viernes, 29 de junio de 2018

CEGUERA




Con penosa obviedad he perdido el destello de los ojos.

Compartí la neblina que atraviesa el cuerpo con la luna.

Amansé, entonces, la pared del silencio.

Los latidos abiertos al color azul-verde del alma.

Atropellan mis brazos de un cuerpo inerte. Sin vida.

Calma la sed con cántigas antiguas. Nobles sonidos.

Invítame a salmodiar sobre la frente de un ave.

Caminaré con el rumbo extemporáneo de la muerte.

Ciega de toda ceguera, como un animal herido.

Recobraré la palidez de la tarde en la llanura verde.

Veré la luz en la mirada del niño vagabundo y tierno.

Será un arlequín de mil colores repartiendo flores.

¿Dónde queda la línea del horizonte azul de la esperanza?

EL ARQUITECTO



Allí, frente a mi mesa en el bar encontré sus ojos. Era un hombre triste, con recuerdos ocultos en el pelo de la barba candado, en los párpados enrojecidos por no dormir de noche. Miró lo que leía. Dos o tres revistas y libros de arquitectura. Era corpulento, pero tenía el cuerpo como acurrucándose sobre sus pena.
No es mi costumbre mirar a los parroquianos de los lugares que frecuento, pero me dejó preocupada y sentí deseo de hablarle. Mauricio, el mozo que siempre me sirve el cortado con una medialuna caliente, se acercó y disimulando su voz me dijo. Se le acaba de morir la mujer en España y dejó al hijo de trece años solo allá. Está desocupado y no sabe qué hacer.
El hombre estaba derrotado. Y yo sentí todo un mundo de pena por él. Como trabajo en una empresa de viajes, le escribí en una servilleta que si podía hablar con él. Apenas leyó el billete. No levantó la cabeza. Me hizo una leve seña de difícil comprensión. Me acerqué acompañada por Mauricio quien le explicó quien era yo y que podía ayudarlo.
Entablamos un breve y extraño diálogo. Ofrecí un pasaje de atención, esos que acumulamos con nuestro trabajo y así él, podía viajar a buscar a su hijo, pero no aceptó.
Agradecido me dio la mano se irguió y salió dejando dormidos sus libros y revistas sobre la mesa. Nuestro nexo, Mauricio los recogió y guardó en un estante. Me contó que antes iba todos los domingos a tomar café cortado con leche sin azúcar en la confitería de la peatonal entre las 12 y las trece. Entonces se quedaba escribiendo o leyendo largas cartas que le mandaba a su hijo o recibía del chico. Desde que se quedó sin trabajo en un famoso estudio dejó de ir y desde ayer había vuelto. Era el espectro del que fue.
Quedé anonadada, cuando al salir para la oficina lo vi. ahí, anclado en la vereda mirando la nada. Su cabello corto estaba desgreñado y alborotado. Había mermado el color de su piel y se acercó como si los pies fueran de plomo.
Señora. Disculpe. Quiero que me venda dos pasajes a España yo le voy a pagar con un reloj de oro de mi padre. Sólo eso tengo para poder ir. Él, me necesita. Allá tengo algunos colegas y amigos que seguramente me ayudarán.
Le sonreí y le extendí la mano. Temblaba. Su ropa sport, estaba algo ajada pero se notaba que había tenido una hermosa vida. Mi ropa era la ritual de una oficinista que vende sueños para otros. Lo invité a seguirme hasta el negocio. En la puerta grande fotos con paisajes de playas remotas y palmeras, un coliseo romano vetusto y un enorme crucero, intimidaban a los que nunca pudieron subirse a un avión a un barco.
Le completé los trámites y guardé el reloj. Yo esperaría su regreso para devolverle ese precioso objeto que seguro era muy preciado. Él, se sintió agradecido. Creyó que lo tomaba como pago.
Lo dejé de ver. Mauricio recibió una carta desde Madrid, diciendo que regresaba en primavera. Una mañana que fui a la cafetería lo vi. Estaba acompañado por un muchacho hermoso, muy parecido a él. La silla de ruedas en la que se movía era muy moderna. Sabía que había sido a causa del accidente con la madre, donde ella murió y el quedó vivo. Le dejé el reloj en la mesa, en un momento en que se paró para ir al baño. El chico no entendía nada. Yo desaparecí rumbo a casa donde mi esposo me esperaba para tomar el avión hacia una de esas playas de ensueño que adornan la vidriera del negocio

miércoles, 20 de junio de 2018

LA MARQUESINA




            Ischa llegó al teatro. Había soñado con ingresar “Al Molino Rojo y ser tapa de magazines y fachadas de famosos teatros. Desnuda posó para aquella extraña mujer sueca, que fotografiaba a los famosos; parecía estar frente a una estatua de Rodin, esculpida en mármol blanco. Recordó a su madre, que veía películas de Ingrid Berman y Marlene Dietrich. Eso la impulsó a estudiar arte y emigrar a la capital. Como hija única debía asegurar la felicidad y los sueños de su madre. Unas tarjetas amarillentas la conectaron con ciertas personas del medio artístico. Entre ellas la fotógrafa sueca. ¡Ella debe hacer tu libro de presentación, hija, es la mejor!
            La dejó allí, muerta de frío. De pronto comenzó a tiritar y un dolor punzante ingresó en sus pulmones. La joven con una fiebre altísima llegó a su habitación. No supo cuánto tiempo tardó en mejorar. Allí envuelta en un edredón sufrió un delirio  donde un sin fin de hombres la poseían. Todo pasó con suerte. Salvó su vida.
            Cuando regresó curada al teatro en la marquesina figuraba su desnudo abrazado y besado por un sin fin de hombres iguales a los de su pesadilla.
           

BIEN ARGENTINO...


Me siento como enjaulado. Hoy me he levantado tarde , como siempre, así nunca voy a llegar temprano a ningún lado. Viste minina, la vida es un ir y venir. Ayer la vi, estaba sentada en El Molino, con ese fulano, el pintorcito. Un segundón. Es cierto que yo con mi facultad nunca tenía tiempo para llevarla al teatro. Esta tarde tengo que ver los resultados de mi cultivo de bacterias. Ahora minina siento unas ganas locas de abrazarla, tocarle el hombro transportándole mi pereza a la espalda con mis manos húmedas por el calor de sus besos. Casi como si apretara una rosa recién cortada. Hablando de rosas, te acordás ese poema de Neruda, ese... a ver si recítalo, vos sabés a cual me refiero. Bueno sino te recordás no importa. Tal vez Buscaglia u Oneti. Sos una mimosa, gatita, igual que ella. Una gata. Me acuerdo cuando nos quedamos cocinando chuletas de cerdo con puré de manzanas. Me parece tener aun el sabor de sus besos con olor a hogar. En el hotel, te dije, ¿no? Hay una piba que se hace la artista, camina desde el amanecer vendiendo su sonrisa y yo, tonto como siempre, le compraría una semana de sonrisa para olvidarme de Ella. Ayer arreglé un poco acá pero soy un desastre, si estuviera ella, minina, comeríamos los salamines de mi tía leyendo a Cortazar y escucharíamos al Negro Lavié en Caño 14. O a Goyeneche...te acordás las noches en que me abrazaba en la cama porque tenía frío. La lectura era como la manta que nos cobijaba de la hambruna y de la soledad. Leer a Borges era una vestimenta para el desaliento y el frío. Sos tonta venir a refugiarte en mi cama. Sin el calor de su cuerpo es como un moretón en la espalda o el vientre. Su vientre era de seda y mostacillas. Me producía calor aun en los días de frío y la cobardía de no llegar a darle todo lo que se merecía. Me acuerdo de sus dedos metidos en su largo cabello castaño, parecían  colmillos finos de marfil. Su risa me penetraba la ingenuidad de creer que sería para siempre. No existe el para siempre. Salí de mi saco que tengo que salir para tomar el tren a La Lucila. Allá me espera Susana, no Susana del Piero no, eso es imposible. Susana una viejarda que me tiene preparado un buen asado de cerdo a la parrilla. Es una bióloga con la que estamos haciendo un trabajo. Quedate tranquila. Ya vuelvo. Me arreglaré, sin ella me arreglaré igual. Es difícil. Chau Gata, amiga.

