miércoles, 31 de julio de 2019

LA COLECCIONISTA



 Ayer cobré mi sueldo y ¡Oh, sorpresa!, me dieron un premio por asistencia y productividad No lo esperaba Salí de la oficina como quien espera un milagro o mejor dicho, como que recibí un milagro Caminé hasta la parada del colectivo y en la cola, me habló una mujer sobre lo caro que está el pan y la carne de ternera Yo apenas le contesté En verdad como poco y me sostengo con lo que gano Pago mis gastos fijos: luz, gas, teléfono y las tasas municipales Lo que me queda lo separo en dos, la mitad lo ahorro y el resto es para comer, comprarme alguna ropa y calzado También suelo ir al cine o al teatro Sola, no tengo amigas ni parientes Vivo en la casa que era de mis abuelos Está algo anticuada, pero para vivir como vivo está bien Tiene esas habitaciones de techos altos, el baño entre los dormitorios, la sala da a la calle pero no abro nunca la ventana para evitar que me vean y la cocina es pequeña como mis ganas de comer Aun tengo las cortinas que hizo la abuela y en el patio los helechos que ella cultivaba Hay una enredadera de glicina donde los pájaros hacen nidos y cada mañana me despiertan con su canto Los más lindos son los colibríes Hoy viajo en el colectivo especial, es más cómodo y seguro En la oficina me saludan sin verme, siempre igual, soy como esos estantes llenos de carpetas numeradas con los oficios y los expedientes de juicios que nunca se tramitan porque nadie los paga Me voy a ir a comprar un par de medias y zapatos cuando salga Volveré media hora después, nadie sabrá que no llego a casa en hora, sólo, María Laura, mi vecina que me espía porque no cree que no tenga a nadie
Me pongo el abrigo liviano por si refresca, siempre en el bolso que era de mamá, llevo el paraguas reducible y escondido en el corpiño, que también era de mamá, llevo veinte pesos por si me pasa algo ¿Qué me puede pasar? Yo qué sé, una caída con fractura, un asalto que están tan de moda o me atropellan… no sé Salgo y nadie me contesta el “hasta mañana” porque para mis compañeros no existo Subo al colectivo Me siento y miro por la ventana, en el común, parezco sardina enlatada Nunca me puedo sentar, me empujan y hasta me han cortado con navaja la cartera para robarme ¡Sorpresa se llevaron porque en la billetera solamente llevo plata de antes de Alfonsín!  No vale nada La rabia que les debe dar Yo me río y sigo en mi mundo El coche se ha detenido por una manifestación de piqueteros Desvían el camino varias cuadras Cuando quiero acordar estoy lejos de casa y el chofer nos pide que bajemos Ya vienen a buscarnos otro coche La calle es hermosa Está llena de vidrieras con cosas antiguas Me detengo a mirar ¡Una tacita de porcelana me llama la atención! Es hermosa Tiene un cartel con el precio: $20 Entro al negocio para mirarla mejor y el hombre me mira con dulzura ¿Le gusta? Sí, me hace acordar a mi abuela Jugaba conmigo a tomar el té en una tacita como esta Llévela, está regalada, es alemana de antes de la guerra Ya no quedarán muchas de estas Pienso en los veinte pesos que escondí en mi corpiño y me produce una sensación de amor ¡La llevo! ¡Saco de entre mi ropa el dinero y le extiendo el billete! Mire esta, me dice y me muestra otra de color verde esmeralda ¡Es preciosa, pero no tengo más dinero! Se la regalo Usted se ve muy triste y yo ya estoy por cerrar definitivamente el negocio Mi mujer, después de cincuenta y cuatro años de casados falleció el mes pasado Un cáncer, sabe, sufrió mucho Se parecía mucho a usted ¡No le puedo aceptar! Yo soy una mujer decente ¿Y para qué quiero otra tacita? Soy sola Y yo, carraspea, tengo poco tiempo para seguir a mi esposa Todavía tiene un tiempo largo para vivir ¿Cómo se llama? Matilde Ferrari ¿Cuántos años tiene? Cuarenta y seis Vio que tiene muchos años para disfrutar de mi regalo Llévela, pensaré en las buenas manos en donde está ¡Gracias! Salgo con las dos porcelanas envueltas en papel de seda y es casi de noche Tomaré un taxi, aunque es caro pero ayer me pagaron horas extras y el premio, me lo merezco El chofer me mira sorprendido cuando le doy la dirección, es lejos de acá, ¿está segura? Sí lléveme tengo en otro lugar oculto plata para pagarle La casa está oscura y parece triste, un mausoleo, pero entrego el billete y me bajo Entro y prendo varias luces, estoy muy loca. Me despojo del abrigo y me saco los zapatos Uso las zapatillas de papá y me dejo caer en el sillón para desatar el envoltorio con las tacitas ¡Son hermosas! Las ubico sobre el mueble de roble del comedor de los abuelos Allí están todas las cosas de ellos y de mis padres, hasta los regalos de casamiento de 1960 y están sin uso porque ellos no recibían a nadie Apenas miro con detenimiento el mueble y veo varios pocillos de porcelana china y japonesa Hay como siete diferentes ¡Son tan lindos! Acomodo las nuevas de manera de verlas y me gusta, me siento alegre, canto y bailo sola abrazada a mí misma Parezco loca Me voy a dormir, mañana tengo que ir temprano a trabajar Llueve y en las glicinas los nidos se mojan Las sábanas están heladas y húmedas, voy a ventilar abriendo las ventanas pero no los postigos Tengo miedo que entre alguien Sueño con tacitas de porcelana de mil colores Me despierto y desayuno mirándolas en el mueble Iré a buscar otras por ahí cuando salga del trabajo Le pregunto a mi compañera de escritorio si conoce algún lugar donde vendan pocillos antiguos Me mira extrañada Sí, en calle Leónidas Paredes y Pringles. Ahí hay una compra venta que tiene de todo y es barato Yo ahorraré en la comida: el lunes arroz blanco, el martes fideos con aceite, el miércoles polenta con margarina, el jueves garbanzos con perejil, el viernes… zapallo hervido, el sábado sopa de cebolla y el domingo menudos de pollo hervidos con sal y tomate No gastaré ni en carne, ni en pescado, ni en pollo, ni en fruta Me gusta la fruta y es necesaria, comeré media naranja por día Así podré comprar más pocillos de porcelana No me cortaré más el cabello con el peluquero de papá, me lo cortaré yo o me lo dejaré largo Usaré menos luz, menos gas y nada de chucherías ¡Quedan tan lindas en todos los muebles, la mesa, el piso, el tocador! Tengo trecientas cincuenta tacitas de porcelana: inglesas, japonesas, chinas, alemanas, españolas, húngaras, rusas ¡Perdí la cuenta! Bajé de peso, tengo tos y me caigo seguido, los huesos están frágiles, pero en lugar de ir a los médicos, me compro pocillos de porcelana ¡Siento frío y me duele el pecho! Mamá, papá, abuelos… ¿Cuándo llegaron? Miren qué linda colección de tacitas de porcelana que tengo. Siento mucho frío, me siento volar en el aire, me estoy muriendo ¿verdad?    




EL CAFÉ LITERARIO EN "CASA TOMADA" MENDOZA, ARGENTINA

 ESTA REVISTA LITERARIA DONDE FUI INVITADA A PARTICIPAR CON UN TRABAJO.
 EN CASA TOMADA, UN GRUPO DE ESCRITORES LEYENDO Y HACIENDO TERTULIA LITERARIA.
UN CORO EN CASA TOMADA, NOS INVITA A SOÑAR CON LETRAS ESCRITAS POR AUTORES MENDOCINOS, MUSICALIZADA POR ARTISTAS DEL MEDIO. ENTRE POEMA Y CUENTO ESCUCHAMOS BELLAS CANCIONES.

