lunes, 28 de marzo de 2022

VIAJE POR LA GRAN CIUDAD

 

            La señorita Abigail ingresó en el vetusto hotel seguida por su querida nana Hortensia. El pequeño espacio olía a lavanda, cocido de cebollas y azúcar quemada. Apareció el anciano dueño, con un una pierna amputada, seguramente durante la guerra, se apoyaba en una muleta de caña de indias y de su cabeza calva sólo caía un mechón de canas que en un tiempo fue de color rojo.

            Parapetose tras un mueble de madera lustrada, abrió un libro y se quedó mirando a ambas mujeres. La joven le tendió la mano y con la sonrisa más auspiciosa, le dio sus papeles de referencia.

            Venían del Valle de Águila Negra en el oeste del territorio y se quedarían varias semanas. El hombre la miró con cierta desconfianza. Ella tomó el bolso y hurgó, sacando un fajo de dinero, ¿serviría ésto para recibirlas sin desconfianza? Una ancha sonrisa cambió el humor del viejo y comenzó a escribir los nombres en el libro.

            Luego del interrogatorio innecesario, las acompañó a la mejor habitación del establecimiento. Era amplia sin exagerar, con alfombra beige y una ligera orla de rosas en guía que se perdía bajo los dos lechos. Un armario de madera de cerezo con espejo ovalado era el mueble más importante. La lámpara de opalina disfumaba la luz, pero había otra grande que alumbraba el pequeño escritorio.

            Hortensia acomodó el bolso grande sobre una banqueta y el vejete, dejó el cofre en el piso cerca de la ventana. Esta daba a un jardín pobre y con algunos rosales, cuyas flores caían en pétalos moribundos sobre el césped mal cortado.

            - ¡A las diecinueve horas se cena! No lleguen tarde porque Pascuala se enoja. Las toallas se cambian dos veces a la semana y las sábanas cada tres días.-                                                                               Salió y se oyó el golpeteo de la muleta de madera que se perdía por el largo pasillo.

 

-          ¡Por fin solas! Viva la libertad, desátame el corsé, dijo mientras tiraba el sombrero sobre una silla. La nana ofuscada, le sacó ese espantoso corpiño que estaba de última moda, quién sabe dónde.

-          ¡No sé cómo aguantas esto, mi niña! Este lugar me parece demasiado lúgubre y el viejo… hizo demasiadas preguntas.  ¡No crees?

-          Bueno, si, es un mirón y bicho, pero espera un par de días para opinar.

-          Te repito pequeña, no me gusta. ¿Viste cómo te miró cuando le dijiste la edad, se le caía la baba, al mequetrefe.

-          Y tú morías de celos por tu bebota. Ya tengo dieciséis años y Tata, me autorizó a venir para hacer lo que me propuse.

-          ¡Esperemos no tener problemas!!! La regordeta Hortensia, se sacó la cofia y el mantón de lana, acomodó los botines de su mimada y se acomodó en el lecho, previo a dejar sus “lunnettes” sobre la mesilla. Se durmió y comenzó a roncar.

Cuando el sol se apoyaba en la pared despertó Abigail y sacudió al ama. Se colocó un vestido simple de de tela ligera y sobre los hombros se echó un chal de angora. Salieron ambas hacia el pasillo escuchando el ruido de platos y vajilla. Donde vieron una buena luz, calcularon era el comedor. Les sorprendió que hubiera un sola mesa para todos los presente. Y a la hora precisa, apareció una mujer que dejó boquiabierta a ambas. Alta, tan delgada, que parecía una vara de sauce, de piel amarillenta, arrugada y con cabello ralo de color pajizo. Entre las manos flacas traía una sopera humeante. Comenzó a servir sin pronunciar ni una palabra. Cuando llegó a Hortensia, hizo un gesto de desagrado. Derramó la mitad del líquido que a los otros comensales y se fue por una puerta oculta por una cortina verde oscuro.

Abigail, comenzó saludando a los presentes. Eran en su mayoría hombres solos. Había una excepción, una pareja de alrededor de sesenta años, que hablaban entre sí y reían con picardía. ¡Eran tan agradables! 

Inmediatamente comenzaron a charlar. Pregunta tras pregunta sonsacaban datos sobre las novatas. Un joven de barba y espejuelos las miraba sin pestañear. Sus manos tenían los dedos entintados, seguro era un escribiente de trabajo doble en alguna de las oficinas donde Abigail, debía concurrir.

-          Señor disculpe mi indiscreción ¿usted trabaja en alguna oficina pública? Mañana necesito ir a… la mano de Hortensia, la detuvo. No debía hablar con un caballero sin ser presentada y menos un mozo de alrededor de veinte años.

-          Mi nombre es Jaime Spitt, mayor gusto señorita, lamento que nadie nos presentara como expresa el decoro, pero responderé a su pregunta. No, trabajo en la Biblioteca Nacional, soy escribiente y me permite leer mucho y estudiar leyes.

-          Abigail, le alargó la mano y saludó cordial al muchacho.

 Entró Petrona con una fuente de carne de cordero cocida con hierbas y patatas. Mientras el anciano se servía la mejor porción la pareja miraba con curiosidad a la muchacha. Se hizo un breve silencio y nuevamente Hortensia recibió la menor porción.

-          ¡Perdón señor, puedo preguntar porque no el sirven como a todos, la misma comida a mi Nana? Ella es como mi madre, ya que siendo huérfana desde muy pequeña me crió. Además hemos pagado igual por nuestra estadía.

-          ¡Petrona ven, la señorita se ha quejado… manifiesta que la comida de la Nana es menor en proporción a la de su niña.

-          ¡Ella debería comer en la cocina junto al personal y no con los señores! Es una servidora como yo. Me niego a servirle más, si quiere comer mejor que vaya al fogón.

-          Usted me ofende, Hortensia es mi madre del corazón y yo no voy a permitir que se me ofenda.

La vieja se alejó murmurando sin más y desapareció. Todos comentaron el hecho, pero para Abigail, fue un momento que la puso muy nerviosa. Salió del salón sin probar bocado y Hortensia la siguió sorprendida, y con mucho apetito. Durmieron tranquilas. No se oía ni un rumor en los pasillos. Sin embargo, a la mañana siguiente, grande fue la sorpresa de las mujeres al encontrar en la sala de desayuno a dos policías, haciendo preguntas a los que iban llegando.

En la carbonera habían encontrado a Petrona muerta. Su cuerpo escondido entre parvas de carbón y mucha sangre. Supieron que estaba allí desde la madrugada y su cuello roto y muy  golpeada.

FEA...MUY FEA Y CON ALAS DE ÁNGEL Y ESTRELLA


            La casa enorme, el jardín cultivado con exquisita delicadeza señorial de una familia muy común...en nuestros tiempos y el misterio de su historia fantástica.

