lunes, 26 de febrero de 2018

ELIGIO BARRIENTOS




            Era tarde y se alejaban los últimos turistas. Poco había vendido ese día. Llevaría unos plátanos y cinco huevos de pollo taxcoano y algunas setas azules del campo arriba.
            La pobreza los sumía cada día en más pobreza. Es como una piedra de lápida negra como la que le pusieron al compadre Yoloxochilt en los funerales de diciembre. Cada día hunde más al finado. Sacó un montón de monedas y compró unas tortillas a una paisana. Acomodó su tilma y comenzó a caminar entre las piedras. La pirámide del Sol, estaba de un color diferente, un rayo rojo y añil desdibujaba su cúspide. Se sentó en una piedra y sintió que se movía. Se desprendían pequeños pedriscos grises y negros.
            El aroma de los viejos piletones donde dejaban los corazones de los enemigos de “Quetzalcóatl”, olían a muerte y sangre ácida y ferrosa. Se hincó y le pidió a la Madre de Dios, la Guadalupe que lo cuidara. Pero el rugido de los guardianes amarillo y marrón con ojos brillantes como ascuas, aterraban sus oídos secos. Los felinos se acercaban olisqueando su cuerpo febril. Quiso correr hacia la pirámide de la Luna, pero las piernas no respondían. Sintió la voz de Onésimo, su compadre que lo arrastraba de los pies. ¡Vamos compadre que se viene el terremoto fuerte…! y vio saltar sobre las enormes piedras a la “serpiente alada” que se dibujaba en la orilla de la entrada del templo azteca. Se protegía del mundo oscuro de los dioses malignos. “Huitzilopochtli” descendía por las intensas calles que dividían ambas pirámides. Eligio Barrientos se paró frente al monstruo inhumano y con una tilma humilde tapó al dios de la muerte. Onésimo lo encontró entre los muros deshidratado pero vivo. Los escombros evitaron que los perros vagabundos lo hicieran presa de sus colmillos  hambrientos.
            Cuando llegó a lo que fuera su casa, sólo encontró a la mujer y sus siete hijos, buscando entre los cascotes y desperdicios lo que había quedado de su triste pobreza campesina.



LA CALLE DE BARRO




En la calle de barro juegan niños sin padres

¿Adónde están?

Una abuela los cuida como puede.

Falta el pan… rataplán

Falta el queso… ¿qué es un beso?

Falta amor… ¡qué dolor!

Son los niños del futuro sin ternura.
Con sus armas en la mano y las drogas.

¡Aserrín,  aserrán, por un porro matarán!
¡Aserrín,  aserrán a tu madre violarán!
¡Aserrín, aserrán por robar, a tu padre matarán!


En el barro de las calles también muertos quedarán.
En algún basural o en las zanjas sus cuerpos yacerán.

¿Tú ahora dónde estás?

PAISAJES MENDOCINOS

 PARQUE GENERAL SAN MARTÍN DESDE LA TERRAZA DEL CLUB DE REGATAS. EL LAGO ARTIFICIAL.
 UNA VIÑA CERCA DE LA CASA "LOS FOLÓSOFOS" CARGADA DE UVAS PARA VINIFICAR
UNA PARED CUBIERTA POR ENREDADERAS EN FLOR. DE LA ANTIGUA CASA.

LECHO VACÍO



El fuego verde del mar me incendia el alma.


Azota mi región celestial el lado oculto de la luna.

Amanece erguido el oleaje amarillo entre las rocas.


Tiene una sombra que perturba la ausencia en la playa
en el cauce de arena que desdibuja la pisada.

Igual
duele la lluvia que anega los árboles dormidos.
No hay vino caliente ni sobra el fuego.
Ni es el hielo esa chispa de cristal que duerme en  nuestro lecho.

IMPOSIBLE DE CREER



El polvo amenazaba el poblado. ¿O era humo? Tal vez el golpeteo cada vez más fuerte en el camino, que serpenteaba alrededor de las casas que de tan pobres, se caían a la primera lluvia o viento que arreciaba. TAC, TAC, TAC. Se oía cada vez más cerca.
Un farol iluminaba apenas el atrio de la capilla abandonada. Estaba dedicada a Santa Escolapia. Nadie creía en esa aldea en Dios, creían que era un mito lejano para ellos.
Sin embargo algo cambiaría su idea. Hacía una semana se había encontrado a un pordiosero caído en el portal de la casi iglesia. Lo extraño que de la espalda acomodaba con dificultad un par de alas con plumas afligidas y descoloridas. Hambriento. Solitario. Callado. Miraba con curiosidad hacia el saliente sol, que desnutrido como él, aparecía algunas veces en el horizonte.
Algo anda mal, dijo el juez, el comisario se acercó para echarlo, pero apenas oyó un susurro en un lenguaje ajeno y penoso. Salió a destajo. ¿Miedo? ¿Cobardía? Nadie opinó.
Esa noche de relámpagos amargos y bramidos injuriosos del cielo, se fue acentuando el TAC, TAC, TAC.,  hasta parecer un garrote medioeval. ¡Una enorme araña, siniestra y bizca se acercó al hombrecillo!!! Éste, le suplicó ayuda en un idioma escolástico y puro. Acá, no hay quien me pueda proteger y darme un apoyo. Todos son sádicos e inestables, sólo piensan en un dios desconocido, llamado dinero, oro y plata. Ella lo observó con sus ocho ojos y con sus patas peludas lo acicaló. Lo subió sobre su lomo suave y velludo y se alejó maldiciendo a la aldea. Dejó 12580 huevos en la entrada y 12580 huevos a la salida del pueblo. Cuando nazcan… tendrán mucha hambre, dijo el ángel, ¡No me importa,  y se perdieron por la huella que habían dejado en su viaje.
                                                             

