Me demoro limpiando la peluca de mi
señora. Ella descansa en el lecho de juncos. Un sacerdote – médico viene a
traer en un alfanje un ungüento de almizcle y leche de búfala para el dolor de
su cara. Yo me inclino, tengo miedo que la diosa Anubis me deje sin habla. Soy
una esclava que encontró mi ama en el soco de Menfis. Allí, pequeñita como era
me habían abandonado en una cesta de papiros. Ella me trajo río arriba por el
Nilo sagrado y me enseñó todo lo que sé.
El Señor magnánimo, el gran Ra, me
está adornando el cabello con sus colores de oro. Mi señora dice que algún dios
o un sacerdote tendrá que hacer algo conmigo. Soy diferente. Al nacer tenía
alas en mi espalda y fueron creciendo tal que ahora debo volar en lugar de
caminar. Por las tardes cuando el gran señor Amon Ra, se extingue en el
desierto vago por las altas columnas de los templos bajo la atenta mirada de
los sacerdotes que me odian. No quieren una mujer con alas. Yo toco poco a mi
señora. Ella dice que cuando paso mis manos ásperas por sus carnes azuladas
propia de los nubios, siente que el aire se enrarece. Yo soy una esclava
servicial. Con sólo mirar al desierto levanto una nube de arena y enseguida
aparecen ibis en largas colas de cocodrilos voladores. Llegan a la orilla del
río y se quedan ofrendando lotos y rosas a mi ama. La diosa Hathor, siempre se las arregla para que yo no pueda
acercarme a los hombres. Ella es muy celosa y los brujos del templo la incitan
contra mí. En el templete del dios Osiris, he hecho miles de ofrendas. Incluso
he viajado hasta la orilla del mar para llevar ofrendas. Cuando pasaba en la
tarde volando, los camellos salían trotando y se perdían tras los altos
médanos. Las caravanas se quedaban desorganizadas y los mercaderes aterrados
miraban mis alas y caían postrados ante mi presencia, pero yo los tranquilizaba
sacando con mis manos agua de unas piedras y dejando un nuevo pozo con agua
para ellos. Entonces no comprendo por qué
el sacerdote- médico me quiere encerrar en una pequeña pirámide para que
se cure mi señora. Si ella me deja, le saco esa muela que tiene enferma y
seguro que se cura y su cara vuelve a ser la más bella de todo Tebas y por qué
no, de todo Egipto.
El aire de la tumba se está
enrareciendo. Mis alas se están desplumando. Caen una a una las hermosas plumas
color celeste plateado que las cubren. Cuando abran dentro de varios siglos
este lugar, no comprenderán qué clase de gente enterró viva a una mujer alada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario