jueves, 29 de abril de 2021

EL BARCO MACABRO


El barco apesta y la oscuridad me impide ver a los que han atado a una cadena a pesar de todo los distingo por las diferentes lenguas que hablan que asco el olor me deja atontado me siento mal hambriento aunque  una vez al día nos dan agua en un balde de madera oloroso a podrido y  tiran por un boquete de la cubierta panes enmohecidos ahí lo recuerdo a mi padre a Radame Momboto nuestro jefe tan oportuno en su reflexión sobre lo que pasaba en la aldea pero este olor y la mujer que está atada a mi es seguramente infeliz al alimento que me dan pienso que sabe a cuzcuz  a miel y a mango a ellos los otros desgraciados les debe parecer pescado o a manjares de sabores diferente a los nuestros porque ellos parecen chinos ya no puedo comunicarme y el olor a mierda nos igualó enseguida es que  no hay retrete ni selva ni río hacemos acá mismo bajo nuestros propios pies me siento una asquerosidad es que al principio olíamos a jengibre o ajo  a madera o grasa ahora el tufo es el mismo es  mierda no me muevo para evitar desgarrarme los tobillos donde tengo las argollas de hierro las cadenas y los palos conque nos ataron apenas ingresamos el olor es nauseabundos sólo abrieron un poco cuando entró un grupo de orientales son tal vez chinos o coreanos no sé fue después de navegar un largo tiempo entre marejadas enormes y bravías estoy cansado quisiera agacharme dormir sobre la estera limpia de mi choza o en el pajonal junto al mar  de la isla Pemba mi isla maravillosa que debe estar tan lejos ahora se me cierran los ojos y la hembra que se apega a mi es como un reptil amarillento y huele a mierda y sangre como todos tengo sueño mucho sueño dormitaré nos sacudimos con el traqueteo del barco y ya nadie solloza suplicando ayuda yo nunca bajaré mi dignidad de pescador de Pemba eso entiendo que han hecho  especialmente las hembras y los niños ayer sentimos que paraban el motor y que navegaban en silencio mi oído fino me alertó que debemos estar cerca de algún puerto o algún barco de bandera y que debe haber avistado el nuestro se deben estar cuidando ya que siento el ruido a la madera de la planchada a la caída de carpas y velas a recupero de cuerdas y cadenas de amarre  ahora han abierto una de las escotillas por fin entra un aire salobre y sano de mar limpio oigo gritos puteadas en diferentes idiomas aplausos que no tienen sentido para la gente ¿gente? penetra una luz que primero nos ciega y luego nos permite ver entrar a un hombre rubio alto vestido con un levitón claro una fusta en una mano y encaje blanco en el frente y sobre la barriga magra y seca una faja azul y roja y blanca que enrosca sus apetitos mezquinos él lleva apretado con sus dedos afilados llenos de sortijas de oro un pañuelo sobre la nariz ¡claro, no puede respirar en este ambiente de muerte y excrementos¡ sopesa  los músculos mustios de varios hombres palpa los senos y caderas de algunas mujeres está arrancando tres niñas de los brazos de sus madres que gritan ¡que va si sólo reciben un fustazo en el rostro! Sale y los gritos en varios dialectos rechinan en la repetida oscuridad yo he visto gente de mi raza  bantú de ojos pequeños y vientres abultados por parásitos y hambre y ya volvió el olor penetrante a mierda odio siento odio si pudiera tomaría mi lanza además he visto mujeres semi desnudas atadas a hombres que casi ciegos le restriegan un miembro viril muerto tal vez para ver si aun respiran si están vivos ¿yo estoy vivo o estoy metido en una pesadilla de esas que tenía de niño? ahora soy un hombre de la tribu bantú tengo la piel negra muy negra y el orgullo de ser elegible pero no quiero que me vea no me han visto sale el blanco y cierran esperamos un par de interminables horas y el barco vuelve a navegar uno que habla algo de inglés dice Macao yo digo Pemba  él tiene la piel amarillenta casi verde me recuerda a ciertos pájaros de mi aldea sus ojos aureolados de un salitre lagrimoso me observan es joven pude ver que es pequeño de estatura pero bien fuerte pienso en los jóvenes de mi clan a veces tan alegres y valientes en la caza pero el aire se ha renovado un poco y han tirado agua hasta limpiar un tanto el sepulcro en el que viajamos a la nada al abismo de una muerte segura la mujer que está atada a mí se muestra después de que el ruin se fue y arrastrando sus cadenas se acerca y en su lenguaje gutural me trata de hacer comprender quién es y el de Macao se deshace en gestos que no comprendo y él tampoco ¿quiénes somos? ¿acaso allí pertenecemos a alguien? se ilumina una pequeña brecha en la madera y vislumbro la luna que brilla en la noche de nuevo el fuerte olor me marea pero un estruendo y yo que soy un viejo pescador en la isla sé que han chocado con arrecifes eso es mi esperanza o nuestra esperanza que esa madera podrida se desintegre y podamos salir para siempre de la tumba tal vez a otra tumba pero a la libertad escucho golpes fuertes y la madera astillada hagan silencio le vocifero a todos los desgraciados que tiemblan y  los corales filosos han quebrado el casco podrido y en la brecha entra agua los dioses me han escuchado la espuma me hiere  y a todos las heridas ya no gritamos estamos atados y  tendremos una muerte segura mejor yo que prefiero morir a seguir así ahora se quiebra uno de los sostenes y nos deja medianamente suelto a la mujercita que está junto a mí y yo vaya la chirona se agranda me arrastra una ola junto a la pequeña mujer amarilla su largo cabello negro se enreda en las astillas grita de dolor pero yo la tironeo y logro sacar mis piernas por el drenaje recién abierto solo que un mundo oscuro y helado me cubre y tengo el cuerpo helado y mi mente se recalienta pensando en ese puñado de seres que arrastro con mis argollas y cadenas pero apretada a mi piel se abraza la hembra salvaje y no me interesa porque quiero la libertad y el olor  de la selva y el mar y ella clava sus uñas afiladas en la piel de mi brazo que pierde sangre a borbotones pienso en los peces que comen carne humana ahora no puedo detenerme sólo deseo nadar me dejo llevar por la marejada recuerdo mis buenas pescas de ostras en Pemba subo a la superficie y observo a los hombres que se dejan caer por todos lados desde el trinquete a la popa y desde el carajo hasta la cabina de uno que se dice jefe ya hay un amasijo de gente de todos los colores y sus gritos suenan a clarinadas de guerra es la Muerte y siento que todos quieren huir de la Muerte como yo y la compañera de miserias sigue como una anguila mi escape el pequeño chino y una mujer negra a la que está atado yo ahora lo comprendo dejan escapar de sus brazos un bebé y también huyen el bebé flotará y lo matarán los arpones de los villanos que sobrevivan hay que seguir nadando sí hay que seguir y alejarnos hacia el extremo de la corriente separarnos de los tripulantes que han caído como cucarachas al agua  estoy tan delgado que pierdo una de la argollas de hierro que me sujetan a la cadena y me deshago de la otra y la mujer me estira sus pálidas manos plumosas y débiles pero la atrapo del cabello y sigo ya no me detiene nadie la luna permite que vea y pueda alejarme y miro tras de mí a otros que desgraciados aun no se han desgrampado se hunden en la marejada  irremediablemente la sal quema las heridas sigo alejándome se retiran cada vez más los que iban tras mi cuerpo parecemos dos delfines esta mujer y yo Isai Matuba bantú de Pemba  ya somos  fantasmas con linaje de estatuas de azabache y seda agotado me dejo llevar por la corriente a cada tramo más apartados de la ruindad de los náufragos piratas ¿mi amiga? la luna se va escondiendo entre los altos riscos y me invita a desentrañar una huída hacia sitios más seguros siento el filo de los corales en mis piernas doloridas como en la isla hay un sinfín de peces que lamen nuestras heridas que picotean y succionan el líquido que fluye de las entrañas de músculos y vísceras soy igual feliz porque siento la libertad en los brazos ya toco con los pies la arena hemos llegado a un punto de la playa y corro me sigue la extraña joven de quien gustoso me desharía para poder alejarme más rápido no sea que me atrapen y vuelva a ese infierno escondo mi cuerpo entre la  maleza ella se esconde junto a mí tiritando está desnuda y aterrada tan sola como yo pero sigilosamente nos alejamos internándonos en una extraña jungla de árboles sumergidos el griterío de los monos en la noche nos alienta a seguir hacia lo más profundo de los palmares caemos varias vece sobre la tierra y me siento libre y feliz  aunque dolorido el cuerpo busco un breve descanso recobrando la fuerza allí atisbo una enorme gruta en la muralla de roca que nos enfrenta nos protegeremos por un tiempo breve cualquier rastro de sangre o marca de pisada puede ser un enemigo pérfido que nos retrotraiga al infierno rendidos caemos sobre la arena seca y fría por primera vez siento paz y regocijo…

 

 

NUESTRO PARAÍSO


A la saga de un centauro correremos...

me dijiste, empinando mi cuello sobre el muro

de espejos de la alcoba

el mundo pareció descalabrarse en estallidos,

caían rastros de tormentas en el lino blanco de la cama

fuego, mucho fuego de antorchas

destruyendo la calma de nuestro paraíso.

 

Y el paraíso se transformó en un mar embravecido.

Cada ola era una ráfaga de pétalos de suave terciopelo,

donde una mano atrapaba los suspiros.

Hoy somos un puñado de loicas que cantan lejos

y los nidos están desparramados como fuentes sin agua.

 

Me dijiste haz silencio mientras besamos la piel

mientras   vemos el sol apagarse tras los muros.

Las montañas se abren en bramidos rotundos y voraces.

La nieve cae entre las sábanas que lloran el néctar

de tus besos   y mis besos que perdimos en la noche.

 

¡Mira el centauro que nos quiere tentar con sus rugidos!

 

LLUVIA EN LA TARDE

           

            Es necesario estar allí, en el silencio del atardecer. Las aves rumorosas que chillan sus chismes con el plumaje abierto al rocío, el sol gime con el color azul-índigo que roba al poniente y la compañera soledad, se acicala para cubrirme con su misterio. Me molestan los insectos que ronronean en mis oídos y me pican histéricos la piel, hasta hacerme brotar enormes bultitos rojos que rasguño hasta sangrar. Mi barca, se sacude suavemente en las ondas bermejas, azules y violetas del lago. Un fuego insolente se desplaza ágil en el horizonte, convirtiendo el verde en un matorral ígneo. Leo en la carta mil veces desplegada y cuya tinta se desdibuja en el papel. Una y otra vez, leo.

