lunes, 26 de noviembre de 2018

VIAJERO INESPERADO


         
Era una melodía antigua. Llenaba el gran salón de la casa familiar. Allí se acomodaban como panes tibios los recuerdos de la juventud de Rosaura. Era una de esas tardes espiraladas de ensueños. El perfume inconfundible de la humedad de los cortinados de seda pesada como la memoria, se enroscaban en su interior creando un laberinto de música secreta. Volvió en mudo despertar a la edad del amor incontenible. Recordaba la figura perfecta del muchacho que llenaba su interioridad. Era un joven macho, lleno de fuerza y misterio. Era él, su enamorado inalcanzable. Casado con su hermana Matilde, era el ser más imposible para su pasión adolescente.
                        El piano era el lazo frecuente para su acercamiento amoroso. Juntos solían sentarse orillando teclado con ágiles y febriles movimientos. Chopin era el favorito. Jugaban con la mágica filigrana de las notas. Allí podía expresarse en únicos momentos. Él apenas la miraba pero igual compartía un diálogo íntimo y alegre. Él nunca conocería  su amor.
                        Matilde, su hermana mayor, se reía con la ingenuidad de quien nunca desconfía de la sangre. Matilde inusitada enemiga. Dulce y amada Matilde. ¡Era su querida hermana! Él, apasionado como pocos, adoraba ese rostro, esas manos y ese cuerpo que vivía deformado por eternas maternidades. Matilde era la madre perfecta, la esposa indispensable. Era noble y buena. Ella, Rosaura, en cambio era arisca e innoble. Con sus quince años... recontaba los minutos y desafiaba al cuñado en el piano. Era su reto. La vida y su futuro.
                        El tiempo, escoria del destino... la dejó sola e inerte. El corazón vacío. No pudo amar a otro. Sus recuerdos la enroscaban a la historia de su vida. Los recuerdos... la bandada gris, iba colmando el cielo de su mente. Ya tenía casi ochenta y ni él, ni ella lo sabrían... ya no estaban. La canción perduraba en la memoria inesperada. El sol se iba alejando entre los cristales y los viejos cortinados cenicientos. Sus ojos se cerraban lentamente y él entró en la sala, caminando directo hacia el piano, le tomó la mano y la invitó a tocar junto a su cuerpo extrañamente joven. Matilde observaba desde el sillón favorito, con una tenue sonrisa. La sonata de Chopin... desgranaba sus notas como una cascada de agua plateada y cometas. Se alejaba... se alejaban.

                                                           

FOTOS DE DISTINTOS MOMENTOS LITERARIOS

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE LA ESCRITORA ZULMA CALDERÓN EN LAS HERAS MENDOZA EL VIERNES 15, CUENTOS DE MUY BUENA HECHURA, DEMUESTRA LA AUTORA QUE DOMINA EL TEMA. FELICITACIONES.
 EN LA MEDINA DE TÁNGER UN GRUPO DE ESCRITORAS DEL XIII ENCUNTRO DEL E.I.D.E. HACIENDO UN DESCANSO ANTES DE LA LECTURA EN LA PLAZA DE LA MEDINA.
EN LA EXPOSICIÓN DE ARTISTAS PLÁSTICAS EN LA JUDERÍA DE TÁNGER. JUNTO A LA PINTORA EL DOCTOR EN LETRAS Y LENGUA CASTELLANA EXPLICANDO  LAS OBRAS. HERMOSO MOMENTO.

¿ESPERANZA?




Con penosa obviedad he perdido el destello de los ojos.

Compartí la neblina que atraviesa el cuerpo con la luna.

Amansé, entonces, la pared del silencio.

Los latidos abiertos al color azul-verde del alma.

Atropellan mis brazos de un cuerpo inerte. Sin vida.

Calma la sed con cántigas antiguas. Nobles sonidos.

Invítame a salmodiar sobre la frente de un ave.

Caminaré con el rumbo extemporáneo de la muerte.

Ciega de toda ceguera, como un animal herido.

Recobraré la palidez de la tarde en la llanura verde.

Veré la luz en la mirada del niño vagabundo y tierno.

Será un arlequín de mil colores repartiendo flores.

¿Dónde queda la línea del horizonte azul de la esperanza?

UN POEMA INSPIRADO


“UNO ES MÁS AUTÉNTICO, CUANDO MÁS SE PARECE A LO QUE HA SOÑADO  DE SÍ MISMO” ALMODÓVAR

            ¿Cómo puedo tener las manos tan sarmentosas?
Tan vacías de lamentos. Secas.
Si tengo el corazón lleno de fantasmas.
Amor
Penas y silencios
Allá, nuestra piedra mágica
Loca, como ave que emigra
Oscuro el infinito acecha
Allí, tal vez, habita el movimiento
El silencio
La lengua
La memoria
Aquella alfarería de greda ahumada
Privilegio de algunos
Cámaras de incienso
Derrame de sonido sin eco
Mar desperdiciada
Sabor a tinto nuevo
Nuez crocante
Profundidad
Manos llagadas
Inertes, sueñan sin permiso
las primicias de la noche
luna llena, dorada.