CUENTOS PARA CHICOS Y GRANDES, DE FÚTBOL.


Le decían el “Chueco”. Tenía las piernas como paréntesis. Pero era un guapo que trabajaba de sol a sol. Era amigo de un compañero del colegio que no sabía lo pobre que se podía ser, hasta que una tarde lo acompañó a la piecita donde vivía con la abuela. La madre lo había abandonado cuando nació. Y el padre… ni lo conoció. Era patético, su colchón en el piso, unos cajones de fruta de mesa y de sillas, pero… en un rincón todos los trofeos del abuelo. Sí, su abuelo había sido un centro fobal, como decía la abuela, de primera. El pibe llegó a su casa con los ojos rojos de llorar. La madre, maestra y el padre médico, no entendían nada. ¿Qué te han hecho? Y él, les contó cómo había sufrido viendo a su amigo acariciar los trofeos y preseas del abuelo. Fotos a color, revistas El Gráfico con las hojas amarillas de tanto manosearlas, diarios con fotos del abuelo con el pie en el balón y una copa en la mano. Y ahora sin nada, sin cama, sin zapatillas de marca, sin madre ni padre. El chueco, era un niño bueno, era su amigo y no sabía cómo tratarlo después de ver cómo vivía.
El padre lo escuchó asombrado y con pudor, le ofreció ayudarlo. Pero ¿Cómo? Vamos a charlar con la maestra. Ella nos dirá qué podemos hacer. Allá fueron y sí, la profesora de gimnasia les comentó: -Chueco o mejor dicho Jorgito, es un as con la pelota. Es un niño que con un buen entrenamiento y comiendo una dieta adecuada, puede llegar muy lejos. Y los padres de todos los alumnos de curso se pusieron de acuerdo, sin que él y su abuela supieran que lo ayudarían. Así, un día llegó una chata con una cama flamante, mesas de luz, sillas y mesa para la cocina, que compraron en el centro comercial y ropa. Luego llegó el pedido del almacén de don Tulio y carne fresca y pollo y verduras. Con toda la ayuda, a la abuela le parecía que llegaba navidad, pero temía que se terminara pronto. Pero no. Siguió hasta que llegó el verano y pasaron de grado y el Chueco creció y se hizo fuerte y lo contrataron en Banfield y llegó a ser un crack. Nunca supo que su amigo, el petiso Martínez, era el promotor de su suerte. Hasta que un día, lo encontró en la calle y sintió un fuerte deseo de abrazarlo. Y la gente los miraba. Uno alto, fuerte y chueco y el otro delgado, pálido y compuesto. ¡Claro, el petiso Martínez se recibió de médico y el Chueco de As del fútbol local!


CUENTOS PARA CHICOS Y GRANDES; DE FÚTBOL.


Mi padre era de esos hombres del siglo pasado que tenía cada día organizado minuciosamente. Se levantaba temprano y salía a cumplir con sus tareas de bancos, oficinas y luego al regresar entraba al consultorio que estaba en el frente de la casa y se vestía como lo que era un odontólogo impecable.
Tenía los turnos escritos en un carnet y como sus clientes lo conocían y sabían que nunca los hacía esperar, llegaban a horario.
Cuando abría la puerta que separaba la sala de espera al espacio donde brillaba su equipo, comenzaba la danza. Había clientes valientes, otros miedosos y otros aterrorizados. Tengo que aceptar que en esa época el ruido del torno era horrible. Yo odiaba cuando papá nos hacía entrar para revisarnos. Temblaba.
Todo era normal durante la semana, pero cuando llegaba el domingo…mi padre se transformaba. Lo primero nos llevaba a misa de la mañana o a las diez o a las once, luego nos sentaba a comer los “tallarines” caseros que amasaba mamá con tuco de pollo casero también que religiosamente nos regalaba nuestra abuela paterna los sábados y luego sentado junto a la “radio” de madera lustrada con diales de baquelita, comenzaba el:” Partido”.
Había que hacer silencio. Nosotras tres hijas mujeres y mamá, a leer o a bordar cerca de él, en silencio. Yo, me abstraía y volaba con mis libros de cuentos de la colección “Robin Hood” y mi hermana mayor dibujaba con tinta china y plumín cucharita, en papel bellísimos trazos de flores y paisajes. Mi hermana del medio, era la más rebelde, recortaba de la revista “Para Ti” fotos de artistas de cine.
Papá se transformaba. Se paraba, se sentaba, bufaba, según fuera lo que relataba el locutor. El grito de Goooolllll solía asustarnos un poco. ¡Nunca lo escuché, eso sí, decir una mala palabra! Pero a veces cuando el partido era peliagudo y ganaba su equipo favorito, se paraba y abrazaba a mi mamá y nos daba un beso a nosotras, que no entendíamos nada.
Una vez, me llevó a la cancha. Era en el parque General San Martín; el club Gimnasia y Esgrima, y me sentó en un asiento que llevaba su nombre y apellido. Miró un partido de los chicos que recién empezaban a patear el balón. Yo me distraía y él, pobre, trataba que me interesara lo que pasaba. ¡Dios no le dio un hijo varón y yo ni entendía ni me gustaba ver a ese montón de muchachitos peleando detrás de una pelota! ¡Pobre papá!
Salió dándome la mano y eso me gustó tanto que le pedí que me llevara cuando quisiera. No pudo ser muy seguido, pues él, era un profesional muy requerido.
Pasó el tiempo y cuando justo apareció la Televisión en blanco y negro, se enfermó y al poco tiempo falleció.
Lo lloraron su amigos, sus clientes y nosotros quedamos desoladas y sin tener casi sin qué comer. Mamá hizo malabarismos para terminar de educarnos y criarnos y el sábado, aunque no nos gustara el fútbol, mamá se sentaba junto al aparato de televisión y miraba un partido en su nombre. ¡Nunca me voy a olvidar cuando llegó el televisor a color para el Mundial de 78!  Por primera vez, nos sentamos todas y lloramos la ausencia de papá, ¿Él estaría entre esa multitud ruidosa mirando un partido? ¡Vaya uno a saber!




DEL LIBRO "TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO"


EL AMOR INCREÍBLE

           Solange no se llama Solange. Se llama Rosa María. Nació pobre, pero hermosa. La madre la preparó para ser una mujer dominante y con poder.
 Así vivió desde pequeña. Cuando cumplió la edad de presumir, la mandó a casa de una tía lejana, muy adinerada, de la capital.
            Luego, esa pariente la refinó, le enseñó inglés y francés y la presentó en sociedad. Pasó a ser la muchacha más amada y odiada del ambiente. Los jóvenes se acercaban para conquistarla, apenas la veían. Las otras jóvenes de élite no podían competir con ella.