            - Ay, Mirta, esta casa tiene mucho trabajo. ¿Está segura de querer quedarse con nosotros? Acá está su habitación, su baño; su intimidad será respetada. Le explico: temprano, alrededor de las siete de la mañana debe subirle el desayuno a las niñas. Marimar, tiene trece años, ella en su cuarto de color celeste, se pasa casi todo el tiempo libre estudiando, es la abanderada de su escuela. Serena, tiene once y su habitación es toda color rosa pálido, porque vive pensando en ser madre...Y Delicia...¡ Delicia es una nena...Le parecerá extraña, tiene nueve años ! A veces cuando es la hora de despertarla, ella ya está sentada mirando por el ventanal al jardín. No escuche ni ponga atención, a sus historias fantásticas y fabulosas. Vive en un mundo de ensueños.  Su habitación es blanca. Lo eligió así. ¡Ah, no quiere que le toquen su cubrecama antiguo de encaje blanco! Suele usarlo de capa o se cubre con él como una crisálida, no se lo toque por favor! Bueno Mirta...comience por...

            - Mami ¿por qué soy tan fea?- dice sonriente Delicia - Anoche viajé por el bosque de cedros del Líbano... ¿vieras cuántos pájaros me acompañaron en mi vuelo...? Mami es hermoso...cálido y seco con una suave brisa que viene del desierto...un bosque bello, muy bello.

            - Nena. ¡Nena! Correte. No eres fea, para mí eres hermosa. Sal que tengo que ordenar la alacena. ¡Ah y no digas esas cosas, cualquiera que te escuche, creerá que estás loca y mentirosa! Ayudame que tengo que limpiar.

            - ¿Mami las estrellas suspiran?...

            - ¡Cómo van a suspirar las estrellas! ¡Ay...ay, qué pavadas que inventas!

            - Anoche vi un mundo de cometas...era el suspiro de una estrella...y...

            - Callate y toma esta franela y el plumero...ayúdame.

            - Mami...¿¿¿ay mamita si supieras???

            - ¡Delicia deja de soñar y ayudame!

            La casa continúa como un engranaje micrométrico de plata bruñida, como un puzle perfecto de miles de piezas. Nada permite creer, ni sugiere que un hecho insólito se gesta en su interior. Una sensacional metamorfosis.

            - Mirta llame rápido a Delicia, pues no bebió su desayuno. ¡Está tan delgadita y frágil!

            - No se preocupe señora, esta mañana cuando baldeaba la balaustrada de la terraza,

la vi volar, de flor en flor en el jazminero, se alimentaba de néctar y rocío !

            - ¿Cómo...¡cómo no me avisó ! ?- dijo alterada la madre de la niña.

            - ¡Cómo usted dijo que no opinara si observaba algo extraño de la pequeña, y que ella era algo rara...! Yo creí que no tenía ninguna importancia y debía callar.

            - ¡Dios mío, corra a ver qué está haciendo?- mientras sigo limpiando estas bandejas...  ¡Delicia, esta niña me hará morir de un disgusto!

            - Señora, la niña, está mirando por la ventana quieta, muy quieta - piensa en Delicia colgada de las cortinas sobre la ventana. Yo creo firmemente...que está trastornada, loca, loquísima. ¡Pobrecita!

             Ha pasado casi todo el día y su padre, el doctor Benito, regresando de su tarea habitual, ingresa en su mundo mágico. Observa consternado a Delicia, su dulce niña. Es realmente menuda, de ojos enormes y de larguísimo cabello castaño oscuro. Los ojos pardos rodeados de ojeras profundas dan la sensación, por grandes y brillantes, que son de cristal de cuarzo o porcelana. Siempre poblados de tristeza provocadas por las largas noches de embeleso...quimeras...sueños. Tiene manos largas y finas como pétalos de lirios azulados. ¡El padre observa y teme porque esa hija...que es una delicia, se va desdibujando, se diluye lentamente! - piensa en ella. Delicia - genio, Delicia - ángel, Delicia sólo alma.

 ¿Qué van a hacer?- se pregunta en silencio, con la mirada inquieta y perdida en los ojos de su hija pequeñita.

            -Ahora Delicia vuela cada vez más seguido, danza con sus zapatillas de punta y su traje de gasa blanca (regalo de su abuela), por las cornisas y los tejados de la casa. Delicia ya come sólo pétalos de flores, bebe sólo rocío y sueña...Todo el tiempo sueña...ya ni siquiera va a la escuela. Los médicos no le encuentran enfermedad alguna. Su padre trabaja como siempre, sus hermanas estudian como antes, su madre limpia y no tiene tiempo de mirar a su Delicia. Afuera en el jardín ha ingresado una constelación de pájaros exóticos, mariposas gigantes y luciérnagas brillantes que van invadiendo el rosedal. Nuevos helechos, fantásticas enredaderas con flores perfumadas, orquídeas preciosas que van apretándose en los troncos de los árboles y floreciendo en forma constante...no tiene tiempo de mirarlas. ¡Pobre madre! No ve a Delicia que va tornándose en un ser fantástico...casi transparente...un hálito.

            - Pamela ¿dónde están las nenas?- pregunta el padre.

            - Marimar estudia en su escritorio. Serena está con su amiga Dalia tejiendo una colchita, están en la terraza...y Delicia...no sé, hace rato, casi una hora que no la veo.         Nadie ha visto una extraña figura de alabastro sobre la mesilla frente al piano. Nadie advierte lo parecida que es a Delicia...pero...

            - Mami ¿quién compró este regalo?- pregunta sorprendida y curiosa Marimar señalándola.

            - ¡Qué linda papi, parece de cristal o porcelana! - se acercan todos a mirar.

             - Vamos a ver... ¡Qué hermosura, querido! ¿Cuándo la compraste? Es de alabastro... efímero y huidizo como el viento...!

            -¿Mami se parece a Delicia, no lo crees?- dicen las niñas a coro.

            De pronto una ráfaga de aire, entra por el ventanal con una fuerte corriente. Afuera no hay viento está todo quieto, pero los cortinados envuelven la fugaz bailarina de alabastro. La arrastran y cae al piso de mármol, rompiéndose en mil esquirlas...desde su interior emerge una bella mariposa blanquecina con alas de encaje translúcido que luego de revolotear entre los atónitos habitantes de la casa, vuela y se pierde en el jardín en la noche de luna llena.

 

MUNIELA, TIENE UNA OPORTUNIDAD

 

            Es una mañana muy fría. Cuesta verdaderamente salir a la vereda y subir al automóvil para ir al trabajo. Me abrigo y apurado, como siempre, urgente trago un desayuno caliente. Un sopapo de hielo me atonta el rostro cuando abro el portón y saco el coche del garaje.

            Cuando desciendo en el quiosco para comprar cigarrillos, veo un animal enroscado en la alcantarilla, sucio y sangrante. Se mueve poco. Me acerco y es una mujer. Llamo al 911 y al servicio de emergencia médica pública.