            Recuerdo el día que te fuiste. Tu alejarte fue un hecho disparatado, ilógico. Pero cierto. Egoísta pero feraz, ya que me hizo crecer este delirio que bailotea en mi estómago. Te extraño. Y temo pensar en un amor imposible entre el tiempo y la última despedida en que quisiste besarme y yo huí, como una pequeña gacela asustada frente al cazador astuto. Me parece aun sentir tus labios tibios sobre mis labios. Y una mano que pretendía asirme. Escapé a tiempo, no se si pudiera resistirme después de tanta soledad. Eres un sueño. Inalcanzable, como esas nubes que van cubriendo el cielo. Lágrimas finas que se dejan caer sobre mis senos olvidados. Sobre mi brazo inerte con el papel mojado por la tenue lluvia en esta tarde en que te digo adiós, definitivamente. Adiós.

            Despedirse de un amigo intangible es como correr hacia el olvido. Tu muerte prematura se despliega frente a mi y soy una pequeña presa asustada por el miedo a no saber si alguien,  un ser especial como tú, me ama como decías amarme. Yo sabía que no era cierto, pero en mi profundo e íntimo dolor, soñé, algunas veces, que eras el amante perdido. ¿Quién me mirará desde los confines con la mirada sedienta? Cada noche más solitaria y confusa. Y en este tiempo de vendimia, cuando ya caen las hojas enrojecidas de la viña, caminaré descalza por la tierra buscando un grano vital, ese que se transforme en jugo posible de vino nuevo. El vino que bebiéramos en aquel mar arrogante junto al cielo. Ahora llueve. Es el atardecer y llueve. Navegaré hacia la otra orilla. Donde habré dejado olvidado mi inquietud, y ruego, que vueles con los pájaros hacia el infinito. No me esperes, nunca iré a tu encuentro. Ya no soy esa niña que otrora cedió su mano para tocar tu piel y tu sonrisa. Llueve en la tarde y es el olvido inevitable para seguir viviendo. Otoño, qué tiempo para partir sin destino conocido. Oro y cobre. Ese el tiempo en que te has ido. Cuidaré tu nombre, lo ataré con cordeles a los álamos

inertes. Será un estandarte al viento, cabalgando las cimas de las montañas, capitaneando las cabalgaduras en la estepa sombría, así será tu nombre. Un pañuelo agitado al sol. Un adiós sin quebranto. Un beso sin destino. Aire. Y tu cuerpo, efímero compañero; encarnadura de estirpe sometida, estará ahuecada en la ladera de la tierra. Será vid y tan pronto revivirá en vino nuevo. Otro otoño distante en el recuerdo.

            Llueve sobre mi barca sedienta de silencio. Canta un pájaro y vuela. Se pierde en la oscuridad y ya es noche. Sin luna y sin estrellas. Noche, sólo noche.    

 

LA COFRADÍA DE LOS ANIMALES

 

La comadreja corrió por la orilla del arroyo Piráe y buscó al aguará guazú que se escondía del hombre para sobrevivir. No la veía por ningún lado hasta que se subió a una elevación del terreno. Avistó al oso hormiguero y le gritó la consigna. – ¡Reunión en el claro del monte ¡ - El sonido de su chillido se oyó en toda la zona. Emergieron cabezas de varios animales: el tatú carreta, el lobito de río, vizcachas de varios colores, algunos guasunchos o cervatillos, carpinchos curiosos y hasta una yacaniná ñata. Las aves volaron en todas direcciones para llevar el mensaje. El gato del monte necesitaba urgente una reunión en forma rápida. Los guacamayos ruidosos se elevaron en vuelos veloces entre los altos árboles de la selva. Todos tenían que venir nadie estaba excluido.

Así se reunieron para declarar que nadie tenía que salir de la selva para evitar al hombre. - Ellos, son malos y vienen a destruir nuestro mundo.- dijo el gato manchado, que veía como se estaba achicando la selva. –  Yo les aconsejo que merodeen sólo si no ven gente extraña, el hombre de la zona, sólo caza para comer. El otro, ese que viene de lejos, quema y tala los árboles y mata, por puro placer mata.- Y cada uno de ellos, salió a su madriguera para comentar con otros animales del bosque.

La noche cayó sobre la espesura y los ruidos de monos e insectos, atropellaban los matorrales con su sonido amigo. Todos cuidaban a todos, así se podría seguir viviendo en el bosque.

lunes, 26 de abril de 2021

UN CUADRO CON RETRATO DE MUJER Y CABALLERO

 Cuando menos lo esperó, el hombre sintió la participación de Sinali, que no quiso quedarse afuera de la fiesta. Ella ejecutaba el rabel sentada en una alfombra de Izmir. Su silueta se dibujaba detrás de la luz que proyectaba la luna en la ventana abierta. La cabellera suelta y larguísima caía sobre la túnica de seda. Era un rayo de azabache entre las horas muertas de la noche. Sus senos rosados e inocentes, sugerían la turbación de su juventud, dorándolos con la suave luz celeste de la esquiva Venus. El sonido grave adormecía la mente, mientras los ojos iban desperdigando miradas sensuales, curiosas, conmovedoras. Sinali estaba allí vacilante y perturbadora como una vestal esclarecida.

La fiesta había cumplido con todos los augurios esperados y soñados. Sólo faltaba eso, la magia del rabel con su sonido ensoñador y triste.

Ese día, las mujeres más bellas, brillantes y sensuales, se habían trajeado y embellecido para despertar ardores inquietantes entre los varones esquivos.

El menú, preparado por las manos mágicas de un chef inigualable, había saciado el estómago más exquisito del condado. Bebieron el mejor vino de la cava más admirada y prestigiosa de la región. No había faltado nada. La noche se alejaba y el amanecer quiso entrometerse en el momento más huidizo de la plenitud selenita.

El hombre quiso cerrar la ventana pero un viento helado se interpuso. El marco dorado se movía imperceptiblemente sobre la pared del salón. La silueta de Sinali, la diosa del rabel, se había desprendido y yacía lujuriosa en la alfombra.

Sólo faltaba el fantasma del caballero armado para completar la escena.  Pronto se desprendió de la vieja tela, orgulloso y febril, tomó a Sinali por la cintura, arrebatándole el rabel, se metió en el cuadro sin darse cuenta que la muchacha había envejecido ciento de años en un instante.

El temido espacio sibilino entre la vida y la muerte no respetaba la fantasía de una noche refinada y astral para los escorzos impresos en el antiguo óleo del gran salón de fiestas. La fealdad había incluido al caballero armado que ahora era un simple esqueleto con guadaña en lugar de la filosa espada reluciente.

            El hombre se durmió esperando el sol para aclarar los mensajes nocturnos que borrosos en la penumbra no podía comprender.

LA GRECIA QUE ESTUDIÉ , narración sobre viajes.

 El avión aterrizó en Atenas. Una ciudad plena de vida y de antigüedades. En el hotel, nos enfrascamos en un mapita que nos dieron en la aduana. Teníamos que señalar los lugares más importantes de ver, que allí son muchísimos. Mi amiga Alicia y mi hermana se acomodaron en sendas camas y yo me quedé en la más pequeña. Acomodadas las maletas, guardados los documentos y algo de nuestros ahorros para el viaje; cosa que nos salvó de un robo.

Como turistas no perdimos el tiempo y salimos a buscar esa Grecia llena de historia y modernidad que ha logrado cautivarme desde muy joven. Nos indicaron el metro y bajamos por sus escaleras de mármol con la sorpresa de encontrar un metro súper moderno, con simples explicaciones por alto parlantes que gracias a Dios entendía bien y nos llevaba a los lugares más importantes que deseábamos conocer.

Llegamos al Museo Nacional… ¡Una maravilla! Ver la cantidad de objetos valiosísimos que han recuperado los arqueólogos, joyas, vasijas, armas, esculturas. Puede una persona quedarse días para mirar esos trofeos.

Salimos y nos sentamos en una pequeña fonda donde comimos a gusto lo que nos sirvieron, platos típicos que no puedo nombrar por ignorar el idioma. De allí a la “Placa” una calle que atraviesa una zona para los ingenuos viajeros. A mi amiga le robaron la billetera allí y no se dio cuenta hasta que llegamos a un negocio donde quiso comprar agua. ¡Perdió las tarjetas y algo de dinero! Gracias a Dios yo tenía el sistema para llamar a mi país y avisé por las tarjetas, en Mendoza era plena madrugada y lo menos que me dijo quien me atendió fue: ¡Bonita! Pero no pudieron usar para comprar los cacos con las tarjetas.

A la noche supimos que en el último piso del hotel había un restaurante y cansadas de caminar, subimos a cenar allí. ¡OH, sorpresa! Era muy bueno y muy económico. Una vez servida la cena, se me ocurre voltearme y desde un ventanal me quedé anonadada. Desde allí se veía iluminado el Partenón, las Cariátides y otros monumentos. Un lujo inesperado. En la noche estrellada ver a los lejos esas obras maravillosas era un regalo de Dios.

Al día siguiente partimos en Crucero a las Islas. ¡Qué pérdida! No podíamos estar ni una hora en cada isla. Un bochorno. Me parece a mí, que no es una forma buena para viajar ese monstruo gigantesco de acero que lleva gente encerrada en pequeñísimos espacios como ganado. Sí, hay personas que me miran raro cuando digo esto; pero hasta una noche rodé hasta el suelo desde mi litera. ¡No es para mi una alegría tener un golpe en un viaje! Alquilé otra cabina por el resto del paseo, pero recuerdo con cariño, algunas imágenes de las Islas: Santorini, Patmos, Mykonos, Creta y Rodas entre otras. Poco tiempo para tanta belleza.

En una de las Islas, nos dejaron abandonadas en el lugar de encuentro. Eran tres minutos pasada la hora de la estricta rusa que nos guiaba. ¿Cómo llegar al barco? Con mi idioma italiano (Gracias profesores de italiano de mi escuela) me comuniqué con el chofer de un taxi que aceptó llevarnos a mi hermana y a mi, hasta el crucero; pero antes debía dejar un “yanqui” en un hotel. Ya veía yo que nos cobraría una fortuna…y sí, fue así, pero llegamos a tiempo de que cerraran la entrada al crucero y casi nos ponen una multa. A partir de ese día nos trataron tan mal en el bote que rogábamos llegar a Atenas y salir del encierro. ¡No hay libertad en esos transportes!

Una de las cosas más interesantes que viví fue ver las estaciones de metro que recién habían socavado; en cada rincón bajo tierra debieron detenerse para sacar obras de arte y restos arqueológicos. Cada uno de los ingresos y egresos tiene un mini museo con esas maravillas, con cientos y miles de años, son porciones de viviendas, templos y estatuas, pero dejan pensando en esa cultura que sirvió tanto a la humanidad y a la filosofía. Era muy simpático ver los popes (sacerdotes) ortodoxos, mirando los enormes televisores en cada estación, con sus largas barbas, atuendos religiosos y percibir su ingenuidad frente al mundo caótico de la ciudad cosmopolita.

Los templos ortodoxos cristianos son de una belleza inexplicable. Cuando uno ingresa sólo se oye música y cánticos gregorianos muy suaves. Permanentemente hay humo de incienso que penetra hasta el alma. Las lámparas son de una exquisitez inenarrable, y las hay por docenas en cada templo, el espíritu se transporta al Altísimo. Y yo sentí estar cerca de Dios.

