monedas. (Aún tenían valor.) Luego me quedé, por consejo del suboficial, un buen rato mirando por el ventanuco, los campos llenos de plantas de girasol, trigo y un sin fin de trabajo de nuestros queridos campesinos.
El sol se iba recostando en el horizonte y ya habían prendido algunas lámparas en el comedor. ¿Quiere comer algo? ¿Qué se puede comer? Solo una omelet, me dijo haciendo una seña que era lo mejor. ¡Bueno tráela! Le di otra propina junto con exorbitante cuenta de mi gasto. ¡Si hubiera comido caviar con champagne en el Ritz, no me cobraban tanto! No era su culpa.
Tenía que regresar. Sigilosamente el mozo salió y trajo al muchacho que iba repartiendo soldados por los paraderos del tren en pueblos ignotos. Me dijo: “Señora la voy a escoltar al servicio”, lo miré asombrada. Yo, le sostendré su bolso. No se haga problema, acá tiene mi nombre y mi situación de servicio. ¡Era un amigo entrañable para mí, en ese momento y lugar! ¡El baño, era un asco! Sucio, maloliente y sin agua limpia en el lavabo. Me higienicé como pude, oriné casi de pié y salí con mis manos mojadas en ese agua amarronada que salía de los grifos rotos. ¡Pobre país el mío!
Me ovillé en mi rincón. Muchas rameras se habían ido y soldados también. Quedaban algunos dormidos que roncaban por causa del alcohol y el movimiento acompasado de vaivén del ferrocarril. El muchacho, que se llamaba Alejandro Gómez, se sentó bien despierto a mi lado. Me hizo colocar el bolso bajo mi cuerpo y me pidió que durmiera tranquila. ¡Quedan trecientos setenta kilómetros! Duerma, señora por favor. Yo la cuidaré.
Soñé mucho. Cada vez que el tren se detenía en medio de la nada el vagón se iba achicando. Volvía a ese sueño distorsionado entre la realidad y mis esperanzas. Me desperté cuando sonó un largo silbato. Estábamos en Mendoza. Miré a mi lado y ya no estaba mi escolta preciosa. El joven suboficial. El inspector, se acercó para auxiliarme con mis bártulos, que eran bien pocos. Y supe, que en el coche de primera sólo viajaban los que pagaban suculentas “coimas” o eran del sindicato de trenes.
Ahora el ferrocarril corre sólo en ciertos lugares del territorio. Pero se perdió por el mal uso y manejo de políticos y empleados.
Yo siempre quedé agradecida del muchacho que me escoltó y cuidó. Era un ejército que ha perdido sus mejores tiempos; el de los valores y educación patriótica, donde se valoraba a los seres humanos, donde se respetaba a las señoras, hombres mayores y a los niños.
Cuando he viajado en trenes de Europa o Asia, reconozco que extraño esa cinta infinita que conectaba mi país de norte a su y de Este a Oeste.

