miércoles, 16 de marzo de 2022

EL TÉ ROJO

 

            Belarmina sirvió el té a las cinco en punto como lo hacía desde que llegó a la casa. Era el aire inglés que la señora Leyla y el señor Jamelson tenían como costumbre. Pero ellos eran unos perfectos descendientes de italianos que llegaron hacía muchos tiempo en un barco de inmigrantes.

            Toda la casa era una copia de una revista de decoración y habían pagado con mucho esfuerzo que se viera como la típica vivienda de la calle londinense que soñaban.

            La vajilla era de porcelana traída en cajones desde la lejana isla, pieza por pieza, con sello y envuelta en papel de seda con un raro escudo, que copiaron como propio.

            Cortinas y tapices con marca de fábrica de Birminghan y no faltaban libros preciosamente editados y cubiertos en cuero verde con letras dorados en el idioma de la “Rubia Albion”. Ellos no podían leerlos. No hablaban una sola palabra en inglés.

            La joven mucama, sonreía afable mientras ellos en silencio, contemplando el vivero imitado de la revista de Harrods, con plantas traídas desde India y países que eran colonia de su Majestad, al salir los escuchaba que hablaban en un dialecto italiano muy difícil de entender. Se reía a carcajadas en la cocina mientras con la vajilla de cobre, hacía mucho ruido así apagaba su risa.

            Un día alguien tocó la aldaba de forma de león en la enorme puerta verde. Ella, abrió y encontró parado allí, con su bigote afilado a un caballero que le expresó ser el sirviente de Lord Mc. Girsong y que traía una nota para sus señores. Belarmina la recibió y le preguntó si esperaba respuesta a lo que el joven le dijo muy tieso que sí.

            Entró y se la entregó a su patrón. Pálido como cuerno de elefante, el pobre hombre se quedó mudo sin poder decir una sola palabra. La buena señora tomó la nota y temblando trató de leer. Estaba escrita en una preciosa letra con tinta color violeta en perfecto inglés. Ambos abochornados le alargaron la nota y le dieron las gracias y le pidieron que le dijera al hombre que tenían otra invitación ese mismo día.

            Agradecidos le mandaban una planta de rosas “Princesa de Gales”. Cuando Belarmina  regresó su patrona lloraba en la cama con sonoros sollozos y él, el señor sólo atinó a pedirle: ¡Belarmina, por favor, sírvame un Té! ¡El color era rojo por la sangre que manaba de sus muñecas!

 

 

 

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