martes, 30 de enero de 2018

UN SIMPLE POEMA

Mi lugar de paz y reflexión.

Silencio. Encuentro y gozo de lo pequeño
                        de la belleza de la vida que me asombra.
Replanteo de ayer, de hoy , aunque el dolor me
Arranque del costado una espina           no estoy sola.
Conmigo está la espiga madura, las dulces vides calientes.
Es verano. Un perfume de pan dorado en la mesa,
una copa de sidra en el mantel de hilo, un muérdago azulado
velas chorreando ilusión y espera, una campana.
Y entonces... el milagro. La familia. El pesebre.
Una luz penetra en el pórtico, es Él que penetra en nuestra casa.
O eres tú, padre, que regresas de la noche,
para llenar la casa con aromas de cielo. ¡Qué misterio la vida !
Que misterio. Pero ahora penetro el silencio, cambio
la lumbre de la tarde por la lámpara quieta de mañana.
No hay tiempo en el solsticio de verano para trepar al cielo.
Silencio. Una mirada con nube se perfila en el poniente.
Y la luna, la trágica, me apaña en su celeste rostro de mitómana
señora de la nada, adiós, me dice y retrocedo al ayer.
Sigo contemplando los recuerdos dormidos,
la belleza... la vida. Padre. ¡ Qué misterio tu suerte !
Qué misterio.


UN ABANICO DE ENCAJE NEGRO CON PERFUME A VIOLETAS.

Todo negro...mi vestido de tafetán, mis guantes, mi sombrero de plumas y cintas...el velo que cubre mi frente y los ojos hinchados por el llanto. Todo negro...hasta mi corazón. El abanico de viuda y sus tristes destellos en mis manos tristes.
      Entro al salón. Me detengo y respiro profundamente. Paso al escritorio y me veo reflejada en el gran vidrio de la biblioteca. Yo, allí, erguida, sostenida apenas por el "polizón" y el "corset" ; aunque estoy quebrada en millones de fragmentos. Erguida a pesar del dolor.
       Sí, mi amado José Carlos ha muerto. Ya no veré su fino bigote que con delicados movimientos atusaba para esconder la sonrisa cómplice. Sus lentes de oro y vidrios pequeños, que encubrían su mirada apasionada. Su deseo.
      ¡ Cuánto amo a ese hombre que se ha escapado de mis apasionados brazos ! Miro mis botines también tan negros como el perfil oscuro de la muerte. Tal vez ellos ocultan mi temor  y desolación, en mi paso firme. Camino hacia el escritorio de caoba. Abro el cajón del frente...y allí está la pequeña pistola. Fría mensajera de metal y nácar. La tomo lentamente...me siento el enorme sillón de terciopelo rojo...la acerco a mi frente y dudo. La pongo con mis manos trémulas junto a mi boca sedienta de sus besos y su aliento . ¡ Disparo y un chorro de sangre brota como una cascada sobre las cartas de él, que sueñan en la tapa del mueble frente a mí ! Silencio.

      Un ruido cercano me despierta. Estoy sola. Hace unas horas me he quedado dormida en el viejo escritorio de mi abuelo. Mi amor ha muerto ayer y extraño su pasión. Su cuerpo. Su compañía. Sus besos... Miro hacia el jardín y observo el auto negro que brilla con el sol que trata de ocultarse entre los árboles. Mi vestido blanco de seda está empapado de lágrimas tibias. Observo el recinto...es el mismo de mi sueño.
                Sobre mi regazo...un abanico "negro" de viuda, me deja el mudo regalo de mi bisabuela. Ella estuvo allí... hace muchos años. En el gran espejo veo una figura tenue que se desdibuja en las sombras. Ha dejado un fuerte perfume de violetas

CÓRDOBA ARGENTINA

 ANTIGUAS HABITACIONES DE LOS FRAILES JESUITAS CON LAS REJAS AUTÉNTICAS.
 EL ESTADO EN QUE VIVÍAN LAS FAMILIAS QUE AYUDABAN A LOS FRAILES RESTAURADAS
MUROS CON ORIFICIOS, POR DONDE SE DEFENDÍAN DE LOS NATIVOS Y REBELDES.

UNA SELVA LLENA DE SECRETOS

El paso imperceptible de su pie transformaba levemente la selva. En la espesura verde, nada estaba inmóvil, excepto su cuerpo frágil. Tenía que llegar pronto. Un príncipe esperaba sus adornos divinos. Ella era la mensajera que transportaba el collar y la diadema recién terminada por los sacerdotes. El templo casi despoblado estaba en medio de la enmarañada fronda húmeda. La larga fila de servidores llevaban a su "dios humano" sobre los hombros. El joven tenía que cumplir con el rito sagrado. Ella era la servidora. Hacía tres lunas que después de su primer sangrado la había separado el Chamán para su consagración definitiva. Su largo cabello se enredaba en las ramas bajas de los ficus gigantes. Arrancaba su manojo de pelo y continuaba ágil por la tierra mojada. El perfume de hongos y musgo le advertía la presencia de alguna alimaña escondida. Se detuvo un instante a contemplar una magnífica cascada que desgajaba una miríada de gotas de agua. Estaba espejada en ese arco iris húmedo. Las rocas eran negras entintadas de vetas rojas y esmeraldas. ¡Ya se acercaba al final del recorrido! Su cuerpo desnudo, sólo cubierto por pequeñas plumas blancas que tenía adherida con la sabia de los ficus y otras plantas, le daba un aspecto de ave. Su mórbida piel morena y fresca, parecía cubierta de cristal. Una fina película de aceites vegetales le rociaban de pequeñísimas gotas de sudor. Su olor se mezclaba con el de las plantas. Qhlextal caminó rápido. Recordó las palabras del anciano Yuxtlok... - ¡Pequeña hay en el valle, al pie de las cascadas unos extraños seres-demonios, de piel clara como la espuma y pelo rojo o amarillo como el sol del mediodía...! Los porteadores de sal, cuentan terribles historias de ellos. Matan con lanzas de fuego a quien no le entrega sus petos y sus tiaras. Sólo buscan el metal de los dioses. No respetan al enemigo cortándole la lengua y luego la cabeza para los dioses... Debes llevar sin ser vista por ellos, los adornos reales. Tú eres la elegida.- Así repetía la fugaz orden la niña. Su rey estaría en breve, listo para cubrir su bello cuerpo con oro y en la almadía del "dios sol", ingresar al lago donde se ofrendaba con doncellas, guerreros y una interminable carga de objetos rituales del metal de los dioses, representando la vida.
            Sus pies parecían alas. Su cabeza era una gran águila, intentando rodear la zona abierta del terreno. Sintió frío. Un sudor acre le devolvió la sensación de estar viva. ¡No era un sueño!
            El olor de una hoguera la hizo detener. Se escondió en la espesa vegetación. Subió a una rama alta de un " canjerana" gigante y comenzó a mirar detenidamente a su alrededor. Avistó cerca de unas caobas y palmeras  un grupo de animales brillantes, que gesticulaban y proferían ruidos desagradables. Parecían hombres. Llevaban unos ornamentos de piel y terribles bestias de cuatro patas. Se deslizó sin hacer ningún ruido. Sus pies parecían alas de mariposa. No hizo ningún sonido que atrajera la atención de las alimañas barbadas. ¡Esos deben ser los demonios de las regiones del volcán!
            Siguió su camino serpenteando el río. Evitó la zona peligrosa. El sol, ese dios amigo, se elevaba entre los helechos enormes. Las orquídeas y bromelias abrían sus magníficas flores para seducir a los insectos y aves que las polinizarían. El mundo continuaba en su rueda infinita.
            De pronto un olor agrio le advirtió una presencia. Se detuvo conteniendo la respiración. Ella había sido entrenada para no hacer ruido. Una bandada de aníes volaron hacia la laguna sagrada, haciendo del cielo un arco iris azulado. Su grito la sobrecogió. Sintió miedo. ¡Terror en realidad, cuando advirtió a ese extraño, casi a sus pies! Estaba echado, agonizaba por la mordedura de una serpiente "saltadora". Su color verde esmeralda la había hecho invisible al demonio de ojos plateados. Se paralizó. Los ojos estrábicos por el veneno la observaban, ya ciegos. La erizada mano morada le tomó el tobillo. Susurraba algo. Ella quedó petrificada. Rápida la serpiente se deslizó por el cuerpo inerte y comenzó a subir por su costado palpitante. Sobre su piel morena, la sierpe, parecía un vástago vegetal  boquí frutada. Una lágrima se deslizó por su rostro. Ya no alcanzaría a cumplir su misión.
            Un sol débil se agazapaba entre las frondas. ¡Ya no llegaría! Su muerte estaba anunciada en la vieja tradición Tarona- Quimbaya. Cerró los ojos y apretó el cuerpo de la "verde amiga" que clavó sus dientes ávidos en sus carnes juveniles. La rápida ponzoña penetró en su cuerpo y se afirmó en  un árbol viejo. Su tronco le dio reparo y suspiró. Moría en el silencio ruidoso de la selva. Junto a sí, el extranjero pálido, seguía aferrado a su pie.