MUNIELA, TIENE UNA OPORTUNIDAD



            Es una mañana muy fría. Cuesta verdaderamente salir a la vereda y subir al automóvil para ir al trabajo. Me abrigo y apurado, como siempre, urgente trago un desayuno caliente. Un sopapo de hielo me atonta el rostro cuando abro el portón y saco el coche del garaje.
            Cuando desciendo en el quiosco para comprar cigarrillos, veo un animal enroscado en la alcantarilla, sucio y sangrante. Se mueve poco. Me acerco y es una mujer. Llamo al 911 y al servicio de emergencia médica pública.
            Pronto siento las sirenas y juntos se acercan ambos vehículos. La médica que llega, se arrodilla junto a ese jirón de persona. Está vestida con un uniforme de maestra de primaria, pero desgarrado y sucio, parece trapo mugriento y lleno de sangre. Baja un policía y la fotografía, además de taparla con una manta verde o azul, para el caso es igual. Me interrogan. No la conozco, la encontré así. Muestro mis documentos y asienten dándome las gracias como a un buen ciudadano. Me solicitan atestiguar. Me corre un frío por la espalda, pero digo, insólitamente, que sí. La sacan en camilla y encuentran su mochila debajo del herido cuerpo acurrucado.
            Hablan entre ellos. Tiene quebrada la mandíbula, tres costillas y golpes en brazos y piernas. La llevan a un hospital público. Pregunto a cuál, estoy conmovido. Al San Agustín, me dice la doctora que demudada trata de elevarle la temperatura y le sostiene la cara con gasas y una toalla limpia.
            En el trabajo, no puedo concentrarme. Le cuento a Mariano, mi compañero y a Cristal, la secretaria del gerente. Ella me mira con tristeza. Nos cuenta que ella fue “mujer golpeada” desde que se casó, incluso ha perdido dos embarazos y cuando se enteró que estaba por tercera vez grávida, escapó de su pueblo y hasta se cambió el color de cabello, engordó ocho kilos, usó lentes de contacto de color celeste y se apropió de los segundos nombres y el apellido de la madre. La policía poco la ayudó, pero encontró una casa de una O.N.G. que la asiló hasta que pudo reponerse, tener a su niño y hasta le encontraron ese trabajo digno. Nos suplicó silencio y por supuesto hicimos un pacto con Mariano y Cristal.
            A las dieciocho, salimos y me acompañaron al nosocomio. Pregunté por una accidentada que encontré en la mañana. La enfermera de admisión, me preguntó nombre, apellido y nos hizo dejar los documentos. ¡Ah, nos pidió la relación con la enferma!!! No la conozco, le dije y ellos tampoco, son mis amigos.
            Se acercó una asistente social y un policía. Era el mismo de la mañana. Me reconoció y a regañadientes no dio información. Se llama Muniela Valenti, tiene treinta y cuatro años. Trabaja en una escuela en turno mañana y en otra en turno tarde. Hay un tipo que vino preguntando si acá estaba la “puta” de su mujer… hasta que no se aclare lo que pasó, quedó detenido. Esa chica no murió, gracias a Usted. Cristal pudo entrar a verla. Llegó llorando. La han operado, tiene muchas fracturas en las costillas, el maxilar inferior en cinco partes, un brazo astillado y en el paladar un objeto de metal que no pudieron sacar aun. Fue el esposo porque ella se estaba vistiendo para asistir a un acto en la escuela. La cabeza está llena de heridas de las horquillas que sostenían unos tubos de plástico para hacerse unas ondas. La vio algo maquillada y comenzó un combate desigual que terminó… moribunda.
            Nos quedamos en silencio, Mariano le pasó a nuestra amiga un pañuelo y ella sonrió, pero los sollozos se profundizaron. Llamé a mi esposa. Daniela llegó en veinte minutos. Sorprendida le expliqué lo accidentado de mi día. Nos abrazamos y tranquilizó a Cristal. Se fueron a tomar algo en la cafetería.
            Un tiempo pasó y se acercaron tres compañeras de una de las escuelas donde trabaja. Me miraron rarísimo. Yo les conté como la había encontrado y me abrazaron sin timidez. Nos relataron cuánto sufre su colega. Anécdotas para hacer un manual del maltrato. ¡Una vergüenza y cobardía de machista ignorante y bruto!
            Llagó la madre. Lloraba quedo, con pocas lágrimas. “Ya no me quedan”. Mi hija se casó creyendo que ese hombre era un dios; la maltrató como quiso. Cada paliza más y más dura. Las denuncias… a veces, se las recibieron, cuando llegaba el asistente social, llovían los insultos y otra zurra peor. Se quedó muda, en estado catatónico en una silla.
            Daniela y Cristal volvieron, los ojos rojos entintados de sangre por tanto llorar, no les permitió ver a las otras mujeres. Luego abrazaron a la anciana. No dijo nada. Salimos de allí. Regresamos a nuestra casa y seguimos con la rutina.
            Dos meses después recibí una citación. Tenía un ataque de ciática que me dejaba malhumorado y llegué al juzgado con cara de perro de caza. Me quería comer vivo al hijo de puta capaz de golpear así a una mujer, bueno, a nadie se debe tratar de modo inhumano. Me presenté, la sala era fría y sobrecogedora. Entraron varios abogados, el juez y el maldito. Parecía un conejo a punto de ser desollado.
            Lo miré, me miró de soslayo. El odio se mezcló con una sonrisa injuriosa. Me pidieron que declarar. Conté lo que pasó aquel día. Comenzó a gritar que yo era su amante y que me iba a matar con sus propias manos. La madre declaró tras de mí, relató todo lo que ese cobarde le había hecho a su hija. El mal nacido no se cansó de amenazarla e insultarla. Luego llegaron una a una sus compañeras de escuela. Declarando en el estado en que entraba muchos días al colegio. ¡Una barbaridad!
            Lo sentenciaron a veinte años de prisión y lo obligaban a hacer un tratamiento psiquiátrico. Lo llevaron y vociferaba venganza. Para todo el foro, y en especial para la pobre Muniela, que con vendas y unas férulas de yeso y muletas tuvo que declarar. No pudo, el terror la enmudeció.
            Pasó un año o dos y un día la encontró Daniela, mi esposa en el supermercado. Ya estaba bien, algo desfigurado el rostro, pero arreglada y cuidada, se mostraba optimista. La invitó a casa. Se hicieron muy amigas. Cristal, la joven y mi mujer. Para ella soy un  héroe, yo sólo pienso que nunca le permitan salir de la penitenciaría al maltratador, porque …¿Ustedes creen que ese tipo puede cambiar? Yo no.

jueves, 22 de febrero de 2018

ESPEJOS EN LA FRENTE


No hay espejos en donde mi frente se apoya
Un reflejo de escoria salpica el espacio de la noche
muelo con arte implacable las sombras
y espero que una mano transgreda el silencio con caricias.
Olvido. El lienzo del horizonte donde inscribo los nombres,
está quebrado en mil aristas de hielo.
El recuerdo donde sopla en silbidos discordes
hay besos perdidos
dominantes. Besos.
Augures pertrechados con notas escritas en papeles sueltos
vuelan. Son águilas que picotean la piel.
No puede leerse con un ojo.
Una mano extendida en tinieblas me toca.
Sobrecoge el silencio.
Ahora…
se oyen los grillos y cigarras preñadas en la noche.
Tengo la piel caliente y dolorida.
La espera será larga. Tediosa.
La nube tapa la sombra que proyecta la luna.
Miro el cantero sombrío. Se deshoja una rosa.

ARGENTINA EN FOTOS

 UN RÍO DE AGUAS QUE DESCIENDEN DE UN DESHIELO EN CALAFATE . AGUAS CON PECES: CARPAS Y TRUCHA O VARIEDAD DE ESPECIES DE AGUAS FRÍAS Y DULCES.
EL FAMOSO TREN "LA TROCHITA" ANTIGUO FERROCARRIL QUE LLEVABA A LAS MINAS DE CARBÓN ENTRE LAS MONTAÑAS DE LA PATAGONIA ARGENTINA.
UN PEQUEÑO BOSQUE DE ARRAYANES, TIENEN LA CURIOSIDAD QUE LA MADERA SIEMPRE PERMANECE FRÍA AL TACTO, SON DE COLOR CANELA Y DE PRECIOSO PERFUME FRUTADO.