            Pronto siento las sirenas y juntos se acercan ambos vehículos. La médica que llega, se arrodilla junto a ese jirón de persona. Está vestida con un uniforme de maestra de primaria, pero desgarrado y sucio, parece trapo mugriento y lleno de sangre. Baja un policía y la fotografía, además de taparla con una manta verde o azul, para el caso es igual. Me interrogan. No la conozco, la encontré así. Muestro mis documentos y asienten dándome las gracias como a un buen ciudadano. Me solicitan atestiguar. Me corre un frío por la espalda, pero digo, insólitamente, que sí. La sacan en camilla y encuentran su mochila debajo del herido cuerpo acurrucado.

            Hablan entre ellos. Tiene quebrada la mandíbula, tres costillas y golpes en brazos y piernas. La llevan a un hospital público. Pregunto a cuál, estoy conmovido. Al San Agustín, me dice la doctora que demudada trata de elevarle la temperatura y le sostiene la cara con gasas y una toalla limpia.

            En el trabajo, no puedo concentrarme. Le cuento a Mariano, mi compañero y a Cristal, la secretaria del gerente. Ella me mira con tristeza. Nos cuenta que ella fue “mujer golpeada” desde que se casó, incluso ha perdido dos embarazos y cuando se enteró que estaba por tercera vez grávida, escapó de su pueblo y hasta se cambió el color de cabello, engordó ocho kilos, usó lentes de contacto de color celeste y se apropió de los segundos nombres y el apellido de la madre. La policía poco la ayudó, pero encontró una casa de una O.N.G. que la asiló hasta que pudo reponerse, tener a su niño y hasta le encontraron ese trabajo digno. Nos suplicó silencio y por supuesto hicimos un pacto con Mariano y Cristal.

            A las dieciocho, salimos y me acompañaron al nosocomio. Pregunté por una accidentada que encontré en la mañana. La enfermera de admisión, me preguntó nombre, apellido y nos hizo dejar los documentos. ¡Ah, nos pidió la relación con la enferma!!! No la conozco, le dije y ellos tampoco, son mis amigos.

            Se acercó una asistente social y un policía. Era el mismo de la mañana. Me reconoció y a regañadientes no dio información. Se llama Muniela Valenti, tiene treinta y cuatro años. Trabaja en una escuela en turno mañana y en otra en turno tarde. Hay un tipo que vino preguntando si acá estaba la “puta” de su mujer… hasta que no se aclare lo que pasó, quedó detenido. Esa chica no murió, gracias a Usted. Cristal pudo entrar a verla. Llegó llorando. La han operado, tiene muchas fracturas en las costillas, el maxilar inferior en cinco partes, un brazo astillado y en el paladar un objeto de metal que no pudieron sacar aun. Fue el esposo porque ella se estaba vistiendo para asistir a un acto en la escuela. La cabeza está llena de heridas de las horquillas que sostenían unos tubos de plástico para hacerse unas ondas. La vio algo maquillada y comenzó un combate desigual que terminó… moribunda.

            Nos quedamos en silencio, Mariano le pasó a nuestra amiga un pañuelo y ella sonrió, pero los sollozos se profundizaron. Llamé a mi esposa. Daniela llegó en veinte minutos. Sorprendida le expliqué lo accidentado de mi día. Nos abrazamos y tranquilizó a Cristal. Se fueron a tomar algo en la cafetería.

            Un tiempo pasó y se acercaron tres compañeras de una de las escuelas donde trabaja. Me miraron rarísimo. Yo les conté como la había encontrado y me abrazaron sin timidez. Nos relataron cuánto sufre su colega. Anécdotas para hacer un manual del maltrato. ¡Una vergüenza y cobardía de machista ignorante y bruto!

            Llagó la madre. Lloraba quedo, con pocas lágrimas. “Ya no me quedan”. Mi hija se casó creyendo que ese hombre era un dios; la maltrató como quiso. Cada paliza más y más dura. Las denuncias… a veces, se las recibieron, cuando llegaba el asistente social, llovían los insultos y otra zurra peor. Se quedó muda, en estado catatónico en una silla.

            Daniela y Cristal volvieron, los ojos rojos entintados de sangre por tanto llorar, no les permitió ver a las otras mujeres. Luego abrazaron a la anciana. No dijo nada. Salimos de allí. Regresamos a nuestra casa y seguimos con la rutina.

            Dos meses después recibí una citación. Tenía un ataque de ciática que me dejaba malhumorado y llegué al juzgado con cara de perro de caza. Me quería comer vivo al hijo de puta capaz de golpear así a una mujer, bueno, a nadie se debe tratar de modo inhumano. Me presenté, la sala era fría y sobrecogedora. Entraron varios abogados, el juez y el maldito. Parecía un conejo a punto de ser desollado.

            Lo miré, me miró de soslayo. El odio se mezcló con una sonrisa injuriosa. Me pidieron que declarar. Conté lo que pasó aquel día. Comenzó a gritar que yo era su amante y que me iba a matar con sus propias manos. La madre declaró tras de mí, relató todo lo que ese cobarde le había hecho a su hija. El mal nacido no se cansó de amenazarla e insultarla. Luego llegaron una a una sus compañeras de escuela. Declarando en el estado en que entraba muchos días al colegio. ¡Una barbaridad!

            Lo sentenciaron a veinte años de prisión y lo obligaban a hacer un tratamiento psiquiátrico. Lo llevaron y vociferaba venganza. Para todo el foro, y en especial para la pobre Muniela, que con vendas y unas férulas de yeso y muletas tuvo que declarar. No pudo, el terror la enmudeció.

            Pasó un año o dos y un día la encontró Daniela, mi esposa en el supermercado. Ya estaba bien, algo desfigurado el rostro, pero arreglada y cuidada, se mostraba optimista. La invitó a casa. Se hicieron muy amigas. Cristal, la joven y mi mujer. Para ella soy un  héroe, yo sólo pienso que nunca le permitan salir de la penitenciaría al maltratador, porque …¿Ustedes creen que ese tipo puede cambiar? Yo no.

COMO UNA LOBA

 

            Como loba sedienta

            arrancaré de las venas la sabia

            la vida.

 

            Arrastraré con las manos

            andrajos de piel herida mutada en carcajadas.

 

            Caminaré por el laberinto

            con antorchas de incienso.

 

            Como loba insurrecta

            recrearé un sortilegio de olvido.

 

            Demandaré eclipses

            perturbando augures a mi futuro.

 

            Danzaré, cantaré y beberé clemente

            atraparé las raíces profundas de un rito

            transgresor y profano.

 

            Como loba hambrienta escarbaré las piedras de la luna.

