miércoles, 28 de octubre de 2020

ÉSTO DE HABLAR DE LO PROHIBIDO

 

-          Quiero a mis hijos.- dijo con voz casi inaudible, mientras forcejeaba con las hilas.

-          Están bien cuidados.- fríamente, el médico le señaló una especie de pecera con los seres en movimiento perezoso.

-          ¿Cómo haremos, si en cada herida hay una infección, doctor? Dígame, ¿se podrá mejorar o curar?- nerviosa y esquiva la mujer de alrededor de 45 años, se mueve con insistencia, tratando de no tocar a la joven muchacha, que yace en el lecho totalmente dopada.

-          Señora, su hija está ahora en una etapa muy delicada. Se la encontró totalmente abandonada en una calle donde viven un sin fin de desocupados y menesterosos. Hay que reconocer que fueron ellos los que la ayudaron.

-          Mamá te odio, devuélveme a mis hijos- dice con voz destemplada la joven.- A Usted también lo odio, me han quitado a mis hijos.- vuelve a repetir como un latiguillo la enferma.

-          Llamaremos a psiquiatría y a otro especialista. Igual, creemos que por lo menos estará internada entre cinco y seis meses. De ella depende. Nosotros ahora trataremos de curar las infecciones.- expresa con más interés el doctor.

-          Mamá devuélveme a mis hijos. Sólo tú, me pudiste robar a mis hijos y este cabrón hijo de puta, que ahora quiere dejar a mis otros hijos allí en esa heladera de vidrio. La Rosarito estaba a punto de poner huevos. Y el Hilarión estaba muy viejo para subir y bajar buscando comida. Devuélvanme a mis hijos.- la muchacha se r4evuelve frenética , alargando las manos hacia la pecera instalada cerca del lecho. – las enfermeras entran y salen asqueadas, pero saben que deben esperar a los psiquiatras para hacer algo.

-          Señora, este Síndrome, llamado del “Canguro” es frecuente en gente que sufrido grandes pérdidas. Es explicable en el caso de esta muchacha. ¿Quién le quitó a los verdaderos hijos? ¿Qué edad tenía?-  el facultativo escribe en la historia clínica cada dato detallando las palabras con líneas oscuras.

-          El primero fue a los catorce años. – respira profundamente la madre y continúa.- llegó de la escuela descompuesta y cuando le pregunté comenzó a ensoñar con el relato de los “favores” que le había regalado un galancito del curso.

-          No mamá, mentira, yo me enamoré y le pedí que me alejara de esa casa de brujas, donde viven tu mamá y tus hermanas. Vos me arrastraste hasta la atroz choza de la “médica”, la curandera y me sacaste mi primer hijo. Era muy pequeñito.- suena como un silbido la voz sisearte de la enferma.

-          Claro, qué íbamos a hacer, en el pueblo, con una nena de catorce años embarazada de un desconocido. Expresa apenas audible la voz de la mujer, que nerviosa se revuelve en su lugar como una lagartija desesperada.

-          Bueno, con eso se explica en algo todo esto. – un suspiro sale entrecortado de la boca del galeno.

-          Mentira, mentira.... – canta la muchacha que se va poniendo cada vez más nerviosa.- ¿y el segundo? Me lo sacaron atada como estoy ahora, porque él y yo llorábamos suplicando.-

-          Tenías apenas quince años. ¿Cómo lo iban a cuidar, si ni siquiera tenían la secundaria aprobada?- dice la mujer.

-          Mamá y ¿mi tercer hijo? Yo escondí durante cuatro meses mi embarazo, y la desgraciada de tu madre, que esté bien quieta en el infierno, me descubrió y me arrastraste al inmundo lugar donde me sacaron mi bebé. Era un varón dijo la bruja. Y él, mi amor, corrió y lo encontraron colgando de los hierros del puente. -  grita histérica, la joven.

-          Ese infame, sólo quería tu apellido y tu herencia. Los campos de tu abuela y las joyas de la familia. Seguro que luego te dejaría llena de hijos y en la calle.- estalla la mujer.

-          Señora, hace tiempo que su hija vive en la calle y no quiere que la lleven a su casa. Asegura interviniendo el médico. El síndrome del canguro, es una enfermedad propia de personas que se han sentido muy agredidas... y.... los sollozos suenan lúgubres en la pequeña sala del hospital.

-          Pero... pero ella es menor. No podía quedar en boca de todo el pueblo el buen nombre de la familia, una familia llena de heroicidad y honor. Su abuelo fue gobernador y su padre...- queda con las palabras jugueteando en la boca.

-          Ese otro, flor de hijo de mil putas, robó, se cogió a medio pueblo y encima trató de violarme desde que tenía seis años. El señor Abogado más prestigioso del pueblo, hizo bien en pegarse un tiro. Yo se lo hubiera dado, sin más ni más. Exijo a mis bebés ya mismo.- expresa revolviéndose en la cama, la muchacha.

-          Tranquila, tus cucarachas y tus gusanos están mejor ahora que en tus heridas, que se habían colmado de gusanos y estaban llenas de pus. – cuenta el médico.- Se iban a infectar con tus infecciones. – la explicación trata de calmar a la joven enferma.- Si las querés,  tenés que ayudarte y así ellas estarán mejor.

-          Quiero a mis hijos, quiero a mis hijas, quiero a mis hijos, quiero a mis hijas... -y el ronroneo, es una oración ininteligible  que se escucha apenas.- Mamá... morite, hacé algo por la humanidad... suicidate.-Le escupe a la madre que llora...  Salen todos e ingresa el psiquiatra.

-          Hola, me llamo Hugo y me imagino que no querés hablar conmigo. Soy tu médico de cabecera y trataremos juntos de ver porqué te producís esas heridas en la piel y guardás cucarachas en ellas, ah, y gusanos, que me contaron que son tus hijos. – dice muy abierto el hombre.

-          Sí, son mis hijos y cada una tiene un nombre. Se aman y me aman, no como la malvada que acaba de salir. – baja la voz- Ella me mató a mis tres primeros hijos. Eran dos nenas y un varón. No le cuentes a nadie. Ella es de la cofradía de la catedral y reza raras oraciones por día. Mi amor, Ernesto, se ahorcó por su culpa. El demonio vive en su casa. Es mala y su madre y hermanas también. Quiero que me devuelvan a mis hijitos e hijitas, ellas no van a morir en manos de una curandera. Y sigue hablando y hablando hasta que se queda dormida.

CAER

 

Caí, a los pies  

 lentamente

sin palabras que encierren una queja de niño derrotado

la espera

la soledad

que nos carcome     pequeño niño de manos abiertas a la nada

manos ardientes

lágrimas

desasosiego.

Caí, a los pies el duende de tu infancia

sin alas. Boca cerrada. Muda.

Hay una sombra hostil que corrompe, corrompiendo

tu nombre, tus palabras de amor

tu mirada asustada,

tus manos torpes de caricias.

Pobre con toda pobreza por pertrecho.

Casi    niños adultos muertos, antes, ahora

todo es posible

entonces

un pedazo de ala rota caerá

a los pies de mi árbol de la vida

sin zapatos...ni tiempo.

Mañana, tal vez mañana vendrán

los ángeles  a jugar con nosotros

nuevamente volverán los sueños de la infancia

con los cuentos populares

dejaremos de ser niños derrotados.

 

INEXPLICABLE PRESENCIA

 

            Lisandro soñó con esa casa. Pasó cuando tomó un desvío por la carretera 131 y se dirigía a la antigua abadía de La Torre azul. Los frenos chirriaron cuando aplicó el pié en el pedal. Se detuvo y perplejo miró la casa que siempre veía en sus sueños recurrentes. Con mucho asombro vio el cartel que vociferaba: ¡SE VENDE! Se apeó y dio una vuelta por detrás de las rejas, que enmohecidas le daban un aire de casa abandonada y que envolvía una fronda de jazmines y rosales de flores blancas, pequeñas y perfumadas. Las ventanas enormes estaban en buen estado a simple vista. Y la balaustrada de color parduzco atiborrada de macetones con hortensias florecidas de tono rosa o azul.