            Bella, la mujer descendió del avión. Sus largas y bellas piernas se contorneaban sobre la alfombra roja y los tacones de aguja, hacían piruetas para evitar una caída sobre el breve camino. La brisa insufrible batía el ala del sombrero que sostenía con gracia entre sus dedos finísimos de uñas esmaltadas. La envolvía un velo de gasa que cubría el pantalón de seda tai. Sin un gesto que mostrara, de modo alguno, el disgusto que le producía ese vientecillo que le quitaba exquisitez, siguió recorriendo el corto espacio que la separaba de la sala VIP.
Era una reina. Era Solange que llegaba para encontrarse con el marido. Él había concretado ya, unos días antes los negocios, por los que ingresaban miles de dólares en sus cuentas bancarias.
            Un apuesto guardaespaldas traía consigo el abrigo, su bolso de mano y los documentos. Nunca hacía trámites de inmigración. Siempre tenía al secretario o al custodio de turno, para que le prestara asistencia. Tomaba un refresco o café según, el clima del lugar y la hora en la que la atrapaba el viaje.
 Un coche esperaba para entrar en la ciudad donde se alojaría por unos días. Su amado Gastón, la aguardaba en el hall del hotel que había elegido. Siempre optaba por una suite cinco estrellas.
            Los vidrios polarizados, no le permitieron ver que atravesaba una zona mísera y vulgar. Luego de varios minutos de carretera, ingresaron en un parador. Esta vez no era muy lujoso, sino una especie de cabaña cerca de un lago artificial. Enormes árboles de roble, pinos y sauces, se mecían entre los cerros que armaban una corona vegetal, protegiéndolos de la vista de extraños. Bien ambientado, el pequeño refugio, semejaba una cabaña del Tirol. Pero estaba en Sudamérica y en el país.
            Solange abrazó del cuello a Gastón, quien pudo sostenerla sin antes quejarse de su excesiva demostración de afecto. Frente al personal de servicio era inapropiado. En silencio, se compuso y le expresó que extrañaba su presencia ya que, después de la ausencia, había tenido varios compromisos que le produjeron angustia y el psiquiatra le había aconsejado el encuentro en ese rincón. Gastón sonrió y le hizo un mimo extra. Al retirarse el guardaespaldas, la tomó en brazos y la llevó hasta un sillón junto a la chimenea y fue sacándole la ropa. El cuerpo estilizado y frágil, de piel clarísima, quedó de un ampuloso color rojizo frente al crepitar del fuego. Con el ardiente solaz del amor se durmieron abrazados.
            Breves paseos por los alrededores le hicieron disfrutar un clima inesperado. Fresco, pero con un sol radiante, el aire le dejaba la tez seca. Para Solange, según su estilista, era malísimo, por lo que Gastón, contrató a un grupo de masajistas y personal especializado en cuidar a su mujercita.  Llegaron con un gran bullicio y alegría, pero pronto el celoso mutismo de Solange los hizo aquietar.
            Cada mañana se bañaban en la piscina de agua termal, más tarde venía un desayuno preparado por la dietista y una larga caminata, que dejaba a la pareja predispuesta al diálogo. Así comenzaron algunas discusiones propias de un matrimonio que tiene poco para hacer y mucho para disfrutar.
Gastón sentado en la terraza, que se extendía frente al lago, permanecía ratos en silencio. Hablaba por celular cuando su mujer estaba distraída. Luego, inventaba alguna excusa y salía en el Porche rumbo al pequeño poblado con minúsculos pretextos. Siempre volvía con un regalo, chucherías, ya que el lugar era bastante olvidado y apático.
Solange sentía que algo andaba mal. Llegó una nueva terapeuta y sus masajes fueron originales. Llenaba la bañera de mosto o vino blanco y tinto. Le hacía permanecer media hora inmersa en esa pasta viscosa.
 Después, con las manos enguantadas en fino látex, comenzaba a masajear desde los dedos de los pies hasta la cabeza y se detenía en el cuello. Con suaves movimientos y presiones hacía su tarea. Agregaba una charla amable sobre temas que despejaban la mente de Solange.
 Al tercer día, la hermosa Solange, comenzó a sentir mareos. Cada tarde un sopor doloroso le daba espasmos en piernas y brazos. Perdió el apetito y al ingerir alimentos sentía nauseas. Al quinto día, tenía una visión deficiente y se mareaba. Gastón preocupado le sugirió ir al pueblito por un médico. Solange se negó y prefirió que el galeno se acercara al hotel.
Llegó un hombre mayor, con signos de ser alcohólico y cuya traza impactó negativamente en la enferma. Lo despidieron sin más y decidieron completar los días que quedaban de descanso, pero hicieron regresar a la capital a todos los empleados contratados. Sólo quedó la terapeuta, por las dudas que Solange no se sintiera bien. Así, cada día, cuando salía de su baño de vino y mosto, su cuerpo estaba más y más dolorido y su mente confusa.
            Tan mal la veía el joven guardaespaldas, que comenzó a preocuparse. Trató de hablar con Gastón quien, sonriendo agradecido, le explicó que debía ser por algún alimento que había consumido en mal estado; o por el clima. Débil, la muchacha, ponía mucho empeño en hacer de la estadía algo agradable y feliz. Cada vez se sentía peor.                    
Una mañana, al séptimo día, al tratar de erguirse de su lecho, cayó sin conocimiento. La mujer que la vestía y le hacía masajes, la levantó en vilo y la trasladó a la terraza. Allí el aire puro y el sol, le dieron un poco de fuerza, Solange pidió el teléfono y por primera vez en años, habló con su anciana mamá. Ésta sorprendida, al escuchar la voz casi imperceptible de la hija, se desesperó. ¡Su reina estaba enferma!
   Hablaron mucho. Hablaron todo. Casi fue un encuentro de hermanas. La madre le pidió que observara cuanto ocurría a su alrededor. Le sugirió que su esposo podía estar haciendo algo dañino. Solange rió a carcajadas. ¡Gastón la adoraba!
Hacía unos días, le había regalado un auto flamante de marca afamada, había tomado dos seguros altísimos, para cubrirla ante cualquier contingencia, que le permitirían vivir siempre como lo que era, una reina.
Si llegaba a sucederle algo, Gastón, también cobraría una pequeña fortuna. Y además había invertido, para ella, en dos cuadros de un pintor llamado Kandinsky, famoso en New York.
A su joyero ya no tenía nada interesante para comprarle y hasta había ido a Italia, para que adquiriera la indumentaria de invierno en Módena, a un nuevo creativo que hacía furor en París en el mundillo de la moda.
La madre quedó en silencio y le recomendó que se cuidara. Ambas dijeron todo el amor que guardaban y Solange se despidió, prometiéndole que, cuando regresara a la capital, la buscaría para compartir un viaje a Madrid.
            Esa tarde, después del baño de mosto y vino, sintió un ardor enorme que le penetraba la piel, se desmayó y entró en coma. Tenía los labios de suave color morado, los ojos de tono rojizo. La piel verdosa le daba el aspecto de un fantasma. A las dieciocho y treinta, tuvo un estertor y su corazón se detuvo.
            Gastón le entregó a la mujer de los masajes, un cheque por doscientos mil euros y dispuso que la llevaran incinerada a la capital.
 Los restos de vino y el mosto en la bañera, fueron limpiados escrupulosamente por la masajista.







DEL LIBRO"TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO"

 TANGUERO POR ELECCIÓN.