LOS VAMPIROS




Ninguno de los vampiros que me hirieron el cuello
Rondan, rondan hoy en mis noches sosegadas.
Ninguno con sus ojos inyectados
 De ansias y deseos, están acá ahora.
No cubrirán mi desnudez sus alas  negras.
Ni cubrirán mi  soledad, ni mi esperanza
Ellos miran mi seno y mi cuerpo
Deseosos  de tomarme....
Por eso agrandé mis pies en el escape
Buscando salir de ese abrazo de pasión
de ese deseo... mi ser hembra... dulce, codiciada.
Y aunque mis manos conservaban el maná del cielo.
 Monté en mi potro de piel áspera y partí al galope...
Tal vez parecía una rosa frágil frente al viento
Pero era como una roca, un mar, el sol, la vida.
Espoleé mi caballo en la huída...
por eso ninguno de los vampiros pudo hallarme.

ALGUNAS FOTOS PARA RECORDAR

 EN EL METRO DE MEDELLÍN LEYENDO POESÍA DE "COMIENZO DEL FINAL"
 UNA PLAZA EN MARBELLA CON UNA BELLÍSIMA ESTATUA DE UNA MUJER
UN MURAL EN UNA CALLE DE MARBELLA CON UNA POESÍA E HISTORIA.

DILUVIO


Se enteró que la lluvia era superior a cualquier lluvia. Tenía que avisarle a los Unicornios. Galopó por los bosques buscando y rebuscando. Cuando los encontró, ya el agua le llegaba a los hijares. El “Centauro” trató de ayudarlos a llegar al Arca, pero desde ese lugar vieron como se alejaba, empujada por la gran masa de agua. Cuando Noé, salió de la nave y comenzó a revisar a las parejas de animales que bajaban, descubrió que faltaban dos: Los Centauros y los Unicornios. Por eso son leyenda.


ABUELA




Muy lejos en el tiempo
allá en un viejo tiempo
de mi infancia perdida
pude tenerte abuela
con ternura infinita;
con tu rostro cansino
con tú vieja tristeza....
muy lejos en tu ciudad del río
de tormentas ruidosas con perfume a naranja,
mandarina, limón....humedad y cariño.
Pude tenerte cerca tan poco
cuando era niña...abuela cantarina.
Dejarte era...un llanto contenido.
Era esperar que llegaras un día
con tus alforjas llenas de silencio y mimos.
Tus manos arrugadas; tu cuello;
tu cabello con ondas por la humedad del río,
con juegos inventados y vestidos de lino.
Fue un placer tenerte en mis sueños de niña
tan cerca de mi mundo fantástico, colorido
dejarte fue un dolor con perfume de lirio
tan lejos de mi infancia te nombro y te revivo
con perfume a naranja, a limón, a mandarina,
humedad y cariño
Juanaja de mi infancia
mi abuela rosarina ¿Dónde estarás ahora?
Tal vez juntito al río.



RECORDANDO A PAPÁ


Mi padre era de esos hombres del siglo pasado que tenía cada día organizado minuciosamente. Se levantaba temprano y salía a cumplir con sus tareas de bancos, oficinas y luego al regresar entraba al consultorio que estaba en el frente de la casa y se vestía como lo que era un odontólogo impecable.
Tenía los turnos escritos en un carnet y como sus clientes lo conocían y sabían que nunca los hacía esperar, llegaban a horario.
Cuando abría la puerta que separaba la sala de espera al espacio donde brillaba su equipo, comenzaba la danza. Había clientes valientes, otros miedosos y otros aterrorizados. Tengo que aceptar que en esa época el ruido del torno era horrible. Yo odiaba cuando papá nos hacía entrar para revisarnos. Temblaba.
Todo era normal durante la semana, pero cuando llegaba el domingo…mi padre se transformaba. Lo primero nos llevaba a misa de la mañana o a las diez o a las once, luego nos sentaba a comer los “tallarines” caseros que amasaba mamá con tuco de pollo casero también que religiosamente nos regalaba nuestra abuela paterna los sábados y luego sentado junto a la “radio” de madera lustrada con diales de baquelita, comenzaba el:” Partido”.
Había que hacer silencio. Nosotras tres hijas mujeres y mamá, a leer o a bordar cerca de él, en silencio. Yo, me abstraía y volaba con mis libros de cuentos de la colección “Robin Hood” y mi hermana mayor dibujaba con tinta china y plumín cucharita, en papel bellísimos trazos de flores y paisajes. Mi hermana del medio, era la más rebelde, recortaba de la revista “Para Ti” fotos de artistas de cine.
Papá se transformaba. Se paraba, se sentaba, bufaba, según fuera lo que relataba el locutor. El grito de Goooolllll solía asustarnos un poco. ¡Nunca lo escuché, eso sí, decir una mala palabra! Pero a veces cuando el partido era peliagudo y ganaba su equipo favorito, se paraba y abrazaba a mi mamá y nos daba un beso a nosotras, que no entendíamos nada.
Una vez, me llevó a la cancha. Era en el parque General San Martín; el club Gimnasia y Esgrima, y me sentó en un asiento que llevaba su nombre y apellido. Miró un partido de los chicos que recién empezaban a patear el balón. Yo me distraía y él, pobre, trataba que me interesara lo que pasaba. ¡Dios no le dio un hijo varón y yo ni entendía ni me gustaba ver a ese montón de muchachitos peleando detrás de una pelota! ¡Pobre papá!
Salió dándome la mano y eso me gustó tanto que le pedí que me llevara cuando quisiera. No pudo ser muy seguido, pues él, era un profesional muy requerido.
Pasó el tiempo y cuando justo apareció la Televisión en blanco y negro, se enfermó y al poco tiempo falleció.
Lo lloraron su amigos, sus clientes y nosotros quedamos desoladas y sin tener casi sin qué comer. Mamá hizo malabarismos para terminar de educarnos y criarnos y el sábado, aunque no nos gustara el fútbol, mamá se sentaba junto al aparato de televisión y miraba un partido en su nombre. ¡Nunca me voy a olvidar cuando llegó el televisor a color para el Mundial de 78!  Por primera vez, nos sentamos todas y lloramos la ausencia de papá, ¿Él estaría entre esa multitud ruidosa mirando un partido? ¡Vaya uno a saber!


BUSCANDO LA LUZ






Invítame a recorrer la senda de la noche
Allí donde se pierde el sacrificio y el olvido
Donde mengua el sonido de las hojas del álamo
Y caen las sempiternas lágrimas desde la piel marchita.

Invítame a socorrer las aguas del río que se despeña
En la tierra pedregosa del lecho. Consuela al sol.
Mérito del atropello de una tarde de viento cálido
Que mengua con el deshielo la nieve de los riscos.

Un avatar me intriga por su misterio antiguo,
Y llega mi pecho en sombra con latido de espuma
Buscando al demiurgo en el intrincado libro
Con un idioma de ignota comprensión de vida.

Busco entrar en la noble presencia de la luz
Quiero estrechar los lazos de un arcángel ciego
Amamantando el ave abandonado en el nido
Que grazna entre los sauces que aguardan la mañana.