En una de las Islas, nos llevaron a lomo de burro por un sendero angosto hasta encontrar unas señoras que hacen labores en lino, bordados con cintas y de una delicadeza, que da deseo de traer todo, lástima que se tiene que viajar ligera de peso y el lino, pesa demasiado. Bellos los pollinos que me trasladaron a la época de Jesús.

Los griegos son alegres y les gusta bailar, recordemos la película “Zorba, el griego”, bueno, su música suena en las calles, bares y mesones como un himno a la alegría de sus habitantes y por qué no decirlo, de todos los que llegamos a sus hermosos paisajes y teatros de los grandes filósofos. Tanto estudiamos sus historias que nos sentimos pertenecer. Tal vez los jóvenes griegos no saben lo que algunos extranjeros admiramos sus epopeyas con los “espartanos y atenienses”.

¿Sabrán lo que han transformado el mundo los filósofos que se reunían en el “Ágora” solo para meditar y dialogar? El teatro que aun se representa, "agiornados" pero con los mismos mitos y narraciones. No lo creo. Viven la realidad de hoy, del siglo XXI.

Grecia sigue siendo una gran nación.

 

LA POESÍA ES PINTURA HECHA DE PALABRAS

 

LA PINTURA ES POESÍA MUDA; LA POESÍA PINTURA CIEGA: LEONARDO DA VINCI

 

Los trigales perfilan la curva del silencio.

Holgazanean las espigas solariegas en calma.

Buscan las aves el horizonte de las almas añil,

revierten la soledad del camino al cielo plata.

Vertiginosas las vocingleras cataratas cantan,

van valle abajo en su perfecto viaje en busca del oropel

que maltrata las piedras sobre el suelo fértil,

a los arroyuelos que pintan las aguas mansas.

Los sauces se contornean coqueteando ensueños

atrapando el arrebol de la ribera inquieta, en brava caída,

en perfecta sorpresa de melancolía blanca.

Nace en el horizonte un carmín de sueño solar,

un tamiz de osadía perdido en la montaña. Nieva.

El corazón palpita en verdes y celosos naranjas

del pinar yacente en la balaustrada umbrosa,

moviendo el mundo con ritmo de hojarasca sutil,

con ritmo de amapolas que mecen mariposas de oro,

con ritmo desmesurado de panderos viejos, ruidosos.

Un colibrí amenaza llevarse cada flor en el pico,

robar la dulzura de la miel del panal oculto,

buscando en las ramas del rosal y peonías rojas.

Y el trigal sigue inquieto meneando su belleza dorada

coqueteando con las cigarras y tumultuosas langostas.

A lo lejos nace la poesía con pinceles de crines.

Cabalgan los alazanes con probidad de duendes,

Traen entre sus lomos la magia de violines.

Traen al poeta ebrio de amor y gozo.

Traen joyas preciosas.

Traen palabras que brillan con los trigales.

 

ANDALUCÍA, TUS FLORES Y PERFUMES, anécdotas de viajes.

 

España es tan grande para recorrer completa y bien, que hay que darle un tiempo a cada región para disfrutarla.

Mi profesora de Castellano, nos hizo leer a los grandes poetas de la península: Lorca, Vallejo, Sor Juana Inés de la Cruz, Mio Cid, Cervantes y muchos que fueron inspiración para querer recorrer Andalucía.

Los monumentos moros, las enormes iglesias que se levantaron con sangre y el “Oro de América para Gloria de Dios” y que te parecen una afrenta a los Mayas y Aztecas, y por supuesto a Dios. Pero… hay tanto arte y lugares bellos que faltan días y horas para ver y admirar la mano del hombre frente a esa maravilla llamada “Tierra Calé”.

Uno de los paseos que dejan una huella en el espíritu son los patios de las casas andaluzas. Las paredes cubiertas con tiestos cargados de flores multicolores bajo un sol radiante y fuerte, mientras salen de los ventanales con rejas herradas a mano, unos perfumes de arroces y mariscos, unas cazuelas de pescado fresco y verduras, que iluminan los ojos de los paseantes. Los mesones de madera añosos, con alegres manteles a cuadros rojo y blanco, con vajillas de colores, y algunas hechas por las manos artísticas de ceramistas y alfareros, que guardan una profunda historia ancestral, son las que esperan en pequeñas posadas para comer los transeúntes y pasajeros.

A la noche fuimos a un famoso tablao Gitano. ¡Gran fiesta de “bailaores” y “Majas” con sus vestidos de volantes y colas que mueven al son de las palmas y zapateo rítmico! Comimos una “paella digna de un príncipe” y regamos con un buen vino Riojano Español. Una noche alegre con una multitud de turistas del mundo que buscamos encontrar el núcleo de la historia de ese pueblo.

En Sevilla, conocí, la famosa Virgen de la Macarena. ¡Una belleza! Si la miras de un lado, llora con lágrimas de cristal sobre la porcelana y si la miras del lado opuesto, te sonríe invitándote a mar a su Hijo. Vi los Pasos de Semana Santa sobre un costado del ingreso al enorme templo sevillano. También paseé por el parque cuyas mayólicas fabricadas a mano, te enlazan con los artesanos moriscos. Allí, se conocieron Máxima, la reina de Holanda con el hoy Rey, y dicen que es un lugar donde se unen extrañamente las parejas más célebres del mundo. ¡Viva el Amor!

Si caminaba por ciertas calles, recordaba los poemas de García Lorca; imaginaba su figura hermosa, porque lo era buscando un café o bar donde sentarse a escribir o dibujar. Sentí que fue una tristeza su muerte, nos privó de uno de los más exquisitos poetas. ¡Poeta del Cante Jondo! Esos cantares que hoy los juglares han puesto música como a Machado y que los jóvenes no han conocido en profundo.

Una España que pasó por una guerra tan triste y dolorosa, por ser entre hermanos. Donde muchos cayeron bajo las balas y en los frentes de las casa hay enormes placas de bronce con sus nombres. Hoy es una España pujante y de una diversidad étnica increíble. Pero por doquier se ve la fuerza de los moros en su arte.

La alambra con su patio de los tigres o leones, desde donde se observa toda la ciudad, en sus balcones. Los techos de tejas musleras y los campanarios de cientos de iglesias.

En una calle “medieval” de Granada, caminábamos buscando una taberna donde se comían exquisitas tapas y de pronto, vimos venir por entre los empedrados un hombre con su burro, enjoyado de cascabeles y pompones de colores. Iba cantando el señor a viva voz una canción en un español que no entendí mucho, pero sus alforjas, tenían frutos secos y manzanas que brillaban con el sol. ¡Su alegría era prodigiosa” Y su ropa, de traje típico, nos dejó boquiabiertas, Nos saludó sacándose un sombrero negro y su cabeza lucía un pañuelo rojo para el sudor  que le provocaba el calor ambiente. Me quedé arrobada. Era un “Platero y Yo” en vivo. Un cuadro de belleza, que él, llevaba con la galanura de un “señorito cabal” y siguió su camino con el tintineo de los cascabeles hasta que se perdió tras un muro lleno de geranios multicolores en flor, cuyo perfume enarbolaban su condición de fiesta popular. Seguimos caminando hasta llegar a la taberna donde comí el más exquisito pulpo en aceite de oliva, de toda mi vida. Andariega, me fui metiendo en algunas plazoletas, viendo las mayólicas con el color mudéjar azul, grana y amarillo, que brillaban con la luz infinita de sus rincones. En toda Málaga, transité catedrales y palacios, donde se guardan antiguos escritos de la historia de América y de Europa. Los pies listos y cansados, el alma pletórica de ver la Vida y su Belleza.

¡Es hermosa Andalucía, es muy bella!

NIDOS VACÍOS

Para sacudir los nidos desocupados y darle lugar a los jóvenes pájaros para que aniden en primavera.

 

      Los chicos de las granjas, juegan con lo que encuentran, dijo Eulalia. No te preocupes hermana. Encontrarán seguro mil curiosidades para entretenerse. Míralos, trepados en la vieja encina. Balanceándose en los sauces sobre las acequias. No te abrumes.

      El campanario de la vieja capilla llamaba al ángelus. Y Antonia dejó las ollas y pucheros para rezar. Su rostro pintado con harina desdibujaba las mejillas arreboladas por el calor del fogón. Sus manos regordetas y suaves de sobar el amasijo, eran como paletas de color rosado fuerte. Caía cabello cano entre sus mejillas. Los ojos enrojecidos de tanto llorar se esfumaban con el vapor del cocido.

      Mirna, Cecilia y Saulo, reían con la inocencia de los niños que no saben la causa del traslado a la granja. ¡Chicos vengan a rezar con la abuela! Llamó Eulalia. Parloteando se acercaron a la cocina y se acomodaron junto a la mesa donde la masa de los fideos se estaba refrescando para ser cortada en finos hilos con cuchillo. “Los fideos de la abuela eran un sueño”

      ¡Y el ángel del señor anunció a María…! Chicos no se pellizquen, no peleen…y ¡“Concibió por obra y gracia…! Dije silencio. ¿Pero abuela qué quiere decir concibió? Preguntaron a coro. Bueno vayan y sigan jugando.

      Salieron corriendo y gritando “Mancha”. Te toqué. Se perdieron entre los espalderos de uvas y el zanjón que no traía agua por falta de deshielo y lluvias.

      Pasó un rato y se escuchó el motor de un automóvil, era Daniel que regresaba con Sara y Delicia. Hemos dejado todo listo para la ceremonia de mañana. Ahora después de almorzar vamos a dormir un rato la siesta. Los niños que entren y descansen porque la tarde será larga, fue el deseo de Jorge. Pero no escuchaban el llamado desde la casa. Habían encontrado en los cerezos unos nidos de pájaros y como estaban vacíos, comenzaron a juntarlos para jugar.

      Sara se sacó la falda y las medias de seda que tenían varios hilos corridos. Se puso una bata y se tiró en la cama de su madre. Delicia se desató el cabello que tenía sostenido con hebillas y se sacó la faja. Un desparramo de piel de su vientre operado, la hizo suspirar. ¡Por fin puedo respirar tranquila! La gata se deslizó por entre sus piernas y se acomodó ronroneando en el hueco de su nuca. El almohadón con perfume a lavanda, abrazó un sueño largamente deseado por Delicia.

      Afuera, comenzó a bajar la luz, el sol se iba escapando por entre los álamos hacia la cordillera. Para la hora del te. Los chicos regresaron agotados con los brazos llenos de arañazos de las ramas y espinas de los molles. En el regazo debajo de sus prendas sucias y arrugadas, aparecieron los nidos vacíos de pájaros y huevos.

      Abuela: ¿Harán nuevos nidos en primavera? ¿Tendrán pichones los pájaros? Y el parloteo hizo un bache de espera para la jornada triste del otro día. Tenían que enterrar al abuelo.