            El campo se pintarrajeaba de luz a esa hora en qué los pájaros dispersan los insectos. El griterío de ranas y sapos despertaba a los que se habían atrevido a romper con los relojes naturales del sueño. El mate pasaba su peor momento, flaco de yerba y azúcar quemada unido a yuyos de aquí y de allá, saborizaba la tranquilidad de la garganta.
            Don Elías se acomodó el cinto, allí escondido tenía un viejo revólver que no tocaba sino para pavonearse en caso de emergencia. Un bolso donde apretaba el dinero para pagar a los cosechadores, soportaba el permanente pasaje de la vista aguda del patrón.
            Llegó a la finca la noche anterior. La cosecha magra por el granizo tempranero, dejó la mitad de la uva en el suelo. Algo de melesca y algunos racimos se habían salvado. El sesenta y cinco por ciento apenas, dijo el de la cooperativa. Sí, era cierto, pero a los hombres había que pagarle igual.
            El tractor atropelló suavemente los perros que intentaban robar algo del fogón nocturno. Salieron ladrando sin problema. En la parrilla dormitaba, sobre las brasas, un asado que merecían los obreros. La Florita se acercó con una “sopaipilla” y le tendió una servilleta. El hombre tenía tiznada la frente. “Límpiese don Elías”. La pava, que se desmembraba sobre la hornalla, tenía hollín de varias cosechas. Algunos gallos juntaban ganas de cantar aún, y las gallinas picoteaban alrededor del dueño y la mujer.
         —¿Doctor, alguien sabe que usted vino anoche? ¿Y si se aparecen todos juntos, no habrá camorra? Anoche chuparon mucho. Era vino viejo, lo que queda, pero tontos no son. Ellos saben—. Sin esperar respuesta la Florita se levanta y se mete de lleno en la cocina.
         Don Elías sigue cebando mates suaves y lavados, pero con sabor a menta y cedrón. Comenzaba a amanecer. El rojo círculo entrelazaba su luz con los viñedos, que ralos ya, ponderaban el paisaje.
            El hombre había nacido en la tierra y por esfuerzo de su padre, tuvo que emigrar a la ciudad para ser abogado. Aún se regocija y estremece de placer al ver la finca. Harto de expedientes y códigos, añora su vida juvenil, cuando ayudaba entre hilera e hilera, atando o podando la vid. Simplemente colaboraba cuidando el agua, para que el gringo de la otra finca no se robara, de madrugada, ese oro imprescindible.
            Recordó las noches de luna, allí junto al zanjón, con la escopeta aperdigonada con sal. Evocó a su madre, esa extraña libanesa de ojos negros y profundas ojeras que, silenciosa, seguía viviendo como en otro mundo. Única mujer entre ocho hermanos, su madre era sumisa y sabia. El padre la casó con el paisano de Rivadavia. Y allá fue sin haberlo visto nunca. Obediente aceptó ese matrimonio, pasiva como toda mujer de aquella época. Siete hijos, había criado. Todos varones. Don Elías era el más pequeño. El hijo predilecto. Pero un día se fue a la eternidad, silenciosa como siempre.
            Rememorando estaba, cuando una sombra se proyectó tras él. Alcanzó a manotear la navaja que trataba de cortarle la yugular. Logró hacerle, por detrás del pecho, un profundo tajo que le abrió la carne. Su mano diestra cogió la hoja aunque se abrió una herida sangrante en la palma.
            El grito de Florita asustó al ladrón que trató de manotear el bolso con la paga de los cosechadores. Salió corriendo el bandido y en una moto se perdió entre los parrales hacia el norte con un vil acompañante que lo esperaba.
            Con el amasijo, la Florita tapó la herida y medio a la rastra llevó al apuñalado hasta el automóvil. Como pudo, el pobre don Elías manejó hasta el hospital Sícoli.  Al oír el bullicio de los que esperaban en la vereda ser atendidos, salieron corriendo los hombres y mujeres de la guardia. Rápido ingresó a cirugía. Un manchón de sangre regaba el corto espacio hacia la muerte.
            Recuperado, don Elías, descubrió que la existencia, demasiado corta, tenía un nuevo ventanal para sus sueños. ¡Siempre había querido cantar tangos! Ahora era su tiempo.
Así, con los sábados despierto a la música, en espacios sorprendentes, cantó tangos para amigos y desconocidos, que se sorprendían de su entonación y fuerza. Otra vida diferente se prendió en un farol de la esperanza en la esquina venturosa de una calle cualquiera de la ciudad.

Vocabulario

Melesca: cosecha de uva que queda en no más de dos o tres granos después de la cosecha grande.
Sopaipilla: torta frita, típica de Cuyo y otras regiones de América del Sur.

UNA MUÑECA PARA SUSI




            Pienso en mi infancia y recuerdo cuando veía a las compañeras cuyos padres estaban en muy buena posición económica y nosotros soñábamos con tener alguno de esos juguetes que tenían.
            La escuela, dicen, es niveladora social. Yo no lo creo. Había algunos chicos que llegaban en auto y otros caminaban cuadras y cuadras para llegar al edificio donde se cursaba la primaria.
            Mi papá era obrero en una chacra, mi mamá no sabía leer ni escribir y mi hermano, me llevaba de la mano por la banquina hasta el asfalto casi a la rastra, para entrar antes que sonara la campana. Nos colgaban del cuello las zapatillas. Antes de una cuadra nos lavábamos los pies en la acequia y nos calzábamos y así nos duraban más las zapatillas que de tan baratas, se desflecaban enseguida.
            Nacho, mi hermano era muy estudioso, traía una buena libreta y como papá apenas sabía firmar por las dudas nos daba una palmada en la cola por si acaso venía algo mal. ¡Que la Susi, te ayude cuando termine con el cuaderno! Y allá iba yo a recoger los huevos al gallinero, en pata, como para entrar con mis zapatillas. Estaba lleno el gallinero de caca de los bichos. Me picoteaban los pies y los tenía llenos de sangre, mamá me ponía un té de yuyos para sacarme el dolor, era amargo y de olor hediondo, pero me hacía bien porque enseguida se hacía una cascarita oscura.
            Me costaba mucho hacer las cuentas, Nacho me llevaba debajo de una higuera y con piedritas me hacía hacer las cuentas. Lo quería mucho al Nacho.
            Para cuando cumplí los nueve años, él ya salía de primaria y lo llamaron al papá y la directora le dijo que ella lo iba a inscribir en la secundaria del pueblo porque el alumno era ejemplar. ¡Pobre Nacho! Papá dijo NO. Él trabajará en la chacra y me ayudará y así termino la brillante carrera de mi hermano, plantando ajos con las manos llenas de ampollas y cosechando uva en vendimia para otros patrones.
            Un día la mamá me llevó al cementerio en micro. Cuando bajamos en una calle muy llena de negocios y autos, entró a comprar en una mercería unos hilos de coser y al salir, al ladito vi una muñeca.
            Era una muñeca hermosa, con vestido azul y cabello rubio. La boquita apenas abierta y las manitos sonrosadas. Me quedé dura, parada y sin respirar. Mamá me dio un tirón. ¡Vamos que cierran el cementerio! Y caminé mirando atrás. Me enamoré perdidamente de la muñeca.
            Regresamos tarde y papá y Nacho estaban preocupados, creyeron que nos habíamos perdido. Mi mamá llevaba en la mano bien apretado el monedero y un papel donde mi hermano le puso el número de los micros que teníamos que tomar.
            En la noche me levanté despacito y lo desperté a Nacho, para lo cual tuve que levantar la cortina que separaba nuestra cama de la de mis papás y la de él. Nuestra casa tenía una sola habitación separada con cortinas las camas de mis papás y las nuestras.
            Como un gato me acerqué a mi hermano: ¡Nacho! ¡Nachito, despertate!
            ¡Qué te pasa Susi? Y levantó la cabeza con dificultad, qué pasa. Hoy vi la muñeca más hermosa que nadie puede imaginarse. Estaba en la vidriera al lado de la mercería donde mamá compró. Tenés que ir a verla. ¡Hasta mañana Susi, tengo que ir a podar en lo de don Vásquez!
            Me deslicé y me acosté y soñé. Soñé que vestía y peinaba la muñeca. Soñé todos los días desde esa tarde. Y hablé hasta cansar a todos.
            Le pregunté a mi maestra cuánto podría costar esa muñeca. Ella me miró y sentí que muy adentro de ella sentía pena por mi pregunta. Debe ser cara, me dijo. Unos cuantos jornales de tu papá.
            Me fui callada a mirar como jugaban al elástico unas niñas de otro grado. ¿Cómo puedo hacer para ganar el jornal de mi papá? Cuando volví a casa, le pregunté a Nacho. Él se rió. Sos zonza vos. ¿Cómo vas a chanquear si no tenés edad ni para ir sola al centro?
            Me escondí en el gallinero y lloré y lloré hasta que me quedé dormida. Nacho me llevó en brazos a la cama y me dio un beso en la frente que recibí medio soñando.
            Una tarde Nacho desapareció. Mamá preocupada fue a los vecinos y preguntó si lo habían visto. Nadie dijo nada, si lo vieron subir al micro, pero no le contaron porque lo querían y papá le daría unos buenos azotes.
            Al anochecer lo vi. llegar por la calle de tierra con un bulto debajo del brazo. Parecía un linyera. Papá lo agarró apenas entró y le arrancó el fardito… ¡Era la muñeca!
            ¿Quién te ha dado esto? Yo la compré. ¡Mentira, la robaste! No, es para Susi…y yo junté plata. ¡Recién vino don Vásquez a decirme que era mi hijo el que había robado una muñeca en el negocio del centro! No te da vergüenza, que un hijo mío ande cuatrereando muñecas por ahí! ¿Dónde viste alguna vez que robara algo tu madre o yo? Papá perdone mi acción, pero dejé todo lo que gané haciendo changas y no alcanzaba. Vaya y devuelve la cosa esa. Y se viene conmigo a lo de don Vásquez a pedir disculpas al patrón. No, grité, yo quiero la muñeca. Y me cayó el rebenque de papá en la espalda. Por tu culpa tu hermano es un ladrón, vos también venís conmigo.
            No solo devolvimos la muñeca y pedimos perdón, sino que por muchos meses, mi hermano no pudo sentarse bien de los revenidazos que le dieron.
            Ahora con los años que tengo recuerdo la pesadilla que fue devolver la preciosa muñeca, pero mi hermano, siempre se ríe cuando cuenta que casi se va a la comisaría por robar una muñeca para Susi. 
             

