martes, 31 de marzo de 2020

FEMICIDIO




Como si te escaparas de mi mundo apretando en la garganta una isla de musgo y orquídeas de almíbar, me quedé mirando por la puerta que se cerró con estridencia.
No podía creer que te ibas de nuestro nido, ese que tanto nos costó armar. Tu lucha en la oficina, mi tarea interminable en la cocina, creando alimento para tantos parroquianos que mandabas. Y ¿Qué pasó? Conociste a esa “fulana”, que te envolvió en sus arrullos de cuervo seductor. Te quedaste boquiabierto cuando se abrazó a tu cuello y empinada te dio un beso que te tocaba la campanilla… y caíste. Como un pobre tonto caíste en sus brazos. Te exigió que me dejaras. Te confundió hasta el momento que te entregó el arma.
Allí, perdiste la más bella de las realidades. Era un vampiro. Una maga de tiempo completo. Te arrancó un “Sí” y llegaste esa noche a casa despeinado, transpirado y con los ojos inyectados en sangre. Te paraste frente a mí, junto a la chimenea y disparaste.
Caí como era lógico, el arma era de guerra. Y ahora, luego que arrastraron mi cuerpo, que lavaron la sangre; me cubre muchos kilos de tierra y luego echaron alquitrán para taparme. Así escapaste de mi mundo real, de nuestro amor.
¡Espero que alguien pregunte por mi! Que indaguen y me encuentren. De noche abriré la tierra y caminaré por la casa para que ella se vaya y recuperarte. O por lo menos que paguen por mi muerte.



UNA ARAÑA EN SU ROPA




            Le gustaba leer en el baño. Llenaba de periódicos, revistas y libros el pequeño receptáculo llamado baño. La casa era grande, pero el otro, el enorme, tenía ducha, jacuzzi, placares para ropa blanca, un enorme espejo que espiaba al que lo usaba y acechaba cada minuto al ingenuo que se acomodaba en el inodoro. ¡Horrible ojo del escándalo para la intimidad!
            El otro, el pequeño, quedaba junto a un breve jardín poco frecuentado por la familia, sólo a veces, él, salía a fumar en escondidas un cigarrillo que apestaba el aire y lo delataba con la chismosa de la casa, Camila, la vieja niñera.
            Allí, en ese mundo tenía su pequeño reino. Gozaba de intimidad y leía a gusto, mientras despoblaba sus tripas sin vergüenza. ¡Nunca imaginó lo que ocurriría una tarde calurosa de verano! Entró al recinto como el rey de la comarca. Se desvistió colgando de la hermosa forma de bronce que servía de percha: pantalones, camisa y hasta se dio el gusto de sacarse zapatos y quedarse en calcetines y bajarse el calzoncillo hasta quedar casi desnudo. Éste, el blanco interior, se balanceaba entre sus pantorrillas que ya lucían bellas venitas azuladas. Era un objeto inmaculado. Tomó el diario del domingo y fue tranquilamente leyendo los artículos que no había aprovechado ese día con la familia en pleno de “pasta” de la abuela. Tardó como una hora y media, hacía rato que despojó de sus desechos.
            Cuando dejó el periódico y se agachó para lavarse…quedó estupefacto. Una enorme araña negra se balanceaba en su íntimo calzoncillo blanco. Tenía patas peludas y con sus ocho ojos, lo miraba ignorando el próximo movimiento que la dejaría fuera del sublime momento que vivía. ¡Pobre araña!
            Comenzó a gritar. ¡Camila, Rosalba, Julio! Nadie acudía y él, horrorizado, se imaginaba que el astuto arácnido, se acercaría a sus partes pudendas y le mordería ahí, justo en la piel más suave y tersa que tiene el hombre…su escroto o su pene que se iba achicando hasta casi desaparecer en su vientre. ¡Camila, Rosalba, Julio! Que alguien venga… o me muero. Y apareció la vieja, con ganas de matarlo. ¿Qué te pasa Humberto? Miró y se quedó con la boca abierta. ¡Ah, no, esa porquería no me va a dejar a mi muchacho enfermo! Y salió corriendo en busca de algo.
            El baño, parecía cada vez más pequeño, más lóbrego, más peligroso. Él, miraba como la horrorosa se movía lenta en la nívea prenda. ¡Ya vuelvo! Había dicho Camila que lo crió de niño. Y regresó con un palo. Y el miedo se agigantó. Me vas a pegar un palo. ¡Déjame a mí! Y con un mandoble de artista de circo arrancó el calzoncillo de los tobillos de Humberto. La araña rodó por el suelo envuelta en parte de la prenda, pretendiendo salvar su negra y peluda existencia. El golpe fue perfecto. La muerte rápida y la risa de Camila tronó en el baño que de pronto pareció Versalles.
            ¡Por fin la araña estaba inerte! Y Humberto sin su prenda interior, con calcetines a rayas de colores, parecía un huérfano en la calle de los barrios más pobres de Calcuta.

EN LA CÁRCEL



La Katia llora, se enoja, blasfema. Se lo dijo mil veces a “Tuco”. Nunca la escuchó.
            La casilla estaba lejos, pero ella tenía un planchado en lo de doña Rosaura y el changueaba en la dársena del híper. ¿Por qué carajo se metió con el Chivo?
            “El hijo e’ puta ese está en la pesada del Tomba, ¿no te da la calabaza para pensar, a vos?
            ¡Vino la cachetada, que sonó como el acordeón apolillado del abuelo!
            Es un güevón el Chivo, ya se me cruzó dos veces y me hizo una seña de… otro golpe y me dejó muda.
            Ahora lo enganchó la “yuta” con merca robada. Asaltaron un camión que venía del puerto de Chile, cargado con teles digitales. No sabían que entre los plásticos había heroína. Los chapó la gendarmería y adentro.
            La Katy se lo había dicho. Es de mal agüero salir un martes trece. El Chivo y el Tuco se tocaron los güevos antes de salir. Para colmos se olvidó sobre la cama el 38 y lo jodieron mal.
            Cuando fue a verlo a Almafuerte, la silla estaba como a dos metros. Le quitaron todo lo que le llevaba. La revisaron de atrás para adelante. La hija e’ puta le abrió el culo y la revisó, negra de mierda. ¡Como si ella fuera una reina!
            Cuando abrieron la puerta y entró el Tuco, estaba hecho un trapo. Golpeado, como un chico ausente. No hablaba. Lloró. La Katy también lloró. ¿Sabes, le dije, ayer soltaron al cabrón del Chivo? Es puntero del partido y lo vino a buscar el “López” ¡Ese otro hijo de p…, no llorés, cagón! Mirá cuando salgas, todos dicen que sos un héroe y, que te van a dar buenos laburos, así dijo el López cuando vino a la villa a preguntarme si vos los habías votado. Yo les dije que si, que los dos y él (caradura) me prometió que salías en dos o tres días.
            Esperá no te vayas, esto te mandan la Jenifer lo hizo en el jardín, porque fue el día del padre. Y esto te manda el “Pelusa” es la foto del gol del domingo.
            Bueno, que mierda, ni siquiera me decís una palabra.
            ¡Ah, que sentís pena! ¿Soledad? ¿Y yo que tengo que esperar ahora, una manifestación? ¡Si sos un boludo! Chau Tuco, tómatela, nos vemos la próxima visita.

