Lisandro soñó con esa casa. Pasó
cuando tomó un desvío por la carretera 131 y se dirigía a la antigua abadía de
¡Serás mía! Anotó en un papel el
número que proporcionaba el cartel. Llamaré esta tarde cuando regrese de la
reunión. Ascendió al vehículo y siguió viaje sin pensar en otra cosa que en la
casa. Cuando llegó al hotel donde se hacía la convención, dio la charla
bastante rápido. ¡Lisandro, te veo distraído! Le dijo el jefe. Se preguntó si
les relataba lo sucedido o no y sólo comentó que estaba por emprender un
negocio inmobiliario familiar. Los comentarios fueron como derrame de aceite. Cuando
terminó el simposium Lisandro partió apurado, quería llegar a tiempo para llamar
al intermediario. No quería perder la oportunidad.
Le atendió una voz sofocada, de
respiración dificultosa y áspera. Le dio cita para el día siguiente, a las
nueve de la mañana en la propiedad. Él, llegó en tiempo. El otro lo hizo
esperar unos cuantos minutos, casi dos horas. Por el sur llegó un auto antiguo
y el chofer resultó ser una dama de más o menos setenta a ochenta años.
Elegante y seria. Se presentó como la única dueña de esa casa. Sin herederos y
con deseos de despojarse de la propiedad lo antes posible. Maritza Menéndez
Cayo, venga, acompáñeme. Tomó una llave de bronce y haciendo gala de tenacidad,
abrió la gran puerta. Ingresando a un espacio abierto, sin muebles ni
cortinados. Destrabó una celosía y el sol entró como un chorro de fuego plateado.
Los pisos eran un damero de maderas
y mármol que brillaba, la escalera distribuía habitaciones y pasillos en el
piso superior. Lo condujo en planta baja hasta las zonas de fuego donde no se
veía ollas o utensilios caseros. Le mostró un receptáculo donde según dijo se
podía almacenar comestibles o ropa blanca. Luego le señaló sin darle demasiada
importancia una salida en el piso que ocultaba un sótano.
En un salón de la derecha, que según
la señora era la gran sala de la familia había unos hermosos cuadros. Eran
pinturas al óleo y pasteles que habían quedado después de vender el resto de
objetos. ¡Eran bellos y sensuales! Algunos representaban a dioses griegos,
otros eran más actuales y al final, sobre una pared enorme se destacaba un gran
cuadro con una pareja de jóvenes que representaban una boda.
El precio era justo y le daba todas
las garantías para pagar en el banco de la ciudad, frente a un escribano. La
transacción se hizo sin problemas. Lisandro tenía un préstamo en dicha
institución con prenda sobre la mansión. La dama, contenta, se alejó del
recinto dejándole las llaves y un sobre cerrado con lacre que dijo, debería
abrirlo siempre que se presentara cierta circunstancia.
La mudanza fue compleja. Sus chicos
tenían pereza de cambiar de casa, de escuela, de amigos y protestaron varios
días. Maribel, su esposa estaba feliz. Así comenzó una vida distinta a la del
departamento amplio, pero ruidoso del centro. El jardín era espléndido y se
presentó un hombre mayor, José, que dijo haber cuidado el mismo durante toda su
juventud. Conocía cada planta y cada rincón del parque.
Pasado el verano, un otoño frío y
ventoso comenzó a distraer el color de los árboles. La casa era algo fría. Y en
las noches, comenzaron a sentir ciertos extraños ruidos que no podían descubrir
de dónde provenían. Maribel, se quedaba despierta hasta altas horas de la noche
leyendo junto a la chimenea hasta quedarse dormida. Despertaba con el murmullo
de voces. No sabía de qué lugar salían. Iba a la habitación de los niños y estos
dormían sin problemas cansados de los juegos y las tareas escolares. Lisandro,
creía que era imaginación suya sentir pasos que subían del subsuelo hasta la
cocina.
En pleno invierno, cuando la nieve
comenzó a cubrir el bello jardín a Lisandro, le apreció que una figura se movía
desde el cuadro del salón, hasta el sótano. ¿Estoy mal de los nervios! Es el
stress de los negocios. Y no le dio importancia.
Una noche de tormenta, Maribel, con
una lámpara en la mano, iluminó la figura de una bella muchacha que se había
sentado en el escalón superior de la escalera. La miraba sorprendida. Un rayo
iluminó el cuadro y ¡OH, sorpresa, la joven no estaba en la pintura! Se le cayó
el farol y el ruido hizo que saltara la bella mujer y regresara al cuadro. Muda
y llena de terror, se fue a la habitación a ver si los niños estaban bien.
Ellos dormían. Lisandro encontró el camino y cuando quiso hablar él, le
tapó la boca y le señaló una extraña figura que se desplazaba por la escalera.
¡Era el joven del cuadro!
Rápido fueron a buscar el sobre
lacrado que les diera la dama. Lo abrieron con el corazón saltando entre
sístoles y diástoles, enloquecidos. Allí había una carta relatando la historia
de la pareja del retrato. Esa noche no durmieron, pero apreciaron saber que nunca
les harían daño. Esos dos se habían amado tanto que aun salían para amarse en
un mundo mágico de ultratumba.
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