           

 

           

NOTICIAS EN LA VILLA


            -¡Dale fuerte...le dijo el "Uruguayo" al Óscar...no le vay dejá ni una costiya entera...! -así le decía pá que amasijara al fiolo que dentró en la villa como cabra en su corral, los pibes le cerraban el paso al utomovil en que dentró y mientras se vino pá donde estaba yo con la Nuria, la que labura en el sauna del Beto; y ahí nomá se paró en uno cajone de cerveza que estaban tiraos desde la bailanta del mes pasado y apena yo lo ví, le pedí a los pibes y a unos botijas que pateaban un fulbito que fueran a llamar a la gente y se armó el bolonqui, el mino bien de trajecito del Dior o del Antes Garman, con corbata y zapato de esos de lustrar, y nos miraba como a chanchos porque ese no dentró en toda su vida en la villa. Se paró como te dije para está má arriba que losotro y pensamo...este fiolo no viene con nada bueno, alguna de lo político. Ello no vienen nada más que pá las elecione o en momento de algún quilombo. Así comenzó con palabra bonita que nosotro merecíamo más que una casa de chapa y que el lugar era ruidoso y  que lo pibes y que no teníamo agua y gas y tampoco salita pá las minas preñadas y los críos y acá y allá y palabra que no entendíamo...hasta que el "Cacerola" que terminó la primaria y cazaba algo lo interrumpió pá preguntarle...¿"Oiga don qué nos viene a traer explíquese"?y  ahí se armó porque el muy hijo de puta venía con la orden de lo superiore que en 48 hora los teníamo que pirar de la villa pá cualquier parte porque tenían que hacer una utopista que seguro irá a pará a lo cantri y también dijo que la tierra y que el gobierno la había vendido a uno gringos de lo yanqui y ya no podíamo estar viviendo allí. Y te cuento que llovían la piedra y los ladrillazos, cascote iban y venían, hasta que con el griterío vino corriendo el cura, ese que cuando vino a la villa nadies lo tragaba porque creímo que era un puto, pero resultó bueno despué de todo, y se metió y como él ha estudiado mucho principió a discutí y con la misma palabra linda del fiolo,¡cómo se trenzaron!, y de pronto gritó el "Chispa" que al auto de mino le habían afanado la cuatro rueda, el estereo y tenía todo lo farolito y lo vidrio roto. Ahí el chabón estaba furioso y dejó de decirno señore y comenzó a gritarno "negro de mierda, hijo de puta, villero mafioso, lacra; eso no sé que quiere decí; que no teníamo que dir ya mismo y que el estado no se podía hacer cargo de la chusma..." y llovían lo cascotazos y la minas se le vinieron encima y le rompieron la ropa , lo lente y el cura trató de calmarno y los dijo que él haría todo lo que pudiera, pero losotro sabemo que lo cajetiya no escuchan ni al Papa cuando de guita se habla. Se vino el "Uruguayo" que estuvo preso por vario problemita  y corrió al pollerudo y lo chapó al "Portavoz" y le dio tanto sopapo que le sangraba hasta el culo... ¡Alguna minas lloraban, lo pendejos lloraban, lo perros ladraban como si se les hubiera metido el mandinga entre lo diente y en medio el quilombo cayó la yuta, como tré patruyero con arma de las que le compraron nuevas, parecían de la película yanqui, y un furgón con milico con perros que los asustó y salieron corriendo muchos y otros buscaron goma y la quemaron y yegó el canal de la tele y seguíamo allí dándole piña a medio mundo. Por eso estamo todo en cana, la yuta gana y má cuando la tele te escracha y ahora toda la villa está deshecha, le pasaron la topadora y nosotro acá y la pobre mina sola y quién sabe a dónde iremo a pará con cinco pendejo y sin laburo.¡ Por eso te digo, todo ésuna mierda! . ¿Y si hacemo venir al dotor del comité...tal vé los dé una mano...¿no?...

AFUERA HACE MUCHO FRÍO

 

.                                       

 

                                                        Hacia fierros, hasta sus músculos parecían bronce o piedra. Sabía que era súper “macho”, un metro ochenta y seis, con su cuerpo bien formado. Rostro armónico, cabello oscuro, ojos verdes. Estaba seguro que si lo hubieran invitado para ser modelo lograría ser famoso,  pero él era muy hombre para ese tipo de cosas. Sus compañeras de oficina le hacían todo tipo de invitaciones. Incluso las casadas. ¡Que minas locas!  Él era el que conquistaba.

                                                        Un día que cambió de horario en el gimnasio, conoció a  Regina, una mujer poco agraciada pero de un espíritu maravilloso y pasó lo inusitado: se enamoró. Ella era solitaria, inteligente y alegre.

                                                                   La vida comenzó a ser un privilegio: viajes, cenas en lugares mágicos, paseos a lugares novedosos. Pero un día pasó lo inesperado. Apareció el ex marido de Regina que sacó un arma y desrajó un balazo en el rostro bellísimo del muchacho.

                                                                   Ella lo amó hasta hacer que el hombre se transformara en un niño, el amor estrechó su vida hasta ahogar la esperanza.

                                   

lunes, 21 de marzo de 2022

ELIGIO BARRIENTOS


            Era tarde y se alejaban los últimos turistas. Poco había vendido ese día. Llevaría unos plátanos y cinco huevos de pollo taxcoano y algunas setas azules del campo arriba.

            La pobreza los sumía cada día en más pobreza. Es como una piedra de lápida negra como la que le pusieron al compadre Yoloxochilt en los funerales de diciembre. Cada día hunde más al finado. Sacó un montón de monedas y compró unas tortillas a una paisana. Acomodó su tilma y comenzó a caminar entre las piedras. La pirámide del Sol, estaba de un color diferente, un rayo rojo y añil desdibujaba su cúspide. Se sentó en una piedra y sintió que se movía. Se desprendían pequeños pedriscos grises y negros.

            El aroma de los viejos piletones donde dejaban los corazones de los enemigos de “Quetzalcóatl”, olían a muerte y sangre ácida y ferrosa. Se hincó y le pidió a la Madre de Dios, la Guadalupe que lo cuidara. Pero el rugido de los guardianes amarillos y marrón con ojos brillantes como ascuas, aterraban sus oídos secos. Los felinos se acercaban olisqueando su cuerpo febril. Quiso correr hacia la pirámide de la Luna, pero las piernas no respondían. Sintió la voz de Onésimo, su compadre que lo arrastraba de los pies. ¡Vamos compadre que se viene el terremoto fuerte…! y vio saltar sobre las enormes piedras a la “serpiente alada” que se dibujaba en la orilla de la entrada del templo azteca. Se protegía del mundo oscuro de los dioses malignos. “Huitzilopochtli” descendía por las intensas calles que dividían ambas pirámides. Eligio Barrientos se paró frente al monstruo inhumano y con una tilma humilde tapó al dios de la muerte. Onésimo lo encontró entre los muros deshidratado pero vivo. Los escombros evitaron que los perros vagabundos lo hicieran presa de sus colmillos  hambrientos.