Vocabulario: sociolecto de las clases sin educación de mi país.
Changueaba: trabajo sin protección estatal, momentáneo, que surge de acuerdo a las                           necesidades. Se paga en “negro” y es esporádico.
Tomba: equipo de Fútbol de ligas menores.
Yuta: policía o gendarmería.
Chapó: encontró, descubrió, agarró, tomó prisionero.
Güevos: testículos; entre la gente común signo de buena suerte.
Almafuerte: penitenciaría recién construida en medio de las montañas, alejada 50                            kilómetros de la ciudad.
Cabrón: mala persona, soplón, ingrato.
Laburos: trabajos.
Villa: asentamiento inestable de gente sin techo.
Boludo: tonto, lelo, ignorante

LAILA




Hoy está sentada frente a la ventana. Leila Alkelaibe no sabe que es Leila Alkelaibe. Mira tras los vidrios ¡Cuánto han florecido las glicinas! Las mira bajo la opaca visión del glaucoma. El lila es suave y opalescente. El perfume inunda la estancia. Todo es nacarado desde hace un tiempo. Su edad ha comenzado a desdibujar el tiempo y los relojes ya no sirven. Suenan las campanas. Ella no las oye. Regresa, cada vez que se despierta, a su lejana memoria.
Ahora tiene quince años y usa por primera vez tacones altos. Un vestido de gasa de seda blanca, flores en el cabello cobrizo que cae lloviendo en su espalda.
Y baila, baila el vals en brazos de jóvenes que sonríen y tratan de rodear su cintura. Ella los aparta con delicadeza. Busca al amor que tiembla en su corazón. Esa ensoñación de la edad temprana. Se ha dormido. Leila se ha alojado en el ayer. Hoy no existe en su mente. Y es su cumpleaños. No lo recuerda. Despierta y está allí parada con tan solo cinco años en el sótano de la casa de sus abuelos. La penitencia es por haber roto el jarrón chino antiguo. Leila llora. Se orina. Llama a su madre y nadie le contesta.
Una luz muy brillante le muestra el camino hacia el mañana.
Leila el día de su cumpleaños noventa y tres no se despierta. El reloj de pared se detiene con las últimas doce campanadas.


LA PESTE EN MI VIDA




                        El Cristo está en cada uno de los que atienden a los enfermos. N.N.

            ¡No tienes que salir de tu casa, te acecha la muerte! Mis hijos me apremian. Y yo como una oveja en el campo, regreso al redil.
            ¿Quién imaginaba, hijos, que estaría encerrada sin pecado en las paredes de mi casa, con mis libros y mis sueños? Cuando ayer soñaba con atravesar el océano hacia Europa y luego peregrinar a Tierra Santa y llegar a Medjugorje? Y, si, obedezco a la realidad y me recojo en esta maravilla que es la literatura.
            Mi ciudad, desértica y luchadora, con su oasis logrado por la fuerza del trabajo del hombre, se arrima a un acantilado sin mar, y nos azota un mal invisible que como dioses paganos nos atisba febril, buscando a quienes como yo, hemos atravesado muchos febreros y algunos amores.
            Hoy me planteo una oportunidad, resistir y volar con las palabras y los ángeles hacia las ventanas desde donde espiaré a mis amigos, que también están encerrados en sus mundo imperfectos y opresivos; y ¿si por casualidad me reencuentro con mi misma, con mi sombra y mis recuerdos? ¡No al caos, no al miedo!
            Ahí afuera, detrás de los vidrios, hay un mundo que hasta hace muy poco, me llenaba de esperanzas, de enojos, de extrañezas, de penas y alegrías. Mendoza, sigue un ritmo secreto como el ritmo donde se fermenta el vino, ese que nos hace únicos en el mundo con un Malbec que llena de orgullo con medallas de oro y fiestas. En un país donde he peleado con los poderosos ingratos que han aumentado la pobreza y el hambre, llenando de seres la capital y sus alrededores con los que hoy sufren sin trabajo y aterrorizados por esta “Peste” que llegó de tan lejos.
            Hoy, sin “grietas”, de frente se pusieron muchos, casi todos de espaldas a la maldad y, lucha codo a codo con la muerte. ¡Qué sorpresa! Mi país, un precioso territorio, con todos los climas y paisajes, hoy está de pie frente a la furia de un “ignoto invisible con nombre Real”. ¡Cuando en diciembre se pasó el mando a un nuevo presidente, nadie imaginó lo que le tocaría! El caos.  Quiénes no lo votamos, éramos escépticos a su conducción. Y se unieron Todos los políticos para bien de la población, un desafío inimaginable un año antes.
            Cuando enciendo la Televisión y escucho lo que está pasando en el país de mis abuelos: Italia, mi corazón solloza y ruega a Dios que calme la marea de este mar terrorífico. Pero también estoy pendiente, tal vez demasiado, de cada uno de los países que he tenido la suerte de conocer y de aquellos que transité con novelas o libros de historia en mi vida de estudiante y mi juventud. Pienso mucho en India, México, Chile, España, Turquía, y muchos otros que no nombran los periodistas porque el horror está puesto en New York que nunca imaginó estar abrazado por la “parca” y en Michigan donde pasé hermosos días de primavera cerca de los lagos en Grand Rapid.
            Mis hijos y mis nietos, lejos. No puedo sino comunicarme por Internet, uno de ellos, Esteban el hijo del medio, tiene tanto miedo que pasemos por la prueba final, la muerte, que nos llama cada vez que puede. Nos reta, nos ilumina con sus consejos, nos ama. Cada uno de los muchachos y mi hija, pendientes de qué podemos hacer para no estar sin compañía… y hay tanto para hacer.
            Como me encanta cocinar, hago los platos que hacía mucho no preparaba. ¡No soy un Cheff excelente, pero me defiendo. Tejo mucho. Adoro mis lanas y agujas. Hago colchas y tapices para pie de camas, regalos que van por el mundo como sello de cariño. Eso me recuerda la novela mexicana de “Como Lágrimas para Chocolate”, creo que así le pusieron también a la película y había una escena en que partía una de las jóvenes con una larguísima colcha tejida al crochet como hago yo.
            Leo mucho, rezo, miro alguna serie o novela turca, películas y palabras cruzadas. Tal vez supere el virus chino, pero logre también evitar la enfermedad de  Alzheimer.
            Con la ayuda de Dios y de los cuidados de mi familia y de mi propio cuidado, lograremos eludir a la “Señora de Negro”, que ya pasó con su tarea inevitable en muchos casos, por un sin fin de hogares. Agradezco a mis compatriotas que en las calles: soldados, policías, bomberos, gendarmes y gente de seguridad; a los recolectores que en la noche recogen nuestros bolsones de los cestos, a médicos, enfermeros, camilleros, personal de limpieza, hemoterapistas, radiólogos, pediatras y gerontólogos que luchan contra viento  tras este invitado inoportuno. No me olvido de chóferes de ambulancias, camiones de reparto y reposición de alimentos, transportes públicos y transportistas en general, que ponen el pecho para nuestra tranquilidad y para que no nos falte nada. No quiero olvidarme de nadie. Supe que muchos religiosos: curas y pastores, monjas y religiosas laicas, han contraído el mal y han dejado su vida en esto. ¡Cómo dar las gracias a cada uno! Imposible.
            Seguiré orando por todos y cada uno, por mi fe y por su vida. Dios los proteja a todos.
           
