viernes, 11 de marzo de 2022

EL CASO DE LAS MUCHACHAS EXTRANJERAS


 EL CONFLICTO.

                        Al mirar por el ventanal de mi escritorio, me sorprendió ver la excéntrica figura de la mujer que se aproximaba. Nunca antes la había visto vestida con ropa tan formal. Ni se la podía ver en esa zona del pueblo. Bajó de su camioneta con un humilde aspecto apesadumbrado. Encaró hacia mi oficina. Me dio un fuerte vuelco el corazón. No puedo decir que nunca la visité. Lo hice en algunas oportunidades... pero sentí una enorme inquietud, dado que en un pueblo tan pequeño, esa mujer es el tipo de vecino al que todos acuden, pero que aparentan desconocer. Dueña del prostíbulo más antiguo de "Arraken", caserío poblado por jornaleros dedicados a cría de ovejas y a los mariscos. Habitada por algunos empleados públicos indispensables, un cura que viene a cumplir su misión cada tres meses y dos maestros rurales, además de mí, que soy juez lego, periodista, autoridad municipal y asesor letrado, además de consejero de todo el pueblo. Madame Suzette entró como un ciclón en el escritorio. No esperó que la invitara a sentarse, ni me saludó. Sólo me alargó un papel con muchos sellos y secándose una lágrima, en sus ahora desmaquillados ojos... me miró con angustiosa pregunta.

                        La rotunda carta era clara, le instaba a sus "pupilas" a salir del país o a completar sus papeles de identidad y de ingreso, que habían caducado hacía tiempo, en algunos casos.- ¡Debe haber sido tan hermosa de joven!-, pensé, pues pude observar sus enormes ojos verdes con chispitas doradas. Su boca - ahora rodeada de una miríada de arruguitas- con labios bien delineados y carnosos se mueven con un tic nervioso casi imperceptible. El óvalo de la cara es perfecto, me dije, donde las huellas del tiempo han hecho fuerza para despojarla de belleza. ¿Qué historia esconde esta matrona de cuerpo aún apetecible? Me senté en el sillón frente a ella y luego de releer el memorando, busqué entre los libros y papeles aquellos códigos procesales que me fueran útiles y las nuevas leyes de inmigración. ¡Quedé en silencio y encaró con un desgarrado pedido!

                        - ¡Necesito que todas se queden en el país! No puedo dejarlas ir. Son tan desdichadas y están tan solas. ¡Son como hijas de mi cuerpo y lo son, se puede decir, del alma!- explicó mientras abría su insólita cartera y sacó un fajo de billetes. Los dejó en el escritorio.

                        - Acá, Suzette, no se trata de dinero y lo sabe. Hay una nueva ley de inmigración que los senadores han propiciado para evitar la entrada al país de gente in... bueno que le quite el trabajo a la nuestro pueblo.- La ojeé esquivo para evitar la mirada dolorida.

                        - Debe ayudarme. Sabe bien, doctor Zacarías, que es la persona en quien todos confiamos. Las muchachas no dejan de llorar y me han suplicado que venga a usted para lograr una salida legal.- Sus manos de largos dedos finos se movieron con delicadeza y sentí que esa mujer llenaba de curiosidad mi espíritu. Callé un momento y luego, recordé un boletín que me había llegado por correo donde tenía la clave para darles una solución.

                        - ¡Las chicas son indudablemente - la duda me dejó perplejo- mayores de edad! ¿De qué país de América han llegado?- esa pregunta casi lógica, tenía como respuesta, una segura reprobación - Entonces deben casarse. ¡Sí, la manera es casándose con un nativo del país!

                        - ¿Pero quién querrá casarse con seis putas extranjeras?- su rostro se llenó de desesperación.

- Yo no sé, pero hay que buscar en forma urgente seis maridos para ellas.

                       - ¡Ah, y deben ser hombres capaces de mantenerlas, según expresa la ley!-dije compungido.

                        - ¡Qué barbaridad, nadie de este lugar en su sano juicio, con los terribles prejuicios que tienen todos... querrá hacerlo!- murmuró quejumbrosa. Son todos tan hipócritas como en las grandes ciudades.

                        - ¡Yo creo que debe comprarlos!- propuse con descaro profesional, y, el hasta ese momento silencioso ayudante se introdujo en la conversación.- ¡ Para eso tiene todo ese dinero!- y volvió a  perpetuo mutismo.

                                 

LA PROPUESTA.