       

EL MUNDO SEDIENTO

 

Me agacharé en la ciénaga con las manos limpias

 

Regresaré del camino sin peces y sin flores.

 

Te habrás ido lejos.

 

Estarás perdiendo en la memoria mi nombre.

 

Las calles se bifurcarán en el bosque de pinos

 

Muchas bocas sedientas buscarán el sabor de las lágrimas.

 

Ya no estarás, ni estaré para saciarlas.

 

Será un adiós definitivo.

 

 

 

 

EL ÁNGEL NEGRO

             Estamos cruzando el río con una canoa frágil que compramos con nuestros ahorros. Es pequeña y pintada de colores vivos. El río se desliza suave como un reguero de miel o aceite entre un sin fin de plantas. Hay ruidos desconocidos por la costa. ¿Serán monos o aves? No tenemos idea de dónde provienen. No le tenemos miedo. La aventura nos ha superado. Primero la avioneta se descompuso en medio del tramo que nos llevaba al puerto, luego caminamos por una ruta contraria hacia donde queríamos ir, nuestro viaje de tres días está durando trece.

            Chalo dice que ese número no hay que nombrarlo, es mufa. Yo no creo en esas cosas. Rolando que es medio místico, nos alienta con unas oraciones que parlotea a toda hora. Me cansa, pero no le digo nada porque es bueno y ayuda en todo. Seguidamente al llegar al único puerto que encontramos había sólo una canoa. Ésta que se desliza como sobre miel caliente. Gracias a Dios no estamos solos, hemos visto algunos nativos caminar por la orilla. Nos miran con su boca desdentada y nos hacen señales que no entendemos.

            Giro y un sordo ruido surge entre las frondas. Es una imagen extraña. Lo que vemos es como un enorme ángel negro con un par de alas emplumadas que se abren sobre nuestra bonita canoa. Pareciera envolvernos con sus alas de grafito brillante y garras afiladas. Clava sus grandes ojos en mí. Me toma por el hombro y me sostiene sobre el río como un juguete sin forma. Lloro con desesperación. El número trece, pienso y con un llanto de cobarde, me lanzo a gritar y a golpear con mi mano ensangrentada al Ángel Negro. Los nativos vociferan y saltan de alegría. Ahora entendemos que ellos esperaban eso. Le grito a Rolando que rece por mí. Un dolor cálido me consume mientras mis alaridos se pierden para siempre. Ellos siguen navegando huyendo de ese monstruo alado que ya sació su hambre.

 

EL VIAJE

 

             No había viajado nunca en tren. Su abuela le había preparado un bolso con ropa y enrollado un colchón de algodón que ella había armado. Una manta de lana hilada a mano. Andrés, tenía que ir a trabajar en la ciudad. En el campo no había cosecha por el clima malo que arrasó con todo.

            Estaba muy tenso y asustado. Era su primera vez. En la ciudad el tío pancho lo buscaría en la estación de trenes.

            El vapor de la locomotora lo envolvió. Le pareció que entraba en un mundo de fantasmas. Pero cuando se disipó pudo ver a la abuela que parada secaba con el dorso de la mano una lágrima que corría en la piel arrugada por os años y el trabajo duro del campo.

            El “Rufo” su perro y el “Gringo” el caballo bufaban en el terraplén despidiéndolo. La abuela regresaría a la chacra en la volanta. Lentamente comenzó a moverse el monstruo de metal sobre las vías y el ruido de fierros asustados, llenó junto al silbato del ferrocarril, la vieja estación del “Algarrobo Ladeado”.

            Sonó una campana despidiendo en la hora justa el convoy. Andrés sacó la cabeza por la ventanilla hasta que se desdibujó la figura de la abuela. Lloró. Pero no quiso que lo vieran así, por lo que prendió un cigarrillo y comenzó a fumar echando humo agrio y espeso como el tren.

            El movimiento monótono del cocha lo adormiló. Se quedó semidormido hasta que un hombre vestido con una chaqueta verde sucia de grasa y cenizas le pidió el boleto. Se lo mostró y le hizo un pequeño agujero con un aparato que nunca antes había visto. Ese fue uno de los primeros objetos que comenzó a conocer.

            Al medio día sintió hambre y abrió una cesta que tenía con unos sánguches que le había puesto ella. Sintió un dolor seco en el corazón, había dejado solita a la anciana. ¿Ahora quién velaría por ella?

            Al atardecer comenzó a ver que a la vera de los rieles había menos campo y más casas. Algunas muy humildes y viejas, y a medida que seguían hacia la ciudad, más y más casas y calles y rutas que atravesaban el ferrocarril, para lo cual bajaban unas lanzas de metal o madera pintadas en varios colores y que detenían camiones y autos y en algunos lugares, bicicletas y motos. Avistó unos edificios altos. Eran lejanos y parecían montañas de vidrio y metal.

            De pronto el coche entró en un terraplén y un cobertizo de metal. Era la estación mayor. Allí había mucha gente que esperaba a los que venían en el tren. Miró por la ventanilla y vio a su tío, que fumaba una pipa y largaba humo azul. A su lado una mujer rubia que él, no conocía. Cuando el coche se detuvo, sonó un silbato largo y la gente apurada comenzó a recoger sus maletas y bultos para descender. Él, esperó un rato y después bajó. El tío lo abrazó y llorando lo beso en la frente.

            -Mirá Alicia, este es mi sobrino Andrés, es un muchacho que nunca salió del campo. Y ella ligera, le dio un beso húmedo en la mejilla donde dejó una marca de carmín. Luego le retiró el bulto menos pesado y lo tomó del brazo como si fuera su hijo y Andrés, la miró con el seño fruncido. – Mirá Pancho, no le gusta la tía.- y largó una carcajada que el tío aplaudió. Ya te acostumbrarás a mí, dijo y siguió empujando una familia llena de niños que tenía delante. Cuando salieron a la calle, Andrés confundido, se quiso volver atrás. Cientos de autos, micros y bicicletas corrían de un lado a otro por la zona.

            Andrés nunca va a olvidar ese viaje. Porque nunca pudo regresar al campo y porque la abuela, llegó en pocos meses a la ciudad porque lo extrañaba.

SALTÓ AL BALCÓN

             Mi viejo era un héroe. Viajaba siempre al interior con la chata llena de mercadería que vendía en el campo. Con lluvia y con sol, con viento y con calma el iba por caminos internos, no por las rutas. Las rutas las usan los comerciantes grandes, los que llevan muestras. Él, no, el vendía ollas, juguetes, ropa de campo, zapatos, alpargatas, cuchillos y mil cosas que conseguía en los galpones de la aduana o en garajes escondidos de los grandes comercios.

            Dormía en la camioneta o tal vez en algún cuchitril, de esos que hay por los caminos con luces de colores y flechas que dicen “Hotel” y son de cuarta. Mi madre lo adoraba. Y nosotros, los cinco hermanos también.

            La Lidia, aprendía piano, con doña Tiburcia y cuando sentía que llegaba rezongando la chata, se sentaba en el piano y tocaba y tocaba y mi padre la miraba y lloraba. De alegría lloraba. Yo coleccionaba “El Gráfico” y él, se sentaba en un sillón destartalado en el porche y los leía y acariciaba mi cabeza. ¿Sabés como me acuerdo de mi viejo? Si me parece hoy que lo estoy viendo con la foto de Labruna y a Di Steffano a quienes admiraba tanto. Mi hermana Célica se escondía debajo de la mesa que mamá tapaba con una carpeta que tejía con hilo fino y una aguja finita, y espiaba los libros de mi hermana que iba a la escuela Normal para ser maestra. Tal vez hubiera sido mejor que nunca creciéramos.

            Un día mi papá llegó fuera de hora. Mi hermana Carlota no había ido a misa con nosotros y mamá. Él, como no tenía llave saltó por el balcón a la pieza de arriba y el mundo se vino en catarata hacia el “carajo”. El Aurelio Marín, nuestro vecino, casado con la Antonia, estaba desnudo en la cama con mi hermana.

            Papá no dijo nada, sacó una pistola que llevaba siempre por las dudas y le pegó un tiro. Tan pero tan mal que en vez de darle al “tipo” mató a la Carlota. Ya no va a ser maestra.

            Vino la policía y se lo llevó a papá y al Aurelio. ¡Pobre mi papá, nunca supo que la puerta estaba sin llave; porque de la vergüenza se colgó en la reja de la celda en la comisaría! 

  

ALDEMIRA Y BRUNELA

            Brunela despertó con el canto de un pájaro mañanero. Yo la miré y la vi distinta. ¡Qué pena, me dije! Lenta, más lenta que otros días. Se sacó el camisón con seria dificultad y se puso un vestido suelto de color amarillo con volantes de encaje ocre.         Caminó hasta el espejo. Cuando se asomó a mirarse creí que me podía ver ya, pero no era tiempo aun.

            Bajó despacio los cuatro escalones hacia el amplio patio lleno de helechos y orquídeas florecidas. Quiso cepillarse el pelo, pero logró solamente hacer el frente de su larga cabellera canosa. Sus manos temblorosas, tomaron una taza de té que, helado seguía en la mesilla junto a la hamaca de sogas grises. Lo había dejado la noche anterior Luisina.

            Esa mañana la vi más pálida que nunca. Calzaba unas chinelas de flores rojas y se ató como pudo el pelo con una pañoleta roja. Suspiraba y su pecho, parecía una flauta medio rota y cansada.

            ¡Brunela era hermosa! El rubor de sus mejillas atraían las miradas en el mercado y en misa. Hoy parecía marchita. Recordé, al escuchar las campanas que el oficio de las once ya estaba perdido. Pero ella no amagaba terminar de vestirse para salir a la calle.

            Tomó un sorbo de té. ¡Está asqueroso! Dijo sin titubear y buscó mi presencia. No me vio. Aun no es tiempo, dije para mi alegría. Se tapó la cara con un chal de fino algodón blanco y un largo suspiro acompañó sus manos que regresaron tiesas a su regazo limpio.

            ¡Estoy vieja, mi negra! Murmuró entre rabiosa y triste. Yo la miré con amor. ¡Siempre la quise! Es como mi madre, creo, si la hubiera tenido. ¿Sería tan buena y cariñosa como Brunela? Lo dudo. Esclava y negra. Yo mestiza. Se tomó el té y comió un trozo de bizcocho que duro y verdoso le sentaba como un manjar de reina. No miró la hormiga que engulló sin verla.

            De pronto me buscó entre las orquídeas y me llamó a los gritos. ¡Aldemira! Allldeemmiirraa. Entonces me vio. Y sonrió. Comprendió que yo que soy un fantasma no la abandoné jamás. Ahora participamos ambas de nuestra experiencia de condición sobrenatural. Ahora somos dos fantasmas en la casa dormida.

 

 

lunes, 19 de abril de 2021

EL VIEJO...

