Los
trigales perfilan la curva del silencio.
Holgazanean
las espigas solariegas en calma.
Buscan
las aves el horizonte de las almas añil,
revierten
la soledad del camino al cielo plata.
Vertiginosas
las vocingleras cataratas cantan,
van
valle abajo en su perfecto viaje en busca del oropel
que
maltrata las piedras sobre el suelo fértil,
a los
arroyuelos que pintan las aguas mansas.
Los
sauces se contornean coqueteando ensueños
atrapando
el arrebol de la ribera inquieta, en brava caída,
en
perfecta sorpresa de melancolía blanca.
Nace en
el horizonte un carmín de sueño solar,
un tamiz
de osadía perdido en la montaña. Nieva.
El
corazón palpita en verdes y celosos naranjas
del
pinar yacente en la balaustrada umbrosa,
moviendo
el mundo con ritmo de hojarasca sutil,
con
ritmo de amapolas que mecen mariposas de oro,
con
ritmo desmesurado de panderos viejos, ruidosos.
Un
colibrí amenaza llevarse cada flor en el pico,
robar la
dulzura de la miel del panal oculto,
buscando
en las ramas del rosal y peonías rojas.
Y el
trigal sigue inquieto meneando su belleza dorada
coqueteando
con las cigarras y tumultuosas langostas.
A lo
lejos nace la poesía con pinceles de crines.
Cabalgan
los alazanes con probidad de duendes,
Traen
entre sus lomos la magia de violines.
Traen al
poeta ebrio de amor y gozo.
Traen
joyas preciosas.
Traen
palabras que brillan con los trigales.
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