UN CUENTO DE COLOR Y SABOR




La tarde le ponía una letanía de estrellas al parque de Urbina. La anciana sentada en una hamaca desmadejaba recuerdos. Tiziana, su nieta, a sus pies jugaba con una antigua cajita de música. Apenas hablaban. La niña era su compañía. Pequeña, menuda y risueña, escuchaba el susurro de los árboles del jardín. Unos pájaros bullangueros dispersaban sonrisas. De pronto elevando la carita pecosa hacía la mirada amorosa de la abuela, clavó los ojos de agua clara en la piel antigua. Luego cerró los ojitos y coronó con un suspiro. Pareces una azucena dijo la anciana seria. Abrió grandes los  pozos de estrellas matutinas y regaló una risa. Cascabel de esperanza entre sus labios pequeños, profunda su mirada ingenua. Trató de ingresar sus pupilas creando un túnel de pétalos celestes en la mirada de su abuela. Comenzó a canturrear y de repente…
- Abuela… ¿de color es la letra a?- preguntó inquieta.
- Del color del amor, creo…, un color de caricias de terciopelo, del color de los pétalos de las azucenas que tienen en su altar la “Dama con su niño”.
- ¿Has visto tu al amor? Acaso alguna vez vino a visitarte…- dijo la niña  ingenua.
- El amor, mi pequeña Tiziana, ha venido mil veces. A mi corazón, a mi ventana. Se llamaba mamá, se llamaba José, ese fue mi padre. Un día vino en un alto y hermoso hombre. Lo amé con mucha ternura, fue tu abuelo Fernando. Después vino con rostro de niña. Esmeralda, tu mami. Vino como un varón, tu tío Pedro... como vez, amor tiene el color del recuerdo, puede ser transparente, blanco, verde o celeste como tus ojos.
-¡Ay, abuelita... ¡qué hermoso debe ser mirar con tus ojos! Acaso me ves con el color del amor. ¿Conmigo que color tiene?
- Contigo, mi pequeña... tiene un tono rosado. Piel de caracol marino, tiene color de luna... pero tibia y dulce.
- Entonces tu sabes tantas cosas... ¿Qué sabor tiene el otoño?- dice la  niña  empinada para sacar una hoja seca del cabello blanco que embellece a la  abuela
- El otoño... tiene sabor a setas: pequeñitas, doradas y con mucho perfume. A las hojas que crujen, que protestan porque se han olvidado de ser verde de ensueño.
- Abuelita: ¡declaro que te quiero por eso! Porque sólo tú me escuchas, juegas, conversas. A mamá y a papá los veo tan poco... siempre están  ocupados.
- Para eso estamos  nosotras las abuelas. Amiga de las hadas. Con ángeles que juegan a la mancha y traviesas brujitas... ¡que no son malas...!
- ¿Me las muestras? - dice la  niña  trepando por las piernas de la noble anciana.
- En las noches de luna, tal vez podamos verlas.- y ahora ¿me puedes contestar otra pregunta que me interesa?
- ¡Por suerte tengo todo el tiempo que juntan todos los relojes del mundo!- ve Tiziana , que vengan tus preguntas...y la  vieja sonríe. Se ve del interés de conocer el misterio grandioso que rodea a la niña.
- ¿Qué olor tiene la calesita?- ¿Tiene olor a pororó, a manzanita dulce, a praliné? ¿Tiene olor a infancia?
- Tiene metido adentro caminos interminables que el caballito blanco, con arreos dorados recorre hasta el cansancio.
- ¿Adónde van abuela? - dice mirando con asombro la cara tierna de la mujer.
- ¡Ay mi niñita de mirada de caramelo recorre por países de ensueño. Reflejado en espejos estarán las princesas de los cuentos. Las pequeñas luciérnagas que son farolitos tenues que señalan los castillos y allá van trotando los caballitos de color canela, negros como la  noche. ¿Te has dormido?- La pequeña apoyada en sus piernas sueña. ¿A que mundo de magia ha ingresado Tiziana?



ESA MUJER PARADA Y QUIETA.



Entre las sombras un arco musical graba la brisa.

El centro distante de la muralla de fuego arderá en silencio.

Madurará el húmedo lamento de los besos, labios sin piel.

Agosto será un amanecer alegre entre la mar calma

Rodarán ebrias las miradas por la cintura de tu cuerpo

Esperando los sollozos  de la espalda acodada en espera.

Una mirada se pierde a la distancia, el camino del sur

La desatada jungla de turquesas y flores amarillas,

El perfume de almizcle y caléndulas arrastrando el ancho sol

Una luna herida y un grito. Un soplo de nardos.

Esa mujer parada. Quieta. Esperando el amor. ¡Acaso existes?



INFANCIA OLVIDADA




No despojo los labios de peonías azules
ni arrebato letanías de las manos blancas, yertas
con el dulce candor de los cristales
amanezco y la luna en el poniente
estremece las venas de mi alma
vuelve un ave con suave aleteo de alas
levantando banderas que traducen palabras.

Libre la mirada de tigre asustado
en la penumbra del lecho solitario.
Caen las hojas de helecho en las sábanas grises
de la infancia olvidada.
Cuelga un blanco trozo de tristeza en la ventana
mas, llegarán gaviotas a tironearla
como blasones de acero y plumas.

PAISAJES DE ARGENTINA

 CAMINO A CHILE, LA CORDILLERA COMIENZA A CUBRIRSE DE NUBES Y ATRÁS SE ALCANZA A VER LOS PICOS NEVADOS. POR ALLÍ ATRAVESÓ EL GENERAL JOSÉ DE SAN MARTÍN EN 1817 PARA LIBERTAR CHILE, PERÚ Y ARGENTINA.
 ZONA DE ÁRBOLES Y FLORES EN LA PATAGONIA, DONDE HAY ARRAYANES Y PINARES.
UNO DE LOS LAGOS DE LA PATAGONIA, DONDE EL MÁS CODICIADO DE LOS HOMBRES; EL AGUA, AUN ES IMPOLUTA.

ESTE AÑO TE ESPERAN LOS DÍAS DIFÍCILES


            Carolina nació con una estrella en cada brazo, no de verdad, sino se hubiera quemado. Eran lunares con forma de estrella, rosado oscuro, limpios, reales. Cuando la bautizaron el agua se escurrió por el cuerpo y lavó un poco el color de sus lunares, el tiempo fue desdibujando los bordes y cuando cumplió los veinte años eran dos pequeños puntos, casi imperceptible.
            Había días en que si tomaba sol, se notaban más. Si comía frutillas también o tomate. La sandía le daba un color transparente. ¡Era cómico como toda la familia estaba atenta a como cambiaban de color sus estrellas!
            El día que se enamoró, su “chico” se conmovió con la historia. Al darle un beso, su primer beso, se pusieron bien rojas. El día de la boda…, amanecieron, doradas. Y el día que nació Benjamín, lo primero que hicieron fue mirar si tenía las marcas. Sí, las tenía en el pecho junto al corazón, y el médico le dijo: Carolina, Benjamín trae una marca especial, este año serás bendecida con algo insólito… no se explicarte, pero será muy bueno.
            El niño fue inquieto pero dulce, inteligente y se abrazaba a su madre con fervor, al padre lo acariciaba con sus manitas regordetas. Muy pronto aprendió a decir sus nombres y a darles besos. Y cada día sus marcas brillaban más y más, como si fuesen de oro.
            Tal vez, un ser único e inmaterial, los colmara de suerte y felicidad. Cuánto más rojas se ponían las marcas de Carolina, menos brillaban las de Benjamín. Era una suerte de juego macabro, pero una mañana ambos se vieron sin los lunares y supieron que el papá y esposo, estaba en el hospital. Había sucedido un accidente fatal. Cuando fueron al hospital, el padre había fallecido. Nunca más se les vio la marca en la piel. 

BELISARIO ...