           



viernes, 27 de marzo de 2020

POEMAS DE UN LIBRO INÉDITO


-1

No te podía responder
Un canto amainaba el fuego
En la casa encendida.
Una antorcha escarchaba mi garganta
Que adormecía la noche disparando letras
Inconexas o sólidas.
Cuando aparté la lengua de tu nostalgia
Se apacentó el látigo de un sueño
Queriendo disfrazarse en la huida al desierto azul.
Así quedé. Así quedamos petrificando
Ausencias y restañando heridas.
Galopé los médanos con brillo de luna.
Castigué mis ojos con un otoño de pesares.
Alucinamos miedos.
Atrás quedó la pequeña ventana encendida.
La casa, tu pecho. Mis párpados de plata
Contagiando la espera.
¿a dónde estaremos cuando el sol regrese?
No quiero acompañar a la niña del estanque.
Se perdió en la caja sin llaves
Ella que ya está dormida.
Yo estoy palpitando aun, llena de vida.
Y luego un grito entre los dientes. Un grito azul.
Un vientre deformado por el tiempo.
Las palabras vuelan con el viento en los médanos
Volveré a la casa. La lumbre espera.
Enciende la esperanza en el regazo.
 - 2
El patio anida los sueños de la niña.
Pálida está de amores y en las manos guarda
Un rosario de besos.
Esconde entre los pliegues de la tarde algunas golondrinas
Que regresaron ayer de su nostalgia.
Se oye el murmullo líquido de un beso.
En sus ojos de mieles bailotean los bucles de su nombre.
La espada de luna se entromete en su ruedo
Cuando un suspiro escapa de su boca tibia.
Una mirada inquieta se desliza en su frente
Que vuela tras la calle sedienta.
Espera mi niña enamorada.
La alondra traerá en su pico una rosa
Y sabrás que el vuelve.
Un aliento sinsabores 
Prendidos a su corpiño
Los ojos como palomas
Asombrados por el grito
Una caricia de plomo
Las manos en sangre tintas
y el orificio en la frente
Como beso del destino
Se hizo un silencio en la tarde
Una bandera caída
Y entre las manos del hombre
El retrato de una niña
Llora la calle de plomo
Con árboles que arden de frío
Un fuego quema la nieve.
Que corre en la alcantarilla
Muy lejos suena una copla
Entre labios de cerezas tibias
En el rosal se adormece
Su ala rota una loica
En las rejas de la niña
Se enredan los espinos
Y gota a gota su pena
Se prende al encaje de su vestido.
Desatarás tu rencor de espera silenciosa
Allí, donde la sombra tendrá remordimientos
Se derrumbará con un castigo tu lengua
En blasfemias que sostengan el castigo
Serás sombra. Un remolino de agua turbia
Arrastrará tu conciencia
Tu destino desatará una chispa
El revés de un reloj que detenido
Vomitará la piel de la garganta.
Ostentosa la suerte envolverá la frente
A una propuesta de candelas
Con aliento de cereza
Te mirará un ojo del último unicornio
Tendrás temor al sueño
Sudarás helado o espirales de espinas
Estarás agonizando. Muerta.
La piel de la garganta
Con espirales dorados
Desatará el rencor de una espera silenciosa
Un ojo sostendrá el castigo
La suerte está en derrumbe
Pienso aquel desorden de palmeras
Y un alzado mar sobre tu cuerpo
Anclando arcos de fuego en regocijo
Sobre las fieras caderas de la playa

-3
-4

Pienso un desorden de palmeras
Sobre tu cuerpo alzado el mar
Arcos de fuego
Regocijo
Caderas erizadas
En la playa un ancla, si.
Sobre tu cuerpo
Se nos fue en las alas desplegadas
Un retazo de sonrisa
Se ha ido el sol, la lira, el viento
Y nos ha quedado el sonido sospechoso
De un tiempo fugaz
La chispa arrinconada de la risa
Su cuerpo con milagros escondidos
Unos brazos enormes de glorieta
El torso borroneado de ternura
Tal que si viene mañana
Será el verano con toda su locura
Será la música sincopada de la vida
Que trasmite su voz
Se ha ido como el pez buscando lo inasible
El mar infinito. Caracolas doradas
Mucha espuma.
No llores. Volverá, ya volverá mañana.-



POEMA PARA UN NIÑO


Manolo el sapo es famoso
Y con su hermosa canción
Logra que toda la gente
Comparta su gran ilusión
De ser el cantor más grande
¡Qué lindo cantar, él tiene!
Lo llaman y se entretienen,
Con toda la voz en flor,
A las amigas les canta:
Unas les regalan plantas
Otras le dan su amor!
¡Ay, que sapo tan coqueto
Es Manolo el sapo overo!,
Y sin embargo: “te quiero”
Le dicen todas las “sapas”.


-5

No has dejado más que el cristal tornasol de mi lenguaje
Veleta transparente que en el viento plomizo relata historias
Corolario senil de mi esperanza, trasnochado simulacro de la suerte.
No has dejado más que un sortilegio entramado en las columnas
De templos alejados de los dioses que espían las palabras
Que me hicieron poeta
En un mundo de reptiles profanados y solos
Devolviéndome el rostro en el moblaje cetrino de la piel arrugada
Sostén de superficie inquieta con los ojos desprovistos de luciérnagas
No has dejado más que una mano yerta colgando sobre la frente
De mi soledad que esgrime una cabellera destemplada
 de aristas grises ahondando en las mejillas surcos impenetrables de sonrisas.
Recuerdo las calles de oro
Por las cuales solíamos pasear
Recuerdo esos poemas hermosos
Que me solías dedicar
De tu amor angelical fui presa
Semilla de amor sin dueño
Aferrada a tus manos fui creciendo
Pero todo fue un simple sueño
De la aurora de mi vida y de mi edad.
Cómo puedo olvidar
Este amor
Poco a poco
Se fue perdiendo
Olvidar
El deseo los anhelos
Hermosos momentos
Divertidos contentos
El beso algún abrazo
Que nacieron con el tiempo
Elegantes momentos
Únicos alucinantes y
La frase te quiero
Olvidar
Nuestras emociones
Palabras, palabras
Que lentamente
Se quedó en el tiempo.
Tus ojos, tu rostro
Flecharon mi corazón
Lanza de fuego fueron
Amor pasión

-6


Dije entonces
Tus ojos dos luceros
Iluminando mis sueños
En una noche
Mi corazón

Imagina si puedo
¡Cuánto haría por estar a tu lado!...
Al menos un día.