            Cuando llegó a lo que fuera su casa, sólo encontró a la mujer y sus siete hijos, buscando entre los cascotes y desperdicios lo que había quedado de su triste pobreza campesina.

 

 

IMPOSIBLE DE CREER


El polvo amenazaba el poblado. ¿O era humo? Tal vez el golpeteo cada vez más fuerte en el camino, que serpenteaba alrededor de las casas que de tan pobres, se caían a la primera lluvia o viento que arreciaba. TAC, TAC, TAC. Se oía cada vez más cerca.

Un farol iluminaba apenas el atrio de la capilla abandonada. Estaba dedicada a Santa Escolapia. Nadie creía en esa aldea en Dios, creían que era un mito lejano para ellos.

Sin embargo algo cambiaría su idea. Hacía una semana se había encontrado a un pordiosero caído en el portal de la casi iglesia. Lo extraño que de la espalda acomodaba con dificultad un par de alas con plumas afligidas y descoloridas. Hambriento. Solitario. Callado. Miraba con curiosidad hacia el saliente sol, que desnutrido como él, aparecía algunas veces en el horizonte.

Algo anda mal, dijo el juez, el comisario se acercó para echarlo, pero apenas oyó un susurro en un lenguaje ajeno y penoso. Salió a destajo. ¿Miedo? ¿Cobardía? Nadie opinó.

Esa noche de relámpagos amargos y bramidos injuriosos del cielo, se fue acentuando el TAC, TAC, TAC.,  hasta parecer un garrote medioeval. ¡Una enorme araña, siniestra y bizca se acercó al hombrecillo!!! Éste, le suplicó ayuda en un idioma escolástico y puro. Acá, no hay quien me pueda proteger y darme un apoyo. Todos son sádicos e inestables, sólo piensan en un dios desconocido, llamado dinero, oro y plata. Ella lo observó con sus ocho ojos y con sus patas peludas lo acicaló. Lo subió sobre su lomo suave y velludo y se alejó maldiciendo a la aldea. Dejó 12580 huevos en la entrada y 12580 huevos a la salida del pueblo. Cuando nazcan… tendrán mucha hambre, dijo el ángel, ¡No me importa,  y se perdieron por la huella que habían dejado en su viaje.

TANGO Y PUNTO

 

Tengo un pedacito de estrella en el bolsillo

como duende

camino por el cordón de la vereda apretando en la mano su brillo pertinaz.

Me agrede.

Salpico las hojas con barniz de niebla

                   humo

                                  llovizna           entonces

acaricio el agua de la charca donde se inaugura la luna.

 

Una noche de tango y de faroles.

cae un gorrión herido

muriendo al compás del organito

Rayuela

                   trompo...calesita...grillos.

La tiniebla tararea un sueño de barco de papel madera.

Taconea el tren ( triste) sobre la falda corta de la calle.

Nadie atiende los timbres somnolientos.

 

Se me escapa un suspiro del bolsillo.

Una estrella restaurada estornuda poesías de Borges. ¡Esos compadritos!

El Riachuelo amorfo lo estropea todo. Llora en Balvanera una vieja calesita.

Caballitos de ojos despintados. Vuela la luna que espeja una nube anaranjada.

Y...yo, siento en la boca aviesas cuchilladas.

Un tigre observa insidioso el rostro de Gardel.

El cartel de Diagonal Norte sonríe sin prejuicio.

Gira en la vitrola Goyeneche.

Un tango y punto.

VIAJE POR LA GRAN CIUDAD

 

            La señorita Abigail ingresó en el vetusto hotel seguida por su querida nana Hortensia. El pequeño espacio olía a lavanda, cocido de cebollas y azúcar quemada. Apareció el anciano dueño, con un una pierna amputada, seguramente durante la guerra, se apoyaba en una muleta de caña de indias y de su cabeza calva sólo caía un mechón de canas que en un tiempo fue de color rojo.

            Parapetose tras un mueble de madera lustrada, abrió un libro y se quedó mirando a ambas mujeres. La joven le tendió la mano y con la sonrisa más auspiciosa, le dio sus papeles de referencia.

            Venían del Valle de Águila Negra en el oeste del territorio y se quedarían varias semanas. El hombre la miró con cierta desconfianza. Ella tomó el bolso y hurgó, sacando un fajo de dinero, ¿serviría ésto para recibirlas sin desconfianza? Una ancha sonrisa cambió el humor del viejo y comenzó a escribir los nombres en el libro.

            Luego del interrogatorio innecesario, las acompañó a la mejor habitación del establecimiento. Era amplia sin exagerar, con alfombra beige y una ligera orla de rosas en guía que se perdía bajo los dos lechos. Un armario de madera de cerezo con espejo ovalado era el mueble más importante. La lámpara de opalina disfumaba la luz, pero había otra grande que alumbraba el pequeño escritorio.

            Hortensia acomodó el bolso grande sobre una banqueta y el vejete, dejó el cofre en el piso cerca de la ventana. Esta daba a un jardín pobre y con algunos rosales, cuyas flores caían en pétalos moribundos sobre el césped mal cortado.

            - ¡A las diecinueve horas se cena! No lleguen tarde porque Pascuala se enoja. Las toallas se cambian dos veces a la semana y las sábanas cada tres días.-                                                                               Salió y se oyó el golpeteo de la muleta de madera que se perdía por el largo pasillo.

 

-          ¡Por fin solas! Viva la libertad, desátame el corsé, dijo mientras tiraba el sombrero sobre una silla. La nana ofuscada, le sacó ese espantoso corpiño que estaba de última moda, quién sabe dónde.

-          ¡No sé cómo aguantas esto, mi niña! Este lugar me parece demasiado lúgubre y el viejo… hizo demasiadas preguntas.  ¡No crees?

-          Bueno, si, es un mirón y bicho, pero espera un par de días para opinar.

-          Te repito pequeña, no me gusta. ¿Viste cómo te miró cuando le dijiste la edad, se le caía la baba, al mequetrefe.

-          Y tú morías de celos por tu bebota. Ya tengo dieciséis años y Tata, me autorizó a venir para hacer lo que me propuse.

-          ¡Esperemos no tener problemas!!! La regordeta Hortensia, se sacó la cofia y el mantón de lana, acomodó los botines de su mimada y se acomodó en el lecho, previo a dejar sus “lunnettes” sobre la mesilla. Se durmió y comenzó a roncar.