¡Cuánto misterio encuentro en las páginas blancas!
Las letras bailotean entre mis ojos fríos. Quietos.
Invítame a escarbar en el mensaje oculto.
Descubrir con destreza las llagas y heridas escondidas.


lunes, 18 de junio de 2018

UN BREVE POEMA


Déjale amamantar con besos que atrapan mariposas

Cura las heridas y las penas donde las gaviotas picotean

Arrastrando heladas marejadas en las playas desiertas

Es una niña que perdió la infancia entre la hiriente realidad

Acabará cercenada en una alcantarilla cerca del agua con limo.

Será una muerte indigna para el ángel caído al precipicio de la vida.


UN RÍO SANGRIENTO



            Desde las orillas fangosas, se adelantaba un grupo de animales buscando beber agua. Detrás un hombrecillo de enormes manos arrastraba una pequeña barcaza.
Somnolienta, una perra seguía dentro de la crujiente madera al dueño del rebaño. A lo lejos se veía el humo oscuro  y denso de la chimenea del tren que atravesaba ese páramo. Tal vez en ese enorme trozo de hierro estaba impresa la libertad para el pequeño campesino. Había soñado con subir al techo de un vagón y huir a la gran ciudad, pero recordó lo que le pasara a su hermano. Lo habían llevado al ejército en un ferrocarril igual a ese y después vino envuelto en la bandera verde y roja, con una sola guirnalda de flores que olían a podrido.
            Él prefería quedarse, aunque cada vez era más difícil salir con los animales a pastorear. El río, decían las ancianas era el camino más seguro para no morir, pero cuando no llovía estaba muerto.  
            Tenía llagas en los pies, llagas en las manos y llagas en el alma. Su dios, no se acordaba de su gente, estaba muerto o dormido. Un cocodrilo trató de matar uno de los animales que bebía, lo espantó con el viejo rifle de su padre. Recogió al aventurero y lo metió en la barca. Esa noche lo despellejaría y comerían carne fresca, sin tener que matar sus animales.
            Sintió el rugido de la vieja locomotora que venía del sur, un grupo de aves salió escapando con el bufido del hierro herrumbrado del tren. Arrimó la barcaza a la orilla y arrió con  mucho esfuerzo la madera vieja con el perro y el ladrón que había caído bajo el balazo certero del rifle. Silbó. Los pocos vacunos se juntaron y treparon la orilla del cenagoso río y comenzaron a seguirlo.
            De pronto algo llamó la atención del campesino. El río estaba teñido de color bermejo. Se acercó y comprobó que unos cuerpos de hombres y mujeres iban río abajo, hinchados y malolientes, los cocodrilos se arremolinaban y daban dentelladas a cada cual. Teñida de sangre las aguas iban río abajo. A lo lejos sintió el estallido de un metal mortífero. El tren que acababa  de pasar había estallado en mil trozos a lo lejos. Vendrían tiempos difíciles. Había estallado una guerra.
                                               

POR CUBA CONOCIENDO LA ISLA

 NO NECESITO DECIR QUE ES LA ENTRADA A TRINIDAD DONDE LA GENTE BONDADOSA BORDA BELLEZAS EN LA PUERTA DE SUS CASAS.
 EN UN RINCÓN DE LA CIUDAD COMIMOS UNA RICA LANGOSTA DE MAR COCINADA EN EL ASADOR FAMILIAR. UN MATRIMONIO MUY AMABLE NOS ABRIÓ LAS PUERTAS DE SU HOGAR PARA ALMORZAR. EL CHOFER LES AVISÓ QUE ÍBAMOS.
EN LA RUTA A CIENFUEGOS ACOMPAÑADOS POR UN CAMPESINO Y SUS ANIMALITOS.

MUY MACHO PERO…




            Miró el trapo lleno de sangre que tenía en las manos y de un tirón le quería quitar el policía. Dio un salto hacia atrás y se alejó. Vomitó. ¡Nunca había pensado que le pasaría eso a él, el mejor maquinista del ferrocarril del sur de la provincia de Buenos Aires!
            Nació para ver pasar los trenes, su casa temblaba con el pasó de cada vagón, fuera de pasajeros o de carga. Amaba el olor del humo y de los aceites que derramaban las locomotoras. Iba pasando el tiempo y le suplicó a su madre que lo dejara ir  a la escuela Técnica de “Ferroviarios”. Estudió y salió con una medalla. No era muy inteligente, pero si tenía la testarudez de un toro. Orgullosos con su título se presentó en la oficina en Paternal donde le harían unas pruebas. Salió bien pero los acomodados le ganaron de mano.
            Se “conchabó” como aprendiz de un viejo polaco que armaba camiones y grúas, para el ejército. Aprendió de ese viejo agrio que escupía cada vez que hablaba en un idioma trágico de su tierra, un sin fin de estrategias con los metales. Sabía de todo y atento memorizó mucho de lo que el anciano sabía.
             Siempre puteaba por la guerra y se dormía sentado en un sillón desvencijado que según él, era traído de Polonia. Tenía más tierra y mugre que todo el vertedero de basura.
            El hombre escuchaba una música linda, pero extraña para el muchacho que amaba el tango. Igual, un día encontró en la mesa de la cocina una carta que lo llamaba del Ferrocarril Central para comenzar como maquinista.
            Un sueño cumplido. ¡No fue fácil! Tenía a un montón de tipos envidiosos y vagos que le hacían la vida imposible. Nunca los delató, hubiera sido peor. Había una pequeña mafia apadrinada por punteros políticos y del sindicato.
            Cumplió a rajatabla con su tarea, hasta lo premiaron dándole la locomotora más nueva y la más bella. La limpiaba como a una estatua de mármol o de acero. Brillaba cuando rauda pasaba por la ruta. Siempre atento a los cambios de luces, si veía un color naranja, aminoraba caso a diez kilómetros para evitar cualquier accidente. Si era roja, frenaba y los rieles y las ruedas chirriaban como una sinfonía de terror. Era verde volaba como los pájaros libres de la pampa.
            Ese día fue un horror. Bajadas las barreras y terminado de subir todo el público, comenzó a poner la máquina a andar, llevaba a los obreros y mucamas de media provincia, en la próxima barrera baja, una joven mujer corrió y se tiro bajo “su” tren. El grito y escándalo fue feroz. La gente gritaba y se tiraban para tratar de ayudar. Unos varitas y policías echaron a todos. A él, lo tomaron de atrás para quitarle el trapo que arrancó del cuerpo de la joven mujer. ¡No! Se deshizo de las duras manos que lo sostenían y le pusieron unas esposas de acero. No dejó el trapo sangrante. Lo arrastraron hasta un celular que irradiaba luces azules y rojas como la cabeza que rodó a sus pies, de la pobre mujer. Sacaron el cuerpo y lo llevaron fuera de su vista. Lloró. Lloró mucho, nunca pensó que le podía pasar algo así. Para eso no estaba preparado. Cuando abrió entre sus manos ese trapo sangrante, comprendió que era un delantal de cocina. Metió la mano en el bolsillo y encontró un sobre, arrugado y sucio. Lo abrió y había una hoja que con letra temblorosa decía: “Marcos, no soporto más tus golpes, tus insultos y tus llegadas borracho todos los días. Estoy embarazada y seguro que no quiero que mi hijo sea como vos” adiós y que Dios te perdone.
            Ese día Roberto González, dejó de ser maquinista de ferrocarril. El “polaco” y su madre fueron los únicos que lo fueron a ver en la cárcel de Caseros, hasta que demostraron que era un suicidio.

