martes, 27 de julio de 2021

LA TAZA DE TÉ INGLÉS

 

María Fernanda sirvió el té justo a las cinco con aire de hija de buen inglés. Sonrió casi como si fuera un ángel. La anciana la miraba con los ojos entrecerrados. Las cataratas le impedían ver nítida la figura de su ahijada.

Era la única que la cuidaba. Ni bien ni mal, sólo con una irónica sonrisa que desparramaba con silencio sobre los hermosos muebles antiguos y los adornos de porcelana.

Nunca pudo tocar nada, excepto los utensilios de uso diario. Ella compraba con su dinero el azúcar y el té, las galletas y manzanas que la anciana comía cada noche antes de que la acostara. Las sábanas de lino bordadas por las monjas de clausura en tiempos lejanos parecían de papel de seda, gastadas pero limpias y perfumadas.

Del jardín cortaba algunas rosas y las ponía en un recipiente junto al lecho. Le peinaba la trenza y la acariciaba. Casi era un ángel. Lástima que en el té le ponía una gotita de arsénico que iba debilitando lentamente a la vieja. El gato ronroneaba junto a los almohadones mientras se iba durmiendo. Tardó un tiempo largo en hacerle efecto el brebaje.

La muy dulce María Fernanda, esperó con paciencia. La casa con todas sus fabulosas posesiones lo valían.

EL MISTERIO

 

¿Sabe doña Lena, yo me levanto al amanecer para encender el fuego en la cocina a leña y lo veo? ¿Usté lo ha visto?

No Antonia. Me llenás de intriga. Supe por Casimiro que dice haberlo mirado dos o tres veces hace tiempo.

Son como quince dedos en la ventana, huellas grasientas con sangre. Tan pronto sale el sol, desaparecen y a la noche se escucha el griterío por el lado de las cunetas, donde encontraron el cuerpo de la difunta.

¿Nadie tuvo el valor de limpiarlas antes de que salga el sol? Nadie. ¡Pucha que porquería!

Me dijo el policía que son las ánimas. Pero yo no le creo, es un misterio. Tal vez ella quiere decirnos quién la mató y si dejara otro tipo de marca… pero nada. El hermano que se fue debe saber algo ¿no cree, doña Lena?

Me malicia que algo tuvo que ver ese marcado. La chica no lo quería. Me dijo un día que en la noche iba a pararse junto a su catre y la quedaba mirando… era como un demonio.

Si mañana las veo,  ¿quiere que la despierte? Sería bueno que usté las viera. Y así yo me quedo tranquila. ¿De qué eran las marcas del hermano?

De cuchillo o lazo, como de látigo. Tenía la espalda llena y la cara atravesada. Espero que no vuelva. Era malo el muchacho, muy malo. Y ahora andate a buscar leña que se apaga el fogón con tanta charla. Antonia se fue caminando despacito hasta el galpón pensando en el marcado, y allí entre la leña encontró un cuchillo lleno de sangre seca y un látigo de cuero crudo con grasa y sangre.

 

YO TE BUSCO

 

Yo te busco

En la bruma del pasado

En el recuerdo celeste de mis penas

En la boca tierna de la rosa

 

Te busco con la ternura repetida

En tu barco de velas al poniente

 

Te recuerdo en la mirada brillante

En tus pasos joviales.

Fuiste mi amor.

Fuiste esperanza.

Fuiste sueños.

CUENTOS DE FÚTBOL

 

 Mi padre era de esos hombres del siglo pasado que tenía cada día organizado minuciosamente. Se levantaba temprano y salía a cumplir con sus tareas de bancos, oficinas y luego al regresar entraba al consultorio que estaba en el frente de la casa y se vestía como lo que era un odontólogo impecable.

Tenía los turnos escritos en un carnet y como sus clientes lo conocían y sabían que nunca los hacía esperar, llegaban a horario.

Cuando abría la puerta que separaba la sala de espera al espacio donde brillaba su equipo, comenzaba la danza. Había clientes valientes, otros miedosos y otros aterrorizados. Tengo que aceptar que en esa época el ruido del torno era horrible. Yo odiaba cuando papá nos hacía entrar para revisarnos. Temblaba.

Todo era normal durante la semana, pero cuando llegaba el domingo…mi padre se transformaba. Lo primero nos llevaba a misa de la mañana o a las diez o a las once, luego nos sentaba a comer los “tallarines” caseros que amasaba mamá con tuco de pollo casero también que religiosamente nos regalaba nuestra abuela paterna los sábados y luego sentado junto a la “radio” de madera lustrada con diales de baquelita, comenzaba el:” Partido”.

Había que hacer silencio. Nosotras tres hijas mujeres y mamá, a leer o a bordar cerca de él, en silencio. Yo, me abstraía y volaba con mis libros de cuentos de la colección “Robin Hood” y mi hermana mayor dibujaba con tinta china y plumín cucharita, en papel bellísimos trazos de flores y paisajes. Mi hermana del medio, era la más rebelde, recortaba de la revista “Para Ti” fotos de artistas de cine.

Papá se transformaba. Se paraba, se sentaba, bufaba, según fuera lo que relataba el locutor. El grito de Goooolllll solía asustarnos un poco. ¡Nunca lo escuché, eso sí, decir una mala palabra! Pero a veces cuando el partido era peliagudo y ganaba su equipo favorito, se paraba y abrazaba a mi mamá y nos daba un beso a nosotras, que no entendíamos nada.

Una vez, me llevó a la cancha. Era en el parque General San Martín; el club Gimnasia y Esgrima, y me sentó en un asiento que llevaba su nombre y apellido. Miró un partido de los chicos que recién empezaban a patear el balón. Yo me distraía y él, pobre, trataba que me interesara lo que pasaba. ¡Dios no le dio un hijo varón y yo ni entendía ni me gustaba ver a ese montón de muchachitos peleando detrás de una pelota! ¡Pobre papá!

Salió dándome la mano y eso me gustó tanto que le pedí que me llevara cuando quisiera. No pudo ser muy seguido, pues él, era un profesional muy requerido.

Pasó el tiempo y cuando justo apareció la Televisión en blanco y negro, se enfermó y al poco tiempo falleció.

Lo lloraron su amigos, sus clientes y nosotros quedamos desoladas y sin tener casi sin qué comer. Mamá hizo malabarismos para terminar de educarnos y criarnos y el sábado, aunque no nos gustara el fútbol, mamá se sentaba junto al aparato de televisión y miraba un partido en su nombre. ¡Nunca me voy a olvidar cuando llegó el televisor a color para el Mundial de 78!  Por primera vez, nos sentamos todas y lloramos la ausencia de papá, ¿Él estaría entre esa multitud ruidosa mirando un partido? ¡Vaya uno a saber!

CUENTOS DE FÚTBOL

 

¡Odio el fútbol! Pienso que por culpa de ese juego, los jóvenes de hoy se embrutecen. Cuando digo eso me quieren linchar. Lo entiendo. Se mueve tanto dinero alrededor de ese deporte.

Justo ahora que va a haber un Mundial, prendes la tele y ¡qué hay?: fútbol, los anuncios comerciales se la rebuscan y te meten el balón hasta para vender una galletita, los modistas del mundo crean ropa inspirados en el fútbol. Hay cocineros que preparan platos con color, forma y sabor a pelota de… fútbol. Ni te digo, Martina, que hasta he visto que los mejores grupos musicales se hacen matar para crear una pieza que represente a… los equipos de las ligas de cada país. Gente que se queja que no tiene ni un peso en el bolsillo, anda buscando dinero de países del continente europeo como rublos, euros, dólares, yenes y qué se yo qué, para poder ir a ver el…fútbol.

Nadie habla de otra cosa que de lo caro que salen los pasajes para el mundial, de qué van a comer, cómo será el clima en el fin del mundo donde se juegan los partidos y bueno… ni hablar de la venta infernal de banderas, camisetas y gorros con los colores de los países que participan.

¡Pienso, ¿están todos tan locos o idiotas que no piensan en trabajar, estudiar o disfrutar de otra cosa? ¡Pero no, veo que el raro soy yo! En la oficina me miran rarísimo. Creen que soy homo fóbico y en realidad soy “futbol fóbico”. Soy el “Rara Avis” de los mediocres que no aman el deporte popular. El resto son los normales. Hacen apuestas, se pelean, discuten, se creen que van a cambiar el mundo con el balón.

Yo les digo: “¿Che, cuando todo esto pase, se termina el hambre en el mundo, en África tendrán más agua en los pueblos alejados, lloverá en el Sahara cada diez minutos, no se quemarán más los bosques, se terminará el recalentamiento mundial? Y a que no sabés, me han llegado a tirar con una carpeta y no te puedo pronunciar las palabrotas que recibo. Me ha dicho sádico, estúpido y bueno de todo lo imaginable.

¡No, no me digás que te gusta el fútbol, que te vas al mundial! Perdóname  Martina pero acá termina lo nuestro, yo no me pienso casar con una mujer que deja su facultad para ver un mundial de fútbol… porque el día que tengas un hijo, capaz que se muere porque vos está pegada al partido entre “Las Toninas y Palmera Azul” de la concha de la lora. ¡Salí! Me ofende tanta estupidez. Pásame ese libro que me voy a poner a ver dónde carajo es este nuevo mundial.

