Alto, sobrio, de manos inmensamente
grandes. Papá era un tipazo. Increíble. Cuando hablaba, una catarata sabia de
mil sabidurías. Repito un tipazo.
Soñaba con cambiar al mundo. Ingresaba en
el mundo de la política lleno de bríos para caer como un rayo sobre la realidad
que sus quimeras rechazaban. Demasiado soñador. El mundo era otra cosa, una
maraña fétida de negocios nada claros. Gente que se movía como los actores
griegos, con dos máscaras. Una adelante con una sonrisa astuta y otra en la
nuca con la mirada llena de codicia, lascivia y soberbias. Él no tenía máscara,
era como las figuras de mármol cinceladas por Cellenni en el bautisterio de
Florencia. De mármol no, de la más tierna materia biológica cárnica. Diría que
todo él, era un enorme corazón.
Incrédulo para la maldad y maleficencia.
Así llegaba agobiado por los caminos retorcidos de una sociedad, que infame,
vivía a costilla de su ingenuidad. No parecía tener cincuenta años. Sus canas
incipientes sólo servían para que le creyeran que los había cumplido.
Un día aciago, nos reunió en la cocina, y meticulosamente
nos previno de su muerte. ¡Moriría en poco tiempo! Por supuesto la incredulidad
nos cubrió con su manto de concreto. Pesaba mucho su relato. La vida se
escurría de su pecho que dilatado, había afinado como papel de barrilete las
paredes de su corazón. Nada podíamos hacer contra ese mal, porfiado.
La crisis se apoderó de nuestra casa, que
sobria, acusaba sueños. Sus tres princesas, no estaban listas para iniciar la
aventura de la vida, No teníamos las alas abiertas para comenzar el vuelo.
Pasaron días, semanas, meses. Un día cayó
en un sopor sombrío. Nata mitigaba el dolor del cuerpo, su mente comenzaba en
el delirio a crear fantasmas abisales. Una noche, cálida noche de Enero, le
pidió a mi primo que lo ayudara a erguirse. Salió del lecho como un espectro
del que fuera. Se acercó lentamente a la ventana. Observó el cielo, con sus
estrellas manifiesto de luces lejanas y nos dijo: ¡Cuiden al abuelo! ¡ y
comenzó a hablar con una llave…! ¿Una llave? Tal vez con el gran portero que le
abriría las puertas de algún paraíso imaginario o real.
Hoy lo recuerdo, con su oratoria regia, su
movimiento pausado, sus gafas… tal vez viva en el sur del paraíso, o en la cara
escondida de una estrella mirando concretados sus sueños. Algunos, claro,
porque él, querría que nuestra vida fuera más placida, ¡Pero cuánto disfrutaría
de mis nietos! De ver a mis hijos, con esa paternidad amorosa del mayor con sus
pequeños, con la alegría eufórica del “nene” y las réplicas críticas de la
nuestra flamante esposa, abogada, cocinando como si fuera la abuela.
Papá era un hombre culto e ingenuo que se
alejó demasiado pronto de nuestro lado. Lo extrañamos.
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