            ¡Serás mía! Anotó en un papel el número que proporcionaba el cartel. Llamaré esta tarde cuando regrese de la reunión. Ascendió al vehículo y siguió viaje sin pensar en otra cosa que en la casa. Cuando llegó al hotel donde se hacía la convención, dio la charla bastante rápido. ¡Lisandro, te veo distraído! Le dijo el jefe. Se preguntó si les relataba lo sucedido o no y sólo comentó que estaba por emprender un negocio inmobiliario familiar. Los comentarios fueron como derrame de aceite. Cuando terminó el simposium Lisandro partió apurado, quería llegar a tiempo para llamar al intermediario. No quería perder la oportunidad.

            Le atendió una voz sofocada, de respiración dificultosa y áspera. Le dio cita para el día siguiente, a las nueve de la mañana en la propiedad. Él, llegó en tiempo. El otro lo hizo esperar unos cuantos minutos, casi dos horas. Por el sur llegó un auto antiguo y el chofer resultó ser una dama de más o menos setenta a ochenta años. Elegante y seria. Se presentó como la única dueña de esa casa. Sin herederos y con deseos de despojarse de la propiedad lo antes posible. Maritza Menéndez Cayo, venga, acompáñeme. Tomó una llave de bronce y haciendo gala de tenacidad, abrió la gran puerta. Ingresando a un espacio abierto, sin muebles ni cortinados. Destrabó una celosía y el sol entró como un chorro de fuego plateado.

            Los pisos eran un damero de maderas y mármol que brillaba, la escalera distribuía habitaciones y pasillos en el piso superior. Lo condujo en planta baja hasta las zonas de fuego donde no se veía ollas o utensilios caseros. Le mostró un receptáculo donde según dijo se podía almacenar comestibles o ropa blanca. Luego le señaló sin darle demasiada importancia una salida en el piso que ocultaba un sótano.

            En un salón de la derecha, que según la señora era la gran sala de la familia había unos hermosos cuadros. Eran pinturas al óleo y pasteles que habían quedado después de vender el resto de objetos. ¡Eran bellos y sensuales! Algunos representaban a dioses griegos, otros eran más actuales y al final, sobre una pared enorme se destacaba un gran cuadro con una pareja de jóvenes que representaban una boda.

            El precio era justo y le daba todas las garantías para pagar en el banco de la ciudad, frente a un escribano. La transacción se hizo sin problemas. Lisandro tenía un préstamo en dicha institución con prenda sobre la mansión. La dama, contenta, se alejó del recinto dejándole las llaves y un sobre cerrado con lacre que dijo, debería abrirlo siempre que se presentara cierta circunstancia.

            La mudanza fue compleja. Sus chicos tenían pereza de cambiar de casa, de escuela, de amigos y protestaron varios días. Maribel, su esposa estaba feliz. Así comenzó una vida distinta a la del departamento amplio, pero ruidoso del centro. El jardín era espléndido y se presentó un hombre mayor, José, que dijo haber cuidado el mismo durante toda su juventud. Conocía cada planta y cada rincón del parque.

            Pasado el verano, un otoño frío y ventoso comenzó a distraer el color de los árboles. La casa era algo fría. Y en las noches, comenzaron a sentir ciertos extraños ruidos que no podían descubrir de dónde provenían. Maribel, se quedaba despierta hasta altas horas de la noche leyendo junto a la chimenea hasta quedarse dormida. Despertaba con el murmullo de voces. No sabía de qué lugar salían. Iba a la habitación de los niños y estos dormían sin problemas cansados de los juegos y las tareas escolares. Lisandro, creía que era imaginación suya sentir pasos que subían del subsuelo hasta la cocina.

            En pleno invierno, cuando la nieve comenzó a cubrir el bello jardín a Lisandro, le apreció que una figura se movía desde el cuadro del salón, hasta el sótano. ¿Estoy mal de los nervios! Es el stress de los negocios. Y no le dio importancia.

            Una noche de tormenta, Maribel, con una lámpara en la mano, iluminó la figura de una bella muchacha que se había sentado en el escalón superior de la escalera. La miraba sorprendida. Un rayo iluminó el cuadro y ¡OH, sorpresa, la joven no estaba en la pintura! Se le cayó el farol y el ruido hizo que saltara la bella mujer y regresara al cuadro. Muda y llena de terror, se fue a la habitación a ver si los niños estaban bien. Ellos dormían. Lisandro encontró el camino y cuando quiso hablar él, le tapó la boca y le señaló una extraña figura que se desplazaba por la escalera. ¡Era el joven del cuadro!

            Rápido fueron a buscar el sobre lacrado que les diera la dama. Lo abrieron con el corazón saltando entre sístoles y diástoles, enloquecidos. Allí había una carta relatando la historia de la pareja del retrato. Esa noche no durmieron, pero apreciaron saber que nunca les harían daño. Esos dos se habían amado tanto que aun salían para amarse en un mundo mágico de ultratumba.

 

EL TIEMPO 2

 

Hay un tiempo sacrílego de luna desgajada,

vierte sudor de fuego de lágrima azul.

Es tiempo de solsticio, de naufragio silencioso,

inmolado en simetría de una vida malograda.

Muere en el mar,

agazapado en la tiniebla,

el horizonte sumiso y desgarrado,

me detiene allí,

donde limita el olvido y desperdicia la sed.

 

Hay otro tiempo sin tiniebla

aurora liberada en un sótano blanco

y el lienzo es espuma quieta,

juego infinito de boca y ojos confundidos.

Labio ardiente,

entre los labios de manzana,

abrazo de tentación mojada en beso

ícono desnudo en alabastro,

iluminado por el sol.

La pupila es de incienso y oro.

Nuevo milagro de los dioses.

EL FORASTERO

La casa era de una belleza sin igual pero había sitios desocupados, pensaron en tomar algunos pensionistas. Así llegó un viejo soltero, cuya familia había caído en un bombardeo. Sin otro consuelo que sus cajas con libros y algún que otro objeto recuperado entre los escombros. Vivía con traducciones que hacía para un editor de la gran ciudad. Estricto en su higiene personal. Pagaba puntualmente su pensión y comida. De hábitos sanos no tenía ninguna queja. Luego apareció una señorita, profesora de letras, que mantuvo largas pláticas con las muchachas de la casa. Finalmente llegó un personaje diferente. Era “parapsicóloga” vidente y tarotista. De mirada pícara y voz chillona, cambió el aire serio de la casa. Salía todos los días a su “consulta” en la ciudad. Atendía una cantidad increíble de gente en un pequeño local, donde reinaba un caos de dioses hindúes, egipcios y cristianos. Con una túnica de seda colorida y un turbante con grandes aretes dorados, penetraba el mundo de los muertos como en la vida de los que habitaban los pueblos cercanos. La creatividad de la mujer hizo que todos mudaran sus conductas. El profesor, comenzó a salir a bares y fiestas con la tarotista, la dueña de casa, tan seria y virtuosa, se dedicó a la venta de ciertos papeles de dudoso origen. 

Finalmente se supo que el profesor, no era tal, era un truhan que había salido de la penitenciaría, tenía varios años allí, purgando una escandalosa estafa de la empresa donde trabajaba y no era tan extraño al lugar, era muy conocido en el submundo de hampa y que la Tarotista era su ex amante, la secretaria de la empresa. 

Pero la casa cambió. Ya no era lúgubre y triste, sonaba la radio a todo volumen y la dueña de casa con las cuentas al día, cantaba y bailaba por las habitaciones que había ocupado con extraños personajes. 

                         

 

EL ESCÁNDALO


            Se puede ser tan cauto como un ave nocturna y perder de vista una presa. ¿Es fácil extraviarse en un tanque de agua en el techo de una vivienda? Ese ha querido bañarse o suicidarse. Si quiso bañarse, estaba ebrio. Si quiso suicidarse, tenía una depresión infernal. En todo una verdadera locura. Pasó diez días y nadie supo que el tipo estaba flotando allí.