RÍO ESCARLATA




Plantaré un ceibo que arrulle al río en su violencia roja

El lago se teñirá de granate con las flores cuando el viento azote

Entonces no será espejo, ni lago, ni río. Una ciénaga.

Agitaré un pañuelo en la orilla para llorar  la ausencia

Luego agitaré los vientos y las aguas. Los peces huirán sedientos de sol

Cuando esté todo hecho, recordaré el rostro del amor.

Un amor que nunca pudo ser ni fue. Las flores flotarán río abajo

Ruborizando el agua en remolinos. Rojos y escarlatas y encarnados.

Fuego perenne en el silencio del agua que galonea el ceibo.

Estaré parada, sola y recogiendo latidos, uno a uno, latidos

Que reconfortarán el silencio de la orilla del río.

BUENOS AIRES Y LOS GAUCHOS.

 SAN TELMO ES UN BARRIO ANTIGUO Y LLENO DE VIDA. EN CADA CAFÉ HAY SHOW DE TANGO Y RECUERDOS DE LOS VIEJOS TIEMPOS.
 EL GAUCHO ES EL HOMBRE DE A CABALLO QUE ATRAVESABA LA  PAMPA Y CREÍA QUE DIOS LO ACOMPAÑABA. ESTA FOTO ES DE UN GAUCHO EN EL ÚLTIMO ECLIPSE SOLAR EN MI PAÍS.
FOTOS DE ESTUDIOS A CARBONILLA  DE CARLOS GARDEL Y DE UNA FAMOSA CANTANTE DE TANGO QUE ILUSTRA LAS PAREDES DEL TORTONI.

BUENOS AIRES HUELE A TANGO


VARIACIÓN TANGUERA

Paraíso que llena mi mundo de promesas.
Espero domeñando la ausencia de tu amor.
Pasos silenciados de alas cantarinas.
¿Dónde escondo el perfume de mis sueños?
La sombra que atropella mis ansias de ternura 
socorren a quien me altera el dolor  de la ausencia.
Eco misterioso de cascada de vidrio.
Pasto enamorado de mis plantas desnudas.
Asesinato exacto de la sonrisa.
Venas que desparraman mi génesis celosa de vientre azucarado.
Encuentro entre las páginas del almanaque tu cuerpo majestoso...
La esperanza galopa en tu macho perdido como padrillo ajeno.
Marcaré en la carne de mármol atrevido
tu presencia y tus pasos guiaran mi destino.

Camino a la casona de piedra desgarbada
 con la umbrosa soledad de la memoria.
Tu cuerpo plateado,  piel morena, me penetra lo indómito.
La nada.
Caen en cascadas las nubes que anudas en la  tarde.
La doncella dormida con los pies descalzos enlaza la belleza.
El hombre solo mira el callejón sombrío.
Hay un silencio mitigando el bandoneón lluvioso de nostalgia.
Me miraste a los ojos y un aletear de risa me propuso un mañana...
 llámame con tu risa que vendré cantando.

PIEDRA




Alguna vez
Fui arcilla adorada por un dios de piedra.
Otra
Fui esculpida en oro blando como lluvia.
Fui fría tal una diosa agreste y taciturna.
Con olor a sombra y cascada en mi sonido.
Con sabor indefinido a magia verde.
Cuando el roce gélido sea agresivo,
mi piel pondrá el zumbido de citros y cascabeles de plata
en los oídos.
El gris me vestirá los pies descalzos
El pasado emitirá suspiros
Caminaré por la ruta misteriosa del olvido.
Mole de piedra, seré.
Alas de esmeralda crecerán luego
y volaré como un ave en la aurora.


CAFÉ TORTONI




Entré a un paraíso
Entré al Tortoni
En cada mesa presentí a un poeta.
¡Allí parece que “Manucho Mujica Lainez” escribe!
¡En aquella mesa está Borges!
No creo que ronden por acá tantos poetas.
Fantasmas que sonríen a mi paso…
¡Sueño con la poesía de la Storni,
Sólo sueño con una sinfonía de palabras bellas!
Tal vez el murmullo se eleva buscándolos a “ellos”.
Los poetas de entonces, los inolvidables,
Los genios que involucran la palabra a la vida callejera.
Al tiempo inexorable, que huye.
El Tortoni, se adormece a la madrugada
Y los espíritus vuelven a rodear las mesas
Y sobre el mármol de las viejas tablas
En un papel en blanco, con pluma cucharita y tinta,
Escriben sueños, tangos y las historias tristes
Del Buenos Aires antiguo y musical.
Entré como una espía. Entré al Tortoni.