Una historia sin igual
            Belisario Hortubia estaba sentado en el café de “Chivato Rojo”, succionando su décimo cigarrillo negro, tan negro como el odio de su alma por ese destino de mierda que lo puso cerca del Sargento Melitón Rosmualdo Quintero. Un verdadero traidor a la causa de los humildes y desperdiciados trabajadores de la tierra de Rodeo. Esperaba la hora de ingreso a la reunión de la “confraternidad de los herbolarios”. Un sindicato armado de incógnito por un grupo de rebeldes cófrades de Rodeo.
            Alrededor de la veinticuatro, cuando ya el humo desdibujaba el rostro de los parroquianos y el olor a “macho” caliente y sucio por el trajín de las máquinas y la falta de agua y jabón. Belisario se irguió y haciendo resonar sus nudillos, se acercó a la mesa siete donde se vislumbraba la enorme humanidad de Don Chicho Fernanducchio, el capataz de la “Cosechera Violeta”, el siciliano, con un eterno toscano y mirada acuosa repasaba los nombres de los presentes para denunciarlos al Sargento. Su abultado vientre flatulento discurría en sonora sinfonía cerril, cuando el cuchillo de Belisario, le informó su disgusto por estar entreverado con los cófrades. Se oía apenas el silbido de las tripas en huida precipitada y cayó el “pucho” entinto en la sangre grasosa del entregador.
            Todos salieron en silencio buscando la puerta para asistir a la reunión. A él, le salió la bolilla roja y cumplió con su misión. El siciliano boqueaba en el roñoso piso del “Chivato Rojo”. La policía nunca supo que fue un guapo hijo de la tierra quien completó su tarea.
            Al Sargento Melitón Rosmualdo Quintero lo fusilaron a las cinco de la mañana en la plaza de armas, por traición a la Empresa cuyo dueño, era el diputado Nacional Belarmino Soria Ruettes.



POESÍA PURA?


LA PINTURA ES POESÍA MUDA; LA POESÍA PINTURA CIEGA: LEONARDO DA VINCI

Los trigales perfilan la curva del silencio.
Holgazanean las espigas solariegas en calma.
Buscan las aves el horizonte de las almas añil,
revierten la soledad del camino al cielo plata.
Vertiginosas las vocingleras cataratas cantan,
van valle abajo en su perfecto viaje en busca del oropel
que maltrata las piedras sobre el suelo fértil,
a los arroyuelos que pintan las aguas mansas.
Los sauces se contornean coqueteando ensueños
atrapando el arrebol de la ribera inquieta, en brava caída,
en perfecta sorpresa de melancolía blanca.
Nace en el horizonte un carmín de sueño solar,
un tamiz de osadía perdido en la montaña. Nieva.
El corazón palpita en verdes y celosos naranjas
del pinar yacente en la balaustrada umbrosa,
moviendo el mundo con ritmo de hojarasca sutil,
con ritmo de amapolas que mecen mariposas de oro,
con ritmo desmesurado de panderos viejos, ruidosos.
Un colibrí amenaza llevarse cada flor en el pico,
robar la dulzura de la miel del panal oculto,
buscando en las ramas del rosal y peonías rojas.
Y el trigal sigue inquieto meneando su belleza dorada
coqueteando con las cigarras y tumultuosas langostas.
A lo lejos nace la poesía con pinceles de crines.
Cabalgan los alazanes con probidad de duendes,
Traen entre sus lomos la magia de violines.
Traen al poeta ebrio de amor y gozo.
Traen joyas preciosas.
Traen palabras que brillan con los trigales.

EL ALJIBE


          Ña`Candelaria perdone pero quiero o necesito me de una explicación sobre lo que ocurrió con la niña Abigail. Dicen muchas cosas sobre su vida, pero usted es la única que conoce en parte la verdad del sucedido. Han dicho que Gabino se tenía que casar con ella. Así lo habían dispuesto sus padres, él se fue a la capital a buscar los trastos para el casorio y después, cuando llegó a la estancia, encontró el dolor encarnado en el misterio.
            ¡Era linda la muchacha por donde se la mirara! Con la cabellera negra y los ojos de color maíz. Nariz pequeña y labios suaves… en verdad era una belleza. De figura fina y cintura pequeña, justo para el abrazo.
            Me han dicho que la muchacha estaba enamorada de un tal Ricardo, un mozo de la estancia “Los Girasoles” y que se veían de vez en cuando en la capilla de la Milagrosa, otras veces se veían en alguna boda o fiesta patronal. ¿Es cierto? Además juran que todas las tardes, se sentaba junto al aljibe y mientras se cepillaba la larga cabellera, cantaba una canción muy bonita que supe, interpretaba en la guitarra el tal Ricardo. También dicen que cerca de la cisterna crecieron muchas flores y se llenó de cantos de aves: alondras, jilgueros y tacuaritas. ¡Hay tantas historias…!
            Mirá muchacho, de todo eso hay cosas ciertas y otras son pura leyenda. La niña Abigail, estaba muy amartelada con el mozo, pero el padre tenía un gran rencor con esa familia. Parece que hace varios años, el hombre de “Los Girasoles” vino a la casa grande y trató de encelar a la difunta, doña Celeste, la esposa. Y se armó un terrible conflicto. Los gritos se escuchaban desde los potreros. Los perros, recuerdo, ladraban desesperados tironeando de las cuerdas para desatarse y pelear. Cruzaron facón y espada, y si no interviene el capataz, se matan. Hubo heridas, pero sin gran pérdida de sangre. De ahí, viene la ira del patrón. Abigail, conoció en la ermita de San Pedro al Ricardo en el pueblo vecino y no sabía quien era. Luego fue un mirarse y enroscarse en un duelo de pasión. No se tocaban, se abrasaban a puro ojo. Ella me pedía a mí o la “Checha” que la acompañáramos a todos lados con tal de verlo. Y dicen que él, rondaba de a caballo por los recovecos de la estancia buscando tener un encuentro.
            Triste fue cuando vinieron los padres de Gabino a pedir la mano, se encerró un mes y días sin comer casi y no habló más. Ni la pobre doña Celeste, ni el padre ni el cura, la pudieron hacer calmar. Llora que te llora día y noche. Los ojos parecían brasas ardientes y se enflaqueció como un alambre.
            Llamaron a un médico que la obligó a tomar unas píldoras y la Checha le daba un té sedante hecho con yuyos de por acá. Se calmó un poco, porque le dieron una buena paliza. El padre por primera vez le dio con el “chicote”. La marcó. Y me contaron que el mozo, cuando se enteró, prometió a los padres que mataría a don Heriberto.
            No pasó mucho tiempo y la niña, comenzó a salir todas las tardes junto al aljibe a cantar y se escuchaba a la distancia el sonido de una guitarra o el silbido con la melodía de la canción. Y una noche de tormenta, Abigail, salió descalza, caminó hasta el aljibe y aunque la buscaron por todos lados, incluso bajaron hasta el fondo del pozo, no la encontraron más. Por eso murió de tristeza doña Celeste y es tan bronco don Heriberto. Pero sabe m`hijo las noches claras de luna se escucha cantar junto al aljibe la canción de amor en la voz de la desaparecida. El joven Ricardo ya se ha casado con la niña Valentina de la estancia “El Totoral”; y dicen que él, va todos los días muy temprano a la ermita de San Pedro a orar pidiendo por el alma de Abigail. ¡Esa es la pura verdad! Nadie sabe qué sucedió con su cuerpo, sólo encontraron junto al pozo un chal de hilo color blanco que usaba mientras estaba junto al aljibe. ¡Ese que está en el salón sobre el piano que solía ejecutar doña Celeste!  