            El ruido de las bocinas aplacaba el sonido de las voces dentro del museo. La joven guía suplicaba con amables gestos un silencio necesario para hacerse oír. De frente a una enorme vitrina, la bulliciosa concurrencia se quedó sosegada. ¡Un suspiro general recorrió las gargantas secas!
            - Acá está el nuevo descubrimiento del conocido Alan Ochoa Harvey, el antropólogo. Él, los descubrió en la zona de Santa Marta, en una región algo escondida por un terremoto antiguo. Este grupo es de la época Chibcha- Muisca, aproximadamente. Lo sorprendente es que las momias encontradas, son de un español y de una indígena. De acuerdo al carbono 14, son muy antiguas. Murieron en un suceso incomprensible. Juntos se conservaron intactos, gracias a las cenizas volcánicas de una erupción del volcán Vallepudar, hoy dormido. Si observan el cuerpo de la joven, una serpiente se ha clavado en su pequeño seno izquierdo. Allí donde se encuentra la gran esmeralda "Quimbaya". En la espalda se encontró un fardo entretejido de Yuca con los ornamentos más importantes en oro que nos han llegado. Los aros y el collar tienen dioses zoomorfos. Si observan el penacho sobre el casquete de oro, muestra plumas de quetzal y aves del Paraíso, con adornos en madreperla. El español, era un empobrecido hidalgo, que llegó hasta aquí, sin saber que quedaría como muestra de la invasión bárbara a unas magníficas civilizaciones amerindias.
            Los " flash " de un sinnúmero de cámaras fotográficas inundó un instante el cálido sitio. Un sonido agudo producido por un joven estudiante colombiano, interrumpió el desprejuicio de los turistas. Aquí parece que los carteles con " Prohibido sacar fotos" no son impedimento para el cúmulo de curiosos.

            ¡Grande fue la sorpresa de algunos turistas al revelar las fotografías y ver que las momias tenían el aspecto de "seres" vivos! Y que tras el vidrio que las contenía una luz de intenso color azul-verdoso desdibujaba el rictus de dolor de ambos personajes.


LA COPA DEL TERROR



            Cuando Emelda se comunicó con sus compañeras de secundario, logró concretar y con dificultad, el encuentro de  doce compañeras, prometido por años.
            Llegaron a un acuerdo, se reunirían en un antiguo hotel  de las sierras, que estaba equidistante para todas. Alejado del ruido que envuelve las grandes ciudades era ideal.
            Ese viernes llegaría Iris en el tren de las 20; Rosalba en automóvil con Griselda, Renata y Jacinta. Luego arribaría Elvira en autobús con Rita, Susana y Nora. Juanita y Liliana llegarían en otro tren desde el norte.
            Se ubicaron en tres habitaciones contiguas, en el pabellón del que fuera un claustro de religiosas que recibían a jóvenes enfermas de “tisis” y problemas mentales.
            Con el tiempo lo vendieron y quedó en manos que renovaron todo. Primorosas, puestas a punto y hermosas, cada habitación se transformó en un bello refugio de comodidad y confort.
            Las ya mujeres, se fueron acomodando de a dos en dos por cada pieza. Una gran sorpresa inesperada cuando llegó el tren, no sólo con Iris, sino la increíble Mirka…, nombre de fantasía que ya había adoptado una de ellas transformada en una excelente médium, tarotista y astróloga; cuya profesión que oportunamente elaboró con estudios en el país y en el extranjero, profundizando con inteligencia los entrañables laberintos de dicha tarea. Era famosa en la radio, revistas de moda y televisión. Sólo sus compañeras sabían su nombre, que ella odiaba: Olga Serafina. Con ella se había juntado el número 13.
            Bien… todas hablaban a la vez, querían saber unas de otras la vida y sus misterios, sin darse tregua. Nadie oía nada. Llegó la hora de la cena. Ingresaron en un enorme comedor con mesas coquetas y alegres, llenas de flores y manteles coloridos. La cena exquisita se regó con buen vino y champagne.
            De regreso y agotadas, la jornada había sido larga, se bañaron y se durmieron. Algunas siguieron charlando hasta la madrugada. Nadie quería quedarse fuera de las historias  y entre risas y lágrimas se iban poniendo al día con sus vidas y aventuras. Otras recordaron las épocas de juventud temprana con las picardías propias de la adolescencia.
            Al otro día usaron la piscina y luego de almorzar hicieron una caminata por los alrededores. Cayó la noche y haciendo un apretado círculo se quedaron en la habitación 27. Con la puerta abierta por donde ingresaba una brisa fresca y la luna llena iluminaba el cuarto. También los rostros de las muchachas.
            De repente, Mirka, sonriendo astuta, propuso un juego con una copa de cristal que extrajo de una bolsa de terciopelo rojo con flores doradas que bordadas parecían auténticas. Entre risas y algunos temores aceptaron. Elvira con papel blanco hizo las letras del alfabeto y los números del 0 al 9. Comenzó el juego y las preguntas llovían. Reían y se enojaban, protestando cuando no les gustaba lo que se armaba en ese baile irrespetuoso de la magia.
            De prontota copa se movió sola. Marcando un nombre de mujer: María Eloisa Janenshon Deiras y un número 19. Ingresó solapado el silencio feroz y las religiosas, tomaron su rosario o medallas de santos protestando. Se quejaron… -¡Vieron estas son brujerías! ¡Son peligrosas! ¡Yo no me quiero adherir a estas cosas! ¡Yo menos y ya me voy a dormir! Más en la pared se dibujó la imagen gelatinosa y transparente de una muchacha con ropa de antaño. La puerta se cerró de un golpe de aire y la dama, como era lógico desapareció en el acto.
            Mal dormidas al despertar, fueron para hablar con la conserje en el vestíbulo del hotel y preguntaron: -¿Acá vivió la señora María Eloisa…de la habitación 27? – Y la gerente se puso nerviosa y pálida. –Eso es algo extraño, pero no imposible… digo, ver a Eloisa. Esa joven falleció en 1889 en lo que fuera su noche de bodas. Un joven, su prometido no llegó nunca ya que el tren en que viajaba descarriló a varios kilómetros de acá. Ella se iba a casar en esa capilla que ya casi no se ve por lo crecidos que están los árboles. Dicen, los que la conocieron, que falleció de un ataque al corazón. Pero hay una historia de lugareños que en realidad se suicidó. Seguro que les pidió que rezaran misas por ella ¿Verdad? 
            -Sí, ahora comprendo, dijo Mirka, que eso trataba de decir y hablábamos tanto que no la oímos.
            -Vayan, hoy a las 11, hay misa en la capilla, un anciano sacerdote aparece siempre que ella pide misas. Él puede cumplir con su ruego, lo hace desde años.
            Todas regresaron en silencio, llegaron al templo en horario y allí, estaba el anciano monje. Se aprestó y comenzó con las rogativas y la ceremonia. Nombró a María Eloisa, aunque ellas no se lo pidieron. ¿Cómo sabía?