Paso el tiempo aferrada
A tu mirada
A mis sueños
No imaginaba amar tanto
Sólo por tu mirada.-
No me prives amor
Del calor de tus manos
Del placer y del dolor
De la luz de tus ojos
Y lo sensual de tu voz

No me prives corazón
De la risa y la pasión
De lo suave de tu piel.
De quitarte el camisón
De volver a serte fiel

Ya no me prives, por favor
De alegrías y emoción
De tus noches de fervor
No me prives de mirarte a los ojos
Y notar que somos dos.

-7

La rosa temblorosa
Se desprendió del tallo
Y la arrastró la brisa
Sobre las aguas turbias del pantano
Una onda fugitiva
Le abrió su seno amargo
Y estrechando a la rosa temblorosa
La deslizo en sus brazos
Flotaron sobre el agua
Las hojas como miembros mutilados
Y confundidas con el lodo negro
Negras, aun más que el lodo, se tornaron
Pero en las noches puras y serenas
Se sentía vagar en el espacio
Un leve olor a rosa
Sobre las aguas turbias del pantano
La vida la muerte el infinito
Tú Nefertitis reina
Muerta hace cien siglos
Viva como la tiara de tu frente viva

Un ibis y un áspid te acompañan
Desde la profundidad cercana de tu muerte
Símbolo del poder
Gloriosa reina
El oro te acompañó en tu breve estar
Sobre la tierra
Tembló el corazón de hombres y mujeres
Cuando tu ojo se posó sobre su sino
Augusta reina esposa de Ra
Hoy tu cartucho sagrado se venera
Entre los gloriosos astros del planeta

Fue tu corona más fuerte que la muerte
Aun eres reina y diosa del Nilo y
Te ven con admiración actuales reinas

¿Cuánto esperarás para cruzar nuevamente
Con tu carro dorado a la vida?

Acaso has muerto, pero vives
Y a tus gloriosos pies se postran los hombres
Que en este siglo te contemplan
Duerme sobre escarcha
Mi dedo señala tu cuerpo desnudo
Inhóspitos gritos se escuchan en la noche
Todo este destierro al amor te impongo

-8
Duerme sobre hielo
Azules tus labios nombrarán mi nombre
Y abrirán temblando tus párpados fríos
Mirando indiferencia en mi rostro todo

Duerme sobre sangre
Procaz invisible inmutable tierna
La que me dejaron tus uñas calientes
En tardes de otoño
Cuando aún era joven

Ahora hablo con los pájaros que arrecian el aire
Gobierno mis viejas letanías locas
Para que te lleguen mis palabras tristes
Para que detengas tu cuerpo ya inerte

-9

Ellos llevarán mis besos con sabor a carne
A miel a guijarros a piedad
Y entonces
Hablaré un idioma diferente
Bueno cascabeles recios sonarán amores
Quisiera esta tarde olvidar tu nombre
Que hiere mi triste memoria
Olvidar tus manos olvidar tu boca
Entrar duramente en la piel que sangra
Enhebrando un cáliz con hiel y vinagre
Lagrimas que rueden
Dar vuelta la espalda dejándote solo.

-10


Con el paso lento voy marcando el mármol
Que hiere con fuego mi triste memoria
Abrasar mis ojos que miran por dentro
La hipócrita risa perdida en tus labios
Alcanzar entonces con mi pie desnudo
La vida que alcanzo a soñar

 -11

Con los ojos fríos suelto diez mil pájaros
Mis manos heridas acogen tu cuerpo
Sangra tu cabeza que se va cayendo
Y cae y rebota en el piso helado
Has muerto en mi muerte
Decreto en mi noche… no importa
Si aun lloran tus ojos inertes.
Adentro hay una boca recibiendo la lluvia…
Afuera esta mi infancia con su mañana blanca…
Adentro está tu frente, pero nunca los lunes…
Afuera esta lo bueno, lo malo, lo que queda…
Adentro están doliendo tu setiembre y mi paso…
Afuera una almohada tibia donde apoyo tu nombre…
Adentro estoy yo mismo golpeando para afuera…
Ahora, adentro mío se oxida una ternura.
Se necesita un hombre
Con textura de bronce
Con blandura de almohada
Con brazos enormes que aniden mi cuerpo

SE NECESITA...
Se necesita un hombre que se ría de la lluvia
Que reme contra el viento en cualquier madrugada
Que comprenda la luna aún en retirada

Se necesita un hombre
Conocedor del fuego
Conocedor del vuelo de las alas de un ave
Conocedor del miedo de perder la sonrisa

Se necesita un hombre
Gigante, pequeñito, áspero y noctámbulo
Como gato en los tejados.
Como violín sonando entre mi cuerpo
Inquieto, como taza de café que espera la manzana.
Se necesita un hombre.

Un llanto negro sujetó el espacio en giros vacíos
Nada de tutearse con la locura

La mano ese milagro violeta un arco
El camino de cerezos tú los besos

- 12

Lejano el camino es un jirón de piel violeta
Su canto de viento sujeta en el espacio
La palabra de la tierra
Hecha barro negro y cerezas

Las uvas se tutean con la sombra
Son un grito de pasión en la vendimia
Las viñas sujetan las manos posibles
En arcos de milagros
En giros de piel morena
Cosecheras de adormecidas pasiones
Canto violeta al barro a la tierra
Madre común el vino nuevo

No es posible el camino/viento de tu llanto
Lejana la locura/basta tu piel de espacio
Apenas crece un grito/apenas
Hay un camino violeta revoloteando
Un muro de barro crece/un cordón de cerezo
Estás acaso tú/juguete del vacío?
Tuteándote con sueños inasibles.