LA CASA AMARILLA




Montserrat buscaba una casa para comprar. Había llegado a esa ciudad invitada por la universidad para dar cátedra y asumir una beca. Leyendo un periódico de dos semanas pasadas, encontró un aviso en la que ponderaban una propiedad en un sitio que no quedaba tan lejos de la ciudad, ni tan cerca de los ruidos.
Pidió al teléfono que estaba anotado en el papel, que le diera una cita. ¡Sintió un suspiro del otro lado de la línea! La verdad que no le llamó la atención.
El jueves a las diez la espero dijo la voz del otro lado del auricular. Si llega usted primero, le ruego me espere unos minutos, ahora vivo en pleno campo y como debe haber notado, el tránsito es un verdadero caos.
Se vistió con unos zapatos deportivos y ropa suelta por si tenía que subir escaleras o bajar hasta un sótano. Enroscó su largo cabello color azulado en un primoroso rodete y se sacó las pocas joyas de valor que solía usar, por las dudas. ¡Hay tantos embusteros!
Tomó un taxi y diez minutos tarde llegó a la puerta de la casa. Le llamó la atención la pintura amarilla de la pared del frente. Las ventanas blancas y las rejas de un suave color ambarino. Un hombre mayor, de buena postura esperaba en la puerta. Con un bastón de fina caña de India y larga barba blanca, que se apoyaba en el pecho de su limpia camisa color celeste. Saco y pantalón negro. Sombrero de panamá. Anteojos con armazón de oro, muy al estilo de John Lenon.
La sonrisa le agradó. Montserrat descendió y despidió al chofer. El hombre se adelantó y le ofreció una pulcra mano de dedos finos propios de un filósofo o de un letrado.
Señora mi nombre es Paulo Merino y soy el dueño de esta casa. Hizo una breve inclinación de cabeza y se sacó el sombrero y la condujo derecho hacia la puerta de ingreso. La abrió con una de esas llaves de hierro antiguas, cuyo ojo parecía observarla.
Prendió una luz y luego se acercó a la ventana y abrió la celosía para que ingresara la luz natural. La casa está recién pintada, todo blanco ecepto el frente que como habrá observado es color amarillo. El color que amaba mi difunta esposa.
¡Así supo que el caballero era viudo! Fue deslizándose por los pisos helados de baldosas rojas, que a pesar de una leve capa de polvo ambiental, brillaban. Una a una las habitaciones que no tenían armarios ni placares, se fueron abriendo como flores de azucenas entre los pasillos. Llegaron a una cocina amplia y recién remodelada. Luego le mostró el sanitario que si bien era antiguo, estaba en perfecto estado de uso y limpio.
Abrió una puerta hacia el exterior y un jardín lleno de enredaderas florecidas despertaron la envidia de los cuadros de un impresionista. Violetas, naranjas, fucsias y verdes, envolvían una a una las paredes del pequeño parque.
¡Y bien, dijo, Montserrat: ¿Cuánto cuesta esta casa? Me puede usted decir!
Si la paga de contado puedo aceptar una oferta. ¡Tal vez cien mil dólares o…diga usted un precio! Montserrat pegó un brinco, le pareció muy elevado el precio, la casa es antigua... Dijo y el caballero sonrió. Sí, pero será su paraíso.
Déjeme pensar. ¿Me puede esperar unos días? Yo tengo que ver si junto algo de ese dinero que no es poco. Sí. La esperaré.
Salieron juntos y ambos tomaron diferentes caminos en taxis. Ella volteó para mirar la casa y le pareció que el amarillo le alegraba la vida. ¡Veremos!
Llamó a su padre y a su hermano quienes se apresuraron a confirmarle que le enviarían para completar lo que ella ofrecería por la casa. Con ochenticinco mil dólares creo que podré comprarla.
Así llegó a un acuerdo. Compró y con una diferencia que le quedó compró algunos muebles y utensillos indispensables.
Los vecinos eran muy amables. La saludaban con ceremonia y le preguntaban, cuando la veían si todo estaba bien. Ella respondía con una sonrisa que todo era perfecto. Hasta que una noche, cuando el sol se recostó sobre la vereda y desapareció la luz, comenzó a escuchar un susurro de voces y llantos. Luego, palabras y nombres de mujeres y hombres. En las paredes se fueron dibujando ciertos signos que no interpretaba y que le dejaron una enorme curiosidad.
Una mañana a la pregunta de su vecino, el carpintero, Montserrat le contó y él, sonriendo le dijo: ¿No se preocupe! Ya pasará. Y siguió hacia la parada del autobús. Pero en el frente de la casa comenzó a notarse un cartel en color ambarino que decía: “Acá puede usted despedir a sus seres queridos”.
Fue a la casa de la vereda de enfrente y golpeó una aldaba. Salió una mujer entrada en años. ¿Sí, qué necesita? ¿Puede usted decirme qué tiene que ver ese cartel que aparece y desaparece del frente de mi casa y qué son las voces que escucho? ¡AY, hija, usted ha comprado esa casa que fue una funeraria! Allí han velado a cientos de personas, hasta que murió el dueño, el caballero que la esperó para vendérsela a usted. ¿Y qué hizo con los dólares que le pagué? Seguro que están enterrados en su jardín, dijo la mujer y se dio vuelta entrando en su casa. Montserrat corrió y vio que en un rincón del breve parquecillo había un montículo de tierra revuelta. Escarbó y allí en una caja, estaba su dinero envuelto en una hermosa caja de plástico amarillo.




martes, 20 de noviembre de 2018

EN LA VIEJA CASONA DE SAN COSTANZO.