AL MUNDIAL DE FÚTBOL


Le decían el “Chueco”. Tenía las piernas como paréntesis. Pero era un guapo que trabajaba de sol a sol. Era amigo de un compañero del colegio que no sabía lo pobre que se podía ser, hasta que una tarde lo acompañó a la piecita donde vivía con la abuela. La madre lo había abandonado cuando nació. Y el padre… ni lo conoció. Era patético, su colchón en el piso, unos cajones de fruta de mesa y de sillas, pero… en un rincón todos los trofeos del abuelo. Sí, su abuelo había sido un centro fobal, como decía la abuela, de primera. El pibe llegó a su casa con los ojos rojos de llorar. La madre, maestra y el padre médico, no entendían nada. ¿Qué te han hecho? Y él, les contó cómo había sufrido viendo a su amigo acariciar los trofeos y preseas del abuelo. Fotos a color, revistas El Gráfico con las hojas amarillas de tanto manosearlas, diarios con fotos del abuelo con el pie en el balón y una copa en la mano. Y ahora sin nada, sin cama, sin zapatillas de marca, sin madre ni padre. El chueco, era un niño bueno, era su amigo y no sabía cómo tratarlo después de ver cómo vivía.
El padre lo escuchó asombrado y con pudor, le ofreció ayudarlo. Pero ¿Cómo? Vamos a charlar con la maestra. Ella nos dirá qué podemos hacer. Allá fueron y sí, la profesora de gimnasia les comentó: -Chueco o mejor dicho Jorgito, es un as con la pelota. Es un niño que con un buen entrenamiento y comiendo una dieta adecuada, puede llegar muy lejos. Y los padres de todos los alumnos de curso se pusieron de acuerdo, sin que él y su abuela supieran que lo ayudarían. Así, un día llegó una chata con una cama flamante, mesas de luz, sillas y mesa para la cocina, que compraron en el centro comercial y ropa. Luego llegó el pedido del almacén de don Tulio y carne fresca y pollo y verduras. Con toda la ayuda, a la abuela le parecía que llegaba navidad, pero temía que se terminara pronto. Pero no. Siguió hasta que llegó el verano y pasaron de grado y el Chueco creció y se hizo fuerte y lo contrataron en Banfield y llegó a ser un crack. Nunca supo que su amigo, el petiso Martínez, era el promotor de su suerte. Hasta que un día, lo encontró en la calle y sintió un fuerte deseo de abrazarlo. Y la gente los miraba. Uno alto, fuerte y chueco y el otro delgado, pálido y compuesto. ¡Claro, el petiso Martínez se recibió de médico y el Chueco de As del fútbol local!

SIGAMOS CON CUENTOS DE FÚTBOL


Las chicas no juegan al futbol, dijo seria la Yolanda. Es de poca clase y deben ser muy delicadas en el trato entre ustedes y con las otras chicas. La miraron raro. Ella, las hermanas Esperanza, venían de un pueblo donde el “potrero” era el lugar donde  juntaban todos, pibes y pibas, gordas y flacas, altos y petisos y ahora en la ciudad, donde les dieron el departamento en el edificio nuevo el Intendente, estaba la cancha armada sólo para los varones.
Esa idiota, la Yolanda, era la secretaria del Intendente, medio nariz parada, medio melosa.
Los domingos para ir a ver el partido, el padre no las podía llevar. Eran un ómnibus, un tren y otro ómnibus de ida y luego en el regreso otro tanto, mucha plata y tiempo para llevarlas.
Cuando volvía les relataba detalladamente los planteos del D.T. en cada jugada y ellas se imaginaban que jugaban con ellos. ¡Su sueño se iba muriendo de a poco por las tardes de otoño! Lali se puso medio de novia con un pibe hermoso. Era alto y musculoso, de voz grave y mirada soñadora. Él, odiaba el fútbol, decía que era deporte de “grasas” y entonces comenzaron las peleas. La Lali era buena en la cancha, allá en Pico. Pero no podía salir de nochecita a patear en la vereda porque quedaba fulero.
Etelvina se hizo amiga de dos pibes, eran como de su edad y bien plantados, buenos para hacer jugar la pelota entre las piernas y el cuerpo, y los brazos y la cabeza. ¡Eran muy cancheros y la hacían de goma! Pero, su mamá les aconsejó que no salieran con ellos a jugar en la calle, no quedaba bien.
Abril, la del medio, se animó y le propuso al padre ir a la municipalidad y preguntar si no había una forma de armar un equipo de chicas que jugaran futbol. La tal Yolanda, puso el grito en el cielo, pero como venían las elecciones, el jefe, dijo: ¡Sí!
Se armó una lista de aventureras y se formó la “Liga Juvenil Municipal de Mujeres de La Central Sur” y allá comenzó el torneo. Un partido, un triunfo, otro partido otro triunfo. Al final, comenzaron a llegar periodistas de la radio, del diario y ya las reporteaban. La Lali se peleó con el novio y jugó, y pateó con todo y ganó. Un día nublado, frío y con una tormenta en cierne, llegó un auto negro con vidrios polarizados. Bajó un hombre rechoncho y pelado. Con un toscano en la boca y las manos en los bolsillos del sobretodo. Miró casi todo el partido. Se fue. Al día siguiente el Intendente las hizo ir a las tres al municipio. La Yolanda estaba más seria que vaca que va a parir un ternero. Y el “Tipo” les propuso jugar en la liga femenina mayor. Les pagarían un montón de billetes y les daban estudios y casa  con todo.
La madre furiosa les prohibió y el padre se refregaba las manos. No necesitaba más levantarse a las cuatro de la mañana para ir a la Feria y cargar bolsas. Así es que entre retos y disputas las Esperanza, partieron para la capital y terminaron siendo una leyenda.



EL INTELECTUAL Y EL ARTISTA



¿Fue así? Lo veo con mis propios ojos. Es indescriptible. ¿Pero no era el que llegó con no sé cuántas maestrías, tanto que enseguida lo nombraron jefe de una ONG?
¡Sí, bueno, era él, pero se le cruzó esa porquería! ¿Qué podía hacer?, te preguntarás. ¡Nada!, te contesto. Hablaba como siete idiomas y era muy inteligente, pero ahora hay que verlo. Está tirado en plena calle, aún usa camisa de puño con botones de nácar, el traje es un trapo sucio, y le han robado los zapatos. ¡Parece mentira que un tipo así llegue a eso! Nadie hace nada. Te diré que al contrario, cuando comienza a retorcerse en el piso en donde está tirado, y a gritar, esgrimiendo una mano como para pelear, los transeúntes escapan. Se hacen a un lado, lo evitan. Y no te cuento las mujeres. Arrastran a los niños, distrayéndolos para que no vean ese cuadro. Incluso la policía se le acerca sólo para ver si no ha sufrido algún ataque. No lo tocan, ni se lo llevan, ni siquiera evitan que siga gritando como un energúmeno.
            Ayer, volví a pasar, vos sabés que trabajo en el museo casi a dos cuadras. Bueno, lo hago gracias a la beca que me dieron en el dos mil cuatro. Vociferaba que era hijo de un ministro y la gente lo miraba extrañada, pero dejó de babearse y me vio. Me dio la sensación de que sabía que era yo, se dio vuelta y se quedó en posición fetal. Tenía la espalda sucia y con sangre.
            ¿Creerás que está herido? No sé, pero me urge llamar a los padres y pedir que vengan a buscarlo. ¿Ellos sabrán que está así? Me duele el hecho de verlo y no poder hacer nada. Pensar que todo  empezó por una apuesta de quién era capaz de trabajar más horas sin dormir.
Alguien le acercó droga mezclada con vodka y él ganó. Ganó el juego. Cinco días sin dormir haciendo lo que hubiera hecho en varias semanas. Perdió. Perdió la vida. Se hizo adicto y alcohólico y ahora está loco. El cerebro debe estar vacío, licuado. No es un mendigo, es el producto de una sociedad enferma, desquiciada, sin horizonte.
Todos estaban enamorados de su alegría, inteligencia, su glamour. Le tengo pena, pero trató de matarme para que le diera unos euros para comprar droga y vino. El miedo me alejó y escapé de su manía y demencia. Tiene veintiocho años y parece de setenta, o más. Si lo vieran los padres así, creo morirían. O no, tal vez saben y no quieren acercarse como hacen los demás. Me incluyo. He visto que vienen de Notre Dame unos voluntarios. Les traen algo de comida y cuando llueve los tapan con plásticos. No me pidas que vaya a buscarlo y lo interne. No es mi tarea, ni siquiera siento pena. Tal vez sí. Pero nadie puede hacer nada.
¿Vos, te animás? Si me das una mano vamos y lo sacamos de allí y lo llevamos a un centro de rehabilitación, después de todo es tu pareja, vivió con vos hasta hace un año y medio. Te dio una buena vida, sin privaciones. Hasta te dejó el departamento y el auto. No querés saber nada. ¡Y bueno, cada uno cargará con su culpa! Me voy. Hasta otra vez que nos crucemos, cuando quieras, trabajo en el museo como ayudante de un restaurador italiano. Si preguntás por mi, me conocen por “El argentino”. La beca termina en dos años, estoy pensando en volver, pero acá estoy bien. Chau.