jueves, 15 de febrero de 2018

UNA CHICA EN APUROS


Nació en una familia de clase media. Padre médico, anarquista. Su madre, socióloga, culta y refinada, seguía a su “hombre” con afán irrestricto. No querían hijos. Un extraño juego del destino hizo que en unas vacaciones engendraran un ser humano. Los llenó de temor y angustia. Ellos sentían pánico de perder la libertad. Abrumados pensaron en matarla o dejarla en la puerta de cualquier edificio. No tuvieron valor, eran muy cobardes.
Celosos de su autoestima y desarrollo personal sólo pensaban en cuánto les costaría cuidar ese ser  con su pseudo mamá.
Sólo le faltó un padre y una madre. Ni bella ni fea, la pequeña se crió con ideas extrañas a la de sus progenitores. Se transformó en Testigo de Jehová y salió casa por casa a mostrar la palabra. Un día golpeó en una casa bellísima, enorme y lujosa. Salió un hombre envejecido por el sol que lamía cada semana en su embarcación lujosa y tras él, salió una mujer embellecida con un sinfín de operaciones de rejuvenecimiento. La miraron extrañados y casi le golpean la cara de un portazo; pero los detuvo una medalla que llevaba sobre el estricto suéter negro. ¡Nadelia! Hija.
La joven salió corriendo y tras ella la pareja que intentaba atraparla para hablar. Ganó la muchacha.
Se refugió en la pequeña casa donde su “madre” la abrazó con ternura y dijo: Unos locos gritaban que eran mis padres. Si tú  me encontraste en un basurero, Si eres mi ángel custodio. Si… ¡me amas?   

TRISTE HISTORIA


Una historia sin igual
            Belisario Hortubia estaba sentado en el café de “Chivato Rojo”, succionando su décimo cigarrillo negro, tan negro como el odio de su alma por ese destino de mierda que lo puso cerca del Sargento Melitón Rosmualdo Quintero. Un verdadero traidor a la causa de los humildes y desperdiciados trabajadores de la tierra de Rodeo. Esperaba la hora de ingreso a la reunión de la “confraternidad de los herbolarios”. Un sindicato armado de incógnito por un grupo de rebeldes cófrades de Rodeo.
            Alrededor de la veinticuatro, cuando ya el humo desdibujaba el rostro de los parroquianos y el olor a “macho” caliente y sucio por el trajín de las máquinas y la falta de agua y jabón. Belisario se irguió y haciendo resonar sus nudillos, se acercó a la mesa siete donde se vislumbraba la enorme humanidad de Don Chicho Fernanducchio, el capataz de la “Cosechera Violeta”, el siciliano, con un eterno toscano y mirada acuosa repasaba los nombres de los presentes para denunciarlos al Sargento. Su abultado vientre flatulento discurría en sonora sinfonía cerril, cuando el cuchillo de Belisario, le informó su disgusto por estar entreverado con los cófrades. Se oía apenas el silbido de las tripas en huida precipitada y cayó el “pucho” entinto en la sangre grasosa del entregador.
            Todos salieron en silencio buscando la puerta para asistir a la reunión. A él, le salió la bolilla roja y cumplió con su misión. El siciliano boqueaba en el roñoso piso del “Chivato Rojo”. La policía nunca supo que fue un guapo hijo de la tierra quien completó su tarea.
            Al Sargento Melitón Rosmualdo Quintero lo fusilaron a las cinco de la mañana en la plaza de armas, por traición a la Empresa cuyo dueño, era el diputado Nacional Belarmino Soria Ruettes.


OTOÑO EN MENDOZA


UN ALELUYA DE HOJARASCA DE OTOÑO SE AVECINA

URDIEMBRE GIGANTE DE OROPELES DE BRONCE

QUE IMITAN UN CUADRO DE VAN GOGH, UN SUEÑO DE UNA TARDE

UN INVIERNO INICIAL CON VETAS DE JADE Y OBSIDIANA

UN ALELUYA CON INSOMNIO EN SÁBANAS DE ARENA

SAUCES CALIENTES ACARICIANDO LAS NUBES DE AMIANTO

ESTOPA DE AZÚCAR IMPALPABLE CON MANOS DE HIELO DORADO

DEBAJO EL SOL PLATEADO CONSUMIENDO OTRA ESTRELLA

Y MI CAMPO ALFOMBRADO DE ASOMBRO ESPERA UN LIRIO BLANCO

OTRO ALELUYA DE CARMINES Y TACONES AFILADOS QUE HIEREN LAS PIEDRAS

viernes, 9 de febrero de 2018

DE PECADOS CAPITALES: AVARICIA


UNA FAMILIA PERFECTA

            Escuche sobresaltada la historia en boca de la anciana. Vivía debajo del alero de una antigua edificación semi demolida rodeada de cartones y cobijas hilachentas. Un perro de la calle y la dama escondida entre trebejos, acicalada y altiva.
            Fue en una tarde de lluvia, la invité a mi café favorito en la esquina de Maipú y Sáenz, allí me miraron mal, se acercó el dueño y me pidió que me retirar o que se fuera la señora y me puse firme y le dije que era mi invitada. Como soy habitué se quedó tranquilo y aceptó a Guillermina.
            Mientras devoraba un sándwich de jamón y queso con un suculento café con leche, comenzó a contarme su vida.
            Señora, yo nací en lo que se dice cuna de oro. Éramos una familia muy conocida, vivíamos en esa casa de allí, ve, la de entrada para autos y jardines. Mi padre era contador de una empresa extranjera, mi madre era una refinada señora educada en colegio inglés, y éramos cinco hijos. Cuatro mujeres y un varón. Yo la menor. Renata tenía el privilegio de ser la que dominaba a todas nosotras junto a una institutriz. Juliana la del medio era solitaria y triste, siempre dedicada a los libros. Silvina era alegre y juguetona y mi hermano era vivaz y perezoso. Se llama Leopoldo por mi abuelo paterno. Era el preferido de mi padre.
            Fuimos lo que vulgarmente se llama una familia “perfecta”. Crecimos mimadas y con buena educación. Papá se encerraba en el escritorio con mi hermano y hablaban sobre  negocios, deportes y mil cosas, pero a las cuatro mujeres nos estaba prohibido participar, incluso mi madre, pobre, nunca pudo intervenir en las conversaciones de ellos. Mamá no sabía si en casa había dinero o negocios que la involucraran a ella. Fíjese que su familia le había dotado de dos estancias y un edificio de cuatro pisos con ocho departamentos en pleno centro, que mi padre alquilaba a terceros y mamá nunca vio un centavo de sus haberes. Siempre le retaceaba un billete si necesitaba para algo. Le decía deja esos temas para los hombres, no son cosas para mujeres y menos para ti, que nunca en tu vida tuviste que luchar en la calle.
            Eso la hizo envejecer hasta que la consumió un cáncer. Falleció a los cuarenta y nueve años. Nos quedamos solas, si muy solas, mi hermana Renata nos ayudaba y trataba de remplazar a mamá, pero ellos, mi padre y hermano, cada vez nos trataban peor. Echaron al personal, a la institutriz y sólo quedó el jardinero y el chofer, que ya ancianos fueron falleciendo. Cuando Renata cumplió dieciocho años la casaron con un abogado de Chaco y se fue llorando a mares y nunca supimos de ella. Hace unos años, me contaron que cada carta o llamado telefónico era interceptado por papá y Leopoldo.
            Juliana entró a las Carmelitas descalzas y no la vimos más ya que papá pidió que la llevaran al extranjero. Silvina se escapó a Uruguay donde se casó con un muchacho bueno que supe la había hecho muy feliz, tiene cinco chicos hermosos.
            Cuando quedé sola en casa, supe lo que iba a ser mi vida. Fui cocinera, mucama y hasta hice de jardinero. Limpiaba los pisos y ventanas, lavaba y planchaba para los hombres de la casa que estaban impecables, ya que si hacía algo que no les gustaba me golpeaban con la fusta de un caballo que usaba mi hermano en los campos de mamá.
            Una mañana muy temprano entré para limpiar el escritorio y encontré a mi padre en el suelo. Corrí a pedir ayuda en la calle y enseguida llegó una ambulancia y la policía. Mi hermano había ido a una de las estancias, era época de venta de ganado y cosecha de trigo.
            Él, había caído muerto por un ataque al corazón. Me vi sola y con mil tareas que tuve que afrontar.
-¿La canso con mi relato?- dijo… puedo parar acá. ¿Me convidaría con otro café?- pedí  dos cafés y ella continuó a un pedido mío.
            Cuando Leopoldo se enteró regresó ofuscado y rugiente. Me maldijo diciendo que yo lo había matado. ¡Gracias a Dios, el dueño de la funeraria le dijo cosas que lo dejaron callado! La verdad era bien clara, yo no tenía la culpa de nada.
            Pocos días después llegó un abogado con dos ayudantes. Allí me enteré la cantidad de propiedades que había comprado mi padre, los caballos de raza que tenía en las estancias, ganado vacuno del mejor y mucho dinero, dijo, que estaba en la caja de dos bancos de la ciudad. Todo eso tenía que repartirse entre las hermanas y el varón. Los hijos todo por igual recibiríamos como herencia esa cantidad de fortuna. Yo no podía creerlo. El abogado, muy amigo de mi padre, me dijo que llevaría a mi hermana a Chaco lo que le correspondía y a Uruguay a mi otra hermana. Las monjas no necesitaban recibir nada porque eran de una congregación de pobres mendicantes, y yo, ya se vería que me daban. Olía a cuento.
            Y bueno fue así. Cuando con el secretario y Leopoldo fuimos a las cajas de los bancos, éstas estaban vacías. Y nunca pude hablar con mis hermanas.
            Hace más o menos tres años, me encontré por casualidad con el empleado del banco que me contó que Leopoldo antes de ir conmigo, había quitado miles de fajos de dinero de las cajas, ya que tenía la clave y la llave, que papá le diera en vida. Luego que le dije a mi hermano eso, me echó de la casa con lo puesto. Por eso vivo aquí, frente a su puerta, para que cuando sale con su chofer y su familia me vean buscar comida en la basura. Él, da vuelta la cara. Bueno, no tiene cara.
            El abogado me confió que mi querido hermano nunca les dio nada a mis otras hermanas. La familia de Leopoldo Lochan sale en los diarios, en las revistas de moda y cuando puedo, me pongo de poncho esos diarios y paseo despacio caminando por el frente de la que fue mi casa. ¿No le parece una historia fascinante?
            Se irguió, saludo cortésmente y colocándose una foto de su hermano de una revista de moda y muy conocida como sombrero, salió a la calle a enfrentar el destino.