            Había una marcada oposición entre Yolanda y el padre. Ambos sentían aversión por la sociedad, pero mientras el hombre amaba el dinero, la fama y el poder; Yolanda sólo quería ingresar a un convento como Carmelita Descalza. Escapar a su realidad. Del horror.
            Las discusiones cotidianas penetraban como púas en cada acto que acontecía. Un bocado era ácido, un bocado era veneno. Cada gota de líquido que se bebía en la comida cotidiana era un trago amargo. Lágrimas se mezclaban con el vino y con la leche.
            Yolanda, obligada a tomar por esposo a un pomposo joven de la casa lejana, sólo lograba agregar una fortuna al apellido de su padre. Apellido pálido de honor y credibilidad familiar. Ella, sollozaba en los rincones del helado caserón. Llegado el tiempo de la boda, su nodriza rebuscando en los arcones, que aportó la madre de la joven mujer, encontró tres cosas singulares: el traje de bodas, un cuaderno de notas y una caja azul con cerradura hecha por orfebre y sin la llave maestra para abrirlo. Todo oculto en los desvanes del alto, bajo la mansarda del ala norte. Los tules, encajes y sedas de un amarillento cobrizo, parecían hacerse eco del desprecio a los sentimientos que representaban a los ojos de los hombres. Allí sólo importaban las propiedades aportadas a la joven novia., que pasarían a poder del padre.  La pequeña figura de Yolanda enfundada en ese vestido era un sueño inédito en la memoria del padre. Un respingo malicioso en su mirada fue la respuesta a la apariencia fantasmal de su hija.
            La ceremonia fue modesta, junto a los criados, que ya ancianos llorisqueaban viendo a “su” niña así, fueron los inapreciables testigos de la infamia, como siempre. Los familiares del novio, eran una extraña manifestación de mal gusto y torpeza social. ¡Nuevos ricos! Gente que había logrado fortunas con las plantaciones de café, algodón y tabaco en América. Esclavistas, que arrastraban a pobres africanos de sus costas a trabajar como animales en las tierras extrañas. Nada más lejano que los sueños de Yolanda. Cuando vio al muchacho que sería su marido, le tranquilizó la mirada limpia en unos ojos negros sin escondrijos. Él, aportaba dinero, ella un apellido conocido para los bancos de Londres y América del Norte, donde enormes cultivos llenaban de oro las arcas de los avaros.
            Hicieron un trato amable. Su vida transcurriría como si fueran hermanos hasta conocerse. Todo oculto a sus progenitores. Compraron una propiedad cercana a la casa paterna de Yolanda. Estanislao, cumplía ampliamente con la palabra de dejarla hacer tareas caseras y llevar alivio a los desposeídos de la zona, a pesar que era mal visto por los padres de ambos. Así se fueron haciendo amigos. Compartían largas pláticas y ensoñaciones frente a la chimenea o a los viejos robles en las noches cálidas de verano. Pasó un tiempo en que se descubrieron y se amaron como todos esperaban. Nació un pequeño que llamaron Godofredo y luego una niña que llamaron Célica. Transcurrió un tiempo y la muerte traspiró cerca de ambas familia entre los mayores que creyeron se habían cumplido todos sus anhelos. Era un tiempo de espera para la pareja.
            Así, ya dueños de sus deseos, viajaron hacia las plantaciones de América y descubrieron que la crueldad del hombre es mayor a lo imaginable. Hambre, golpes y enfermedad abrazaba a los trabajadores, muchos de los cuales habían muerto por el maltrato y los sacrificios físicos y mentales. Una guerra se avecinaba. Estanislao y Yolanda decidieron darle la “libertad” a su gente, pero no era fácil para aquellos la subsistencia y casi todos se quedaron. La hacienda crecía de otro modo. Habían cobrado muchos enemigos que no tardaron en crear verdaderos caos en las plantaciones. Quemaron la cosecha y mataron a los infelices.
            Una noche, frente a una descarga de proyectiles que atravesaban el plantío, Estanislao salió con su arma a defender a su gente y recibió una descarga de trabuco, muriendo en el acto. Huyeron los misteriosos homicidas. Yolanda lejos de amedrentarse, luego de enterrar a su querido amigo, continuó con la vida. Célica, ya adolescente ayudaba a su madre, que rápidamente envejeció por la pena. Una noche discutieron por la necesidad de Yolanda de dar amor a los desposeídos. Célica no comprendía a su madre. Las palabras hirientes dejaron débil a la mujer. –¡ Tú y tu manía de regalar el esfuerzo de mi padre… nadie en plena guerra te da nada, ya no queda alimento en las alacenas y el campo está arrasado. Eres injusta con nosotros, eres indiferente y egoísta. Tu sola esperas ser reconocida como si fueras un ángel, pero eres pérfida y malgastas nuestro futuro…!-  gritó Célica en la cena. Yolanda se llevó la mano al pecho y cayó desgarrada de dolor sobre el plato de comida. Su cabello gris, mimó el trozó de pastel que comía. Godofredo corrió y transportó a la madre al lecho. Allí suplicó a su ayudante le trajera la caja azul. De entre su corpiño extrajo una pequeña llave. Se la entregó a los hijos.
            Célica y su hermano buscaron auxilio en un médico, que llegó presuroso, pero tarde. Pasaron las ceremonias y los días. Luego, en un descanso abrieron la famosa caja azul. Allí junto al cuaderno donde explicaba el horror de la vida que había vivido su abuela, estaba la verdadera historia de Yolanda. Juntos lloraron. Abrazados los hermanos comprendieron… y se prometieron vivir de acuerdo a ese sueño de sus padres.
-          ¡ Godofredo,  después de haber abierto la caja azul, pude perdonarlo todo!.”- nadie que soportara tanta humillación y horror en su vida pudo ser tan buena. – ¡Mira acá está el extraño aparato con que el abuelo torturaba a la abuela y a mamá!.- muestra Godofredo. Un momento de doloroso silencio se produce entre ambos. El horror se marca en sus rostros. Afuera se agitan las flores de magnolia que tanto amaban sus padres, impregnando de perfume el salón.

EL TIEMPO


Escucha...

el viejo laberinto nos observa.

Hay joyas en cada vidriera de nuestro paraíso.

Capitán de la nave con la proa deshilachada al viento;

toma mi mano ingrávida

voy a bosquejar cada arruga de los rostros

que el tiempo amigo ha dejado incrustado en el azogue

apoyaré mi cabeza blanca en tu pecho macilento

nido de estopa      esponja de perfume suave

madera  de sauce flexible donde penetran los miedos

que cosechamos unidos

de ser tan extraños        a los sueños.

Acúname  y que tus ojos opalescentes de tiempo

me deslicen por el sendero de la cumbre montañosa

dejaré en ella  la materia de mi ser 

de mujer y de poeta.