 

UNA EXPERIENCIA PARA OMAR

 

            Imanne caminó por las calles desiertas a esa hora. Llevaba en su bolsa un atado de verduras para cocinar. Su anciano padre la esperaba en la puerta de la casa. Casi ciego, su único contacto con la vida era su hija que florecía en la casa avejentada por el tiempo, el sol y las lluvias.

            Se cruzó con Abdellatif quien la observó sorprendido. No estaba con su hermano esa mañana. No era correcto que comprara en el mercado estando sola. Ella se cubrió el rostro y apresuró el paso. No podía hablar por nada sobre lo sucedido a su hermano Omar. Esa noche un joven extranjero lo invitó a un lugar donde se juntaría con algunos muchachos de su edad para hablar y cuando despertó no había llegado aun a la casa. Le mintió al padre. El Profeta la perdonaría, porque no debía preocupar a su amado progenitor.

            Cuando llegó a la puerta de la casa lo vio. Estaba tirado como un saco de pasto seco entre los escalones que lo llevaban a su habitación. Abrió como pudo la entrada que chilló en los herrumbrados goznes y arrastró a Omar con energía hasta el patio. El padre la llamó. -¿Qué pasa hija?- Nada padre es que pesa mucho mi compra. Alá Misericordioso la perdonara.

            Dejó la compra sobre la rústica mesa y corrió descalza a levantar el cuerpo de Omar. Tenía un horrible olor a alcohol. Es una vergüenza que haya bebido. Si padre lo sabe lo castigará con su cinturón de cuero. Como una experta lo subió a la cama y se retiró. No se animó a sacarle la ropa. Ella era mujer y nunca le era permitido hacer algo tan perturbador.

            Salió a buscar a su vecino. Él, hablaría con su hermano cuando despertara. Abdellatif, se sorprendió cuando la vio parada junto a la ventana del negocio. Salió. Ella cubriéndose más la cara le contó lo sucedido. Un suspiro enojado le hizo mirar a los ojos de ese hombre que la llenaba de miedo. Pero la miraba con seriedad sin enojo.

            -Yo te ayudaré, pequeña.- dijo, para que tu anciano padre no sepa el pecado de su hijo. Llámame cuando sientas que ha despertado. Ella salió corriendo. Casi tropieza con el padre. -¿Hija qué pasa?- Nada, nada. Descanse pa.

            Al medio día cuando el perfume de las verduras y la carne de cordero hacían gala de su buena mano en la cocina, despertó el muchacho. Estaba mareado y parecía un espantapájaros. Se asomó a la ventana y le hizo una seña al vecino. Entró, éste en la casa, con un buen pretexto para no asustar al anciano. Fue directo al joven y lo tomó del brazo llevándolo hasta la puerta. –Sal mal nacido. Mira lo qué haz hecho. Tu pecado puede llevar a tu padre a la tumba.-

            Omar se arrodilló pidiendo disculpas, pero aun estaba mareado. Algo extraño le habían dado junto con la bebida. Fumó un cigarrillo extranjero que olía horrible y eso lo tumbó. Nunca más aceptaría una invitación de ese extranjero y de cualquier otro.

            Recordó la música que retumbaba en su cabeza y el ruido de las sandalias sobre la madera del café. Vinieron imágenes a su memoria, unas mujeres extrañas vestidas con ropa diferente a las chilabas y a las que usaban las muchachas de su ciudad.

            Sintió nauseas y salió hacia el huerto donde vomitó un jugo verde y maloliente.

Se sintió un poco mejor. Su padre olfateó el aire y entendió que algo malo había pasado.

            Abdellatif sacó al viejo con un cuento de mostrarle unos cueros que le habían traído del interior. Así, Omar se pudo esconder un rato. Se lavó y acicaló. Cambió la ropa y las sandalias que entregó a Imanne para que lavara. Luego comió un buen plato de cordero con verduras y pidió permiso para ir a la Medina a comprar un atado de cigarrillos. Fue una forma de alejarse. Su querida hermana, lo esperaba junto a la puerta con el padre sentado en un sillón de madera. Unos músicos pasaron tocando una hermosa melodía y el tamboril, los sacó de la angustia que sin saberlo compartían padre e hija. Cuando Omar regresó era el buen hijo de siempre. Alá los había bendecido, dijo el padre y la muchacha con lágrimas en los ojos, asintió mordiéndose los labios.

 

 

 

EL EXTRANJERO

 

¿Quién arrienda el campo de sus amores?- Ni me quito ni me doy. Canoso y cansado; estando el horno caldeado nunca saco el pan crudo, así soy ni más ni menos; perdono el error ajeno. La llama que te calienta es la que tienes en casa.

Altanero. Se cree justo, sabe que si lo saben llevar, le sacan lo que quieren...a pesar de que es viejo aún puede. No es soberbio, es hablador. Se autoabastece. No es mudo y teme al invierno-

Robusto con una mirada inteligente. Hábil y rápido. Su olor a tabaco, humo y transpiración transmite pudor a los que lo observan.

 Estiércol y asado. Mate, aperos y rejas de arado.

Dueña de un campo. Educación extranjera. El hombre me codicia. Yo eludo sus miradas y sus insinuaciones. Los otros me miran y comentan. Esta “hembra es de tratar”, pero el viejo la ampara. Su mirada aguda y el instinto le anoticia de un horror vivido por esa mujer hambrienta de respeto. Suele ir al almacén de ramos generales a comprar algunos comestibles, kerosene y semillas. Tiene un solo ayudante, muy niño él, para las tareas más brutas del campo, por eso, se acercan a veces algunos bravos a pedir trabajo. Ella saca su escopeta y los desalienta. Al anciano lo recibe y se sienta junto a él, en silencio cómplice del duelo interior. Ambos, han sufrido. Ambos silencian los viejos dolores u horrores vividos.

Ella comienza a fumar un tabaco agrio y de vez en cuando toma una “grapa” o un “ajenjo” letal para su cuerpo. Las mañanas heladas le atesoran el suave calor de la leña seca. El vapor gélido amplía el sopor de su corazón maltratado. Huyó de un amor nefasto. Sólo el “Viejo” es su amigo. Sí, solo el, puede comprender el rencor y sus penas. Son las dos caras de una moneda antigua y nueva. Si volviera el “Extranjero”, ella, saldría desertando hacia el mundo, escondiéndose de ese Monstruo que la torturó con vileza. Su sueño, es esfumarse en el campo entre maíces y girasoles, entre animales y bosques. Cada mañana sale con pudor mirando de soslayo para ver si el engendro ha localizado su escondite. Y ve al viejo, que montado parte hacia su rancho envuelto en su poncho viejo y el humo negro de su tabaco.     

 

 

 

 L EXTRANJERO

martes, 20 de julio de 2021

UN ROMANCE DE PELÍCULA


                        El pueblo es como cualquier pueblo de provincia. Acicalado, cansino y avejentado. Casas descascaradas con zaguanes llenos de macetas con plantas antiguas. Cortinas hechas a mano por alguna soltera en espera de mejor tiempo o por ancianas chismosas que salen a la calle sólo para espiar a los jóvenes. Y de eso tengo que hablar.

                        La tertulia es en la plaza, las chicas a la derecha, con las agujas del reloj, los muchachos al revés. Miradas van miradas viene y siempre alguno que dice algún piropo chistoso y la carcajada de los que van y viene. A las ocho en punto suena la campana a misa. Y las chicas cruzan de prisa y los varones en espera. La mantilla aparece por arte de magia y parecen ángeles de porcelana.

                        Renata ha mirado a un joven con curiosidad, él, ha reparado en esa muchacha tímida que sólo levantó los ojos una sola vez en toda la tarde. Tomás, es canchero, viene trasladado su padre de la ciudad para mejorar el servicio de trenes a la capital. ¡Es el “nuevo”! los otros celosos lo tratan con indiferencia.

                        Nunca imaginó sentirse bien en un pueblo tan pequeño, pero la gente es gentil y los muchachos simpáticos. ¡Menos un tal Osvaldo que tiene una mirada desagradable y diríase que furibunda! Siempre callado, separado del grupo de los chistosos, de los que ayudan a sus padres en los pequeños talleres familiares o en el ferrocarril.

                        Usa una gorra tejida que se encasqueta hasta los ojos y una sonrisa despectiva. Parece ese actor de cine que se la da de “dandi”, pero sus modales son horribles y es mal hablado. Cuando salen las chicas de la iglesia o de la escuela, comienza a decir guasadas y las molesta. En especial a Renata. Eso molesta mucho. Tomás comienza a perseguirlo para hablarle, pero lo evita siempre. Desaparece en un callejón cuyo mal olor tira hacia atrás la nariz más preparada a lo nauseabundo.

