jueves, 29 de abril de 2021

LLUVIA EN LA TARDE

           

            Es necesario estar allí, en el silencio del atardecer. Las aves rumorosas que chillan sus chismes con el plumaje abierto al rocío, el sol gime con el color azul-índigo que roba al poniente y la compañera soledad, se acicala para cubrirme con su misterio. Me molestan los insectos que ronronean en mis oídos y me pican histéricos la piel, hasta hacerme brotar enormes bultitos rojos que rasguño hasta sangrar. Mi barca, se sacude suavemente en las ondas bermejas, azules y violetas del lago. Un fuego insolente se desplaza ágil en el horizonte, convirtiendo el verde en un matorral ígneo. Leo en la carta mil veces desplegada y cuya tinta se desdibuja en el papel. Una y otra vez, leo.

            Recuerdo el día que te fuiste. Tu alejarte fue un hecho disparatado, ilógico. Pero cierto. Egoísta pero feraz, ya que me hizo crecer este delirio que bailotea en mi estómago. Te extraño. Y temo pensar en un amor imposible entre el tiempo y la última despedida en que quisiste besarme y yo huí, como una pequeña gacela asustada frente al cazador astuto. Me parece aun sentir tus labios tibios sobre mis labios. Y una mano que pretendía asirme. Escapé a tiempo, no se si pudiera resistirme después de tanta soledad. Eres un sueño. Inalcanzable, como esas nubes que van cubriendo el cielo. Lágrimas finas que se dejan caer sobre mis senos olvidados. Sobre mi brazo inerte con el papel mojado por la tenue lluvia en esta tarde en que te digo adiós, definitivamente. Adiós.

            Despedirse de un amigo intangible es como correr hacia el olvido. Tu muerte prematura se despliega frente a mi y soy una pequeña presa asustada por el miedo a no saber si alguien,  un ser especial como tú, me ama como decías amarme. Yo sabía que no era cierto, pero en mi profundo e íntimo dolor, soñé, algunas veces, que eras el amante perdido. ¿Quién me mirará desde los confines con la mirada sedienta? Cada noche más solitaria y confusa. Y en este tiempo de vendimia, cuando ya caen las hojas enrojecidas de la viña, caminaré descalza por la tierra buscando un grano vital, ese que se transforme en jugo posible de vino nuevo. El vino que bebiéramos en aquel mar arrogante junto al cielo. Ahora llueve. Es el atardecer y llueve. Navegaré hacia la otra orilla. Donde habré dejado olvidado mi inquietud, y ruego, que vueles con los pájaros hacia el infinito. No me esperes, nunca iré a tu encuentro. Ya no soy esa niña que otrora cedió su mano para tocar tu piel y tu sonrisa. Llueve en la tarde y es el olvido inevitable para seguir viviendo. Otoño, qué tiempo para partir sin destino conocido. Oro y cobre. Ese el tiempo en que te has ido. Cuidaré tu nombre, lo ataré con cordeles a los álamos

inertes. Será un estandarte al viento, cabalgando las cimas de las montañas, capitaneando las cabalgaduras en la estepa sombría, así será tu nombre. Un pañuelo agitado al sol. Un adiós sin quebranto. Un beso sin destino. Aire. Y tu cuerpo, efímero compañero; encarnadura de estirpe sometida, estará ahuecada en la ladera de la tierra. Será vid y tan pronto revivirá en vino nuevo. Otro otoño distante en el recuerdo.

            Llueve sobre mi barca sedienta de silencio. Canta un pájaro y vuela. Se pierde en la oscuridad y ya es noche. Sin luna y sin estrellas. Noche, sólo noche.    

 

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