¡Y HABLANDO DE MUÑECAS!


UNA MUÑECA PARA SUSI

            Pienso en mi infancia y recuerdo cuando veía a las compañeras cuyos padres estaban en muy buena posición económica y nosotros soñábamos con tener alguno de esos juguetes que tenían.
            La escuela, dicen, es niveladora social. Yo no lo creo. Había algunos chicos que llegaban en auto y otros caminaban cuadras y cuadras para llegar al edificio donde se cursaba la primaria.
            Mi papá era obrero en una chacra, mi mamá no sabía leer ni escribir y mi hermano, me llevaba de la mano por la banquina hasta el asfalto casi a la rastra, para entrar antes que sonara la campana. Nos colgaban del cuello las zapatillas. Antes de una cuadra nos lavábamos los pies en la acequia y nos calzábamos y así nos duraban más las zapatillas que de tan baratas, se desflecaban enseguida.
            Nacho, mi hermano era muy estudioso, traía una buena libreta y como papá apenas sabía firmar por las dudas nos daba una palmada en la cola por si acaso venía algo mal. ¡Que la Susi, te ayude cuando termine con el cuaderno! Y allá iba yo a recoger los huevos al gallinero, en pata, como para entrar con mis zapatillas. Estaba lleno el gallinero de caca de los bichos. Me picoteaban los pies y los tenía llenos de sangre, mamá me ponía un té de yuyos para sacarme el dolor, era amargo y de olor hediondo, pero me hacía bien porque enseguida se hacía una cascarita oscura.
            Me costaba mucho hacer las cuentas, Nacho me llevaba debajo de una higuera y con piedritas me hacía hacer las cuentas. Lo quería mucho al Nacho.
            Para cuando cumplí los nueve años, él ya salía de primaria y lo llamaron al papá y la directora le dijo que ella lo iba a inscribir en la secundaria del pueblo porque el alumno era ejemplar. ¡Pobre Nacho! Papá dijo NO. Él trabajará en la chacra y me ayudará y así termino la brillante carrera de mi hermano, plantando ajos con las manos llenas de ampollas y cosechando uva en vendimia para otros patrones.
            Un día la mamá me llevó al cementerio en micro. Cuando bajamos en una calle muy llena de negocios y autos, entró a comprar en una mercería unos hilos de coser y al salir, al ladito vi una muñeca.
            Era una muñeca hermosa, con vestido azul y cabello rubio. La boquita apenas abierta y las manitos sonrosadas. Me quedé dura, parada y sin respirar. Mamá me dio un tirón. ¡Vamos que cierran el cementerio! Y caminé mirando atrás. Me enamoré perdidamente de la muñeca.
            Regresamos tarde y papá y Nacho estaban preocupados, creyeron que nos habíamos perdido. Mi mamá llevaba en la mano bien apretado el monedero y un papel donde mi hermano le puso el número de los micros que teníamos que tomar.
            En la noche me levanté despacito y lo desperté a Nacho, para lo cual tuve que levantar la cortina que separaba nuestra cama de la de mis papás y la de él. Nuestra casa tenía una sola habitación separada con cortinas las camas de mis papás y las nuestras.
            Como un gato me acerqué a mi hermano: ¡Nacho! ¡Nachito, despertate!
            ¡Qué te pasa Susi? Y levantó la cabeza con dificultad, qué pasa. Hoy vi la muñeca más hermosa que nadie puede imaginarse. Estaba en la vidriera al lado de la mercería donde mamá compró. Tenés que ir a verla. ¡Hasta mañana Susi, tengo que ir a podar en lo de don Vásquez!
            Me deslicé y me acosté y soñé. Soñé que vestía y peinaba la muñeca. Soñé todos los días desde esa tarde. Y hablé hasta cansar a todos.
            Le pregunté a mi maestra cuánto podría costar esa muñeca. Ella me miró y sentí que muy adentro de ella sentía pena por mi pregunta. Debe ser cara, me dijo. Unos cuantos jornales de tu papá.
            Me fui callada a mirar como jugaban al elástico unas niñas de otro grado. ¿Cómo puedo hacer para ganar el jornal de mi papá? Cuando volví a casa, le pregunté a Nacho. Él se rió. Sos zonza vos. ¿Cómo vas a chanquear si no tenés edad ni para ir sola al centro?
            Me escondí en el gallinero y lloré y lloré hasta que me quedé dormida. Nacho me llevó en brazos a la cama y me dio un beso en la frente que recibí medio soñando.
            Una tarde Nacho desapareció. Mamá preocupada fue a los vecinos y preguntó si lo habían visto. Nadie dijo nada, si lo vieron subir al micro, pero no le contaron porque lo querían y papá le daría unos buenos azotes.
            Al anochecer lo vi. llegar por la calle de tierra con un bulto debajo del brazo. Parecía un linyera. Papá lo agarró apenas entró y le arrancó el fardito… ¡Era la muñeca!
            ¿Quién te ha dado esto? Yo la compré. ¡Mentira, la robaste! No, es para Susi…y yo junté plata. ¡Recién vino don Vásquez a decirme que era mi hijo el que había robado una muñeca en el negocio del centro! No te da vergüenza, que un hijo mío ande cuatrereando muñecas por ahí! ¿Dónde viste alguna vez que robara algo tu madre o yo? Papá perdone mi acción, pero dejé todo lo que gané haciendo changas y no alcanzaba. Vaya y devuelve la cosa esa. Y se viene conmigo a lo de don Vásquez a pedir disculpas al patrón. No, grité, yo quiero la muñeca. Y me cayó el rebenque de papá en la espalda. Por tu culpa tu hermano es un ladrón, vos también venís conmigo.
            No solo devolvimos la muñeca y pedimos perdón, sino que por muchos meses, mi hermano no pudo sentarse bien de los revenidazos que le dieron.
            Ahora con los años que tengo recuerdo la pesadilla que fue devolver la preciosa muñeca, pero mi hermano, siempre se ríe cuando cuenta que casi se va a la comisaría por robar una muñeca para Susi. 
             