            El joven sigue su rumbo y se sorprende al comprender que ya ni siquiera él tiene solidaridad para con un compañero de colegio. Camina solitario y, a poco de andar, ve una ambulancia que retira el cadáver de otro adicto. ¿Cómo vivirá con su conciencia?   

VICTORIOSA




Mi piel se ha marchitado con los años.
Mis manos marcadas con espuma se arriesgan a las caricias
Sutiles matrices de cáñamo en los brazos tejen
Largas márgenes de ríos despeñados entre rocas.

Quien dejó su trabajo entre las vigas, se desmorona
En misterioso vuelo de plumas y vellones.
Quedó el incendio aplastando al ave que gritó al aire
Una súplica de relojes olvidados. Tiempo ido.

No me distraigas ahora, no me distraigas.
El murmullo sonoro de las hojas pregona mi Ser
Como una altiva vibración de estrellas
Que vislumbran el sueño de los cisnes migrantes.

Victoriosa mi frente con estrellas fugases
Aturde al amanecer los pensamientos
Presagios de un acontecer distante, donde duerme el sol
Se acurruca el cristal de la conciencia alba.

AQUELLA JOVEN DEL ABRIGO COLOR VIOLETA



            ¡Conocer por el periódico o el noticiero la muerte de una joven de no más de veintisiete años, en medio de un parque, con signos de haber sido duramente golpeada; no es ninguna novedad! Casi se puede decir que es algo corriente.  Atados al alcohol, pelean sin ton ni son.
Unos mueren en accidentes, otros con ingesta de vino o Fernet hasta caer en coma y casi todos entran perdidos por las drogas en las guardias médicas. Los pobres periodistas ya no saben qué agregar para darle un tono diferente y llamativo a la noticia. El locutor más asombroso, fue el que se secó una lágrima en público, diciendo que podía ser su hija. Le respondieron airados, cientos de personas, llenando el Facebook del canal, que eran padres o madres de hijas o hijos muertos, en forma semejante. Por lo que nunca más recurrió a tal artimaña para atraer a la audiencia.
            El tema de la mañana, me pegó un golpe bajo, cuando hicieron un paneo y vi el abrigo color violeta de la infeliz chica. Reconocí el que vendí la semana pasada en la pequeña boutique donde trabajo. Era de buena calidad y tenía un detalle, que inevitablemente, me hizo sentir como parte de la historia.
 Ni loca me presentaría a la policía a contar que, una simple empleada de “Madame Rouge”, sabía el nombre y domicilio de la víctima. ¿Y si la habían matado rufianes a sueldo de la mafia o algún oscuro asesino, de esos que matan en serie? Me iba a ver innecesariamente involucrada y capaz que, por hacerme callar, sería  la próxima víctima.
Cuando vi la foto me sorprendí. No era la mujer a la que le vendí el modelo. La otra era rubia con mechitas color cobre, ojos verdes y nariz súper operada, colágeno en los labios y pechos de cirugía. Altísima, los pies  y manos muy cuidadas. Y un tono de voz indescriptible. La mujer que vi en el periódico era morena, de rostro anguloso, ojos marrones y cabello oscuro.
Pensé que era imposible. Mi jefa jamás hubiera comprado dos abrigos iguales para vender y menos, a ese tipo de muchacha vulgar, que mostraban las fotografías. Guardé la hoja del diario en el bolso, cuando llegué esa mañana al negocio la dueña del local estaba allí. Me sorprendí. ¡Nunca llegaba tan temprano! Se veía ojerosa y muy nerviosa.
Me cambié. Calcé tacones como ella exige, me maquillé más y perfumé con loción Madame Rouge, que tiene mucha canela y vainilla, difícil para mi nariz. No es de mi gusto. Me quedan bien las frescas y cítricas. ¡Pero este trabajo es muy bueno y no lo quiero perder!
            Cuando me acerqué a su escritorio, la vi rodeada por dos hombres más o menos jóvenes. Uno era rudo y con un vozarrón que atravesaba el cerebro. El otro, un poco más joven. Gentil, delicado sin exageración y muy educado. Hablaban a media voz. Al acercarme más, me clavaron la vista. Sentí frío en la espalda y, como si fuera un mono enjaulado, quedé prisionera del momento.
             Me sentaron junto a ellos. El mayor comenzó a interrogarme. Miraba con ojos de metal hiriente derechito a mis pupilas. Que si  conocía a la víctima. Qué si tenía su filiación. Qué si la acompañaba alguien. Y mil interrogantes más. Expresé: “¡Sólo había vendido la prenda al contado, no recogió la factura, que tiré luego de unos días! ¡Que la mujer estaba muy apurada y ni se había probado el abrigo! ¡Ah, y estaba sola¡”. Eso dije. No era verdad.
            El miedo me impide imaginar por qué callé detalles. Le temo a los hombres y más aún si son de investigaciones. A esos les huyo. Sobreviví a uno —mi papá— que me hizo escapar del pueblo donde nací, de la familia y de todo lo que amaba.
            Sara, mi jefa, me observaba sorprendida e inquisitiva, ya que soy amable y graciosa, vivo haciendo chanzas. Estaba seria y en silencio. Sólo me levanté de la silla para atender a una clienta que viene muy seguido, lo que hice rápidamente. Ella, la jefa, escrutaba mi rostro y yo, indiferente, evitaba confrontar con aquellos hombres.
            Salieron del negocio dejándonos un papel con los teléfonos anotados por si recordábamos algo. Ni loca les llamaría. Imaginé ser perseguida por una horda de delincuentes capaces de asesinarme. Los que matan en serie como en el cine.
            Traté de evitar a la señora Sara, inútilmente. Se sentó con su consabida taza de café con un chorrito de gin, encendió su pipa — fuma en pipa— y comenzó a indagarme.
            Intenté no abrir la boca. Sabía muy poco de mi vida y odio andar por ahí contando mi dura existencia. Pero fue imposible. Hablé de un solo tirón. Me explayé. Exigí, eso sí, que me guardara el secreto.
Le mostré la factura con el nombre de quien compró el “abrigo violeta”, su dirección y teléfono. Le aseguré que no era la misma persona. Esa que mostraba la tele. Quedó sorprendida y molesta. Conmigo no, sino que para ella había algo raro, como decía mi mamá: “Gato encerrado”.
Tomó el teléfono y marcó el número que había en la factura. Atendió una voz femenina, con el mismo timbre que yo le oyera en el probador, cuando vino a la boutique. Sara le pidió, si podía venir a la tienda porque había encontrado una falla en la prenda de ese modisto. “Le encargo que traiga la que le vendí”, aclaró. La mujer, muy ofuscada, dijo que se le había perdido. Que alguien se lo arrebató en el playón del supermercado y que no tenía tiempo, viajaba esa misma tarde a Miami. Cortó la comunicación. Eso molestó mucho, intrigó a la señora y se tentó de avisar a los investigadores.
Sucedió, igual, algo inesperado. A minutos de esa llamada, llegaron dos encapuchados. Armados hasta los dientes. Rompieron todo el negocio buscando lo que tenía escondido en el lugar menos accesible de la boutique. Ni pienso decir donde oculté el talonario con las facturas y datos de los clientes. Golpearon a Sara, a mí no porque sé escabullirme, no por cualquier cosa salí del pueblo.
Luego de romper todo, a uno de ellos se le deslizó algo, inadvertidamente levitó detrás del maniquí. Me moví como un gusano cubriéndolo con el cuerpo. La energía negativa de esos tipos me alteró mucho. Quedamos deshechas, pero vivas. ¡Era una advertencia, si hablábamos nos matarían! ¿Así son esos malvados?
Cuando pude erguirme, atrapé lo que se le cayó al tipo, vi que era una foto. Era la mujer rubia, la del abrigo violeta, pero estaba tal cual debe ser en realidad… ¡Un travestido en sus ropas de entre casa! Ahí pude comprender lo que había pasado por alto. Yo había atendido a un hombre y probablemente era quien mató a la mujer morena. ¿Sería mujer u otro travestido?
Mejor fue que, tanto Sara como yo, nos metiéramos la idea de ser justicieras, en un cajón de la boutique. Y a los policías no decirles un ápice. ¡Tal vez, ellos estuvieran involucrados! Rompí los papeles que había guardado,  uno por uno, y los tiré por el desagüe del baño.
            Me mudé a otra ciudad y la señora Sara se fue a vivir a Miami. A veces recibo una llamada suya para consolarme. Nos enterábamos por Internet de los pasos que seguían a los grupos activistas que trataban de imponer un límite a la muerte de travestis y gay en la gran ciudad. ¡Nada lograban!
Un día, en el metro, me enfrenté al personaje del abrigo violeta de la vieja historia. Me miró asombrado. Pretendió detenerme tomándome del brazo, aplicando una fuerza brutal en mi muñeca. Aún no recuerdo cómo logré zafar y desaparecí entre la multitud en la estación. Pero huí al oeste en busca de otra oportunidad. 
            Estoy cansada de evadirme de este grotesco infierno de violencia gratuita que me rodea. Mi infancia fue un mundo de mentiras y maldad que oculté. ¡Apariencias!. Mi juventud que recién comienza y a la que tengo derecho es el futuro. ¡Por eso me dispongo a otro cambio más! Quiero ser libre.

