Era
tarde y se alejaban los últimos turistas. Poco había vendido ese día. Llevaría
unos plátanos y cinco huevos de pollo taxcoano y algunas setas azules del campo
arriba.
La
pobreza los sumía cada día en más pobreza. Es
como una piedra de lápida negra como la que le pusieron al compadre Yoloxochilt
en los funerales de diciembre. Cada día hunde más al finado. Sacó un montón
de monedas y compró unas tortillas a una paisana. Acomodó su tilma y comenzó a
caminar entre las piedras. La pirámide del Sol, estaba de un color diferente,
un rayo rojo y añil desdibujaba su cúspide. Se sentó en una piedra y sintió que
se movía. Se desprendían pequeños pedriscos grises y negros.
El
aroma de los viejos piletones donde dejaban los corazones de los enemigos de
“Quetzalcóatl”, olían a muerte y sangre ácida y ferrosa. Se hincó y le pidió a
Cuando
llegó a lo que fuera su casa, sólo encontró a la mujer y sus siete hijos,
buscando entre los cascotes y desperdicios lo que había quedado de su triste
pobreza campesina.
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