            Encontrarlo fue una verdadera odisea. Parece una historia de una película de terror. Nadie indagó en los alrededores sobre un “ser” desaparecido de su ambiente.

            ¿Acaso no tiene familia, amigos o enemigos? Es un ser sin nombre y sin destino. Estamos tan enfermos como sociedad que no advertimos que algo raro está pasando en una casa. ¿El agua de la vivienda no tenía sabor raro u olor a muerte?

            Ahora llegan los micrófonos de radios y medios para hacer el gran servicio a la población. Parecen aves de rapiña. ¡Es un escándalo!

            Con catorce años, Lautaro, comenzó a cambiar, discutía por todo con sus padres y ni hablar con sus hermanas. Según ahora descubren había ingresado en una pandilla de chicos nuevos de la escuela, y digo nuevos, porque los habían echado de varios colegios. Lautaro no tenía muchos amigos. Se encerraba a tocar guitarra en su habitación; que había transformado en una verdadera cueva. Una de las chicas, la Etelvina, la menor de las hermanas, lo vio en un café cerca del colegio con unos “mala cara”, unos “pibes” de vestimenta rara y llenos de tatuajes, cosa que si su papá los veía, se armaba. Le dijo a la madre, pero ésta siempre tan ocupada cosiendo para la fábrica de pantalones de moda, no le puso demasiada atención. ¡Al padre no; porque lo golpearía! Y un día lo vio y se armó. Le dio una buena paliza, de esas de las que hay memoria en otras épocas.

            El tema es que Lautaro, cuando pudo se escapó de la casa. Dejó la escuela y siguió con la pandilla. Pero parece, dijo un policía, que hubo una trifulca con otra camarilla de “pendejos” y así Lautaro desapareció.

            Ahora los padres lloran, pero…¡Qué escándalo! Lautaro estuvo días y días allí, flotando en el tanque de agua y nadie se había dado cuenta.

jueves, 22 de octubre de 2020

A MIGUEL DE UNAMUNO Y JUGO , PARA ISLA NEGRA,CASA DE PABLO NERUDA...LOS MIL POEMAS PARA


 

                               “MÉTEME, PADRE ETERNO, EN TU PECHO, MISTERIOSO HOGAR, DORMIRÉ ALLÍ, PUES VENGO DESHECHO DEL DURO BREGAR” EPITAFIO EN SU TUMBA.

 

 

¡Solloza el alma del hombre que perdió a Jesucristo!

 

Busca sin cesar una hendidura donde esconder su pena.

 

Su fuente de sangre herida por la lucha entre el zarzal y la rosa,

 

vida o muerte de su sueño en llamarada y lava,

 

que lo aprieta en brazos del amor y de la muerte.

 

Busca rescatar en la tiniebla esa palabra de un Dios inexistente

 

de un Dios cuyo eco resuena entre los claustros de su mente.

 

Quiere abarcar el todo y el misterio envuelve el tiempo

 

de la vida que quebranta en la filosofía. No resiste.

 

Se entrega en brazos de la búsqueda endulzando su noche

 

Su oración final de luz esperanzada. Luz de un Cordero perdido

 

entre los libros, en los largos pasillos de una academia gris

 

donde lo espera la eternidad de su voz y sus gemidos.

 

Don Miguel de Unamuno y Jugo, usted no ha muerto

 

Vive en la palabra maravillosa de su poemario y obra,

 

está durmiendo en el pecho misterioso de un Señor perdido

 

que entre sus brazos sostendrá su frente y la sangre de su rosal en flor.

 

POESÍA PARA LA MUJER: LA ESPERANZA

 LA ESPERANZA

 HOY MUJER ERES LA SEMILLA QUE FRUTECE

HOY MUJER SALVAS LA TIERRA DEL  DILUVIO

HOY ERES SOL, MAR, MONTAÑA Y FUEGO

SALUDA LA TRAYECTORIA DEL LOS PIES DESCALZOS

EN UN MUNDO DE TORMENTAS Y HURACANES. GUERRAS.

VUELA MUJER; NO TE DETENGAS EN LA ORILLA

DONDE SOLO ENCALLAS LAS NAVES PERDIDAS

VUELA MARIPOSA HACIA  PÉRDIDAS LUCES

VUELA MARIPOSA HACIA EL SOL NACIENTE

 ABRAZA EL ÁRBOL DE LA VIDA. SUEÑA

MUJER VALIENTE MILITANTE DEL AMOR

CAZADORA  DE DELICIA Y PESARES, SER DUEÑA DE TÍ

HOY VOLVERÁS A REPETIR LA ÚNICA VERDAD

QUE SOMOS LA HACEDORAS DE LA TIERRA FÉRTIL

SOMOS NIDO, FLOR, MAÍZ; PAN Y VINO

SOMOS EL VIENTRE DONDE SE FUNDA LA VIDA.

 

ENVIADO PARA ANTOLOGÍA EN ECUADOR

FRANCO… ¿UN DUENDE O UN FANTASMA?

 

1—

            Martina mañana tenemos que ir a la casa de la abuela Lina. Fíjate que el vestido de plumetí celeste esté impecable. Los zapatos de charol de tu hermana Guillermina están a mano y trae el peine, yo mientras tanto armo la valija.

            El tren parte de Lomita a las nueve. Estaremos en la estación a las ocho. Y deja de comer ese merengue, que te pondrás redonda. Aprende de Guillermina, tan cuidadosa con su cuerpo, su cabello y sus modales. Tienes que imitarla y ser como ella.

            ¿Ya está lista tu habitación? ¡Martina podría estar mejor!  Pero estamos apuradas, niñas recuerden: ¡No pregunten y está prohibido ir a la habitación del fondo, la que está con un candado, bien cerrada. ¡Ni se les ocurra acercarse o hablar a los abuelos porqué o qué hay en esa pieza del candado!

 

2---

            El tren me produce sueño, a Guillermina la descompone y vomita; yo la cubro de mamá y papá. Ella, mamá, se pondría como loca de nervios si se ensucia el vestido. Yo la arrastro al baño y la limpio. Guillermina se manchó un poco, la lavo y la vuelvo a peinar, con el moño de la trenza, lucho un rato y me queda perfecto. Mamá se preocupa y viene a buscarnos, yo me hago la tonta como siempre. Mamá cree que las cosas que hace mi hermana son perfectas  y todo lo que hago son torpezas. Llevo el cabello suelto y el flequillo desflecado, hecho hilachas. Pero no vomito y amo ir en tren por el camino que se entrecruza con la carretera y el ferrocarril, miro el paisaje y adoro reconocer los animales y árboles. No digo nada, total soy “la tonta” ¡Soy más machota, como dicen los de mi familia.

            Descubrimos que en una estación entraron al tren muchos soldados. Su risa me estremece. Son los que van al desfile de mañana a la capital. Nosotros seguimos hasta un pueblo cercano.

            Nuestra familia en las fiestas patrias como la de mañana, se juntan en la casa de los abuelos, como si fuera un cabildo abierto. Mañana es 25 de Mayo. Ja, ja, ja… la tía Gloria dice que hay que ser ¡Bien patriotas! Pienso que son tonteras, pero tengo apenas once años y conozco poco de historia. Lo de la escuela, no más. Y no me tienen en cuenta para nada. Recién paró el tren y se bajaron los soldados. Ahora hay silencio y mal olor. ¿Se bañarán? Guillermina, vamos a sentarnos allí y juguemos a “Piedra, papel y tijera” ¡Dale!

 

3___

 

            Cuando llegamos a la casona de los abuelos, nos recibió la tía Josefina. Nos dio un abrazo que casi nos ahoga. Cuando vino el resto de la familia  que yo conté en treinta, todos hablaban al mismo tiempo. En una mesa bajo los jazmines, había platos con empanadas, pollo en trozos que habían asado el tío Jorge y Lucio. Parecían payasos, colorados por el calor de la parrilla.

