Dolores nació después de
una búsqueda incesante de sus padres algo ancianos. El día que su madre supo
que tenía un embarazo fue tal su alegría que se fue a la casa de su vecina para
contarle a viva voz que estaba encinta. La otra mujer nada discreta se dedicó a
anunciarlo por todo el barrio.
El tiempo esperado llegó
y grande fue la ilusión de ese matrimonio. Una hermosa niña, había llegado a
llenar la casa de risas, llantos y gritos. Mimada en extremo, fue la muñeca del
barrio, todas las conocidas llegaron con juguetes, ropita hecha con primor y
mil atenciones. ¡Todos querían ver a la pequeña!
Creció con los cuidados
propios de un milagro hecho niño. Nada le faltaba, los mejores platillos de
comida, jugos de frutas exprimidos a mano, y dulces caseros. No era ni linda ni
fea, era una chica común, pero sus padres la veían perfecta.
Su cabello tenía
tonalidades rojizas, pero era algo ralo y sin mucho brillo; por lo que una
amiga dijo: con manzanilla se pondrá hermoso y le lavaban con te de manzanilla,
luego otra dijo que había que darle mucha zanahoria para que tornara su piel de
color ambarino y la llenaron de caroteno…la pobre niña era un caballito de
circo, siempre con cintas de colores. Que roja contra la envidia, que blanca
para la pureza y verde para la alegría; en fin fue creciendo entre gente mayor
y juegos de adultos hasta el día que entró a la escuela.
Los chicos se reían y le
preguntaban porqué vivía con sus abuelos. Ella regresaba llorando y sus padres
enojados fueron a quejarse a sus maestros quienes no le supieron dar muchas
explicaciones.
Una mañana despertó con
un grito de su madre. El papá había amanecido frío. ¡Un infarto! Y el duelo. La
vistieron de negro. Los chicos se reían. Ella lloraba, pero siguió vestida de
luto mucho tiempo. Así fue creciendo. La cabellera de su madre era nieve sin
luz y los ojos parecían haber muerto, sin vida y ya no se escuchaban las
cancioncillas que parloteaba mientras correteaba en la cocina. Todo era
silencio.
Un dolor se incrustó en su espalda. La madre enloqueció
de pena. Hablaba sola y la llevaba de un médico a otro sin tener nada en
concreto sobre su mal. Dolores pasó por toda clase de remedios. Un día la madre
la esperó con un cuentón profundo que le trajo un vecino. Allí habían preparado
un “Sinapismo”, remedio antiguo y maloliente con hierbas y varios elementos
naturales.
Allí la introdujeron y la
dejaron al calor terrible del agua extraña. Dolores cambió desde ese día. Ya no
lloraba, pero el dolor cesó. Al tiempo su madre enfermó y también partió a
acompañar al padre. La muchacha, siempre de luto, caminaba solitaria por la
calle ofreciendo a la gente hacer un remedio que según dijo su historia, a ella
la curó. Entonces a otros podía curar o consolarlos.
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