Nunca he
montado te digo. Mi cuerpo no está preparado para cabalgar. Soy frágil y torpe
por eso te pido, te ruego no me obligues a subir sobre ese enorme animal que me
aterra. Mira como resopla por sus enormes narices húmedas. Me mira con los
ojillos protuberantes y me siento espiada y perseguida como una ninfa helénica
del Olimpo. Sus patas y sus hijares parecen de terciopelo lustroso y el sudor
se penetra en la brisa como para darle un perfume de campo a todo. Odio ese olor
de caballos y de pasto. Yo nací para tirarme en una hamaca cerca del mar. En
una playa de corales y aguas transparentes. Deseo tener mi cuerpo libre de
ropas ajustadas y de botas que me aprieten los tobillos. Amo el aire limpio a
orillas del océano. Con brisa perfumada a sal y yodo, a algas y a peces de
colores y moluscos y a estrellas en el cielo del agua tranquila de la costa.
También puedo sentirme a gusto en los acantilados donde el ruido ensordecedor
de las olas golpeando las rocas inmortales van tragándose poco a poco la playa.
Es música para mis oídos el murmullo del mar en noche de luna llena y
tranquila. Es una marcha triunfal el bramido de las marejadas en medio de
estruendosas tormentas cuando parece que Neptuno, pelea con Vulcano en el
infierno. Por todo esto te suplico aléjame de esta tortura que es el caballo
que monto desde hace como una hora. Tengo mis piernas adormecidas, mi cola
destrozada y ganas de vomitar por el olor a guano. Yo creo que te amo pero esto
es demasiado. ¡No, no chasquees el rebenque, yo no sé trotar y me voy al carajo
en este bicho que odio!
Me
gusta todo lo que está sazonado con un grano de locura, pero esto es demasiado.
¡Bájenme de aquí que me estoy volviendo loca!
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