            Los chicos comimos primero. Los grandes ya comenzaban a discutir de fútbol, política y otros murmullos que no alcancé a oír. Tomaban un vino que se veía sabroso. Hoy se que era Vermouth y comían salame, mortadela y queso cortado, pero parecían una enorme boca insaciable. Después no mandaron a jugar. Unos primos jugaban a la “payana”, otros a las “Canicas” y las chicas “a la mancha venenosa”.

            Mi hermana me tomó de la mano y me llevó a la ¡habitación prohibida!

            ¡Lo prohibido es lo que más atrae! El candado… estaba abierto y miramos para todos lados, no había nadie detrás de nosotros. Nadie nos veía. En punta de pié llegamos cerca y nos escondimos tras las macetas con helechos de la abuela. No venía nadie y entonces… ¡qué emoción! Abrimos la puerta apenas, un aire helado y húmedo nos hizo echar atrás. Yo más atrevida, comencé a mirar con descaro lo que había. Estábamos medio cegadas por la luz de afuera y la penumbra. De pronto una mano helada se prendió de mi brazo y comenzó a gruñir. ¡Pegué un grito!

            Un ser deforme gesticulaba y babeaba tratando de retenerme. Entró como una tromba mi abuela. Me tomó del pelo y por primera vez, me pegó una cachetada. Yo lloraba y gritaba, más por el susto que por el dolor. Guillermina ya estaba en brazos de mamá. Muda, y temblorosa salí corriendo y ligué de nuevo con papá.

 

4---

            La casa era un horror, todos vinieron y así descubrieron que allí habitaba un hermano de mi papá, que todos creían muerto al nacer. Era enfermo. Escuché las palabras: “parálisis cerebral” y lo tenían oculto con vergüenza del famoso ¡Qué dirán!

            Las mujeres lloraban, los hombres comenzaron a discutir; habían descubierto “El Secreto”. Se llamaba Franco y el niño era un muchacho parecido a un fantasma, ya que nunca tomó sol y caminó o jugó en el patio o fue a una escuela… ¡Yo estaba desesperada! Ahora con cuarenta y ocho años, veo como se cuida y ayuda a los niños que nacen discapacitados y doy gracias a Dios y a la Vida que Franco fuera descubierto. Murió un tiempo después, pero gracias a nosotras, conoció la luz del sol, el aire puro y el amor de algunos primos que nos apiadamos de él.

            Regresamos a casa en el tren anterior al que habían dicho y la penitencia nos duró hasta mucho tiempo después, pero me enseñó a no tener “prejuicios” y a tener compasión con los débiles. Guillermina, tal vez por ese suceso estudió para ser especialista en recuperación de chiquitos y no tanto, con alguna diferencia al nacer.

DESPELLEJADA

 

            Vi a la mujer atravesar el camino de pedregullos con las riendas en la mano. A horcajadas, venía un niño herido. Un pequeño accidente lo había hecho caer del caballo y sangraba apenas por la boca. Lloraba y ella, le hablaba con un amor indescriptible. Me detuve. ¿Necesita ayuda? Dije mirándola por vez primera. ¡No el niño se asustó y soltó las riendas, el caballo galopó y se tiro, cayendo en el pastizal del Potrero de los Lopez!

            La vi ingresar presurosa en su cabaña. Bajó al niño y abrazándolo lo llenó de besos y caricias. El chico aparentaba unos catorce años, pero era infantil en sus modales.

            Ella, me explicó que era “un chico especial”; lo adopté por eso. ¡Eso es amor, me dije y caridad en un corazón bueno! La quise sin pensarlo por su actitud con la vida. Había estrenado una amiga. Mi cabaña estaba a metros de la suya y nunca la había hablado en esa forma tan personal; un saludo tal vez, una palabra al pasar o nada.

            Con el tiempo la conocí más y el muchacho me reconoció con alegres gritos eufóricos cuando le daba alguna golosina. ¡Un día enfermó! Grave, partió al hospital y a los tres días falleció. Su madre del corazón estaba desconsolada. ¡Yo sabía! Los que me entregaron a Yael, me dieron tres o cuatro años de vida… vivió once más. Dios me lo regaló más tiempo de lo que estaba diagnosticado. No me puedo enojar con la verdad.

            Ya sola, comenzamos una amistad más personal y me contó su historia. Soy nacida en Italia, me decía, mis padres emigraron después de la guerra. Éramos muy pobres. Papá no hablaba el castellano y unos paisanos lo hicieron trabajar a destajo en una panadería en los suburbios de Buenos Aires, y mamá lavaba ropa para la gente rica.

            ¡Pero comíamos! En Italia y en guerra, ni para el pan teníamos. Yo llegué a país con ocho años, era flaca como un escarbadientes y enseguida entré en una escuela donde las maestras me apañaron y fueron muy dulces y buenas con mi hermano y conmigo.

            Cuando cumplí los catorce mi papá consiguió que fuera a trabajar en una fiambrería. ¿Conoces los supermercados “MAPOL”? Sí, claro, ¿quién no los conoce, si están en casi todo el país menos en esta bendita tierra. Por eso vine a vivir acá, me dijo y enmudeció. Yo he aprendido a silenciarme cuando alguien se detiene en un relato tan personal y llora.

            La saludé y salí caminando por el jardín precioso que había creado para el niño y sus juegos. Había flores por cada rincón, debajo de los árboles, en los barrancos que dan al riacho, en la orilla del camino y bajo el alero. Salí en silencio respetando su pesar.

            Dos semanas después, la invité a tomar un café. Allí comenzó a hablar. Gracias por tu silencio del otro encuentro, me dijo. ¡Sos buena oreja para oír mi vida! Mi patrón era viudo. Cuando cumplí dieciséis años, me corté estos dedos cortando fiambre en su negocio. Fue muy cariñoso y me llevó a curar. Pagó una cuenta descomunal, pero no conseguí que me implantaran las falanges faltantes. Me puso en la caja y comenzó a llevarme a su casa a comer. Tenía cinco niños pequeños. Yo soy muy maternal, lo habrás notado; enseguida se encariñaron conmigo. Me llevó a vivir con él.

            Mi padre se enojó por no estar casada y no me dejó entrar más en su casa y mamá y mi hermano me venían a ver al negocio. Íbamos creciendo a pasos agigantados. En dos años tenía cinco sucursales en diferentes barrios. Me compró una moto y yo iba y venía a los bancos y a las fiambrerías. ¡Por haber pasado la guerra, soy ahorrativa y astuta con el dinero! 

            A los veinticinco ya los chicos comenzaron el secundario y venían a los negocios que crecían y crecían como hongos. Él le iba agregando ramos: verdulería, panificados y cientos de enlatados y armaba una bodeguita en cada sucursal. Yo le criaba los hijos, le hacía las compras mayoristas y cuidaba sus ganancias.

            ¡Y un día, cuando quise acordar apareció el gran cartel: Supermercado MAPOL!

Era una fiesta. Sí, yo preparé todo y al momento de ingresar me dejó en un rincón y los hijos estaban junto a él. Yo era un estorbo. ¡Impresentable! Según dijo al otro día. Agarré mis pocas cosas, algo de ropa, mi moto y algo de dinero que tenía ahorrado que me había regalado y me fui. ¿Querés creer que nunca me buscaron? Ni el padre ni los hijos. Y yo, les di mi vida. ¡Por eso vine acá el único rincón del país donde no está MAPOL…! Adopté a Yael con la ilusión de no estar sola, aunque los médicos me dieron pocas esperanzas. Trabajé en lo que sé, en una fiambrería de barrio. Ahorré todo lo que pude y compré esta cabaña. Acá escondida de la maldad ajena supe que había que renacer. Llegué despellejada, sin consuelo. Al año me traje a mi mamá que ya era viuda. Y creamos el paraíso en el jardín cerca del cielo.

            Pasó el tiempo y conoció un criollo que le propuso casamiento. ¡Un pobre tipo! Pero bueno. Vivieron muchos años juntos. Un día aterrizó en esta ciudad: MAPOL…y ella se esfumó con su compañero. La cabaña está cerrada y tiene hace varios años un cartel: “¡SE VENDE”!  Nunca supe qué pasó con ellos. Tal vez un día me llame y me cuente dónde se esconde del hombre que la usó y la dejó cuando tuvo fortuna y los hijos criados.