lunes, 23 de marzo de 2020

RESCATE INESPERADO



Ya se escucha el sonido del tren que se acerca. Una muchacha toca el “chelo” sentada apenas, sobre un cajón de frutas. Me siento invadido por esa música triste y dejo que se aleje el coche. Me pareció que he visto en el vagón de cola, la figura inverosímil de Leonardo. Imposible. Militante de la más dura izquierda, desaparecido allá por los 70. Me entretengo escuchando la música que invade esa fosa iluminada a neón. Olas humanas atraviesan en cada llegada y partida de convoyes grises, la cabeza me da vueltas pero siento que una realidad está por golpearme. Dejo con pesar la estación, esa mujer es una gran intérprete de Bach. El suelo tiembla bajo el peso del coche colmado de oficinistas. En “Catedral”, decido bajar y seguir hacia “Virrey”, voy a ir a hablar con Marité, la mujer que asistió a todos en el anonimato en los 70. Cuando salí a la calle, todavía con sol, me parece que la vida me sigue sonriendo a pesar de los recuerdos. Camino mirando a cada uno de los transeúntes como si fueran fantasmas de aquel tiempo de sombras. Utopías que nos desheredó de la juventud sin culpa. Admiro las viejas casas de barrio, con sus zaguanes llenos de amor prohibidos de antaño, las verjas y ligustrinas bien recortadas. ¡Qué vida más provinciana, tranquila, que a pocas cuadras del caos de callao y corrientes, donde piqueteros, desocupados y madres con carteles, gritan consignas políticas a toda hora!
Ya son las… miro el reloj, como entonces. Fue como las once y cuarto que llegaron. ¡Eran tantos! No quiero recordar, me hierve el hígado. Si ya son las once y veinte. Marité debe estar prendiendo los hornos para hacer sus magníficas piezas de alfarería. Recuerdo la grácil figura de la muchacha rubia, con rasgos nórdicos, ojos celestes, cuyas manos aprendieron a domar el barro arcilla, el vidrio, los metales, creando obras de arte que atraen a expertos y neófitos del oficio. Su casa fue refugio. Ahora, sola suele llamarme. Tomamos unos mates, café, té lo que hay, y hablamos. Toco a su puerta. Su llamador improvisado es un cordel con trozos rotos de cerámica. Tras una persiana, sale su voz y pregunta: ¿Quién viene a interrumpir la inspiración de una artista?, se hace silencio. Soy yo, Gabriel, ¿Me abres? . De inmediato, su gruesa puerta me deja ingresar al oscuro pasillo. Tomo la salida equivocada y tropiezo con una enorme escultura, que se bambolea con mi torpeza. Me abrazo y siento una carcajada, que estalla en mi cerebro como cascabeles. Ya adaptado a la penumbra veo las puertas que me acercan a Marité. Allí parada con el cabello suelto que le llega a la cintura, con esas túnicas “guajira”, que la envuelven como a un ángel. Creo que el golpe de sangre en mis sienes, me están diciendo que la amo. Me tengo que sobreponer. Vengo por lo que ví recién. –Maarité…, yo no sé si me estoy volviendo loco. Acabo de ver a Leonardo en el subte.
Se acerca y me abraza con ternura. No soporto más el aroma de arcilla y jazmines que me envuelve. Beso con pasión su boca. Devuelve una a una mis caricias. Silencio.
Bueno, sí Gabriel, el muy traidor, ha vuelto. Parece que nada hubiera pasado unos momentos antes.
Ayer en la “escalera mecánica” de Ezeiza, dio una conferencia de prensa. Era agente de la CIA y vendió a muchos de nuestros amigos. La tomé en mis brazos y volví a besarla. –Hay judas en todo tiempo y lugar. Nunca pude imaginarlo. –Me devuelve los besos y corre a la sala donde están los hornos. Apaga el fuego en el número 8, donde se funde un vidrio color violeta. Me toma de la mano y subimos la escalera. Su lecho, es un nido cálido donde su cuerpo parece un plumón de seda. Nos amamos con ternura. Suena, abajo, el cordel con trozos de alfarería. ¿Algún amigo? . Me tira una camisa y se sale en bata, su pelo despeinado y acalorada se asoma por el balcón. Es él, Leonardo. Un traidor que regresa. Inventa una excusa y regresa. No quiero verlo. Ella tampoco. A la noche me acerco a la puerta y encuentro un sobre arrugado y viejo. Lo abrimos. Están nuestros datos y nuestras fotos de hace más de 20 años. No quiso entregarnos… tal vez, le debemos la vida.


LA MENDIGA


La mendiga se arrebujó en una vieja manta para pasar una noche más. Las estrellas se escondieron prodigiosas entre los pliegues de nubes somnolientas. Los ruidos callejeros tapaban la soledad, no sentía frío. Dos perros vagabundos envolvieron sus cuerpos cubriendo el cuerpo endeble. Un cálido vapor tapaba con piedad al grupo. Una noche más.

POEMA CORTITO


Los zapatos tristes despiden
Beso a beso en la calle de azabache
El nombre que descansa en el camino planetario
Hombre que aprendí de memoria
Arañando el vidrio de la suerte.
Olvido. Corazón de amatista

ASÍ ERA ESE HOMBRE, MI PAPÁ


Alto, sobrio, de manos inmensamente grandes. Papá era un tipazo. Increíble. Cuando hablaba, una catarata sabia de mil sabidurías. Repito un tipazo.
Soñaba con cambiar al mundo. Ingresaba en el mundo de la política lleno de bríos para caer como un rayo sobre la realidad que sus quimeras rechazaban. Demasiado soñador. El mundo era otra cosa, una maraña fétida de negocios nada claros. Gente que se movía como los actores griegos, con dos máscaras. Una adelante con una sonrisa astuta y otra en la nuca con la mirada llena de codicia, lascivia y soberbias. Él no tenía máscara, era como las figuras de mármol cinceladas por Cellenni en el bautisterio de Florencia. De mármol no, de la más tierna materia biológica cárnica. Diría que todo él, era un enorme corazón.
Incrédulo para la maldad y maleficencia. Así llegaba agobiado por los caminos retorcidos de una sociedad, que infame, vivía a costilla de su ingenuidad. No parecía tener cincuenta años. Sus canas incipientes sólo servían para que le creyeran que los había cumplido.
Un día aciago, nos reunió en la cocina, y meticulosamente nos previno de su muerte. ¡Moriría en poco tiempo! Por supuesto la incredulidad nos cubrió con su manto de concreto. Pesaba mucho su relato. La vida se escurría de su pecho que dilatado, había afinado como papel de barrilete las paredes de su corazón. Nada podíamos hacer contra ese mal, porfiado.
La crisis se apoderó de nuestra casa, que sobria, acusaba sueños. Sus tres princesas, no estaban listas para iniciar la aventura de la vida, No teníamos las alas abiertas para comenzar el vuelo.
Pasaron días, semanas, meses. Un día cayó en un sopor sombrío. Nata mitigaba el dolor del cuerpo, su mente comenzaba en el delirio a crear fantasmas abisales. Una noche, cálida noche de Enero, le pidió a mi primo que lo ayudara a erguirse. Salió del lecho como un espectro del que fuera. Se acercó lentamente a la ventana. Observó el cielo, con sus estrellas manifiesto de luces lejanas y nos dijo: ¡Cuiden al abuelo! ¡ y comenzó a hablar con una llave…! ¿Una llave? Tal vez con el gran portero que le abriría las puertas de algún paraíso imaginario o real.
Hoy lo recuerdo, con su oratoria regia, su movimiento pausado, sus gafas… tal vez viva en el sur del paraíso, o en la cara escondida de una estrella mirando concretados sus sueños. Algunos, claro, porque él, querría que nuestra vida fuera más placida, ¡Pero cuánto disfrutaría de mis nietos! De ver a mis hijos, con esa paternidad amorosa del mayor con sus pequeños, con la alegría eufórica del “nene” y las réplicas críticas de la nuestra flamante esposa, abogada, cocinando como si fuera la abuela.
Papá era un hombre culto e ingenuo que se alejó demasiado pronto de nuestro lado. Lo extrañamos.