- LA CORRUPCIÓN




            Dejó pasar el tren dos veces antes de subir al que había elegido. Desde niño supo que se quedaría con ese hermoso edificio de la ciudad donde vivía esa anciana de mucho apellido y medio excéntrica. ¡Claro que ella no se daría cuenta de la maniobra!
            Todo comenzó el día que su tío que trabajaba como sereno en el edificio del casino le contó la historia. Doña Primitiva es viuda y sin hijos. Viene de una familia de rancia estirpe. Siempre la lleva el chofer a una casa de campo que tiene en las afueras. Ella va con su caniche. No tiene familia y a mí me llena de billetes para que la cuide cuando sale.
            En el verano, antes viajaba en un auto descapotado a un lugar hermoso de la costa. Me contaba que el único problema era la arena que con el viento solía meterse por todos lados. Me pidió que le consiguiera una acompañante y la charlé a la muchacha que vive en el tercero “C” que es una aprendiz de bailarina. Ella encantada se fue con la señora y cuando regresó, venía que parecía había tocado el cielo con las manos. Le había regado hasta un abrigo de piel de zorro nuevo que ella ya no usaba. Ahora que cumplió los ochenta está más sola y enferma. Yo te digo es un tesoro en bruto la vieja.
            Así comencé a pensar cómo podía meterme en su vida. Doña Primitiva debía haber nacido en algún lugar y según comencé a investigar estuvo casada con un hombre muy adinerado que adoraba viajar. A veces ella no lo acompañaba. Para averiguar mejor fui al registro civil. Allí me presenté como ayudante de su notario. Les inventé una historia y el viejo carcamán que atendía por no molestarse en trabajar un poco más, me puso en las manos un montón de papeles sobre la vida y haberes de la señora. ¡Claro que le deslicé unos cuantos billetes! Y  ni me hizo firmar el cuaderno de entrada.
            Así me enteré que tenía tres departamentos en pleno centro, alquilados por monedas y que sus inquilinos le enviaban con el chofer, un viejo que se caía a pedazos.  Ella no los conocía. Supe de los campos en Chivilcoy y de unas minas en San Luis que según decían los papeles eran de oro, sí, tenían oro. Luego de sacar fotocopias de las escrituras, le agradecí en nombre de la señora Primitiva Méndez de Petrichelli, y me subí a un taxi. Llegué a la pensión y me puse a estudiar los ventajosos escritos.
            Pensé en inventar una vida nueva para mí. Yo era el hijo “bastardo” del viejo Petrichelli. En un viaje se había enamorado de una bella cantante y me había concebido sin que ella supiera. Me inventé un nombre bien tano y luego de averiguar, me dieron el nombre de un oficinista que por unos cuantos pesos me haría una partida de nacimiento en calle Uruguay. Me inventé una fecha aproximada de un viaje que mi tío le había preguntado a ella cuándo viajó a Europa y luego de varias idas y vueltas, porque el tipo no era ningún tonto le pagué el doble y me dio una nueva historia donde yo era hijo “ilegítimo de don Aurelio Petrichelli”.
            Dejé pasar unos meses y me presenté con la anciana. Me había comprado un traje de marca, zapatos “gamuza”, camisa de seda y hasta pasé por una peluquería de fama.
            Cuando llamé al departamento, salió el chofer casi ciego y me miró con cara de asombro. -Soy el hijo de Aurelio Petrichelli, y quiero hablar con la señora Primitiva.- Casi se cae de culo.
            Me llevó a un anticuado living y allí, apoltronada con el caniche que me ladraba feroz, estaba la mujer. Me hicieron tomar un té en vajilla de porcelana que en mi vida había usado. Le hablé de “papá” y le pedí mil disculpas por venir a arruinarle la paz de su vida… pero ella estaba feliz. ¡Hasta me encontró parecido al difunto!
            Yo le conté que una vez me había llevado a conocer la casa de la playa, claro, por mi tío sabía como era. Él, tenía un excelente detalle por la muchacha del 3ª “C” y entonces se secó unas lágrimas y me comenzó a contar historias de la casa. Yo me moría por dentro de risa.
            Volví con bombones y flores y me fue dando cada día más confianza. Me dijo que pensaba que por fin los bienes quedarían en la familia y que no le importaba que fuera de una escapadita de su marido que era un santo.
            Tuve que inventarme un viaje de trabajo y por supuesto con mi tío, nada. Él, recibiría su buena parte de lo que yo me quedaría. Llamé a un abogado conocido al que le pagué con la escritura de uno de los departamentos cuando Primitiva se fuera de este mundo. Firmó totalmente feliz, la pobre vieja. Un día que fui a comer con ella estaba hecha harapos porque su chofer se había muerto. Entonces ahí mismo me regaló el “Mercedes”.
            Cuando cumplió los ochenta y tres, le dio un derrame y mi tío la encontró muerta en el departamento. El caniche a su lado le lamía las manos leñosas y frías. Lo saqué de ahí y la chica del 3ª “C” se lo llevó. Enterré a mi” Madrastra” y me instalé en el departamento. Un amigo que se hizo pasar por abogado y escribano, sacó a los inquilinos del departamento que me quedaba y el otro se lo di al falso abogado. De un día para el otro fui dueño de campos casas y hasta del chalet del mar. Mi tío ahora vive como un “bacán” y yo acepto que nadie podrá demostrarme que hice, porque la corrupción de los oficinistas no me puede inculpar nada. Ellos caerían conmigo y como están bien Untados… todos están felices.









TRANSGREDIR


Transgredamos 
dijo la memoria escondiéndose
en la penumbra de los besos calientes y
nació nuestra flor de sépalos de azúcar
con brazos de color gozoso y manos de sombrilla de papel
pintando el cielo con pequeñas nubes de juguete
donde cientos de barriletes juegan
buscándose para rozarse con caricias de placeres luminosos.

Proclamemos el amor de los nuevos brotes del árbol que creció
junto al brocal de nuestro vergel austero,
mostremos
con lámparas de cera que vaguen en el mar azul
linternas de gelatina brillante que renueven las sombras
con sus gritos de luz, que se desplacen por los mares
vociferando       que aun hay sueños.
¡ Lleguen lejos!, diremos, y, ellos contestarán que están
en medio del universo de los besos     nuestros besos.
Oportuno el abrazo en la instancia del regreso
en la caminata astral del amor transitado en décadas
bajo la  farola de promesas tangibles.
Ese que eres tú allí tan quieto y esa
inquieta catarata de frutos que soy yo en el milagro
de completar el cuadro de la vida.
Uvas  damascos   quiero en mi regazo genital tardío.


ALGUNAS FOTOS DE MI VISITA AL ENCUENTRO DE ESCRITORES EN MARRUECOS.

EN MI JARDÍN FLORECIERON LAS PEONÍAS ROJAS. UNA MARAVILLA  DE LA PRIMAVERA
MARRUECOS, TÁNGER UNA PUERTA EN LA MURALLA DE LA MEDINA CON LA MAGIA DEL TIEMPO
 ASÍ EN EL HOTEL TODOS LOS DÍAS NOS RECIBÍAN CON UN ARREGLO FLORAL
PRESENTANDO MI NUEVA NOVELA "SINDROME DE TRAICIÓN" EN EL CENTRO MOHAMMED VI EN TETUÁN.

BUSCANDO LA LUZ



Invítame a recorrer la senda de la noche
Allí donde se pierde el sacrificio y el olvido
Donde mengua el sonido de las hojas del álamo
Y caen las sempiternas lágrimas desde la piel marchita.

Invítame a socorrer las aguas del río que se despeña
En la tierra pedregosa del lecho. Consuela al sol.
Mérito del atropello de una tarde de viento cálido
Que mengua con el deshielo la nieve de los riscos.

Un avatar me intriga por su misterio antiguo,
Y llega mi pecho en sombra con latido de espuma
Buscando al demiurgo en el intrincado libro
Con un idioma de ignota comprensión de vida.

Busco entrar en la noble presencia de la luz
Quiero estrechar los lazos de un arcángel ciego
Amamantando el ave abandonado en el nido
Que grazna entre los sauces que aguardan la mañana.