            Dos días después, lo que duró la reunión, el clima fue diferente. Regresaron a sus hogares con la promesa de regresar pronto. Esa fue la última vez que Emelda las logró reunir.

lunes, 29 de enero de 2018

3ª PARTE DE "EL ESCABEL DE PETITE PUAT

        La elegante galería de arte frente al lujoso hotel Ritz hormiguea de gente que gesticula con los catálogos de la mayor subasta de antigüedades de la década. Allí esperan los dueños de famosos bufetes de arquitectos y diseñadores para comprar en nombre de sus clientes, valiosos objetos rescatados de lugares remotos. París está en pleno apogeo de su gozo de bienestar económico. En el mercado bancario, los grupos de especulación, no saben ya en qué invertir las fabulosas ganancias de la bolsa. Estas subastas están a pedir de boca para su avaricia y deseo de esconder los juegos sucios de las finanzas. Magnates ignotos del petróleo, del oro, de los diamantes y de la informática, pujan por las obras de arte, que tienen una escalada de precios irrisorios. Tapan el comercio de drogas, de esclavitud encubierta y prostitución como de las ventas de deportistas que son esclavos de grupos oponentes en fútbol y automovilismo. Amén de deportes de competición de países del tercer mundo. Las antigüedades son el delirio de nuevos ricos.
George Eduard Ardlenn V, desciende de su coche, blindado ahora, por los numerosos raptos y atentados terroristas, su chofer lo trae desde el aeropuerto Charles De Gaulle. Espléndido en su ropa italiana no se distingue de los hombres que desplazan su ansiedad en los escaparates con antigüedades maravillosas. Entre todo ello, casi escondido un objeto es de su interés. Tiene un cartel con: “Escabel- circa 1870”, aparece como pieza única de origen dudoso. Original, con las marcas del tiempo que le dan una pátina de huellas de amor. Valor imposible de determinar. Una Biblia familiar, sí orienta a los compradores, sus anotaciones en vieja tinta y pluma, manchada por el uso y las lágrimas.
La secretaria de Lord Ardlenn, le ha señado una vajilla Wendwoord, una cubertería de ébano tallada con platería cincel inglés de circa 1820 cuyas iniciales le son familiares... son las de sus antepasados. Esos que él, busca. En otra vitrina  un juego de cristal brilla con las luces estratégicamente ubicadas para iluminar, tratando de atraer aun más la codicia de esos seres nebulosos. Algunos de ellos cuya vulgaridad sobresale de lo acostumbrado en ese espacio, se deslizan obsesivos tratando de obstaculizar el encantamiento de los especialistas.
George Ardlenn está allí en su obsesiva búsqueda del pasado. Ese que sepultó su abuelo cuando supo que: -“ su nieta había contraído nupcias con un mestizo, anarquista, tira bombas... muerta luego en un enfrentamiento con la ley de ese lejano país de salvajes. En aquel tiempo había llegado un cable del gobierno comunicando que la familia había muerto luchando contra el ejército regular en la Patagonia. Esposo, hijos y su amada  Dorothy, armados con fusiles  a plena luz del día... contra soldados que intentaban defender a los terratenientes extranjeros que llevaban la civilización inglesa... con el ferrocarril, la cría de ovejas de las fértiles campiñas irlandesas... ¡ un horror!”
Lord Ardlenn investigó a través del Herald Daily londinense, de periódicos de New York y Boston. Le llegaron notas de periodistas independientes con otras noticias inversas: “Unas familias masacradas en la lejana tierra de pastos cortos y heladas planicies, robadas a los nativos y hoy explotadas por avaros comerciantes extranjeros”  Fusilamientos sin discriminar sexo ni edad.  Nada había sobrevivido a la muerte, sólo en la aislada tierra yerma, objetos de valor que fueron saqueados y vendidos por monedas en la capital.”
Un periodista de París Mach, que anduvo por allí, con una expedición de biólogos, sacó una fotografía. Esa que había dado vuelta al mundo y ganó el premio Pulitzer – Una mujer avejentada, abrazada a un escabel de madera dorada, perduraba inmóvil, acribillada en el páramo patagónico desértico, el viento desplegando hacia el horizonte en sombra, el cabello rubio-canoso, de la muerta. Los ojos abiertos al horror y los labios con un rictus de terror – así, con la imagen grabada en sus noches insomnes, lord George, buscaba sentido a ese trágico desenlace.
La subasta ha comenzado con la tensión elevándose con pura adrenalina. Un Renuard alcanzaba los veintiocho millones de Euros, el jarrón de la dinastía Wang en bronce, con signos del zodíaco chino, en treinta millones... Lord Ardlenn, no puja.  El marchand lo observa, su experiencia le dice que busca algo en especial y que pagará una cantidad inestimable. Le hace una seña a su ayudante; el joven, se acerca  discretamente y recibe instrucciones. Delicadamente se aproxima al caballero que impávido espera. Interiormente una caldera crepita con un ardor que lucha por escapar. Levemente le entrega un pequeño sobre, al abrirlo, encuentra una llave. La mira detenidamente sin alterarse. Comprende que tiene que subir al ascensor del marchand. Sigilosamente deja su lugar- ha pagado una pequeña fortuna por su silla- llega al cubil de acero y espejos, por donde asciende en silencio. Al abrirse las puertas encuentra a un hombre de edad avanzada, con aire astuto, amplia barba cana, patillas pobladas y bigotes enormes, cejas anchísimas y ojos ávidos de zorro. Le da la bienvenida con ceremonia y mientras acariciaba su prominente vientre donde un reloj de oro desplegaba su antigüedad y que prontamente trató de esconder, comenzó a hablar: - “Lord Ardlenn, eminencia, debo contarle una historia...”- escuchó sin gran sorpresa. Intuía una trampa y él era un gran cazador. La historia era simple. El viejo había hecho un largo viaje a un país deshabitado casi, donde logró apoderarse de mercadería especial. Algunos de esos objetos le serían caros a su búsqueda... no sólo estaban allí esos recuerdos de familia sino que él poseía los cuadernos con anotaciones diarias que hicieran su tía Cornelia y su prima Dorothy. No estaban expuestos por ser tan personales.
Lord  Ardlenn, saca la chequera y firma, el avaro anciano astuto, coloca un número irreverente en el ángulo superior del billete de banco. ¡ Veinte millones de Euros ¡ se dan la mano. Desciende el lord al salón sin demostrar la intriga que lo carcome. Es un “gentleman”. Comienza a pujar por sus deseados objetos. Salta de millón en millón. Otros oferentes renuncian ante lo absurdo de las ofertas. Así es que atesora cubiertos, vajilla y cristalería. Quedan la Biblia y el escabel, que yace allí, codiciado por algunos inversionistas. Una magia especial lo rodea. Inicia a subir el precio. Nadie abandona la pugna. Sube, sube y el precio era realmente loco. Comienzan a desistir. De pronto quedan dos en pugna: él y una dama, cuyo rostro se esconde tras un velo negro. El precio llega a treinta y ocho millones de Euros. La tensión hipnotiza al público como una ponzoña de adrenalina ácida. La mujer apenas saca  la bella mano enguantada de su negro escondite para indicar que sube la oferta, nunca menor al millón. Luce joyas de extraña belleza en sus dedos. Lord Ardlenn con un imperceptible movimiento indica su trepada. Al llegar a los cincuenta millones, la pequeña figura femenina sale del lugar sin hablar y cae el martillo. Un sin número de corresponsales, intermediarios asolan el silencio tremolante de celulares. Algo inédito ha ocurrido. La incógnita sostiene a los presentes que sobornarían al mismo demonio para conocer el: ¿por qué?
Cuando George arriba a su caserón en las afueras de Londres se apresura a leer y releer cada página de los diarios íntimos. También disfruta de las viejas anotaciones en la Biblia... y se planta frente al escabel. Lo contempla pensativo. Lo atrae sobremanera, es como un llamado a su delirio personal... luego se acerca al escritorio que ha heredado de su abuelo. Toma la navaja Sevillana que le diera su tío... con cuidado corta por la parte inferior la gruesa tela de lino. Una cascada de monedas de oro cae sobre su regazo, por la alfombra, por el pavimento de mármol con el dulce sonido de la respuesta.


POESÍA MÍSTICA

ORACIÓN DE MIS DÍAS DE SILENCIO.

En la arena una amarilla huella del pie en rocas livianas,
con aristas de un mar infinito de ensueños y espuma vibrante
que me avivan, elevan en sus brazos casi humanos
hacia el arcano profundo del oriente.

En el valle poblado de simientes maduras
una ruta de pétalos de fuego en su hermosura,
amapolas rojas que ondulan un mar verde-vegetal
hacia un nuevo occidente iluminado.

En la espesura...larga noche estrellada, fronda frutada indecorosa
que crece, me acurruca en su matriz húmeda . Roja.
Entonces. Una brecha se abre entre nubes que cubren mi desnudez.
Me muestran una luna mágica y pequeña, el origen virginal.

En la ciudad con el smog. El aire del humo maloliente de basura.
Una mano, tu mano, se extiende en la súplica del hambre.
Desamparo. Todos solos y mudos. La mirada sin lumbre de esperanza
y esos ojos que observan hacia el Norte, hacia el mañana.

Siempre allí Tú. Tu nombre en la plegaria...
            Jesucristo.