RECUERDOS DE MI INFANCIA


              Sentados en el caliente muro divisorio entre la casa y el jardín, Atilio y Guillermina jugaban. Recortaban figuras de revistas y las pegaban en pequeños recuadros de papel cartón. Luego pasaban horas hablando sobre lo que veían en las figuras. Inventaban historias y leyendas que servían para atemperar las tediosas siestas en que toda la familia dormía. La primera en salir, somnolienta aun, era la tía Eufemia. Les traía agua fresca del aljibe, con zumo de alguna fruta fresca de estación, para los cuerpos sedientos.
              Luego llegaba Sergio que les hacía alguna adivinanza o trabalenguas y se dirigía a la sala. Allí comenzaba a sonar monótono el chelo del primo. Cuando se presentaba el abuelo, les enviaba una sonrisa algo distraída con la mano en alto, entraba con su violín y ensayaban horas y horas las partituras de color ocre que el tiempo hacia más interesante. Faltaban pentagramas enteros. Pero era maravillosa la mezcla irreverente de los clásicos.
              Así crecimos, llenos de melodías y compases que nos tentaba a tomar el piano de la abuela y comenzar a estudiar. Las tardes y las noches se dilataban entre risas, sonrisas y comentarios. Los vecinos nos tenían por una familia poco seria, pero un día sucedió lo inesperado, Sergio tenía la edad de marchar al ejército. Se fue con su pequeña mochila de inquietud, sorpresa y miedo. Nunca imaginamos lo que devendría.
              Una guerra insensata de desplegó entre los dos países vecinos al nuestro. Nos involucraba indirectamente. El abuelo había sido un mediador entre ambos países hacía como treinta años. Llamaron a papá para que interviniera. Sergio en ese entonces era candidato a ocupar un lugar en la banda del ejército, pero acompaño a nuestro padre a ese viaje sin sentido. Así pasó de músico a ayudante de diplomático.
              Atilio, viendo la tristeza de los mayores, comenzó el trabajo de armar una orquestita con toda la familia. El entusiasmo del abuelo, que ay sordo, mantenía el ánimo de las mujeres, aunque lo vimos llorisquear en muchas oportunidades.
              Una mañana que ensayábamos en la galería oeste, vimos que llegaba un coche oficial con la bandera de la cruz roja. Bajó un joven regiamente vestido y preguntó por mamá.
Tía Eufemia, lo invitó a ingresar a la galería. Se interrumpió la música. Quedaron los sonidos suspendidos bajo las glicinas.
En voz muy baja, le comunicó algo. Un estallido, sangre… humo, muerte. Papá no regresaría, Sergio estaba grave. El abuelo se acercó con pausa, no emitió sonido. Pero con la mano apoyada en el pecho comenzó a sollozar muy quedo.
Mamá partió en el coche que trajo la noticia. Pasó un tiempo en que prudentes no volvimos a ensayar. Nos acercó la Oda a la Alegría y sonaba muy linda, cuando llegaron Sergio y mamá. Sergio estaba herido. Ciego. Pero acercó el abuelo el chelo y lo sentó junto a mí y todos juntos comenzamos a tocar. Habían regresado, teníamos motivos suficientes para festejar.



LLUEVE





La serpiente estremece entre las piedras en el lecho

Arriba desgarrada la montaña despereza agua en raudal

Llueve con color de tigre y chocolate arrastrando limo

Es lo esperado como bendición de truenos y borrasca.

Llueve, la tierra sedienta emerge de sus terrones secos.

Los árboles ralos se desbocan en tráfico de agua.

Nubes desbaratadas deshilachan bravías su embarazo

Llueve, calman los ánimos del fuego y los secanos.

Yermo los chorrillos despiertan asombrados con espuma

Cae en cascada despeinada el surtidor de barro y agua.

Llueve. Ciento cincuenta días sin lluvia en mi tierra.

Hoy hay alegría en los rostros y las frondas por la lluvia.

Emerge en las montañas el blanco mantón de hielo

La esperanza ha regresado con su lógica bravura acuosa.

En mi terruño ha llovido y la serpiente sedienta se desliza


Entre los lechos pedregosos que dormían y la vida es.


PRIMICIA




            Eloisa cayó sobre el pavimento cuando el paragolpe del coche la llevó por delante. El coche huyó y sus manos laxas hicieron una pirueta en el aire. Alguien corrió hasta ella y alcanzó a oír un nombre: Karlo.
            Pronto la sirena aguda de una ambulancia desparramó tranquilidad entre la gete que rodearon a la muchacha. La anciana que oyó el nombre le explicó a los paramédicos lo escuchado. Despertó en un quirófano desconocido. Luces y olores medicinales que la sedaban para que los profesionales hicieran lo que debían hacer. Curarla.
            No supo lo que le hicieron, pero despertó con vendas y tubos plásticos por todos lados. Sus ojos abiertos con espanto preguntaban. ¿Qué me ha sucedido? Vio el rostro amable de un enfermero cuya ropa de tonos suaves, le recordaron que esa mañana, mientras desayunaba leyendo el horóscopo en la tableta, le anunciaba una catarata de desastres. Quiso reír y no pudo. La anestesia se lo impedía.
Se durmió. Como fantasmas angelicales se movía gente a su alrededor. Soñó con Karlo. Su antiguo amigo de la orquesta, ejecutaba el fagot y su melodía ingresaba a su mente como un cálido humor de dulce color celeste. Perdió la noción del tiempo.
Un amable caballero llegó con una libreta haciendo preguntas. Dijo su nombre y dio los datos de su trabajo, su cátedra y hasta le dio idea del automóvil que la atropelló. Luego comenzó a sentir apetito y sed. Le dieron una dieta líquida que seguro serviría para mejorar su estado. Alguien le trajo flores y una caja con bombones. No dejó nombre. ¿Quién podía ser? Un compañero de la orquesta o de la universidad. La médica que venía todos los días a revisar sus operaciones, le explicó que había tenido suerte, pudo matarte, le dijo. Y volvió a recordar su mañana antes del accidente.
Pasaron varios días y comenzaron los tratamientos para que volviera a caminar. Aprendió gracias a los amables terapeutas. Y llegaban las flores y un día apareció un hombre de cabello cano. Era quien la había atropellado. Le pidió de mil maneras que lo disculpara…ese día su hijo, había matado a su novia y él, estaba fuera de si. Hablaron como viejos amigos. El caballero, pagó todos los gastos y un cheque por la pérdida de su trabajo. En fin, cada vez que venía Eloisa, se sentía más a gusto.
La mañana en que le dieron el alta, ya caminaba con dificultad pero lo hacía bien. Un coche la llevó al departamento. Sobre la mesa, el periódico le anunciaba que iba a encontrar el amor. Rió a carcajadas. Al rato sonó el teléfono. Era su amigo el músico que había regresado de dar conciertos por el mundo y quería verla. Eloisa muerta de risa le dijo: Mi horóscopo dice que encontraré a mi amor hoy. ¿no serás tú, verdad? Del otro lado escuchó la voz de una mujer que le decía: Karlo, ya está tu comida lista. Entonces comprendió que era un amigo que no buscaba sino verla.
Dos días después, llegó un mensajero con un papel que le decía: Señorita Eloisa Bernardes, su médico de cabecera necesita verla. Cuando acudió, se quedó sorprendida, allí frente a ella estaba el hombre más guapo y sonriente que la esperaba. Y soñó que ese podía ser su futuro amor.

