lunes, 26 de febrero de 2018

MUNIELA, TIENE UNA OPORTUNIDAD



            Es una mañana muy fría. Cuesta verdaderamente salir a la vereda y subir al automóvil para ir al trabajo. Me abrigo y apurado, como siempre, urgente trago un desayuno caliente. Un sopapo de hielo me atonta el rostro cuando abro el portón y saco el coche del garaje.
            Cuando desciendo en el quiosco para comprar cigarrillos, veo un animal enroscado en la alcantarilla, sucio y sangrante. Se mueve poco. Me acerco y es una mujer. Llamo al 911 y al servicio de emergencia médica pública.
            Pronto siento las sirenas y juntos se acercan ambos vehículos. La médica que llega, se arrodilla junto a ese jirón de persona. Está vestida con un uniforme de maestra de primaria, pero desgarrado y sucio, parece trapo mugriento y lleno de sangre. Baja un policía y la fotografía, además de taparla con una manta verde o azul, para el caso es igual. Me interrogan. No la conozco, la encontré así. Muestro mis documentos y asienten dándome las gracias como a un buen ciudadano. Me solicitan atestiguar. Me corre un frío por la espalda, pero digo, insólitamente, que sí. La sacan en camilla y encuentran su mochila debajo del herido cuerpo acurrucado.
            Hablan entre ellos. Tiene quebrada la mandíbula, tres costillas y golpes en brazos y piernas. La llevan a un hospital público. Pregunto a cuál, estoy conmovido. Al San Agustín, me dice la doctora que demudada trata de elevarle la temperatura y le sostiene la cara con gasas y una toalla limpia.
            En el trabajo, no puedo concentrarme. Le cuento a Mariano, mi compañero y a Cristal, la secretaria del gerente. Ella me mira con tristeza. Nos cuenta que ella fue “mujer golpeada” desde que se casó, incluso ha perdido dos embarazos y cuando se enteró que estaba por tercera vez grávida, escapó de su pueblo y hasta se cambió el color de cabello, engordó ocho kilos, usó lentes de contacto de color celeste y se apropió de los segundos nombres y el apellido de la madre. La policía poco la ayudó, pero encontró una casa de una O.N.G. que la asiló hasta que pudo reponerse, tener a su niño y hasta le encontraron ese trabajo digno. Nos suplicó silencio y por supuesto hicimos un pacto con Mariano y Cristal.
            A las dieciocho, salimos y me acompañaron al nosocomio. Pregunté por una accidentada que encontré en la mañana. La enfermera de admisión, me preguntó nombre, apellido y nos hizo dejar los documentos. ¡Ah, nos pidió la relación con la enferma!!! No la conozco, le dije y ellos tampoco, son mis amigos.
            Se acercó una asistente social y un policía. Era el mismo de la mañana. Me reconoció y a regañadientes no dio información. Se llama Muniela Valenti, tiene treinta y cuatro años. Trabaja en una escuela en turno mañana y en otra en turno tarde. Hay un tipo que vino preguntando si acá estaba la “puta” de su mujer… hasta que no se aclare lo que pasó, quedó detenido. Esa chica no murió, gracias a Usted. Cristal pudo entrar a verla. Llegó llorando. La han operado, tiene muchas fracturas en las costillas, el maxilar inferior en cinco partes, un brazo astillado y en el paladar un objeto de metal que no pudieron sacar aun. Fue el esposo porque ella se estaba vistiendo para asistir a un acto en la escuela. La cabeza está llena de heridas de las horquillas que sostenían unos tubos de plástico para hacerse unas ondas. La vio algo maquillada y comenzó un combate desigual que terminó… moribunda.
            Nos quedamos en silencio, Mariano le pasó a nuestra amiga un pañuelo y ella sonrió, pero los sollozos se profundizaron. Llamé a mi esposa. Daniela llegó en veinte minutos. Sorprendida le expliqué lo accidentado de mi día. Nos abrazamos y tranquilizó a Cristal. Se fueron a tomar algo en la cafetería.
            Un tiempo pasó y se acercaron tres compañeras de una de las escuelas donde trabaja. Me miraron rarísimo. Yo les conté como la había encontrado y me abrazaron sin timidez. Nos relataron cuánto sufre su colega. Anécdotas para hacer un manual del maltrato. ¡Una vergüenza y cobardía de machista ignorante y bruto!
            Llagó la madre. Lloraba quedo, con pocas lágrimas. “Ya no me quedan”. Mi hija se casó creyendo que ese hombre era un dios; la maltrató como quiso. Cada paliza más y más dura. Las denuncias… a veces, se las recibieron, cuando llegaba el asistente social, llovían los insultos y otra zurra peor. Se quedó muda, en estado catatónico en una silla.
            Daniela y Cristal volvieron, los ojos rojos entintados de sangre por tanto llorar, no les permitió ver a las otras mujeres. Luego abrazaron a la anciana. No dijo nada. Salimos de allí. Regresamos a nuestra casa y seguimos con la rutina.
            Dos meses después recibí una citación. Tenía un ataque de ciática que me dejaba malhumorado y llegué al juzgado con cara de perro de caza. Me quería comer vivo al hijo de puta capaz de golpear así a una mujer, bueno, a nadie se debe tratar de modo inhumano. Me presenté, la sala era fría y sobrecogedora. Entraron varios abogados, el juez y el maldito. Parecía un conejo a punto de ser desollado.
            Lo miré, me miró de soslayo. El odio se mezcló con una sonrisa injuriosa. Me pidieron que declarar. Conté lo que pasó aquel día. Comenzó a gritar que yo era su amante y que me iba a matar con sus propias manos. La madre declaró tras de mí, relató todo lo que ese cobarde le había hecho a su hija. El mal nacido no se cansó de amenazarla e insultarla. Luego llegaron una a una sus compañeras de escuela. Declarando en el estado en que entraba muchos días al colegio. ¡Una barbaridad!
            Lo sentenciaron a veinte años de prisión y lo obligaban a hacer un tratamiento psiquiátrico. Lo llevaron y vociferaba venganza. Para todo el foro, y en especial para la pobre Muniela, que con vendas y unas férulas de yeso y muletas tuvo que declarar. No pudo, el terror la enmudeció.
            Pasó un año o dos y un día la encontró Daniela, mi esposa en el supermercado. Ya estaba bien, algo desfigurado el rostro, pero arreglada y cuidada, se mostraba optimista. La invitó a casa. Se hicieron muy amigas. Cristal, la joven y mi mujer. Para ella soy un  héroe, yo sólo pienso que nunca le permitan salir de la penitenciaría al maltratador, porque …¿Ustedes creen que ese tipo puede cambiar? Yo no.

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