SEDIENTA



Sedienta entre los prados de otoño
Caminante sublime de las nubes
Arrogante estrella fugaz de la distancia
Mineral oculto, sustituto de astillas ígneas
Voy atrevida en el camino, sedienta.

Las mejillas con virtudes marcadas como agujas
Los pies incendiados de misterio
Sigo un derrotero de espinas azulosas
Marcando el desierto agorero de tiniebla
Sedienta estoy, detestando el dolor que me acompaña

Una candela aflora en el surco de mi frente
Es luz y armonía silenciosa.
Miríada de escarcha y vino derramado
En los manteles de lienzo blanco de la aurora.
Estamos sedientas de anuncios victoriosos.

La guerra ha terminado, es un cadáver que regresa
Año a año, regresa el color primigenio de la vida
Largas noche de espera y de silencio.
Florece en la campiña el esplendor de las espigas
Frutecen los almendros y nogales sabrosos.

lunes, 11 de junio de 2018

EL CABULERO


El Coco desde chiquito se mostró “cabulero” o como decía la tía Pepa, le encantaban las cábalas. Hincha furioso de Boca, era Seneise desde la médula. Cuando el padrino lo llevó por primera vez a la cancha, fue tal la emoción que se meó encima y eso que tenía siete años. Pero ese estadio era como el paraíso que le contaba su abuela Hermelinda, donde los ángeles juegan entre nubes. Allí jugaban otro tipo de ángeles, más duros y pateadores. En el segundo tiempo iba perdiendo Boca 2 a 0 con Atlanta. Y él, lloraba. El tío lo sacó de los pelos y le dijo que nunca lo volvería a traer.
Pasó el tiempo y con doce lo llevó a un partido de la final entre River y Boca. Camiseta, gorro y corneta azul amarilla. Y el “famoso calzoncillo” que le regaló el abuelo Pancho.
Casi, casi cuando faltaban tres minutos para que sonara el silbato, hicieron un gol los seneices. Y con un tiro libre el 10 metió un bombazo en el arco por izquierda. ¡Un milagro! Empate. Pero… dieron unos minutos por descuento del segundo tiempo y el “Pibe Arnoldo” cazó el “fóbal” y gambeteó entre las piernas rojiblancas y llegó con tiro de esquina y: ¡Gol! 3 a 2. un triunfo final.
Coco esta vez lloró de amor. Sí, lloró abrazado a un gordo que tenía al lado y que lloraba como él.
A partir de ese día tomó todas las precauciones: el calzoncillo, el gorrito, la camiseta y los zapatos fueron sus soportes para cada partido. Y por casualidad o por esas magias del fútbol, Boca llegó a primera varios años consecutivos.
La madre, doña Chola, tenía que escarbar en la mugre de la habitación del Coco para encontrar las prendas y lavarlas, cosa que para el muchacho era una causa de desgracias inevitables. Y así casi transparentes llegaron al final de un campeonato nacional y al mundial. ¡Ya no era Boca, era la Patria! Era su existencia. Era como su sangre que fluía por el pasto verde en color albiceleste. Un día cuando llegó del taller, encontró a su madre llorando en la puerta de la casita. Habían entrado unos tipos y “barrieron con todo”. ¡Nene se llevaron tus trapos, los de la cábala! Y tuvieron que llamar a la ambulancia, porque al Coco, le dio un infarto.