                        Una siesta de verano se van todos los chicos al río. Nadan, juegan y se ríen. Al regreso las madres están todas alteradas. Han encontrado a Renata golpeada, violada y muerta. La han dejado junto a un vagón del ferrocarril que está fuera de servicio. Los llantos se juntan y corean amigas y madres, compañeros compungidos y padres anonadados. ¿Quién atacó a la niña? Entre averiguaciones y culpas y comienzan las especulaciones… ¿Osvaldo? ¿Un forastero o un obrero de paso?

                        La policía busca e interroga a todos. Nadie vio ni escuchó nada.

                        A la madrugada con mucho sigilo Osvaldo se aferra al tren carbonero y se va del pueblo. ¡Nadie le creerá que él no hizo nada! Un extraño personaje del pueblo lava su chaqueta con sangre y esconde la ropa que puede incriminarlo. Él, dirá que lo vio merodeando al “pibe ese, el de la gorra tejida”. Y todo el pueblo le creerá.

                       

 

LA VELETA


    “No hables mal de alguien cuya carga nunca hayas llevado a cuestas” Marion Bradley

 

                                                              Ludovica apeándose del caballo, se alejó hacia la mesa de hierro que presidía el jardín. Allí estaba Andrea y el señor Gilberto. Tomaban unos mates con sabor a hierbas del campo. No fue sorpresa para Andrea ver a su compañera del colegio donde pasaban medio año pupilas para aprender las materias propias de señoritas de ciudad. Ellas se reían de la torpeza de la directora, una muy miope docente alemana que ejercía con mano de acero al pequeño rebaño de muchachas. El anciano portero era el único hombre que veían y siempre cuchicheaban sobre su modo penoso de hacer las tareas.

                        Riéndose la recién llegada se tiró sobre la falda de Andrea y Gilberto le hizo una chanza que ruborizó a las dos chicas. Cuando el rato, llegó Rafaela, la ayudante de cocina, vociferando que había fuego en el “guisadero” y que Luisa, la vieja cocinera, estaba abrasada entre humo y chispas con un pavo en los brazos y apretaba con furia la comida. No quiere salir, se va a quema viva y válgame Santa Eufrasia, que yo no quiero ver nada. Salimos corriendo y nos empujó el olor a quemazón de plumas y cabello. Gilberto cerró la puerta y tapó con una manta a la anciana. Juana se quedó muda. Luego salió espantada hacia su habitación con el pavo abrazado y negro. ¡Era la comida del Día de Gracias y la primera vez que fallaba su pitanza.

                        Todos llorábamos por el fuerte olor agrio y el vapor hediondo de grasa y laurel quemado. Luego comenzamos a reír y reír por lo poco afortunado de nuestro accionar frente a la “catástrofe” ocurrida con nuestra cena. Rafaela  comenzó a limpiar y su carita siempre acalorada por los pucheros, estaba tiznada y sucia. Lloraba y murmuraba contra nosotros, que según ella, éramos malas y egoístas. Llegó papá y su vozarrón nos hizo callar a todos.

                        ¿Qué ha sucedido acá? Acaso no saben estos señoritos superar un descalabro con seriedad. Andrea y yo nos tentamos. No podíamos evitar la risa. Nuestra inexperiencia era supina y Gilberto no era el mejor bombero de la zona.

                        Luisa, al oír al patrón, subió a la cocina, siempre abrazada al pavo negro y chamuscado. Su cara era de un fantasma recién acontecido. Todos de pie frente a ella comenzamos a reír y hasta papá se llevó la mano a los bigotes para que no se le notara la hilaridad. Ese día nos llevarían a la casa de Antenor, mi tío a cenar, por lo ocurrido. El problema era la servidumbre. Cuando llegamos todos, con Luisa y Rafaela a la casa del tío, su esposa, puso el grito en el cielo.  Para ella era falta de respeto que ellas estuvieran allí. Las pobres no sabían donde esconderse. Mamá la arengó hablándole de la “caridad” y ella comenzó a maldecir a las pobres mujeres. ¡Que eran sucias, que eran tontas,  Consideraba una que arruinaban sus hermoso pisos, etc., etc.!

                        Papá habló seriamente con ella y le dijo que su gente, era muy buena gente. La tía  Rigoberta cambió como una veleta, sabía que con papá no se jugaba y las defendería como a su prole. ¡Por eso odio a la famosa tía Rigoberta y creo que todos pensamos lo mismo! ¡Es una verdadera veleta!

MUY MACHO PERO…

 

            Miró el trapo lleno de sangre que tenía en las manos y de un tirón le quería quitar el policía. Dio un salto hacia atrás y se alejó. Vomitó. ¡Nunca había pensado que le pasaría eso a él, el mejor maquinista del ferrocarril del sur de la provincia de Buenos Aires!

            Nació para ver pasar los trenes, su casa temblaba con el pasó de cada vagón, fuera de pasajeros o de carga. Amaba el olor del humo y de los aceites que derramaban las locomotoras. Iba pasando el tiempo y le suplicó a su madre que lo dejara ir  a la escuela Técnica de “Ferroviarios”. Estudió y salió con una medalla. No era muy inteligente, pero si tenía la testarudez de un toro. Orgullosos con su título se presentó en la oficina en Paternal donde le harían unas pruebas. Salió bien pero los acomodados le ganaron de mano.

            Se “conchabó” como aprendiz de un viejo polaco que armaba camiones y grúas, para el ejército. Aprendió de ese viejo agrio que escupía cada vez que hablaba en un idioma trágico de su tierra, un sin fin de estrategias con los metales. Sabía de todo y atento memorizó mucho de lo que el anciano sabía.

             Siempre puteaba por la guerra y se dormía sentado en un sillón desvencijado que según él, era traído de Polonia. Tenía más tierra y mugre que todo el vertedero de basura.

            El hombre escuchaba una música linda, pero extraña para el muchacho que amaba el tango. Igual, un día encontró en la mesa de la cocina una carta que lo llamaba del Ferrocarril Central para comenzar como maquinista.

            Un sueño cumplido. ¡No fue fácil! Tenía a un montón de tipos envidiosos y vagos que le hacían la vida imposible. Nunca los delató, hubiera sido peor. Había una pequeña mafia apadrinada por punteros políticos y del sindicato.

            Cumplió a rajatabla con su tarea, hasta lo premiaron dándole la locomotora más nueva y la más bella. La limpiaba como a una estatua de mármol o de acero. Brillaba cuando rauda pasaba por la ruta. Siempre atento a los cambios de luces, si veía un color naranja, aminoraba caso a diez kilómetros para evitar cualquier accidente. Si era roja, frenaba y los rieles y las ruedas chirriaban como una sinfonía de terror. Era verde volaba como los pájaros libres de la pampa.

            Ese día fue un horror. Bajadas las barreras y terminado de subir todo el público, comenzó a poner la máquina a andar, llevaba a los obreros y mucamas de media provincia, en la próxima barrera baja, una joven mujer corrió y se tiro bajo “su” tren. El grito y escándalo fue feroz. La gente gritaba y se tiraban para tratar de ayudar. Unos varitas y policías echaron a todos. A él, lo tomaron de atrás para quitarle el trapo que arrancó del cuerpo de la joven mujer. ¡No! Se deshizo de las duras manos que lo sostenían y le pusieron unas esposas de acero. No dejó el trapo sangrante. Lo arrastraron hasta un celular que irradiaba luces azules y rojas como la cabeza que rodó a sus pies, de la pobre mujer. Sacaron el cuerpo y lo llevaron fuera de su vista. Lloró. Lloró mucho, nunca pensó que le podía pasar algo así. Para eso no estaba preparado. Cuando abrió entre sus manos ese trapo sangrante, comprendió que era un delantal de cocina. Metió la mano en el bolsillo y encontró un sobre, arrugado y sucio. Lo abrió y había una hoja que con letra temblorosa decía: “Marcos, no soporto más tus golpes, tus insultos y tus llegadas borracho todos los días. Estoy embarazada y seguro que no quiero que mi hijo sea como vos” adiós y que Dios te perdone.

            Ese día Roberto González, dejó de ser maquinista de ferrocarril. El “polaco” y su madre fueron los únicos que lo fueron a ver en la cárcel de Caseros, hasta que demostraron que era un suicidio.

 

LA INDIA, EXÓTICA Y ETERNA

  

Cuando me invitó mi hermana a conocer la India, me conmoví. He leído mucho a su poeta máximo: Rabindranath Tagore y la vida y pensamiento de Gandhi. Me emocioné. Recuerdos de la niñez me llegaron al alma, los libros que de niña me regalaban mis padres y que me hacían viajar por los cuentos universales y entre ellos muchos inspirados en la mágica India.

Para ingresar a India hay que inocularse un sin fin de vacunas. ¡Pero es un país maravilloso! Su gente preciosa, ruidosa, alegre y bella.

Me volvía loca la comida, picante y colorida. Tenía la boca llena de llaguitas por los ajíes y chiles que le agregan a los menúes. Pero me aguanté el dolor por las bellezas que viví. Comencé comiendo Yalebi, ladu, Palora y pollo con mantequilla…todo súper picante. ¡Riquísimo para los que aman lo picante!