 

            Estaba cerca de su muerte. No teníamos una relación muy cálida ni próxima. Casi, por obra de los relatos nada ingenuos de mamá, yo no lo apreciaba. Lo respetaba, por eso de “honrarás a tus mayores” inscripto casi a fuego por mi padre. Y la realidad me obligó a cuidarlo en el sanatorio, donde, desde hacía varios días, estaba internado. Mi madre nunca pudo quedarse a cuidar enfermos en su lecho, exceptuando a papá, a quien amaba por opción.

            La noche había puesto un tul ceniciento entre las camas de los otros internados, que apenas murmuraban algún requerimiento a sus otros veladores. Así, comenzó en voz monótona a decirme algunas cosas.

Sabes, yo vine  muy chiquito de Italia. Mi mamá era pequeñita y con catorce años, la casaron con mi papá, casi sin conocerlo. ¡Pobre, ella era de buena familia! Él, no era un simple peluquero de pueblo. Sufrió mucho. Yo, a los seis años, me dejaron en la casa de un “sarto” (sastre) para que aprendiera el oficio. Como era tan pequeño, me subían sobre la mesa y me sentaban en una banquito para que pudiera coser. Con luz de vela. Otras veces, con luz de kerosene. En realidad, con mis 94 años, he visto todas las formas de luces de la historia. ¿Cómo serán las del futuro?- se quedó callado, como recordando su niñez. Al rato abrió los ojos y me tomó la mano- Durante trece años sólo comí todos los días...garbanzos hervidos. Por eso los odio, nunca le dije a nadie esto, pero me estoy muriendo y alguien tiene que saberlo, qué mejor que vos, que sos mi nieta más chica. Mi mamá nunca lo supo, yo el decía que me daban pollo y carne, pero era para que no llorara. Ella siempre lloraba recordando su “paese” y a su familia que no volvió a ver jamás. No sabía leer ni escribir. Después ya sabiendo coser, me dejaron volver con ella y salía al alba para el taller y volvía de noche. Sin embargo, tengo buena vista.- yo había descubierto que no sabía leer. Se sentaba con el diario, pero sólo miraba las figuras y comentaba, por experiencia y por lo que decían en la radio, lo que pasaba. Seguro que le daba vergüenza que supiéramos que no sabía leer ni escribir. Pero tenía manos de oro para la costura. Era un verdadero Sastre Italiano, un caballero. Hacía los mejores chaqués y frac de todo Rosario, en Santa fe. Era famoso porque hacía los ojales con seda y pelo de mujer, que nunca se desarmaban por el uso. ¡Era otra época!

Sabes nena, yo cuando era chico, nunca tuve un juguete. Me hacía con los carozos de cereza o durazno, unos silbatitos que daban un sonido agudo y así me comunicaba con mis siete hermanos. Además con maderitas me armaba carritos. Cuando era pequeño, viajábamos de a pie, cuando los domingos, después de misa algún conocido siciliano, lo invitaban a mi papá a comer la pasta. Era una fiesta y volvíamos tan cansados. Un día mi papá, que era alto, se cayó con un ataque y a los dos días se murió. Fue terrible. Mi mamá no sabía qué hacer. Debe haber sufrido mucho la viejita.  Al final, conocí todos los medios de transporte. Desde el burro y el caballo, hasta el automóvil, el tren, el avión y por la televisión, vine a ver la llegada del hombre a la Luna. ¡Qué cosa! Todo por tener 94 años. Ya estoy llegando al final de mi vida y no tengo a nadie; bueno, sí, a tu madre que no me quiere y a ustedes. Tus hermanas son cariñosas, pero siempre están ocupadas. Es la vida de ahora, yo entiendo. ¿De qué me habrá servido vivir tanto, no? Al final, nunca voy a saber qué hubiera sido de mi vida si mi papá no se moría tan joven. Me casé con la Juana...buena mujer, me aguantó muchas. Tuve tres hijos. Una murió chiquitita. Tu tío y tu madre fueron buenos hijos, nunca me hicieron rabiar. Y ahora que estoy llegando a mi muerte, me doy cuenta que siempre estuve muy solo.- Cerró los ojos y se quedó dormido. A la madrugada, sentí que me tomaba la mano. Una lágrima le corría por la mejilla y se perdía entre la comisura de los labios. Me pidió que me agachara. Me dijo:- Gracias, trata de ser feliz. Dame un beso.- y cerrando los ojos expiró. S

 

Nunca voy a saber si era bueno o malo. Siento mucha pena por él. Tal vez si alguna vez nos reencontramos pueda decirle que lo quería un poco. Que lo respetaba y que admiraba su don, el de coser tan bien.

ALEMANIA HACE MUCHOS AÑOS, anécdota de mis viajes

 

Estar en Alemania, es reconocer lo que significa el trabajo, la persistencia a vivir y el respeto por las reglas. Cuando estudiaba tuve la suerte de tener profesores que nos mostraron cómo quedó Alemania después de la segunda guerra mundial. ¡Destruida! También fotos y películas que mi padre nos hizo ver para que valoráramos la paz.

Llegamos, con mi madre a Francfort, y de allí nos llevaron a un hotel pequeño. Era invierno y había mucha nieve. ¡Era hermoso! Yo tenía treinta y cinco años y mucha vitalidad.

Mi madre había comprado un paquete con un sistema que nos venían a buscar al hotel y nos hacían conocer lo que quisiéramos. Por un lado es bueno por otro lado no tanto. No había conocido todavía el sistema del autobús turístico que sí te hace conocer los puntos más interesantes. Pero fuimos a diferentes ciudades donde habían restos de obras de los antiguos romanos, de las tribus bárbaras anteriores y ciudades pintorescas como Mannheim, donde compré un hermoso reloj Cucú, y recorriendo a orillas del río Rin hasta llegar a Dusseldorf todas las ciudades reconstruidas por los laboriosos alemanes.

Una mañana llevé a mamá a almorzar en un típico restaurante “tirolés” o yo lo creía así; como no se hablar nada de alemán tomé el menú y señalé un plato al azar para mí y otro para mi madre. Ese, era uno que comía un señor cerca de nosotros, y que resultó ser chuleta de cerdo con papas y una salsa agridulce. Cuando me presenta el misterioso plato que solicité…era una parvita de lomito de ciervo ahumado. Me reí mucho, por ignorante y el mozo se moría de risa. ¡Pero lo comí, era exquisito! En medio del postre, vi detrás de mamá un ratoncito que atravesaba el piso hacia la calle. No hice ningún llamado de atención porque mi madre, les tenía terror a las lauchas. Pensé, se sube a la mesa, grita y como no nos entienden nos llevan presas. Ya me veía en la comisaría tratando de explicarle a un policía que mi madre odiaba los ratones. Mamá los olía, era como algo sensorial ya que me dijo: ¡Una rata! No, dije con mi mejor cara de póker. ¡Sí, hay una rata!

Mamá si haces algo raro nos encierran en la cárcel. Llamé al mozo y con una hoja de papel y un bolígrafo dibujé un ratón y señalé por dónde había pasado. El hombre trajo al dueño, no sé que me dijo, pero no nos dejó pagar y nos saludó hasta la puerta llamando un taxi que pagó él. Tengo que agregar acá, que mi madre tenía tal terror por las lauchas que un día que encontró una en el pasillo de mi casa, del grito que dio, la pobre rata se murió de un infarto. Imagino el que daría allí, y yo, sin saber hablar en alemán.

Recorrimos una ruta junto al río Rin y lo que me asombró en ese momento, fue ver semáforos en los recodos del río para evitar colisiones de barcos y botes. Nunca los vi en ningún lugar desde entonces.

Conocimos ruinas romanas que parecían recién restauradas. Impecables. Pienso que hoy después de casi cuarenta años, Alemania con el éxito de sus políticas y la unión con la parte oriental, debe ser maravillosa. Dios quiera que pueda regresar algún día. Lo curioso que estoy casada con un suizo-alemán y el apellido de mi esposo es bien difícil de escribir y pronunciar.

EL ACCIDENTE

 

Cuando se fue a la  madrugada  dijo que “que me  amaría  siempre. Se fue. Habíamos peleado porque yo no tenía trabajo todavía. Esa mañana me contestaron de un banco que me harían una entrevista, pero no me creyó. Ella vino a los dos días. Era de noche y estaba muy nerviosa. Se encerró en el baño del fondo. Allí  se quedaba hora mirándose al espejo y yo la espiaba, porque la adoro. Siempre pensé que sería definitivamente mía. Construiría un castillo mágico lleno de sorpresas. ¡Me encantaba pensar en ella como una de esas modelos de la televisión!

El barrio para ella era una tumba. Odiaba a las vecinas chismosas y charlatanas que nos espiaban. Jamás saludó a nadie hasta ese día en que al muchachito de enfrente a casa lo atropelló un tipo y huyó. ¡El muy cobarde!  Las ambulancias rugían con sus sirenas insistentes.  Una terrible tragedia había ocurrido en ese espacio tranquilo. Destruyendo la paz, en el tranquilo barrio obrero. La policía, llegó rápido y acordonó el sitio... los periodistas de siempre parecían aves de rapiña buscando mostrar algo, sí, algo, porque ni el maldito que atropelló ni el chico estaban ahí. Y las pocas vecinas, esas que siempre se paraban a chusmear, se escondieron como ratas. Extrajeron los dichos de una nena de ocho años, que se sentía actriz de cine, se ponía en pose y exclamaba haber estado presente y decía como era el auto y quién sabe qué pavadas más. También los abuelos que la criaban hablaban con soltura. De todos modos era claro que nadie había visto la placa del auto ni el color del vehículo. Heridos hay, como una docena en la ciudad por la misma causa. Pero mi enamorada se acercó a la madre y trató de abrazarla. Era la primera vez que la veía en esa forma amable y tierna. La investigación los llevaba a una calle sin salida hasta que de pronto en un rincón encuentran un trozo de plástico muy nuevo y de color cobalto que no se fabrica en el país. Con eso  se podría lograr acertar en la búsqueda del agresor.

Así supe a los días que el chico había sobrevivido, pero con una marca indeleble por los golpes y que mí adorada, en realidad no se quería ir y sería mi compañera para siempre.

DOS MIL VEINTE

 

Como alfiles, caen

Como estacas, caen

Como hojas de agudas fibras, que se yerguen

Como rayos en medio de una tormenta se evaporan

Como látigos furiosos se deslizan

Son los muertos.

Crucificando cada día nuestra espera

Codificando el almanaque con sus nombres

Revolviendo nuestras penas que se arrastran

Resonando con silencios fantasmales

Repitiendo preces a los ángeles dormidos

Son los muertos

Día a día, caen como pétalos marchitos

Noche a noche, en insomnio sin interrupciones

Madrugadas sedientas de lágrimas estériles

Amaneceres de espera y de clamores.

Son los muertos

Es la Peste

Es el Miedo

Es la Pena

Es la Vida que se escapa de las manos.