¡SIGAMOS CON EL FÚTBOL


Entró la supervisora a la escuela con dos o tres docentes que la acompañaban. Parecía una reina con su séquito. Pasó derechito a la dirección. Se sentó en el escritorio principal y desplegó papeles.
Yo la miraba sorprendida y con cierto temor. No siempre vienen a felicitarte por haber solucionado la vida de un niño maltratado o una cloaca colapsada, no, vienen a pelearte porque un padre o una madre se queja por una nota que según ellos, los niños no merecen, o vienen a recriminarte porque creen que se ha “Discriminado a un alumno que llegó drogado o alcoholizado” y vos tuviste que llamar a un médico del centro de salud. Pero esta vez, no, vino con órdenes de la superioridad: “Los niños tienen que tener un Televisor en cada aula o en el salón de uso múltiple para ver el Mundial”. ¡”Chupate esa mandarina, pens锡 ¿De dónde saco un televisor para cada aula y el único que hay lo trajo Colón cuando llegó a la Antillas?
La orden viene de arriba y hay que cumplirla.- dijo con aire autoritario. Y yo no supe si reirme o llorar. –Señora no tengo un buen televisor. – y esperé una respuesta que me dijera que bueno, que el gobierno me daría uno o varios; pero no. Arreglese como usted sabe, para eso está nombrada como directora titular.
Se levantó manoteó los papeles, su cartera y salió con las mujeres que la habían acompañado. Me quedé entre lívida y furiosa. Tenía ganas de ahorcar a alguien y di gracias a los consejos de mi abuela que decía: “Frente a un dilema, calma, piensa, cuenta hasta diez y luego actúa”. ¿Qué podía hacer? Si traía el de casa, mi familia me ejecutaba en medio del living. ¡Comprar uno! ¿Con qué si nadie paga la cooperadora? Hacer una rifa… ¿Otra vez señora una rifa? Si nadie compra y tenemos que terminar comprando nosotras que apenas llegamos a fin de mes. Me quedé allí, quieta y muda.
Cuando entró el celador, con una taza de café, y me vio tan alterada, me preguntó qué pasaba. Me puse a llorar. Él, hombre grande y con mucha experiencia, se acercó y me dejó que me calmara; luego me inquirió: ¿Señora qué le pasa?
-Necesito un televisor nuevo o varios por orden de la superioridad y ¿de dónde saco el dinero? – seguí secando lágrimas incontenibles que caían por mi cara.
- Mire mi experiencia dice que si usted les dice grado por grado a los chicos para qué quiere la plata, le llueven billetes. No se olvide que está en un país futbolero. Acá se da la vida por un partido y si es un mundial… cualquier cosa. ¡Se arrancan un riñón, una mano, venden a la abuela…!
Le hice caso. Primero fui aula por aula, después cayeron los padres y al final llegó un camión de una empresa conocida con siete, sí, siete televisores nuevos y todas las aulas vieron el Mundial. ¿Alguien me puede explicar cómo puede ser tan penoso un país, que sólo tiene billetes para el fútbol?


PLAYAS DE MI NIÑEZ




Arribo silenciosa a la mañana
cuando el rocío moja el pasto
de mi jardín en primavera.
Llegará una antorcha de luces invasoras
que penetrarán las sombras.
Tu voz y mi ternura
llenaran los silencios con palabras.
A la mañana encontrarás la aurora
con rocío de estrellas y pocos besos.
Hoy llevo guardado el sol en un bolsillo
con sabor a caramelo y a vacaciones de playa.
Juguetes de mi infancia en la playa.
Juguete de mi infancia olvidado en la orilla,
de un mar de arena tibia.

¿Dónde quedará la huella de mis lágrimas?
Todo estará fundido en las muertas pisadas
Arenas movedizas donde mutilaré tú nombre.


RECORDANDO TURQUÍA, PRONTA A VIAJAR A MARRUECOS.

 UN RINCÓN DE KAPPADOZIA EN TURQUÍA. UN LUGAR DE INCREÍBLE ENSUEÑO.

 ENTERRADOS EN LOS MAGNÍFICOS Y ANTIGUOS ASENTAMIENTOS, HAN ENCONTRADO JOYAS DE CERÁMICA MUY ANTIGUA.
LA MEZQUITA DE ANKARA, CAPITAL ASIÁTICA DE TURQUÍA, LA MÁS BELLA QUE RECUERDO. SOBRIA, CUIDADA Y SILENCIOSA. ¡ME GUSTARÍA REGRESAR

Y YO




Y yo camino descalza sobre la hierba, como sonámbula en una perenne caminata entre los tréboles húmedos.
Y dejo mis pisadas como huellas de sangre en los pétalos del amanecer cuajados de rocío, como lágrimas de espuma y rayos de sol.
Y dejo mis manos quietas acariciándote en una despedida, tras el cristal de tu mirada de ayer.
Y te extraño como al agua del manantial donde abrevan las grullas en su viaje al horizonte.
Y te anuncio mis destellos de arco iris en medio de la noche oscura donde no hay sino ojos azules que nos espían.
Y recuerdo que me esforcé en recolectar el néctar de cada nardo que floreció en la nieve.
Pero: ¿Tú, me recuerdas en los sueños de invierno y de verano? O sólo escucharás las sirenas entre las olas del mar bravo.
Y yo seguiré el camino entre las gradas del odeón para que veas a las musas alentándome a escribir un verso.
Y yo seré fiel al silencio de las gaitas y del arpa antigua que duerme entre las nubes doradas. Seré yo misma, sin afeites ni togas, sólo descalza caminando entre los pétalos húmedos del tedio.


UNA RUPTURA A CAUSA DEL FÚTBOL


¡Odio el fútbol! Pienso que por culpa de ese juego, los jóvenes de hoy se embrutecen. Cuando digo eso me quieren linchar. Lo entiendo. Se mueve tanto dinero alrededor de ese deporte.
Justo ahora que va a haber un Mundial, prendes la tele y ¡qué hay?: fútbol, los anuncios comerciales se la rebuscan y te meten el balón hasta para vender una galletita, los modistas del mundo crean ropa inspirados en el fútbol. Hay cocineros que preparan platos con color, forma y sabor a pelota de… fútbol. Ni te digo, Martina, que hasta he visto que los mejores grupos musicales se hacen matar para crear una pieza que represente a… los equipos de las ligas de cada país. Gente que se queja que no tiene ni un peso en el bolsillo, anda buscando dinero de países del continente europeo como rublos, euros, dólares, yenes y qué se yo qué, para poder ir a ver el…fútbol.
Nadie habla de otra cosa que de lo caro que salen los pasajes para el mundial, de qué van a comer, cómo será el clima en el fin del mundo donde se juegan los partidos y bueno… ni hablar de la venta infernal de banderas, camisetas y gorros con los colores de los países que participan.
¡Pienso, ¿están todos tan locos o idiotas que no piensan en trabajar, estudiar o disfrutar de otra cosa?; pero no, veo que el raro soy yo?! En la oficina me miran rarísimo. Creen que soy homo fóbico y en realidad soy “futbol fóbico”. Soy el “Rara Avis” de los mediocres que no aman el deporte popular. El resto son los normales. Hacen apuestas, se pelean, discuten, se creen que van a cambiar el mundo con el balón.
Yo les digo: “¿Che, cuando todo esto pase, se termina el hambre en el mundo, en África tendrán más agua en los pueblos alejados, lloverá en el Sahara cada diez minutos, no se quemarán más los bosques, se terminará el recalentamiento mundial? Y a que no sabés, me han llegado a tirar con una carpeta y no te puedo pronunciar las palabrotas que recibo. Me ha dicho sádico, estúpido y bueno de todo lo imaginable.
¡No, no me digás que te gusta el fútbol, que te vas al mundial! Perdóname  Martina pero acá termina lo nuestro, yo no me pienso casar con una mujer que deja su facultad para ver un mundial de fútbol… porque el día que tengas un hijo, capaz que se muere porque vos está pegada al partido entre “Las Toninas y Palmera Azul” de la concha de la lora. ¡Salí! Me ofende tanta estupidez. Pásame ese libro que me voy a poner a ver dónde carajo es este nuevo mundial.