MUÑECAS DEL SIGLO PASADO

PARA UNA NIÑA DE MI INFANCIA TENER UNA MUÑECA ERA UN SUEÑO. 
 COMO ERAN DE PORCELANA SUS CARITAS Y SUS MANOS HABÍA QUE JUGAR CON MUCHO CUIDADO. PERO ERAN UN SUEÑO
EN EL MUSEO DE LAS MUÑECAS EN BUENOS AIRES SE GUARDAN CIENTOS DE JUGUETES Y MUÑECAS ANTIGUAS. ¡UN PLACER PARA LA VISTA!

LEYENDA MENDOCINA

 EL HIJO DE LA VEJEZ.

                               

Los viejos habían subido hasta el corazón mismo del cerro. El frío dejaba azuladas y secas sus manos apenas cubiertas por piel de mará. Los golpeaba el viento. Pero el sacerdote - brujo, les había exigido eso. Ya Mismiya cumpliría ese verano treinta años. Ya era casi imposible tener un hijo. Los dioses se lo negaban y las ofrendas año tras año eran más difíciles. Caminaron en círculo alrededor de un nido abandonado de cóndor. El gran Padre de las Montañas. Luego derramaron aloja y chicha. Armaron altares de piedra que adornaron con hojas de coca y churqui. Acomodaron entre las piedras una ofrenda con la imagen de un niño con vestidos hechos con lana de alpaca. ¡Su pariente había viajado catorce jornadas hacia el norte buscando la lana tan codiciada por los dioses ¡  
            Cantaron a voz en cuello los cánticos antiguos. Lloraron sobre el nido y dejaron sus trenzas en él. Pasaron cada día y cada noche con la esperanza de regresar y concebir al hijo.
                        El retorno fue duro. La rocas afiladas rompían el cuero de sus ojotas. Sus pies sangraban e iban marcando un pequeño camino entre los pajonales. Eran Huarpes. Su grupo estaba muy separado de los grandes centros habitados por la gente Mapuche y Arauca. Tenían su pequeña tierra trabajada en terrazas con maíz y papas. Un corral con diez guanacos servían para trasquilar lana y tener leche. La carne era muy valiosa y la charqueaban para los largos inviernos del Cuyun. Llegaron a su casa de piedra y paja. El techo había volado y debieron `acoyararse´,  entre unos algarrobos hasta la mañana siguiente.  Kiskpe trajo de los cerros unas marás que se apretaban en una talega de fibras vegetales. Las ubicó en una hoya de piedra para que no escaparan. Tendrían comida por un tiempo. La primavera llegó y Mismiya supo que los dioses se habían apiadado de ellos. Estaba embarazada. La vida fue un canto de cajas y yaravíes. De música interior y amor.
                        El pequeño Mijotenok llegó en otoño. Era un niño moreno con cabello fuerte y ojos oscuros como la noche. Lloró como sus padres a pulmón. Pero sus progenitores lloraban de felicidad. Él lloraba para comer, para llamar la atención y para todo. En la pequeña casa nadie podía dormir. Cada día uno de sus papás debía dedicarse sólo a cuidarlo. El temor que los demonios entraran y se los arrebatara era increíble. Los vecinos reían al ver su desesperación ante el menor signo de dolor. Así fue creciendo...caprichoso, egoísta y remolón. Nadie sospechaba que tendría un extraño destino.

                        Las estrellas de su nacimiento estaban marcadas en un cuero de chinchillón, que Kiskpe, su adorador incondicional, había trabajado con sus muelas hasta dejar finito como un ala de mariposa. Pero ninguno advirtió tampoco que el día que había sido concebido la diosa Luna había tapado al dios Sol. Inti, la madre Tierra seguro pudo evitar ese maleficio, pero los dioses necesitan cumplir sus mandatos superiores.
 ¡ Así, con ese futuro siguió creciendo !
                        Pasaron varios años. Mijotenok, era travieso y hasta malicioso. Gustaba de mortificar animales y personas. Los niños evitaban jugar con él. Sus padres sentían que era por la belleza de su hijo. No entendían que el muchacho hacía cosas perversas. El amor les impedía aceptar el consejo de los ancianos. Ellos advertían la mala intención de los juegos y tareas del jovencito. Un día que su madre no le hizo una comida de su gusto tomó un palo y le golpeó la espalda. La mujer lloró pero se inculpó frente al padre. Éste callado miró con pena pero no se animó a castigar al hijo. Nunca quiso ayudar en la tarea de plantar y cosechar. Tampoco quería servir a su padre en labores de pesca o caza; ni en la recolección de semilla de algarroba, ni de miel.
                        Salía a vagabundear solitario rompiendo nidos y madrigueras. Matando pájaros o pequeñas bestias. Disfrutaba ver desangrada a las ranas y lagartijas.
                        Los padres, ya ancianos, veían que su Mijotenok era un ser despreciable a los ojos de la tribu. Nadie lo quería y todos lo evitaban. Arreciaban los palos con la fragilidad del padre y la madre, que ya no servían como antes al hombre. Astuto y maligno, los dejaba pasar frío, sed y hambre. Así, primero partió Mismiya, una tarde de frío invierno. Como pudo Kiskpe la llevó envuelta en la mejor manta de pelo de llama que aún tenía. La cubrió de piedras como era su costumbre y al regresar encontró su casa abandonada y revuelta. Mijotenok había sacado lo poco de valor que tenían y se había marchado. Muy pronto los dioses se acordaron de Kiskpe. Un grupito de vecinos lo envolvió y lo dejó junto a su buena compañera. Un paño de dolor y silencio envolvió al grupo. Nadie preguntó por el hijo.
                        En verano regresó Mijotenok, y encontró la casa vacía y desprovista. Comenzó a golpear a los hombres y mujeres que se cruzaban silenciosos por su camino. Borracho, la chicha lo había convertido en un demonio. Gritaba y maldecía. Nadie respondía a su grosería. Así entre borrachera y borrachera, su cuerpo débil, comenzó a sufrir alucinaciones. Veía a sus padres por todos lados. Corría por las veredas de los cerros vociferando. Trataba de alejar las visiones. Solo, estaba muy solo. Una mañana de primavera cayó en un precipicio a la vista de algunos hombres del caserío. De su cuerpo yerto salió como despegándose de entre sus brazos una enorme ave negra.
Así nació en estas tierras el "jote", ave de rapiña que sólo come carroña.