NATIVOS DE MI TIERRA

Sigues indio colosal alojado en mi grito.
Aún tu sangre fuerte se desploma entre las piedras.
Quedan
quilates de pisadas olvidadas en yerbatales perdidos
Guaquerías despobladas...muertas. Dioses robados de las tumbas viejas.
Indio incrustado en lágrimas de oro.
Oro que cuelga del algún altar ibérico notable
que sangra y desparrama
en ríos la miseria y su herencia de vergüenza.
Los hombres te mintieron. Nos mintieron.
Su palabra aflora de la página escrita
que mata cada día con abundancia de traición almibarada.
Yo siento la verdad como una cruz incrustada en
mi conciencia. Mi Cruz, indio,esa...
que despierta el palpitar rugiente de mi ira.
¿Qué te hicieron...qué nos hicieron creer?
El tiempo que despeja la mentira
el que nos abre las llagas por donde atisbar la verdad,
queda. Occidente no es hoy el que entonces fuera.
Aún hay tiempo. Tu negra suerte volverá
de tu mirada perdida para ver el sol.
Caminarás erguido,
Volverás a ser el dueño de la tierra.



EL GRAN CAMBIO.


            La mañana era soleada y una fresca brisa envolvía el balcón donde me había apoyado buscando un pequeño respiro a la desagradable tarea que me había autoinmpuesto. El parque del sanatorio daba una imagen de paz y frescura inimaginable. Comencé a recordar un sin fin de situaciones pasadas que se acercaban a mi memoria trayéndome la infancia y la adolescencia de la mano de esos tristes momentos.
            Comenzamos la escuela primaria en un jardín de infantes , éramos cinco niños brillantes. Agustina con sus enormes ojos de color café y siempre enroscándose un mechón de pelo mientras se chupaba el pulgar ; Federica con su barriguita redonda como osito de peluche y sus pecas ; Renato el pequeño salvaje que nos inventaba constantemente alguna travesura y a quien seguíamos incondicionalmente ; Héctor un flaquirucho con pelo rubio, ojos de color celeste y un tartamudeo casi imperceptible, inteligente y gracioso hasta para caminar. Finalmente yo con mi pertinaz ¿por qué? ,que seguía o mejor dicho perseguía a toda la familia y a todos los maestros. Así estaba conformado ese grupo compacto y feliz de niños sin problemas. Seguimos afables hasta un momento en que de repente se desencadenó todo ésto.
            El pequeño Héctor no apareció por la escuela. Su lugar vacío y el silencio de los profesores a nuestro constante ¿Y Héctor , por qué no viene? y el silencio y miradas raras que no comprendíamos . Teníamos nueve años y estabamos acostumbrados a hacer todo juntos.
            Después de casi dos meses volvió pero estaba más delgado aún, pálido, ojeroso y muy, muy callado. Su alegre sonrisa estaba muerta y se sentaba lejos de todos nosotros, cuando nos acercábamos se paraba y se iba a algún rincón gris del colegio.
            La maestra lo hablaba de otra manera y cuando la profesora de gimnasia tomó licencia para tener a su bebé, sucedió algo inesplicable. Vino un profesor nuevo, joven , atlético y muy simpático, que nos hacía reir mucho. Pues bien en un momento que lo tomó a Héctor de la cintura y quiso hacerle hacer una palomita, éste pegó un grito desgarrador y soltándose salió corriendo. Nunca más volvió.

            ¡ Ningún adulto nos dijo nada y quiero olvidar el resto por ahora!

EGIPTO

 UNA CABEZA DEL FARAÓN, NUNCA SUPE DE CUAL, PORQUE EL GUÍA QUE HABLABA 13 IDIOMAS NO PODÍA DECIR POR SU RELIGIÓN SI ERA UN POLITEISTA EL MISMO
 EL RÍO SAGRADO, EL NILO, EN CUYAS MÁRGENES VEÍAMOS A LAS MUJERES LAVAR ROPA
UNA CALLE CUALQUIERA SOBRE LA QUE LOS HOMBRES "TRABAJABAN" Y HACÍAN NEGOCIOS. EL CAIRO.

DE "CLOTA" CUENTOS INFANTILES DIARIO LOS ANDES

LA SEGUNDA AVENTURA DE CLOTA EN IGUAZÚ.

         Cuando despertaron al día siguiente, ya las esperaba Amaranto Malvón con su jeep para llevarlas a las maravillosas Cataratas del Río Iguazú. Desde luego, cada una llevaba su canasta con alfajores, empanadas, jugos de frutas y muchas golosinas, por si encontraban chicos con quien compartir su merienda. Clota se puso una falda de color anaranjado con flores violeta y sus sin iguales calzones largos con puntillas, que se morían de risa de las piruetas que hacían los monitos entre las palmeras y árboles; Tirifila Afila, usó un jardinero color amarillo con lunares rojos. Lili Moreno, se puso la más linda capelina de tornasol celeste y rosado con amapolas multicolores. La tía Nené se enfundó una túnica de muselina blanca que ondulaba con la suave brisa del río y se estrenó una coronita de jazmines sobre su larga cabellera rubia. Así partieron y así llegaron. El buen Amaranto las acompañó por algunos senderos y las cascadas. De pronto las animó con una invitación: -¿No les gustaría entrar al fondo de las Cataratas, donde vive don Pombero?- dijo haciendo una breve guiñada porque conocía la respuesta -¡Sí expresaron a coro!- restregándose las manos ilusionadas.
         ¡Fue un poco difícil convencer al Guarda Parque, que cuida tanto su terruño! Pero cuando vio que eran tan ecologistas como él, aceptó. Allí comenzó lo mejor de esta historia y del viaje.
         Penetraron por un risco donde un sendero escondido y secreto les permitía ingresar por detrás de las enormes cortinas de agua de las cascadas. Entre inmensos helechos y plantas húmedas, atravesaron por un camino tapizado de una alfombra aterciopelada de musgo, donde debían sostenerse entre cordones de lianas verdes y jugosas para no caer. Así llegaron a un espacio abierto lleno de luciérnagas que brillaban para iluminar el socavón y ¡oh! maravilla tras una roca con forma de hongo se pudo entrever el gran sombrero de don Pombero. Ellas estaban extasiadas. Contenían la respiración con temor de que el Viejo Enano se enojara y no las quisiera ver ni les hablara. Cuando se dieron vuelta para interrogar a su guía: ¡Le podemos hablar?, éste había desaparecido. No tuvieron miedo y así comenzó a decir tía Nené:- Yo deseo conocer el secreto del "ñandutí" querido Pombero y tú eres el único que me lo puede enseñar- y así le habló Clota - Yo traigo de mi montaña el rumor del agua de las acequias que baja de la gran cordillera de Los Andes, y el sabor de las vides y de las frutas maduras. - pero cuando Lili quiso expresarse, un suave aleteo de mariposas las envolvió y con sus frágiles alas, comenzó a transportarlas por un maravilloso paisaje. Brillaba todo allí, como si miles de resplandecientes estrellas titilaran al unísono. Así, arribaron a una sala, donde en un enorme sillón de roca de cuarzo y plata, estaba sentado "El Gran Maestre de la Fantasía Misionera", el Pombero, que sonriendo las saludó: - ¡Adelante hermosas muchachas que vienen desde tan lejos, las estaba esperando, acérquense rápido que no tengo tanto tiempo! ¿Tú, mi estimada Lili, que me traes de regalo? Ya sé lo que trae Tirifila, un paquete de poesías, para que reciten los niños guaraníes; ¡Ah, ya veo que tú Lili, me quieres dar esa hermosa capelina que traes puesta, y que yo cambio por mi viejo y gastado sombrero de junco! Fue una fiesta el entregarse tantos regalos y un lujo comer con el nuevo amigo. Luego de cantar tonadas y recitar cogollos, luego de bailar en rondas y guaranias, que un grupo de libélulas tocaban en unas arpas de cristal, se cansó el Pombero y les señaló la salida. Algunos duendecillos del paraje encantado se entretuvieron haciendo guirnaldas de orquídeas y mburucuyá y se las regalaron a las visitas. Llegó el momento de regresar, y volvieron sobre sus pasos.
         Antes de marcharse El Pombero sentenció: ¡Nunca cuenten que me vieron, ni que me hicieron regalos, ni que jugamos acá porque yo haré que les crezca un enorme grano en la punta de la nariz y la gente no les creerá porque al fin y al cabo soy una leyenda! - dio media vuelta y salió volando entre las garzas de color rosado en el río Iguazú.
          Las cuatro amigas volvieron muy contentas y cerca de la Garganta del Diablo, estaba Amaranto Malvón esperándolas muy sonriente porque sabía lo que había pasado. Las dejó en el hotel y diciendo bellas palabras se despidió para siempre. Al día siguiente regresaron a "Salí, si te dejan" con un montón de frutas y flores y ni hablar de los recuerdos.

         Tolón-tolón, tilín-tilín, este cuento no llega a su fin. Continuará.