¿Desde dónde comienzo mi relato? Desde el espectacular monumento donde cremaron a Gandhi o por mi paseo en elefante en un Palacio Jantar Mantar de Jaipur lleno de ventanales enormes y patios de piedra, o la llegada al Monumento al Amor Perdido el Taj Mahal.

 Amo a los indios o hindúes, son personas simples, generosas, trabajadoras y muy, muy afectuosas. Cuando caminaba por las calles o paseos, me pedían sonrientes:¡”Foto”! sacarse fotos con una extranjera desconocida, siempre sonrientes y agradecidos, por la simple razón de no saber de dónde veníamos. Yo mencionaba a Messi y a Maradona, que es por lo que se conoce en el mundo la Argentina y se sorprendían. ¡Mi país es tan lejos de India!

Cuando anduve por las avenidas, en los parques de grandes edificios y canchas de golf, las mujeres cortaban el pasto con tijeras, con sus saris de mil colores extendidos sobre el césped, como mariposas a punto de echar vuelo. Todos trabajan. Unos extienden un paño de tela en la vereda y cortan el cabello o tusan las barbas, otros arreglan sandalias o zapatos, tal vez hay muchachas y jóvenes con máquinas de coser haciendo trabajos en cuero o en tejidos de colores. Nadie vive del estado. Aunque se habla de los mendigos de India, vi muy pocos. En general tienen la dignidad de ganarse la vida con labores manuales. Y eso es magnífico.

Una tarde fuimos al río Ganges. El sagrado río donde hasta hace un tiempo, se echaban las cenizas de los humanos cremados. Hoy por ley está prohibido para evitar la contaminación de las aguas. La gente tiene ceremonias muy atrayentes a orillas del Ganges. De lejos se veían las piras mortuorias, pero no se ve ni huele esa costumbre de la religión de algunos ciudadanos del país. Hay como ciento de religiones que conviven con respeto entre ellos.

En el Ganges nos hicieron dejar una pequeña lámpara de hojas de palma, con flores y una ínfima luz, que discurrió río abajo en la oscuridad temblando con el Sueve movimiento del bote en el agua. Mil lucecitas como luciérnagas flotando, llevando a Dios un mensaje de Amor y Paz. ¡Bello!

Se nos iba acabando el tiempo, había que regresar. Mi boca echaba fuego, mi corazón dulzura.

Cuando salimos hacia el aeropuerto, la contaminación ambiental era tan pesada que todo parecía estar envuelto en gasas color ámbar. Nos hicieron poner tapa bocas y respirar a través de un pañuelo húmedo. El ruido en la carretera que nos transportaba al aeródromo, era un ruidoso monumento a la alegría: Miles de motos, autos que hacen sonar sus claxon con ritmos diferentes, los camiones que adornan con penachos de plumas y manojos de flores multicolor, pinturas de arco iris, bicicletas con timbres rabiosos. Todo nos decía Adiós, vuelvan, India los espera.

 

ENTRE CUBA Y PANAMÁ

¡HOY CUBA PIDE LIBERTAD Y VIDA!!!

 AYER...

Mi tarea literaria estaba compartida con una prima Cristina, que más que narradora, era una gran poeta. Ya no me acompaña en esta vida y la extraño. En ese momento, cuando tenía que llevar uno de mis libros a Panamá, la invité y ella aceptó. ¡Gracias a Dios, pudimos hacer un viaje mítico!

Ya que íbamos a Panamá decidimos quedarnos unos días en Cuba. Conocer esa leyenda de centro América. La Cuba de Castro y del “Ché”. Ella preparó un buen estudio sobre una gran poeta y compositora argentina: Eladia Blázquez. ¡Una grande! Yo aportaba al encuentro de poetas y narradores uno de mis libros de cuentos: “Trasegando Historias en Ritmo de Vino”.

Como muchos de mis colegas escritores no podían viajar, me acercaron sus libros para llevar a mostrar a los narradores y poetas que nos vemos cada dos años en países del mundo. Llevaba un bolso de libros, míos y ajenos.

Al llegar a La Habana, me detuvieron para indagar sobre los libros. Abrí el bolso y un grupo de oficiales me hizo leer los nombres y trozos de algunos. Mientras unas señoritas abrían otros y leían sin hacer mucho ruido. Me dejaron pasar sin problemas, ya que ninguno tenía nada de política.

En La Habana, paseamos en mateo, en unos pequeños móviles que parecen cocos con rueda. Parecidos a los móviles de los países asiáticos que son bicicletas con un carrito atrás que te mueven de un lugar a otro entre calles que son verdaderos laberintos. Fuimos a escuchar una famosa orquesta de música de jazz y comimos exquisitas frituras de pescado y langostas.

Las playas imposible de olvidar, su belleza deja boquiabierta. En un paseo el auto que contratamos en el hotel, tuvo que atravesar la migración de un sin fin de cangrejos. En los jardines del hotel, había una suerte de “lagartijas” de colores que les llaman “perritos” comimos bien, paseamos bien y al salir, cuando ya nos llamaban para subir al avión que nos trasladaría a Panamá, siento que me llaman por el altavoz de la aduana. Debí dejar mi café sin beber, para abrir nuevamente mi bolso por los libros. Otra vez me obligaron a demostrar que no llevaba propagandas políticas. Con cierta rabia le dejé uno de mis libros al oficial sugiriéndole que lo leyera y luego lo prestara a muchos colegas para que vieran cómo escribe una persona en mi tierra.

Llegar a Panamá, fue la Gloria. Es hermosa la Libertad.

La llegada a Panamá fue de un movimiento increíble. Nos esperaba un puñado de poetas y escritores cariñosos y expresivos. Me pasaron un programa de visitas, conversatorios, entrevistas y recitales para correr por lo numeroso.

La capital es moderna y lo que llama la atención es el famoso edificio el “Tornillo”, una suerte de construcción de cristal que emerge en el cielo con forma de un tornillo. Luego he visto edificios raros en Dubai. Pero era mi primera vez y me asombró.

Finalmente, ya en el hotel me avisaron que me esperaban para llevarme a la radio y a la televisión. Me sentía una “Liz Taylor”, es decir una diva. Apenas me pude arreglar para salír corriendo. La entrevista era en un canal nacional y salía junto a otras personas del medio, que realmente eran importantes y para mí, desconocidas. Me preguntaron de los grandes poetas de mi país y en especial de Jorge Luis Borges, que he leído y disfrutado entre otros: Julio Cortazar, Manuel Mujica Lainez, Olga Orozco, María Rosa Lojo y muchos más.  Cuando llegué a la conferencia que tenía que dar en la Universidad, me trajo un joven el C.D. con la grabación de la entrevista. ¡Qué organización!

Entre los momentos más simpáticos, fue el conversatorio en la Alcaldía de Panamá una institución sin fines de lucro, con una orquesta que hizo un breve concierto mientras nos moríamos de frío, ya que el aire acondicionado estaba a 16º C y vestía una prenda para el húmedo y caluroso clima tropical de centro América. Las cuatro entrevistadas, tiritábamos. A raíz de este hecho preguntamos la causa de poner tan baja la temperatura… la respuesta nos fue dada en Off: “Para poder usar ropa de invierno”.

No sabía si llorar o reírme, ya que en mi zona el frío es natural y bien gélido en invierno, pero jamás se nos ocurriría poner estufas en verano para tener más calor.

Bello fue cuando luego de tener varios coloquios nos llevaron a distintas zonas de Panamá. Ya, al finalizar el encuentro con poetas, nos llevaron a las comunidades indígenas. ¿Qué hermoso! Los niños habían preparado bailes típicos y nos sentamos sobre esteras y en pequeños grupos contamos leyendas de nuestros pueblos. Yo relaté la leyenda “Del Puente de Inca” un lugar muy buscado por turistas y especialistas en geología y espeleología, que ha permitido crear ciento de historias y leyendas sobre su increíble belleza natural. (Se puede buscar en Internet).

Mi querida Cristina, dio una charla magnífica sobre Eladia Blazquez en la Universidad y cantó su famosa canción:” Honrar la Vida”. Que fue luego recitada por los poetas presentes. Un lujo.

Despedirnos de las miles de orquídeas de de Panamá, de su música que bailaban con bellísimos trajes llenos de abalorios y tembleque, unas mujeres hermosas; comer exquisitos platos típicos y escaparnos para conocer el “Famoso Canal en el Estrecho de Panamá” que se había construido por norteamericanos, para comunicar el océano Pacífico con el Atlántico y que supimos estaban haciendo otro más amplio para dejar pasar a barcos enormes con mercaderías de todo el mundo, en especial de China. Cosa que nos dejó pensando como el hombre trata a la Madre Tierra, como si fuera una fuerza sin Límites. Dejamos la bella Panamá con una lágrima de agradecimiento y pena. Son muy buenas personas y nos sentimos bendecidos de conocer Chiriquí, Santa Ana y otros lugares históricos que recuerdan a los piratas que asolaron el Mar Caribe.

MUJERES DE INDIA

  

Mariposas brillantes que se mueven en las calles

Con los saris multicolores entre el fango y el oro.