¿Dónde el Hombre derrumbado?

¿Dónde la Cruz del Martirio?

¿Dónde la promesa del futuro?

¿Dónde?

Un misterio que el demiurgo esconde.

Y los muertos que avanzan por los valles,

por las calles, por la tierra.

Es la espera

Es el silencio

Es la muerte.

 

LA MULATA

 

¡Aleida…! Aleida, contesta. ¿Eres sorda o lela? Te he llamado desde esta mañana y no acudes. Llegó una carta para ti. ¡Pobre el que te la envió, no sabe que eres como una nube seca!

La muchacha es la hija de una trabajadora de los campos de café. Nació de un amor prohibido. Sin padre nombrable y sin datos precisos sobre otras particularidades.

Esta mulata mía, va a ser pintora… ¡Ja, ja, ja! No me hagan reír si no habla.

El billete que está en el sobre, tiene su nombre y una beca para ir a la academia en la ciudad de Tamarativa.

La madre, se paró con las piernas abiertas, bien apoyadas en la tierra, los brazos caen en jarra, las manos en las caderas. ¡Miren la piel clarita, sus grandes pies, manos que parecen lianas, y tan delgada como las varas de san José! Ese pelo ni mota ni lacio, ojos infernales de color verde oscuro que miran según su instinto, para bien o para mal. La van a regresar apenas la vean. ¿Quién mandó ese billete?

Aleida. Si la mulata, la despreciada por la familia. Todos negros puros, fuertes y ruidosos. De noche los tambores y tamboriles les hacen menear las caderas a las mujeres, preñadas o no. Ella, siempre apartada, solitaria y en silencio.

Sentada en una pequeña banqueta, lee y relee su papel, ese que le abre un enorme ventanal a la vida. Su sueño, es pintar el mundo, mostrar la belleza de un amanecer o una tormenta sobre los cafetales.

Comienza a prepara su pequeño equipaje. ¡Es la primera vez que sale del cafetal! Pero sabe que su pobre ropa y sus abalorios son mínimos para cuando se enfrente a sus pares.

Toma una madrugada el autobús que la traslada a Tamarativa. En él, viajan familias enteras. Pobres obreros del campo. Llevan sus bártulos, sus animales de granja en jaulas de palma y comen sobre papel de periódicos los plátanos fritos y panes de sémola.

Aleida, acuñada en un asiento, con su pequeño bulto y su silencio, los observa y ya los está pintando con su imaginación.

El autobús se bambolea en el camino desastroso que las lluvias y acarreos van dejando como una herida oscura en medio del colorido de la fronda. Se duerme unos instantes y sueña con grandes pinturas de colores vivos. Cuando despierta, el ruido y bullicio de la gente le grita que ha llegado. Lleva en su corpiño la dirección de la Academia de Arte.

Su cuerpo es una escultura de belleza mestiza, con una larga trenza que cae sobre su espalda insinuando sus largas piernas torneadas.  

Al ingresar docenas de ojos se vuelven a mirar a esa joven que parece salida de un cuadro hecho por manos nativas. Aleida, se estremece pero encara a una joven de gafas que detrás de un enorme escritorio le sonríe. ¿Tú eres la nueva? ¿La que viene de Miranda? Aquí tienes los papeles que tienes que llenar, no olvides de completar todos los datos. Si hay algo que no comprendes, me preguntas. La muchacha se aleja con un mazo de papeles y comienza a escribir. Los ojos de los que van pasando se transforman en un carrusel hasta que suena un extraño gong y cada cual entra en un recinto cargando carpetas, telas, pinceles y un sin fin de objetos. Ella termina y entrega. La secretaria ojea las respuestas y sonríe. ¡Por fin una joven que ha contestado bien todo!

Bueno, comienzas mañana. Tienes que traer sólo una ropa sencilla y nosotros te proporcionamos el material. Sale eufórica. Canta y sonríe a los paseantes que la miran asombrados.

Las clases son maravillosas. Para Aleida todo llena sus expectativas, mientras acepta los consejos de sus maestros canta. El antes ruidoso grupo de alumnos hace silencio y escuchan esa voz que parece salida de un paraíso. ¡Eh, mulata, le dice una rubia pulposa que se muere de envidia, de dónde aprendiste a cantar así! ¿De la barraca de esclavos?

El profesor, indignado la saca del aula y le reprocha, a la otra muchacha lo que ha dicho. Tienes dos días de suspensión y pierdes media beca. Acá no se discrimina a nadie. Sale llorando y con más furia que pena. En el portal choca con Aleida que le dice: ¡No te preocupes, no te molestaré más con mi música! En mi tierra siempre se canta cuando se trabaja. Te pido disculpas… si te molesté. Atrás, un coro de jóvenes hace un ruido extraño y comienzan a parlotear. Ella debe pedir perdón, no tú. Canta amiga, canta que nos gusta mucho.

Pasan los días y todo vuelve a la normalidad, pero un día, el cuadro casi finalizado de Aleida aparece con manchones negros. El profesor se imagina que es una venganza de algún compañero menos competente, pero elogia lo “original de la manchas” y a propósito la ensalza.

A poco de terminar el primer trimestre, aparece un caballero con una señora que se presentan de la televisión. ¿Quién es la pintora que canta? A coro dicen: Aleida, es ella.

Bueno mañana te presentarás al canal y te haremos una entrevista. Y el corazón de la joven cabalga atropellando silencios. ¿No tengo ropa? Ni zapatos, mira mis manos, le comparte a dos compañeras que están felices con su novedad. ¡Nosotras te ayudamos pero vamos contigo. ¡Sí, gracias!

Temprano parece una modelo de la revista Magazzine y allá van las tres. Cuando entra, nuevamente todas las miradas se distraen en esa figura esbelta y bella. La separan de sus acompañantes y la entran en un pequeño espacio donde la vuelven a maquillar. ¡Sales al aire en siete minutos! ¿Qué? Sí, te prueban en siete. Tranquila eres bella y según dicen una ganadora.

La llevan de la mano a un escenario y la luz no le permite ver a sus amigas que deliran entre los butacones. “Señorita Aleida Almexil, cante su canción favorita”. Y la joven improvisa y canta, pone todo el amor por su terruño y recuerda la voz de la abuela Fufú, que le cantaba mientras trabajaba en el cafetal. De la zona oscura salen gritos y aplausos. ¡Excelente! Cante otra canción pero esta vez  será acompañada por Xuxiao, el guitarrista y J.K. En batería. Suena una melodía afro mezclada con la voz maravillosa de la muchacha.

Se prenden las luces del salón y los que están allí de pie aplauden. Aleida ha llegado a ser seleccionada en primer lugar. Una mano firme la saca de escena y la lleva frente a un quinteto de artistas consagrados que la felicitan.

A partir de ese día, su vida cambió. Hoy es una de las voces más escuchadas y grabadas del mundo y ella es muy feliz.

miércoles, 14 de abril de 2021

DAIANA CHOIQUE SOLA Y TRISTE POR EL MUNDO

            Menudita y con los ojos brillantes se plantó frente a mí y con su sonrisa desdentada dijo – He dispuesto que usted sea desde hoy mi madre.

            Un sollozo quedito atrapó mi atención detrás de su cuerpito flaco. Era su hermana que con los mocos verdes y alargados sobre su carita morena me escondía el miedo. Daiana, tendría siete años de penar constante. Sus ropitas sucias con necesidad de espuma jabonosa no desmerecía su ingenua esperanza de recibir un sí de ésta mi boca abierta. ¿ Qué podía hacer yo para ahuecar mi instinto a sus necesidades? La pequeñita no tendría más de cinco años y miraba sorprendida el brillo misterioso de mi computadora que a esa hora castigaba planillas en mi oficina. Daiana arrastraba su historia desde uno de esos barrios de barro y pobreza. ¿Dónde estaba ahora su verdadera madre? Acaso la mujer que yo viera una mañana en la vereda de mi oficina las había dejado sin protección? Difícil.

            Me pidió un caramelo de esos que yo siempre guardo en mi cajón del escritorio. Ensayé un chiste cómplice sobre sus muelitas que sufrirían con los azúcares de colores e hizo un ademán de – No me importa tu caramelo- Y me quedé con la mano tendida y el papel brillante perdido entre los dedos. No lo quiso tomar. Su expresión de despecho me abrió una pequeña herida. Pero, ¿acaso ella estaba en condiciones de saber la importancia de cuidarse los dientes? Apenas comía día por medio y con mucha suerte. La más pequeña, se llamaba Abigail, un nombre extraño para una niña con su origen. Era de un color de piel indescifrable. Ni moreno ni blanco, el  casi color de la tierra que cubría todo por el camino de su caminata para conseguir sobrevivir al hambre perpetua. Abigail atrapó ambos caramelos y los comió casi con desesperación. Supe que no habían comido y que el hambre apretaba sus barrigas desinfladas. Me acerqué y las abracé con ternura. Volvió a decirme ya con más interés después de las caricias...-Serás mi mamá ahora.- Y acomodó una bolsita de plástico con algo de ropa y chucherías. No supe qué hacer.

            Comencé a interrogarla sobre la madre. El silencio se enquistó en sus ojos y en sus labios que cerraba con fuerza. La hermanita comenzó a balbucear que estaba presa. Lejos, dijo, en un lugar feo y no vendría por un tiempo. Yo sospeché que algo muy grave pasaba pero nunca algo así.

           

            La villa estaba abarrotada de gente que en otro tiempo labraba la tierra. Hoy sin precio, las verduras y las hortalizas, no permitían sobrevivir a esas pobres familias de gente sin estudio ni preparación. Las casillas precarias se derrumbaban con los temporales. El barro se entremezclaba con el orín, los excrementos, los desperdicios y los perros que vagabundeaban entre la mugre buscando alimento. Los niños, miríadas de niños de todas las edades,  también. De vez en cuando llegaba ayuda de algún político de turno. Lo de siempre...promesas incumplidas. Eso era la trastienda de la ciudad. Allí había gente que había perdido hasta el sentido mismo de su valor de humanos. Viejas amadrinando jóvenes sin futuro dedicadas a la prostitución temprana, madres solteras y solas, hombres sin esperanza bebiendo cualquier cosa que se pudiera comprar con alcohol. Y allí en esa villa nacían todos los días pequeñas y desvalidas personitas con nombres de novela. Cada uno buscaba sobrevivir como podía. Y una enorme alegría por la vida y una enorme tristeza por la vida,  impregnaba el lugar junto al olor a grasa de los fritos y el carbón.

            En la villa cada refugio a los sueños permitía que siguieran soportando inviernos, veranos y que la historia continuara hasta el final. Las mujeres golpeadas salían temprano a buscar su día. Cada una como una cazadora de esperanza potenciando el posible alimento para sus crías. Muchos hijos, muchos por cada matriz fértil.¿ Si es lo único que saben hacer? – dijo un día una asistente social del gobierno en un programa de televisión por cable. Y las calles siempre pobladas de niños y perros hambrientos, costillas marcadas como cuerdas tensas de un  arpa artesanal, son una muda acusación a la utopía.

