miércoles, 28 de octubre de 2020

INEXPLICABLE PRESENCIA

 

            Lisandro soñó con esa casa. Pasó cuando tomó un desvío por la carretera 131 y se dirigía a la antigua abadía de La Torre azul. Los frenos chirriaron cuando aplicó el pié en el pedal. Se detuvo y perplejo miró la casa que siempre veía en sus sueños recurrentes. Con mucho asombro vio el cartel que vociferaba: ¡SE VENDE! Se apeó y dio una vuelta por detrás de las rejas, que enmohecidas le daban un aire de casa abandonada y que envolvía una fronda de jazmines y rosales de flores blancas, pequeñas y perfumadas. Las ventanas enormes estaban en buen estado a simple vista. Y la balaustrada de color parduzco atiborrada de macetones con hortensias florecidas de tono rosa o azul.

            ¡Serás mía! Anotó en un papel el número que proporcionaba el cartel. Llamaré esta tarde cuando regrese de la reunión. Ascendió al vehículo y siguió viaje sin pensar en otra cosa que en la casa. Cuando llegó al hotel donde se hacía la convención, dio la charla bastante rápido. ¡Lisandro, te veo distraído! Le dijo el jefe. Se preguntó si les relataba lo sucedido o no y sólo comentó que estaba por emprender un negocio inmobiliario familiar. Los comentarios fueron como derrame de aceite. Cuando terminó el simposium Lisandro partió apurado, quería llegar a tiempo para llamar al intermediario. No quería perder la oportunidad.

            Le atendió una voz sofocada, de respiración dificultosa y áspera. Le dio cita para el día siguiente, a las nueve de la mañana en la propiedad. Él, llegó en tiempo. El otro lo hizo esperar unos cuantos minutos, casi dos horas. Por el sur llegó un auto antiguo y el chofer resultó ser una dama de más o menos setenta a ochenta años. Elegante y seria. Se presentó como la única dueña de esa casa. Sin herederos y con deseos de despojarse de la propiedad lo antes posible. Maritza Menéndez Cayo, venga, acompáñeme. Tomó una llave de bronce y haciendo gala de tenacidad, abrió la gran puerta. Ingresando a un espacio abierto, sin muebles ni cortinados. Destrabó una celosía y el sol entró como un chorro de fuego plateado.

            Los pisos eran un damero de maderas y mármol que brillaba, la escalera distribuía habitaciones y pasillos en el piso superior. Lo condujo en planta baja hasta las zonas de fuego donde no se veía ollas o utensilios caseros. Le mostró un receptáculo donde según dijo se podía almacenar comestibles o ropa blanca. Luego le señaló sin darle demasiada importancia una salida en el piso que ocultaba un sótano.

            En un salón de la derecha, que según la señora era la gran sala de la familia había unos hermosos cuadros. Eran pinturas al óleo y pasteles que habían quedado después de vender el resto de objetos. ¡Eran bellos y sensuales! Algunos representaban a dioses griegos, otros eran más actuales y al final, sobre una pared enorme se destacaba un gran cuadro con una pareja de jóvenes que representaban una boda.

            El precio era justo y le daba todas las garantías para pagar en el banco de la ciudad, frente a un escribano. La transacción se hizo sin problemas. Lisandro tenía un préstamo en dicha institución con prenda sobre la mansión. La dama, contenta, se alejó del recinto dejándole las llaves y un sobre cerrado con lacre que dijo, debería abrirlo siempre que se presentara cierta circunstancia.

            La mudanza fue compleja. Sus chicos tenían pereza de cambiar de casa, de escuela, de amigos y protestaron varios días. Maribel, su esposa estaba feliz. Así comenzó una vida distinta a la del departamento amplio, pero ruidoso del centro. El jardín era espléndido y se presentó un hombre mayor, José, que dijo haber cuidado el mismo durante toda su juventud. Conocía cada planta y cada rincón del parque.

            Pasado el verano, un otoño frío y ventoso comenzó a distraer el color de los árboles. La casa era algo fría. Y en las noches, comenzaron a sentir ciertos extraños ruidos que no podían descubrir de dónde provenían. Maribel, se quedaba despierta hasta altas horas de la noche leyendo junto a la chimenea hasta quedarse dormida. Despertaba con el murmullo de voces. No sabía de qué lugar salían. Iba a la habitación de los niños y estos dormían sin problemas cansados de los juegos y las tareas escolares. Lisandro, creía que era imaginación suya sentir pasos que subían del subsuelo hasta la cocina.

            En pleno invierno, cuando la nieve comenzó a cubrir el bello jardín a Lisandro, le apreció que una figura se movía desde el cuadro del salón, hasta el sótano. ¿Estoy mal de los nervios! Es el stress de los negocios. Y no le dio importancia.

            Una noche de tormenta, Maribel, con una lámpara en la mano, iluminó la figura de una bella muchacha que se había sentado en el escalón superior de la escalera. La miraba sorprendida. Un rayo iluminó el cuadro y ¡OH, sorpresa, la joven no estaba en la pintura! Se le cayó el farol y el ruido hizo que saltara la bella mujer y regresara al cuadro. Muda y llena de terror, se fue a la habitación a ver si los niños estaban bien. Ellos dormían. Lisandro encontró el camino y cuando quiso hablar él, le tapó la boca y le señaló una extraña figura que se desplazaba por la escalera. ¡Era el joven del cuadro!

            Rápido fueron a buscar el sobre lacrado que les diera la dama. Lo abrieron con el corazón saltando entre sístoles y diástoles, enloquecidos. Allí había una carta relatando la historia de la pareja del retrato. Esa noche no durmieron, pero apreciaron saber que nunca les harían daño. Esos dos se habían amado tanto que aun salían para amarse en un mundo mágico de ultratumba.

 

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