CAFÉ TORTONI, BUENOS AIRES


LA ESTATUA EN LA VEREDA ES DE HORACIO FERRER. LA GENTE SE AGOLPA EN LA PUERTA PARA INGRESAR Y VER LOS CUADROS, FOTOS Y LIBROS QUE HAN DEJADO LOS ESCRITORES Y MÚSICOS DE TANGO FAMOSOS.
 ES EL CAFÉ NACIDO EN 1858 EN LA CIUDAD CON EL RÍO MÁS ANCHO Y MARRÓN DEL SUR DE AMÉRICA. ALLÍ SE JUNTABAN LOS POETAS MÁS RECONOCIDOS DE MI PATRIA: MARECHAL, BIOY CASARES, BORGES, NORAH LANGE, ALFOSINA STORNI Y MUCHOS QUE RONDAN COMO ÁNIMAS EN LA MEMORIA DE TODOS LOS POETAS.
 ACÁ SE SENTÓ A ESCRIBIR EL GRAN GARCÍA LORCA, LEOPOLDO LUGONES, ERNESTO SÁBATO ENTRE OTROS GRANDES. LOS VITREAUX SON FRANCESES Y SON CUIDADOS POR SU VALOR ESTÉTICO E HISTÓRICO.
EL MENÚ QUE TIENE UNA DE LAS FOTOS MÁS QUERIDAS DEL "TORTONI"

LA YARARÁ




El rancho estaba casi destruido por la tormenta. Hacía una semana que el fuego había quemado todo el ñandubayzal. Un rayo traicionero, carcomió el pajonal y el bicherío se desbandó por la tierra. Luego vino la lluvia, que como torrente llenó la tierra roja en un guadal de sangre y cenizas.
Victorino Agüero se arremangó para evitar que sus animales escaparan del corral. Era su único bien. La tierra con su fruto que crecía como la misma vida y los animales, pocos, que había logrado tener.
Los monos chillaban entre los pocos árboles chamuscados que habían quedado en pie.
¡Es lo habitual en la tierra colorada! El trabajo de atrapar cerca de la orilla los sábalos y peces que se quedaban en el sedal, a veces se prendían bichos que daban asco por el tufo que producían al estar entreverados vivos y muertos.
Había amarrado bien la canoa, única forma de salir del bañado. Escampó y él, fue con mucho cuidado a ver su espinel. Trajo dos peces dorados, lindos animales. Coleteaban cuando los sacó del río, pero necesitaba comer y recuperarse de tantos días de sufrir frío y hambre. Sólo comió algo de galleta seca y enmohecida que le quedaba entre los bártulos que se habían salvado del fuego y de la tormenta. Apareció el perro medio torrado y flaco como la orilla de la tapera. El “Truco” fiel compañero siempre regresaba después de las desgracias que les mandaba ese cielo que podía ser gloria o tormento.
Se sentó en un tocón en la abertura del rancho, la vieja puerta se había volado con el viento. Prendió un cigarro forzudo y echó humo a su tristeza de campesino olvidado.
Cuando se dormitó, el Truco se echó a su lado expectante. Regresaban primero las aves, los guacamayos y las cotorras. Después se oía el grito de los simios que peleaban por un lugar en ese desquicio que había dejado el incendio. Pero olfateaba que cerca había una yarará. La bicha se enroscaba como una mentira alrededor de una estaca y se quedaba quieta, esperando dar el salto y engullir al perro o al hombre.
El animal, esperó paciente que se despertara su amo. Al abrir los ojos se vio de frente con la bicha que lo oteaba como presa. ¡No me vas a verduguear! ¡Carajo! Se irguió y con destreza le tiró un palo, la yarará se escapó entre los yuyales que parecían crecer a ritmo enloquecido después de la lluvia.
Victorino conoce la costumbre de los animales. Prendió una tea y se fue derechito al gallinero y allí no sólo la vio a la entrometida, sino que se encontró una boa que se movía contorneándose con uno de sus corderos en las tripas. ¡Hija y puta! Le dio con la azada en medio del lomo y saltó con fuerza sobre su cuerpo nervioso y opulento. La yarará se enroscó y se prendió de la boa que cortada en dos seguía envolviendo al cordero. Ya estaba muerto y la sangre mojaba el cuerpo de la ladrona.
Con el fuego, le zampó una buena quemazón a los bichos. Se retorcieron sobre sus huesos como enredaderas de verano. Los cubrió con latas de kerosene y les prendió fuego. El olor volvió loco a los monos que aullaban de terror. Truco arrastró  a su amo que parecía enloquecido, lo garroneó para que se alejara.
Entró en el rancho, rebuscó entre el catre para ver si no había otro animal inesperado, pero se hubiera dado cuenta el perro y ladraría. Se recostó y junto a él, su amigo. Soñó con la casa de su madre, allá en la villa. Soñó con una vida mejor, pero sabía que al despertar sólo lo esperaría otra vez su triste vida. Allí, se escondía de los controles de la policía, después que atravesó con el facón al Emeterio Maidana en una bailanta de Oberá. No sabía que una yarará se deslizaba debajo de la cumbrera del rancho para vengar la muerte de su casal. Su perro agotado estaba dormido.


RAMÓN GARRIDO




            El despertar después de una tormenta no es grato. El hombre encogido por el chubasco, sacó una mano por una ventana que piadosa había quedado entera. No llovía. Había un sin fin de charcos y árboles caídos sobre la tierra empapada. El techo roto en ciertos lugares, parecían la garganta gigante de un ofidio. Vio enroscada una yarará en una de las cabreadas del techo. El gato, se había asilado en un rincón lejos del animal que glotón la miraba haciéndose la distraída.
            Sobre el fogón una suave luz, mitigaba la soledad. El carbón no se había mojado y un manotón de aire avivó el fuego. Puso un cacharro para calentar agua. El mate. ¿Dónde diablos quedó el mate? Sacó un viejo trabuco y le dio un tiro a la bicha. Que cayó como plomo sobre el piso de tierra. Más tarde se ocuparía.
            Salió despacio al patio o lo que él, llamaba patio. Un trozo de tierra sin las plantas que trepaban y se deslizaban como lagartijas por doquier. Ese era su rincón. A lo lejos se escuchaban algunos truenos. Era el despertar del cielo a una nueva tormenta quién sabe donde. Pensó en su canoa. ¿Se la habría llevado el río! El espinel que colgaba de un árbol, estaría aun a la orilla cambiante de ese bravo torrente marrón rojizo de agua que bajaba del norte.
            Caminó chapaleando en el cieno. La bombacha húmeda salpicada de barro le anunciaba el desastre. Sin embargo allí dada vuelta en boya estaba su canoa. Unos guacamayos ruidosos se espantaron de los árboles que estaban junto a esa parte del río. Todo era nuevo. Otra yarará se escabulló entre los enormes pastizales
            Peces muertos colgaban del espinel. Anclada la mirada en la bravura de la corriente le pareció que había un “alguien que lo veía”. ¡El mismito demonio, debe ser! Y corrió hacia el rancho. El agua ya estaba hirviendo. Encontró el mate y la bombilla entre varios trebejos. Sacó un poco de yerba y cebó con unos granos de azúcar de caña de campo. Sacó una galleta, que parecía masa muerta por el agua y el frío. Armó un cigarro con la fina hoja de tabaco y miel. Encendió con un tizón y chupó con rabia.
            ¡Mierda de tormenta que se lleva la vida toda de las orillas! Sintió un rumor de cañas rotas y ramas en la parte de afuera del rancho. Espió con temor. Un chancho salvaje merodeaba. Atrás vio el brillo de las pupilas de un jaguar. Gritaron los monos que se hamacaban en la arboleda. Sacó el facón y el machete. Pero llegó tarde. Ganó el jaguar. Entre las frondas dejó el rastro de sangre caliente del puerco.
            Regresó a la tapera, eso dejó el temporal. Una tapera. Trabajó todo el día. Dejó listo cada hueco que había dejado el chubasco. Comió un poco de carne asada a la llama y se tiró en el camastro. El gato se acurrucó en su cuerpo y se quedó dormido.
            Ramón Garrido, despertó acalambrado. Otro amanecer de furia. Esta vez humana. Entró un varón con el rostro contraído de ira. Quiso pelear con él, no pudo. Cayó sobre el piso de tierra con una herida fiera en la espalda, provocada por una zarpa de bestia. Lo subió como pudo a su espalda y lo llevó a la canoa. La dio vuelta y echó el cuerpo. Salió río abajo en busca de ayuda. Cuando llegó al pequeño puerto de la aldea cercana, lo auxilió un compadre.
            Lo dejó ahí. Regresó a la casa en medio de la selva. Él, no podía abandonar su tierra. Era su heredad y su vida. Ramón Garrido era un hombre de palabra. El mundo de los pueblerinos no le iba a quitar el sueño.