            La villa hervía con caldos de amores descontrolados. Su música de gritos y misterio era un carnaval sombrío. Sin ventanas ni puertas, con humedad y frío abrigaba el tedio de los innombrables para la gente del centro. Monumento al desprecio por la vida humana morían  sin decir el nombre de sus enemigos. Daban todo lo que tenían por los que creían eran sus amigos. Hasta allí vinieron la Braulia y el Serafín desde la finca de Piedra del Águila. Allá había quedado todo lo que los retenía a la esperanza de una vida digna.

            Analfabetos,¡ si allá no necesitaban eso que en la ciudad era tan necesario! Con nudos en las cuerdas contaban el ganado igual que lo había hecho su padre, su abuelo, su bisabuelo y quién sabe cuántos otros hacia atrás en la memoria de sus vidas pequeñas de campesinos pobres. No conocen de aparatos eléctricos ni automóviles. Sí de carro y caballos, de mulas y animales. Allí, donde viven ahora, está prohibido criar cerdos, gallinas y conejos. Si alguien trata de hacer una huerta se la rompen o le roban...esa es la ley de la villa. Nadie es más que otro. Bueno eso creyeron ellos. Sí había alguien. El “ Rubio”, un hombrecito de mirada áspera y malos tratos. Cuchillero y armado hasta los dientes, que se sentía dueño de todo y de todos. Como Serafín no lo saludó apenas llegaron, entró a la pequeña covacha y les rompió todo a patadas.¡ Esa es la ley acá! Había que respetarlo. Cínicamente y delante del Serafín le arrancó la ropa a la Braulia y la violó. ¡Esa es la ley del patrón de la villa! Y el dolor y la humillación transforman la esperanza en odio y en ganas de venganza. Calladamente va creciendo el monstruo de la venganza en el campesino. Que muerde la idea de matar al Rubio... pero es un cobarde.

            Pasan los días y la necesidad lo acerca a pedir ayuda a algún vecino. Nadie puede ayudar. Y aparece el matón con comida. El silencio se desparrama en un rugido animal que escapa de la garganta del hombre. Siente que un sudor frío le ataca el pescuezo y le atora las tripas. Se inflama la llama en sus ojos muertos de furia. Tiene que bajar los brazos y se va por las vías del ferrocarril  rumbo a la ciudad que  cada día es  más  indiferente.

            Regresa con una borrachera y duerme dos días sin conocer el sol  ni las estrellas. Está muerto y para la Braulia empieza el camino a sus desgracias, más desgracias que las que le endilgó el haber nacido hembra en un mundo de machos. En un país de pobres, de ignorantes, corruptos y estúpidos. Ella lo espera con algo caliente. Temprano recorre las calles buscando tablas y cartones. Con unos ladrillones arma un fogón a la usanza indígena, lo alimenta con guano seco, papeles, cartones y tablas. Allí calienta el agua que saca con baldes de una acequia que corre junto a las vías del tren.¡Hay que tener cuidado con el agua si no se hierve uno se va de las tripas y se muere! – Le había enseñado su abuela-  Eso lo hace bien temprano casi de madrugada. Pero alguien la observa. Se dan cuenta que es una mujer laboriosa y eso es peligroso en la villa. La siguen y dos hombres del Rubio le quitan el fardo que arrastra y le dan una paliza que la deja morada y exhausta. Se arrastra hasta la casilla y llora , tanto llora que se queda dormida. Cuando despierta está el Rubio observándola y se asusta.  El canalla está sorprendido con  esa mujer que trata la vida como un desafío. Una mujer inteligente es un peligro para él. Hay un desnivelado enfrentamiento entre ella y él. Pero de alguna manera se instala entre ambos un respeto distinguido. La mitad de lo que ella traiga es para el jefe. Ella pelea. No, lo que ella encuentre es de su hombre y suyo. ¿Eso un hombre? Piltrafa curda, grotesca apariencia de macho que sólo sirve para llorar su destino...y se ríe tanto que hasta Braulia comienza a esbozar una sonrisa. Sale con su eterna cohorte de mirones y matones. Ella se queda sola o casi sola porque el Serafín la mira con ojos extraviados por la eterna borrachera.

            Y comienza el lado oscuro de la historia. Está encinta. Ella sabe que ahora se le viene lo más feo. Su vientre se va hinchando. Siente hambre y trata de despertar a su hombre...pero nada. Viaja tarde a la ciudad buscando misericordia entre la gente linda. Algo encuentra. Va juntando trapitos y monedas. Come con lo que le guardan en algunos restaurantes de la estación de trenes. Ya le va quedando chico todo, está inquieta por el día de mañana. Llega un tal “Pastor de fieles” y le alcanza una cunita. Agradecida le promete ir a su templo. Nada. Ella no pierde el tiempo en cosas sin futuro.

            Llega la hora. Es una madrugada y como todas las hembras de su raza se higieniza, hace un pozo en la tierra en un rincón de la pieza que cubre primero con papel y sobre eso un trapo limpio. Se acluquilla y pare apretando un trozo de madera entre los dientes. Una vieja le corta el cordón y limpia el niño. ¡Gracias a la vida es machito! Lo recoge corajeando al dolor y a su espanto. Lo prende a la teta. Se ha comprado un pollo y ha hecho un caldo a la antigua. Come sabiendo que es bueno y es poco. Nada dura para ese tiempo de mierda.

            Serafín está sobrio por primera vez en meses. Sale en busca de algo...nada trae. Ella lo deja con la esperanza de encontrarlo bien a su regreso. El pequeño apretado en la espalda. Cuando vuelve lleva el niño en el pecho y un fardo en la espalda. Serafín está envuelto en un mar de sangre y sus gritos despiertan a los vecinos. Llora, Braulia, desesperada no tiene qué hacer. Pasa un eterno tiempo para ella, media hora de relojes y por la vereda aparece el Rubio escoltando a unos hombres vestidos de verde claro. Son médico y enfermero de una ambulancia que llamó el “jefe”. Auscultan al enfermo y hablan quedo con el hombre que los trajo hasta allí. Hay que llevarlo al hospital Central y el Rubio la empuja tras la camilla que transportan dos secuaces. Algo pone en su mano. Cuando la abre un rollo de billetes apretados le dan la bienvenida.

            El largo pasillo solitario es la entrada al infierno en la noche más negra de su vida. Gracias al cielo el hijo duerme prendido a su pecho. Tiene hambre pero se sienta en el suelo a esperar. No sabe qué espera en realidad. Pasa el tiempo amigo de su mente que se puebla de monstruos y demonios. Se va quedando tranquila. Ya casi no camina nadie por allí. De pronto se abre una puerta, para ella es la boca del infierno. Sale una mujer menuda, cansada y dulcemente la toma del brazo y la hace sentar junto a sí, en una banca de madera que está a pocos pasos. Braulia la observa. Es una mujer joven pero se la ve fuerte de carácter, firme y calma. Tiene un pantalón y un blusón verde claro casi igual al color de los ojos que la miran franca. Le cuelga del cuello un aparatito brillante y en la mano lleva una carpeta negra.

           

           

Bueno mi querida...¿cuál es tu nombre? Braulia. Bien Braulia yo soy la doctora Lourdes Miranda  y tengo que hablar seriamente contigo. Espero que me entiendas. Él es tu ¿ esposo o compañero? Está muy grave. Él tiene una enfermedad provocada por la picadura de un insecto. Se llama “Chagas – Masa” y por ahora no conocemos como curarlo. Además tiene “tuberculosis” ¿sabes lo que eso significa? Está muy grave. Si no tomara alcohol...tal vez no hubieras sabido hasta dentro de un tiempo de su enfermedad. Por ahora quedará internado y será mi responsabilidad intentar que regrese a tu casa mejorado. Sólo un poco mejor pero no creas que por siempre.

 

            La vida era una masa de hielo o fuego en su pecho. Se sintió atrapada en ese minuto y se quedó callada. Un verdadero tropel de golpes caían en su cabeza como cascotes de piedra muerta. Allí la Braulia se metió en el recuerdo del cuerpo de su madre y le pidió la muerte. La mujer bondadosa la miraba y le tocaba las manos que apretaban los billetes del Rubio. Estiró la palma abierta y le ofreció la ofrenda como quien le da a los dioses un sacrificio tratando de sobornar al destino. Sólo recibió un suave rechazo y una cálida sonrisa. Nada podía desarmar el ovillo tenebroso de su destino. La `señorita´ le explicó con palabras raras lo que atravesaba el  magro cuerpo ceniciento de su compañero. La invitó a entrar en una sala enorme donde camas abarrotadas de hombres sollozantes o distraídos no la miraban. Escondida en su miedo llegó hasta uno de los lechos entre níveos trapos blancos perfumados a yuyos fuertes, como un perdido niño acurrucado, estaba el Serafín. Al sentir su olor abrió los ojos y sorprendida vio que lloraba. Alargó sus afilados dedos fríos y tocó al niño. Ella dio un paso atrás. ¿Acaso era tan malo que podía pasarle al hijo esa enfermedad? La doctora le dijo que podían abrazarse, que le hacía bien al enfermo para querer curarse. Apareció otro médico y le preguntó tantas cosas que no podía pensar y contestarle. Le pidió tiempo. Así descubrió que aquella tos rotunda que tenía era mala. Que a veces escupía sangre y eso era más malo. Los doctores se miraban sorprendidos al ver la ingenua ignorancia de la Braulia. La despidieron. Le recomendaron que viniera sin el niño y sólo a ciertas horas. ¿Cómo iba a hacer ella si no tenía a nadie? 

 

            Cuando entré en casa me recosté en el sillón pensando en lo que me había sucedido. ¿ Qué puedo hacer con esta realidad? Soy una mujer soltera. No me quise casar por miedo a no poder superar mis miedos. Estudié hasta quedar miope y tengo un trabajo muy esclavizante para no tener tiempo para pensar. Mamá me crió dependiente hasta lo irrisorio. Con mi manía por la pulcritud no tengo mascota. Mi placard es un archivo perfecto en donde hasta las sábanas están envueltas en papel de seda y una cinta de color ajusta cada juego. Mis zapatos lustrados en cajas apiladas con etiqueta conforman un singular adorno en un mueble especial. Todo está tan limpio, cuidado y ordenado que para no pisar la alfombra blanca del departamento me quito el calzado en el palier. Cocino en microondas evitando aceites y frituras, al vapor las verduras, que traigo cortadas y lavadas del supermercado. ¿Qué voy a hacer ahora, me planteé?