martes, 21 de julio de 2020

1- EL MILAGRO



                            “Recuerda la hora más oscura es la que precede a la aurora” Shakti Gawain
                                                                                                       
            Hilarión Domínguez era hijo de un maquinista de ferrocarril. Aquél, que ya no pasa más por las vías remotas del terruño. Su padre, Don Gervasio, pertenecía orgulloso a la “Fraternidad”, sindicato fuerte en los cuarenta. Él, heredó la tarea y era un apasionado de los rieles. Conocía cada locomotora como a su conciencia. Despertaba a las tres de la madrugada para acicalarse y luego de tomar unos mates silenciosos, preparaba una caja metálica con lo que podía llegar a necesitar. Su viaje era a un pueblo del secano “puntano” para dejar agua potable, leña y alguna mercadería que le encargaban algunos paisanos.
            Iba en el día y regresaba siempre a la hora exacta. Así era el ferrocarril en esa bendita época. Cuando pasaba por la antigua “Corocortas”, salían a saludarlo con las “chupallas” los pocos habitantes que andaban por ahí. Llegaba a esa hora incierta entre la noche y la madrugada, sin luna o con luna, siempre parecía un lugar oscuro. Él, no tenía temor, dos días de descanso y otro viaje, siempre igual. Rutinario pero hermoso. A veces veía correr las liebres por las vías calientes y aceitadas por el gasoil o el alquitrán del vagón de YPF. Otras, un zorro con hembra y crías, tal vez un “choique” y cientos de animalitos que pasaba bajo su mirada atenta. Su atención al trabajo era real. No podía darse el lujo de perder un convoy ni un tanque…, luego pegaba la vista al frente para reconocer algún paisano que le hacía señas con el pañuelo para saludarlo o gritarle un encargo.
            Fue un día nublado y que denunciaba lluvia, raro en esa época y lugar, pero a lo lejos, vio un punto negro entre las vías. Negro, muy negro. De cuarenta kilómetros por hora que era su movimiento fue bajando por las dudas a treinta, a veinte… pero allí se agrandaba la manchita. Tocó el silbato de la máquina. Retuvo la mano en el freno, pero el aceite y alquitrán no le dejaban parar el tren. Vio unos jornaleros que agitaban sombreros y mujeres apostadas en las hileras de alambres de los campos que se agarraban la cabeza.
            Hilarión pensó que había un “choco” dormido ahí, entre sus rieles. No, no alcanzaba a distinguir qué era eso. Su ayudante tomó el manijón de la máquina, del freno. Hilarión sudaba y miró al cielo, pidiendo a Dios y la Santita de los Caminos que lo ayudaran. Descendió del estribo y se quedó helado. Un niño ennegrecido por el alquitrán, el aceite y la tierra reptaba entre las vías. Seguro el tren le pasaría por encima.
            ¡Ruego a Dios nuestro Señor que salga y se aleje…! y vio con sorpresa que el niño se prendía del hongo metálico del cambio de riel y salía. Los lugareños estaban estáticos. A él, se le escapó un insulto.
¿Cómo puede ser que naides se atrevió a cruzar y sacarlo, tuvo que ser “Tata Dios” el que me hiciera el milagro?
            Vio una madre deshecha en llanto. Y un padre que alejaba cabizbajo; pero ahí supo que Dios lo había escuchado. Hizo una promesa… colocó en ese lugar una Cruz Blanca con una estatuilla del Sagrado Corazón y cuando pasaba le tocaba el silbato como saludo.
            Todavía cuando pasan los paisanos le saludan al crucifijo con respeto.


lunes, 20 de julio de 2020

CAFÉ TORTONI




Entré a un paraíso
Entré al Tortoni
En cada mesa presentí a un poeta.
¡Allí parece que “Manucho Mujica Lainez” escribe!
¡En aquella mesa está Borges!
No creo que ronden por acá tantos poetas.
Fantasmas que sonríen a mi paso…
¡Sueño con la poesía de la Storni,
Sólo sueño con una sinfonía de palabras bellas!
Tal vez el murmullo se eleva buscándolos a “ellos”.
Los poetas de entonces, los inolvidables,
Los genios que involucran la palabra a la vida callejera.
Al tiempo inexorable, que huye.
El Tortoni, se adormece a la madrugada
Y los espíritus vuelven a rodear las mesas
Y sobre el mármol de las viejas tablas
En un papel en blanco, con pluma cucharita y tinta,
Escriben sueños, tangos y las historias tristes
Del Buenos Aires antiguo y musical.
Entré como una espía. Entré al Tortoni.

HUELLAS DE SILENCIO...



Acaso en el misterio del ocaso, encuentre la memoria.

Tal vez un estallido de centellas que te nombren.
Tal vez un recoveco estelar donde te toque.
Un día serás tú, mi único amigo.
Un día estaremos enfrentados, mirándonos los ojos,
y tocaremos la más íntima arista de nuestra alma.
Entonces seremos verdaderamente libres.
Seremos caminantes de la vida.
Tendremos un retorno al infinito.
No habrá un "laberinto" carcelario
donde un fiero "Minotauro" nos platique.
Seremos tú y yo...y la conciencia de todo el mundo simple
que creamos. Tal vez un mundo artificial
lleno de edenes, no tan maravillosos.
Tal vez se parezca más al "Infierno" que Dante imaginó.
Y no supimos escapar de la rutina.
¡Caminar por las calles empedradas,
correr por los andenes, ya desiertos...
la libertad es una recompensa tan sagrada
que trasciende al hombre en su pasado !.
Amigo de los años más heroicos...
¿Puedes perdonar mi evasión , mi huída?
¡Soy cobarde!