                                      

EL DESEO DE UNA SOMBRA

            Llegué de la ciudad para trabajar sin que nadie me molestara. Pronto vendría  Javier con carpetas y otros elementos para consultar. Mi prima Catia encantada, me dio las llaves de la vieja casona que era de todos y de nadie en particular dentro de la familia. Estaba sentado frente a la chimenea, afuera hacía muchísimo frío y mi amigo y compañero aún no había llegado con el resto de trabajo que teníamos que realizar. Me extasiaba el crepitar de fuego entre las viejas piedras, que desprendían un exquisito perfume de pino y desde donde saltaban pequeñas chispas que explotaban en una ronda alegre y alocada. Yo me arropé con la manta que había tejido la tía Eleonora, antes de morir, allí en la casa. ¡Qué satisfecho me sentía! Me levanté y observé por la ventana. Ya comenzaba a nevar nuevamente, me encaminé al mueble donde las tías habían dejado sus ricos licores caseros, me serví en una copa de cristal color rubí y me volví a sentar. Observé el licor y a través de su colorido cristal miré el retrato de la chimenea. Era una mujer pintada quién sabe cuándo y dónde, que me miraba y en realidad tenía un defecto en los ojos y sólo me miraba con un solo ojo. Era horrible nunca le había puesto mucha atención. ¡Qué fea era! Hasta tenía una suave pelusa sobre los labios. ¡Pero tenía el mejor cuerpo que había visto en años! ¿Quién habrá sido?- me dije sonriendo. Ya les preguntaré a las mujeres por qué aun está allí. Mañana lo voy a sacar, pensé y continué revisando mis papeles. La pondré en la mansarda donde había un sin fin de cosas arrumbadas. El sopor del licor y el calor me hicieron dormir. Desperté con un fuerte golpe en la puerta. Había llegado Javier muerto de frío y su auto cubierto de nieve. Bajamos computadoras y cajas. Abrí la cochera y guardó el auto. Luego nos enfrascamos en nuestra charla y trabajo. Cuando se hicieron las dos de la madrugada nos dio hambre, nos hicimos comida. Fuimos a dormir cansadísimos deseando que parara de nevar pues de no ser así, tendríamos mucho trabajo para despejar la nieve.

                        Cuando me acosté y apagué la luz un suave resplandor asomó tímidamente entre los pesados cortinados y un crujido suave atrapó mi espíritu somnoliento atisbé en el cuarto pero por supuesto no vi nada extraño y me dormí. En la otra habitación Javier roncaba sin pausa.¡Gracias a Dios no había traído consigo a su joven esposa con el bebé! Yo después de mi separación  no estaba para problemas domésticos. No recuerdo qué pasó, pero me desperté sobresaltado al alba, con un suave murmullo de gente que hablaba muy quedo, presté atención y con pocas ganas bajé los escalones para mirar de dónde provenía esa charla, pero no había nadie. Un frío me recorrió la espalda. ¡Yo era un hombre moderno, agnóstico y positivo! Acá no hay nada  y subí a mi alcoba donde me acosté para recuperar el calor y la calma. ¿Había sentido miedo? No era tan sólo mucho frío. Javier era una orquesta sinfónica de ronquidos, dichoso de él que ignoraría la inoportuna visita fantasmal.
                        - ¡Despertate, Carlos, que tenemos que trabajar, hoy hay que terminar con todo¡- dijo Javier sacudiéndome con colcha y sábanas mientras pasaba por mi nariz una tostada caliente con manteca y mermelada- hice café y ya podemos desayunar, gracias a Dios dejó de nevar y salió el sol, hay barro por todos lados; y bajó las escaleras  cantando.
                        Yo me disponía a desvestirme para darme una ducha caliente cuando frente a mí se planta una vigorosa mujer extrañamente trajeada que me miraba descaradamente. Mi instinto me hizo tapar como podía, y, ¡oh! sorpresa descubro que era la mujer del retrato en la chimenea. ¡No puede ser!- me dije. Traté  de entrar rápido a la ducha pero el espectro me seguía mirando encantada de mi desnudez. Le hice señas y la eché con palabras non santas pero ella allí firme mirando mis intimidades. De pronto desapareció por el espejo del baño y yo suspiré encolerizado conmigo mismo. No me animé a decirle nada a Javier porque pensaría que estaba de chanzas. Bajé y me acerqué al cuadro, pero había desaparecido. Le pregunté a mi amigo si él lo había sacado y me miró extrañado: ¿de qué cuadro me estás hablando si yo no vi ninguno? Y, ¿yo comencé a preocuparme...me estaría enfermando o sería algún problema psíquico?
                        Comenzamos a trabajar y enfrascados por tanta tarea no advertimos que en la mesa las tasas del café se habían alejado y estaban al borde y que bailoteaban en sus platillos. Ahí fue cuando Javier me increpó con severidad:- ¡Carlos me estás tomando el pelo?, no te hagas el mago conmigo que yo soy muy impresionable!- para qué dijo eso, allí fue cuando comenzaron nuestros pesares...verdaderamente esas fueron cosas muy locas. ¡Nunca imaginamos que a un par de oficinistas de ciudad, encontraríamos una casa llenita de fantasmas!, y digo, llena porque comenzaron a aparecer unas jóvenes llenas de veladas que nos acariciaban, nos tocaban y no nos permitían terminar con nuestra labor. Al principio nos dio miedo y no nos podíamos mover, pero fue demasiado y comenzamos a defendernos. Yo las increpé, les expliqué que teníamos que completar los trabajos y se fueron riendo escaleras arriba mostrando larguísimas cabelleras de mujeres jóvenes y cuerpos muy tentadores. Se apagó la luz bajamos al sótano y allí encontramos en un destartalado sillón un grupo de viejos seres que parecían esperar a alguien, en realidad eran señorones con unas manifiestas calvas y relojes de gruesas cadenas de oro que aguardaban a alguien. Ni nos miraron cuando con nuestras linternas intentábamos arreglar los fusibles, así comprendimos nuestra situación. Estábamos en una casa extrañísima. Ya habíamos conseguido arreglar el desperfecto cuando nos sobresaltó el ruido estruendoso de la planta alta, donde algo había caído estrepitosamente. Javier se negó a acompañarme pero no aceptó quedarse solo en el salón. Subimos y encontramos todo en su lugar excepto nuestras ropas repartidas por todos lados y en especial nuestra ropa interior que colgaba de las añosas arañas de cristal.
                        Comenzó a sonar insistentemente el teléfono de Javier, atendió y suspiró tranquilizándose cuando escuchó la voz de su adorada Erica, que le preguntaba por su vida, ya que con tanta confusión y trabajo fantasmagórico había olvidado llamarle. ¡Pero no pudo decirle que estaba en esos raros trances ya que nadie le creería! ¡Ah mientras hablaba una figura exquisita le acariciaba las entrepiernas! Claro que era un ser transparente y muy inestable pues aparecía y desaparecía.
                        Yo aproveché para llamar a mi prima Catia que no se sorprendió, sólo se reía a más no poder de nosotros...-Yo me olvidé de contarte que en esa casa  vivió la amante de nuestro tatarabuelo que se llamaba Irinalda del Mar era una famosa bailarina de teatro y el abuelo le permitía tener discípulas que esperaban a los amigos del viejo pícaro, hay por allí un retrato de la mujer  y cuando le gusta un hombre, lo vuelve loco como al  desvergonzado abuelo.- Yo no podía creer lo que escuchaba, así me enteré algunas verdades de mi preciosa familia. ¡Pensar que ahora eran pura sacristía y beneficios parroquiales! Así, como pudimos, terminamos de hacer nuestro trabajo para huir de la casa  de fantasmas  del lupanar.
                        Cuando cerré la puerta sentimos las carcajadas de las muy bribonas que quedaban de gran jolgorio con sus viejos espectros. Les aseguro que no vuelvo nunca más.

                                                                       


viernes, 26 de enero de 2018

SUR EL FIN DEL MUNDO DONDE VIVO.

A veces...
Sólo a veces
se me atraviesa el Sur en la conciencia.
Mi sur
aunque lo niegue.
Del cráter que fluye indecente...
la sangre estricta.
Aunque cierre los ojos, nada altera la soledad,
ni quiebra lo inevitable.
La muerte acecha.
Mi sur
desparramado en ríos de pobreza
su herencia triste.
Sigue cayendo el lodo entre sus flores.
Aunque maduren los trigales y el pan...
no alcance para todos. Mi hermoso sur...