Mujeres alfareras, tejedoras, mendigas,

Comerciantes, campesinas,  religiosas,

Madres, abuelas cuidadoras de miríadas de niños.

Son millones de flores de colores que caminan entre las callejuelas

Rojo y oro, azul, granate, azafrán, violeta,

Amarillo, turquesa, verdes y blanco.

Sonrientes y afables, inocentes y alegres.

Son mujeres que transportan enormes bultos y caminan,

Inspiradas en dioses que le exigen peregrinar día y noche

Hacia el Ganges sagrado, a los templos milenarios.

Son flores que trabajan en los parques, las tiendas, las veredas,

Las chabolas y enormes casas parentales.

Las casan desde niñas. Con sus rostros alhajados en oro

Marcados con pinturas rituales, de colores sonrientes

Y ruidosas rutinas de tambores y campanas en las festividades.

Son mariposas de alas angelicales, con colores que brillan.

Mujeres de sonrisas preciosas e ingenuas.

Mujeres de la India, hermosas y llenas de bondades.

Mujeres de la India, que aun siendo mendigas son bellas mariposas…

CAMINANDO EN ITALIA

 

Soy nieta de italianos, inmigrantes que llegaron a Mendoza, Argentina esperando hacer la “América”. De algún modo lo hicieron, salir de la pobreza que dejan las guerras, ya es un premio en la vida. El sueño de todos nosotros, los descendientes de italianos, y creo de los hijos de todos los inmigrantes, es conocer el país de sus mayores.

Por suerte hablo bastante bien el idioma italiano y me ha servido siempre en los viajes. Llegar a Roma es como cumplir un rito fantástico. Recorrer los famosos monumentos antiguos, ir al Vaticano y entrar a sus inmensas salas, Capilla Sixtina, biblioteca y la Nave Central donde en hornacinas hay reliquias de santos y personajes históricos, es imprescindible.

El hotel estaba cerca de la terminal y por allí pasaba gente de todo el mundo. Comer “pasta” es volver a la casa de los abuelos. El perfume de las “Trattorías” es una invitación al deleite. El olor del aceite de oliva, es ingresar en la niñez. Ver las botellas de vino “Chianti” o el “lemoncello” después del postre…los profiteroles con azúcar o chocolate… un placer. ¡OH, bella Italia! La sangre que corre por mis venas es desde siempre con olores primitivos a pan con ajo y aceite, con canzonetas a viva voz, con óperas en discos de pasta con la voz de Caruso o de La Callas.

Después de pasar varios días caminando y subiendo y bajando escalones en los restos del  imperio romano, nos sorprendió una huelga general. ¡Si hay algo inesperado y terrible para un turista es una huelga! No había taxis, ni autobuses, ni trenes, ni metro. Nada. Calles solitarias, con negocios cerrados, museos y catedrales acerrojadas. ¿Qué podíamos hacer? Pasear por donde se pudiera cerca del hotel. Y caminamos. Mi madre y yo como entusiastas exploradoras. Y como turistas nos perdimos. En una esquina detengo a un joven apuesto y simpático y le pregunto por dónde llegar a la Terminal de autobuses, que estaba cerca de nuestro hotel. Me señala la tarjeta que llevaba en la mano con el nombre del hotel. ¡Me comienza a explicar con señas de sordo! Yo no he estudiado el idioma de señas… y soy docente, pero de chicos oyentes. No sabía si reírme o llorar. Justo le vengo a preguntar a un sordo mudo. Le dí las gracias como pude y seguimos andando. Hasta que encontré un policía, que me quería acompañar. ¡No gracias! Ya entendí.

En el hotel, había llegado un grupo de viajeros de Pakistán. Ruidosos y alegres, pero que no entendí muy bien los pocos mozos de servicio, no los querían atender. ¡He visto tantas cosas extrañas en mis viajes! El pianista llegó agotado con su motoneta. Se sentó al piano y me pidió si lo acompañaba con alguna canción. El ruido era fantástico. Nosotros tratábamos de hacer música y los pakistaníes hablaban muy fuerte tratando de tapar lo que nosotros hacíamos. Vino el gerente y puso silencio a todos.

Al día siguiente nos vinieron a buscar para trasladarnos al norte de Italia. A Florencia. Nos hicieron viajar en un tren que se dirigía a Alemania. Nunca se detuvo. En la terminal de Florencia, disminuyó su velocidad y nos tuvimos que bajar en movimiento tirándonos las valijas los otros turistas que seguían para el norte. Yo capturaba los preciosos equipajes como si me dedicara a hacer un deporte de riesgo. Desde adentro me aplaudían y mi madre, muerta de risa, acomodaba lo que iba cayendo.

Llegamos al más bello de los lugares de Italia. Allí, conseguimos un taxi que ahora pienso no era oficial, el hombre que manejaba apenas hablaba italiano y debe haber aprovechado la huelga para sacar un poco de dinero extra. ¡Gracias a Dios, no nos estafó!

En Florencia nos acomodamos en un pequeño albergue, casa antigua reciclada. Estaba muy bien ubicada. Descansamos hasta el día siguiente y comenzamos a caminar las calles por donde caminó el Duque Sforza, los Medici y esos héroes de películas históricas que hemos visto hasta el cansancio.

Se había levantado la huelga y conseguimos conocer bien la “Señoría” los palacios, que me parecían pequeños en relación con otros que vi en otros países. Guardo un precioso recuerdo del paso por Florencia, como todos los viajeros, toqué el cerdito de la plaza, que dice que hace regresar a ese hermoso e indescriptible lugar.

¡Nunca pierdo la esperanza de volver a ver el David trabajado en mármol por el único: Miguel Ángel Buonarroti! 

 

 

UN EXTRAÑO ESPECTÁCULO EN PARÍS

 

Mi primer viaje a Francia fue hace muchos años. Era pleno invierno y nevaba. Eso nos dificultaba movernos pero no nos impidió, a mi madre y a mí, conocer las joyas históricas de París y sus alrededores: Versalles entre otras. En esa época se usaba el franco francés y era bastante accesible a nuestro poder adquisitivo. Pasear por Paris es una sorpresa permanente. En cada esquina o rincón se encuentra algún referente histórico. Cada reja pintada en negro y con adornos dorados, nos hacía pensar en la riqueza de los reyes de los siglos antes de la Revolución Francesa, donde se destruyó mucho, hoy reconstruido; y en el espíritu de superación de un pueblo orgulloso que no responde si no se habla su idioma.

Al museo del Louvre, nos dimos el lujo de ir cuatro días seguidos. Lo vimos todo, nos cansamos todo. Era por momentos sentirse transportada al mundo de la belleza universal. Nunca voy a olvidarme la impresión que me causó ver la “Victoria de Samotracia” en lo alto al ingresar. Pero cada cuadro, cada escultura, cada obra de arte, habla de la gran creación del hombre y de lo poco que apreciamos los dones que Dios le ha dado al ser humano.

Hay cuadros famosísimos. La “Gioconda” en donde se agolpa la gente sin mirar las otras bellísimas obras que la rodean. Hay cuadros tan grandes que nos sentábamos en frente para ver detalles. Tintoretto, El Greco, Giotto, Miguel Ángel Buonarroti, Españolletto, Donatello y pintores ingleses, holandeses, rusos y obras de países de Asia y Oriente. ¡Un lujo poder apreciar tanta belleza!

Versalles es una obra propia de un tiempo perdido. Enorme, lleno de espejos y muebles restaurados. La habitación de la reina María Antonieta, la mártir, restaurada con la ayuda de muchos generosos potentados. Incluso recuperaron la colcha en un bazar en África, según nos dijo un guía; un japonés hizo copiar las arañas de cristal de un cuadro hecho en tinta encontrado en un subsuelo del castillo y las donó al gobierno de Francia.

Todos los jardines cubiertos de nieve y las bellas fuentes congeladas con sus aguas quietas. ¡Una pena!

Recorrimos los puentes del Sena, Nuestra Señora de París cuyo interior estaba tan oscuro y frío que yo, que era muy joven, entonces, aproveché y subí hasta los techos y pude ver desde ese paño de plomo y piedras, todo el París desde arriba. Son como trescientos escalones, que se van angostando a medida que uno trepa. ¡Valió la pena!

Imposible subir a la Torre Eiffel, las colas interminables con el frío, nos acobardó. Comimos los famosos quesos de regiones de toda Francia, visitamos los cafés de Campos Eliseo y visitamos la Isla de la Ciudad. Allí vivimos un momento exquisito. Ingresamos en un pequeño restaurante en el cual, una bella anciana nos preparó un plato especial: codornices a la salsa negra…, rociadas por un vino de campiña y pan recién horneado por sus manos. ¡Gracias mi Dios por ese almuerzo, no lo olvidaré jamás!

Cuando veinte años después regresé a París, mi corazón se rompió un poco. Ya estaba ingresado al Mercado Común Europeo y lleno de inmigrantes de todo el mundo.

Los teléfonos públicos rotos, los cristales de las vidrieras escritas con “graffiti” con ácido, en el metro, los asientos otrora de terciopelo rojo, rajados con navajas o sucios, gente tirada en la calle drogada, niños descalzos tocando el acordeón que mendigaban y orinaban o defecaban en cualquier lugar. ¡Ese era otro París, no el que yo había visto!

