lunes, 23 de marzo de 2020

RESCATE INESPERADO



Ya se escucha el sonido del tren que se acerca. Una muchacha toca el “chelo” sentada apenas, sobre un cajón de frutas. Me siento invadido por esa música triste y dejo que se aleje el coche. Me pareció que he visto en el vagón de cola, la figura inverosímil de Leonardo. Imposible. Militante de la más dura izquierda, desaparecido allá por los 70. Me entretengo escuchando la música que invade esa fosa iluminada a neón. Olas humanas atraviesan en cada llegada y partida de convoyes grises, la cabeza me da vueltas pero siento que una realidad está por golpearme. Dejo con pesar la estación, esa mujer es una gran intérprete de Bach. El suelo tiembla bajo el peso del coche colmado de oficinistas. En “Catedral”, decido bajar y seguir hacia “Virrey”, voy a ir a hablar con Marité, la mujer que asistió a todos en el anonimato en los 70. Cuando salí a la calle, todavía con sol, me parece que la vida me sigue sonriendo a pesar de los recuerdos. Camino mirando a cada uno de los transeúntes como si fueran fantasmas de aquel tiempo de sombras. Utopías que nos desheredó de la juventud sin culpa. Admiro las viejas casas de barrio, con sus zaguanes llenos de amor prohibidos de antaño, las verjas y ligustrinas bien recortadas. ¡Qué vida más provinciana, tranquila, que a pocas cuadras del caos de callao y corrientes, donde piqueteros, desocupados y madres con carteles, gritan consignas políticas a toda hora!
Ya son las… miro el reloj, como entonces. Fue como las once y cuarto que llegaron. ¡Eran tantos! No quiero recordar, me hierve el hígado. Si ya son las once y veinte. Marité debe estar prendiendo los hornos para hacer sus magníficas piezas de alfarería. Recuerdo la grácil figura de la muchacha rubia, con rasgos nórdicos, ojos celestes, cuyas manos aprendieron a domar el barro arcilla, el vidrio, los metales, creando obras de arte que atraen a expertos y neófitos del oficio. Su casa fue refugio. Ahora, sola suele llamarme. Tomamos unos mates, café, té lo que hay, y hablamos. Toco a su puerta. Su llamador improvisado es un cordel con trozos rotos de cerámica. Tras una persiana, sale su voz y pregunta: ¿Quién viene a interrumpir la inspiración de una artista?, se hace silencio. Soy yo, Gabriel, ¿Me abres? . De inmediato, su gruesa puerta me deja ingresar al oscuro pasillo. Tomo la salida equivocada y tropiezo con una enorme escultura, que se bambolea con mi torpeza. Me abrazo y siento una carcajada, que estalla en mi cerebro como cascabeles. Ya adaptado a la penumbra veo las puertas que me acercan a Marité. Allí parada con el cabello suelto que le llega a la cintura, con esas túnicas “guajira”, que la envuelven como a un ángel. Creo que el golpe de sangre en mis sienes, me están diciendo que la amo. Me tengo que sobreponer. Vengo por lo que ví recién. –Maarité…, yo no sé si me estoy volviendo loco. Acabo de ver a Leonardo en el subte.
Se acerca y me abraza con ternura. No soporto más el aroma de arcilla y jazmines que me envuelve. Beso con pasión su boca. Devuelve una a una mis caricias. Silencio.
Bueno, sí Gabriel, el muy traidor, ha vuelto. Parece que nada hubiera pasado unos momentos antes.
Ayer en la “escalera mecánica” de Ezeiza, dio una conferencia de prensa. Era agente de la CIA y vendió a muchos de nuestros amigos. La tomé en mis brazos y volví a besarla. –Hay judas en todo tiempo y lugar. Nunca pude imaginarlo. –Me devuelve los besos y corre a la sala donde están los hornos. Apaga el fuego en el número 8, donde se funde un vidrio color violeta. Me toma de la mano y subimos la escalera. Su lecho, es un nido cálido donde su cuerpo parece un plumón de seda. Nos amamos con ternura. Suena, abajo, el cordel con trozos de alfarería. ¿Algún amigo? . Me tira una camisa y se sale en bata, su pelo despeinado y acalorada se asoma por el balcón. Es él, Leonardo. Un traidor que regresa. Inventa una excusa y regresa. No quiero verlo. Ella tampoco. A la noche me acerco a la puerta y encuentro un sobre arrugado y viejo. Lo abrimos. Están nuestros datos y nuestras fotos de hace más de 20 años. No quiso entregarnos… tal vez, le debemos la vida.


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