 

            La noche llegó con su sensual colorido a la casa. Un cortijo entre las vetustas casas de madera era como un palacio entre ranchos y casuchas. Sus cortinas de encaje y terciopelo caían sobre el piso de madera lustrado con perfume a limpio. Los grandes espejos y cuadros de bellas hembras en descansados paraísos eran copias de obras famosas y enormes jarrones con flores y frondas verdes que Suzette lograba producir en su invernadero transformaban el lugar en un paraíso. Todo allí era diferente para los toscos clientes. ¡Era un edén inexplicable! Su nombre," El Amorcito", tan pueril como si allí se tratara de un rincón de niños jugando se vivía un sueño viril. ¡En realidad se jugaba el más hermoso de los juegos... el del sexo!

            Esa noche había más luz y el aire que se respiraba era distinto. Apareció la señora con un traje de encaje negro bordado con pedrería de azabaches y canutillos, un hermoso peinado en su cabellera color dorado, donde plumas de fino brillo azulado le imprimían un aire señorial. Las muchachas no se veían como otras veces revoloteando con sus ceñidas y translúcidas prendas femeninas. Cuando llegó Abelardo un puestero del campo se extrañó por la visión de ese cuarto nuevo. La mano afeminada y tersa de Zair, el barman, ayudante y secretario de madame Suzette, le extendió un vaso de fino cristal tallado, con whisky.

            Luego, llegaron Casimiro y Jordán con sus vozarrones a las carcajadas. Ellos alegremente recibieron sendas bebidas y se apoltronaron sorprendidos en los cómodos sillones de seda verde. Con una ráfaga de viento helado ingresó tímido Guido y miró de soslayo buscando una estría por donde escapar, pero encontró la frágil mano de uñas pintadas de Zair que le imponía un trago. El último en irrumpir fue Valentín, que con su pierna artificial creaba la necesidad de llevarlo en andas hasta un lugar seguro.

¡Todos miraban asombrados la sala tan desprovista y desierta de pulposas nalgas y cabelleras sueltas!  Esperaron asombrados para saber qué pasaba y Suzette les habló.

            - Abelardo, tú tienes ganas de comprar el campo de don Robustiano y siempre te quejas de no tener cómo, ¿verdad? Tú, Casimiro, lloras por adquirir un padrillo y tres yegüitas de pura raza para armarte un “Hara” con el que sueñas. Y tú Jordán, desesperas por hacerte un capital y construir un bodegón con almacén de ramos generales. Ni hablar de Guido que siempre nos cuenta su afán de formar el mejor de los criaderos de "corridale" de la zona. Nos queda Valentín con su deseo inconfeso pero claro de poseer la “Chevrolet” roja  que está parada en la cochera de la viuda de Sabino Urpinas. El difunto marido la dejó hecha una joya y además, ¡Sueños son sueños! ¡Todos quieren tener su casa, con cómodas camas calientes y el horno con panes frescos y tostados¡ ¡Bien, llegó el momento de poder acceder a todos los sueños!- la mirada de los hombres se iba transformando en  ruidosa alegría. Inquietos y sorprendidos se miraban de soslayo. ¿Cómo sabía Suzette?

            - ¿Ahora tenemos que saber cómo lograr esas maravillas?- arguyó Abelardo. Él, siempre desconfiado y suspicaz, miró al resto y tomó la palabra que se negaba en otras bocas.

            -¡Casándose con mis chicas! - lo dijo sin darle trascendencia ni apurarlos.

            -¿Cómo?- comenzaron todos a parlotear juntos, levantaron la voz y discutieron. Nadie entendía lo que se hablaba; hasta que el muy teatral secretario se impuso y con una voz cálida y sensual argumentó:- ¡Claro...vienen acá todos los días feriados y otros también, se desparraman felices con las féminas, con ardorosos susurros las adoran y las miman, cada vez que las necesitan y ahora que ellas precisan que las ayuden..., ustedes no lo quieren hacer! Son excelentes personas y eso que Madame Suzette les ofrece contribuir a conseguir sus "sueños y utopías".

            Un silencio profundo se coló por las hendiduras sensibles de los hombres. Se miraron callados y un suspiro caliente salió de algunas bocas olorosas de tabaco viril.

            ¡Una cosa es tenerlas retozando un rato en sus frenéticas camas calientes y otra llevarlas  a una  casa como futuras madres de sus hijos! El espacio se empapó de olor a miedo. Un claro sentimiento de avaricia y deseo los oprimió. Pero no podían expresar sus pensamientos. Así quedó en el corazón de ese excitado puñado de campesinos el infierno sutil de la propuesta. Algunos que eran casados y sus familias estaban muy lejos, se pusieron de pie para salir. Pero regresaron pensando que la mayoría estaba separado o divorciado y con familias destruidas.