¡Cuánto misterio encuentro en las páginas blancas!
Las letras bailotean entre mis ojos fríos. Quietos.
Invítame a escarbar en el mensaje oculto.
Descubrir con destreza las llagas 

UN DÍA


Y un día, un día como hoy
atravesaré la calle como el duende curioso
como la lluvia fina que desgrana lamentos y
un perro solitario detendrá la pisada glamorosa del viento
Arrancaré una espina
caerá una rosa con pétalos mojados
sobre las pulcras piedras de la esquina
nuestra esquirla donde los augures
transformarán una vez sola en marejada de escombros
el espectral camino de mi talle perdido
solar vegetal de tu mirada
remanso cauteloso de los ojos  que dormitan.

-LA SOBERBIA





            Matías Roca caminaba por la calle del sector bancario y en la esquina de 12 Sur y 34 Este, tropezó con un hombre. Iba muy distraído, nuevamente le negaron la edición de la novela. ¡Estaba enojado y lo insultó! El otro, lo tomó del brazo y le dijo:- ¡Vamos Matías, no te enojes así, reconocé que venías leyendo el celular y no me viste!- ¡Oh, sorpresa era Rogelio Freites, su compañero de secundario!
            -Te invito a tomar un café y lo condujo suavemente hacia un bar en la esquina. Mozo traiga…¿Qué tomás un trago o un cortado? – Un cortado con tostadas. Gracias.
            ¿Qué ha sido de tu vida Matías? Hace por lo menos veintitrés años que no hablamos. Te vi tan molesto que espero me des una explicación.
            -Aunque no me lo creas, soy el mejor escritor de este momento, Rogelio, pero la envidia de los mequetrefes de pacotilla me tienen cansado. ¡Soy el mejor y no me valoran! Han premiado a cada desconocido, a cada mentecato… ya me harté.
            Te lo digo, todos se creen los mejores. No saben escribir ni la o con un platillo y dicen ser grandes escritores.
            Les encanta que los llamen de las radios y las universidades y hablan sandeces. A veces creo que si los das vuelta no les sale ni una palabra hermosa ni una narración digna. ¡Pero ellos se creen superiores! Y se burlan de los que no se muestran ante el público con palabras difíciles y sin mucho argumento. Si te invitan a un lugar donde se juntan escritores de calidad, fingen no poder ir, porque saben que no podrán con la soberbia y la rabia de no ser atrapado por los micrófonos. Se compran ropa importada y comentan al pasar que vienen de traer un premio de un país extraño, lejos, donde le hacen los amigos un precioso certificado o una plaqueta dorada con sellos que imprimen en Internet.
            Los he visto pelearse por una silla. Sentarse en los primeros lugares y sufrir cuando se le acerca alguien y le susurran que ese es el puesto para otro. ¡Seguro más famoso de verdad que él!
            Nunca aceptan que hay verdaderos creadores dotados por la palabra y que hacen gala de una humildad exquisita. Como yo.
            ¡Por eso yo te digo amigo, no te dejes apenar por los soberbios! Ellos pasan y no dejan huellas indelebles como los que de verdad valen ser leídos.
            -Bueno, tranquilízate. ¿Has escuchado el nombre de Saverio Luna? ¿Al que le dieron el premio del diario El País de España, el que recibió el Cervantes el año pasado y este año el Oso de Oro de El Mensajero de México?
            - Quién no lo va a saber, es un desconocido acá en el país, pero dicen las malas lenguas que escribe con seudónimo porque en realidad es un ladrón de ideas y textos. ¡Debe ser un grupo de esos que organizan chicos de la universidad le tiran una idea y los hacen escribir y así ganan premios!- y soltó una carcajada irónica.
            -¿Nunca se te ocurrió pensar que el tipo, el tal Luna, sólo quiere ser poco molestado para escribir y no tener gente alrededor que lo moleste con entrevistas y lo lleven como a un pajarraco de radio en radio y de set de televisión a otro?- lo queda mirando a los ojos a la espera de una respuesta.
            -No, es un bastardo. No escribe bien y debe pagar por los premios. ¡Eso debe pasar!
            -Yo no lo creo. Permitime que te diga dos cosas: primero que Saverio Luna es mi seudónimo y me dieron los premios sin yo saber quién me premiaba, más, nunca me presenté a recibirlos personalmente. ¿Sabés por qué? Para evitar los malos comentarios y la envidia, además no necesito que la gente me conozca, mis libros hablan por mí. ¡Vos hablabas de la humildad y yo me aferré a ella! No me sirve la soberbia, me choca y me molesta. ¡Eh, Matías no te vayas, por lo menos saludame…Matías.



QUIERO ESCRIBIR, NO PUEDO





La mirada mágica me devora el fuego de escribir.
La tiniebla opaca mi palabra de poesía simple.
Repta tu  mirada líquida en mi piel dormida.
Ávidas lianas retuercen la calle que atravieso.
Bailan las estrofas y juegan los grafemas.
Un texto hueco en la página en blanco, sueña.
¿Dónde está la cresta de la ola, la llave que me abre?





La paz es más difícil que la guerra. Se necesitan dos para hacer una paz, y solamente una para hacer una guerra.
                                                                               Bonifacio Pazos.


            Los vi pasar entre los soldados como fantasmas olvidados. Eran migrantes que serían regresados a sus tristes vidas. Nadie los quiere. Son como escoria ardiente en las fronteras. Lloran, nadie los contiene. Han perdido todo.
            Luego los volví a ver como mendigos suplicantes. Tienen hambre y frío. Son los parias del mundo que castiga sus vidas, tristes almas dolientes. ¿Adónde han quedado sus familias? Dónde estará su hogar y el fuego de las marmitas secas. Los lechos desnudos, sin mantas, sin calor, sin cielo.
            ¿Quién se hace cargo de sus dolor sombrío? Su negritud los transforma en seres perdidos en la nada. Son marginales del amor y la justicia. Son los que huyen de los campos donde no hay agua ni árbol que los cobije. Son cuervos, pájaros perdidos entre nubarrones de insectos que los muerden. Sudan y lloran. Nadie los quiere. Palmas blancas y dientes rotos por la falta de calcio y alimentos. Pies desnudos. Frío.
            Se los llevaban atados como siervos en la noche. Su selva está perdida, ya no hay frondas, ni agua, ni gallinas. Sólo hay oro, minerales exóticos para los países que los echan fuera de sus fronteras y murallas. ¡Dios Bendito, apiádate de ellos!