Cuando el sol se apoyaba en la pared despertó Abigail y sacudió al ama. Se colocó un vestido simple de de tela ligera y sobre los hombros se echó un chal de angora. Salieron ambas hacia el pasillo escuchando el ruido de platos y vajilla. Donde vieron una buena luz, calcularon era el comedor. Les sorprendió que hubiera un sola mesa para todos los presente. Y a la hora precisa, apareció una mujer que dejó boquiabierta a ambas. Alta, tan delgada, que parecía una vara de sauce, de piel amarillenta, arrugada y con cabello ralo de color pajizo. Entre las manos flacas traía una sopera humeante. Comenzó a servir sin pronunciar ni una palabra. Cuando llegó a Hortensia, hizo un gesto de desagrado. Derramó la mitad del líquido que a los otros comensales y se fue por una puerta oculta por una cortina verde oscuro.

Abigail, comenzó saludando a los presentes. Eran en su mayoría hombres solos. Había una excepción, una pareja de alrededor de sesenta años, que hablaban entre sí y reían con picardía. ¡Eran tan agradables! 

Inmediatamente comenzaron a charlar. Pregunta tras pregunta sonsacaban datos sobre las novatas. Un joven de barba y espejuelos las miraba sin pestañear. Sus manos tenían los dedos entintados, seguro era un escribiente de trabajo doble en alguna de las oficinas donde Abigail, debía concurrir.

-          Señor disculpe mi indiscreción ¿usted trabaja en alguna oficina pública? Mañana necesito ir a… la mano de Hortensia, la detuvo. No debía hablar con un caballero sin ser presentada y menos un mozo de alrededor de veinte años.

-          Mi nombre es Jaime Spitt, mayor gusto señorita, lamento que nadie nos presentara como expresa el decoro, pero responderé a su pregunta. No, trabajo en la Biblioteca Nacional, soy escribiente y me permite leer mucho y estudiar leyes.

-          Abigail, le alargó la mano y saludó cordial al muchacho.

 Entró Petrona con una fuente de carne de cordero cocida con hierbas y patatas. Mientras el anciano se servía la mejor porción la pareja miraba con curiosidad a la muchacha. Se hizo un breve silencio y nuevamente Hortensia recibió la menor porción.

-          ¡Perdón señor, puedo preguntar porque no el sirven como a todos, la misma comida a mi Nana? Ella es como mi madre, ya que siendo huérfana desde muy pequeña me crió. Además hemos pagado igual por nuestra estadía.

-          ¡Petrona ven, la señorita se ha quejado… manifiesta que la comida de la Nana es menor en proporción a la de su niña.

-          ¡Ella debería comer en la cocina junto al personal y no con los señores! Es una servidora como yo. Me niego a servirle más, si quiere comer mejor que vaya al fogón.

-          Usted me ofende, Hortensia es mi madre del corazón y yo no voy a permitir que se me ofenda.

La vieja se alejó murmurando sin más y desapareció. Todos comentaron el hecho, pero para Abigail, fue un momento que la puso muy nerviosa. Salió del salón sin probar bocado y Hortensia la siguió sorprendida, y con mucho apetito. Durmieron tranquilas. No se oía ni un rumor en los pasillos. Sin embargo, a la mañana siguiente, grande fue la sorpresa de las mujeres al encontrar en la sala de desayuno a dos policías, haciendo preguntas a los que iban llegando.

En la carbonera habían encontrado a Petrona muerta. Su cuerpo escondido entre parvas de carbón y mucha sangre. Supieron que estaba allí desde la madrugada y su cuello roto y muy  golpeada. 

ROMANCE DE ANTAÑO

  

            La calesa transportaba todo el equipaje que le permitía ingresar el Instituto. Lloró porque dejaba a su madre enferma en la estancia. El padre austero y serio trató de mostrar su tristeza. Escondió la pena y alguna lágrima que secó mirando para la arboleda. María del Pilar, comenzaba la escuela lejos del hogar. Sus padres querían la mejor educación y estaba centrada en un sobrio colegio dirigido por holandesas que no eran católicas, pero que se habían comprometido en no educarla en la “Reforma”.

            Cuando pasadas las trece horas, vieron el tejar de la edificación escolar, ya María del Pilar no lloraba, dormía en el regazo de su padre. El chaleco de terciopelo verde oscuro estaba húmedo por el llanto que se despeñaba por las flacas mejillas del hombre.

            Al entrar el coche a la explanada frontal de la residencia, una campanilla sorprendió a la portera que corrió a llamar a la Señora UmaVan Kessel. Su personalidad estaba impresa en la ropa puritana de color ratón. Un cuello de encaje blanco envolvía su cuello de gallina vieja. Un rodete coronaba la cabeza con la trenza otrora rubia y hoy cenicienta. No usaba adorno alguno. Un reloj de oro colgaba de su pechera con una traba o alfiler del mismo metal. Era su único distintivo, que la hacía más femenina. Los zapatos abotinados de cuero negro, muy gastados, tenían un tacón pequeño.

            La secretaria era joven. Risueña y con mirada suave y dulce. El uniforme sobrio pero con un toque femenino, la acercaba a las niñas pupilas que observaban desde la balaustrada a la recién llegada.

            Kateryn, la joven ayudante, acompañó a la niña que no podía con su baúl. El padre intentó ayudarla pero una dura mirada de la directora lo detuvo. La habitación era para seis niñas. Cada una poseía un armario de tamaño reducido y la cama con una colcha de color ocre, sin adornos ni espejos en las paredes.

            Un abrazo paternal y un adiós doloroso, separó al padre de la muchacha que apenas tenía ocho años. Cuando éste se retiró, comenzaron a hablarle en francés, idioma que ella conocía por su querida madre. Algunas palabras le eran desconocidas pero pronto las aprendería.

            Una campana llamó al comedor. Todas las niñas en fila según la edad, atravesaron largos pasillos hasta un salón severo donde en una mesa de madera estaban distribuidos los platos, los jarros y cubiertos. A medida que ingresaban una dama regordeta y amable les entregaba una suerte de faldar de color blanco, con breteles en forma de cruz que se atravesaban la espalda. Su grupo era tan silencioso, que la niña sintió una punzada en el pecho. Nadie me habla… y nadie sonríe. Excepto la dama del delantal. Siguió como autómata a sus compañeras. Vio que cada joven se paraba frente a un escaño sin espaldar. Al sonar una campanilla, se sentaron y se inclinaron para rezar. Ella desconocía esas oraciones y sólo logró decir muy suavemente el Padre Nuestro. Así comió durante cinco largos años. Sin hablar escuchando a una monótona señora van Kessel, leyendo a Ovidio, a Dante Aligieri, a Esopo y otros entre antiguos y modernos escritores permitidos por el profesor de letras.

            En invierno de 1903, su padre envió al tío Leonard a buscarla. Venía en un auto muy ruidoso y extraño que compró en Londres. Viajaron en una nube de tierra hasta la estancia y al entrever los techos ya sintió que un vuelco le trastornaba el corazón. Abrazó al tío con lágrimas en los ojos, ya era casi una señorita y vestía el horrible uniforme que odiaba y amaba por igual.