EL DESEO DE UNA SOMBRA



            Llegué de la ciudad para trabajar sin que nadie me molestara. Pronto vendría  Javier con carpetas y otros elementos para consultar. Mi prima Catia encantada, me dio las llaves de la vieja casona que era de todos y de nadie en particular dentro de la familia. Estaba sentado frente a la chimenea, afuera hacía muchísimo frío y mi amigo y compañero aún no había llegado con el resto de trabajo que teníamos que realizar. Me extasiaba el crepitar de fuego entre las viejas piedras, que desprendían un exquisito perfume de pino y desde donde saltaban pequeñas chispas que explotaban en una ronda alegre y alocada. Yo me arropé con la manta que había tejido la tía Eleonora, antes de morir, allí en la casa. ¡Qué satisfecho me sentía! Me levanté y observé por la ventana. Ya comenzaba a nevar nuevamente, me encaminé al mueble donde las tías habían dejado sus ricos licores caseros, me serví en una copa de cristal color rubí y me volví a sentar. Observé el licor y a través de su colorido cristal miré el retrato de la chimenea. Era una mujer pintada quién sabe cuándo y dónde, que me miraba y en realidad tenía un defecto en los ojos y sólo me miraba con un solo ojo. Era horrible nunca le había puesto mucha atención. ¡Qué fea era! Hasta tenía una suave pelusa sobre los labios. ¡Pero tenía el mejor cuerpo que había visto en años! ¿Quién habrá sido?- me dije sonriendo. Ya les preguntaré a las mujeres por qué aun está allí. Mañana lo voy a sacar, pensé y continué revisando mis papeles. La pondré en la mansarda donde había un sin fin de cosas arrumbadas. El sopor del licor y el calor me hicieron dormir. Desperté con un fuerte golpe en la puerta. Había llegado Javier muerto de frío y su auto cubierto de nieve. Bajamos computadoras y cajas. Abrí la cochera y guardó el auto. Luego nos enfrascamos en nuestra charla y trabajo. Cuando se hicieron las dos de la madrugada nos dio hambre, nos hicimos comida. Fuimos a dormir cansadísimos deseando que parara de nevar pues de no ser así, tendríamos mucho trabajo para despejar la nieve.
                        Cuando me acosté y apagué la luz un suave resplandor asomó tímidamente entre los pesados cortinados y un crujido suave atrapó mi espíritu somnoliento atisbé en el cuarto pero por supuesto no vi nada extraño y me dormí. En la otra habitación Javier roncaba sin pausa.¡Gracias a Dios no había traído consigo a su joven esposa con el bebé! Yo después de mi separación  no estaba para problemas domésticos. No recuerdo qué pasó, pero me desperté sobresaltado al alba, con un suave murmullo de gente que hablaba muy quedo, presté atención y con pocas ganas bajé los escalones para mirar de dónde provenía esa charla, pero no había nadie. Un frío me recorrió la espalda. ¡Yo era un hombre moderno, agnóstico y positivo! Acá no hay nada  y subí a mi alcoba donde me acosté para recuperar el calor y la calma. ¿Había sentido miedo? No era tan sólo mucho frío. Javier era una orquesta sinfónica de ronquidos, dichoso de él que ignoraría la inoportuna visita fantasmal.
                        - ¡Despertate, Carlos, que tenemos que trabajar, hoy hay que terminar con todo¡- dijo Javier sacudiéndome con colcha y sábanas mientras pasaba por mi nariz una tostada caliente con manteca y mermelada- hice café y ya podemos desayunar, gracias a Dios dejó de nevar y salió el sol, hay barro por todos lados; y bajó las escaleras  cantando.
