martes, 13 de abril de 2021

PERFUME DE DIAMELAS

             Recordar un olor es como ingresar en la memoria de nuestra infancia dando brincos de alegría. Mientras hablábamos de situaciones pequeñas, cotidianas que transformaban nuestra vida; especialmente la de Andrés. Él, había llegado de Frankfur luego de ir a buscar en los archivos los papeles de los queridos abuelos. Mamá y el tío Otto, lo habían instado a hacer ese viaje.

            No puedo decir todas las oficinas y biblioratos que revisó; creo que cuando lo veían llegar suspiraban o meneaban la cara desaprobando a ese americano estúpido que venía a trastornarles la vida. Regresó con las manos vacías. A los pocos días llegó un sobre abultado con papeles que no eran de esa ciudad, sino de la misma Berlín. Entre los papeles amarillentos y olorosos, había algunas cartas que no tenían remitente, pero que sí habían mandado de una oficina judicial alemana. Como todos esos papeles eran de la época de la Berlín Oriental, muchos párrafos estaban tachados con tinta negra que seguro era un sello de esos que se usan para poner nombres o fechas. Sólo que este era par vedar la lectura.

            Mamá olía cada papel con una dedicación que nos hacía delirar de risa. Hasta que a una carta le sintió el perfume a diamelas que usaba nuestra abuela. Era muy suave y apenas se percibía pero ella como sabueso supo que era de su madre. La abuela Érica había desaparecido la famosa noche en que se levantó el Muro. El maldito muro que separó a la familia. Nosotros que éramos una esperanza en el vientre de mi madre, quedamos del lado libre y ellos, los abuelos y el tío Kurt del otro. No hubo forma de comunicarse. Mi padre pagó a un señor una buena suma de dinero para que le permitiera desde una ventana que daba al pasillo trágico entre ambas, ver si podía hablar o verlos; y dándole otra suma a un guardia del este, no consiguió sino que lo robaran y creo que nunca supieron todos los artilugios oficiados para contactarlos.

            Del sobre cayó una foto. Era gris y casi invisible, pero con una lupa, papá y Andrés vieron a los ancianos y al tío saludando con la mano en un andén de un tren con una valija en la mano. A mamá le llamó la atención, ver que su padre y el tío se habían sacado la barba y el bigote. ¡Pero todo era tan extraño en aquellas épocas que había que asumirlas con paz!

              Andrés se dedicó a revisar las partes negras, con un amigo que usaba un invento de luz ultravioleta, pudieron leer parte de los textos y todos eran muy simples. Cosas cotidianas sobre la poca comida, las perpetuas requisas buscando armas o quién sabe qué cosa extraña. Hasta que llegaron a un papel que había pasado casi inadvertido por todos. Era muy importante y más ahora que cayó el maldito muro. Era una especie de escritura de posesión de un campo que ahora quedaba en el centro de Berlín.

            Mi padre y Andrés sacaron un préstamo y viajaron con documentos que acreditaban su relación familiar. Y… ¡Oh, sorpresa; cuando lo vieron en la oficina Fiscal de Justicia, los miraron con asombro! Éramos dueños de lo que hoy es el hotel más grande e importante de Berlín. Un caserón antiguo que había sobrevivido porque lo habían usado como la vivienda de un altísimo jefe del gobierno y estaba intacto. Cuando mamá y yo viajamos, lo primero que hicimos, luego de recorrerlo, fue ponerle el nombre “Gran Hotel Las Diamelas” y al fin se cumplió con un sueño de mi familia.                                                                                                      

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