            En el asiento había una serie de revistas y periódicos. Los tomó junto a su poca ropa y salió corriendo a besar a su padre. La madre había muerto dos años atrás y ella sólo pudo llegar a su sepultura cuando no le alcanzó a dar ni siquiera un beso en la frente. Una doncella le contó que su padre le había puesto el traje de novia con el velo y azahares en un ramillete en las pálidas manos. Así había bajado al mundo fangoso del cementerio de la capilla de la estancia. Una estatua de mármol de Carrara que compró el tío Leonard en Roma se enterraba de lado sobre el breve espacio de pasto que la sostenía. ¡Era una enorme tristeza ver esa tumbas! Ella la llenaba de flores. Silvestres las más y algunas rosas que salvó el cochero del jardín materno.

            En la sala quedaron sus maletas y los magacines. Cuando regresó a su habitación comenzó a leer ávida los artículos. En una revista se enfrentó a la foto de un hombre extraordinario. Un deportista que había ganado varios premios. Se quedó muda. Temblaba y su piel erizada se transformó en piel de gallina. ¡Este será mi esposo! Y recortó la foto y la guardó en un libro de historia antigua.

            Pasó una temporada maravillosa, cabalgó, jugó al cricket y nadó en la pequeña laguna del oeste. Soñaba con el hermoso deportista. ¡Nunca estará a mi alcance pero será mi marido!

            El tío Leonard, la encontró embobada con la foto y las carcajadas retumbaron en la sala cuando ella le dijo desafiante: ¡Ya verás, me casaré con él!

            Su piel delicada estaba destruida por el fuerte sol a pesar de las sombrillas que usaba cada vez que salía al campo. El cabello rubio, herencia de su madre galesa, tenía una hebras de color blanco y sus trenzas otrora tan largas, solían caer por su espalda en una cascada dorada que sobresalía del terciopelo rojo o azul del traje de montar.

            Su padre la adoraba y sonreía al verla tan predispuesta a ser ella misma. El hermano más delicado de salud no podía seguirle el tren de juegos y charadas.

            Le encantaba comer el soufflé de verduras y los huevos que ella misma sacaba temprano de los nidos. La anciana cocinera la mimaba y le preparaba todos los platillos que en el internado no le daban. Había cumplido quince años y ese era el último que le quedaba antes de ir a la universidad en la capital.

            Regresar al Instituto fue un placer y un dolor. Allí había creado vínculos y amistad con varias compañeras con quienes tenía muy buen trato. Estudiaban en francés e inglés todo el material que Uma Van Kessel había traído de las novedosas instituciones europeas. Ya dominaban el latín y la filosofía. Pintaban bellas acuarelas y cada una había adquirido la habilidad de interpretar un instrumento musical. Eran la “élite” de estudiantes de la región. En una charla de amigas, María del Pilar les mostró la foto recortada del joven apuesto. La curiosidad hizo que se juntaran varias cabezas y Kateryn observó al grupo. Les llamó la atención y le retiró el porta retrato pequeño con discreción.

            Van Kessel la llamó al despacho para interrogarla. Ella totalmente arrebolada le dijo que tan sólo era un juego un poco torpe y que no lo mostraría más. La mujer, siempre estricta disimuló la ingenuidad de la alumna, despidiéndola.

            Cuando llegó a la sala una de las muchachas le dijo: Yo lo conozco. Se llama… Richard Kenneth y vive en Liberpool. Es jinete del ejército de Su Majestad y corre carreras en pistas especialmente diseñadas para ganar trofeos como el que trajo este verano. Si quieres yo te invito a mi casa este fin de semana y te lo presento junto con mis primos y hermanos.

            El corazón dio un salto atlético. ¡Si, por favor! Lléveme contigo, quiero conocerlo. Mira que es mucho mayor que nosotros tiene treinta y dos años y tu…. Quince. ¡No importa, yo lo quiero conocer!

            Así, ese fin de semana salieron en tren hasta el pequeño condado de Whells. Allí vivía la familia de Lenny y su casa era el centro de atención de todo un grupo de gente alegre y llena de vida. Sus hermanos eran tenientes de la guardia Real y sus primos unos estudiaban y otros viajaban por el mundo dilapidando la fortuna de sus mayores.

 

            Alrededor de las diecisiete, a la hora del té, llegó junto a dos cadetes con sus uniformes endiabladamente desarrapados. Pero él, sin ropa del ejército, sino con ropa de montar, parecía un dios griego. Su cabello negro brillaba contra su piel tostada por el pálido sol de la campiña al que vivía expuesto. Los finos bigotes engominados y unos enormes ojos celeste que perlados por pestañas oscuras la hicieron soñar con el océano bravío en tormenta.

            Él, a penas ingresó la quedó mirando y sin ningún pudor se acercó y le besó la mano. Casi se cae desmayada. ¡Era él! Y la flecha había dado justo en el centro del corazón palpitante de quiceañera.

            Charlaron todos al mismo tiempo, rieron, bailaron unas danzas del lugar y luego salieron al jardín para charlar. Él, la siguió y le pidió que le escribiera cartas al cuartel.

            Ella, la muy pícara, ya había enviado varias sin firma escritas con tinta de color violeta y en sobres con aroma a lilas. Él, no sabía ¿de quién eran? y le comentó con franqueza que estaba muy intrigado. Ella no le dijo nunca que eran suyas.

            Cuando terminó el año, las campanas de la capilla de la estancia repicaron a vuelo. En un coche bordeado de flores, con su velo de tul níveo y su hermoso vestido entró a buscar a su hombre soñado.

            Una mañana de Julio, pasado varios años, se enteró por un cochero de posta que había muerto en un accidente en un salto en la carrera de la Real casa esa mañana. Aún ama su hermoso pañuelo de cuello del que nunca se desprendió ni se desprenderá hasta que como su madre entre en la noche del cieno junto a sus padres en la vieja estancia. Dos hijos parecidos al padre son su único bien más preciado, no le permitió ser jinetes de la casa Real.           

           

LA MUCHACHA DE OTOÑO


¿Quién te trajo a mí? Me pregunté hoy caminando por la calle  trajinada de gente Cuando asomaste por la inmensa ventana de mi vida como la máscara  angelical de un torbellino; llamaste a mi corazón y un aleteo febril de estrellas ingresó a mi mundo de doméstica tranquilidad.

 Conocí cada una de tus inquietudes de muchacha llena de voracidad por tragarse el mundo, la vida y conocer el país de las palabras. Caminaste como un ciervo en sus praderas. Comiste hasta la última gota de néctar de las flores, los frutos fueron los que llenaron el brocal de tus palabras. Cada vez  que nos sentamos a practicar quedó una sombra de estrellas entre las frases que bailaban su danza esperanzada.

Algo sucedió y se cayó una gota de sol. Un reflejo de luna. Una mirada se prendió de la

telaraña del otoño... y se quedaron colgadas las palabras entre las ramas como fantasmas guerreros.