UN CUADRO CON RETRATO DE MUJER Y CABALLERO

 

Cuando menos lo esperó, el hombre sintió la participación de Sinali, que no quiso quedarse afuera de la fiesta. Ella ejecutaba el rabel sentada en una alfombra de Izmir. Su silueta se dibujaba detrás de la luz que proyectaba la luna en la ventana abierta. La cabellera suelta y larguísima caía sobre la túnica de seda. Era un rayo de azabache entre las horas muertas de la noche. Sus senos rosados e inocentes, sugerían la turbación de su juventud, dorándolos con la suave luz celeste de la esquiva Venus. El sonido grave adormecía la mente, mientras los ojos iban desperdigando miradas sensuales, curiosas, conmovedoras. Sinali estaba allí vacilante y perturbadora como una vestal esclarecida.

La fiesta había cumplido con todos los augurios esperados y soñados. Sólo faltaba eso, la magia del rabel con su sonido ensoñador y triste.

Ese día, las mujeres más bellas, brillantes y sensuales, se habían trajeado y embellecido para despertar ardores inquietantes entre los varones esquivos.

El menú, preparado por las manos mágicas de un chef inigualable, había saciado el estómago más exquisito del condado. Bebieron el mejor vino de la cava más admirada y prestigiosa de la región. No había faltado nada. La noche se alejaba y el amanecer quiso entrometerse en el momento más huidizo de la plenitud selenita.

El hombre quiso cerrar la ventana pero un viento helado se interpuso. El marco dorado se movía imperceptiblemente sobre la pared del salón. La silueta de Sinali, la diosa del rabel, se había desprendido y yacía lujuriosa en la alfombra.

Sólo faltaba el fantasma del caballero armado para completar la escena.  Pronto se desprendió de la vieja tela, orgulloso y febril, tomó a Sinali por la cintura, arrebatándole el rabel, se metió en el cuadro sin darse cuenta que la muchacha había envejecido ciento de años en un instante.

El temido espacio sibilino entre la vida y la muerte no respetaba la fantasía de una noche refinada y astral para los escorzos impresos en el antiguo óleo del gran salón de fiestas. La fealdad había incluido al caballero armado que ahora era un simple esqueleto con guadaña en lugar de la filosa espada reluciente.

            El hombre se durmió esperando el sol para aclarar los mensajes nocturnos que borrosos en la penumbra no podía comprender.

martes, 20 de octubre de 2020

MENSAJE SECRETO

 

La organización envió a varios agentes de inteligencia a Kioto, nadie sabía bien quiénes serían los que nos recibirían. Viajamos en avión, ya que los miles de kilómetros que nos separaba desde Costa Vieza, impedía que llegáramos en otro medio. El viaje fue realmente mortífero. Una fuerza superior nos mantuvo alerta y allí abrimos los sobres con las órdenes que emanaban del “Jefe”. Teníamos allí la orden de fisgonear a un tal Kevin Khi, alias H’shy, un chino-americano, que aparentaba ser un oscuro comerciante en estatuas de mármol hechas en serie. Era un experto en karate, actor secundario en varias películas de ambientación china, y  sus oscuros ojos infundían misterio.

                                   Todo caminaba bien, hasta que en el hotel donde nos hospedábamos comenzó un fuego, que se descubrió luego, con la investigación, había sido encendido por alguien, usando combustible, y que hacía entrar oleajes de humo mortal entre todos los hombres. Nos asfixiábamos. Mäntel, el lúcido investigador que había viajado con nosotros, organizó una fiesta para tratar de descubrir a quien quería deshacerse del grupo. Era evidente que el mestizo no estaba involucrado porque lo teníamos muy controlado.

                                  Contrataron a un grupo de geishas y prepararon un menú extraordinario. Las muchachas con sus kimonos y sus rostros de exquisita belleza trastornó a dos de nuestros hombres, que cautivados, no advirtieron que entre el sushy había una trampa mortal. En pocas horas tuvieron una muerte dolorosa pero en la autopsia, no encontraron nada extraño. La enorme maldad de quienes estaban involucrados era evidente. Comenzó una búsqueda obscena, nada quedaba fuera de los ojos de los agentes. Mäntel, tenía fe que pronto sabríamos de qué se trataba esa venganza. Una organización de traficantes de obras de arte antigua, estaba detrás de todo eso, pero ninguno supuso que Kevin Khi, era un agente secreto de China, que buscaba a los involucrados. Apareció ahogado entre el oleaje pútrido de la laguna Biwa y con un mensaje en la boca escrito en un antiguo trozo de seda de la dinastía Tokugawa.

                                   Una noche que fuimos invitados por un simpático secretario del presidente de Taganaka, la empresa de comercio del señor Öntuwe, supusimos que sería un beneplácito para esos malos momentos que vivíamos. El teatro kabuki, estaba repleto de serios caballeros nativos. Sólo nosotros estábamos allí, extranjeros en toda nuestra ignorancia de dicha tradición. La representación, magnífica por el esplendor de trajes y decorados, cubrió el mensaje. En la escena onnagata desenmascararon a uno de los hombres y le sucedió una máscara de extranjero. Siete sables samurai, traspasaron al actor y se produjo la escena mie. Ahí advirtió Mäntel un mensaje secreto de muerte. Lívidos, salimos del teatro y subiendo a un taxi, partimos directamente al aeropuerto. Dejamos que Öntuwe, quien nos había hecho la deferente invitación se comunicara con nuestro jefe. Él, sabría descifrar el secreto.

 

EL TRÁMITE

 

            La cola en la oficina es larga. Me duelen los pies, tengo ganas de ir al baño y sentarme en algún lugar. Así sea un banquito de madera. Hace calor. Tengo rabia. La ira me hace sudar y siento deseos de arrojar la carpeta a cualquiera de esos estúpidos empleados que me observan impávidos. Ya sé, que no tienen culpa alguna. Pero estoy cansada de esperar. Siento que me hablan y no escucho. Es una mujer que protesta igual que yo. Me importa poco si a ella le hace daño esta espera. A mí, me pone loca. No pueden ser tan indiferentes. Pero claro, son las nuevas técnicas de venta. Llame al teléfono gratis. Llamé, me harté de llamar. Primero te hacen marcar dieciséis números antes de escuchar la música que tarda minutos y minutos para que un ignoto telefonista, si no es una voz grabada, quien te da tantas explicaciones y tan rápido que hay que ser un héroe de “Dartagnan” para seguir y lograr el éxito. Luego viene más música. Otra voz que te dice que dentro de veinte días, podrás disponer de tu correo electrónico. ¿Cómo hacer para lograr que las cosas se hagan ahora? No. Nada. Hay que esperar y … joderse. Un montón de gente te ha instado a ingresar en el mundo cibernético. Lo necesitás. Pero…¿ realmente así se puede disfrutar de un sistema tan inútil?

            He hablado con siete empleados, tres técnicos y ahora, después de veinte días, vengo arrastrando este paquete inútil. Y pensar que antes con mi banda chisca, me comunicaba sin problemas. Bueno, me toca a mí. Paso… me piden el documento y como el documento es el de mi maridito, me explican que no puedo hacer yo el trámite.

            ¿Qué hago, mato al empleado o le pongo un dispositivo explosivo al edificio con todos adentro? Mejor llamo a Bin Laden o a sus seguidores, en una de esas consigo una respuesta más interesante y rápida. ¿O no?

DOS MIL VEINTE

 

Como alfiles, caen

Como estacas, caen

Como hojas de agudas fibras, que se yerguen

Como rayos en medio de una tormenta se evaporan

Como látigos furiosos se deslizan

Son los muertos.

Crucificando cada día nuestra espera

Codificando el almanaque con sus nombres

Revolviendo nuestras penas que se arrastran

Resonando con silencios fantasmales

Repitiendo preces a los ángeles dormidos

Son los muertos

Día a día, caen como pétalos marchitos

Noche a noche, en insomnio sin interrupciones

Madrugadas sedientas de lágrimas estériles

Amaneceres de espera y de clamores.

