lunes, 5 de febrero de 2018

ODISEA

Recién escucho el paso pesado de los botines de los guardias. Sólo me queda esperar que golpeen o rompan la puerta, que si bien es de seguridad, ellos tienen la manera y modos de hacerlo. ¡Mi hija! Ella tiene el síndrome de “Perpej” y nada se puede hacer, es la enfermedad nueva que introdujo la “Cofradía”. Si la llevan será pasto de fieras arcaicas.
No habían llegado hasta acá por ser yo, la embajadora de una sociedad comunitaria de varios países extinguidos; pero vienen tras mi marido el único especialista en particiones cuánticas que ha quedado vivo.
Hemos subsistido gracias a su necesidad de especialistas. Somos la última familia católica romana que sobrevive a la “Construcción Internacional de los Mayoritarios”. La era de la vida anterior ha desaparecido tras una lucha tenebrosa, turbia y ambigua. Según fueron cayendo los países, mataban a los que intentaban sobre vivir y cuidar las costumbres. Lo primero que destruyeron fue Roma, luego fueron cayendo uno a uno los demás países. Borraron de la tierra la humanidad caritativa. La lucha fue feroz. Los ancianos y los niños eran decapitados y los jóvenes y adultos esclavizados a favor de inmensas propiedades que arrebataron a la gente y que usaron como propias. Plantaron vegetales alucinógenos y luego perforaron montañas y valles buscando oro, plata y metales útiles para sus armas letales.
Luego vino la peste. La enfermedad la habían creado en laboratorios clandestinos y largaron en el agua de ríos y lagunas las sustancias transgénicas que desbastaron pueblos enteros. ¡Claro que no querían que se ayudara a los contagiados y cerraron los edificios públicos donde la gente podía acudir a buscar remedios para esos extraños males!
Donde hubo una pequeña defensa de la población venía el fuego que arrasaba con todo. Los únicos que se preservaron fueron los cofrades y sus legiones de robots asesinos.
Ya casi están en mi sala. Ellos no tienen barreras para destruir. Mayrin, mi pequeña en su silla se estremece. Yo la abrazo y acuno con todo el valor que me queda. El olor acre de la materia con que están fabricados los “hombres soldados” penetra mis entrañas doloridas. El miedo pernicioso me activa las pulsaciones cardíacas. Mi esposo trata de resguardar sus instrumentos y los escritos que contienen los trabajos de años de indagaciones científicas. Además protege los libros de antaño, esos que fueron la inspiración de grandes investigadores que está seguro, serán quemados en hogueras.
Todo comenzó con un grupo de fieles religiosos de oriente. Hicieron tantos atentados terroristas que la gente comenzó a dejar de asistir a oficios y reuniones, escondiéndose en sus hogares y restringiendo el contacto con otros vecinos. Luego se fueron despoblando las escuelas. Se compraba por teléfono o Internet, llegaban los objetos o compras por medio de “drones” que atravesaban los cielos. Las transacciones bancarias eran todas por medio de claves en las computadoras. Todo trabajo se hacía desde los hogares. Eso fue aprovechado por los ingeniosos “cofrades”, una banda de mega sicóticos que robaron las claves y dejaron al desnudo la vida de las poblaciones. Cayeron gobiernos democráticos y dictatoriales. Hubo un tiempo de caos, pero se creó la  “Construcción Internacional de los Mayoritarios”. Bandas de obscenos marginales bandoleros con ínfulas de poder.
Ya están junto a mi habitación. Dejo inscripto mi nombre en la pantalla por si en un futuro alguien puede leerlo, ¡ah! Y el de mi hija y mi esposo. Yo me llamo Myrian Magdalena Mateos, mi niña Mayrin Luz Mateos Parilmüter y mi amado Gustav Ranny Parilmüter.

Enfrento a los robots y me observan asombrados porque no han visto nunca una madre abrazando a su hija enferma. Se han detenido y titubean. Una luz roja comienza a desplazarse por la habitación y suenan estridentes sirenas en los alrededores. Algo ha sucedido y ellos salen retrocediendo con pánico. Algo inesperado los ha detenido. ¿Estaremos salvados por ahora? O sólo es un suceso inopinado los retrajo y regresarán. Juntos esperamos el futuro, juntos y orando a un Dios que no existe para ellos y es nuestra gran fuerza. 

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