LA VIDA SIGUE




Esos picos de pájaros nocturnos que golpean mi piel y mis quimeras.
Un dios que me olvidó y que  sonríe lejano.
No le encuentro los latidos ni lágrimas a las rocas
Dormidas en su antiguo rostro de incienso. Y mirra.
Se aleja, no me mira y está quieto en un horizonte de palomas.
Palomas negras que aletean en los muros
Oscuros, cálidos golpeteos y murmullos de voces
Silenciosos suspiros que nadie oye. Ya nadie oye.
Las flores se marchitan, lloran las lloronas y fantasmas
que aparecen con la tarde y el duende de la noche.
Apártate. ¡OH, amiga o muerte amiga que me esperas!
Enemiga agorera con tus manos abiertas, con sonrisas proféticas.
Me esperas y me espías para hacerte de mi
De mi ingrávido cuerpo de mujer soñadora y poeta.
Yo vuelo. Vuelo hacia el poniente tan lejos como puedo
Escapo por los campos de la vida preñados de simientes.
Esperando un territorio de amapolas azules y un mar
de caracolas y de espumas y gaviotas. Me escapo.
Tendrás que esperarme un tiempo aún amiga mía.
Hasta mañana, amiga muerte, tu fantasma no puede,
 no puede doblegarme.
El tiempo se detiene y me contempla. ¡OH, tú, espérame dormida!
Mañana el sol estará en mis montañas y en mí alma la nieve.
El dolor de la partida.
Sigue la vida.





POEMA ECOLÓGICO


LA TIERRA GIME

Pasa el agua entre el cieno
Abandona el oro
La calma del fulgor se apaga.
Ya no es la misma tierra
Se ha desgarrado
Tiembla la muchedumbre con su vibrato
Muerte. Muerte han gritado.
Se abalanza el barro sobre las calles.
Los pájaros huyeron. Asedian los cuervos
Todo es espanto.
Se ha cobrado venganza por el maltrato.
Tierra no mueras aun.


HISTORIA DE UNA MUJER




¡La mesa está servida! Me enteré esta mañana de algo importante. Sí, si, te escucho. Me pueden interrumpir, por supuesto. ¡Ah, es que vino Martín esta noche! No sabía que había vuelto. ¿Cómo le fue en el viaje, ganó el torneo? Me imagino lo felices que estarán sus padres. Y vos, claro. No, servite tranquilo viejo, hay más. Hoy hice un puchero grande y guardé una parte en el congelador para después. También cociné estofado para varios días y amasé fideos y lasaña de carne y verdura. ¿Te gusta el pastel de papas? Ya dejé para por lo menos un mes y medio en el freezer. No, no lloro. Y bueno, si estoy llorando un poco… por todo lo que ustedes han logrado en estos años, y vos viejo, tu ascenso en la fábrica y Jorgelina en la facultad que le falta tan sólo la tesina.
Lloro por todo lo que Leopoldo ha ganado en estos años en la empresa y que yo no he podido ni siquiera ir a conocer Mar del Plata, ni pude ir a ver el ballet o salir a bailar a un “boliche” y porque nunca terminé besando a un hombre como Delon o Bratt Pitt o La Port, lloro por las joyas que miré mil veces en las vidrieras y no pude comprar, o en los viajes que soñé hacer a oriente o a Europa. Lloro, sí, ¿y qué? ¿Acaso no tengo derecho a llorar por el futuro? Ya lloré mucho en el pasado. ¡Por favor no atiendas el timbre que suena! Debe ser el tintorero que trae el vestido azul que mandé a limpiar, ese que te gustaba tanto cuando nos pusimos de novios. Pronto, seguro lo voy a usar.
¡Gracias por darme tu pañuelo! ¡OH, está roto, traeme el costurero Jorgelina, así lo remiendo! ¿Este es el pañuelo de tu papá? Está gastado. Sí, yo también más que gastada estoy rota. Hoy me llamaron del laboratorio y me dijo la secretaria que… me estoy muriendo, la biopsia dice: “Cáncer terminal” en el útero,  con metástasis en hígado. Por eso he hecho las cosas para ustedes. Viejo, por favor, pasame la sal. ¡Gracias!

DEL LIBRO "DE TRENES Y OTRAS HISTORIAS"


HERMANAS

            Cuando el ferrocarril, dejó a la joven embarazada en el andén, el abuelo la estaba esperando con una pobre calesa vieja. Escondida por su preñez, Lisia no dijo nada. Al mes, un mal parto le quitó la vida. El anciano no quiso llamar un médico y la pobre mujer que ayudó en la parición, no logró sacarla adelante. Las niñas quedaron sin madre y con un padre desconocido.
            Adela y Marina nacieron sanas. Hermanas mellizas, no gemelas. Una morena, la otra pelirroja. Una dulce de carácter y la otra obsesiva e insidiosa.
            Crecieron discutiendo cada pequeña participación escolar o familiar. Se hicieron mujeres y al verlas así, nadie se acercaba buscando amistad o amor. Sólo las unía el amor de su abuelo, anciano sereno pero extremadamente avaro. Ellas perdieron a sus padres siendo pequeñas y las cuidó, pero con muchas carencias. Eso hizo que fueran perdiendo el brillo de la juventud y olvidaran la risa. Cada una tenía una tarea para realizar. El anciano, envejecía y siempre en la noche, se escondía en su pequeño taller de relojería. Era pulcro y meticuloso con ese arte de armar relojes manualmente. Sus pequeñas herramientas parecían de juguete.
            Una mañana, luego de otra discusión muy fuerte, no escucharon la queja del viejo. Vieron luz bajo la puerta del taller. Asustadas, no se dieron ánimo para entrar. Se empujaban con palabras de aliento y promesas.
            Llamaron a un vecino que la rompió y encontró al hombre helado y sin el color de los vivos. Lloraron un para de días. Lo llevaron junto a su abuela y a sus padres.
            Un tiempo de serenidad, sin discusiones, unió a las mellizas, pero… cuando comenzaron el aseo del taller, algo les atrajo el espíritu inquieto. La mesita que servía de escritorio y espacio donde tenía sus elementos de trabajo, pesaba demasiado.
            Buscaron en sendos cajones, rebuscaron debajo de la tapa, pero sorpresivamente, Adela descubrió que en las anchas patas del mismo, había un sin fin de monedas. Eran de oro.
            Marina vociferó, quería todo para sobrevivir a esa mala vida que les obligó el relojero. ¡Su abuelo era tan avaro como ella! La pelea fue terrible. Empujó a su hermana y ésta, cayó sobre un borde de metal golpeándose tan fuerte que murió casi al instante.
            La amargada muchacha, cosió en la capa invernal de su abuelo, cada una de las monedas de oro y decidió huir. Iba por el camino arrastrando el borde, así se fueron cayendo los círculos dorados como  si una lluvia se deslizara por la calle. A medida que caminaba y caminaba, una larga alfombra de oro se pegaba en el barro bajo la lluvia.
            Dicen que cada año, para la época de marzo, aparece la capa de harapos dejando una estela de monedas de oro, que el pueblo entero, espera para recoger. 