PRÓXIMOS AL MUNDIAL, AQUÍ VAN UNOS CUENTOS DE FÚTBOL


MI PADRE UN HINCHA 

Mi padre era de esos hombres del siglo pasado que tenía cada día organizado minuciosamente. Se levantaba temprano y salía a cumplir con sus tareas de bancos, oficinas y luego al regresar entraba al consultorio que estaba en el frente de la casa y se vestía como lo que era un odontólogo impecable.
Tenía los turnos escritos en un carnet y como sus clientes lo conocían y sabían que nunca los hacía esperar, llegaban a horario.
Cuando abría la puerta que separaba la sala de espera al espacio donde brillaba su equipo, comenzaba la danza. Había clientes valientes, otros miedosos y otros aterrorizados. Tengo que aceptar que en esa época el ruido del torno era horrible. Yo odiaba cuando papá nos hacía entrar para revisarnos. Temblaba.
Todo era normal durante la semana, pero cuando llegaba el domingo…mi padre se transformaba. Lo primero nos llevaba a misa de la mañana o a las diez o a las once, luego nos sentaba a comer los “tallarines” caseros que amasaba mamá con tuco de pollo casero también que religiosamente nos regalaba nuestra abuela paterna los sábados y luego sentado junto a la “radio” de madera lustrada con diales de baquelita, comenzaba el:” Partido”.
Había que hacer silencio. Nosotras tres hijas mujeres y mamá, a leer o a bordar cerca de él, en silencio. Yo, me abstraía y volaba con mis libros de cuentos de la colección “Robin Hood” y mi hermana mayor dibujaba con tinta china y plumín cucharita, en papel bellísimos trazos de flores y paisajes. Mi hermana del medio, era la más rebelde, recortaba de la revista “Para Ti” fotos de artistas de cine.
Papá se transformaba. Se paraba, se sentaba, bufaba, según fuera lo que relataba el locutor. El grito de Goooolllll solía asustarnos un poco. ¡Nunca lo escuché, eso sí, decir una mala palabra! Pero a veces cuando el partido era peliagudo y ganaba su equipo favorito, se paraba y abrazaba a mi mamá y nos daba un beso a nosotras, que no entendíamos nada.
Una vez, me llevó a la cancha. Era en el parque General San Martín; el club Gimnasia y Esgrima, y me sentó en un asiento que llevaba su nombre y apellido. Miró un partido de los chicos que recién empezaban a patear el balón. Yo me distraía y él, pobre, trataba que me interesara lo que pasaba. ¡Dios no le dio un hijo varón y yo ni entendía ni me gustaba ver a ese montón de muchachitos peleando detrás de una pelota! ¡Pobre papá!
Salió dándome la mano y eso me gustó tanto que le pedí que me llevara cuando quisiera. No pudo ser muy seguido, pues él, era un profesional muy requerido.
Pasó el tiempo y cuando justo apareció la Televisión en blanco y negro, se enfermó y al poco tiempo falleció.
Lo lloraron su amigos, sus clientes y nosotros quedamos desoladas y sin tener casi sin qué comer. Mamá hizo malabarismos para terminar de educarnos y criarnos y el sábado, aunque no nos gustara el fútbol, mamá se sentaba junto al aparato de televisión y miraba un partido en su nombre. ¡Nunca me voy a olvidar cuando llegó el televisor a color para el Mundial de 78!  Por primera vez, nos sentamos todas y lloramos la ausencia de papá, ¿Él estaría entre esa multitud ruidosa mirando un partido? ¡Vaya uno a saber!




martes, 5 de junio de 2018

TE EXTRAÑO




¿Quién te trajo a mí?- me pregunté hoy caminando por la calle  trajinada de gente. Cuando asomaste por la inmensa ventana de mi vida como la máscara  angelical de un torbellino, llamaste a mi corazón y un aleteo febril de estrellas ingresó a mi mundo de doméstica tranquilidad.
Conocí cada una de tus inquietudes de muchacha llena de voracidad por tragarse el mundo, la vida y conocer el país de las palabras. Caminaste como un ciervo en sus praderas. Comiste hasta la última gota de néctar de las flores, los frutos fueron los que llenaron el brocal de tus palabras. Cada vez  que nos sentamos a platicar quedó una sombra de estrellas entre las frases que bailaban su danza esperanzada.
Algo sucedió y se cayó una gota de sol. Un reflejo de luna. Una mirada se prendió de la telaraña del otoño... y se quedaron colgadas las palabras entre las ramas como fantasmas guerreros.
Ahora envejece el silencio de tanto escuchar las palabras, sólo eco de suspiros por tu huída reciente.
Tu duende juega con mi insomnio cada noche cuando te repienso amiga.
Un rosal con tu nombre sonríe en octubre y yo que ya estoy salpicando canas en mis sienes, eres como una cálida esperanza de sobrevivir en la maraña de la ciudad.
Ayer cuando abrí mi correo, encontré un poema que sin duda era tuyo.  Me alegró saber de ti, de tu esperanza, de que vives y vibras en las cuerdas sagradas de los días. Un arrebato de sonrisas eras en las bellas palabras que recuerdan tus besos y ternura. ¿Cómo puedo hacer que regreses? Trae tu alegría, tu locura juvenil y franqueza. Cuando veo tu ropa en el closet me río. Eres ingeniosa hasta para la forma disparatada de vestirte, de pintarte el cabello de colores y de caminar por las cornisas y los bordes de las plazas. ¡Tu risa! Es una sinfonía de pájaros barulleros. ¡Vuelve por favor! Te amo.

AUN NO LLEGA LA NIEVE

 EN ESTE RINCÓN DE MIS MONTAÑAS NO HA LLEGADO LA NIEVE. LA ESPERAMOS.
CUANDO LA NIEVE CRECE ENTRE LOS ÁRBOLES TODO ES SEMEJANTE A UN CUENTO DE HADAS.

EL ACCIDENTE




Cuando se fue a la  madrugada  dijo que “que me  amaría  siempre. Se fue. Habíamos peleado porque yo no tenía trabajo todavía. Esa mañana me contestaron de un banco que me harían una entrevista, pero no me creyó. Ella vino a los dos días. Era de noche y estaba muy nerviosa. Se encerró en el baño del fondo. Allí  se quedaba hora mirándose al espejo y yo la espiaba, porque la adoro. Siempre pensé que sería definitivamente mía. Construiría un castillo mágico lleno de sorpresas. ¡Me encantaba pensar en ella como una de esas modelos de la televisión!
El barrio para ella era una tumba. Odiaba a las vecinas chismosas y charlatanas que nos espiaban. Jamás saludó a nadie hasta ese día en que al muchachito de enfrente a casa lo atropelló un tipo y huyó. ¡El muy cobarde!  Las ambulancias rugían con sus sirenas insistentes.  Una terrible tragedia había ocurrido en ese espacio tranquilo. Destruyendo la paz, en el tranquilo barrio obrero. La policía, llegó rápido y acordonó el sitio... los periodistas de siempre parecían aves de rapiña buscando mostrar algo, sí, algo, porque ni el maldito que atropelló ni el chico estaban ahí. Y las pocas vecinas, esas que siempre se paraban a chusmear, se escondieron como ratas. Extrajeron los dichos de una nena de ocho años, que se sentía actriz de cine, se ponía en pose y exclamaba haber estado presente y decía como era el auto y quién sabe qué pavadas más. También los abuelos que la criaban hablaban con soltura. De todos modos era claro que nadie había visto la placa del auto ni el color del vehículo. Heridos hay, como una docena en la ciudad por la misma causa. Pero mi enamorada se acercó a la madre y trató de abrazarla. Era la primera vez que la veía en esa forma amable y tierna. La investigación los llevaba a una calle sin salida hasta que de pronto en un rincón encuentran un trozo de plástico muy nuevo y de color cobalto que no se fabrica en el país. Con eso  se podría lograr acertar en la búsqueda del agresor.
Así supe a los días que el chico había sobrevivido, pero con una marca indeleble por los golpes y que mí adorada, en realidad no se quería ir y sería mi compañera para siempre.