LA IRA


                   

Dejó la escuela con una pila de amonestaciones. ¡Nadie le iba a decir a ella qué tenía que hacer! Estaba cansada que se burlaran de su aspecto. ¡Sí, era mestiza y como descendiente de africanos era obesa! Su cabeza daba para más, pero no podía con la rabia que le producía ver a esas estúpidas muchachas riéndose de sus nalgas. En su país de origen las mujeres eran así, de enormes nalgas donde se acumulaba desde la antigüedad la grasa para poder superar las hambrunas. ¿Qué sabían de eso estas cabezas huecas? Su abuela le contaba que debía caminar kilómetros para poder buscar agua o llevar sus cabras a pastar. Y ni hablar de las épocas de sequía en que viajaban por el barro seco y quebradizo de los ríos sin una gota de agua. Muchos morían en el intento de llagar a un pozo.  
Cuando se rieron la primera vez, lloró. Luego comenzó a ser hiriente con el idioma de sus abuelos y finalmente golpeaba a quienes osaran reírse de ella.
Lo último fue cuando el profesor de gimnasia se burló porque ella no podía hacer ciertos movimientos y sus grandes piernas rodaban por el suelo brillante de la pista de básquet. Y lo peor fue que vio una seña obscena y le propinó una trompada con tanta furia, que le rompió la mandíbula a la preciosa “Reina de la Primavera”, de la escuela.
Sabía que en su casa se armaría una guerra. La madre la correría con una escoba y la abuela la ayudaría a esconderse.
Siempre la abuela, en las noches frías le contaba las historias que vivió en su África lejana. De cómo las tribus se mataban entre sí, de cómo raptaban a las niñas y las vendían a los hombres blancos que las llevaban a los burdeles. De ella aprendió las canciones de dolor e ira, de amor y ensueño. De ella aprendió a cocinar y a preparar el lecho para abrigar a los pequeños.
Cuando vinieron a este continente, sólo traían la tristeza y la pena por sus árboles viejos que habían abrazado antes de partir. Pero sabían que de quedarse allí los matarían los vendedores de diamantes o de oro. La abuela también le enseñó a odiar.
Llegó a la casa y encontró a sus hermanos sentados en la escalerilla de la entrada. Algo pasaba adentro. Ingresó de puntillas y escuchó la canción de pena de su madre a los muertos. La vio. Estaba cubierta con una de las únicas telas hechas en la aldea a mano por las mujeres de entonces. Corrió y abrazó a la mujer que quieta y fría parecía de cera. Carbón apagado y silencioso.
Un grito, un alarido salió de su garganta áspera y doliente. La ira la llevó a tomar una botella y reventarla en el suelo junto al lecho donde dormía la abuela. Se echó a los pies y lloró dos días hasta que la llevaron a un campo santo. Ella no creía en un Dios bondadoso. Ella era un fuego encendido dispuesto a todo. ¡Y salió su rabia! Caminó hasta la escuela y le prendió fuego. Bailó una danza antigua mientras veía las altas llamas que quemaban el edificio donde había sufrido tanto.
Esa noche la buscó un auto policial. La encerraron en una celda donde cantó hasta la madrugada en el idioma de sus ancestros. Después de un corto juicio, la dejaron salir porque aun no había cumplido los trece años y la Juez comprendió el sufrimiento de la niña. 


           


RECUERDOS DE VIAJES POR COLOMBIA, BUENOS AIRES, PANAMÁ Y BELGICA





UN CUENTO PARA PENSAR


Papá, el tío de Rufa, vino de un viaje y le ha contado que hay unos países de Europa lleno de gente que escapa de una guerra porque son Cristianos y los quieren matar. ¿Qué significa eso papá? ¡Ay, hijo, cómo se llama el tío de Rufa? Creo que Bautista pero le dicen “padre Bautista”. –Bueno entonces es un sacerdote y debe saber lo que tanto hablan en la Televisión y en los diarios.-¿Me podés explicar? Pero fácil para que entienda.
En Medio Oriente hay un grupo de gente de otra religión que es perseguida por sus propios hermanos de sangre y Fe, pero también huyen los Cristianos porque los consideran sus enemigos. Pero es muy duro y triste explicarte algo tan complicado. Hijo, debes saber que no todos los cristianos somos iguales, ni pensamos lo mismo. Por ejemplo la vecina de enfrente es Evangélica y es muy buena persona, pero ella no asiste a misa, va  a un templo y tiene un Pastor, que les ayuda a leer la Santa Biblia, en oriente se cree en Alá, que es Dios. Pero tiene otros ritos y otras costumbres, hay islamitas muy buenos y otros muy malos, como en todos los lugares hay humanos que temen y respetan las leyes y otros que no. Bueno, te debo estar aburriendo.- No papá, sigue… yo quiero saber- dice Fito.-Dentro de pocos días vamos a Festejar la Noche Buena y la Navidad, ¡sabes Portu abuela de qué se trata! Pero en otros lugares del Mundo, está prohibido festejar el Nacimiento de Jesús, Dios hecho Hombre, porque los matan si los pillan. En verdad es muy penoso.
-¿Y nosotros qué podemos hacer papá?- habla con duda Fito.
Muy poco. Por lo pronto enterarnos qué sucede  y aprender a respetar a los que piensan diferente, a los que tienen otra religión distinta u otro color de piel o qué se yo, tantas cosas que nos separan pero no hacen humanos iguales. En realidad Todos somos Hijos de Dios, aunque los nombremos de diferente forma. Jesús era Judío… eso lo conocés por la charla con tu tía Judith. Pero hubo épocas que mataban millones de judíos en el mundo. Ahora les toca a los Cristianos que en la Roma antigua también mataban. Lo triste es que no aprendemos a respetar al que tenemos al lado. Prójimo viene de “próximo” y el que está al costado tuyo puede ser totalmente distinto en todo a vos.
-Papá en esta Navidad voy a tratar de pedir para esa gente que no haya más guerra y no tengan que irse a otros países lejos de su casa.
-Si te metés en Internet, podés leer algo de todo este “rollo” pero cuidado, porque es muy complicado. Mejor preguntale al tío de tu amigo: el “padre Bautista” y que él te lo va a explicar mejor. Ahora a preparar ese bendito árbol de Navidad que me da tanto trabajo y tu mamá quiere que hoy lo termine de adornar. Es 8 de diciembre y se acostumbra desde siempre dejarlo puesto hoy. Tiene listo todos los regalos para Noche Buena. Dame una mano Fito.
Tolón-tilín, este cuento llegó a su fin.

ÁFRICA




En el principio fue silencio, oscuridad y soledad

Vino una Luci-Eva primigenia y apareó la vida

Construyó el Zahara, la sabana y la selva prieta

Se pobló de fieras, áspid y corzuelas. Hubo elefantes,

Cebras, pájaros y simios que transportaron fuerza.