Yo, sangre gringa, aferrada a mi cruz....
me asomo a sus heridas
con palabras que quieren ser saetas,
mientras el sur se desdibuja sin cambiar el destino
de mi pueblo.
Yo, sangre gringa, despierto con el palpitar
rugiente de mi herida.
Ya no me queda tiempo es cierto...
pero a veces estiro la cuerda del arco y
busco con mi flecha el horizonte.






MI CABAÑA EN MENDOZA A 2300 MTS. SOBRE EL MAR

 INVIERNO... LA NIEVE CUBRE TODO. -10 GRADOS.
 ENERO EN LA CABAÑA, LOS ROSALES A MIL.
UNA VISTA DE LA CABAÑA EN PRIMAVERA.

POESÍA DE "TIEMPO DE LIBERTAD"


Una gota de lluvia sobre una hoja de álamo me asombra.
                                                                       Joaquín Yanuzzi.


A LA VIEJA CASA DE MI INFANCIA.



La casa está dormida en mi recuerdo, en el rincón donde habita mi

 aleteo de libélulas azules,

mis jazmines perfumados y el ópalo invertido de mi lecho.

La calle rodeada de moreras, sin el fresco aliento en la tormenta

cuando precipita la lluvia ruidosa y maltratada sobre la arena de mi puerta.

El techo azul y una pared blanca donde reflejo la mañana,

Y aquel lodo verde que  humedecía mi piel y mi cristales.

Cae una gota asombrada en la última hoja de mi emparrado cargado de...

 uva  moscatel rosado.  Ruborosas de amor por su vendimia ausente

del parral terracero que plantara mi padre.
                                        
La casa se desploma como gota de lluvia.

Ya no queda nada de la alcoba donde durmió su último sueño nuestro padre.

Todo es escombros y maleza. El grifo roto canta una lágrima asustada.

Mi casa ya no existe. Mi infancia ha tomado el camino al horizonte.

Ya no estoy sola, es cierto...pero estoy un poco triste.



ANUNCIO DE BODA

Me duelen las manos. También la espalda. Hace una larga semana que trabajo sin descanso para cumplirle. Quiero pero no puedo. Sí, quiero completar todo el pedido que recibió Joaquín de esa gente. Es una nueva casa de comida, hotel, casino y albergue. Es nueva y única. La construyeron en la ladera Este. Es muy linda. Está construida en una zona hermosa de la región. La más bella. Tiene un sabor salvaje. Esa tierra húmeda, la fina llovizna de unas nubes que como velo de novia se deposita o se apoya en las largas columnas de pinos, arrayanes y piceas. Es un regalo fortuito que regala el amanecer de los días de otoño. El sol está cansado de moverse por el bosque como novio enamorado de los duendes del pinar. ¡El olor a resina y polen! Las cabañas son hermosas, las comenzaron a construir en primavera, el mismo día de nuestro encuentro. Yo iba con mi bicicleta por el sendero buscando setas frescas. ¡Nos encantan “revueltas con cebolla finamente picada en juliana, huevos y queso parmesano, con una pizca de sal y pimienta, una cucharada de salsa inglesa y vino jerez”! Bien, como decía, me movía por esos rincones que conozco desde pequeña, esos que recorría con el abuelo Marco, y él, me iba regalando cuentos, recetas y recuerdos. Bueno, iba por allí y nos encontramos. Parecía un astronauta recién aterrizado de un planeta lejano. Era como de otra galaxia. Fresco, alegre y vivo. Sí, como mi bosque de cuento. Me gustó, así rápidamente, con su sencilla forma de pedirme la receta de los hongos. Aparte, desconfiado, creyó que eran venenosos. Yo le gusté, seguro, porque me comenzó a contar su vida.  Parecía como si me conociera de toda la vida. Me senté en un tronco caído, junto a un árbol lleno de pájaros. La madera podrida en parte, albergaba un sin fin de pequeños seres vivos como su vital risa contagiosa. Su mirada clara se movía, deslizándose por mi rostro, que sudoroso y sucio, aparentaba no haberlo lavado en meses. Los pinos, piceas, abetos y abedules, eran el marco perfecto a ese encuentro informal y romántico.
                        Casi me olvidé para qué había venido al bosque. Si él, no mira el reloj y da un salto, seguimos hablando en el crepúsculo que le había puesto una mortaja violeta a los rayos rojizos del sol. Joaquín se despidió, me ayudó a trepar a mi bicicleta y partí. Cuando llegué a casa me encontré en la penumbra más cerrada, corrí con la mitad de hongos acostumbrado. Llegué a la cabaña y caí sólida en el banco rústico de mi pequeña cocina. Pensé cómo haría una cena sin la cantidad de setas frecuentes y decidí hacerlas en la receta del abuelo:”con miga de pan mojada en leche, salsa blanca o bechamel, perejil y ajíes rojos y verdes. Así armé un budín que mezclado con dos huevos y nuez moscada”, alcanzó para los cuatro. Papá quedó feliz, cuando le conté que había conocido a Joaquín, el muchacho del bosque, pues lo trató en el pueblo y conversó mucho. Le pareció muy simpático y además era alfarero. Papá dice siempre que hay oficios santos: carpintero, alfarero, boticario y labrador. No quiere a los carteros, tal vez porque un cartero siempre le trajo las noticias tristes. Mamá en cambio es más desconfiada. Casi no habló. Mi casa es la típica casa de campo con olor a fogón caliente, levadura, ajo y vino. El abuelo nos enseñó a hacer el pan. Él guardaba un trocito de masa para levar y se levantaba a la madrugada para hornear. Cuando estaba todo listo se acostaba y al comenzar el día con un enorme tazón de leche tibia recién ordeñada de Chichí, la vaca, comíamos una rebanada de pan caliente con manteca que mamá batía a mano en un bol y dulce de grosellas que hago todos los años. ¡Qué rico era desayunar así, con el amor del abuelo! Hoy lo recuerdo y se me hace un nudo acá, justo aquí en la garganta. Bien sucedió que a los dos días sentí el ruido de un motor por el camino de casa. Era Joaquín que me invitaba a trabajar con él. La camioneta destartalada y muy ruidosa se escuchaba de lejos. Atrás traía un horno para cocer cerámica y un sin fin de moldes de yeso y herramientas. Me entusiasmó su seguridad. Sus ganas. El dueño del complejo hotelero le había encargado toda la vajilla especial con sabor, color y forma de nuestro rincón lejano. Me intrigó su exaltación y sus sueños. Era muy creativo. El perfume ácido de la arcilla me entraba a los pulmones como una saeta inesperada. Acepté. Yo nunca había hecho alfarería. Pero como amo cocinar imaginé que era como hacer un pastel de berenjenas. Ese que me enseñó el abuelo. “Se pelan cinco berenjenas medianas y se hierven con sal. En una sartén se re fritan en aceite de oliva con dos dientes de ajo; los dos tomates picados en daditos, dos cebollas en juliana, dos pimientos y un puñado de hongos recién cosechados que se filetean. Se pisan con un tenedor las berenjenas ya blandas y se agrega el  menjunje, con pan rallado, una tasa de queso rayado, dos huevos y mucho perejil. Se hornea veinte minutos y ¡paf!: un pastel para re-chuparse los dedos. Si las berenjenas son algo amargas se le agrega a la pasta una cucharadita de azúcar”. Así era hacer todos esos recipientes de arcilla. Con un gran amor y buen gusto. Yo le agrego además los gnomos del bosque pintados y hasta los muérdagos y ardillas. Cada pequeño plato, escudilla, taza, fuente, tiene un pedacito de mi bosque. Es su espíritu ingenuo y personal, el que creó la chispa de este mundo mágico que hemos hecho juntos. Creo que me he enamorado de Joaquín y él de mí. Estoy cansada pero tengo que hornear todas las piezas en bizcocho de arcilla. Las pintaremos juntos y cuando amanezca y cuando inauguren la casa de la colina, cada persona se asomará un instante a nuestro mundo.
                        Realmente me falta esa chispa para encenderle a cada jarra una señal con el fuego de la creación aderezándole un pequeño trozo de monte perfumado de bellotas y musgo. Debo recuperarme. Joaquín duerme junto al horno un rato esperando el pequeño milagro de amor cotidiano. Mis manos lloran arcilla y falta una buena parte de los platos y adornos para terminar la tarea. Anoche, antes de quedarse dormido, Joaquín me dijo que estaremos juntos para toda la vida y me dio el anillo de boda de su madre. El amor ha llegado a mi vida en forma inesperada. Estoy conciente que es extraña la forma de nuestra relación pero espero. Mañana será un festival de sueños cumplidos. Toda la vajilla terminada, la inauguración de la posada de la montaña y el anuncio de mi boda.

                        

POESÍA...

