lunes, 29 de enero de 2018

EL DESEO DE UNA SOMBRA

            Llegué de la ciudad para trabajar sin que nadie me molestara. Pronto vendría  Javier con carpetas y otros elementos para consultar. Mi prima Catia encantada, me dio las llaves de la vieja casona que era de todos y de nadie en particular dentro de la familia. Estaba sentado frente a la chimenea, afuera hacía muchísimo frío y mi amigo y compañero aún no había llegado con el resto de trabajo que teníamos que realizar. Me extasiaba el crepitar de fuego entre las viejas piedras, que desprendían un exquisito perfume de pino y desde donde saltaban pequeñas chispas que explotaban en una ronda alegre y alocada. Yo me arropé con la manta que había tejido la tía Eleonora, antes de morir, allí en la casa. ¡Qué satisfecho me sentía! Me levanté y observé por la ventana. Ya comenzaba a nevar nuevamente, me encaminé al mueble donde las tías habían dejado sus ricos licores caseros, me serví en una copa de cristal color rubí y me volví a sentar. Observé el licor y a través de su colorido cristal miré el retrato de la chimenea. Era una mujer pintada quién sabe cuándo y dónde, que me miraba y en realidad tenía un defecto en los ojos y sólo me miraba con un solo ojo. Era horrible nunca le había puesto mucha atención. ¡Qué fea era! Hasta tenía una suave pelusa sobre los labios. ¡Pero tenía el mejor cuerpo que había visto en años! ¿Quién habrá sido?- me dije sonriendo. Ya les preguntaré a las mujeres por qué aun está allí. Mañana lo voy a sacar, pensé y continué revisando mis papeles. La pondré en la mansarda donde había un sin fin de cosas arrumbadas. El sopor del licor y el calor me hicieron dormir. Desperté con un fuerte golpe en la puerta. Había llegado Javier muerto de frío y su auto cubierto de nieve. Bajamos computadoras y cajas. Abrí la cochera y guardó el auto. Luego nos enfrascamos en nuestra charla y trabajo. Cuando se hicieron las dos de la madrugada nos dio hambre, nos hicimos comida. Fuimos a dormir cansadísimos deseando que parara de nevar pues de no ser así, tendríamos mucho trabajo para despejar la nieve.