A mi acompañante, en una esquina donde esperábamos el autobús turístico la asaltaron y le robaron la billetera, yo me salvé por suerte, pero la tuve que ayudar, había perdido su documento y tarjetas.

Era verano y las bellas flores de los canteros, ya no servían sólo para hermosear sino como baños públicos y eso que París tiene unos preciosos y muy típicos. El problema, pienso, es que esos inmigrantes no los saben usar. Y hay que pagar una pequeña cantidad de monedas de Euros.

Lo que no puedo borrar de mi alma fue un espectáculo que sufrí en plena calle cerca de una Catedral: en una entrada del metro, una mujer de unos cuarenta años, caída, parecía muerta; estaba bien vestida y no parecía menesterosa, pero junto a ella una enorme jeringa con droga, que había hecho estrago en su cuerpo. Yo sorprendida y acongojada dije: “Llamemos a un policía, puede estar muerta” y a mi alrededor se rieron, ella movió la mano para decir…”Estoy viva”. ¿Estar en esa forma es estar viva? ¡Pobre ser humano, que bajo cayó!

Ese no es el mundo que yo quiero, ese no es el París que viví en los ochenta. Hay otro Mundo y otro París.

 

CORAZÓN DE TANGO


 

El corazón  se derrama sobre el mantel de lirios,

sobre la calle empapada. Llueve.

Las piedras brillan bajo los pies dormidos de la noche.

Un farol de fuego invita a colgar las hojas de un cordel clandestino.

Un parral sediento que suspira.

Un fuelle viejo entona un tango triste.

Uvas húmedas y tibias rememoran su tiempo de vino. 

 

EL ÁNGEL NEGRO

 

            Estamos cruzando el río con una canoa frágil que compramos con nuestros ahorros. Es pequeña y pintada de colores vivos. El río se desliza suave como un reguero de miel o aceite entre un sin fin de plantas. Hay ruidos desconocidos por la costa. ¿Serán monos o aves? No tenemos idea de dónde provienen. No le tenemos miedo. La aventura nos ha superado. Primero la avioneta se descompuso en medio del tramo que nos llevaba al puerto, luego caminamos por una ruta contraria hacia donde queríamos ir, nuestro viaje de tres días está durando trece.

            Chalo dice que ese número no hay que nombrarlo, es mufa. Yo no creo en esas cosas. Rolando que es medio místico, nos alienta con unas oraciones que parlotea a toda hora. Me cansa, pero no le digo nada porque es bueno y ayuda en todo. Seguidamente al llegar al único puerto que encontramos había sólo una canoa. Ésta que se desliza como sobre miel caliente. Gracias a Dios no estamos solos, hemos visto algunos nativos caminar por la orilla. Nos miran con su boca desdentada y nos hacen señales que no entendemos.

            Giro y un sordo ruido surge entre las frondas. Es una imagen extraña. Lo que vemos es como un enorme ángel negro con un par de alas emplumadas que se abren sobre nuestra bonita canoa. Pareciera envolvernos con sus alas de grafito brillante y garras afiladas. Clava sus grandes ojos en mí. Me toma por el hombro y me sostiene sobre el río como un juguete sin forma. Lloro con desesperación. El número trece, pienso y con un llanto de cobarde, me lanzo a gritar y a golpear con mi mano ensangrentada al Ángel Negro. Los nativos vociferan y saltan de alegría. Ahora entendemos que ellos esperaban eso. Le grito a Rolando que rece por mí. Un dolor cálido me consume mientras mis alaridos se pierden para siempre. Ellos siguen navegando huyendo de ese monstruo alado que ya sació su hambre.

 

OLORES FUERTES

            Observé un largo tiempo, insegura por dejarla sola. Estaba bañada en sudor. Ardía de fiebre y deliraba. Cerca de nuestra casa había caído un rayo con la fuerte tormenta que arreciaba en el campo. A varias leguas a la redonda no se oía sino el ruido de los rayos y el brillo mañoso de las nubes que chocaban enojadas con la tierra.

            Tal vez, lejos de casa había otro tipo de guerra, una real, con bombas y obuses, minas y bayonetas caladas. Pero acá en la estancia, la guerra la peleábamos con la salud de Elinor. Entré en la habitación y el fuerte perfume que despedía el extraño emplasto que le había colocado en el pecho la vieja “Palmita”, que nos ha criado desde que éramos pequeñas ya que mamá se dedica a ayudar a papá y al abuelo con la cría de animales; fue como un golpe rudo en mi pobre nariz. La lluvia parecía que deseaba desenterrar árboles y casas. El galpón cimbraba o roncaba, según la furia del viento. A lo lejos se podía ver el bosquecito de paltas y guayabas, que era arrancado de cuajo y volaba por el aire en remolino para estrellarse contra las paredes enormes de silo.

            Elinor jadeaba. Su pecho silbaba como el fuelle del viejo armonio de la iglesia anglicana del sur. Ni mamá ni el abuelo podrían regresar del pueblo donde estarían refugiados. Habían ido a depositar cierto dinero de la venta del trigo que gracias a Dios se pudo cosechar antes de esta tormenta.

            Se sintió un olor extraño que venía por los pocos espacios que quedaban libres entre los grandes ventanales que el viejo Isidro con su muchacho, el “Cabezón” habían tapado firmemente con placas de madera. Me acerqué a una hendija para espiar y vi que un rayo estaba quemando el enorme árbol de encina que adornaba la entrada de la casa. Ese era el olor. Un terror me asomó en la cara y la buena “Palmita” me dijo sin dificultad: ¡Mi niña ni que vieras a la “marimanta” justo aquí!

            No creo que un fantasma como la marimanta me asustaría tanto Palma, hay un incendio cerquita de casa. Espero que cese con la lluvia.

            El susto no nos lo va a quitar nada. Le tengo terror al fuego y ustedes lo saben, desde aquella vez que me acerqué tanto a la chimenea que se me prendió la falda de seda celeste. Elinor me miró con unos ojos abiertos que me produjo espanto. ¿Mi árbol preferido se está quemando? No te preocupes, le dije, tu frente está más caliente que tu árbol. Se quedó callada y mustia. Palma le puso paños fríos en las sienes y le mojó la ropa de cama. Eso le bajó el calor corporal. Sentimos el aldabón de la puerta e Isidro salió para abrir. El viento que entró llenó la casa de un olor fuerte a leña verde quemada.

            ¡Tranquilas dijo papá ya ha amainado la tormenta! El árbol se secará y pondremos uno nuevo, pero un poco más lejos de casa. ¡Por precaución! ¿Cómo está Elinor? Todos nos miramos… ella parada junto a Palma, se abanicaba tratando de sofocar el enorme calor que sentía. Mamá nos dijo: ¡Chicas esto, como la tormenta también pasará! Y abrazamos al abuelo que solo señalaba su botella de scotch y con seriedad comenzó a rellenar la vieja pipa con olor a chocolate.

 

 

SALTÓ AL BALCÓN

 

            Mi viejo era un héroe. Viajaba siempre al interior con la chata llena de mercadería que vendía en el campo. Con lluvia y con sol, con viento y con calma el iba por caminos internos, no por las rutas. Las rutas las usan los comerciantes grandes, los que llevan muestras. Él, no, el vendía ollas, juguetes, ropa de campo, zapatos, alpargatas, cuchillos y mil cosas que conseguía en los galpones de la aduana o en garajes escondidos de los grandes comercios.

            Dormía en la camioneta o tal vez en algún cuchitril, de esos que hay por los caminos con luces de colores y flechas que dicen “Hotel” y son de cuarta. Mi madre lo adoraba. Y nosotros, los cinco hermanos también.

            La Lidia, aprendía piano, con doña Tiburcia y cuando sentía que llegaba rezongando la chata, se sentaba en el piano y tocaba y tocaba y mi padre la miraba y lloraba. De alegría lloraba. Yo coleccionaba “El Gráfico” y él, se sentaba en un sillón destartalado en el porche y los leía y acariciaba mi cabeza. ¿Sabés como me acuerdo de mi viejo? Si me parece hoy que lo estoy viendo con la foto de Labruna y a Di Steffano a quienes admiraba tanto. Mi hermana Célica se escondía debajo de la mesa que mamá tapaba con una carpeta que tejía con hilo fino y una aguja finita, y espiaba los libros de mi hermana que iba a la escuela Normal para ser maestra. Tal vez hubiera sido mejor que nunca creciéramos.

            Un día mi papá llegó fuera de hora. Mi hermana Carlota no había ido a misa con nosotros y mamá. Él, como no tenía llave saltó por el balcón a la pieza de arriba y el mundo se vino en catarata hacia el “carajo”. El Aurelio Marín, nuestro vecino, casado con la Antonia, estaba desnudo en la cama con mi hermana.

            Papá no dijo nada, sacó una pistola que llevaba siempre por las dudas y le pegó un tiro. Tan pero tan mal que en vez de darle al “tipo” mató a la Carlota. Ya no va a ser maestra.

