Desconectó
los neurofibriladores y los cables de los aspiradores de los gases sulfhídricos
y de las hondas electromagnéticas. Se
sentó frente a los observadores abismales y contempló la larga noche invernal
del exterior. Algo le molestó en la cara y se sacó los guantes, luego se tocó
con suavidad y le pareció que allí había algún líquido extraño. ¿Estaría sucediéndole eso que él había leído en los
antiguos chips de los arcaicos que
llamaban "llorar”?. ¡Eso parecían verdaderas lágrimas! Palabra extraña
para un hecho más raro aún que por primera vez le ocurría. Ahí estaba él solo
con su nodriza y las viejas máquinas. Se acodó en la butaca y se quedó perplejo
pensando en su existencia. Tendría que volver a consultar los archivos del
pasado.
Se
incorporó con mucha dificultad y fue hasta la descontaminadora de líquidos, le
dolía el tórax y su débil piel sudorosa por el esfuerzo le provocaba ardores.
Hacía pocos movimientos en ese habitáculo y bebió el líquido con avidez. Sintió
el sabor acre del agua que le supo muy ardiente y salobre como casi todo lo que
comía. Pensó que había leído que los antiguos tomaban el agua de fuentes
naturales del planeta. ¡Qué insanía! Por eso sufrían raras enfermedades
desconocidas ahora. Se volvió a ubicar en su cabina y miró la blanca planicie desolada del planetoide. ¡Qué
solo estaba! ¿Qué podía hacer con ella ahora, tirarla afuera como chatarra?, ¡jamás
podría pues era su madre y sin ella no hubiera sobrevivido! Recordó cuando lo
depositaron en la nave allá por el año
2573 de la era de Teresio el Grande, ya no podía relacionar las fechas de la
era de un tal Cristo. Él en ese entonces era un embrión crioengendrado y se fue
descongelando gracias a su nutricia y cálida acompañante de viaje. La que sin
querer comenzó a llamar madre como en los tiempos primitivos. Volvió a
sentir un extraño dolor en la zona
abdominal y un gusto desagradable en la boca. Le hizo bien cuando volvió a
salir agua de los ojos. Desconectó los conmutadores de la vieja estación del
planeta y se quedó en la semi penumbra
azulada de su cúpula a la deriva porque interrumpió las interrelaciones sonoras
y sondas cargadas de referencias legibles en las pantallas.
La
miró largamente, estaba callada y quieta como algo ya inútil. ¡No podía
comprender cómo no sabía que eso le podía pasar antes de completar su misión!
Recordó su primer tiempo descronificados y observó sus mascotas cibernéticas
que le enseñaron muchísimas cosas, en especial a tener amigos electrónicos con
los que se podía comunicar telepáticamente. Al principio cuando se gastaban o
se cansaba de ellas las desechaba al exterior. Ya más tarde comenzó a
guardarlas y las ubicó en hornacinas en la nave. Sus principios fueron muy
silenciosos. No oía ningún sonido y en realidad no sabía, porque no había
desarrollado sus percepciones tele cinéticas, que las claves estaban entre esas
luces que titilaban. Un día descubrió el panel y su nodriza le fue indicando
los pasos a seguir. Lástima que ella fuera muda. En otra oportunidad escuchó por primera vez los sonidos y el
rumor de los motores y hasta percibió el dulce rumor de unos sonidos
proporcionados desde la pantalla de cuarzo que le mostraba la rara figura de un
humano muy extraño de la era arcaica. Leyó o pensó "música de
Vivaldi". Le gustó y siempre que pudo le prestó su atención.
Sintió
otra vez una aguda laceración en su gastado cuerpo. Ya no le funcionaban bien
las mangueras de oxígeno puro y le quedaban pocas porciones de sustancias de
sostén. ¡Su amada señora estaba inerte! Los humanos eran crueles porque no le
dejaron instrucciones. Deseó imitarla y morir como ella. La inmensurable
extensión del espacio entre novas y agujeros negros se expandía ante él. Tomó
una determinación: fue un rayo que ingresó en su cerebro, sacó su traje para salir
al exterior pero no se colocó el antitóxico ni se inyectó la anti bacteria puso
en su morral algunas herramientas, se ciñó a su madre con una ligadura de oro
elástico y magnetridia y se zambulló en las abisales magnitudes del futuro. Su
nodriza en el exterior comenzó a
desintegrarse,
cada pieza de sus metales
irreconocibles de otros planetas rebotaban entre las nubes de gases raros. El
humano comenzó a deteriorarse rápidamente y se transformó en un extraño geronte
pero se aferraba a su madre electrónica, magnífica madre que amaba con
desesperación y no aceptaba separarse de esa máquina que lo crió. Se perdió en
el abismo en la noche del futuro.
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