Tribus abiertas en abanicos múltiples. Guerras. Sangre.

Hombres de piel oscura sobre oro, diamantes y más sangre.

Un amanecer de hoy provoca el ardor procaz de ser esclavos.

Negritud impotente desde fuera, desde adentro, muerte.

Mucha sangre corre por sus ríos y la selva se deshace

en destierro de belleza y crece el desierto.

África tribal y circunspecta donde aun se teme a los espíritus

Donde se vende el osario de los niños albinos,

donde se canta y baila con ancestros peregrinos.

Ciudades cosmopolitas y chozas olvidadas con rostros

y máscaras antiguas, ruido y bullicio en calles atiborradas

donde se vende el alma por un mendrugo y agua limpia.

Pastores de ovejas, caravanas de camellos, políticos turbios,

Misioneros de barba blanca y voz extraña invitando a un templo.

Hay mucha sangre entre las tribus a pesar de los blancos

que se llevaron todo y dejaron el odio, sus flaquezas.

Hay niños de la guerra, territorios de HIV donde la muerte acecha.

Hay maravillas de antaño junto al Nilo, templos de Etíopes en piedra,

Construcciones enormes en ciudades que ocultan su belleza.

África desparramada en balsas por el Mediterráneo

huyen de la pobreza, el hambre y la falta de agua,

caen con su tristeza en territorios hostiles. Ajenos al dolor.

¿Qué le ha dejado sino la esclavitud o la esperanza, el hombre blanco?

COMO YO TE IMAGINO



         Sobre la montaña de sueños coralino
         un ave migratoria te busca sorprendida.
         Debajo de la niebla habrá un mar de espuma
         donde un rayo de sol le mostrará el camino.
        
         Sobre la vieja ruta de añejas migraciones
         estará esperando tu mágica figura.
         Debajo de los cielos una mano extendida
         recogerá las flores de tus tentaciones.

         Sobre tu piel de niña de ojos sorprendidos
         pintaré el retrato del amor futuro.
         Debajo de tus sueños la imagen perdida
         de un rostro nunca visto.
         De una fugaz mirada, de una tenue sonrisa,
         de una voz que te nombre como yo lo imagino...


LA ENVIDIA




                       El comedor señorial esperaba el brillo de los comensales. Un encuentro de seres solo interesados en mostrar su poder. Su riqueza en oro y suerte.
                         Cargando una enorme hipocresía, individualismo y soledad.
                         Risas apagadas, miradas que se entrecruzan con veladas invitaciones a practicar deportes de tipo sexual. Exquisitos platos pasan por cada comensal. El vino corre y el champagne desborda.
                         De pronto el dueño de casa se incorpora con una palidez azulada. De su albo e impecable pantalón de lino blanco, una leve cascada de sangre cae en mancha que se derrama jugueteando por los hilos. Silencio. El hombre se toma los genitales y de entre sus dedos emerge un tenedor de plata. Agudos dientes se incrustaron en su piel. Brilla a la luz de las arañas de cristal. No se anima a arrancarlo. Cae.
                        Al mismo  instante se desmaya una joven modelo que estaba a la izquierda junto al bello anfitrión herido. Caen copas y sillas de vino, manchando el bello mantel de encaje en bermellón, que inmaculado  fue desplegado esa tarde. Algunos tratan de ayudarlo.
                        La mirada extraviada de la esposa se posa en la jovencita y el marido herido. De la silla a la derecha del sitio se escucha un raro sonido, es la voz de la esposa del gerente de la empresa, que con fuerza aprieta otro tenedor de plata lustrada. Corre hacia el jardín y en su falda manchas de sangre insinúan su poca astucia. ¡Ella no pudo soportar las miradas del jefe a la modelito!


DE: TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO


EL AMOR INCREÍBLE

           Solange no se llama Solange. Se llama Rosa María. Nació pobre, pero hermosa. La madre la preparó para ser una mujer dominante y con poder.
 Así vivió desde pequeña. Cuando cumplió la edad de presumir, la mandó a casa de una tía lejana, muy adinerada, de la capital.
            Luego, esa pariente la refinó, le enseñó inglés y francés y la presentó en sociedad. Pasó a ser la muchacha más amada y odiada del ambiente. Los jóvenes se acercaban para conquistarla, apenas la veían. Las otras jóvenes de élite no podían competir con ella.