            Vino la policía y se lo llevó a papá y al Aurelio. ¡Pobre mi papá, nunca supo que la puerta estaba sin llave; porque de la vergüenza se colgó en la reja de la celda en la comisaría! 

 

jueves, 15 de julio de 2021

UN REPORTAJE ÚNICO


                        Claro, Jonatan, mirá en este día me pueden suceder cosas. Algo, no puedo decir qué. Algo diferente, como si la vida quisiera regresarme un puñadito de todo lo que me ha escamoteado. Hoy he tenido la premonición. Me pasé toda la puta noche dando vueltas en el cuchitril que alquilo. Es una mala imitación de hogar, es un departamento sucio, húmedo y mínimo. Cuando tuve que salir de mi casa... arrastré en dos bolsas de consorcio negras, las pocas pilchas que pude arrebatar de la ira de mi ex mujer. Caminé por Zapiola con la cara abrasada de odio. Mi cuerpo era una grosera larva enfurecida. Rojo, veía todo rojo. Olía todo a mierda. Escuchaba sólo los gritos histéricos de la “guacha”, mi ex mujer, que me percutían rechinando en el cerebro. Las corbatas que asomaban por agujeros de las bolsas eran múltiples lengüetajes que arrastraban mugre entre la basura de las veredas. ¡Un asco! La gente me miraba. Las minas con curiosidad. Los tipos burlones. Yo sentía que todos sabían que me habían echado de casa. ¡Sabés? Y ahora me prohibe ver a mis hijos.¡ Está loca! Mi abogado le ha dicho que tengo derechos y, ¿qué contestó? ¡Que prefiere matarlos y suicidarse antes que yo los vea, les compre algo o les hable! Pobre de ellos. Repito que está “re chapa”, como si los pibes fueran propiedad de ella. Pero hoy algo me va a cambiar la vida, lo sé, lo presiento. Jonás, escuchá, hasta el año pasado era el padre perfecto, de esos que iban a las charlas de las escuelas, pagaba la cuota al día, los llevé a Disney. Hasta me bancaba a mi suegros, a mis cuñaditas y a sus “boludos” cónyuges, y la mar en coche.

                        Ahora soy: ¡ Mefistófeles!, sí el mismo diablo en cuerpo y alma, si tiene. Según ella, sólo el infierno me puede contener. Pero hoy palpito algo que me va a pasar.

 

                        La computadora que ha permanecido estática, comienza a mostrar una sucesión de imágenes. Dos “noteros” jóvenes ingresan hablando del último ataque terrorista en Irak. Discuten acaloradamente sobre el futuro de esta guerra infame que destruye la paz y la seguridad en Medio Oriente. Carlos, deja la displicente silla girando como enorme carambola  descuidada. Sale  y se asoma a la sala junto a redacción, donde su jefe teléfono en mano, murmura entrecortados ayes de sorpresa. Levanta una mano y le hace una seña. Carlos se acerca. Le señala la silla frente al escritorio y apretando el botón del intercomunicador le hace escuchar: “Sí señor García, vendí mi libro “Jordania La Travesía”, para poder recuperar a mis hijos”- la voz clara de una mujer me dejó perplejo. Como un resorte salté de mi asiento y salí. Mi negación fue absoluta. No sé quién es esa mina que hablaba por teléfono, pero yo sentí que naturalmente era mi enemiga.

                        Mi piel se espinaba con la palabra “recuperar hijos”. Ella debía ser una hembra manipuladora, capaz de mover cielo y tierra para perjudicar a un atolondrado que como yo, padecía la histeria de una maniática.

                        El jefe colgó y rascándose lívido la barba algo crecida, hablaba palabras incoherentes: musulmanes, raptores, inaccesibles, asilo... y tan lejos, y ¿ahora? Y un sin fin de gruñidos. Me dijo: - Carlos vas a ir al hotel Internacional para hacerle el reportaje a la señora Gabriela Arias Uriburu, ella es hija de un diplomático de carrera; argentino, que se casó con un musulmán en...- ¡Ni pienso! Ya conozco la historia. El hombre se fue a su tierra y se llevó los hijos.- dije sin alterar mi tono de voz. –Yo, No voy a ningún lado. –y lo dejé con la palabra en la boca.- Mandá a otro, yo ni loco voy.-  dije saliendo apresuradamente. Él seguía hablando, yo ya no lo escuchaba. Salió tras de mí, gesticulando y tratando de quitarme el sí. Rotundo dije “No”. Me lancé a la calle que me abofeteó con el ruido y la contaminación. Estaba ciego de rabia. Debo haber dado la impresión que estaba a punto de asesinar a alguien. Detrás de mí venía el jefe con Jonatan, mi camarógrafo. La máquina al hombro, él,  reía a zafiedad, con la dentadura abierta al terco desafío. “Eh, Carlos esta es La Nota” vociferaba y los transeuntes nos echaban miradas de desconcierto.

                        Caminaba como si Lucifer me siguiera, crucé calles y plazas, pero atrás siempre corrían tras de mí Jonás y el jefe. Cuando quise acordar estaba enfrente mismo del Hotel Internacional. De un empellón me metieron a la conserjería y allí justo delante de mi mirada aborrascada se paró una hermosa mujer, cuya sonrisa, despojó en un instante mi insanía.

                        Sobria, elegante, suave. De mirada clara y perfil fascinante. Vestida con la austeridad de la gente de clase y educación refinada. Se acercó aproximando una mano menuda pero fuerte. La tomé sin más y me presenté. :-“ Carlos Montero” de “El Comunicador”. ¿Quisiera darme una entrevista?- su cálida sonrisa fue un adagio iluminando el mundo. El buró, de sobrio corte francés, la envolvía como a una dama del cuatrocientos. Nos invitó a un discreto rincón y allí, junto a un enorme vaso de jazmines y orquídeas, señalando su libro, comenzó a relatar la más increíble historia de amor. Habló de sus hijos: Karim, Zahira y Sharif, que viven en Jordania. Habló del deseo de ser aceptada por los jueces de aquel lejano país y así, como si nos hubiera tomado de la mano, nos llevó por su infierno personal; la lucha para poder ver y abrazar a sus hijos. El conserje del hotel, nos acercó un café que se heló en mi pocillo, pues me faltaban palabras para interrogar a la grácil madre. Yo sentía vergüenza interiormente por mi estupidez y mis prejuicios. Me sentí un espía atisbando en su mundo cruel, ese que le arrebató lo más bello, sus hijos. Sin pensar hablé de mi realidad y me llenó de consejos. Me regaló su libro y hoy lo llevo conmigo, en cada audiencia con el juez de menores. A todos les llama la atención mis propuestas y yo de noche cierro los ojos y aunque soy nada religioso, le pido a la vida que le permita juntarse con sus amores, sus hijos. Y por supuesto, a mí también

UNA INSÓLITA SOLUCIÓN

 

            Desde el automóvil alquilado, Ivanna, observa el frente del caserón. Bello lugar. El coche de su amado Rafael, es el aguijón que se le clava en los ojos. Allí está detenido desde las diez horas, y no se ve movimientos en el interior. Se le nubla la vista que tiene incrustada en los ventanales y el gran portal, por donde espera verlo salir.

            Ya es la hora en que los árboles comienzan a transformarse en matorrales, verde oscuro o negro, cuando comienzan unas leves luces a asomarse por los vidrios. Se abre el portón de hierro y aparece un pequeño coche deportivo. Antes, en el vestíbulo, Ivanna observa asombrada, como su marido, besa apasionadamente a un atlético joven moreno.

            Un estilete invisible le atraviesa la garganta reseca. En su retina se incrusta la imagen. Luego parte el coche de Rafael, rumbo a la ciudad. Suena en su cartera el celular. Amor, me voy a demorar unos veinte o treinta minutos, acá en el club. Siempre que no me llamen por teléfono unos clientes. Te amo, espérame para cenar. Y ella lo sigue, para verlo ingresar en el club. Se detiene y espera. Lo ve salir bañado y cambiado de ropa. Un estilo informal que traía y sale con el típico traje de oficina. Los ojos de la mujer, tienen un raro color resinoso. Se aleja apurada por la autopista y corta camino por calles extrañas para llegar antes que él, a la casa.