DULCE SECRETO


Si  me desalojo de los sueños

si me destierro hacia el confín de las palabras
si penetro en el túnel verde del abismo
estaré caminando en el borde del desierto
y la ráfaga indeleble de un beso
transformará mi crepúsculo en una carga de suspiros.
Guardaré el secreto entre las sábanas
Comeré damascos con tu boca dormida
Soñaré inexplica arco iris de magnolias
Volveré sobre los pasos de la niña perdida
Para amar al hombre que me espera en los sueños.


            

2ª Parte EL ESCABEL DE PETITE POINT

Mi nombre es Dorotea. Ayer, mi tía Cornelia y mamá, me regalaron este precioso cuaderno para que escriba y anote todo lo que pasa por mi corazón. Mis diez años están llamando desde mi mundo interior a cambiar nuestra realidad que es muy triste.
Nos han desalojado por cuarta vez. ¡Otra vez nos mudamos! ¿ Adónde iremos esta vez? Mamá dice que 1925 será un año desastroso para los obreros acá en el sur. Por supuesto que Fernando comenzó a embalar la vajilla heredada de la abuela, con diarios viejos que nos dio el párroco, es el rito que tenemos con cada mudanza... cada plato, taza  o fuente envuelto celosamente con un suave paño de lana y papel de seda. Un bello papel que vino desde la vieja casa de mi bisabuela Etelvina, por 1859. Luego se ubican prolijamente en un baúl, que cuenta mamá, trajo ella cuando vino con la tía Cornelia desde Gales. ¡ Las copas brillan con la luz, como si quisieran reflejar toda la belleza del universo. Los cubiertos de plata, van  en un estuche precioso todo tallado y tienen labradas las iniciales de Etelvina y Leonard... su fiel esposo, mi bisabuelo.
Nuestra pobreza es extrema. Papá dice que se resolvería si mi mamá acepta llevar esas reliquias a la capital para venderlas a algún coleccionista... pero se arma una guerra de sólo decirlo.
Hoy mamá se desmayó, sufrió un colapso cuando papá tomó la caja de los cubiertos para venderlos. Pasará una semana enferma, seguramente, como sucedió antes. Discutirán y papá aceptará que todo quede como está. ¡ Nada se toca! Mamá nos inculca que: “jamás debemos desprendernos de los objetos heredados de tía Cornelia ”- y lo que sí ha sido motivo de otra lucha es el “famoso escabel de la bisabuela”... - ¡Nunca sirvió para nada, sólo para peleas y discusiones! Por lo menos la vieja Biblia es interesante. Papá suele pasar su dedo, curtido por los fieros trabajos en el corral con las ovejas, sobre las líneas que escribiera mi tatarabuelo: - “ el día que tengas una dificultad insalvable, desármalo...”- pero mamá impávida cuida que nada le  suceda. Así, deslucido  por el tiempo y con algunos insignificantes bordes deshilachados, el escabel preside nuestras largas vigilias de necesidades y de hambre que pasamos algunas veces. En casa falta todo... pero allí están esos valiosos objetos rescatados del incendio. ¡ Esa es la otra historia!
Se cuenta en toda la Patagonia. La muerte de mis abuelos en el  año 1902. Fue una historia repetida por muchos, pero sufrida por mi mamá y mis tíos. En ese tiempo llegaron de la capital unos hombres del ferrocarril, que intentaron comprar las tierras y las majadas a un precio impensable, comenzando con problemas  de todo tipo. Eran ingleses o del norte de América. Los obreros comenzaron con huelgas por la fuerte presión que ejercían los inmigrantes que traían algunas ideas  revolucionarias. Comenzaron a no ayudar con las pariciones y morían los animalitos.
Mi abuelo, necesitó pedir un préstamo al banco para poder superar la falta de majadas. No pudo pagar y las deudas lo agobiaron hasta que llegó el momento en que le remataron el campo, las herramientas y los animales. Peleó como su sangre mestiza de criollo nativo y madre galesa, pero ganaron los más fuertes. El abuelo perdió  hasta el deseo de comer... en un ataque de desesperación, mandó a los hijos hasta el templo para que llevaran un mensaje al pastor. Sacó a un descampado junto al molino, el ajuar  que le dieron sus padres antes de atravesar el océano. Luego encerrándose con su amada esposa en la casa, prendió fuego y abrazados quedaron juntos para siempre. Ardieron en la soledad de  la tarde hasta que oscureció y el sudario azabache cubrió con cenizas la tierra apelmazada. Se transformaron en una leyenda, repetida en toda la Patagonia. Quedaron, ellos, mi mamá y mis tíos, en la más increíble de las pobrezas, los envolvían las necesidades como los tentáculos de un animal hambriento y a eso se agregó el rencor y el odio, que cada día visitaba sus corazones enfermos. Y tardó mucho hasta que mi madre aceptó y cambió su actitud hacia la vida.
El tiempo cambia todo. Mis padres se han transformado en un par de rivales en guerra perpetua. Yo siento que cada día estamos peor. La tierra ya no produce y los nuevos dueños, extranjeros que no la aman, sólo pretenden tener ganancias sin sacrificios. Por eso somos expulsados de la tierra.
Hoy, mi hermano con obediente cariño, sigue con los ritos. Es tan calmo, con mamá,  acomoda cada objeto antiguo con amor, por lo que nos ha dado estas raíces tan fuertes. Yo lo admiro, pues mi rebeldía, me hace que sienta la necesidad de romper con las promesas. Así mi lucha es tan dura como la de mis padres.
Mientras pasa esto, papá se reúne con  algunos obreros en los galpones, allí hablan y tienen ideas nuevas, revolucionarias. Ellos  dicen que son los eternos explotados y se han cansado, se llaman entre ellos...”anarquistas”.  Cientos de papeles se amontonan en una novedosa imprenta que llegó en un barco sueco. Las ideas revolucionarias – dice mamá- complicarán todo aun más. Se esconden de los ingleses y de los patrones. Se esconden también del ejército que ha llegado desde Buenos Aires armado y provisto de gente dispuesta a usar los nuevos “Rémington”.  Hablan de represión y mano dura. Mamá sufre y discute. Nosotros tenemos mucho miedo, pero papá no escucha y sigue en sus reuniones clandestinas. He visto armas debajo del sofá donde ahora duerme él. Mi hermano lo ha visto armar botellas de gasolina con pellones que hacen las veces de mechas. Otras son de alcohol. Las ubica en cajones, las cubre con paja y mientras las almacena murmura con ira que nadie lo va a doblegar. Mamá llora y llora...

Esta noche hay una reunión en el galpón del “chileno” y papá nos ha abrazado a cada rato, murmura cuánto nos ama y nos besa en la frente con mirada turbia y afiebrada. Antes de ir a dormir quiero dejar escrito que el ruido que provocan los soldados me tiene muy asustada. Hoy los vi merodeando por la calle cerca de nuestra casa. Si llegan a entrar yo correré hacia la habitación de mamá donde estaré segura.

miércoles, 24 de enero de 2018

Y FUE UN BREVE PARAÍSO

Y fue
despertar en la mañana de verano
con los frutos maduros que trajeron un fresco perfume
al pinar dormido
la nave llegó al puerto esperado con engaños previstos
bajamos los cordeles de las velas armoniosas
un revuelo de gaviotas mercuriosas atravesaron el cielo.

Te esperaba en la calle con la trampa de un niño
que emborrachó los sentidos con el juego de canicas de cera
almíbar de cuentos arremolinaron nuestros brazos
caí en tus ágiles engaños.
Me dejé mentir aprovechando el verano con su manantial de
besos cayendo en cascadas en mi cuerpo.
Así llegó la luna.

Creí ser la dueña de un nuevo paraíso.