CUENTO DEL LIBRO "DE TRENES Y OTRAS HISTORIAS"


UN REGRESO INESPERADO.

El automóvil se desplazó con urgencia sobre el pavimento caliente. Desde la butaca se veía hacia el frente un lago brillante que devenía en gris concreto, a pesar del sueño irreal que se proyectaba adelante. Era la temperatura sofocante del verano. Todo se transformó en un fantasma que jugueteaba en el páramo, con el sol que caía a plomo. ¿Así sería el desierto? Imaginó ser abandonado en el yermo más seco del mundo. En Atacama. Recordó un programa de National Geographic Channel, que había visto hacía un año en televisión. Algo extraordinario ocurrió en aquella época. Llovió. Llovió sobre el desierto, abundante agua, y el Atacama en pocas horas, como un milagro esperado, se cubrió de flores y plantas que emergieron rotundas de la tierra arisca. También habían salido a la superficie sapos, ranas y lagartijas, que rápidamente se aparearon para perpetuar las especies; insectos que llenaron las inusitadas corolas para polemizar los vegetales despiertos por el breve tiempo húmedo. Mucho polen y rocío se esparció por el aire. Toda clase de animalitos se dedicarían a multiplicarse; a transformar, en pocas horas, ese desierto inhóspito en un paisaje inusitado. Su mente dejó de vagar por aquel recuerdo inútil, ya que él, regresaba a un lugar habitado Cerró los ojos y pensó que así encontraría su pueblo. Dormitó. El calor se mitigó cuando Daniel, mientras manejaba, elevó el cristal de la ventanilla y comenzó a funcionar el aire acondicionado. El chofer murmuró un ininteligible insulto. Su afición al tabaco lo torturaba desde siempre y ese viaje era una más de las torturas que debía soportar.
Rogó que lloviera como en aquel programa de su recuerdo. Una densa lluvia calmaría el disgusto de su compañero y su ansiedad.
            Si cambiara ese paisaje espantoso, el viaje no sería lo que era. Algo penoso. Se secó el sudor con un pañuelo de papel. Quería arribar. En realidad no. Prefería no volver a su pueblo. Recordó cuando salió de Casas Viejas. Casi huyó. Era sofocante el recuerdo de esa pequeña aldea donde quien respiraba, debía hacerlo al ritmo de las otras 789 personas que lo habitaban. Se había apasionado con un amor prohibido. Una mujer que no podía responder a su pasión. Era casada. Nadie debía sospechar que era el único horizonte de su locura. No podía exponerla y exponerse al oprobio. Muerte social. Huyó en un tren de un ferrocarril que ya no existía. Así huyó.
            De regreso ahora, el corazón escapaba por las venas que palpitaban como potros salvajes. El llamado urgente de tía Lourdes, no le permitió excusas. Allí iba muerto de angustia. Lleno de ira.
            Había triunfado en la selva de la gran ciudad. Su música logró penetrar en un público inestable y cambiante. Vendiendo cientos de discos y teniendo muchos contratos firmados. No podía desprenderse de ellos.
            Observó a la vera del camino un caserón que no recordaba. No existía cuando vivió allí. Era un desperdicio una casa estilo francés, con unos jardines, que se destacaban entre el enrejado, parecido a los de Versalles. Era un objeto exótico, que distraía el entorno. Innecesario. No, no estaba cuando huyó de Casas Viejas. La curiosidad lo hizo despertar. Se ubicó en el asiento atento al paisaje. Nada nuevo hubo desde allí en adelante, pero el aguijón de la duda lo espoleó. Al fin arribaron. La casa estaba igual. Descascarada la fachada, la puerta crujiente como siempre, roto el llamador de bronce y el jardín recordaba épocas de humedad y cuidado.
            Tía Lourdes, con paso cansado, los recibió con gesto adusto.
            -Mira tu padre murió ayer y lo cremamos esta mañana. Relató detalles como si fuese el final de un partido de fútbol, sin emoción.
            -También murió Juvenal, ¿te acuerdas a quién me refiero? Fue un accidente inverosímil, que se vivió en este pueblo tan pequeño como una osadía del destino. Dejó dos familias rotas.
Se quedó en silencio, mitigado por alguna lágrima que se deslizó por la memoria de la anciana. También pensó en las vidas rotas, la del sobrino y la de la mujer.
            -La tuya y la de ella se descalabraron. Ahora vive en una maravillosa casa en las afueras. Dicen, que Juvenal, el difunto esposo, compró parte por parte, de la casa, en Francia. ¿No la vieron al pasar?
 Había soslayado el tema escabroso. Nombró a la única, como si todos conocían el pasado escondido.
- Ahora, dijo carraspeando, puedes ir a darle las condolencias Es la viuda más joven, hermosa, rica y codiciada de Casas Viejas. Corre antes que alguien se te adelante.
      Agitada, parloteó con Daniel un rato. Lourdes señalaba la calle por donde tuvo deseos de correr. Necesitaba que se quedara callada. Quiso gritar. Ese día o el anterior, su padre se había despedido de la vida. Como siempre sin dejar huella. Huyó como él, pero al otro mundo.
            Se instalaron con Daniel, amigo y chofer de confianza. Trataron de amoldarse a las rutinas de la tía solterona, que ya contaba setenta y ocho almanaques. Los siete gatos merodeaban por todos lados y tres perros, les ladraban ante el más mínimo movimiento, eran los únicos habitantes visibles de la casa.
            Se durmieron agotados. La noche fue una dolorosa danza de silencio que les dio un relámpago de paz. Al amanecer, con el bullicio de los pájaros, despertaron. Debía terminar con los trámites burocráticos. Era el único heredero y no podía dejar sola a su tía.        
             Salieron con la esperanza de acabar rápido y poder regresar a la capital. Atravesar las calles fue un suplicio. Le llegaban abrazos de dudosa condolencia, pedidos de autógrafos y amigos que no conocía, que le hacían mil invitaciones. Debía mostrarse triste y compungido. Hasta llegar a la oficina del municipio, la tortura se fue incrementando. Indudablemente era un personaje exitoso y todos querían tener contacto con él.
            Cuando ingresaron al pequeño recinto, el corazón le dio un salto. Allí con un jean y una remera negra escotada, estaba ella. El cabello suelto sobre la espalda cubría parte de su cintura. Estaba más delgada. La mujer se volvió para mirarlo y recorrió su piel, con la minuciosa libertad de una muchacha a la que le sobraba tiempo. Se acercó resuelta, y dándole un sonoro beso en la mejilla, se abrazó llorando sobre su pecho varonil. Nunca sabría si por Juvenal recién muerto, por la muerte de su padre o por el amor que habían vivido en secreto. Daniel, se evaporó. Los oficinistas salieron del lugar dejándolos solos.   Sin pudor Analía, le suplicó que la sacara del pueblo. Quería irse con él. Con asombro, Gastón, sintió que ya no la amaba y separándola de su pecho la contempló un instante y la alejó de sí, sin decir palabras.  Ella, llorando, salió y corrió por la calle perdiéndose a la mirada de los transeúntes. El, continuó llenando los papeles que se movían jugueteando sobre el escritorio con el aire de un viejo ventilador de techo que rezongaba desde temprano en la sala.