 

UN EXTRAÑO SENTIMIENTO.

 

            Abelardo despertó como si no hubiera dormido. Su cuerpo estaba tenso y dolorido. Había tenido una noche de infierno. Pensaba con obsesión en el día que entró por primera vez al “Amorcito”. Recordó el perfume tan femenino de colonia y violetas. El de la cera que usaban en la madera de los pisos. También esa mirada que paseó por los sillones y butacas donde un puñado de mujeres lo miraban con descaro. Luego sintió, en el lugar exacto de sus tripas, el dolor agudo del deseo. Allí en un rincón casi de espaldas vio a la mulata más bella que jamás soñara. Caminó despacito saboreando el puñado de caderas calientes, carne magra. El pelo ondulado le caía hasta tapar los muslos y sus largas piernas suaves que se desplazaban con desgano, cargaron sus manos de impacientes caricias. Tenía un montón de ganas viejas, de besos innombrables y no tenía palabras. Supo un nombre nuevo Dinorá, nombre de selvas y de flores raras. Él, que sólo sabía de ovejas y labrar tierra, sintió un suave remojón de cielo abierto, supo contener cascaditas de estrellas y de grillos.

            ¡Descubrió asombrado a un hombre nuevo, capaz de hablar quedito y acariciar con dedos suaves los pétalos marrones de los senos pomposos! Cerró los ojos y siguió buscando adentro de su cuerpo recónditos misterios. Volvió tantas veces, que ella ya reía al verlo llegar con algún chocolate, una flor o una chuchería comprada por el pueblo. Recordó aquella vez que llegó y un forastero gringo se la había llevado al rincón  de sus encuentros. Gritó y Madame Suzette se enojó  y le pidió que se retirara.   Él volvió más tarde ebrio y lloró en brazos de Rosmira. ¡Dinorá era "su" hembra!  Ella ese día terrible no quiso estar con él. Después comprendió la estupidez de su deseo. Ahora podía poseerla para siempre. Se vistió lentamente y tomó un áspero café amargo. Observó la cabaña de troncos y vio el deterioro en que vivía. Tuvo miedo. ¿Cómo iba a traer a ese cuchitril a la "diosa"? Si por lo menos tuviera un baño decente como el del Amorcito, una cama cómoda y bien limpia. Miró con horror el piso sucio y los vidrios de las pocas ventanas y el fogón. Se quedó parado con los brazos caídos. Vio la trágica soledad de su vida. Una lágrima "macha" se fue cayendo despacito por su cara y se perdió en su barba. Luego con el fuego del apetito carnal se puso un motor y comenzó la obra. ¡Quería a Dinorá con él por siempre! ¿Qué pediría Solange a cambio además de la boda? ¿Acaso dejaría  a sus niñas vivir una vida normal? ¡Eso no se había hablado y él debía conocer mayores pormenores!

                 

UNA VERDAD DOLOROSA.

 