Ahora envejece el silencio de tanto escuchar las palabras... eco de suspiros por tu huída reciente.

Tu duende juega con mi insomnio cada noche cuando te repienso amiga. Un rosal con tu nombre sonríe en octubre. Y el otoño será un recuerdo imborrable en mi vida.

Te amé y me amaste. Ya no estás y tu huída dejó mi corazón maltrecho. Eras un hálito de verano en mi vejez. Adiós. Te duermo en mi memoria.

                                                          

SALTÓ AL BALCÓN

  

            Mi viejo era un héroe. Viajaba siempre al interior con la chata llena de mercadería que vendía en el campo. Con lluvia y con sol, con viento y con calma el iba por caminos internos, no por las rutas. Las rutas las usan los comerciantes grandes, los que llevan muestras. Él, no, el vendía ollas, juguetes, ropa de campo, zapatos, alpargatas, cuchillos y mil cosas que conseguía en los galpones de la aduana o en garajes escondidos de los grandes comercios.

            Dormía en la camioneta o tal vez en algún cuchitril, de esos que hay por los caminos con luces de colores y flechas que dicen “Hotel” y son de cuarta. Mi madre lo adoraba. Y nosotros, los cinco hermanos también.

            La Lidia, aprendía piano, con doña Tiburcia y cuando sentía que llegaba rezongando la chata, se sentaba en el piano y tocaba y tocaba y mi padre la miraba y lloraba. De alegría lloraba. Yo coleccionaba “El Gráfico” y él, se sentaba en un sillón destartalado en el porche y los leía y acariciaba mi cabeza. ¿Sabés como me acuerdo de mi viejo? Si me parece hoy que lo estoy viendo con la foto de Labruna y a Di Steffano a quienes admiraba tanto. Mi hermana Célica se escondía debajo de la mesa que mamá tapaba con una carpeta que tejía con hilo fino y una aguja finita, y espiaba los libros de mi hermana que iba a la escuela Normal para ser maestra. Tal vez hubiera sido mejor que nunca creciéramos.

            Un día mi papá llegó fuera de hora. Mi hermana Carlota no había ido a misa con nosotros y mamá. Él, como no tenía llave saltó por el balcón a la pieza de arriba y el mundo se vino en catarata hacia el “carajo”. El Aurelio Marín, nuestro vecino, casado con la Antonia, estaba desnudo en la cama con mi hermana.

            Papá no dijo nada, sacó una pistola que llevaba siempre por las dudas y le pegó un tiro. Tan pero tan mal que en vez de darle al “tipo” mató a la Carlota. Ya no va a ser maestra.

            Vino la policía y se lo llevó a papá y al Aurelio. ¡Pobre mi papá, nunca supo que la puerta estaba sin llave; porque de la vergüenza se colgó en la reja de la celda en la comisaría! 

 

miércoles, 16 de marzo de 2022

EL TESTIMONIO...UN ESPECTRO AZUL VERDOSO


                        El camino a la estancia estaba bordeado de sauces que en primavera parecían bailarinas entre gasas verde claras y tules amarillos verdosos. El aire fresco y la suave brisa permitían que la capelina de Candelaria flotara como una nube llena de rosas color ciclamen pálido junto al estrafalario sombrero de tío Cresencio, gorro de cuero con antiparras de mica y baquelita, que tras sus bigotes agudos engominados y sus ojos grises parecía un extraterrestre en viaje hacia el futuro. La campanilla que hacía vibrar frenéticamente ante el más pequeño de los inconvenientes, me lograron crear un clima de suspenso y horror por esos traslados a la casona antigua de los queridos " Hildeberando Ralbo", familia tradicional y muy respetada por aquellos tiempos.¡ Mi familia!.

                        Al ingresar por el camino de grava y plátanos, la primera imagen fue decepcionante ya que la casa estaba muy abandonada y algo destruida. Una balaustrada de mármol que recordaba mejores épocas apareció cubierta de enredaderas, hiedra y ficus que rompían toda las hermosas columnas y los postigos caían desde sus goznes sobre sí mismos como capas de madera marchitas. No quedaba casi nada sin estropearse. Moho y telas de arañas aparecían entre los sillones abandonados a su suerte en la terrazas de granito rojo. ¡Era una pena enorme ver todo ese antiguo lujo así castigado por eternas rencillas entre la familia, hoy en bancarrota.

                        Candelaria se tiró prácticamente del viejo auto, y corrió con la enorme llave en su mano hasta pararse frente a la pesada puerta de roble del frente donde la cabeza de un león de bronce sostenía una aldaba rota. Puso la llave en su lugar y la hizo girar. Con dificultad y chirriando se abrió la cerradura. Empujó la hoja de la puerta y abrió dando paso a una luz natural que hacía mucho no penetraba en el recibidor. Un pútrido olor a rancio y tierra le golpeó la frágil nariz. Sin esperar al tío siguió hasta una de las ventanas y corrió los pesados cortinados, que cayeron rotundos por podridos y húmedos. Una nube de polvo lo llenó todo. Cuando se asentó vieron el inmenso retrato de la tía Ismelda, que los observaba en posición de matrona tiránica y posesiva. Así, habitación por habitación, fueron despejando los trastos y ayornando con luz natural y aire puro para hacer respirable la bella pero triste casa de los abuelos.

                        Esa noche comieron unos emparedados en el mirador cerca del que fuera el lago y hoy se presentaba como un barro seco y agrietado. No sabían donde dormir. Al fin decidieron acostarse en la enorme cama de Tío Tancredo, que tenía unas sábanas que habían protegido el recatado acolchado de damasco griego. Vestidos e incómodos pasaron una noche casi sin pegar los ojos. Al comenzar el día, un sonido de pájaros y grillos le dio un aspecto más confortable al lugar. Decidieron buscar a los viejos criados para que los ayudaran con la limpieza y la puesta en marcha de la casa.

                        Así volvió a ser lo que fue, es decir , casi fue...porque todas las tardes alrededor de las nueve comenzaba a circular un murmullo que iba cobrando la figura voluptuosa de una bella mujer azul verdosa, de consistencia efímera e intocable, ya que se desvanecía al más leve roce humano. No sólo la vimos nosotros sino los ancianos ayudantes y cuidadores. Ellos no reconocían a esa bella dama y nos intrigó tanto la presencia que buscamos por todos los rincones algo que nos comunicara su historia. nada ayudó y así quedó como una leyenda más a las viejas historias de la casa.

                        Han pasado muchos años, yo ya estoy muy avejentado y me acuerdo a mí mismo en la ventana, observando lo que no es, lo que no existe, ni existió...¿ o sí vivió allí la bella espectral mujer azul verdosa de nuestra mansión ?. Me siento junto a mi amada Candelaria que desgrana romances y poesías llenas de amor por la vida junto a nuestros fantasmas y su memoria.