HUARPES




SILENCIOSOS Y MANSOS
SU PAYUNIA
ES NOSTALGIA DE LAGUNAS SECAS
ENTRE AGUARIBAY AGRESTES
GENEROSOS DE ALGARROBAS SONORAS
CASCABELES DEL ÁRBOL
MÚSICA ANTIGUA QUE SE PERDIÓ EN EL TIEMPO
YA NO HAY ROSTROS COLOREADOS DE VERDE
LA NOSTALGIA SE PIERDE EN FOGONES SIN FUEGO
HUARPES TRANQUILOS
EL BLANCO TE BUSCÓ Y TE ASIMILASTE
AHORA, ESTÁS INAUGURANDO TU VERDAD DORMIDA
TU LENGUA “MILCAYAK” Y TU CRUZ INVERTIDA
HOY TU PALABRA SE ESCUCHA Y TU TRISTEZA.
HUARPE DEL CUYUN, ANTIGUA RAZA
SE POSTRARÁN TUS ANCESTROS AL REVIVIR EN SOMBRA
TU ORIGEN DE BONDAD NO TE ABRIGÓ EN LA GUERRA
EL BLANCO TRAICIONÓ LLEVÁNDOTE A LAS MINAS.
LA MITA Y LA ENCOMIENDA DIEZMÓ TU RAZA.
NO PERDEREMOS TU HISTORIA
EL HOMBRE BLANCO TE DEBE UNA VICTORIA.

LA NIÑA




Dolores nació después de una búsqueda incesante de sus padres algo ancianos. El día que su madre supo que tenía un embarazo fue tal su alegría que se fue a la casa de su vecina para contarle a viva voz que estaba encinta. La otra mujer nada discreta se dedicó a anunciarlo por todo el barrio.
El tiempo esperado llegó y grande fue la ilusión de ese matrimonio. Una hermosa niña, había llegado a llenar la casa de risas, llantos y gritos. Mimada en extremo, fue la muñeca del barrio, todas las conocidas llegaron con juguetes, ropita hecha con primor y mil atenciones. ¡Todos querían ver a la pequeña!
Creció con los cuidados propios de un milagro hecho niño. Nada le faltaba, los mejores platillos de comida, jugos de frutas exprimidos a mano, y dulces caseros. No era ni linda ni fea, era una chica común, pero sus padres la veían perfecta.
Su cabello tenía tonalidades rojizas, pero era algo ralo y sin mucho brillo; por lo que una amiga dijo: con manzanilla se pondrá hermoso y le lavaban con te de manzanilla, luego otra dijo que había que darle mucha zanahoria para que tornara su piel de color ambarino y la llenaron de caroteno…la pobre niña era un caballito de circo, siempre con cintas de colores. Que roja contra la envidia, que blanca para la pureza y verde para la alegría; en fin fue creciendo entre gente mayor y juegos de adultos hasta el día que entró a la escuela.
Los chicos se reían y le preguntaban porqué vivía con sus abuelos. Ella regresaba llorando y sus padres enojados fueron a quejarse a sus maestros quienes no le supieron dar muchas explicaciones.
Una mañana despertó con un grito de su madre. El papá había amanecido frío. ¡Un infarto! Y el duelo. La vistieron de negro. Los chicos se reían. Ella lloraba, pero siguió vestida de luto mucho tiempo. Así fue creciendo. La cabellera de su madre era nieve sin luz y los ojos parecían haber muerto, sin vida y ya no se escuchaban las cancioncillas que parloteaba mientras correteaba en la cocina. Todo era silencio.
 Un dolor se incrustó en su espalda. La madre enloqueció de pena. Hablaba sola y la llevaba de un médico a otro sin tener nada en concreto sobre su mal. Dolores pasó por toda clase de remedios. Un día la madre la esperó con un cuentón profundo que le trajo un vecino. Allí habían preparado un “Sinapismo”, remedio antiguo y maloliente con hierbas y varios elementos naturales.
Allí la introdujeron y la dejaron al calor terrible del agua extraña. Dolores cambió desde ese día. Ya no lloraba, pero el dolor cesó. Al tiempo su madre enfermó y también partió a acompañar al padre. La muchacha, siempre de luto, caminaba solitaria por la calle ofreciendo a la gente hacer un remedio que según dijo su historia, a ella la curó. Entonces a otros podía curar o consolarlos.

ESTA MAÑANA




Esta mañana escabrosa y altiva
Me va desvirgando la garganta dormida en el silencio.
Ya no soy yo, soy una extraña que se anima a ser simiente
De oprobiosas mezquindades de mi estigma.
Mujer del siglo que murió con el muro de Berlín y de Jhon Lennon
Despilfarrando ideas y poemas.
Caminante del sí, de los deseos ancestrales de los mitos,
Del dolor al parir y de la eterna materia en la cocina.
La esclava enamorada del bolero mentiroso de amor inexistente.

Esta mañana, desperté con el sonido pertinaz de un pájaro en mi ventana.
Descolgué el retrato de mi suerte.
Apagué el candil de mi locura que flotaba en la nube azul y
Comencé a cabalgar por la pradera del ensueño.
Encontré una alforja con calendarios de otro siglo.
También encontré una guía de huellas en las runas.
Mándalas, epígrafes y estelas de mayas y aztecas.
La muerte me miró.
Yo estaba sola y descalza y dolorida.

Esta mañana me desperté desnuda de palabras,
Mis manos heladas y sin huellas.
Me miré en un espejo y me vi, sombría.
Con un pie ensangrentado y una estrella que huía.
¿Dónde quedará mi sotavento?
Mi barco partió y odio el agua de oscura predicción.
Odio navegar en el agua sin oriente.
Mejor, despiértame mañana.