            Intenta tranquilizarse. No sabe cómo actuar. No debe demostrar sentimientos. ¡Comprende por qué causa no quiere tener hijos! Su reloj biológico ya está en rojo y él, siempre inventa pretextos para evitar la paternidad. Resiste pensar en “su” hombre en brazos de otro, si fuera mujer, su alma no estaría tan destrozada. Cuando siente la llave en la puerta de entrada, se ve reflejada en el gran espejo de su dormitorio y una extraña pátina se desliza por sus ojos, en forma inoportuna cual párpado transparente. Se refleja nuevamente su piel tersa y su cabello corto tiene un suave reflejo verdoso. ¡Es mi imaginación! Mi odio me hace ver cosas insólitas, piensa. Desciende por las enormes escaleras de mármol y se desliza como una sombra. Él, en el comedor ha tomado un vaso de güisqui y tintinea el hielo festivo en el cristal. Le acerca uno igual y la besa ligeramente en los labios. Ella retira precipitadamente la boca. Que siente levemente dura. Su lengua parece de plástico. Se aleja hacia la mesa donde la mucama ha preparado la cena. En silencio, se sientan y comienzan a comer. Un breve comentario sobre la exquisita carne a la provenzal, al buen vino boyarda y al clima. Luego se instala una pared invisible entre ambos. Cuando están por finalizar y se acerca la joven mucama, se miran sorprendidos por el rugido de una moto que ingresa en el camino a la casa. Rafael, salta en la silla y se precipita al palier de ingreso. La alfombra persa sabotea los pasos y la voz en cuello de ambos hombres, es un siseo terroso que llega apagado a oídos de Ivanna. ¿Qué haces acá? Te he dicho que aquí jamás vengas. Vete. Mi esposa …El ingreso inopinado de la mujer transforma la situación. Lame con su mirada extrañada el cuerpo y rostro de su enemigo. Una cara infantil, rubicunda de ira y sospechosa de venganza, se detiene en ambos rostros. ¿Quién viene a visitarnos a esta hora? ¿Acaso lo invitaste a cenar y no sabía nadie nada? Pase. Tome un aperitivo con nosotros, dice ligera para conocer la causa de ese exabrupto.

            Rafael, palidece y apenas puede balbucear palabras. Mi compañero de tenis, el joven Belisario Verón. ¿Te acuerdas que yo te comentaba, querida de un nuevo socio al que hay que temer por lo bien que juega? Bueno ha venido y me encantaría saber qué lo trae a esta hora.

            No vengo como socio a jugar tenis, sino a buscarte para ir a “Soho Gay”. No es tu fuerte mentir. Cambiate que nos esperan para el nuevo show. Y te retiras de nuestra casa que crees que estás haciendo, atrevete a molestar a mi señora. Sal ya mismo. De ninguna manera. Tú, refinada estúpida, debes saber que hemos estado todo el día juntos en un lecho de amor. Te engaña. Es mi amante. Déjalo ir. Sé inteligente por una vez y comprende que yo he ganado esta contienda. Eres un verdadero cretino. ¿Qué necesidad tienes de insultar en mi casa a esta pobre mujer?

            Atónita, Ivanna y la mucama, miran a la pareja. Salen y el estruendo del escape rompe el trágico silencio de las gargantas de las mujeres. Sorprendidas, se alejan para reponerse del momento sufrido. La mucama, toma su ropa y sale, dejando la llave sobre el mármol rosado de una cómoda, en el ingreso a la casa. No atina ni a saludar. Su mente tiembla. No comprende nada. Su patrón es… no puede ser. La señora tan fina y bella… eran tan felices, o lo parecían. En la soledad del barrio pasa junto a los guardias de seguridad como aislada del mundo.

            La joven ama, despechada, comienza a recorrer cada rincón de su bello dormitorio. Abre el vestidor y con una navaja corta y deshilacha la ropa de su ex marido. Su vientre es un volcán en erupción. No llora. Tiemble de ira y sueña diferentes venganzas. De pronto se mira frente al espejo de su vestidor. Allí, observa que sus ojos, tienen un extraño proceso de cambio. El iris, se alarga verticalmente. Una suave membrana cubre su globo ocular en forma de párpado extra. Su rostro, totalmente endurecido por la furia, se va cambiando y la nariz, se eleva achatándose sobre una faz angulosa. La lengua es larga y se mueve a latigazos con una incisión en medio. Una serpiente envidiaría su lengua. La piel va tornándose escamada y verdosa. Mira sus manos y las ve atrofiadas en garras con afiladas púas negras. Se encorva. Crece una inesperada cola con espinas de colores que se elevan hasta la cabeza donde el hermoso cabello ya se ha transformado en aguijones venenosos. Se desliza sobre su vientre húmedo y frío. Siente un grito interior que la empuja hacia el parque. Sale por el enorme ventanal. Sale en búsqueda de un apareamiento para desovar sus crías.

            Sobre el brillante piso de mármol blanco quedan derrotados, un par de zapatos de tacones rojos, un vestido de seda negro y un collar de perlas con broche de zafiros.

           

martes, 13 de julio de 2021

UN EXTRAÑO ESPECTÁCULO EN PARÍS, anécdotas de viajes.

Mi primer viaje a Francia fue hace muchos años. Era pleno invierno y nevaba. Eso nos dificultaba movernos pero no nos impidió, a mi madre y a mí, conocer las joyas históricas de París y sus alrededores: Versalles entre otras. En esa época se usaba el franco francés y era bastante accesible a nuestro poder adquisitivo. Pasear por Paris es una sorpresa permanente. En cada esquina o rincón se encuentra algún referente histórico. Cada reja pintada en negro y con adornos dorados, nos hacía pensar en la riqueza de los reyes de los siglos antes de la Revolución Francesa, donde se destruyó mucho, hoy reconstruido; y en el espíritu de superación de un pueblo orgulloso que no responde si no se habla su idioma.

Al museo del Louvre, nos dimos el lujo de ir cuatro días seguidos. Lo vimos todo, nos cansamos todo. Era por momentos sentirse transportada al mundo de la belleza universal. Nunca voy a olvidarme la impresión que me causó ver la “Victoria de Samotracia” en lo alto al ingresar. Pero cada cuadro, cada escultura, cada obra de arte, habla de la gran creación del hombre y de lo poco que apreciamos los dones que Dios le ha dado al ser humano.

Hay cuadros famosísimos. La “Gioconda” en donde se agolpa la gente sin mirar las otras bellísimas obras que la rodean. Hay cuadros tan grandes que nos sentábamos en frente para ver detalles. Tintoretto, El Greco, Giotto, Miguel Ángel Buonarroti, Españolletto, Donatello y pintores ingleses, holandeses, rusos y obras de países de Asia y Oriente. ¡Un lujo poder apreciar tanta belleza!

Versalles es una obra propia de un tiempo perdido. Enorme, lleno de espejos y muebles restaurados. La habitación de la reina María Antonieta, la mártir, restaurada con la ayuda de muchos generosos potentados. Incluso recuperaron la colcha en un bazar en África, según nos dijo un guía; un japonés hizo copiar las arañas de cristal de un cuadro hecho en tinta encontrado en un subsuelo del castillo y las donó al gobierno de Francia.

Todos los jardines cubiertos de nieve y las bellas fuentes congeladas con sus aguas quietas. ¡Una pena!

Recorrimos los puentes del Sena, Nuestra Señora de París cuyo interior estaba tan oscuro y frío que yo, que era muy joven, entonces, aproveché y subí hasta los techos y pude ver desde ese paño de plomo y piedras, todo el París desde arriba. Son como trescientos escalones, que se van angostando a medida que uno trepa. ¡Valió la pena!

Imposible subir a la Torre Eiffel, las colas interminables con el frío, nos acobardó. Comimos los famosos quesos de regiones de toda Francia, visitamos los cafés de Campos Eliseo y visitamos la Isla de la Ciudad. Allí vivimos un momento exquisito. Ingresamos en un pequeño restaurante en el cual, una bella anciana nos preparó un plato especial: codornices a la salsa negra…, rociadas por un vino de campiña y pan recién horneado por sus manos. ¡Gracias mi Dios por ese almuerzo, no lo olvidaré jamás!

Cuando veinte años después regresé a París, mi corazón se rompió un poco. Ya estaba ingresado al Mercado Común Europeo y lleno de inmigrantes de todo el mundo.

Los teléfonos públicos rotos, los cristales de las vidrieras escritas con “graffiti” con ácido, en el metro, los asientos otrora de terciopelo rojo, rajados con navajas o sucios, gente tirada en la calle drogada, niños descalzos tocando el acordeón que mendigaban y orinaban o defecaban en cualquier lugar. ¡Ese era otro París, no el que yo había visto!

A mi acompañante, en una esquina donde esperábamos el autobús turístico la asaltaron y le robaron la billetera, yo me salvé por suerte, pero la tuve que ayudar, había perdido su documento y tarjetas.

Era verano y las bellas flores de los canteros, ya no servían sólo para hermosear sino como baños públicos y eso que París tiene unos preciosos y muy típicos. El problema, pienso, es que esos inmigrantes no los saben usar. Y hay que pagar una pequeña cantidad de monedas de Euros.

Lo que no puedo borrar de mi alma fue un espectáculo que sufrí en plena calle cerca de una Catedral: en una entrada del metro, una mujer de unos cuarenta años, caída, parecía muerta; estaba bien vestida y no parecía menesterosa, pero junto a ella una enorme jeringa con droga, que había hecho estrago en su cuerpo. Yo sorprendida y acongojada dije: “Llamemos a un policía, puede estar muerta” y a mi alrededor se rieron, ella movió la mano para decir…”Estoy viva”. ¿Estar en esa forma es estar viva? ¡Pobre ser humano, que bajo cayó!

Ese no es el mundo que yo quiero, ese no es el París que viví en los ochenta. Hay otro Mundo y otro París.