Recién
escucho el paso pesado de los botines de los guardias. Sólo me queda esperar
que golpeen o rompan la puerta, que si bien es de seguridad, ellos tienen la
manera y modos de hacerlo. ¡Mi hija! Ella tiene el síndrome de “Perpej” y nada
se puede hacer, es la enfermedad nueva que introdujo la “Cofradía”. Si la
llevan será pasto de fieras arcaicas.
No habían
llegado hasta acá por ser yo, la embajadora de una sociedad comunitaria de
varios países extinguidos; pero vienen tras mi marido el único especialista en particiones
cuánticas que ha quedado vivo.
Hemos
subsistido gracias a su necesidad de especialistas. Somos la última familia
católica romana que sobrevive a la “Construcción Internacional de los
Mayoritarios”. La era de la vida anterior ha desaparecido tras una lucha
tenebrosa, turbia y ambigua. Según fueron cayendo los países, mataban a los que
intentaban sobre vivir y cuidar las costumbres. Lo primero que destruyeron fue
Roma, luego fueron cayendo uno a uno los demás países. Borraron de la tierra la
humanidad caritativa. La lucha fue feroz. Los ancianos y los niños eran
decapitados y los jóvenes y adultos esclavizados a favor de inmensas
propiedades que arrebataron a la gente y que usaron como propias. Plantaron
vegetales alucinógenos y luego perforaron montañas y valles buscando oro, plata
y metales útiles para sus armas letales.
Luego vino
la peste. La enfermedad la habían creado en laboratorios clandestinos y
largaron en el agua de ríos y lagunas las sustancias transgénicas que desbastaron
pueblos enteros. ¡Claro que no querían que se ayudara a los contagiados y
cerraron los edificios públicos donde la gente podía acudir a buscar remedios
para esos extraños males!
Donde hubo
una pequeña defensa de la población venía el fuego que arrasaba con todo. Los
únicos que se preservaron fueron los cofrades y sus legiones de robots
asesinos.
Ya casi
están en mi sala. Ellos no tienen barreras para destruir. Mayrin, mi pequeña en
su silla se estremece. Yo la abrazo y acuno con todo el valor que me queda. El
olor acre de la materia con que están fabricados los “hombres soldados” penetra
mis entrañas doloridas. El miedo pernicioso me activa las pulsaciones
cardíacas. Mi esposo trata de resguardar sus instrumentos y los escritos que
contienen los trabajos de años de indagaciones científicas. Además protege los
libros de antaño, esos que fueron la inspiración de grandes investigadores que
está seguro, serán quemados en hogueras.
Todo
comenzó con un grupo de fieles religiosos de oriente. Hicieron tantos atentados
terroristas que la gente comenzó a dejar de asistir a oficios y reuniones,
escondiéndose en sus hogares y restringiendo el contacto con otros vecinos.
Luego se fueron despoblando las escuelas. Se compraba por teléfono o Internet,
llegaban los objetos o compras por medio de “drones” que atravesaban los
cielos. Las transacciones bancarias eran todas por medio de claves en las
computadoras. Todo trabajo se hacía desde los hogares. Eso fue aprovechado por
los ingeniosos “cofrades”, una banda de mega sicóticos que robaron las claves y
dejaron al desnudo la vida de las poblaciones. Cayeron gobiernos democráticos y
dictatoriales. Hubo un tiempo de caos, pero se creó la “Construcción Internacional de los
Mayoritarios”. Bandas de obscenos marginales bandoleros con ínfulas de poder.
Ya están
junto a mi habitación. Dejo inscripto mi nombre en la pantalla por si en un
futuro alguien puede leerlo, ¡ah! Y el de mi hija y mi esposo. Yo me llamo
Myrian Magdalena Mateos, mi niña Mayrin Luz Mateos Parilmüter y mi amado Gustav
Ranny Parilmüter.
Enfrento a
los robots y me observan asombrados porque no han visto nunca una madre
abrazando a su hija enferma. Se han detenido y titubean. Una luz roja comienza
a desplazarse por la habitación y suenan estridentes sirenas en los
alrededores. Algo ha sucedido y ellos salen retrocediendo con pánico. Algo
inesperado los ha detenido. ¿Estaremos salvados por ahora? O sólo es un suceso
inopinado los retrajo y regresarán. Juntos esperamos el futuro, juntos y orando
a un Dios que no existe para ellos y es nuestra gran fuerza.
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