Son los muertos

Es la Peste

Es el Miedo

Es la Pena

Es la Vida que se escapa de las manos.

¿Dónde el Hombre derrumbado?

¿Dónde la Cruz del Martirio?

¿Dónde la promesa del futuro?

¿Dónde?

Un misterio que el demiurgo esconde.

Y los muertos que avanzan por los valles,

por las calles, por la tierra.

Es la espera

Es el silencio

Es la muerte.

 

AHORA

 

Ahora

yo te pido

cortejemos inmensas  muchedumbres con guijarros

de la orilla del río de la vida

continuemos

memoriosos los astros iluminan el camino

 

son de cuarzo rosado las velas del barco que traslada

nuestro canto. Son de ébano las tablas de la barca.

A lo lejos    allá en el horizonte   tal vez en el poniente

una lámina pintada en el mural del templo nos indica

el rostro de ese dios que nos inquieta

en las noches de amor.

 

EL EUNUCO

             El disipado eunuco se ufanaba por merecer una mirada bondadosa de la diosa.

“Minouca” era una semidiosa de un Olimpo creado en un siglo disparatado. No había en los anales nada concreto sobre esa semidiosa, excepto que apareció su hermosa estatua de mármol en los baños y hubo quien inventara su historia. No le creían sus compañeros que en los baños de la isla, había una fuente en la que podía entrar con su gruesa barriga deforme y salir luego de los festines de la “mujer” con su vientre plano y sin esa espantosa blancura que se aferraba a su piel como araña cristalina.

             Manatiel había sido vendido a una caravana, a unos traficantes de humanos en el desierto. Otros eunucos se reían a pesar de sus dolorosas vidas, rotas y deformadas por la práctica innoble de los esclavistas.

            Había unos de piel tan oscura como la noche sin luna, otros de ralo pelo rojo y ojos glaucos, estaban los que tenían cabellos blancos como la nieve y ojos rojos como sangre; todos movían las manos de dedos regordetes como brazos del pulpo del Mediterráneo.

            La única posibilidad de regresar a la vida anterior, era la muerte.

            Tal vez, al renacer, serían hombres enteros. Lo despertaba, las campanillas y cencerros que sus amos le ajustaban en los tobillos al venderlos.

Su vida con suerte, era ser juguete de unas jóvenes en algún harem. Le temía a los amos que eran crueles y lascivos. En su infancia, recordaba, había conocido el amor de los brazos de su madre. Su vida se transformó en un territorio de dolor y furia.

            Cuando, siendo casi niño, le arrancaron los testículos, fue una muerte interior y se juró no volver a vivir, a soñar o a reír. Pero con el tiempo su cuerpo se fue ablandando y su ánimo desestructurando.

            Un maestro le enseñó a respirar, a armonizarse con la naturaleza. Conoció nuevos dioses, nuevos semidioses y a otros eunucos, que como él, no tenían voz en el concierto humano.

            Le cambiaron el nombre. Ahora se llamaba Plotino y le dejaron en claro que no tenía derechos. Era un esclavo.

            Salió el raro vapor que envolvía todo el baño, y la vio. La diosa Minouca había cambiado. Su dulce sonrisa lo abrazó y se fue quedando dormido en el sopor que le despertó un sabor agridulce. Soñó por primera vez desde aquel día. Voló como un águila blanca sobre valles y montañas, sobre el mar que calmo transformaba suave la costa bravía.

            Regresó a ser niño. Y unas alas que crecieron en su cuerpo; de plumas doradas fueron tornando color rubí, luego morado y finalmente negro.

            Cuando, abrió los ojos, la que fuera de mármol, se había transformado en “mujer”, bella y apetitosa. Lo besaba en todo el cuerpo que por efecto de la sensualidad se había transmutado en hombre. No quiso volver a la vida.

EL COMPADRITO


             Nació como según se dice: en cuna de oro. Su padre estanciero, su madre con apellidos para hacer un legajo real. Un bebé de portada de revista de moda. Sexto hijo de una pareja despareja y sombría, pero que aparentaba felicidad. Los tres primeros eran unas niñas que no tenían el glamour que se esperaba de esa gente. Los dos varones que vinieron después, mellizos, eran morenos, de ojos negros y tan diferentes al padre que se murmuró que no eran del patrón, sino del chofer. Tenían una berlina que los llevaba a la iglesia o a la ciudad. Siempre acompañados por la nana, una matrona rubicunda y alegre que le cantaba canciones en francés.

            Lo bautizaron Luciano Rigoberto Cosme, por abuelos y parientes muy queridos. Y aprendió a caminar pronto, más ligero que sus hermanos. Ágil y picaresco siempre haciendo travesuras que eran ocultadas por el resto de los hermanos. Una tarde de tormenta un rayo cayó cerca del camino, el caballo se descalabró y cayeron en un barranco. Dos de sus hermanas: Federica y Leticia quedaron en estado de coma. No hubo terapia que ayudara a las niñas y con el dolor incrustado en el corazón de la familia las dejaron en el camposanto de Laguna Larga. A tres kilómetros de la casa familiar.

            Pasó el tiempo y los muchachos fueron internados en un colegio LaSalle y Amancia la hermana de ocho años, fue a las Clarisas. Quedó él, el niño más mimado de la familia. Con el Jardinero, aprendió a cazar, a pescar y a galopar por los campos de trigo y cebada de la estancia. También don Antenor, le enseñó a capar y marcar el ganado. Para el muchacho todo era un deporte.

            Creció hablando un francés pasable, porque la nana insistió en enseñarle su lengua nativa. Su madre le hablaba en inglés y el padre, como buen hijo de castellanos, le obligaba a usar el español a la perfección.

            Nadie habló de llevarlo a la ciudad a un colegio para su formación y sólo aprendió con esmero de la enorme biblioteca de sus padres. Era muy inteligente y curioso. El día que su padre compró un Ford, estalló en gritos de alegría y ya nadie pudo impedir que trepara al vehículo y aprendiera a manejarlo. Volaba por los caminos polvorientos. Desarmaba parte por parte el automóvil y lo armaba como a un simple rompecabezas. ¡Es un genio! Se decían en la casa. Pero salía con el asiento lleno de armas y volvía con animales sangrando, colgados de los hierros del coche.

            La cocinera se molestaba porque debía limpiar y despostar los bichos. Luego cocinarlos con recetas que le daba la nana. La madre lo llamaba Rigoberto, por una discusión que había tenido con su abuelo de quien el muchacho había recibido el nombre de Luciano.

            Cuando pasó el tiempo, ya mozo, su figura era la de una estampa de buen artista plástico. Alto, bien formado, de ojos claros como su padre y siempre tostada la piel por el sol que recibía entre los campos de girasol y maíz. A veces iba a buscar a sus hermanos y los veía pálidos y descontentos, llenos de remilgos por la exigida escuela y sus maestros. Pero él, sólo pensaba en grandes aventuras.

            Su padre le regaló un campo y él, supo hacerlo trabajar y acrecentar sus bienes. No sería abogado como uno de los hermanos, Rufino, ni cura como Alcides pero su vida sería recordada por siempre. Él, sería un héroe.

            Aprendió a volar unos armatostes de metal, lona encerada y madera. El motor echaba humos como horno de pobre y el ruido era del mismo infierno del Dante. Voló solo y acompañado por su amigo Waldemar. Pasaron del globo al aeroplano como pájaros sedientos. Eran jóvenes y arriesgados. Llegó a Francia y París lo recibió con su bohemia y pasión. Amó a varias mujeres, probó todo. Hasta un día que le llegó un telegrama diciendo que su padre y su madre habían muerto y se lo necesitaba en América. Laguna Larga era su lugar y su mundo pequeño pero asombroso. ¡Y regresó! Ya tenía cuarenta años. De sus hermanos poco sabía. Su hermana se había casado con truhán que le robó hasta la memoria. Tenía siete hijos y deudas hasta en la cocina. Cuando la vio, casi cae desmayado. Delgada y pálida, su cutis otrora arrebolado era color ceniza verdosa, sus manos que parecían ángeles en el teclado del piano estaban llenas de cayos y ampollas. ¡Un horror!