            Bella, la mujer descendió del avión. Sus largas y bellas piernas se contorneaban sobre la alfombra roja y los tacones de aguja, hacían piruetas para evitar una caída sobre el breve camino. La brisa insufrible batía el ala del sombrero que sostenía con gracia entre sus dedos finísimos de uñas esmaltadas. La envolvía un velo de gasa que cubría el pantalón de seda tai. Sin un gesto que mostrara, de modo alguno, el disgusto que le producía ese vientecillo que le quitaba exquisitez, siguió recorriendo el corto espacio que la separaba de la sala VIP.
Era una reina. Era Solange que llegaba para encontrarse con el marido. Él había concretado ya, unos días antes los negocios, por los que ingresaban miles de dólares en sus cuentas bancarias.
            Un apuesto guardaespaldas traía consigo el abrigo, su bolso de mano y los documentos. Nunca hacía trámites de inmigración. Siempre tenía al secretario o al custodio de turno, para que le prestara asistencia. Tomaba un refresco o café según, el clima del lugar y la hora en la que la atrapaba el viaje.
 Un coche esperaba para entrar en la ciudad donde se alojaría por unos días. Su amado Gastón, la aguardaba en el hall del hotel que había elegido. Siempre optaba por una suite cinco estrellas.
            Los vidrios polarizados, no le permitieron ver que atravesaba una zona mísera y vulgar. Luego de varios minutos de carretera, ingresaron en un parador. Esta vez no era muy lujoso, sino una especie de cabaña cerca de un lago artificial. Enormes árboles de roble, pinos y sauces, se mecían entre los cerros que armaban una corona vegetal, protegiéndolos de la vista de extraños. Bien ambientado, el pequeño refugio, semejaba una cabaña del Tirol. Pero estaba en Sudamérica y en el país.
            Solange abrazó del cuello a Gastón, quien pudo sostenerla sin antes quejarse de su excesiva demostración de afecto. Frente al personal de servicio era inapropiado. En silencio, se compuso y le expresó que extrañaba su presencia ya que, después de la ausencia, había tenido varios compromisos que le produjeron angustia y el psiquiatra le había aconsejado el encuentro en ese rincón. Gastón sonrió y le hizo un mimo extra. Al retirarse el guardaespaldas, la tomó en brazos y la llevó hasta un sillón junto a la chimenea y fue sacándole la ropa. El cuerpo estilizado y frágil, de piel clarísima, quedó de un ampuloso color rojizo frente al crepitar del fuego. Con el ardiente solaz del amor se durmieron abrazados.
            Breves paseos por los alrededores le hicieron disfrutar un clima inesperado. Fresco, pero con un sol radiante, el aire le dejaba la tez seca. Para Solange, según su estilista, era malísimo, por lo que Gastón, contrató a un grupo de masajistas y personal especializado en cuidar a su mujercita.  Llegaron con un gran bullicio y alegría, pero pronto el celoso mutismo de Solange los hizo aquietar.
            Cada mañana se bañaban en la piscina de agua termal, más tarde venía un desayuno preparado por la dietista y una larga caminata, que dejaba a la pareja predispuesta al diálogo. Así comenzaron algunas discusiones propias de un matrimonio que tiene poco para hacer y mucho para disfrutar.
Gastón sentado en la terraza, que se extendía frente al lago, permanecía ratos en silencio. Hablaba por celular cuando su mujer estaba distraída. Luego, inventaba alguna excusa y salía en el Porche rumbo al pequeño poblado con minúsculos pretextos. Siempre volvía con un regalo, chucherías, ya que el lugar era bastante olvidado y apático.
Solange sentía que algo andaba mal. Llegó una nueva terapeuta y sus masajes fueron originales. Llenaba la bañera de mosto o vino blanco y tinto. Le hacía permanecer media hora inmersa en esa pasta viscosa.
 Después, con las manos enguantadas en fino látex, comenzaba a masajear desde los dedos de los pies hasta la cabeza y se detenía en el cuello. Con suaves movimientos y presiones hacía su tarea. Agregaba una charla amable sobre temas que despejaban la mente de Solange.
 Al tercer día, la hermosa Solange, comenzó a sentir mareos. Cada tarde un sopor doloroso le daba espasmos en piernas y brazos. Perdió el apetito y al ingerir alimentos sentía nauseas. Al quinto día, tenía una visión deficiente y se mareaba. Gastón preocupado le sugirió ir al pueblito por un médico. Solange se negó y prefirió que el galeno se acercara al hotel.
Llegó un hombre mayor, con signos de ser alcohólico y cuya traza impactó negativamente en la enferma. Lo despidieron sin más y decidieron completar los días que quedaban de descanso, pero hicieron regresar a la capital a todos los empleados contratados. Sólo quedó la terapeuta, por las dudas que Solange no se sintiera bien. Así, cada día, cuando salía de su baño de vino y mosto, su cuerpo estaba más y más dolorido y su mente confusa.
            Tan mal la veía el joven guardaespaldas, que comenzó a preocuparse. Trató de hablar con Gastón quien, sonriendo agradecido, le explicó que debía ser por algún alimento que había consumido en mal estado; o por el clima. Débil, la muchacha, ponía mucho empeño en hacer de la estadía algo agradable y feliz. Cada vez se sentía peor.                    
Una mañana, al séptimo día, al tratar de erguirse de su lecho, cayó sin conocimiento. La mujer que la vestía y le hacía masajes, la levantó en vilo y la trasladó a la terraza. Allí el aire puro y el sol, le dieron un poco de fuerza, Solange pidió el teléfono y por primera vez en años, habló con su anciana mamá. Ésta sorprendida, al escuchar la voz casi imperceptible de la hija, se desesperó. ¡Su reina estaba enferma!
   Hablaron mucho. Hablaron todo. Casi fue un encuentro de hermanas. La madre le pidió que observara cuanto ocurría a su alrededor. Le sugirió que su esposo podía estar haciendo algo dañino. Solange rió a carcajadas. ¡Gastón la adoraba!
Hacía unos días, le había regalado un auto flamante de marca afamada, había tomado dos seguros altísimos, para cubrirla ante cualquier contingencia, que le permitirían vivir siempre como lo que era, una reina.
Si llegaba a sucederle algo, Gastón, también cobraría una pequeña fortuna. Y además había invertido, para ella, en dos cuadros de un pintor llamado Kandinsky, famoso en New York.
A su joyero ya no tenía nada interesante para comprarle y hasta había ido a Italia, para que adquiriera la indumentaria de invierno en Módena, a un nuevo creativo que hacía furor en París en el mundillo de la moda.
La madre quedó en silencio y le recomendó que se cuidara. Ambas dijeron todo el amor que guardaban y Solange se despidió, prometiéndole que, cuando regresara a la capital, la buscaría para compartir un viaje a Madrid.
            Esa tarde, después del baño de mosto y vino, sintió un ardor enorme que le penetraba la piel, se desmayó y entró en coma. Tenía los labios de suave color morado, los ojos de tono rojizo. La piel verdosa le daba el aspecto de un fantasma. A las dieciocho y treinta, tuvo un estertor y su corazón se detuvo.
            Gastón le entregó a la mujer de los masajes, un cheque por doscientos mil euros y dispuso que la llevaran incinerada a la capital.
 Los restos de vino y el mosto en la bañera, fueron limpiados escrupulosamente por la masajista.


TOMERO




Cuida tu acequia tomero,
verde descuento de tiempo
venas de agua transparente
que fina cabellera  enreda
color  de raíces blancas

rosas de rojo fuego
se deslizan entre el musgo
delfines de nubes prietas

los sauces espejan verdes
esterillados de ensueños
hamacando entre las ramas
escamas de su silencio.

Tomero ¿dónde ha quedado el clamor de la alameda?

Ayer cubriendo la espalda
del cerro se fue durmiendo
junto a la sobria hojarasca
crujiente de la alameda
la figura esperanzada
de hombre de barro y piedra
oro ha sembrado a su paso
mezclando sudor y cepas.

Tomero ¿dónde ha quedado el clamor de la alameda?

Yo he visto el cielo plomizo
demorado en la tormenta
He visto cerca al infierno.
cayendo con bronco hielo.
Entre las setas y hongos
que afloran en el suelo
el agua pura del cielo
regala viñas de ensueño.

Tomero ¿dónde ha quedado el clamor de la alameda?

Llegará otoño a la tierra
los frutos de los viñedos
Arrogantes en sus taninos
darán color al racimo
que de los parrales cuelgan.
Vino nuevo en los barriles
añejándose en silencio.

¿Tomero digo tu nombre? Tu nombre es tan sólo…¡Espera!