            La dulce Rosmira estaba llorando nuevamente junto a la ventana de la habitación azul. Su túnica de encaje añil  aumentaba el tono de su piel blanquísima. Tal vez las pequitas de color tostado le daban un toque de realidad a su espalda larga y bien formada. Tenía un cabello naturalmente dorado raro en ese tipo de mujer. Su cara alargada de perfil afilado con una pequeña nariz y labios finos, no era precisamente la de una prostituta. Hablaba muy poco y nunca de su pasado. Obsesiva con sus manos y pies, que cuidaba con esmero, su cuerpo salpicaba elegancia. Ella no podía regresar. Su mundo estaba muerto. Sabía que, si la obligaban a regresar, le esperaba una muerte dolorosa y triste. En una conferencia le fue presentado un apuesto político de su región.       El hombre, joven y muy pudiente logró acercarse a su grupo de amigos y comenzó a buscarla para toda clase de salidas importantes. Sus padres no objetaban al prestigioso caballero, así alcanzó a concebir un futuro de amor con él. Un desdichado día él pidió su mano y llegó la boda. ¡Allí comenzó su calvario! El maravilloso  muchacho apuesto era un psicópata, sicario de un grupo mafioso de la alta burguesía de las drogas y de toda clase de negocios viles. La golpeaba hasta provocarle huesos quebrados y tajos. Esa costumbre suya ahora, de ponerse un calzoncito alto de encaje, con un pañuelo enroscado, no era sino una forma de esconder una terrible cicatriz que tenía en la cintura. La había dejado varias veces inconsciente por días enteros. Los hospitales ya tenían mil informes de extrañas caídas y fracturas por accidentes caseros.                 Siempre indefensa por el acoso de los secuaces del "hombre". Un día que él no volvió temprano escapó con la ropa que tenía puesta. Subió a un camión que la transportó hasta un desconocido pueblo sureño. Allí logró que otro camionero la llevara más al sur aún y escondida traspasó la frontera. Así fue viajando y pagando a puro sexo, que era lo que le habían dejado. Conoció gente buena y gente mala. ¿Pero qué tan mala puede ser la gente sin poder? Llegó a Arraken y conoció a Madame Suzette. La recibió con amor y le proporcionó seguridad y anonimato. Rogó que Guido la prefiriera a ella, porque era suave y tenía algo de cultura. Incluso pensó que podía llegar a quererlo. Por lo menos lo respetaba y tenía francos diálogos con ella. Rosmira no sabía que soñaba y Guido soñaba igual. Muchas noches había caminado por las desgastadas y polvorientas callejuelas del pueblo, pensando en cómo iniciar una conversación eludiendo el tema sexo. Él sabe y presiente que la mujer es alguien muy especial. Intuye a una dama, en esa muchacha de cuerpo sin signos del sensual deleite, que poseen las putas del Amorcito.

¡La ama y quiere sacarla del lugar pero algo debe dar a cambio! Caramba, si lograra que me acepte..., seré un hombre más hombre.

 

                            DE COMO MELANIA Y YESMINA...SIENTEN CELOS.

 

Desde su llegada a la casa, las dos fierecillas domeñadas se desvelan por lograr tener favores de Suzette, de Zair, de todos los personajes del pequeño círculo de la mancebía. Largas discusiones y riñas paradas a tiempo por madame y Zair, tanto por Rosmira, que ha intentado todo para educarlas. Ambas quieren irse con Jordán, mozo tosco y bello como un príncipe árabe. Ambas, casi analfabetas, no tienen otra escuela que la calle. Nacieron en la calle, donde sus madres rápidamente se despojaron de esa inesperada intromisión en sus vidas. La caridad, primero, de unas mujeres pías y luego, de la acción gubernamental, les permitió llegar a los trece años sin otra carga que la ignorancia, el desamor, el odio y la pobreza. Sus permanentes huidas a los callejones infectados de escoria humana y truhanes, falsificadores y traficantes; las inició en el único trabajo que conocen. Sus labios gruesos y nariz chata, cuello largo y ancho, manos bien cuidadas pero dilatadas y toscas saben las artes del sexo. Una cadera formada como para parir mil niños y un vientre oscuro con vello motoso y negro en su pubis codiciado. Los pechos caídos por unos partos olvidados y enterrados en el pasado. ! Pelean todo el tiempo mientras miran por los amplios ventanales.

            - ¡No tienen culpa murmura Suzette mientras trata de calmarlas! Son como fieras en celo. Su vida es un volcán en constante erupción. Se acerca a las muchachas y tomándoles las manos, les pide paz y que aprendan a compartir y a dominar su ancestral falta de amor, también su ira. Casimiro tiene puesta la mirada en Yesmira. Valentín piensa en Melania. Ambas quedarán signadas por la incoherente y fallida falta de suerte para el "amor".

                                 

   UN DESTINO...UNA ESTRELLA.

 

            Jordán tiene la sangre alborotada. Sus ojos negros de moro antiguo mezclado con indios de la región le dan ese aspecto de macho bravío. Él siempre llegó al "Amorcito" y buscó la habitación número siete. Allí entre almohadones de color verde oscuro encontraba a la mujer más tierna y bella que jamás pudo imaginar. Su amada Zemira. Ella, con sus ojos zahorí de negro azulado orlado de koholl, le trae el recuerdo de su madre perdida cuando aún era un niño pequeño. Su hermosa madre, despojada de su patria y de sus tradiciones por un hombre que no supo darle un poquito de ternura y la dejó morir de pena. Fue el primero en llegar a tratar con Madame, sin más preguntas que las que tenía por Zemira. La jovencita, que era apenas mayor de edad, tenía marcada sus manos con los signos de su tribu. Vino sin conocer el idioma detrás de un grupo de obreros del petróleo y la dejaron abandonada en Arraken, porque el esposo moro, que la compró a su padre, allá en el país lejano, fue asesinado por unos compañeros y luego de robarle todo se esfumaron sin darle ni una moneda. Así vino a parar de la mano de Zair que la encontró en el mercadillo sin un papel, ni un "cobre", sólo las pocas joyas que tenía encima y que eran su dote. Jordán la amó desde el primer encuentro y besó sus labios como un amante tierno. Aprendió a hablar con disparates entre árabe y español, pero rápidamente pronunció con ternura el nombre Jordán y en cada minuto besaba las palabras en secreto. ¡Acaso no eran el uno destinado para el otro!