                        

UN REGRESO INESPERADO.



El automóvil se desplazó con urgencia sobre el pavimento caliente. Desde la butaca se veía hacia el frente un lago brillante que devenía en gris concreto, a pesar del sueño irreal que se proyectaba adelante. Era la temperatura sofocante del verano. Todo se transformó en un fantasma que jugueteaba en el páramo, con el sol que caía a plomo. ¿Así sería el desierto? Imaginó ser abandonado en el yermo más seco del mundo. En Atacama. Recordó un programa de National Geographic Channel, que había visto hacía un año en televisión. Algo extraordinario ocurrió en aquella época. Llovió. Llovió sobre el desierto, abundante agua, y el Atacama en pocas horas, como un milagro esperado, se cubrió de flores y plantas que emergieron rotundas de la tierra arisca. También habían salido a la superficie sapos, ranas y lagartijas, que rápidamente se aparearon para perpetuar las especies; insectos que llenaron las inusitadas corolas para polemizar los vegetales despiertos por el breve tiempo húmedo. Mucho polen y rocío se esparció por el aire. Toda clase de animalitos se dedicarían a multiplicarse; a transformar, en pocas horas, ese desierto inhóspito en un paisaje inusitado. Su mente dejó de vagar por aquel recuerdo inútil, ya que él, regresaba a un lugar habitado Cerró los ojos y pensó que así encontraría su pueblo. Dormitó. El calor se mitigó cuando Daniel, mientras manejaba, elevó el cristal de la ventanilla y comenzó a funcionar el aire acondicionado. El chofer murmuró un ininteligible insulto. Su afición al tabaco lo torturaba desde siempre y ese viaje era una más de las torturas que debía soportar.
Rogó que lloviera como en aquel programa de su recuerdo. Una densa lluvia calmaría el disgusto de su compañero y su ansiedad.
            Si cambiara ese paisaje espantoso, el viaje no sería lo que era. Algo penoso. Se secó el sudor con un pañuelo de papel. Quería arribar. En realidad no. Prefería no volver a su pueblo. Recordó cuando salió de Casas Viejas. Casi huyó. Era sofocante el recuerdo de esa pequeña aldea donde quien respiraba, debía hacerlo al ritmo de las otras 789 personas que lo habitaban. Se había apasionado con un amor prohibido. Una mujer que no podía responder a su pasión. Era casada. Nadie debía sospechar que era el único horizonte de su locura. No podía exponerla y exponerse al oprobio. Muerte social. Huyó en un tren de un ferrocarril que ya no existía. Así huyó.
            De regreso ahora, el corazón escapaba por las venas que palpitaban como potros salvajes. El llamado urgente de tía Lourdes, no le permitió excusas. Allí iba muerto de angustia. Lleno de ira.
            Había triunfado en la selva de la gran ciudad. Su música logró penetrar en un público inestable y cambiante. Vendiendo cientos de discos y teniendo muchos contratos firmados. No podía desprenderse de ellos.
            Observó a la vera del camino un caserón que no recordaba. No existía cuando vivió allí. Era un desperdicio una casa estilo francés, con unos jardines, que se destacaban entre el enrejado, parecido a los de Versalles. Era un objeto exótico, que distraía el entorno. Innecesario. No, no estaba cuando huyó de Casas Viejas. La curiosidad lo hizo despertar. Se ubicó en el asiento atento al paisaje. Nada nuevo hubo desde allí en adelante, pero el aguijón de la duda lo espoleó. Al fin arribaron. La casa estaba igual. Descascarada la fachada, la puerta crujiente como siempre, roto el llamador de bronce y el jardín recordaba épocas de humedad y cuidado.
            Tía Lourdes, con paso cansado, los recibió con gesto adusto.
            -Mira tu padre murió ayer y lo cremamos esta mañana. Relató detalles como si fuese el final de un partido de fútbol, sin emoción.
            -También murió Juvenal, ¿te acuerdas a quién me refiero? Fue un accidente inverosímil, que se vivió en este pueblo tan pequeño como una osadía del destino. Dejó dos familias rotas.
Se quedó en silencio, mitigado por alguna lágrima que se deslizó por la memoria de la anciana. También pensó en las vidas rotas, la del sobrino y la de la mujer.
            -La tuya y la de ella se descalabraron. Ahora vive en una maravillosa casa en las afueras. Dicen, que Juvenal, el difunto esposo, compró parte por parte, de la casa, en Francia. ¿No la vieron al pasar?
 Había soslayado el tema escabroso. Nombró a la única, como si todos conocían el pasado escondido.
- Ahora, dijo carraspeando, puedes ir a darle las condolencias Es la viuda más joven, hermosa, rica y codiciada de Casas Viejas. Corre antes que alguien se te adelante.
      Agitada, parloteó con Daniel un rato. Lourdes señalaba la calle por donde tuvo deseos de correr. Necesitaba que se quedara callada. Quiso gritar. Ese día o el anterior, su padre se había despedido de la vida. Como siempre sin dejar huella. Huyó como él, pero al otro mundo.
            Se instalaron con Daniel, amigo y chofer de confianza. Trataron de amoldarse a las rutinas de la tía solterona, que ya contaba setenta y ocho almanaques. Los siete gatos merodeaban por todos lados y tres perros, les ladraban ante el más mínimo movimiento, eran los únicos habitantes visibles de la casa.
            Se durmieron agotados. La noche fue una dolorosa danza de silencio que les dio un relámpago de paz. Al amanecer, con el bullicio de los pájaros, despertaron. Debía terminar con los trámites burocráticos. Era el único heredero y no podía dejar sola a su tía.        
             Salieron con la esperanza de acabar rápido y poder regresar a la capital. Atravesar las calles fue un suplicio. Le llegaban abrazos de dudosa condolencia, pedidos de autógrafos y amigos que no conocía, que le hacían mil invitaciones. Debía mostrarse triste y compungido. Hasta llegar a la oficina del municipio, la tortura se fue incrementando. Indudablemente era un personaje exitoso y todos querían tener contacto con él.
            Cuando ingresaron al pequeño recinto, el corazón le dio un salto. Allí con un jean y una remera negra escotada, estaba ella. El cabello suelto sobre la espalda cubría parte de su cintura. Estaba más delgada. La mujer se volvió para mirarlo y recorrió su piel, con la minuciosa libertad de una muchacha a la que le sobraba tiempo. Se acercó resuelta, y dándole un sonoro beso en la mejilla, se abrazó llorando sobre su pecho varonil. Nunca sabría si por Juvenal recién muerto, por la muerte de su padre o por el amor que habían vivido en secreto. Daniel, se evaporó. Los oficinistas salieron del lugar dejándolos solos.         Sin pudor Analía, le suplicó que la sacara del pueblo. Quería irse con él. Con asombro, Gastón, sintió que ya no la amaba y separándola de su pecho la contempló un instante y la alejó de sí, sin decir palabras.  Ella, llorando, salió y corrió por la calle perdiéndose a la mirada de los transeúntes. El, continuó llenando los papeles que se movían jugueteando sobre el escritorio con el aire de un viejo ventilador de techo que rezongaba desde temprano en la sala