            Resolvió la vida de Amancia, que cambió. La de sus hijos también. Pero, ella le hizo comprender que tenía que formar una familia. Buscó entre las muchachas casaderas a la más inteligente y de buen humor, no quería un limón agrio a su lado. La encontró en Virginia Del carril y Orregio. Una dama, que hablaba francés, inglés y pintaba como había visto a grandes artistas en París.

            Siguió cazando pero junto a su amigo Waldemar, atravesaban la sabana africana o asiática buscando piezas de alto valor entre los hombres acostumbrados a ese deporte. Mientras ellos viajaban, Virginia y Amancia, manejaban los campos y disfrutaban en reuniones con personas pensantes. Hasta que vino una revolución y quedaron dentro de un pequeño círculo que se ocultaba para tratar de reponer la Justicia y el orden.

            Les confiscaron las haciendas y los vehículos. Se salvó el avión porque Luciano Rigoberto lo había llevado a África. No pudo regresar por dos largos años. Su país ya restablecido el parlamento, le había devuelto sus bienes. Cuando regresaban una tormenta los atrapó en pleno mar, debieron aterrizar en una pequeña isla y allí, esperar un tiempo de bonanza. Al aterrizar en Laguna Larga comprendió la verdad, se acercaba un hombre bello, tan hermoso como fuera él, a sus años y supo que había envejecido.

            Un abrazo enorme los unió y una promesa selló sus corazones. No venía un héroe, venía un hombre maduro que ya perfilaba los setenta años. Virginia, con la cabellera gris, le entregó dos cartas. Una de su hermano abogado que exigía la herencia que le correspondía y una de su hermano que ya era obispo, que pedía entregara su parte a los pobres de África. Y así, el muchacho arrogante y veleidoso se arrebujó en un sillón junto a su perro y su esposa, para pasar el resto de su vida como un hombre común típico de un tiempo lejano.

VACACIONES EN LA MONTAÑA

 

                     Ni siquiera se sentó a la mesa. Tenía la cara arrebatada de ira. Otra vez ha vuelto a dejarnos solas. ¡Es tan poco sociable! Al final mejor si no hubiera venido, nosotros nos arreglaríamos igual...como siempre. María Eugenia se fue quedando dormida. El ruido lejano de la gente que bailaba en el plató del hotel, le servía de somnífero. ¿Qué estaría haciendo su madre? Llorando... ¡¿otra vez?! 

                        Me siento abrasada por un sol tórrido, rojo, envolvente. Junto a mí está el hombre más hermoso que pudiera soñar. ¿Es Luis Miguel? Debo estar soñando. Mejor que despierte porque será peor si no logro besarlo. ¡Es tan divino! Es un potro. ¡Hay déjame dormir, te digo, no voy a levantarme para estar con vos! Me cuesta abrir los ojos. ¿Qué que Juanjo? ¿Qué..., OH, no me digas? ¿Papá? ¿Y qué hizo mamá? Bueno ya me levanto y bajo. Esperame con un desayuno de esos. No puede ser...papá se encontró con "alguien", regresó anoche con más de una copa y durmió totalmente vestido. Mamá cuando se despertó ¿qué habrá pensado...? Ya, me pongo los lentes de contacto, me pinto un poco los ojos y bajo urgente. Tengo que saber todo.

                        El ascensor repleto. Bajaré por la escalera. ¿Qué lío, qué pasa en el hotel? No...Nada menos ni nada más que todo el staff de " El Rayo". ¡Qué minas, qué minos! Allá está Juanjo.

                        - Hola...dejame espacio. Sí, ya vi que llegaron esos, pero me interesa más lo de papá. Contame. -  se desvía su mirada entre todas las golosinas de la mesa. - ¡Qué cosas ricas, voy a engordar como un cerdo...no me voy a poder poner el Jean nuevo!

                        - Sos retonta. Mirá parece que papá ayer se encontró con una `doctorcita´de la facultad...él dice que le sirve café, siempre, cuando están de exámenes. Mamá, la conoce bien, pero sólo se traga la mufa. La cuestión que cuando papá la invitó a tomar una copa en el bar...no tonta; a mamá, ella estaba cansada, vos sabés acá con el frío le duele la pierna, se acostó, pensando que papá lo haría. ¡No, se quedó hasta las cuatro tomando tragos y hablando!-

                        - ¡Huanca no te distraigas y contame...esa que está allí es una de las modelos top del Rayo...¡Qué lolas tiene! Y la cola. Deben ser puro plástico. ¡Dale! Mirá quiero saber qué hizo de malo el viejo, de todos modos, mamá no le da ni bolas.

                        - Ahí viene mi entrenador me voy. Después te cuento. Nada importante debe haber pasado. Allí viene la vieja.

                        María Eugenia mira distraídamente a su alrededor. El caos reina en el comedor del hotel y piensa...

                        - Si me hubiera ido con Dolores y Caro a Disney, no me embolaría tanto. Acá todo es un plomo. Seguro que ahora mamá me va a retar por algo.

                        ¡Hola, buen días, si se puede decir buen día con todo este lío! Te pusiste ese pantalón todo desplanchado y sin hacerle el ruedo? Te he dicho mil veces...

                        - Má, no me hinchés. Ayer por el pelo, hoy por el pantalón ¿mañana por qué me vas a retar ? Acordate que este es mi viaje de los quince. Podría haber ido al viaje con las chicas, pero no, yo quise estar con ustedes. ¿Para qué? Si me vas a molestar todo el tiempo. ¿Qué pasó anoche con papá?

                        - Mirá esa chica ¿no es la del Rayo? Prácticamente está desnuda y debe tener tu edad. Yo no me explico cómo las madres le dejan hacer lo que quieren. ¡Hija mía tendría que ser!

                        - Sí, sería idiota como yo. No ves que ellas son más libres. Nadie las jode.

                        - Allí viene tu padre. Te he dicho que no hables así, parecés una chiruza. Hacele lugar para que desayune. Me gusta ese modelo de peinado. El de esa señora que está sentada allí. ¿Cómo me quedaría ese corte?

                        - Buen día...menos mal que salió el sol. Desayunemos que me quiero ir a jugar al pool en el subsuelo. ¿Qué hicieron anoche? Yo me encontré con gente de allá, de mi trabajo. ¡Qué rico dulce, me hace acordar al que hacía tu mamá! Mirá llegó un grupo de japoneses...sacarán millones de fotos. Bueno me despido hasta el medio día.

                        - Mami me voy a tomar sol en el solarium de Piscis. Me puse la bikini que me regaló Rolo. La tengo debajo del enterito. Chau.

                        - Cuidate, no tomés demasiado sol. Ponete un protector. Acordate que acá el sol es más fuerte que en el mar. Nos encontramos para comer. Yo estaré esperando en el salón de lectura traje algunos expedientes para resolver. ¡Siempre me dejan sola! Seguro que les da vergüenza mi aspecto de `discapacitada´. Siempre sola.

                        - Pobre mamá no le damos bola...pero es tan pesada. Tendría que haberme ido con las girls sería más divertido que estar acá. ¡Qué tipo super...debe ser gay! Ese que me mira está bueno pero no me animo, es difícil que me mire con ese lomo. Hola, sí estoy sola ¿Y vos? Me llamo María Eugenia. Soy de Pilar. Sí de Buenos Aires. ¿De dónde? Sos de acá...qué aburrido.

                                   Se puso los lentes y no habló más.

 

viernes, 16 de octubre de 2020

HISTORIA DE UN OLIVO

             Un día de pronto sentí una luz potente que atravesaba mi débil cuerpo. La tierra a mi rededor era fértil y húmeda. Algo extraño fue ver muchos como yo, en distancias cercanas. Supe por el comentarios de unas plantas de alcaparras que ese calor venía de una estrella llamada sol y que en ciertos momentos desaparecía y hacía frío y una nube dejaba su rocío en nuestro cuerpo, por entonces pequeño. Crecí y me fortifiqué. Di frutos que me arrancaban felices unos hombres rudos y musculosos que hablaban un extraño idioma. Con el tiempo aprendí a escucharlos y los entendía. Supe que vivíamos en una isla rodeados un mar azul brillante.