 

 

 LA REALIDAD.

 

            Uno a uno se fue acercándose para concretar la boda. Todos buscaban, más que el premio, a sus mujeres. El burdel era un ir y venir de hombres sorprendidos, apurados por arreglar sus casas y sus trámites. Llegaron a mi oficina todos juntos. Ellas, como nunca, vestidas con ropa informal, pero común. Ellos con sus vestimentas domingueras. Así arribó el momento donde se descubrió que Rosmira no tenía ni un sólo documento. Que tampoco Zemira era documentada. Tuve que manejar una serie de papeles con embajadas y consulados de países remotos y poco conocidos. Pero se fueron acercando los momentos tan ansiados por todos. Llegó el día de hacer los contratos y allí comenzaron los problemas. Ninguna podría dejar el "Amorcito" ¿Qué harían los patrones de los "latifundios" y los capataces de las estancias y de los ferrocarriles? Y en los pozos de petróleo.

            Suzette estaba asustada. ¡Eran el plato fuerte y ella vivía de eso! No podía hacer sólo caridad. ¡Entonces tampoco podían tener hijos ni viajar a otros pueblos por ahora!

            Zair iría a buscar "pupilas" a las ciudades grandes y a la capital, pero ella debía amansarlas, darles un brillo de damas y un barniz de dulzura y belleza que generalmente no traían.

            ¡Eso llevaría muchos meses! Debería tener paciencia. ¡Y estaban las leyes que se reformaban en contra de la trata de mujeres y la prostitución! El Congreso peleaba día a día por penalizar el trabajo de las mujeres con su cuerpo, pero la hipocresía no impedía que cada vez, se necesitara más educación y cultura para trabajos bien remunerados que pusieran a la mujer en otro lugar en la sociedad.

            Mientras los sucesos acontecían, yo me mordía los labios, por una pena chiquita que me corroía el alma- ¿Quién se quedaría con la pequeña Yeriza, morena fresca de ojos verdes y cabello de extraño color cobre venida de la jungla tropical? ¡Quién sería el atrevido que poseería a mi oculto objeto de deseo y lujuria! Los papeles de la muchacha estaban en mi escritorio. Los tomé con un raro temblor y desdoblé las hojas con terror de encontrar algún acontecimiento grave. Madame me extendió una esquela, con letra menuda y firme, me daba la prioridad de poseer a Yeriza, a cambio de mis honorarios y de un regalo especial. ¡Extrajo un magnífico anillo de zafiro rodeado de hermosos brillantes y enjugándose unas lágrimas me dijo: - Me lo regaló un gran amor que tuve cuando era cantante.- Hoy escondida en este pueblo puedo contemplar desde lejos como se van desplomando los "reinos" de arena de algunos poderosos. Familias que me admiraron pero que no hubieran permitido jamás casarse a un hijo con la Gran "Esmeralda Bertón", cantante de ópera. Yo.  

            Supe así que había cantado en los teatros más importantes del mundo. Famosa y aclamada; cuando pasó su tiempo glamoroso, escondió con pudor la verdad de su identidad. Comprendí por qué su mirada siempre tenía una gasa de tenue color ámbar pálido escondiéndole  el gran dolor, frustración y desapego del mundo.

            Zacarías, ninguna de las chicas trabajará para el “Amorcito” pero tengo que confesarle que me iré a otro lugar para poder tener mi refugio con otras muchachas del lugar. Mi tarea es dar amor, mi mundo es Zair y las muchachas. Mi vida no podrá cambiar. Espero sepa guardar el secreto. He aprendido una lección, deben ser mujeres de la zona. No aceptaré nunca más extranjeras.                          

Suzette se puso de pie y con un soberbio escudo de seguridad y altivez, se alejó de mi oficina subió al automóvil y desapareció tras una nube de polvo.

            Yo tendría también una esposa. Nunca acepté el anillo, Yeriza usa el que compré en nuestra luna de miel en Madrás.             

 

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