EL ESCABEL DE PETITE POINT 1ª Parte

Llegó una carta desde América para la tía Cornelia. Toda la familia sorprendida cuchichea a raíz del misterio de esa esquela. Yo sé qué es lo que ella espera desde aquel día.
Cornelia es la hermana menor de mamá. Con sus veinte años, ya comienza a convertirse en una soltera imprevisible para todos. Mi padre, que la conoce desde pequeña, se ríe sobre las complicadas charlas que mi madre tiene con ella, sobre su futuro de esposa. Cuida su aspecto formal, creyendo que así, no comprometerá el posible casamiento. Es delgada, afilada como la cuerda de un violín, de rostro femenino, sin marcas en la piel. Cutis claro, ojos levemente agrisados, nariz pequeña pero labios gruesos. Mamá discute con ella sobre el origen mestizo de su cabello color negro azabache, de rulos apretados y gruesos. Tiene un cuerpo extraño para ser una Ardlenn. Más parece una hija de campesinos que la de una familia de puro origen celta.
Yo la amo. Daría mi vida por verla feliz. Está siempre pendiente de nosotros, que somos trece hermanos. Mamá permanece en estado gracia permanente, pero a decir de  nuestra vieja cocinera vive preñada y cada año nace un hijo, que llena de más ruido la enorme casa donde vivimos.
Cuando Cornelia cumplió catorce años vino desde York para vivir con nosotros. Era pequeñita, arisca, hablaba poco y era muy observadora. Nos conocía como nadie pudo conocernos jamás. Sus largas tardes remendando calcetines y ropa usada de mis hermanos, la hacían silenciosa y taciturna. Siempre permanecía algo triste. Nos leía cuentos, que luego descubrí que los inventaba. No sabía leer. Nunca la mandaron a la escuela. Sólo estaba destinada a cuidarnos para luego seguir los pasos de mamá: casarse y permanecer eternamente embarazada. Pero el candidato no aparecía y los años pasaban. Ya nadie la miraba sino con un barniz de compasión. ¡ La pobre Cornelia!

La carta es una bola de fuego cayendo sobre la marmita hirviente de nuestra comunidad. Pequeño conjunto de hacendados y granjeros que poco tienen de mundano. Llegaron, incluso, visitas que nunca hubiéramos esperado, en busca de una curiosa respuesta en labios de papá, mamá o de la tía. - ¿ Quién escribió desde tan lejos?            - ¿Algún salvaje de las tierras donde aun hay esclavos, se atreve  a escribirle a Cornelia Ardlenn? – y la pequeña Cornelia esconde la famosa carta defendiéndose. Nadie invadirá su intimidad.
El otoño de 1856 comienza anunciado un invierno de clima extremo. Cornelia nos acompaña al templo, a la escuela dominical, con su acostumbrado recato y dulzura. De pronto, al salir, ya regresando en el crepúsculo, tropieza con una piedra de la vieja vereda empedrada. Cae cuan larga es sobre el pavimento cargado de hojas de roble húmedas por el rocío que comienza a desplomarse sobre el tapiz ocre. Su cuerpo desparramado bajo la capa azul parece un gusano tratando de salir de su crisálida. Los chicos ríen como si les hicieran cosquillas en la planta de los pies. El sombrerito de plumas vuela cayendo sobre el regazo de un muchacho que en un coche está detenido frente a la ferretería. Está sentado distraídamente, silbando, envuelto en una enorme capa negra de fieltro, esperando. En el aire recoge el sombrero. Salta y ayuda a la tía que se yergue lamiéndose la herida de su mano derecha. Tiene el guante roto y sangra. La mirada del joven hombre se ha quedado detenida en el rostro de Cornelia, en sus ojos que avergonzados tratan de huir de su mirada. Un tímido agradecimiento en los labios temblorosos y sorprendidos... el muchacho le acomoda el sombrero, escondiendo los rizos rebeldes debajo de las cintas. Se produce un silencio. Cada cual continúa con su tarea. Ella nos reúne y nos arrastra hasta nuestra casa. Él, sube al coche de un salto y se queda observándonos hasta que desaparecemos de su vista. Sigue esperando, como antes, a alguien. La calle se oscurece, pero una lucecita ilumina la mirada, ahora inquieta, de mi tía. Cuando ingresamos a la amplia cocina, mis hermanos, a los gritos, atropellándose, relatan lo sucedido. ¡Claro, mamá nos regaña a todos, incluso a ella, que avergonzada le muestra la mano herida! Papá sonriendo se queda callado. Mi padre es genial.
Unos meses después, yo, acompaño a tía a distintos paseos donde casualmente encuentra a ese joven. Intercambian saludos, libros, flores... y muchas miradas sutiles. Apenada Cornelia me pide que le lea unos billetes que el amigo le deja dentro de los libros. Ella no los puede interpretar, yo, cómplice, sé que él la ama sobre todas las bellas muchachas del pueblo. Uno de esos días le sugiere que nos encontremos en el correo, lugar público, solitario y discreto. Allá vamos y... conocemos la noticia, que se va de Inglaterra a América. Su padre ha vendido todo: granja, casa, animales y herramientas. Con sus veinticuatro años no puede oponerse a los designios paternos.
La tarde de junio de 1858 es la más triste... tía Cornelia llora desconsolada apretando su breve cuerpo a los cristales del ventanal que da a la calle, la frente apoyada en el frío recuadro transparente siguiendo con sus ojos anegados, al coche en que la familia Huxley viaja hacia el puerto. Un telón de luto opaco, cubre el frágil cuerpo de tía y el alma queda encerrada en su cripta de soledad.
Ahora, la casa es un hormiguero en furioso movimiento. Siento los gritos de mamá rogándole a mi padre, que no sea yo, su pequeña Etelvina, quien acompañe en su viaje de aventura entre salvajes a la hermana. Papá sabe que soy la elegida por mi ánimo, mi salud y discreción. Él, confía en mi. Así es que en este verano de 1859, antes de partir hacia las extrañas y exóticas tierras de salvajes... papá me ha llamado a la sala. Yo tengo doce años. Me abraza y mostrándome los baúles que prepararon para mí, me dice:
 -Etelvina mi hija preferida... recuerda siempre cuánto te amo. Cada día que pase, estaré rogando para que tu vida sea la mejor. Mereces ser una mujer. Recuerda que siempre contarás conmigo. A la distancia, aunque no esté cerca de ti, seguiré tu ruta.-  Me abraza y a continuación me cuelga su reloj de oro, en cuya cadena, está sujeto  el guardapelo con las miniaturas pintadas de mi madre y la suya. Mi cuello está gravemente pesado pero mi corazón galopa de amor. Tras ello, me señala el pequeño escabel  bordado por mamita en el invierno anterior y tomando mi hombro dice: - Hija mía nunca lo pierdas de vista, en él, hallarás un refugio. Ante una dificultad enorme pon tus ojos en él.- Me besa en la frente tiernamente. Sale dándome la espalda y yo sé que no lo volveré a ver nunca más. Lloro amargamente.
El barco es gigante, de pestilente madera oscura, me ha llenado el alma de feos presagios. En un pequeño espacio nos acomodan. Tía Cornelia y yo, junto a los bultos que están amarrados con gruesas cuerdas de esparto en argollas de hierro, viajamos cómodas. Nuestros billetes son de segunda, cosa que no nos impide subir al piso superior donde hombres y mujeres, con lujosos sombreros, ropas y joyas, disfrutan en lentas tertulias a la espera de tocar puerto.
Estoy muy mareada. En realidad los primeros días fueron muy placenteros pero al quinto día comenzó una ligera brisa que inició un movimiento tan pronunciado de la nave que rolamos de babor a estribor, eso me provocó un malestar horrible y mareos. Todo me da vueltas y corro al lavabo a devolver cada gota de agua o de sólido que intento comer o beber. Cornelia pálida como un fantasma, me abraza tratando de calmar mi asco y dolor. Nada me ayuda. Un anciano camarero amable nos trae una bandeja con, no dudo, exquisitos platillos, al camarote, pero regresa con la bandeja sin tocar. Así me he sentido toda esta semana horrorosa.
Hoy vino el capitán con el médico de a bordo. Cuando nos vieron se quedaron perplejos- ¡ Parece que nunca han visto a un pasajero tan mal! - Llaman a una dama para que nos cuide, ya que la tormenta no amaina y tanto tía como yo, padecemos fiebres y convulsiones agotadoras.
Cuando todo haya concluido mi aspecto será desastroso. He perdido casi cuatro kilos de peso y la ropa me queda muy suelta.
Después de una travesía complicada y desagradable llegamos a puerto. El sur nos espera. Una tierra hostil, árida, despoblada  está frente a nuestra mirada sorprendida. Junto a los altos fardos de lana, parado en una rambla de madera, nos ve quién se  transformará en el esposo de Cornelia.
Nos instalamos en el enorme criadero de ovejas, en un rústico caserón de piedra y troncos. Pude acomodar mis pertenencias, me sorprende constatar como mamá ha previsto ropa y calzado de varios tamaño, para que use tan pronto comience a crecer. Acá, ella sabe o presiente, no tendré la posibilidad de comprarme nada nuevamente.

Entre las cosas más valiosas está el escabel de petit point que papá me obsequió. Cuando siento soledad, en lugar de acomodar mis pies en él, me abrazo y lloro sobre su tapiz bordado con amor por mamá. La lejanía se me incrusta en el alma y la soledad es una cruz que me inserta una espina en el corazón.