UN EXTRAÑO EN LA TIERRA




Llegó con el silencio y sigilo de los desconocidos. Pantalón de lona y alpargatas viejas. Un sombrero sudado y deforme como las manos en sarmientos resecos, artríticos y secos. La mirada gacha, agazapada en desuso de amistades y vecindad de hombres.
Tez morena y piel desgajada con el sol salitroso de las viñas. Sediento, se agachó sobre un grifo y bebió con ansias el líquido que fluía a borbotones. Un raro ruido partió de la garganta del hombre. Me pareció un desgarro de animal doliente.
Me tendió la mano y pronunció un saludo. Albano Sosa, para servirle. Me sequé las manos en el delantal, estaba amasando el pan, y le estiré mi mano, que como paloma blanca se perdió entre los cayos de la suya. Sombrero en el pecho con la otra, artrítica hasta el dolor de ser hachero y podador.
Busco trabajo, si lo tiene. Dijo en un masticado decir de castellano de poco uso. ¿Casa y comida como pago? ¡Ah, algo de tabaco para el vicio! Su cabello ralo, hirsuto y graso, se despeñó sobre los hombros y la espalda. Era un hijo de la tierra, nativo auténtico que arrastraba su indefectible pobreza y pena.
¡Eustaquio…! ¡Eustaquio, venga acá, lleve al hombre al cobertizo a ubicar sus petates en un catre! Ingresé en la casa, los fuegos crepitaban en el fogón donde pronto se cocinaría el pan y los pucheros. Cuando sonó el golpe del arado, que cuelga del peral del patio; aparecieron los obreros y se fueron entando en el tablón debajo del parral. Cada uno con su tristeza o alegría incrustada en el rostro o la mirada. Llegó el forastero.
Eustaquio baquiano, les dijo el nombre en un sustituto de presentación pueblera. Se sentó en una punta y alguien le acercó un plato y un tenedor, no había cuchillos a la vista. Un jarro de latón con agua. ¡El vino sólo en sábados de fiesta! ¡Hay que evitar peleas y refriegas!
Se bendijo la comida, costumbre de los campos de mi tierra. Y los platos rebosantes de carne y verduras con sabor a romero y laurel, despertó el hambre agazapada en los trabajadores de las viñas.  El pan caliente y sabroso, hecho recién por mis manos inquietas mejoró los rostros y alguno hizo un chiste y otro le contestó en su lengua. Después una canasta con frutas de la chacra. Y cada hombre se fue a descansar bajo un árbol del huerto o de la parte cercana a las acequias.
Albano, se levantó del banco y comenzó a recoger los restos de pan y pequeños trozos de carne adherida a los huesos. Los guardó en una pequeña bolsa y se fue a su catre. Se quedó dormido, sus ronquidos se escucharon desde mi dormitorio. Igual mi quedé dormida.
Un murmullo de hombres sorprendidos me despertó. Eustaquio hablaba con Albano. Había estado preso. Había encontrado a su mujer en su lecho con su compadre y el cuchillo voló. Una nube de sangre cubrió los cuerpos. Se presentó al comisario con la faca y fue para adentro. ¡Un gaucho no tiene quien lo defienda!
Me quedé perpleja. ¿Qué hago, lo sigo conchabando o lo echo? Lo hablé con mi vecino, Don Mauricio Ojeda. ¡Dele una oportunidad María! Así lo hice.
Han pasado diez años. Eustaquio nos dejó y lo llevamos al camposanto de Villa De La Cruz. Y es Albano el que lleva la chacra y los viñedos. Resultó hombre de pocas palabras pero fiel y sensato. Hoy  mi mano derecha.
    

jueves, 19 de marzo de 2020

DE UN LIBRO INÉDITO


claudicamos en el corredor de piedras rojas de la noche
por tu amor

yo claudiqué primero
tenté con un  prisma de guijarros envuelto en papel de seda
trompetas de sol maduro
cacharros de peltre llenos
cometas azules   al hado de los recuerdos

  luego
achicaste las manos para tocar mi rostro
caminaste el sendero entre murallas de pedregullo
besaste a Venus con memoria de sueños.
Encontrar el instante de lo pequeño    fue
un nuevo descubrimiento
y nos amamos


LOS MARCADOS




            Mis manos vuelven a sangrar y me duelen. Mis labios cuarteados por el frío tiemblan y el aire huele a azufre. Las cenizas vuelan por todos los rincones. Algunas encendidas aun, y de una manera lenta, parecen como luciérnagas enceguecidas en la noche que corre para cubrirnos el miedo.
            El cielo está tan rojo que parece hermoso. Es como esos cuadros que solíamos admirar en París cuando fuimos al museo de Orsay. Las nubes se van poniendo negras y un pudor eléctrico nos hace unirnos cuerpo a cuerpo en el suelo áspero que ha quedado depredado con las granadas que echaron los “Otros”.  Hay restos de casas en llamas, vuelan de ventanales rotos unas cortinas que parecen los velos de las novias en los templos.
            Fulvio y Darío, se han animado. Se han parado y van a ir caminando por la vieja calle por donde vehículos volteados y rotos parecen monstruos fatigados. Regresan pálidos y aturdidos. ¡Hay cadáveres por todos lados! Corre la sangre por las orillas de las veredas. Todo está destruido. Se sienten los sollozos de algunas personas que como nosotros se refugiaron en los subtes. Hasta los perros han caído en tierra. Darío vio un gato subido a una ventana que chicoteaba con el viento.
            ¡Todo esto por una libertad que desconocemos! Si al nacer nos pusieron un chip y ya saben donde encontrarnos.
            León, Dafne y Rita, aunque se oculten bajo ese montón de escombros las van a encontrar. Los Otros son los Jefes y nosotros ya vinimos con La Marca.
            Mejor no sentamos y comencemos a orar como nos enseñaron los venerados ancianos. Pronto llegarán y seremos como ellos quieren, esclavos para trabajar para sus necesidades primarias.
            ¡Triste destino!  Antes la gente no tenía el chip y era verdaderamente libre. Eso me contaron mis ancestros.
            ¡Allí vienen por nosotros! Adiós amigos míos.



LA PARAGUAYA




            Los médicos del pueblito no pueden diagnosticar a la Cipriana. Nació con un soplo, nació sin una válvula, nació mal del corazón. Deben ser las “envidias de las vecinas”; o la mala suerte. La llevan a Asunción, en el hospital público le diagnostican una falla en una de las arterias, pero no hay tecnología para eso en ese hospital. Tendrá que esperar, si vive.
            Una tía que vive en Buenos Aires, le escribe a la madre que allí si la pueden operar. Pero necesitaría mucho dinero para llegar a esa ciudad. La muchacha trabaja a destajo, cae rendida en el lecho cada día con su corazón a punto de estallar. Junta dinero para poder ir a esa capital del país vecino. Cose para una modista, plancha para una familia que tiene muchos hijos, cocina para gente mayor en un centro de ancianos…todo lo que gana guarda, casi no usa el dinero y su madre no puede ayudarle porque tiene siete bocas más para alimentar. Un día que se desmaya, la madre le dice que se vaya a Asunción y entre en un convento. Ella no tiene vocación religiosa, pero comprende que es una buena oportunidad.
            En ese lugar la aceptan pero tiene que cumplir las reglas. Silencio, obediencia y trabajo, mucho trabajo. La directora descubre lo enferma que está, un día que la encuentra tirada en el piso de la cocina. Llaman un médico que en poco atenderla diagnostica lo peor. Está muy grave.
            El revuelo entre las mujeres del convento. Hay que llevarla a un lugar donde puedan ayudarla. El Obispo da la venia para que la trasladen a Buenos Aires. Ingresa en un nosocomio muy prestigioso, donde almas caritativas pagan a enfermos sin dinero. Cuando la estabilizan, la operan. Descubren que ha vivido con un orificio en una de las arterias del corazón. ¡Es un milagro que viva! Aleluya. Las monjas, rezan y oran noches enteras y velan por la muchacha.
            Gracias a su valor y al tratamiento se sana. Al tiempo, habla con los médicos que la operaron y le dicen que no puede hacer una vida religiosa con ese tipo de tratamiento que es para toda la vida. La entregan a una familia de gente muy devota. Ellos la cuidan.
            Allí conoce a un joven amable y bueno, que se enamora de Cipriana. Al final del verano le pide casarse. Ella acepta. Juntos forman una familia. El facultativo que la acompaña en la terapia le recuerda que no puede tener hijos. Pero Dios, es más grande y nace un muchachito de su vientre fértil. Hermoso y sano. Ahora es la alegría de sus vidas, Cipriana, dice que es el regalo que le ha dado el creador por todo lo que sufrió desde su infancia.