                        Yo me disponía a desvestirme para darme una ducha caliente cuando frente a mí se planta una vigorosa mujer extrañamente trajeada que me miraba descaradamente. Mi instinto me hizo tapar como podía, y, ¡oh! sorpresa descubro que era la mujer del retrato en la chimenea. ¡No puede ser!- me dije. Traté  de entrar rápido a la ducha pero el espectro me seguía mirando encantada de mi desnudez. Le hice señas y la eché con palabras non santas pero ella allí firme mirando mis intimidades. De pronto desapareció por el espejo del baño y yo suspiré encolerizado conmigo mismo. No me animé a decirle nada a Javier porque pensaría que estaba de chanzas. Bajé y me acerqué al cuadro, pero había desaparecido. Le pregunté a mi amigo si él lo había sacado y me miró extrañado: ¿de qué cuadro me estás hablando si yo no vi ninguno? Y, ¿yo comencé a preocuparme...me estaría enfermando o sería algún problema psíquico?
                        Comenzamos a trabajar y enfrascados por tanta tarea no advertimos que en la mesa las tasas del café se habían alejado y estaban al borde y que bailoteaban en sus platillos. Ahí fue cuando Javier me increpó con severidad:- ¡Carlos me estás tomando el pelo?, no te hagas el mago conmigo que yo soy muy impresionable!- para qué dijo eso, allí fue cuando comenzaron nuestros pesares...verdaderamente esas fueron cosas muy locas. ¡Nunca imaginamos que a un par de oficinistas de ciudad, encontraríamos una casa llenita de fantasmas!, y digo, llena porque comenzaron a aparecer unas jóvenes llenas de veladas que nos acariciaban, nos tocaban y no nos permitían terminar con nuestra labor. Al principio nos dio miedo y no nos podíamos mover, pero fue demasiado y comenzamos a defendernos. Yo las increpé, les expliqué que teníamos que completar los trabajos y se fueron riendo escaleras arriba mostrando larguísimas cabelleras de mujeres jóvenes y cuerpos muy tentadores. Se apagó la luz bajamos al sótano y allí encontramos en un destartalado sillón un grupo de viejos seres que parecían esperar a alguien, en realidad eran señorones con unas manifiestas calvas y relojes de gruesas cadenas de oro que aguardaban a alguien. Ni nos miraron cuando con nuestras linternas intentábamos arreglar los fusibles, así comprendimos nuestra situación. Estábamos en una casa extrañísima. Ya habíamos conseguido arreglar el desperfecto cuando nos sobresaltó el ruido estruendoso de la planta alta, donde algo había caído estrepitosamente. Javier se negó a acompañarme pero no aceptó quedarse solo en el salón. Subimos y encontramos todo en su lugar excepto nuestras ropas repartidas por todos lados y en especial nuestra ropa interior que colgaba de las añosas arañas de cristal.
                        Comenzó a sonar insistentemente el teléfono de Javier, atendió y suspiró tranquilizándose cuando escuchó la voz de su adorada Erica, que le preguntaba por su vida, ya que con tanta confusión y trabajo fantasmagórico había olvidado llamarle. ¡Pero no pudo decirle que estaba en esos raros trances ya que nadie le creería! ¡Ah mientras hablaba una figura exquisita le acariciaba las entrepiernas! Claro que era un ser transparente y muy inestable pues aparecía y desaparecía.
                        Yo aproveché para llamar a mi prima Catia que no se sorprendió, sólo se reía a más no poder de nosotros...-Yo me olvidé de contarte que en esa casa  vivió la amante de nuestro tatarabuelo que se llamaba Irinalda del Mar era una famosa bailarina de teatro y el abuelo le permitía tener discípulas que esperaban a los amigos del viejo pícaro, hay por allí un retrato de la mujer  y cuando le gusta un hombre, lo vuelve loco como al  desvergonzado abuelo.- Yo no podía creer lo que escuchaba, así me enteré algunas verdades de mi preciosa familia. ¡Pensar que ahora eran pura sacristía y beneficios parroquiales! Así, como pudimos, terminamos de hacer nuestro trabajo para huir de la casa  de fantasmas  del lupanar.
                        Cuando cerré la puerta sentimos las carcajadas de las muy bribonas que quedaban de gran jolgorio con sus viejos espectros. Les aseguro que no vuelvo nunca más.