                        Cuando me acosté y apagué la luz un suave resplandor asomó tímidamente entre los pesados cortinados y un crujido suave atrapó mi espíritu somnoliento atisbé en el cuarto pero por supuesto no vi nada extraño y me dormí. En la otra habitación Javier roncaba sin pausa.¡Gracias a Dios no había traído consigo a su joven esposa con el bebé! Yo después de mi separación  no estaba para problemas domésticos. No recuerdo qué pasó, pero me desperté sobresaltado al alba, con un suave murmullo de gente que hablaba muy quedo, presté atención y con pocas ganas bajé los escalones para mirar de dónde provenía esa charla, pero no había nadie. Un frío me recorrió la espalda. ¡Yo era un hombre moderno, agnóstico y positivo! Acá no hay nada  y subí a mi alcoba donde me acosté para recuperar el calor y la calma. ¿Había sentido miedo? No era tan sólo mucho frío. Javier era una orquesta sinfónica de ronquidos, dichoso de él que ignoraría la inoportuna visita fantasmal.
                        - ¡Despertate, Carlos, que tenemos que trabajar, hoy hay que terminar con todo¡- dijo Javier sacudiéndome con colcha y sábanas mientras pasaba por mi nariz una tostada caliente con manteca y mermelada- hice café y ya podemos desayunar, gracias a Dios dejó de nevar y salió el sol, hay barro por todos lados; y bajó las escaleras  cantando.
                        Yo me disponía a desvestirme para darme una ducha caliente cuando frente a mí se planta una vigorosa mujer extrañamente trajeada que me miraba descaradamente. Mi instinto me hizo tapar como podía, y, ¡oh! sorpresa descubro que era la mujer del retrato en la chimenea. ¡No puede ser!- me dije. Traté  de entrar rápido a la ducha pero el espectro me seguía mirando encantada de mi desnudez. Le hice señas y la eché con palabras non santas pero ella allí firme mirando mis intimidades. De pronto desapareció por el espejo del baño y yo suspiré encolerizado conmigo mismo. No me animé a decirle nada a Javier porque pensaría que estaba de chanzas. Bajé y me acerqué al cuadro, pero había desaparecido. Le pregunté a mi amigo si él lo había sacado y me miró extrañado: ¿de qué cuadro me estás hablando si yo no vi ninguno? Y, ¿yo comencé a preocuparme...me estaría enfermando o sería algún problema psíquico?
                        Comenzamos a trabajar y enfrascados por tanta tarea no advertimos que en la mesa las tasas del café se habían alejado y estaban al borde y que bailoteaban en sus platillos. Ahí fue cuando Javier me increpó con severidad:- ¡Carlos me estás tomando el pelo?, no te hagas el mago conmigo que yo soy muy impresionable!- para qué dijo eso, allí fue cuando comenzaron nuestros pesares...verdaderamente esas fueron cosas muy locas. ¡Nunca imaginamos que a un par de oficinistas de ciudad, encontraríamos una casa llenita de fantasmas!, y digo, llena porque comenzaron a aparecer unas jóvenes llenas de veladas que nos acariciaban, nos tocaban y no nos permitían terminar con nuestra labor. Al principio nos dio miedo y no nos podíamos mover, pero fue demasiado y comenzamos a defendernos. Yo las increpé, les expliqué que teníamos que completar los trabajos y se fueron riendo escaleras arriba mostrando larguísimas cabelleras de mujeres jóvenes y cuerpos muy tentadores. Se apagó la luz bajamos al sótano y allí encontramos en un destartalado sillón un grupo de viejos seres que parecían esperar a alguien, en realidad eran señorones con unas manifiestas calvas y relojes de gruesas cadenas de oro que aguardaban a alguien. Ni nos miraron cuando con nuestras linternas intentábamos arreglar los fusibles, así comprendimos nuestra situación. Estábamos en una casa extrañísima. Ya habíamos conseguido arreglar el desperfecto cuando nos sobresaltó el ruido estruendoso de la planta alta, donde algo había caído estrepitosamente. Javier se negó a acompañarme pero no aceptó quedarse solo en el salón. Subimos y encontramos todo en su lugar excepto nuestras ropas repartidas por todos lados y en especial nuestra ropa interior que colgaba de las añosas arañas de cristal.
                        Comenzó a sonar insistentemente el teléfono de Javier, atendió y suspiró tranquilizándose cuando escuchó la voz de su adorada Erica, que le preguntaba por su vida, ya que con tanta confusión y trabajo fantasmagórico había olvidado llamarle. ¡Pero no pudo decirle que estaba en esos raros trances ya que nadie le creería! ¡Ah mientras hablaba una figura exquisita le acariciaba las entrepiernas! Claro que era un ser transparente y muy inestable pues aparecía y desaparecía.
                        Yo aproveché para llamar a mi prima Catia que no se sorprendió, sólo se reía a más no poder de nosotros...-Yo me olvidé de contarte que en esa casa  vivió la amante de nuestro tatarabuelo que se llamaba Irinalda del Mar era una famosa bailarina de teatro y el abuelo le permitía tener discípulas que esperaban a los amigos del viejo pícaro, hay por allí un retrato de la mujer  y cuando le gusta un hombre, lo vuelve loco como al  desvergonzado abuelo.- Yo no podía creer lo que escuchaba, así me enteré algunas verdades de mi preciosa familia. ¡Pensar que ahora eran pura sacristía y beneficios parroquiales! Así, como pudimos, terminamos de hacer nuestro trabajo para huir de la casa  de fantasmas  del lupanar.
                        Cuando cerré la puerta sentimos las carcajadas de las muy bribonas que quedaban de gran jolgorio con sus viejos espectros. Les aseguro que no vuelvo nunca más.

                                                                       


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