            La imagen de Daiana y Abigail  se incrustaba en mi memoria casi a fuego. La mirada trastornada cuando les expliqué que yo no podía tenerlas...y el sollozo de ambas cuando después escucharon que hablaba con la asistente social. No podía comer. Recordé la carita frente a la comida que hice traer del bufet de la compañía. Devoraban todo y se relamían como gatitos desamparados. Cuando fui al baño para lavarle las manitos y la cara, descubrí que no habían visto nunca canillas desde donde el agua salía tibia en forma automática. No sabían usar el inodoro, ni el secador de manos y sentí que se me desgarraba el corazón cuando Daiana me dijo si en “nuestra casa había todo eso”. Pensé que los piojos me invadirían, los olores que tenían penetrado en la piel atravesarían las paredes de mi alcoba. Quise huir. La razón y mi amor por las niñas fue mayor que mis temores. Las acompañé hasta la llegada de la jovencita del servicio social. Ella les explicó que primero había que hacer trámites y luego tal vez, si un señor que se llamaba Juez, lo permitía vivirían conmigo. Yo -  cumpliré sesenta años en el verano, no me siento capaz de tener a las niñas conmigo- , pensé en voz alta y la licenciada me observó sorprendida. Sabía que las pequeñas habían quedado mirándome con un dolor extenuante. ¿O era odio? Ellas tenían un desparpajo irreal para expresar sus sentimientos. Tan diferente a mí, que siempre oculto y disfrazo mis sensaciones y deseos. Esa forma ambigua de encubrir los sentidos de alejarme de lo vulnerable que se aprieta en mi ser.

            Me senté frente a la compactera y me quedé escuchando arias de mis óperas favoritas interpretadas por Monserrat Caballe, María Callas y Renata Scotto. Cerré mis ojos y traté de cerrar mi conciencia. Fue inútil la imagen de las niñas desprotegidas y llorosas se prendía a mi retina aunque apretara los ojos. Me preparé un bocadillo que me supo agrio al recordar el hambre desesperado. ¿ Dónde dejaba la sociedad a los niños desprotegidos? ¿ Y yo no era acaso parte de esa sociedad descuidada? Me preparé un baño de espuma y desnuda me concentré en la voz de las cantantes, pero entre los agudos y bellos gorjeos aparecía la vocecita de Daiana o Abigail. El estridente campanilleo del celular me sacó del estado de irritación que tenía.

 

            Braulia logró que la gente de la villa le diera apoyo para ir al hospital sin el niño. Serafín regresó pero nunca se curaría. La vida continuaba. La juventud e ignorancia le trajo otro embarazo a la mujer que tenía veintidós años apenas y mil de sufrimientos. Nació una hermosa hembrita a quien el Rubio quiso apadrinar. Se llamaría Daiana. La heroína de la telenovela venezolana que veía toda el pueblo por ese tiempo. Tal vez si tenía suerte la nena conseguía apoderarse mágicamente del destino de la protagonista del culebrón y terminaba casada con el superhombre rico y famoso del “cauntry” aledaño al barrio de vagabundos.

            Un invierno extrañamente gélido propinó una recaída al padre de los niños. Nuevamente al nosocomio de donde no salió vivo. Braulia se había quedado con dos brazos acomodando hijos y sin saber que en sus entrañas crecía otros pedacito de carne con corazón que palpitaba. Nada le ayudaba en la vida y su desdén desgarró el instinto. Una palabra al Rubio y en pocos días con un desesperado instrumento desgajaron el cuerpito del pequeñito que dejó un ínfimo recuerdo a su paso por la villa. ¿Qué puedo hacer ahora pensaba la desgraciada? ¿Quién me puede ayudar a mí? Ya no tengo ni fuerzas para defenderme del demonio. Acalló su conciencia y caminó por las calles abarrotadas de apurada gente indiferente, que  a veces le daba una migaja de su abundancia o compasiva le alcanzaba una mirada de amor infinito con algo que achicaba su pobreza. Su pobreza no sólo era de cosas materiales...no, adolecía del favor de los dioses para pertenecer a los afortunados que sabían leer y escribir, que tenían un oficio y trabajo. La dignidad de pertenecer a la raza era un instinto en Braulia que no sabía las palabras pero sí el sentimiento y deseo de no tener que vivir casi como una exiliada de esa gente hermosa que veía...

¡ Ella no sabía que su belleza era tan digna como la de esos...!¡ su amor a los hijos...! Su sabiduría ancestral defendiendo lo que para ella era lo más importante, la hacía hermosa a los ojos de la humanidad y del Dios de todos los que la conocían!

            La soledad de la mujer sin hombre y viuda,  despertó el instinto de uno de los hombres del `jefe´ y una vez sintió la mano sobre su espalda. Se enderezó con furia y escupió. El hombre horrorizado por el estupor le propinó un golpe que la dejó ciega sobre el eterno barro del pasillo de su tapera. Le había quebrado la clavícula. La arrastró del cabello y la metió en una de las casillas. La gente que la habitaba  salió silenciosa. Los dueños eran los amigos del Rubio. Todo era del Rubio. El grito agudo pidiendo ayuda se perdió en el furioso ruido de una radio con música “bailantera de cumbia”. Nadie podía atreverse a auxiliar a la desgraciada. No ahora. Quedó tendida en el suelo. Otra vez se había perpetrado el ritual ancestral de la violencia. Una hembra no es nada más que una cosa para usar. La descartó y abandonó. Su vagina desgarrada le impedía ponerse de pie. Su humillación era una  pesada roca en el cuerpo. Se arrastró y alguien la ayudó a erguirse. Apoyándose en las frágiles paredes húmedas llegó a lo que quedaba de su casilla. La habían incendiado con su pequeñito adentro. Un vecino había sacado a escondidas a la pequeñita Daiana por orden del manda más, su padrino. Se quedó allí muda. Tomó a la nena y caminó- en la más terrible degradación- hacia la calle. Un compasivo cachorro trotaba atrás como queriendo aplacar su soledad. Así llegó al hospital donde reconstruyeron su intimidad destrozada.  

 

            Querida señora no quisiera darle malas noticias. Creemos, acá, con los doctores, que nunca más podrá tener otro hijo. Por su historia clínica y porque la conoce la doctora Miranda, sabemos que su compañero falleció hace un tiempo. ¿Cuántos años tiene? Veintitrés...es muy joven. El doctor de barba que la viene a ver, es especialista y la va a ayudar. Es siquiatra. Usted mi pequeña ha vivido un momento muy doloroso. Me dicen que en el incendio murió su hijo varón. ¡Malo...malísimo! Y que no tiene a nadie para que la refugie. Nosotros no la vamos a dejar. Será nuestra huésped por un tiempito hasta que suelde su hueso del hombro y cicatricen sus heridas. Después ya buscaremos que...bueno, ya veremos... ahora hay que seguir esperando con paciencia. Y los médicos cuidaron cuerpo y alma de Braulia en ese momento de horror.

 

            La encontré durmiendo una noche en un negocio cerrado. Estaba cubierta con cartones y plásticos.   Entre sus brazos firmes acunaba a la pequeña Daiana. La desperté y la llevé en un taxi a un refugio de mujeres abandonadas. Allí la ubicaron en un pequeño dormitorio. La ayudaron con ropa limpia, zapatillas y ropa para la nena. Una ducha caliente y parecía que el cielo había vuelto a abrirse para que el sol brillara. Comida caliente. Después supe que Braulia durmió dieciocho horas seguidas. En el refugio un médico le diagnosticó neumonitis. La volvieron a internar. Por esas raras vueltas del destino al salir del nosocomio se encontró con el Rubio. La mirada sorprendida del hombre no impidió la de odio de la mujer. Lo enfrentó con todo el rencor que acomodó displicentemente en su memoria para lo que le hicieron.

            Le ordenó que regresara a la villa. Ella se negó y trató de escapar a la mano hercúlea del macho enojado. No pudo desprenderse. Lo tuvo que seguir. La ubicó en una de las casillas más fuertes. Era el “dueño”. Le compró todo lo necesario para ella y la nena que ya caminaba. Ella supo callarse y aparentó estar agradecida. Comenzó una danza viperina entre un áspid y una cobra. El “jefe” trataba de seducir con mil artimañas y ella fingía que estaba encantada. Así con el milagro de lo imposible quedó embarazada del Rubio. Tuvo a Abigail, una inútil esperanza de paz. La ingenua soberbia del macho impidió desconfiar de la mujer memoriosa.

            Mi relación con las tres se había hecho algo imprescindible. Ella venía a mi oficina y se sentaba silenciosa mientras yo hacía mis planillas y servía el té, que yo bebía siempre con cariño. Me traía pequeños panecillos de pasas de uva que amasaba con grasa de cerdo y que horneaba en su vivienda. Otras veces me traía dulce casero de manzana o de damasco. No había perdido la capacidad doméstica de caserita pobre. Hablaba poco. Yo le admiraba el amor que ponía en el cuidado de sus hijas. No era frecuente verla llegar de día y en invierno se espaciaban sus visitas agradecidas de aquel salvataje primigenio. Ahora me enfrentaba con la verdad. ¿Dónde estaba? Yo no iría a enfrentarme con el Rubio que ya estaba canoso y avejentado, peleando su puesto de dueño con un pandillero pendenciero y sin escrúpulos. Las drogas hacían estragos en la villa. El alcohol era tiempo pasado. Yo era una mujer soltera, sola y muy educada. ¡No podía! Pero mi conciencia me impelía a conocer la suerte de Braulia.

           

            Había esperado ese momento. Ya las nenas conocían bien qué tenían que hacer. Buscarían a la Señorita Encarnación, la que les había ayudado siempre. Esa noche se preparó para la cena con su mejor vestidito dominguero. Se puso unos bigudíes y se esmaltó las uñas. Había cumplido hacía unos días veintiocho años. Ya era vieja...ya podía cumplir con la promesa. Lo esperó con una cerveza fría. Le relató, en el lecho de amor, un cuento indígena antiguo,  de cómo matan las “yarará”con la mirada. Puso un “gualicho” de bruja,  escondido en la cama. Y cumplió con el Serafín, con su hijo muerto...y - “ Total la señorita Encarna sabría qué hacer por ellas”- , las dos nenas.

 

            La policía me trajo algunos objetos encontrados en la casilla para que le diera a las nenas. Nadie quería tocar un extraño muñeco de madera y arpillera con la forma del Rubio cubierto de clavos, incrustado un diente de yarará en el corazón pintado con sangre humana. Lo encontraron en el mismo lugar donde había quedado el cadáver. Me explicó luego el comisario que el Rubio murió de muerte natural... ¿ O tal vez no sucedió así?

 

 

Bailantera: música popular de una región argentina ( Córdoba ) que se ha extendido en los suburbios de todo el país.

Chagas- Masa: enfermedad endémica provocada por el “tripanosoma cruci” y cuyo agente de contagio es un insecto llamado Vinchuca. Habita en zonas carenciadas con  viviendas de barro.

Gualicho: dícese a un encantamiento popular hecho con hierbas y plumas de aves muertas. Magia Negra de la región central de argentina  y periférica de la provincia de Buenos Aires.