            Pasaron años, esos hombres se fueron yendo y mi cuerpo cada vez era más fuerte y me sacaban más frutos, aceitunas que a veces eran verdes o las dejaban madurar y eran negras. Ellas arrugadas como algunas partes de mi cuerpo. ¡Me cuidaban mucho!

            Pasaron muchos años. Y fueron sacando compañeros míos para hacer caminos y casas de piedra y cal, tan blanca que cegaba. Había otros seres diferentes. Yo seguía con una vida rutinaria, envejeciendo solo.

            Cerca de mi espacio, una mañana, en un extraño espacio con baranda de mármol la vi. Ella.

            Una mujer tan hermosa como las estrellas en las noches de calma. Vestía una hermosa ropa de tela suave y de color vino, ese que bebían los hombres en cántaros cuando me sacaban los frutos. Su larga cabellera parecía el ondular de las aguas del mar, pero eran de color oscuro y brillaban como el cielo nocturno con tormenta.

Me miró un breve instante y la vi como me sonreía. ¿Era un afortunado! Yo olivo viejo atrayendo la sonrisa de una bella mujer humana.

            Todos los días esperaba que saliera y me mirara. Yo hubiera querido tener voz y movimiento en mis ramas para abrazarla y decirle cuánto la amaba. ¡Qué inútil sueño el mío! Un día bajó hasta donde yo me mecía con el aire marino que en ráfagas sublimes me quise mostrar. Ella se acercó a mi tronco y me rodeó con sus brazos. Tomó un fruto y lo llevó a sus labios y saboreó mi jugo, mi entraña de oliva. Me volví loco de amor.

            Pasó un corto tiempo y una mañana que estaba cerca de mí, comenzó el mundo de mis raíces a moverse con furia. ¡Terremoto! Y caían las viviendas y se desplazaban los enormes trozos de la isla hacia el mar, donde comenzó a bullir un fuego enorme. Un volcán emergía del fondo marino. Era un caos. El agua hervía y la tierra se desplomaba por doquier y yo la vi, vino corriendo y se aferró a mi cuerpo. Su cabellera se enroscó en mis ramas y yo apreté mis raíces a lo que quedaba de suelo, gracias a mis años, tenía muy lejos mis raíces y pude sostenerme. ¡Y ella conmigo! Mi amada Briseida se confundió con el verde de mis hojas y pude salvarla. Cuando la tierra dejó de arrastrase hacia el loco mar y el fuego se calmó y el agua lentamente quedó fría, ella, mi adorada se sentó en mis ramas más fuertes y se quedó dormida.

            La isla había quedado desolada y pequeña. Ella, Briseida y yo, el olivo viejo que atrapaba entre sus ramas retorcidas a la más hermosa de las mujeres. Una barca de pescadores la sacaron de mi lado y a mi, me dejaron solo. ¡Solo, pero con el recuerdo triste de mi amor perdido! ¿Dónde estará ahora Briseida? ¿Se acordará de mi? Seguiré mi sueño de olivo centenario hasta un nuevo terremoto me arrastre al mar como una boya y me pierda en el olvido.

LA HISTORIA DE DIÓGENES

            La siesta con una canícula intensa fue el detonante para que la Rita y el Evaristo tuvieran un encuentro fugaz y ardiente. Las hormonas juveniles los trastornaron y se hizo noche, noche de piel y sudor, de besos y pajonal entre los miembros enredados. Luego cada uno se fue por su lado. La Rita a la casa donde la esperaban tres pequeños llorones y mocosos, en medio de los ásperos gritos de la vieja madre que protestaba por todo.

            Él, se subió al autobús y desapareció. Sólo le dejó un regalo. Ella embarazada sin saberlo y conociendo sólo que él, mencionaba un tal Diógenes cada vez que arremetía entre sus piernas.

            En el invierno, con una capa de nieve sobre el rancho nació un niño moreno de ojos grandes, abiertas manos que arremolinaban el pelo negro de su madre. La matrona, entregó el niño a los abuelos y partió con un par de pavos y una cesta de chorizos caseros. La Rita no los podía tener y también desapareció. Dejó cuatro chicos con los ancianos que vivían al costado de las vías del ferrocarril, en una casucha de madera y techo de cañas.

            Al niño, le pusieron Diógenes, porque ese fue el nombre que le dijo Rita a los ancianos antes de irse. Al año el abuelo murió con neumonía y la abuela se quedó sola y con cuatro bocas para alimentar.

            Pasaron los años y cada uno fue creciendo como pudo. La Clarita, era mayor y trabajaba en casa de los Aguirre, unos comerciantes de un pueblo vecino. Rito, el segundo, se fue a la Villa Amanecer, una estructura de cabañas cerca del río cuyos dueños se preocupaban por alquilar a forasteros por semana o en verano por quincena.

            Un día vino a las cabañas un hombre que conoció al Diógenes y se prendó del muchachito despierto y rápido con los números y las manos para trabajar. Bastante robusto para la poca comida que había y con muchas ganas. Ganas de crecer como hombre.

            Al año siguiente, después de hablar con la abuela, ya octogenaria, se lo llevó a otra gran ciudad donde aprendería a ser su mano derecha. Allá fue Diógenes y al principio sólo acarreaba trastos en un negocio grande. Era un depósito de productos de construcción. Su patrón no quiso mandarlo a la escuela. ¡Allí avivan giles! Y él no iba a perder una ayuda gratis y fiel.

            Aprendió mucho. Apenas escribía en un cuaderno de tapas de hule negro, cada día, lo que entraba, copiando de las cajas los nombres y al costado la cantidad. Sabía escribir su nombre y no conocía su apellido. ¡Total, era como un fantasma! No tenía familia ni a nadie. Un verano lo llevó el patrón de vuelta a las cabañas y pudo ver a su abuela, a quien amaba. Era su familia. La anciana lo abrazó y besó como a su bebé perdido. Ella le dio papeles y llamó a los hermanos, para que lo conocieran. Hablaron hasta quedarse dormidos.

            Semana después partió a la gran ciudad con el patrón. Éste, lo entregó a un carnicero que tenía un gran abasto de reces. Aprendió otro oficio. Eran buenos y la señora María, la esposa, le enseñó a leer y a escribir. Sus dedos cortajeados por el frío y los huesos duros de los animales, tomaron la forma del lápiz con mucho amor y esfuerzo.

            Pasó un tiempo y tuvo que hacer la milicia. Allí aprendió otras cosas que le sirvieron para la vida. Una noche conoció a una muchacha y se enamoró. Como tenía una habitación con baño y cocina en el abasto, sobre el techo, se la llevó y formó una hermosa pareja. Ella era muy tímida y trabajadora. Le ayudaba en todo. Juntaron billete sobre billete y el patrón, les regaló una pequeña suma y se compraron una casita muy chiquita cerca del trabajo.

            No llegaban niños a su nido. Entonces, Diógenes se acordó de su infancia y le propuso a Norma, traer uno o dos niños de esos que abandonan en los hospitales o en la calle. Y fueron una niña y un varón. Los anotaron como propios y los cuidaron con esmero.

            Ahora, después de muchos años, ella, es una afamada modelo de televisión y él, en la cárcel, está preso por robo a mano armada. Diógenes va todos los domingos con Norma a llevarle comida casera y ropa limpia para cuando salga, venga a vivir con dignidad. ¿Qué culpa tiene, si los padres lo abandonaron al nacer? Y Norma le dice que él, ha sido un hijo del amor, por eso nunca cometió un error como el muchacho. Pero… ¿no fue educado con amor también? ¿Qué hace que un hijo salga bueno y otro atravesado con su historia? Diógenes no tiene respuestas para dar. Norma tampoco.